2011

— Papá.

Harry levantó la mirada de los papeles que revisaba y se encontró a su hijo mayor. El pequeño, de ocho años, se retorcía las manos bajo el marco de la puerta.

— ¿Sí, cariño? —preguntó con voz tranquila, abriendo los brazos para darle la bienvenida.

James, con su revuelto cabello pelirrojo y sus pecas, se subió a sus rodillas. Daba igual lo grandes que fueran sus hijos, su regazo seguía siendo el lugar preferido de los dos niños para contar sus cuitas y buscar consuelo.

— ¿Entonces Teddy es un alfa?

La pregunta, por esperada no era menos complicada de manejar. La estrecha relación entre su ahijado, que ya había cumplido trece años y, como todos esperaban por su ascendencia licántropa, se había presentado como alfa, y James, hacía bastante tiempo que era un tema de conversación entre los tres adultos de la casa.

— Eso parece, sí. Pero no cambia nada, sigue siendo Teddy.

El niño hizo un puchero y se apoyó más contra el pecho de su padre, que le abrazó aún más estrechamente.

— ¿Qué ocurre, Jamie?

— Molly dice que yo también voy a ser un alfa.

Era cierto, la matriarca Weasley tenía muy buen olfato para saber en qué casta iban a debutar los niños a su alrededor, empezando por sus propios hijos.

— Ella suele acertar —admitió, también había escuchado a Molly decirlo.

— Pero yo no quiero.

— ¿Por qué, cariño?

— Porque entonces no podré casarme con Teddy cuando sea mayor.


Diez años después

Harry observaba el salón de Grimmauld lleno de jóvenes. No era la primera vez en esos años que se paraba a pensar cuanto gritaría Walburga Black si viera su casa convertida en la de una familia tan poco ortodoxa.

— ¿Qué haces aquí solo? —preguntó Sirius, sentándose junto a él con un vaso en la mano.

— ¿Me creerías si te digo que pensaba en tu madre?

— Creería que me estás vacilando, como dice James.

Su ahijado sonrió y bebió de su propio refresco.

— Pensaba en como ha cambiado esta casa desde que nosotros llegamos aquí después de la batalla. Mira toda esta gente joven.

Y abarcó con una mano el gran salón, otrora lleno de muebles polvorientos y sombríos, ahora con adolescentes y jóvenes de distintas edades repartidos por todos los muebles y superficies, desde la alfombra azul que había elegido Harry unos años atrás, cálida y suave porque a sus hijos de niños les gustaba tumbarse a escuchar los cuentos de Remus delante de la chimenea, hasta el feísimo pero infinitamente cómodo sofá que había aportado Remus al poco de instalarse con ellos, tras desmontar la casa de sus padres para venderla.

— Nos invaden los pelirrojos.

— Se reproducen intensamente —bromeó Harry, aprovechándose de que ninguno de los omegas de la familia le escuchaba.

La mitad de los jóvenes allí presentes eran Weasley. Luego había compañeros de James de clase, o hijos de amigos de Harry que habían crecido cercanos a la familia, como los de Luna o los de Dean y Seamus. Por supuesto, estaba Scorpius, siempre flanqueando a Albus, e incluso había tenido ocasión de conocer a uno de los hijos de Zabini y Parkinson, rival de James en el quidditch que, sospechaba Harry, era un amigo muy cercano al homenajeado. El que faltaba, sorpresivamente, era el otro habitante joven de la casa.

— ¿Y Edward? —preguntó Harry a Sirius.

Sirius torció el gesto.

— Trabajando.

— ¿El día del cumpleaños de James?

Era sorprendente porque Teddy había sido un hermano mayor modélico con los hermanos Potter, jamás se perdería un cumpleaños o un festejo familiar.

— Más o menos eso he dicho yo. Se ofreció a una guardia nocturna.

Harry frunció el ceño con extrañeza y miró a su hijo. Justo en ese momento, Alexander Zabini estaba junto a él, diciéndole algo al oído con la mano colocada en su espalda, a la altura de la cintura. Buscó con la mirada entre las chicas Weasley y entonces entendió, porque tampoco estaba Victoire, la hija mayor de Bill.

— ¿Se ha peleado con Vic?

— ¿Edward? algo así.

— ¿Cómo es eso?

Su padrino bebió un par de tragos de su cerveza con la mirada fija en James, que reía a carcajadas con la cabeza echada hacia atrás.

— Ted no ha entrado en detalles, pero yo tengo una teoría. Es por James.

— ¿Por James? —cuestionó extrañado Harry.

— En resumen, James sale con Alexander, Teddy se entera, no le parece bien, se enfurruña y luego Victoire discute con Teddy porque no entiende qué le importa a su novio con quién sale James.

— Oh, vaya —entendió.

— Remus cree que Victoire y Ted ya llevaban un tiempo tensos y que no es la primera vez que discuten por James. También cree que James no sabe que es un motivo de discusión.

En silencio, siguieron mirando a los jóvenes un rato más, hasta que Remus les llamó a la cocina para sacar la tarta y después los arrastró escaleras arriba, dejando espacio a los chicos.


Eran las seis y media de la mañana pasadas cuando Edward llegó por fin a casa. Entró desabrochándose la guerrera del uniforme, cansado, arrastrando los pies. El salón aún olía a muchas personas reunidas, algo que siempre hacía que su sensible olfato se resintiera, así que se dirigió a la cocina, con la esperanza de que quedara algo de tarta y poder esconderse en su habitación con un trozo y un vaso de leche.

Haber faltado a la fiesta de cumpleaños de James era una cagada. Una por la que además le iba a caer una charla, sabía que de eso no escaparía. A pesar de haber perdido a su madre al poco de nacer, se había criado con dos padres y un padrino, y dos chicos a los que consideraba sus hermanos menores. Tenía una familia excepcional y lo sabía, por eso era aún peor lo que había hecho.

Lo que no esperaba era que la charla le viniera del menor de todos. De hecho esperaba a los tres adultos haciéndole una intervención, no a Albus.

— Buenos días.

— ¿Qué haces despierto? ¿Estás bien?

— Creo que anoche socialicé demasiado, he dormido fatal. ¿Qué tal la guardia?

Albus no era un interrogador como su padre Sirius o Harry. Albus era como su padre Remus, paciente, con capacidad para mirarle y hacerle confesar sus más profundos pensamientos, así que evitó sus ojos mientras abría la nevera y sacaba los restos de tarta.

— Tranquilo. ¿Qué tal la fiesta? —intentó preguntar con naturalidad.

— Mucha gente. Pero James disfrutó. Alex se quedó a dormir y Vic no vino.

Edward tensó la mandíbula y el trozo de tarta que se llevaba a la boca le supo a cartón. Porque en lugar de huir a su cuarto, se había sentado a comérsela frente a Albus. Mala idea desayunar con un Slytherin cuando no has dormido todavía y tu cabeza es un revoltijo de cosas.

— ¿Zabini sigue aquí? ¿Durmiendo con James?

— Ya sabías que Vic no vendría.

— Me ha dejado.

— ¿Porque te interesa más lo que hace mi hermano con Alex que vuestros propios asuntos?

— ¿No puedo preocuparme por James?

Albus se inclinó hacia delante, con una media sonrisa Black que no tenía claro si había aprendido de Sirius o de Scorpius, se inclinaba a lo segundo.

— Vic es muchas cosas, pero estúpida no, Ted. Y es medio veela, su olfato y su instinto son más afilados. Hasta yo puedo oler ahora mismo tu molestia por pensar que mi hermano pueda estar teniendo sexo en este momento con Alex.

— Solo es… —iba a volver a excusarse diciendo que era preocupación de hermano mayor, pero ni siquiera se lo creía lo suficiente como para verbalizarlo.

— Alex es un buen tío. Pero no eres tú.

— Al… —gimió, frotándose los ojos por el cansancio y la confusión mental— ya estamos los dos bastante marcados socialmente, no quiero titulares y menosprecio para James.

— ¿Prefieres esto? Yo… no poder tener a quien quieres te come por dentro, en esta casa todos hemos estado ahí en algún momento. Mira tus padres, todo lo que han enfrentado y al final ellos tenían que estar juntos.

Edward estiró la mano por encima de la mesa y cogió una de las de Albus para apretarla. Era la primera vez que el pequeño de la casa insinuaba que los evidentes sentimientos de Scorpius eran correspondidos y que sufría porque la barrera familiar se alzaba entre ellos y la posibilidad de un vínculo.

— Pero esto… sin poder vincularnos, sin poder casarnos ni tener hijos, sabiendo que todo va a ser lucha. No sé si quiero una vida de pelea como la de Harry, Al.

— La pregunta no es esa, la pregunta es si evitar esa lucha te compensa saber que James está durmiendo en la habitación de al lado con otro con el que sí podría tener todo eso, pero que, como le ha pasado a Vic, nunca serías tú. Si vas a seguir faltando a eventos familiares o te vas a mudar cuando él se mude aquí para evitarlo en la mesa del desayuno. A mí, si me das a elegir prefiero la lucha y tener a quien quiero cada noche durmiendo conmigo.

— ¿Seguro que estás bien? —preguntó cuando el adolescente se levantó para acercarse a coger un vaso de agua.

— Son las hormonas del tratamiento nuevo —le respondió de espaldas a él.

Pero Edward lo conocía bien, a pesar del carácter introspectivo y un poco distante, lo había llevado de la mano toda su infancia, realmente había ahí un sentimiento fraternal. Se puso de pie y lo abrazó con cuidado desde atrás.

— ¿Ha pasado algo con Scorpius?

— Su padre amenaza con mandarlo a cursar sexto y séptimo a Beauxbatons. No sé, el celo es en dos días y estoy alterado y todo se me hace grande.

— Lo siento.

— No lo sientas por mí, siéntelo por ti, que James está ahí mismo y tú estás muerto de miedo.

La bofetada verbal le dolió tanto como si Albus le hubiera cruzado la cara de verdad. Porque tenia razón y porque para un alfa que le llamaran cobarde en algo relacionado con la persona a la que sentía como compañero…

— Me voy a ir a la cama.

— Buena idea, James y Alex dijeron que madrugarían hoy.

Aún aturdido, subió las escaleras. La casa estaba silenciosa, parecía que los demás dormían todavía, pero él estaba hiperalerta, con todos sus sentidos buscando algo al pasar por delante del cuarto de James, pared con pared con el suyo.

Por un momento pensó en coger el pijama y subir al piso de arriba, a uno de los cuartos de invitados. Pero un movimiento en el cuarto de al lado, una risa tenue y un suspiro le hicieron quedarse congelado sentado en el borde de la cama, incapaz de moverse, en tensión, esperando otro sonido.

Con las manos aún aferrando el pijama, esperó y esperó, apenas respirando, pero no hubo nada más hasta que al cabo de casi una hora escuchó la puerta cerrarse y pasos que se alejaban por el pasillo. Entonces soltó todo el aire retenido y se frotó los ojos con las manos, dejándose caer hacia atrás en la cama hasta quedar tumbado con los pies aún tocando el suelo.


Tres mañanas después, al bajar a desayunar en la mañana de su día libre, se encontró a su primo preparando una bandeja. A su alrededor flotaban una nube de hormonas alfa y al acercarse a él vio que tenía los ojos enrojecidos y le temblaba un poco la barbilla.

— Scorp, ¿estás bien?

El muchacho carraspeó para aclararse la garganta mientras parpadeaba fuerte.

— Hola, Ted. Sí sí, todo bien.

— Oye —Lo cogió del hombro para que se girara hacia él— puedes confiar en mí.

— Tengo que subirle el desayuno a Albus, no quiero dejarlo solo.

— ¿Por qué no lo has preparado arriba?

— Se me olvido ayer subir el té que le gusta. Y la mermelada de arándanos.

— Eres humano. Y cuidar de Albus en su celo debe de ser difícil.

— Merece la pena.

Y sin decir nada más, cogió la bandeja y salió de la cocina. Edward se quedó allí plantado en mitad de la cocina, asumiendo el zasca. A Scorpius le merecía la pena los malos ratos que pasaba cuidando a Albus en sus celos, el bombardeo de hormonas, las erecciones dolorosas sin atender, la falta de sueño, todo se compensaba cuando el omega salía del sueño agitado inducido por las drogas, le miraba y le daba las gracias por no abandonarle nunca. Porque a pesar de las dificultades que le acarreaba con su padre, daría la vida por hacer a Albus feliz.

— ¿Ted?

Aún estaba congelado y no había escuchado llegar a James, que le miraba perplejo desde la puerta.

— Em, hola.

— ¿Qué haces?

— Yo… iba a poner la tetera —le dijo sin mirarlo, arrancando a moverse por la cocina abriendo y cerrando más armarios de los necesarios para localizar la tetera y el té.

James lo siguió con la mirada, aún sin entender del todo. Finalmente, se acercó a sacar el pan y comenzó a hacer tostadas.

— ¿Todo bien? Hacía días que no nos cruzábamos.

Ted se mordió el interior de la mejilla para no decirle que no se cruzaban porque le evitaba y cogía todos los turnos extras que le ofrecían en el cuartel.

— Con ganas de descanso.

— ¿Tienes el día libre? Podemos celebrar mi cumpleaños los dos solos.

— ¿No tienes planes con Zabini?

La pregunta sonó peor en sus labios que en su cabeza e hizo que el joven Potter dejara las manos quietas y lo mirara, sorprendido por su acritud.

— ¿Qué problema tienes con Alex? —cuestionó sin entender.

—Ninguno, discúlpame —se afanó en la tetera, sin mirarlo.

Pero James no estaba dispuesto a dejarlo estar, porque ya hacía unos días que estaba todo raro entre ellos y él quería entender, preocupado porque se estuviera cultivando algo negativo con su ídolo. Lo enganchó del hombro, tal y como había hecho con Ted un rato antes con Scorpius, y lo giró para que lo mirara. Y observó sorprendido como la nariz del otro alfa se hinchaba levemente, como si esforzara en buscar un olor en él.

— ¿Qué te pasa? llevas unos días muy raro.

— Hueles a él.

— ¿A quién? ¿A Alex? puede que el pijama, sí, se quedó a dormir el día de mi cumpleaños.

— No me gusta.

James dio un paso atrás con el ceño fruncido.

— ¿Por qué me dices eso?

— Porque soy imbécil —reaccionó Ted, pasándose la mano por la cara y volviendo a la tetera que pitaba.

— Oye, no me des la espalda.

— Vamos a desayunar…

Pero James no era Albus, no tenía su paciencia ni su capacidad para captar sentimientos ajenos. Todavía ceñudo, le quitó la tetera de la mano y le hizo mirarle de nuevo.

— Que me lo expliques Edward. ¿Qué mierda tienes en la cabeza?

— No es nada.

— Mientes de pena. ¿He hecho algo mal?

— Claro que no, James.

— ¿Entonces por qué te alejas de mí?

A Ted le revolvió esa pregunta, y sobre todo le revolvió la voz rota de James, que realmente estaba dispuesto a creer que era culpa suya, que había hecho algo mal. Alzó la mano y le puso el índice sobre los labios.

— Porque soy imbécil —repitió, apretando el dedo cuando James hizo un intento de abrir la boca para hablar—. Porque he intentado que lo que siento por ti encaje en un molde que se me queda muy pequeño, nunca podré verte solamente como un hermano o un mejor amigo. Y ahora has encontrado a alguien que te hace reír y yo… No puedo verlo.

— Tú… sí que eres imbécil. Has estado tres años yendo y viniendo con Vic delante de mis narices. ¿Se suponía que yo tenía que esperar a que me vieras? ¿a que te dieras cuenta de que yo siempre te he querido, por absurdo que sea? Maldita sea, Ted, eres un puto egoísta.

El joven alfa salió de la cocina pisando fuerte y Edward se quedó allí, junto a la tetera, con el corazón latiendo a toda velocidad y sintiendo que se ahogaba en su propia mierda.


Harry tocó la puerta de James. Su hijo no había bajado a desayunar y tampoco a comer y su corazón de padre estaba preocupado.

— Jamie, ¿puedo pasar? —preguntó, porque nunca era buena idea entrar sin llamar en la habitación de un hijo adolescente.

La puerta se abrió ante él y llegó a captar la imagen de su hijo, aún varita en mano, volviendo a tumbarse de lado en la cama, acurrucado contra la zarrapastrosa almohada que había llevado a todas partes cuando era pequeño.

— Hijo, —Se acercó hasta sentarse en el filo de la cama y ponerle una mano en la espalda— ¿qué ocurre?

— ¿Me creerías si te digo que me duele el estómago y me dejarías en paz?

— Si lo que necesitas es que te deje en paz, desde luego. Solo quería saber si estabas bien, tú nunca te saltas una comida.

James se giró y aprovechó que el muslo de su padre le quedaba cerca para esconder la cara en él. Instantáneamente, Harry metió los dedos entre el revuelto cabello caoba y le rascó el cuero cabelludo como le gustaba.

— ¿Por qué no salí omega? la vida sería más fácil.

A su padre se le escapó una carcajada seca que hizo que el muchacho lo mirara mal.

— Cariño, me temo que nadie en esta casa estaría de acuerdo contigo. ¿Quieres contarme?

El muchacho volvió a esconder la cara contra su pierna y Harry esperó pacientemente que se lanzara a hablar, de nuevo alisando con los dedos sus ondas anaranjadas.

— Ted se me ha declarado.

A Harry el corazón le perdió un paso. No es que le sorprendiera, pero tenía la esperanza de que al crecer los mutuos sentimientos cambiaran.

— ¿Y tú qué le has dicho?

— Le he llamado egoísta, yo me lo he tenido que comer saliendo con Vic tres años.

Razón no le faltaba a James, pero Harry entendía que la diferencia de edad también había sido un factor en las decisiones del joven Lupin.

— Parece que Vic le ha dejado porque estaba más pendiente de lo que tú hacías con Alex que de ella.

— Pobre Vic —se dolió en nombre de la muchacha.

— ¿Y pobre Alex también? —quiso saber su padre.

— No es lo mismo, nosotros solo andábamos tanteando. A Alex le gusta mucho otro omega, un compañero mío de equipo. Me propuso ver si éramos capaces de estar… ya sabes, con quien tocaría si fuéramos normales —explicó, bajando la voz al final como si esperara que a su padre le molestara.

Y lo hizo, claro. Con un suspiro sostuvo la mirada agobiada, una que conocía porque era la suya en el espejo cuando era más joven y la lucha se le hacía pesada muchas veces, especialmente cuando la paternidad lo complicó todo.

— Hijo, ¿quién decide lo que es normal? ninguno de vosotros tiene que encajar en un molde que no es el suyo.

— De todas formas no estaba funcionando. Pero papá… ¿tú crees que esto del alfa-alfa puede funcionar?

— Según Remus, que es el que controla de historia de la magia, siempre ha habido parejas dentro de la misma casta. Theodore trabaja con varias parejas de omegas, ayudándoles en sus celos, personas que llevan mucho tiempo juntas. Lo único que necesitas saber es si tú estás dispuesto a hacer que funcione.

James se incorporó para sentarse frente a su padre, con las rodillas apretadas contra el pecho.

— Hasta que Ted no se presentó como alfa no me di cuenta de que igual no podía ser su novio.

— Lo recuerdo.

— Nunca intentaste quitarme la idea

— ¿Por qué haría tal cosa? os he educado para que no haya nada que os impida conseguir vuestros objetivos.

— Podrías desear que al menos uno de nosotros tenga una vida fácil.

— Cariño…, el día que decidí ser padre soltero lo hice sabiendo que nunca sería fácil. Ojalá para vosotros lo sea más que para mí, pero no os voy a desear una vida cómoda por encima de una vida feliz. Si Edward es lo que tu corazón quiere, ve a por él. Está abajo en la biblioteca.

En un impulso, James se echó a sus brazos, derribándolo sobre la cama. Lo abrazó fuerte y, durante unos segundos, puso el oído en su pecho como hacía cuando era pequeño y buscaba sus latidos y su olor para calmarse.

— Eres el mejor, papá —declaró al incorporarse.

Harry sonrió y lo observó mientras salía de la habitación. Después cogió aire, lo soltó y salió él también de la habitación en busca de Remus.


Ted leía junto a una ventana, acurrucado en una butaca, uno de los libros que su padre le leía de niño. Necesitado de confort y de desconectar el cerebro, se había perdido entre las estanterías de la gran biblioteca hasta encontrar uno de esos clásicos muggles en los que la historia le era tan ajena que permitía a su cerebro desconectarse de todo lo que estaba pasando. Hasta que alguien se dejó caer en la butaca de al lado.

Levantó la mirada y su alfa se revolvió al ver las huellas del llanto en la cara de James.

— ¿Me quieres? —le preguntó James a bocajarro.

Por un momento, se quedó congelado, incapaz de verbalizarlo. Sus ojos repasaron el conocido rostro, la familiar nariz, los ojos ligeramente rasgados, los labios que había pensado en besar innumerables veces. Finalmente, fue su alfa el que verbalizó lo que tenía atascado en la garganta desde la discusión de esa mañana. O desde hacía años, según se mirara.

— Tanto que me asusta no saber protegerte de lo que nos puede caer encima.

James se cruzó de brazos y lo miró con las cejas bajas, en un gesto que debería ser intimidante, pero él encontraba enternecedor.

— No necesito que me protejas. Soy tu igual.

— Sé perfectamente que no eres un omega desamparado.

— No dejes que mi padre te escuche ese comentario. O el tuyo.

A Edward se le escapó una sonrisa, que contagió a James.

— Pero quiero sentarme en tus rodillas —confesó el joven en un susurro, un poco avergonzado por ese deseo tan poco propio de su casta.

En respuesta, el otro alfa dejó el libro sobre la mesita más cercana y abrió los brazos, a los que James se arrojó para besarle con todo el ímpetu que da el primer amor.

— Yo también te quiero, Edward —le susurró después, entre dos besos mientras acariciaba su cuello con la nariz, necesitado de su olor— y elijo la lucha contigo, nos lleve a donde nos lleve.

— Nos lleve a donde nos lleve —repitió Teddy, que sintió que su alfa levantaba la cabeza y le daba la razón.