México se coloca frente a la caja registradora mientras Guatemala cambia el letrero de cerrado a abierto. Es un día más de trabajo y él empieza sintiéndose cansado. No entiende porqué tienen que confinarle a esta maldita pantalla mientras los demás pueden moverse por otros lados. Le molesta quedarse clavado en un mismo lugar y con la misma postura por un periodo de tiempo prolongado.

— Anda quita esa cara, amigo mío —le regaña Honduras dándole un codazo amistoso—. Vas a espantar a la clientela.

— Belice haría un trabajo mejor —se queja México contrariado.

— Puede ser —admite Honduras fingiendo considerar la afirmación— pero nada ha hecho a este local tan famoso como su habilidad para preparar té, el resto de nosotros también está en su especialidad. Lo sabes, Mex.

— Recuérdame entonces qué don tan magnífico tengo que me confinaron a esta cosa— señala el aparato con desagrado.

— Ciertamente no es tu habilidad para sacar las cuentas y recordar todas las bebidas, panecillos y bocadillos del menú —ríe Honduras.

— Mi chocolate no tiene igual —protesta México indignado.

— Guate te iguala en eso —observa Honduras con un gesto de desafío—. ¿Recuerdas que eres el mejor de nosotros en tratar con la clientela?

— No soy muy afable —objeta México estremeciéndose.

— Todos nosotros tenemos nuestro encanto. Sólo mira a Guate o a Nica. Los clientes se la viven pidiendo sus números.

— Entonces no veo mi particularidad. A ti también te lanzan piropos. Cualquiera de ustedes pasa por lo mismo.

Honduras menea la cabeza.

— Eres el más vivaracho, te ríes hasta de tus desgracias mejor que nadie. Alguien con ese aire de despreocupación y paciencia es genial para dar la cara a todos nuestros clientes. Ninguno de nosotros logra tal apariencia a ese nivel. Claro, tampoco tenemos por qué tratar con ellos con la frecuencia con que tú lo haces —Honduras hace una pausa. Guatemala se les acerca y le murmura algo. Ambas chicas sonríen con picardía al girarse hacia la entrada del local—. ¡Eh! Ha llegado tu novia.

México se gira para mirar en dirección a la puerta. Al oír las risitas mal disimuladas de las dos maldice por lo bajo. Ha caído de nuevo en su juego. Los primeros clientes han llegado. Como siempre, se trata del grupo que habla alemán. Ellos parecen programados: misma hora, misma bebida, misma actitud. Nada les altera la rutina. Nada les afecta. A veces México se pregunta si realmente nada les altera.

— No tengo nada que ver con ninguna de ellas —murmura contrariado por su desliz—. La que pide que escriba Öster en su vaso suele ser muy amable, pero no mal interpreto su conducta. Es una cliente muy agradable. La que da miedo es su amiga.

— Eres todo un caballero —se mofa parcialmente Honduras. En el fondo eso es lo que le agrada de México: es muy despistado—. Te dejo. Clientes son clientes —se despide dándole un apretón en el antebrazo.

— Suerte, Mex. Necesitas unos anteojos, no sé, piénsalo —añade Guatemala propinándole unas palmaditas en el hombro.

México gruñe por lo bajo en su dirección antes de que el grupo se aproxime a él. Öster le mira con seriedad. ¿Tendrá algo? México sonríe un poco al recordar el trabajo que le costó entender los nombres tan raros que deseaban ver en sus vasos. Fue divertido, aunque bastante estresante con la tal Deutsch quejándose de lo lento que era. Le duró la molestia como un mes. Ahora le sonríe discretamente cuando llega.

— Bienvenidos —sonríe al tenerlos enfrente—. ¿Lo mismo de siempre?

— Nos conoces bien, Mexiko —reconoce Liechten, el único hombre del grupo—. Agrega a mi orden un emparedado de atún.

— A la orden, joven —México hace un saludo militar.

— Nunca cambias, Mexiko —comenta Öster intentando no reír.

— Es mi labor alegrarle el día, señorita —México le guiña un ojo—. Hoy la noto muy seria —ella se sonroja un poco. México prosigue, ahora recitando de memoria, sin darle mucha importancia al hecho—. Cuentas separadas, nombres bien escritos, son *introduzca moneda de su preferencia* más que siempre, Liechten. En un momento salen sus órdenes.

Cuando termina de atenderles y le pasa la orden a El Salvador, nota que el siguiente cliente ya ha llegado. México sonríe abiertamente al ver de quién se trata.

— ¡Hola, USA! ¿Cuánto sin verte? ¿Cómo están tus abuelos? —exclama en seguida.

Por el rabillo del ojo nota que Öster mira fijamente a la recién llegada. Lo deja pasar.

Mexico, siempre es bueno verte —le distrae Estados Unidos al responder su saludo—. Mis abuelos están bien, como siempre. Me dijeron que habías venido a pasar el verano con tu tío y que trabajabas aquí. Decidí pasar a saludar.

— Gracias, ya echaba de menos a mi gordis favorita. ¿Qué te puedo decir? —suspira él—. Perú cada año nos arrastra hasta este lado del mundo para visitar al único pariente que nos queda aquí. Mis hermanos y yo logramos escapar un rato esta vez. Colombia y sus hermanos se zafaron, los cabrones, pero veré si puedo imitar su proeza el año que viene.

— Mis hermanos me dejaron morir sola —se lamenta Estados Unidos a su vez—. Te deseo suerte. Perú te tiene atado. Te conoce muy bien. Sabe cómo convencerte.

— ¡Oye, no soy tan manipulable! Espera un momento... ¿Me estás diciendo que Can...?

— Ni lo menciones. Dame un americano y una dona, que muero de hambre.

México suelta una carcajada.

— Como ordene, doña gruñona. Hoy termino mi turno temprano. ¿Quieres venir con nosotros? Vamos a hacer el último viaje a la playa. Nos quedan muchas últimas cosas por hacer este fin de semana.

— Me parece bien. Me vendría bien salir un poco.

Austria los escucha hacer planes y se entristece. México no es un recién llegado, como creyó al principio. Va a marcharse con todas esas chicas y quién sabe cuántos más. Luego está alguien llamado Perú. Bien, ya suponía que alguien como él estaría rodeado de gente. Lo triste es que no llegó para quedarse.

— Con que nuestro querido Mexiko se marcha pronto —comenta Alemania como si nada—. Österreich, te estás tardando.

— No le hagas la vida más complicada, Deutschland —la regaña Liechtenstein.

— Yo sólo quería recordarle que se la ha pasado contemplándolo en la distancia sin intentar entablar una auténtica conversación. Perú, quien quiera que sea, no podrá hacer entrega a domicilio toda la vida.

Deutschland —ahora la advertencia es de Suiza.

Austria se queda pensativa mirando hacia la caja registradora. No puede evitar darle la razón a Alemania. Lo que la detiene es que ella no es tan arrojada. No tanto…

— ¿A dónde crees que vas, Öster? —la llama Suiza al ver que ella se levanta, papel en mano.

Quizá sí lo sea, aunque sea un poco.

— Tengo una idea —responde Austria alejándose en dirección a la caja registradora.

Debe apresurarse antes de que se le acabe la temeridad.

Öster. ¿En qué te puedo ayudar? —inquiere México en cuanto la ve acercarse —. ¿Algo está mal con tu latte?

— Nada de eso, Mexiko. No sabía cómo pedir el favor. Ofrezco un recital de piano este fin de semana y quisiera poner un anuncio aquí en este local. Es muy concurrido —suelta de corrido.

— Menos mal. Por supuesto que sí, Öster —asegura México—. Es lo mínimo que podemos hacer porque la gente no se prive de tu talento.

Austria se sonroja.

— Déjame dos —agrega él—. Sé dónde poner el otro.

Viele Danke, Mexiko.

— Ajá —recibe de él.

Es evidente que no le ha entendido. Al regresar a su mesa, Alemania la recibe con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Qué astuta, Österreich! —felicita.

— Sólo falta que él asista —Austria le resta importancia—. Me ha pedido uno extra... para llevar.

Cuando se paró frente al espejo esta mañana, México maldijo por lo bajo. Honduras y Guatemala lo miraron sonriendo. Recuerda a Argentina y a Bolivia chocando los cinco en el fondo. Por ahí se oía la risita ahogada de Perú y Chile. Nicaragua, El Salvador y Costa Rica cruzaron apuestas. Lo único que agradeció es que Colombia y el resto no estuvieron presentes o eso hubiera escalado a proporciones inimaginables. No se acababa de creer que toda la familia se hubiera confabulado en su contra. Claro que miró a sus hermanas con molestia. Ese par habla hasta por los codos de lo que no le incumbe ni sabe con certeza. Lanzó una mirada más hacia el espejo. No podía negarle nada a Austria. Ése fue el problema.

— ¿Ocurre algo, Mexiko? —sentada frente a él, Austria lo mira preocupada.

Se encuentran en una cafetería después de haber huido del alboroto que la familia de México y los amigos de Austria armaron en el auditorio. México tiene la impresión de que esto es como la cita improvisada típica de las películas cursis en que actúa una amiga suya.

— Para nada, Öster. Creo que tengo una familia única en su especie. A veces me exasperan y a veces los quiero mucho —aclara él esbozando una sonrisa nerviosa.

Austria le devuelve el gesto encantada antes de comentar.

— Son extraños, pero me agradan. Especialmente Argentinien —hace una pausa intentando ocultar su mortificación—. No sé si agradecer por eso. Deutschland tendrá en ella alguien con quién hacer de las suyas. Habrá que tener cuidado con ambas ahora. Pero estoy tan contenta de que hayas venido esta tarde, que estoy dispuesta a perdonarles lo que sea.

— Haría cualquier cosa por ti. Mi familia lo sabe mejor que yo —confiesa México involuntariamente.

Ambos permanecen en silencio. México intenta permanecer tranquilo, pese a que le sorprende lo que acaba de decir. Austria, con la cara a punto de borrar la franja blanca que lleva en medio, intenta en vano formular un pensamiento coherente.

— Te ha invitado a su recital —chilló Honduras emocionada—. Nunca pensé que fuera a dirigirte la palabra algún día, a menos que te invitara tan pronto a una cita. Se suponía que eras tú quien debía invitarla a salir.

— No me sentí invitado cuando lo mencionó —se defendió México—. Sólo me pidió apoyo para la difusión de su evento. Le pedí un folleto extra para Arge, a ella le gustan estas cosas.

— Pero ha recurrido a ti —insistió Guatemala—. No eras tú con quien debía hablar.

— ¿Qué no entienden que yo soy de confianza? A Arge le va a entusiasmar…

— ¿Qué me va a entusiasmar, Mex?

— Su novia le invitó a un evento y te quiere hacer ir en su lugar —se lamentó Bolivia.

Argentina lo miró con mala cara poniendo los brazos en jarras.

— ¿Es esa la manera en que se trata a una dama, Mex? No puedo creer que trates de esa manera a Öster.

México le devolvió la mirada inquieto. Nunca había mencionado a su cliente favorita enfrente de ellos. Lanzó una mirada acusadora a Honduras y Guatemala. Ambas se encogieron de hombros fingiendo no entender a qué se refería.

— ¡Qué no es mi novia! —estalló México—. Sólo quise apoyarla y tú te has estado quejando que este año no hay conciertos de este tipo programados por ningún lado.

México se sintió indignado. ¿Desde cuándo su familia sabe mejor sus dilemas existenciales que él mismo?

— No podemos dejar que cometa un error así, Arge —declaró Guatemala como pidiendo ayuda.

— No lo permitiremos, Guate —coincidió Argentina.

La expresión de su cara hizo estremecer a México.

— Gracias, Mexiko —Austria intenta mirarlo a los ojos—. ¿Debo preocuparme por lo que dijo Argentinien?

— Depende. Por la ridiculez de envolverme para regalo... Me gustaría decir que no, pero lo que hicieron hoy palidece ante lo que han hecho en otras ocasiones. Voy a tener que cuidarme las espaldas para no quedar traumado —México intenta bromear, pero Austria escucha una nota de precaución en su voz—. Por lo de darte su aprobación, puedes estar tranquila. Mi tío está obsesionado con conservar lo que queda de la familia dentro de la familia. Antes de que sus hermanas se casaran con extranjeros, los miembros de su familia solían casarse con primos segundos o terceros, a veces primeros. Así que ha estado adoctrinándonos cada vez que puede vernos para que, según él, enmendemos el error de nuestras madres.

— Suena a mi familia. Sus esperanzas están puestas en mí, pese a que mi hermana y yo somos lo único que queda —murmura Austria cabizbaja.

— Ahora veo porque me caes tan bien —intenta animarla México—. Eres como mi alma gemela. Entiendes de estos dilemas existenciales —le guiña el ojo.

Austria suspira internamente. México le ha dedicado palabras muy bonitas, pero no debería ilusionarse tanto…

— ¿Por qué no intentamos salir juntos otra vez? —la oferta de México la sorprende—. Nuestra gente se ha exhibido de tal manera que sinceramente no quería que te hicieran sentir mal. Esto es completamente inapropiado para ser una cita, pero podemos volverlo a intentar. No sé —se rasca la cabeza, pero intenta no desviar la mirada— quizá te convenza de algo más serio y... a ver qué sale.

Bueno, quizá no se está ilusionando en vano. Aunque tampoco necesita esforzarse, ya la tiene más que convencida.

— Aceptaría desde ahora —responde de inmediato.

Esto fue muy pronto, pero no se detienen a pensarlo demasiado. Puede que no vuelvan a verse hasta el próximo año.

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