Me salió la recomendación de Why are you obsessed with your fake wife? (ignoro si hay traducción en español) y después de leer un poco me dije que debía escribir algo para la ship. Con ustedes el resultado.
CAMBIO DE PLANES
Mi media hermana me había hecho pasar por suicida, simplemente porque era mejor deshacerse de mí que romper un compromiso. Vaya lógica tan retorcida la suya. Pero no deseaba morir así, no después de todo mi esfuerzo por satisfacer a quienes me rodeaban. Fue en vano. Completamente un desperdicio. Pero merecía algo mejor que eso. Así que, cuando comprobé que había regresado tras mi estrangulamiento, decidí hacer todo lo posible por llevar una vida digna, libre y lejos de mi familia y toda la gente que me había traicionado. Es por eso que busqué el modo de inculpar de robo a la doncella más leal a mi media hermana y así evitar que ella me drogara en esa fatídica noche. Sería difícil alejarme de mi hermana, pero haría lo posible por frustrar todos sus planes para arruinarme. No debía querer complacerla, ni a ella ni a nadie. Nadie se merecía mi consideración. Por las mismas circunstancias, decidí evitar a mi futuro prometido. No lo aceptaría por nada esta vez, pese a que mi padre ya me había dado instrucciones precisas de lo que debía hacer. Ni ese extraño, ni mi padre se merecían mi lealtad. Ambos me consideraban desechable y poco importante, dudo que eso vaya a ser diferente en esta segunda vida.
Para librarme del compromiso sólo tengo que saber aprovechar la ocasión. Ésta se me presenta en la forma de la visita de Su Majestad a la casa de mi padre. Como mi padre es su mano derecha, mejor dicho, quien lo manipula, es de esperarse que Su Majestad venga con frecuencia a discutir asuntos importantes con él. Lo mejor es que, como nosotras, sus hijas, estamos por cumplir la edad adulta, se nos permite acompañarles durante la reunión. Por tanto, soy capaz de intervenir a mi favor tan solo oigo mentar el Gran Festejo de la Victoria. No me lo pensaría dos veces. No puedo dejar pasar la oportunidad. Mi padre no tendrá de qué quejarse. Al fin y al cabo cumpliré su voluntad..., pero con otra persona. De cualquier manera le ayudaré a apresurar sus planes. ¿Acaso no soy una hija ejemplar?
— Precisamente porque quiero mostrarle mi más profunda gratitud por el favor que hasta ahora ha mostrado a mi padre, Su Majestad, es que me propongo para dar satisfacción a su inquietud. Como acaba de mencionar, yo puedo ser la hija de confianza que ofrezca El Laurel de la Victoria al Marqués de Tenochtitlan. ¿Quién mejor que yo, hija de su más leal servidor y por tanto objeto de toda su confianza, para realizar la tarea de espionaje a satisfacción?
Me encuentro postrada ante Su Majestad para ofrecerme aparentemente en sacrificio en su nombre y por su beneficio. No hay mucho que mi padre pueda oponer a mi ofrecimiento, no con las palabras que anteriormente acaba de declarar lleno de convicción. Él fue quien dijo que sólo los servidores realmente leales a la Corona serían capaces de sacrificar y enviar a sus hijas al otro lado del océano para garantizar la paz y tranquilidad de aquellos territorios siempre susceptibles a rebelarse e independizarse. Lo que equivale a decir que nadie en su sano juicio entraría en el campo de batalla sin pestañear y por su propia voluntad mas que siendo un auténtico noble al servicio de la Corona. La sociedad aquí reprueba la inconsistencia y mi padre es un ferviente conservador. No arriesgaría sus principios por mí, ¿no?
— ¿No temes que te rechace, señorita? —recibo de Su Majestad visiblemente preocupado—. Por tus venas corre sangre de los Duques de Castilla y Aragón. Me temo que te rechazará de inmediato, jovencita.
— No hay precedente de que alguna señorita haya sido rechazada públicamente en festejos anteriores, Su Majestad. Dudo que haya alguien, por más insurgente que sea, que desee quedar mal ante el pueblo que ama presenciar la entrega del Laurel —replico con confianza.
Porque entregar el Laurel es símbolo de una audaz confesión amorosa. Ninguno de nuestros Generales es tan descortés y abominable como para rechazar tan gran muestra de afecto pública... Aunque hay que admitir que siempre es una puesta en escena absolutamente planeada... Sólo que ahora estoy forzando el cambio de destinatario…
— Porque ha sido arreglado de antemano —confirma Su Majestad con obviedad.
—La presión sobre él será muy fuerte —objeto, me saldré con la mía—. Es un evento en el que no puede darse el lujo de arruinarse. Su Majestad ha dicho que el mismo Marqués lo ha solicitado. Además, confío en que, con el respaldo de Su Majestad, será aún más la presión. El Marqués no se arriesgaría a ser acusado de rebeldía contra su voluntad. No arriesgaría su delicada relación con el Imperio, no todavía. América no tiene los medios, ni está preparada para la guerra. Y yo podría prevenir que se prepare para una.
No cuenten conmigo, no señor. No merecen más que mi traición, pero debo conseguir una salida de aquí que me lleve lejos, muy lejos. La que me ha destinado mi padre no es opción alguna. Por ende, debo fingir mi completa disposición a colaborar, a mi manera, eso sí, por ahora. Mientras pueda hacerle ver a mi padre los mejores beneficios que puedo ofrecerle, estaré perfectamente.
— No te tratará bien —continúa Su Majestad evidentemente agitado por no dar con una razón irrefutable.
— Tampoco puede matarme. Seré descendiente de la familia que más odia, pero no podrá tocarme sin consecuencias. De hacerlo, Su Majestad tendrá la ventaja para someterlo, a él y a los de su bando, los otros Señores de América. No se puede permitir arriesgar a sus hermanos, no cuando yo misma le frustre poder estar preparado para desobedecerle.
Mi padre quisiera protestar, pero obviamente no tiene idea de cómo hacerlo sin tener que tragarse sus propias palabras.
— Muy bien, señorita Austria —veo algo entre respeto e incredulidad en la mirada del títere de mi padre—. Agradezco su colaboración y le deseo un feliz desenlace en su propósito.
— Muchas gracias, Su Majestad —digo satisfecha y hago una reverencia.
En cuanto Su Majestad se marcha de nuestro hogar, mi padre deja de fingir estar de acuerdo y me mira serio.
— ¿Por qué te ofreciste, Austria? Te había dicho que entregarías el Laurel a Don España.
— Quiero mi libertad y cambiar de aires, Padre. No quisiera permanecer en la capital por siempre. Además, deseo ser del mayor provecho para la familia y que cambie de hombre no significa que no termine conectando con la misma familia que usted desea. Ser viuda o divorciada es más honorable si se le añade el buen servicio hecho a la Corona. Contra eso, ser esposa a perpetuidad de esa familia palidece en comparación. Usted tendrá las mismas oportunidades de arruinarlos igualmente. Lo que dure mi matrimonio, porque intentaré que dure lo suficiente, será lo justo para que usted obtenga su beneficio —alego con desparpajo.
— ¿Qué quieres a cambio? —exige fastidiado y con resignación.
Oh, ya nos vamos entendiendo. Me alegra haberle convencido.
— Una buena dote. Debo vivir respetablemente tras el término de mi matrimonio.
— Tienes un trato, hija mía.
Es la primera vez que me llama así. He de haberle causado una muy buena impresión por primera vez en mi vida.
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— Al fin ha terminado, pe. No quisiera tener que sacrificar todo por esos engreídos de la capital. Europa vive demasiado cómoda a nuestra costa.
— Ni que lo digas, weon. Estoy harto de los cañones y de los piratas. Me alegra la perspectiva de poder pasear por la costa sin más preocupaciones que las básicas.
— Deberían agradecer de que van a darnos el recibimiento correspondiente, chaval. Viva Dios y las influencias que aún nos quedan. ¿Alguien sabe qué sorpresa podrían tenernos reservada?
— A ti que eres patrocinado directo de Europa, wey, para nosotros es diferente —el desdén se adivina a leguas, nunca han podido llevarse bien—. Espero que ninguna —el tono mejora considerablemente—. Nuestros soldados merecen ser celebrados y nuestros muertos ser honrados. Nadie debería negarles eso. No nos están haciendo ningún favor.
— Estoy con México, parces. Necesito un buen trago y buena compañía.
— Che, cierren el pico de una buena vez. ¿No ven en dónde estamos? Pronto llegaremos al palco imperial, pibes. Compórtense.
Aunque aborrezca todo lo relacionado con el Imperio, México se obliga a poner buena cara. Si no soporta a España, ver al Duque de Österreich le pone peor. Más todavía cuando, de tan solo verlo, la mano derecha del Emperador le dedica un gesto burlón, de abierto regodeo en su triunfo sobre él por algo que seguramente no podrá prevenir. Tras él, su hija, vestida de blanco, espera nerviosa con un Laurel de la Victoria entre las manos. Con que quieren quitarles protagonismo con esa estupidez. Por él, pueden hacer lo que quieran. No podría esperar algo diferente de la facción de la capital, así que soportará sus tonterías. México había escuchado rumores de que Austria, esta chica que está a punto de ridiculizarse públicamente, se declararía a España, aprovechando la ocasión, dándole ese Laurel, tal y como dicta la tradición. Así que, cuando ella se coloca frente a él e ignora por completo a un incrédulo España, la sospecha de que algo no ha salido acorde al plan se asienta en el pecho del primero. Esto no pinta nada bien.
— Marqués de Tenochtitlan —empieza ella al borde de la emoción más abrumadora que ha presenciado jamás—, le suplico tome este Laurel que le ofrezco en señal de mi eterna devoción a usted. Con él quiero darle testimonio de mi fervientemente admiración y amor…
México no oculta su desagrado. El público a su alrededor aulla y vitorea de la emoción. Para ellos, la perspectiva de un casamiento tras una declaración de este tipo es obvia e indiscutible, algo mejor que la victoria militar que México y los suyos han logrado con mucho sacrificio. Él no acaba de creerse que ella se esté humillando de esta manera sólo para que su padre pueda asestar el primer golpe mortal a él, e indirectamente al resto de América. Qué ingenua si cree que él aceptará su patética ofrenda…
— ¿Segura que sabe qué hace, señorita Austria? España está más allá. Dudo que nos hayamos encontrado antes de ahora en alguna parte como para que me declare esto —observa México sin mucho tacto.
Ella no se mueve ni un poco y permanece igual de emocionada que al principio. Al confirmar que es en serio que se está ofreciendo a él, México comprueba con ira contenida que nada podía ser mejor que esto para sus enemigos. Por supuesto que no la cree. Es demasiado bueno para ser real. Obviamente quieren implantar un espía. Hasta creen que se los permitirá.
— ¿Cómo no reconocer al hombre que siempre he amado? —ella le responde con ferviente convicción—. Sé que no ha sido con frecuencia, pero una única vez fue suficiente para saber que usted y sus hazañas son incomparables. Un instante fue suficiente para que mi corazón no se dé abasto en su devoción hacia usted. Bastó con una ocasión para enamorarme perdidamente de usted, pero escuchar lo que logró en la guerra terminó por hacerme irrevocablemente parcial de todo lo que venga de usted. Le ruego acepte mi ofrenda.
— Ésa no es la manera de…
— Aceptaré que no tome responsabilidad —le interrumpe ella ahora sollozando, lo que faltaba—, pero hágame el honor de aceptarlo. No soportaré su rechazo completo.
La muchedumbre comienza a alterarse y murmurar. Hasta en el palco imperial se alza el murmullo de sus ocupantes. Tal parece que pocos sabían de esto. México rechina los dientes disgustado. ¿Es él capaz de arruinarse a este grado sólo para rechazar un ataque artero tan bien amañado? ¿Qué le habrán prometido a ella?
— Marqués de Tenochtitlan —interviene el títere por excelencia—, qué mejor celebración para tan digna ocasión que aceptar el amor sincero de una señorita tan distinguida, de buen linaje, hermosa y virtuosa como lo es la señorita Austria. Mis felicitaciones para ambos. Tienen mi bendición...
México quisiera vomitar. Para cerciorarse de que la situación debe ser salvada a como dé lugar mira de reojo a sus acompañantes. Perú se nota completamente indignado, Chile está analizando la situación, Colombia se muestra disgustado y Argentina lo mira expectante. El resto de las tropas permanece a la espera de su siguiente movimiento. Confían en él y su buen juicio, no puede fallarles. Luego está España, quien parece sentirse tan traicionado que ni se molesta en ocultar su resentimiento. Confirmado, ha habido un cambio de planes…
— Por favor…
Bastante frustrado tras analizar la situación, México termina decidiendo que debe seguirles el estúpido juego y le arranca el laurel de entre las manos a Austria con el vitoreo renovado de las masas como fondo. Lo hace diciendo lo que nunca en su vida pensó que le diría a un miembro de la familia que más detesta en el mundo.
— Acepto sus intenciones, señorita Austria. Espero que sea una buena esposa.
El rostro de ella se ilumina por toda respuesta. México se aleja para evitar que lo toque. Desea felicitarla, pero decide que no es momento de hacerlo. Definitivamente ella es una actriz muy buena, demasiado creíble, pero no le ha logrado engañar. En silencio se promete que le dejará claro desde el principio cuál será su lugar en América. Ella no será parte de la Casa de Aztlán. De eso no cabe duda.
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DE ACUERDO AL PLAN
Para Austria no resultó difícil convencer a las masas, y mucho menos a la nobleza, de que estaba perdidamente enamorada del Marqués Aztlán. Un poco de exageración aquí y mucha ridiculez allá fueron suficientes para que la opinión pública terminara por comprarle sin reservas su actuación. El único que no se lo traga ni por accidente es el propio Marqués, pero eso es irrelevante. Austria debe reconocer que temió por un momento que la rechazara frente a tanta gente. Finalmente su ahora prometido no tiene fama de obediente y detesta estar sometido a la Corona. Para su alivio, México de Aztlán es más sensato y listo que su primer prometido. Será impulsivo y cascarrabias, pero no busca escalar en la sociedad. Lo que desea es la independencia de sus tierras y de las del resto de sus parientes y eso no es algo que pueda lograr enemistándose anticipadamente con la gente del reino. Así que no tuvo más remedio que aceptar la ofrenda de Austria y someterse a la bendición de Su Majestad. Con arrebatarle de las manos el Laurel de la Victoria quedaron automáticamente comprometidos ante los ojos de todo habitante de la capital. Austria puede estar tranquila. Su media hermana ya no la tendrá al alcance de la mano para atormentarla. Su anterior prometido puede irse buscando otra joven que quiera tolerar su deslealtad. Y ya no está bajo la tutela insoportable de su padre. Con su numerito Austria aseguró su boleto de ida sin retorno del lugar en que menos estaba segura más una dote cuantiosa y la seguridad de un futuro distinto al primero que tuvo. El único problema que le queda por resolver es la noche de bodas. Asunto delicado ya que, siendo hija de su padre, ha heredado el odio desbordado por los Aztlán que ha sido propio de su familia por generaciones enteras. Desagrado correspondido enteramente por su nueva familia política y que sólo empeora con el paso del tiempo. Austria no espera con ansias el final del banquete nupcial. Si soportó con una sonrisa la ceremonia nupcial, no puede decir que esté bien dispuesta a continuar con su actuación a cada hora que pasa. Debe buscar una manera de que su ahora marido no duerma con ella esta noche, ni ninguna otra. Le repugna el tan solo tenerle cerca, menos aún soportaría que la tocara. No quiere imaginarse lo que haría si llegara a quedar embarazada…
— Señora Marquesa, la conduciré a sus aposentos —la llama una voz.
Austria interrumpe su hilo de pensamiento para mirar a la doncella que le han asignado. No lamenta que ningún sirviente de la casa de su padre la haya seguido hasta América, pero tampoco le entusiasma el modo en que fue recibida por el servicio de aquí. Aquí todos la miran con sospecha, es natural ya que prácticamente es el enemigo entre ellos. Buscan que tenga la menor cantidad de conexiones posible con su familia y la capital del reino. A Austria eso no le importa mucho. Prometió hacer de espia e infiltrada, pero no planea mover un dedo en favor de nadie. Debe salir viva de aquí para disfrutar de su dote cuando el divorcio sea inevitable. Planea tener una vida larga y amena. Ningún conflicto político debe hacerla más desagradable a ojos de su familia política mientras tanto. Así que, resignada, pero intentando mantener su acto, Austria sigue a Veracruz por los pasillos del castillo en que se ha celebrado el festejo de su boda. Duda que pueda evitar lo que está por ocurrir y sólo espera que no resulte en una desgracia…
— Sepan todos desde este momento que no la reconozco como mi nieta, en estas tierras no hay decreto real que valga —se deja oír desde el otro extremo del pasillo en que se encuentra—. Jamás aceptaré a una hija de Österreich como la Ama y Señora de la Casa de Aztlán. Ojalá mi nieto pueda deshacerse de tan vil arpía lo antes posible. Nos han insultado con una conexión así. Habiendo tantas jóvenes oriundas dignas de...
Veracruz la mira de reojo, como a la espera de algo, pero continúa caminando. Austria respira con pesadez y se limita a atravesar la puerta de la habitación que Veracruz mantiene abierta para ella. No esperaba menos, sólo que desea que no atenten tan pronto contra su vida. Quiere vivir su vida y salir ilesa de aquí es primordial para lograrlo.
— La ayudaré a prepararse —informa Veracruz sin mirarla.
Austria asiente con la cabeza y se dispone a cambiarse de ropa. Dormir con tu peor enemigo nunca le resultó tan delicado como hasta ahora. Ni siquiera su propia familia le inspiró tanta aprehensión. Una vez cambiada, Veracruz se despide de ella y Austria queda sola. En un principio la ansiedad le gana, pero conforme avanza la noche comienza a relajarse un poco. Su marido no parece tener planes de hacer acto de presencia pronto. No es sino hasta bien entrada la noche que Austria escucha pasos y alguien entrando en la habitación en que prácticamente estaba cayendo profundamente dormida. Temerosa se incorpora de inmediato sólo para comprobar que se trata del supuesto amor de su vida algo pasado de copas. Lo que le faltaba. Está por empezar a idear una escapatoria cuando él mismo se la facilita.
— Antes muerto que permitir que la sangre de Österreich corra por las venas de mi heredero —declara con bastante sobriedad para su estado, Austria no puede más que concordar con él—. Usted, señorita, tiene mejores motivos que los que afirma tener y no pienso arriesgarme reconociendo para usted ninguna de las funciones de una esposa. Juro que no voy a tocarla ni aceptarla como tal ni ahora ni en el futuro. Nos divorciaremos a la menor oportunidad.
Austria decide que es momento preciso para intervenir y dejar caer la máscara que se ha visto obligada a llevar todo este tiempo. Sabe de las costumbres de este lado del Imperio y piensa emplearlo a su favor. Con tantos testigos, el que Marqués no cumpla su promesa redundaría en deshonra para él. Qué mejor que contar con la presencia de algunos sirvientes de lealtad indudable a la casa cerca de la puerta.
— No dudo en que mantendrá su palabra, Marqués de Tenochtitlan —responde Austria incapaz de suprimir una sonrisa—. Por mi parte, juro, en atención a su honestidad, que no pienso ni tengo intenciones de ocasionar daño de cualquier tipo a los suyos. Tras el divorcio no volverán a saber de mí. Que los leales servidores de esta Casa nos sirvan de testigos.
Las expresiones en los rostros de los presentes dejan clara la opinión general. Quizá Austria deba esforzarse un poco más para asegurar que el Marqués se divorciará en lugar de enviudar. Por el momento está satisfecha. Puede ver su vida después de este pequeño sacrificio que promete ser llevadero. Sólo debe esperar unos cuantos años y, entonces, será libre realmente.
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