Esto es resultado de algunos días del Flufftober 2021. Es todo menos fluff, les advierto. Quería desarrollar más esta idea del programa de pupilas pero me quedaré en esto por ahora. Hay un poco de lemon (?). Vaya, la privacidad de mis personajes es primero (?)


Las luces de los grandes candelabros que cuelgan del techo del Gran Salón iluminan el lugar como si quisieran evidenciar con sus luces su tan evidente fastidio. El murmullo inteligible de los pocos invitados que ya han llegado se alza un poco de tan solo él atravesar las grandes puertas de madera. En esta ocasión asiste junta a su prima y a la pupila de ésta. Entre él y la joven que los acompaña, los pequeños grupos esparcidos por todos lados tienen mucho de qué hablar. De tan sólo recordarlo hace una mueca de fastidio. Se trata de una reunión que promete ser de lo más aburrida. Tiene mejores cosas que hacer que perder su tiempo en reuniones como ésta en que no hay nada mejor por hacer que intentar no ser atrapado por nadie. ¿Qué interés podría tener para él un grupo de señoras dispuestas a exhibir a sus pupilas en una intento absurdo por comprobar que las educaron bien, todo por mor de la competencia? Ninguno. Él las prefiere mayores, más difíciles de impresionar y sin compromisos. Pero está aquí... a causa de la intervención de Bélgica. Se hará el recordatorio de que le debe un favor enorme en cuanto quede libre de este compromiso. No acaba de entender cómo se dejó convencer. A este paso, su orgullo acabará algún día con él. De otra manera no se explica el que esté aquí sin más intención que presentarse una vez más a confirmar que sigue vivo, como si eso fuera de incumbencia del mundo. No obstante, ahora que está aquí no puede simplemente dar media vuelta y volver por donde vino. Sería de mala educación abandonar a sus acompañantes y él es todo menos un incivilizado.

Se aburrirá de lo lindo esta noche. La mayoría de las señoritas aquí reunidas no podría ofrecerle ninguna conversación interesante, ningún tipo de distracción, nada. La mayoría ya está aquí con una idea, imposible de sacudir, acerca de lo que debe y no debe hacer. Todavía la vida no les da la lección más importante: todo eso es una farsa. O quizá sí, pero es raro encontrar alguien que, a la edad de ellas, ya actúe acorde a su desencanto. La mayoría aún depende de jugar a ser obediente. Definitivamente asistir a este tipo de eventos no le interesa en absoluto. Pero, ahí está otra vez su desgracia, Bélgica logró comprometer su presencia... porque los jóvenes necesitan apreciar lo que es bueno... musicalmente bueno, claro está. Su mal humor aparece de tan solo pensar que, después de esto, alguna pedirá a sus padres que él ejerza de su maestro particular. Eso no le conviene.

— No pienso quedarme mucho tiempo —anuncia sin importar si se dirige o no a alguien en específico.

— Tenía que ser... —escucha murmurar a la pupila en turno de Alemania, justo antes de que su tutora la regañe por su imprudencia.

Austria sonríe complacido. Pese a que no es mayor que ella por muchos años, la considera una chiquilla insolente y caprichosa. Hasta cierto punto, le complace el simple hecho de comprobar una vez más que a la pupila más cercana que tiene él no le agrada en absoluto.

— Ya lo has dicho muchas veces, Cousin. Y ya te he dicho que eres libre de abandonar este lugar tan pronto como cumplas tu parte —le recuerda Alemania como si no le molestara en absoluto su actitud.

Austria respira con pesadez. Alemania siempre tan formal y seria. Aún no entiende cómo la aguanta su marido. Austria no le responde. No va a exponerse a que la anfitriona le oiga decir algo demasiado descortés. No la soportaría recriminándole su actitud comúnmente tan grosera una vez más. Han llegado con un poco de retraso, pero todavía a tiempo. Tal y como le gusta a Francia. Austria pone los ojos en blanco. Por el momento, no tendrá que preocuparse de nada…

— Sean bienvenidos. Buenas tardes, Frau Alemania. ¡Chile, qué gusto verte! Usted debe ser Herr Austria. Ojalá disfruten de la velada —declara una voz que no reconoce.

Al no reconocer la presencia de Francia, Austria dedica toda su atención a la persona que los recibe. ¿Tanta confianza tiene en su pupila que la deja actuar sola? La observa con detenimiento por mera curiosidad. Si es por imagen, no duda que es una buena idea. La joven parada ante ellos es muy bonita, incluso hermosa. Sin embargo, Austria duda que sea correcto dejarla sola recibiendo a los invitados. Ella despide cierta confianza y garbo en su porte, pero no considera que eso sea excusa suficiente. Se nota menos insolente que la chiquilla que acompaña a Alemania, pero algo le dice que ambas jóvenes tienen algo en común.

— ¡México! Pensé que no volvería a verte, weona —devuelve Chile y corre a abrazar a, Austria acaba de decidirlo, su amiga.

Definitivamente sí tienen algo en común. Algo que va más allá de ya haberse conocido antes, a juzgar por el saludo que le ha dirigido Chile. Como ya viene siendo costumbre en ella, la pupila de Alemania hace caso omiso de la reprimenda de su tutora, quien calla de inmediato al reconocer que es vano su esfuerzo.

— No exageres, Chile, tampoco es para tanto. Tarde o temprano íbamos a coincidir en alguna parte —responde México devolviendo el abrazo.

— Para mí han sido años de tortura —se lamenta Chile—. Ya deseo volver a casa. Alemania ya tiene a Boli haciendo fila.

Austria desearía ignorarlas, pero hay algo en la interacción de ambas que lo mantiene atento a su intercambio sin importancia.

— Arge preguntó por ti, Chile —informa la que seguramente es la pupila de la anfitriona. Austria se sigue preguntando si Francia realmente la dejó sola—. También esperamos a Perú. Francia invitó a Italia y a España, así que estaremos reunidas otra vez. Aunque he de decir que Arge llegó algo temprano. Temprano para como ya sabes que son las cosas aquí: es de mala educación llegar antes o a tiempo —la joven adopta una pose que ridiculiza un poco la que es común en Francia.

Austria contiene la risa con esfuerzo.

— Se nota que te ha educado Francia, no cabe duda —comenta Alemania.

— Es bueno que se note, Allemagne —otra voz aproximándose, esta vez conocida, responde en lugar de México—. Lamento no haberlos recibido desde un inicio, pero había que arreglar algunas cosas. Autriche, me alegra que hayas podido venir. Creo que ya la conocieron, pero igualmente les presento a mi pupila, Mexique. Mexique, te presento a mi querida amiga Allemagne. Él es Autriche, uno de mis invitados favoritos. Nadie como él para hablar de arte. Ya he oído que conoces a Chili, me alegra que tengas una amiga que te acompañe en esta ocasión.

Al oír su nombre, México se endereza de inmediato y hace una reverencia, como recordando el papel que debe desempeñar. Austria lamenta que su soltura desaparezca de golpe.

— Un placer conocerlos —agrega de inmediato.

— Es encantadora, Frankreich. Tanto como Chile — comenta Alemania.

Austria quisiera protestar. Esto es todo menos encanto.

— Gracias, Allemagne. Disfruten de la velada —prosigue Francia aparentando no fijarse en nada en específico.

Pese a sus palabras, Alemania y Francia entablan una conversación amena y superficial, bastante aburrida para Austria, por lo que decide enfocarse en la que, aprovechando la situación, continúan Chile y México.

— Ya me voy a sentir importante, Mex. Que Arge pregunte por mí ya es demasiado. No puedo imaginar que algo no le agrade de pasar el tiempo con Italia. Por lo que pone en sus cartas, parece que le va de maravilla —exclama Chile—. ¿Cómo te ha ido a ti? Casi no nos cuentas qué pasa contigo.

Tan pronto como les dieron la espalda, Chile y México pierden toda la propiedad que se les ha inculcado. A Austria le agrada oírla y verla tan relajada. Hasta Chile parece más agradable acompañada de su amiga. Esto no debe ser del agrado de Alemania. De lo contrario, no se explica su expresión a medio camino entre la curiosidad, la diversión y el horror. Francia continúa como si no notara algo.

— No hay mucho qué contar. Sólo que debo aprender a conversar amablemente con el primer desconocido que se me ponga enfrente. Para luego buscar la manera de deshacerme de la compañía de alguna que otra persona indeseable, pero a la que no puedo darle un desplante —comenta México con cautela—. He tenido que pasar por muchos bochornos a causa de eso…

Austria se siente identificado por sus palabras de una manera muy extraña. Eso podría encajar con lo que piensa de las asistentes a esta pequeña soirée.

— Qué mala suerte. Lo bueno es que ahora estamos las cuatro juntas, así podrás descansar de eso —ofrece Chile.

— Como en los viejos tiempos —acepta México adquiriendo algo de ánimo ante, Austria asume, la perspectiva de pasar un tiempo con sus amigas.

Se olvidó de él tan pronto como Chile comenzó a hablar. No le dedicó un solo pensamiento después. La había impresionado, sí, pero él no se veía interesado, ni lo suficientemente interesante como para arriesgarse a algo. De cualquier manera era meramente descabellado hablarle más de lo necesario para no ser grosera. No lo conoce en absoluto así que no tiene razones para hablar con él. Ya es demasiado haberle reconocido a su llegada sin presentación de ningún tipo, una que ni Chile proveyó. Así que no se siente mal por haberle ignorado hasta ahora. Además, pronto tuvo otras cosas en qué concentrarse. Sus amigas y ella han pasado el tiempo probando bebidas y bocadillos, intercambiando una que otra anécdota graciosa o desesperante e intentando ignorar a cualquiera que se atreva a acercarse. Es como si hubieran firmado un tratado de alianza y formado un bloque impenetrable. Así que, no, no le estaba dedicando demasiada atención. Mejor dicho, hasta hace poco, puesto que ahora no puede dejar de hacerlo.

— Creo que es evidente que se está luciendo —comenta Argentina—. Me doy una buena idea de la razón.

Después de que Francia lo hubiera invitado a sentarse frente al piano, México comprendió la razón detrás de tantas miradas de admiración y de tantas muestras de deferencia. Si le cree a los comentarios de la gente que la rodea, las artes no es lo único en lo que es bueno, pero también se carga una fama algo escandalosa.

— Tengo que admitir que es bueno —comenta a su lado Perú—. No puedo creer que quieran que ahora toque otro instrumento. ¿Acaso es un animal de exhibición?

— Perú, más bajo, que pueden oírte —cuchichea Argentina—. Aunque tienes razón. Es bueno, pero es demasiado. Mas yo no me refería a eso.

— No enviaré ni una mención de él a mis padres —declara Chile cruzándose de brazos—. Es suficiente sufrir su presencia de vez en cuando en casa de Alemania. Ella también toca y me obliga a tocar con ellos.

— Suena a que no te agrada, pero has de haber aprendido algo bueno —aventura Perú.

— A distinguir sonidos que no me interesaba distinguir. Me arruinaron el oído para siempre. Ahora soy muy exigente con los intérpretes —responde Chile sin dejar su tono de fastidio.

— No me están escuchando. Seguramente ya aumentó su número de admiradoras, pero no le interesa el aumento —protesta Argentina en voz baja, pero casi quejándose a gritos—. ¿Notaron la manera en la que mira hacia acá?

— ¿El tipo se sabe casi perfecto? —ofrece México, decidiéndose a intervenir en la adivinanza—. Sus admiradoras se han de estar haciendo ilusiones. ¿Qué mejor que alguien que parezca salido de una novela? Yo paso.

— No se sabe, se cree. Todas pasamos —secunda Chile.

— Tengo que admitir que en casa requieren de algo diferente —tercia Perú.

— Algunas veces me pregunto si fue buena idea enviarnos aquí en primer lugar —parece finalizar Argentina hasta que agrega—. ¿Es que acaso están ciegas y sordas? —ninguna parece entender, por lo que ella explica con fastidio—. El muy pelotudo está tocando sólo para México, a ver si así se enteran.

— Imposible. La acaba de conocer —objeta Perú.

— Pues no parece importarle —rebate Argentina.

— Que ni se atreva. Que vaya a jugar con sus…

— ¡Chile! —regaña Perú.

México permanece incrédula y en silencio, sin atreverse a mirar en dirección al músico. Esto no puede estarle sucediendo. ¿Qué diría su familia? ¿Qué diría Francia? Ella no desea sus atenciones. No vino a esto, no busca más problemas de los que ya tiene desde que llegó con Francia, de los que tiene devuelta en casa de sus padres. Sus amigas miran preocupadas su expresión de horror. Ninguna vuelve a hablar hasta el final del número. Ciertamente, también se cuidan de no volver a tocar el tema en lo que queda de la pequeña reunión.

Desde ese día, Austria percibe en la mirada de Chile que ha sido descubierto. ¿Descubierto en qué? Buena pregunta, porque ni él mismo sabría responder. Sólo sabe que algo lo motivó a superarse en cuanto el fugaz pensamiento de que tocaría algo ante ella atravesó su mente y desapareció sin dejar rastro. No, no tocaría para ella, pero sentía como si lo fuera. Algo en ella despertó un lado suyo que pocas veces tiene oportunidad de experimentar. No tardó en reconocer que en aquella ocasión tocó inspirado tan sólo sonaron las primeras notas, mas decidió que no tenía que romper su concentración sólo para detenerse lo suficiente en distinguir el motivo de aquel arrebato. Eso sí, nunca le pidieron que se detuviera y él tampoco lo hizo. Su ensimismamiento fue tal que Alemania terminó sospechando que algo le había ocurrido. Se abstuvo de hacer comentario alguno al respecto y se contentó con mirarlo por un momento. Austria agradeció su gesto, no le hubiera explicado nada de cualquier manera. En realidad, aún no lo tiene claro.

México le parece hermosa, no lo niega, pero está muy lejos de ser su tipo. Lo que no le impidió querer impresionarla. Para estos casos, siempre es conveniente tocar mejor que de costumbre. Con todo, esta vez fue diferente. Su belleza fue lo primero que le llamó. Estaba seguro de que se olvidaría de ella en cuanto se diera la media vuelta. No fue así. La siguió con la mirada por todo el salón, la observó pasar el tiempo con sus amigas, notó que ningún miembro del cuarteto interactuó con alguien más que no fuera otro miembro del cuarteto. Estuvo tanto tiempo absorto en ella que no se marchó como planeaba. Entonces se percató de que algo no iba a funcionar como siempre. Pensó que sería una de tantas mujeres que había conocido y que causaban alguna impresión en él. Al final terminó admitiendo que no sería así.

Su empeño en desahogar la sensación con unos cuantos borradores de partituras resultó inefectivo. La sensación no desaparece y terminará por no saber qué hacer con tantos papeles en su estudio y tantos sonidos en su cabeza. Cada vez se siente más inclinado a acercarse a ella. Lo peor es que confirmó que México no ignora la situación. Más específico, lo evita. Le evade en cada ocasión en que coinciden. Nada favorable para su situación. Austria está más convencido de que, entre más pasa el tiempo, lo que sea que hay en ella lo está dejando inhabilitado para mirar en otra dirección. Nunca se había sentido tan desesperado por hablar con alguien, al grado de estarla esperando en cada fiesta, baile o soirée a la que asista. Se siente incómodo al comprobar que espera que asista a algún concierto suyo o alguna exposición de la que forme parte. Peor cuando confirma que no asistirá.

De ningún modo le ayuda que Francia sospechosamente no tenga algún inconveniente de abandonarla a su suerte de estar él cerca. Podría aprovechar para algo, sino fuera porque sospecha de las intenciones de Francia. Con su ayuda o sin ella, todo es en vano si México no desea hablar con él. Austria se conforma con que, por el momento, pueda observarla en la distancia. No necesita que lo salude exactamente para tocar o componer como últimamente lo hace. Le falta mucho para entender la situación en que se encuentra, pero él puede esperar un poco más, no demasiado, o se le escapará. No ha descubierto el misterio que lo jala hacia ella, pero sabe perfectamente que desde entonces ha estado produciendo sus mejores obras y ha ofrecido sus mejores conciertos. Él mejor que nadie sabe qué significa eso. Le pasó a un amigo hace tiempo. Quizá no deba darle tanto espacio y tiempo como está haciendo. Quizá, sólo quizá, deba decidirse a probar suerte de otra manera.

Francia le acaba de poner la tercera copa de champagne en la mano mientras la sienta frente a uno de sus invitados. Ella ni se detiene a mirar al desgraciado que tendrá que aguantar dentro de los siguientes minutos. Ya sabe de quién se trata. Se la ha pasado evitando a este individuo en particular desde aquella vez en que lo conoció, por lo que considera que ésta es una cruel jugada del destino, o de Francia, según se mire. Llegada a este punto, ya ni llorar es bueno. México está un poco mareada por el alcohol que ha ingerido como para protestar por lo inconveniente del acomodo. Resignada a encarar las circunstancias en que se encuentra, México se prepara para empezar una conversación poco significativa e intercambiar palabras amables y superficiales con el extraño. No puede darle la espalda sin más a un miembro importante de la sociedad en la que Francia ha intentado introducirla, pero puede dejarle claro que no tiene intención de profundizar la conexión. Técnicamente, ahora es su conocido, puesto que ya se lo presentaron y lo ha visto en algunas ocasiones, pero no es uno cercano. Desde aquella vez que Argentina le hizo notar el interés que este hombre tiene en ella, México se las ha arreglado para no tener ni siquiera que saludarlo. La suerte le había favorecido bastante hasta ahora, pese a que sospecha que Francia está en contra de su resolución. Pensaba que pasaría lo mismo en este baile organizado por Italia. Pero Francia tenía que por fin arruinar su intento y no le quedó más remedio que poner buena cara y aceptar conversar con este hombre por un rato.

— Recuerdo la vez que toqué en la soirée de Francia —le escucha decir con aprehensión, él se nota muy satisfecho de poder dirigir su intento de conversación en esa dirección—. Ha sido una de mis mejores interpretaciones.

México aprieta los dientes. Lo que faltaba. Desea hablar de aquella vez. ¿Cómo es que pudo saltar a eso sin ella darse cuenta? México reúne el aplomo necesario para mostrarse indiferente y no delatar su ansiedad. Quizá Argentina esté equivocada y está siendo demasiado tonta. Quizá a él no le interese lo más mínimo, si se fía de lo que se dice…

— Nunca había escuchado tocar a alguien de esa manera, fue tan... única —se anima, casi obliga, a decir.

Enseguida se arrepiente, pero parece que a su interlocutor no le afecta en lo absoluto. Se muestra aún más complacido. Eso la tranquiliza, seguramente acepte o se limite a corresponder el cumplido. Después de haber intercambiado algunos comentarios sin importancia, espera que éste también lo sea.

— Agradezco sus palabras, Frau. Debo confesar que, en realidad, estaba inspirado —declara él satisfecho de oírla reconocer eso. México se alarma al verlo inclinarse hacia ella para, en una acto que podría interpretarse de íntima confianza, poder susurrarle al oído algo más—. Siempre me inspira tener una joven hermosa escuchándome.

Ella se ruboriza de inmediato. Quiere pensar que él no está coqueteando. No, no acaba de hacer eso. Los rumores le fallaron. Argentina tiene razón. Atrevido el hombre, tenía que ser. Definitivamente México se va a arrepentir del comentario que hizo. ¿En dónde está Francia cuando la necesita presente? Alguien acaba de tomarse mucha libertad con ella y Francia ni sus luces. Lo mortificante es que ni hizo intento de rechazarlo en cuanto lo vio venir.

— Debería hacerle saber eso a ella en lugar de confiarme el secreto a mí —se apresura a responder en su desesperación.

— Acabo de hacerlo —es la respuesta que recibe— y no se lo ha creído. Supongo que debo ser más directo con ella —a México no le agrada la mirada que le dirige—. Usted fue mi inspiración aquella vez, Frau. Debería decir, desde entonces lo ha sido.

Es en ese momento que México reconoce que ya no puede evitar ni fingir más. Esto va en serio de alguna manera y debe dar una respuesta... ¿en este preciso instante?

Austria no sabe si hizo bien o no al decírselo, pero el verla tomar aire para responder parece que logró resolver su dilema de una vez por todas.

— En ese caso, es un honor que me encuentre como una digna fuente de inspiración, por un momento creí que se trataba de otra cosa —revela aparentemente aliviada.

No es la respuesta que esperaba, pero puede sacarle provecho de alguna manera. Al fin de cuentas ella ha aceptado sus palabras al agradecerle el honor.

— Me haría mucho bien tener a mi musa más tiempo cerca. ¿Puedo pedirle su compañía más seguido, por más tiempo?

Ella lo mira sorprendida, incluso con algo de desconfianza. Parece pensar por un momento que para Austria se hace eterno. Seguramente está dispuesta a rechazar la propuesta. Espera que no sea…

— Supongo que sí, mientras no sea demasiado comprometedor para ambos —resuelve con un poco de certeza.

Austria quisiera componer ahora mismo una marcha triunfal, pero eso sería anticiparse demasiado. Ahora sólo debe asegurar que ella sepa sus buenas intenciones.

— Su honor es mi prioridad, no dude de eso —le promete lo más solemne que le es posible.

— Confío en usted, Herr —su seguridad aumenta.

Eso le basta a Austria por el momento. Ya verá después cómo le hace para que lo llame por su nombre.

— Así que el pibe te confirma que sí lo hizo intencionalmente y prácticamente se te declara. Y tú decides que es bueno rechazarlo —diagnostica Argentina sin levantarse de su asiento en la terraza en que han decidido tomar el té—. Perú y Chile estarían orgullosas de ti, de habérsete ocurrido recurrir a ellas en mi lugar. Pero viniste a mí, así que no es el caso.

— Acepté su petición —protesta México en su defensa ante la acusación.

Durante su exposición se puso de pie y ha estado caminando desde entonces rodeando la mesa. No ha podido ni probar sorbo, ni bocado. Tampoco ha podido quedarse quieta.

— Lo cual podría estarle dando falsas esperanzas o dándole a entender un rechazo rotundo, según se mire —observa su amiga cruzándose de brazos y mirándola con severidad—. Vamos, Mex, consideralo un poco. No resulta muy confiable, pero si es en serio, no puedes despreciar la oportunidad. Ya lo dijiste, el pibe es casi perfecto.

— No estoy interesada en Austria —admite a medias, Argentina la escucha sin creerle—. Sé lo que dije: él representa casi el ideal completo, pero... No puedo aceptarlo. Por un momento lo considero, luego lo pienso con seriedad, Arge, y la preocupación me asalta. Mi padre enloquecería.

— Entonces sí te interesa, pero te da miedo. Eso fue lo que te llevó a decirle sí, pero no. A parte de traerte a mi hogar provisional a llorar tu indecisión y no decidirte de una buena vez.

— Lo haces sonar muy patético —acusa México.

— ¡Es que es patético! Si vas a decirle que no, no aceptes absolutamente nada. Pero, si vas a aceptar, hazlo de una vez. No juegues con él. Los artistas tienen fama de lo que tú quieras. Él podrá ser lo que todos quieran, pero es alguien que merece el beneficio de la duda. Además, eres tú la que va o no a estar ahí. No los demás.

— No quiero enamorarme. Sabes tan bien como yo que no tiene futuro y…

— Pero nadie puede arrebatarte esto, si eso es lo que quieres —Argentina hace una pausa y respira hondo—. No soy la más indicada para decirte esto, Mex. No es mi estilo, pero quiero decírtelo. Tienes la oportunidad de hacer tu última travesura antes de lo que sea que tu padre tenga planeado para ti y no quieras contarnos. Alto. No pido que me cuentes, ni deseo saberlo. Podrán arruinar tus sueños, podrán destruir tu pequeño reino de felicidad o cualquier otra cursilería que se te ocurra, yo qué sé. Si es el convento, no veo el caso de enviarte aquí en primer lugar; aunque mi familia lo haría si regreso con alguien. Si es otra cosa, no me digas quién es. Sólo ten en consideración que nadie podrá quitarte el vivir lo que quieras vivir. Sólo ten en cuenta que todo trae consecuencias y una decide qué enfrentar y qué no. Decídete, eso es todo lo que te puedo decir.

México no tiene qué responder a eso. Agradece la paciencia de Argentina, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Se detiene a pensar un momento en sus pequeñas fantasías. Necesita pensar, pensar mucho, y decidirse pronto.

— Creí que me la pasaría sentada en silencio mientras trabaja... trabajas en tus cosas.

Austria sonríe imperceptiblemente al oírla. Están dando un pequeño paseo por los jardines de Francia. Le prometió que no haría nada comprometedor y debe admitir que, aunque esto es así, hizo trampa... un poco. Basta ver a Francia y su sonrisa maliciosa. No esperaba que México se lo fuera a tomar al pie de la letra, pero le agrada que quiera tratarlo con confianza.

— Eso no funciona así —explica, cree que debe dejar claras sus intenciones—. Necesito tu presencia, pero no de esa manera. Lo que quiero, y me ayuda, es interactuar contigo, meine Muse. Lo que me produce estar contigo, conocerte, tratarte es lo que alimenta mi arte. Necesito que alimentes lo que siento por ti. De otra manera no funcionará.

— ¿Y qué es lo que... siente... sientes,... se... digo Austria? —a juzgar por la cautela y renuencia a completar la pregunta, Austria puede decir que México va comprendiendo muy rápido.

— Estoy enamorado de ti, de eso estoy seguro, y quiero que llegue a ser algo más fuerte que eso. Por amor, el hombre ha llegado lejos. No pido más que eso.

— Eso es demasiado —observa ella—. Esto es más que pedirme que sea tu musa, parece que quisieras cortejarme. ¿No te parece que aquí algo no encaja? Es muy apresurado.

— Creo que he enloquecido un poco. Me evitabas tanto que no creí adecuado pedirte tanto. Me agrada tu segunda opción. ¿Me dejarías hacerlo, Mexiko?

— No creo que mi padre quede muy contento de llegarse a enterar —revela ella. Austria no se esperaba esa respuesta. Está a punto de decir algo, cuando ella continúa sin darle tiempo a responder—. Eres considerado. Creo que puedo aceptar tu petición.

— Veremos qué hacemos con tu padre después —le promete.

Madame Francia siempre se queja de lo que mi padre es capaz de hacer y... de los planes que tiene para mí. Así que ella nunca se lo contará hasta que sea demasiado tarde —le confía ella a su vez—. Espero que eso sea suficiente.

Austria tiene la impresión de que no comparten la misma interpretación de esa promesa.

Él se inclina para besarla y ella hunde sus manos en su cabello en un intento por mostrarse dispuesta y compensar su inexperiencia. Esta es una oportunidad que no puede dejar pasar y está luchando por no arrepentirse en el último instante. Lo cual es ridículo llegada a este punto, ya tuvo suficiente tiempo para arrepentirse. Su padre la va a matar si llega a enterarse. Ni hablar de su madre. Prefiere no pensar en eso ni en la posibilidad de que alguien haya notado la ausencia de ambos en la sala que se supone ocuparían toda la tarde. No pueden arriesgarse a hacer eso ahí. Pensándolo mejor, da lo mismo, pero sería más vergonzoso que los atrapen ahí.

Meine Muse —eso es lo que ha escuchado desde que comenzó a pasar más tiempo con él—. Te siento ansiosa —el susurro la hace estremecer. Lo que sea que estaba pensando se ha esfumado de su mente—. Seré cuidadoso...

México sólo atina a soltar un sonido ininteligible ligeramente en señal de anticipación. Le sigue una simple caricia que le hace temblar de emoción. Se abandona a la sensación que le produce el delicado roce de su mano. Puede sentir la mano describir un camino que inicia en su mejilla, continúa por su cuello y baja lentamente delineando uno de sus senos. Austria no le da tiempo de pensar con claridad. La atrae hacia él y besa su cuello mientras su mano continúa su recorrido sin dudar. Si algo es seguro es que él sabe qué quiere de ella y México está más que dispuesta a dárselo.

— No puedo evitarlo —confiesa a medias describiendo círculos en su espalda—. No debería, pero quiero estar contigo.

— Dilo una vez más y no respondo por lo que siga —le advierte él en un tono demasiado grave y a duras penas controlado—. Sólo déjate llevar…

— Austria…

Algo debe de haber dicho mal. Más tarda el nombre en abandonar sus labios que la desaparición del autocontrol de su propietario. México no duda dos veces en seguirle. Si terminan delatando su imprudencia, a ella le importará poco lo que digan... hasta que sea demasiado tarde y recobre la cordura.

Lo que acaba de ocurrir entre ellos es más de lo que Austria pensó obtener en un principio. Reconoce que haberla escuchado gemir debajo de él fue demasiado bueno como para olvidarlo, pero eso no es todo. No hace mucho compartieron algo muy especial. En ese instante cualquier cosa que aún los mantuviera separados quedó en el olvido. Ella le entregó algo muy valioso, le entregó su confianza. Austria reconoció pronto que ella no era una de tantas en su vida, pero esto supera cualquier certeza que hubiera creído tener. Ella es su Musa. Decir eso es quedarse corto…

— ¿No fui muy duro contigo, meine Muse? —aventura en cuanto México termina de acomodarse el vestido—. Disfruté de hacerte vibrar.

Ella tarda en registrar sus palabras. Hasta que comprende la situación en que se encuentran, se sonroja y desvía la mirada a medio camino entre la mortificación y una emoción que Austria acaba de descubrir en ella.

— Creo que aceptaría otra invitación indecorosa, como le llamas —reconoce parcialmente avergonzada.

— ¿Eso es una invitación? —le sonríe con picardía.

Si ella está dispuesta, él no tiene nada a qué oponerse. Todo se puede arreglar de alguna u otra manera si los atrapan.

— Para otro día —agrega México con nerviosismo—. Por ahora debemos salir de aquí cuanto antes

— ¿Hay algún problema? —la mira algo ofendido.

— No estoy casada contigo, ni siquiera comprometida —señala ella con obviedad—. Se supone que soy una señorita respetable. ¿Qué excusa doy para que tú y yo, que no estamos relacionados en nada aceptable que lo justifique, estemos en mi habitación a solas, con todo fuera de lugar y habiendo desaparecido por un periodo prolongado de tiempo? No me arrepiento de nada —se apresura aclarar—, pero hay que…

Ella enmudece cuando nota que Austria la escucha atentamente. Él ya tiene su solución, lo que no sabe es si ella aceptará.

— Creo que si nos quedamos lo suficiente, hasta Francia nos ayuda con nuestro problema —ofrece Austria observando con detenimiento su reacción—. Llegarán a la conclusión obvia. Mi intención no es deshonrarte, ni tú querrías la vergüenza. Después de esto, incluso, se esperaría que estuviéramos esperando a nuestro primogénito. ¿No pensarás que te dejaré con un hijo ilegítimo?

La cara que le pone sólo le hace querer repetir la experiencia anterior cuanto antes. Le conviene que sea así.

— Lo tenías calculado —lo acusa ella.

— Debo reconocer que Francia lo aprobó. Alguien tenía que enterarse hasta que fuera demasiado tarde —le recuerda.

— No sabes a qué te refieres —le advierte ella—. Más me vale que no vuelvan a saber de mí.

— ¿Eso es un sí?

— No me has propuesto nada formalmente. Todavía puedo hacer como si no hubiera pasado nada.

— Entonces, está decidido. No te sorprendas cuando Francia nos celebre por esto.

— Realmente enloqueciste.

— Sólo por ti. ¿Quieres ser mi esposa?

— Supongo que si prometes enfrentar a mi padre por mí, acepto.

— Dalo por hecho.

~•~