Hey, readers!
Como siempre, solo necesito un empujoncito para seguir con estas cosas.
Aquí seguimos con la historia de la chica del pan y la gata que todavía no está en llamas.
CAPITULO VII
"ENTRENAMIENTO"
Mi noche se llena de sueños inquietantes. La cara de la chica pelirroja se entremezcla con imágenes sangrientas de los anteriores Juegos del Hambre, con mi madre retraída e inalcanzable, y con Finn escuálida y aterrorizada. Me despierto gritándole a mi padre que corra, justo antes de que la mina estalle en un millón de mortíferas chispas de luz.
El alba empieza a entrar por las ventanas, y Eternia tiene un aire brumoso y encantado. Me duele la cabeza y me parece que me he mordido el interior de la mejilla por la noche; lo compruebo con la lengua y noto el sabor a sangre.
Salgo de la cama poco a poco y me meto en la ducha, donde pulso botones al azar en el panel de control y termino dando saltitos para soportar los chorros alternos de agua helada y agua abrasadora que me atacan. Después me cae una avalancha de espuma con olor a limón que al final tengo que rasparme del cuerpo con un cepillo de cerdas duras. En fin, al menos me ha puesto la circulación en marcha.
Después de secarme e hidratarme todo el pelaje con una crema grumosa que me ha dado Flavius, encuentro un traje que me han dejado delante del armario: pantalones negros ajustados, una túnica de manga larga rojo oscuro con un cinturón negro y zapatos de cuero, pero los ignoro. Me gusta estar sobre mis propios pies. Me dejo el cabello suelto y es la primera vez, desde la mañana de la cosecha, que me parezco a mí misma: nada de peinados y ropa elegantes, nada de capas en llamas, sólo yo, con el aspecto que tendría si fuera al bosque. Eso me calma.
Shadow Weaver no nos había dado una hora exacta para desayunar y nadie me había llamado, pero tengo tanta hambre que me dirijo al comedor esperando encontrar comida. Lo que encuentro no me decepciona: aunque la mesa principal está vacía, en una larga mesa de un lateral hay al menos veinte platos, mi cola latiguea del gusto. Un joven, un avox, espera instrucciones junto al banquete. Cuando le pregunto si puedo servirme yo misma, asiente. Me preparo un plato con huevos, salchichas, pasteles cubiertos de confitura de naranja y rodajas de melón morado claro. Mientras me atiborro, observo la salida del sol sobre Eternia. Me sirvo un segundo plato de cereales calientes cubiertos de estofado de ternera. Finalmente, lleno uno de los platos con panecillos y me siento en la mesa, donde me dedico a cortarlos en trocitos y mojarlos en el chocolate caliente, como había hecho Adora en el tren.
Empiezo a pensar en mi madre y Finn; ya estarán levantadas. Mi madre preparará el desayuno de gachas y Finn ordeñará su cabra antes de irse al colegio. Hace tan sólo dos mañanas, yo estaba en casa. ¿Dos? Sí, sólo dos. Ahora la casa me parece vacía, incluso desde tan lejos. ¿Qué dijeron anoche sobre mi fogoso debut en los juegos? ¿Les dio esperanzas o se asustaron más al ver la realidad de aquellos veinticuatro tributos juntos, sabiendo que sólo uno podría sobrevivir?
He pasado una noche ligeramente inquieta. La cama, las sábanas y todo es perfecto. Extraño. Es inevitable despertarme temprano. Es mi rutina desde siempre, y desde hace cuatro años, salir a correr por las mañanas. Aquí no puedo salir a correr. Es el tercer día desde que nos fuimos de casa. Me levanto, me lavo la cara, me pongo la ropa que me han dejado al pie de la cama sin fijarme y salgo al pasillo. No hay más que un par de servidores arreglando las elegantes mesas.
Como nadie me dijo a qué hora debía de estar lista, subo hasta el tejado otra vez. El amanecer casi ha terminado, pero el cielo guarda todavía sus notas nacaradas. Los edificios, prístinos, reflejan su luz en mil halos que casi me dejan sin visión, achicando los ojos y mirando al suelo de repente, logro observar como la luna mayor sigue su curso y el nácar va dando paso a una luz clara que ya no daña la vista. Las nubes están bajas, casi parece que puedo tocarlas. Hace un poco de viento, me da frío con la ligera túnica burdeos que traigo, así que mejor bajo al comedor. Ya me ha dado algo de hambre.
En el pasillo me encuentro a Shadow Weaver. Sigue viéndose mejor. Creo que puedo confiar en que estará consciente durante los juegos. Me pregunto de nuevo si es buena idea decirle lo que quiero hacer. A lo mejor así se olvida de mí y solo se concentra en Catra.
Nos saludamos cordialmente y caminamos hasta el comedor que ya está listo en silencio. Catra me regala con su presencia ya aquí. Noto con agrado que esta comiendo un pan en trocitos con el chocolate como me vio hacerlo.
Shadow Weaver y Adora entran en el comedor y me dan los buenos días, para después pasar a llenarse los platos. Me irrita que Adora lleve exactamente la misma ropa que yo; tengo que comentarle algo a Doppler Morfer, porque este juego de las gemelas nos va a estallar en la cara cuando empiece la competición; seguro que lo saben. Entonces recuerdo que Shadow Weaver me dijo que hiciera todo lo que me ordenasen los estilistas. De haber sido otra persona y no Doppler Morfer, habría sentido la tentación de no hacerle caso, pero después del triunfo de anoche no tengo mucho que criticar.
El entrenamiento me pone nerviosa. Hay tres días para que todos los tributos practiquen juntos. La última tarde tendremos la oportunidad de actuar en privado delante de los Vigilantes de los juegos. La idea de encontrarme cara a cara con los demás tributos me revuelve las tripas; empiezo a darle vueltas al panecillo que acabo de coger de la cesta, pero se me ha quitado el apetito.
Después de comer un poco de estofado, Shadow Weaver suspira, satisfecha, saca una petaca del bolsillo de su vestido rojo, le da un buen trago y se acomoda mejor en su silla.
—Bueno, vayamos al asunto: el entrenamiento. En primer lugar, si quieren, pueden entrenar por separado. Decídanlo ahora.
—¿Por qué íbamos a querer hacerlo por separado? —pregunto genuinamente.
—Supón que tienes una habilidad secreta que no quieres que conozcan los demás.
—No tengo ninguna —dice Adora, en respuesta a mi mirada —Y ya sé cuál es la tuya, ¿no? Me he comido más de una de tus ardillas.
No se me había ocurrido que Adora probase las ardillas que yo cazaba; siempre me había imaginado que el panadero las freía en secreto para comérselas él. No por glotonería, sino porque las familias de la ciudad suelen comer la carne de la carnicera, que es más cara: ternera, pollo y caballo.
—Puedes entrenarnos juntas —le digo a Shadow Weaver. Adora asiente.
—De acuerdo, pues denme alguna idea de lo que saben hacer.
—Yo no sé hacer nada —vuelve a decir Adora —A no ser que cuente el saber hacer pan.
—Lo siento, pero no cuenta. Catra, ya sé que eres buena con el cuchillo. Y veo que tienes bonitas uñas —dice sardónica.
—Son bonitas, aunque no las uso para lo que insinúas, pero sé cazar. Con arco y flechas.
—¿Y se te da bien? —pregunta Shadow Weaver. Tengo que pensármelo. Llevo cuatro años encargándome de poner comida en la mesa, lo que no es moco de pavo. No soy tan buena como mi padre, pero él tenía más práctica. Apunto mejor que Glimmer, pero yo tengo más práctica; ella es una genio de las trampas.
—No se me da mal —respondo.
—Es excelente —dice Adora —Mi padre le compra las ardillas y siempre comenta que la flecha nunca agujerea el cuerpo, siempre le da en un ojo. Igual con los conejos que le vende a la carnicera, y hasta es capaz de cazar ciervos.
Esta evaluación de mis habilidades me pilla completamente desprevenida. En primer lugar, el hecho de que se haya dado cuenta, y, en segundo, que me esté halagando así.
—¿Qué haces? —le pregunto, suspicaz.
—¿Y qué haces tú? Si quieres que Shadow Weaver te ayude, tiene que saber de lo que eres capaz. No te subestimes.
—¿Y tú qué? —pregunto, a la defensiva; por algún motivo, su comentario me sienta mal —Te he visto en el mercado, puedes levantar sacos de harina de cuarenta y cinco kilos. Díselo. Sí que sabes hacer algo. —Eso es poco menos de lo que peso yo misma.
—Sí, y seguro que el estadio estará lleno de sacos de harina para que se los lance a la gente. No es como que a una se le dé bien manejar armas, ya lo sabes.
—Se le da bien la lucha libre —le digo a Shadow Weaver —Quedó segunda en la competición del colegio del año pasado, por detrás de su hermano.
—¿Y de qué sirve eso? ¿Cuántas veces has visto matar a alguien así? —pregunta Adora, disgustada.
—Siempre está el combate cuerpo a cuerpo. Sólo necesitas hacerte con un cuchillo y, al menos, tendrás una oportunidad. Si me atrapan, ¡estoy muerta!
Noto que empiezo a subir el tono.
—¡Pero no lo harán! Estarás viviendo en lo alto de un árbol, alimentándote de ardillas crudas y disparando flechas a la gente. ¿Sabes qué me dijo mi madre cuando vino a despedirse, como si quisiera darme ánimos? Me dijo que quizá Dryl tuviese por fin una ganadora este año. Entonces me di cuenta de que no se refería a mí. ¡Se refería a ti! —estalla Adora.
—Vamos, se refería a ti —digo, quitándole importancia con un gesto de la mano.
—Dijo: «Esa chica sí que es una superviviente». Esa chica.
Eso me detiene en seco. ¿De verdad le dijo su madre eso sobre mí? ¿Me valoraba más que a su hija? Veo el dolor en los ojos de Adora y sé que no me miente.
De repente, me encuentro detrás de la panadería, y siento la tripa vacía y la lluvia bajándome por la espalda; cuando vuelvo a hablar, parece que tengo once años:
—Pero sólo porque alguien me ayudó.
Los ojos de Adora se clavan en el panecillo que tengo en la mano, y yo sé que también recuerda aquel día. Sin embargo, se encoge de hombros.
—La gente te ayudará en el estadio. Estarán deseando patrocinarte.
—Igual que a ti.
—No lo entiende —dice Adora, dirigiéndose a Shadow Weaver y poniendo los ojos en blanco —No entiende el efecto que ejerce en los demás.
Acaricia los nudos de la madera de la mesa y se niega a mirarme.
¿Qué mierda quiere decir? ¿Que la gente me ayuda? ¡Cuando me moría de hambre no me ayudó nadie! Nadie salvo ella. Las cosas cambiaron una vez tuve algo con lo que comerciar; soy buena negociando..., ¿o no? ¿Qué efecto ejerzo en la gente?
¿Creen que soy débil y necesitada? ¿Está insinuando que consigo buenos tratos porque le doy pena a la gente? Intento analizar si es cierto. Quizás algunos de los comerciantes fuesen algo generosos en los trueques, pero siempre lo había atribuido a su larga relación con mi padre. Además, mis presas son de primer calidad. ¡No le doy pena a nadie!
Miro con rabia el panecillo, segura de que lo ha dicho para insultarme. Al cabo de un minuto, Shadow Weaver interviene.
—Bueno, de acuerdo. Bien, bien, bien. Catra, no podemos garantizar que encuentres arcos y flechas en el estadio, pero, durante tu sesión privada con los Vigilantes, enséñales lo que sabes hacer. Hasta entonces, mantente lejos de los arcos. ¿Se te dan bien las trampas?
—Sé unas cuantas básicas, pero sé rastrear —mascullo.
—Eso puede ser importante para la comida —dice Shadow Weaver —Y, Adora, ella tiene razón: no subestimes el valor de la fuerza en el campo de batalla. A menudo la fuerza física le da la ventaja definitiva a un jugador. En el Centro de Entrenamiento tendrán pesas, pero no les muestres a los demás tributos lo que eres capaz de levantar. El plan será igual para las dos: vayan a los entrenamientos en grupo; pasen algún tiempo aprendiendo algo que no sepan; tirar lanzas, utilizar mazas o aprender a hacer buenos nudos. Sin embargo, guarden lo que mejor se les dé para las sesiones privadas. ¿Está claro? —Adora y yo asentimos —Una última cosa. En público, quiero que estén juntas en todo momento —Las dos empezamos a protestar, y Shadow Weaver levanta las dos manos y se alza todo lo que puede en su asiento —¡En todo momento! ¡Fin de la discusión! ¡Acordaron hacer lo que yo dijera! Estarán juntas y serán amables la una con la otra. Ahora, salgan de mi vista. Reúnanse con Castaspella en el ascensor a las diez para el entrenamiento.
Me muerdo el labio y vuelvo de mal humor a mi habitación, asegurándome de que Adora pueda oír que cierro de un portazo. Me siento en la cama, odiando a Shadow Weaver, odiando a Adora, odiándome a mí misma por mencionar aquel día lejano bajo la lluvia.
¡Menuda broma! ¡Adora y yo fingiendo ser amigas! Ensalzamos las habilidades de la otra, insistimos en que no se subestime... Debe de ser una broma, porque en algún momento tendremos que abandonar la farsa y aceptar que somos adversarias a muerte. Estaría dispuesta a hacerlo ahora mismo, si no fuese por la estúpida orden de Shadow Weaver, que nos obliga a permanecer juntas durante el entrenamiento. Supongo que es culpa mía por decirle que no tenía por qué entrenarnos por separado. Sin embargo, eso no quiere decir que quiera hacerlo todo con Adora, quien, por cierto, está claro que tampoco quiere tenerme de compañera.
Oigo en mi cabeza la voz de Adora: «No entiende el efecto que ejerce en los demás». Lo decía para menospreciarme, ¿no? Aunque una diminuta parte de mí se pregunta si no sería un piropo, si no querría decir que tengo algún tipo de atractivo. Es raro que me haya prestado tanta atención, como, por ejemplo, con lo de la caza. Y, al parecer, yo tampoco era tan ajena a ella como creía: la harina, la lucha libre... Le he seguido la pista a la chica del pan.
No me doy cuenta de lo que trae puesto Catra hasta que nos quedamos a solas con Weaver una vez terminamos de desayunar. Será que no le presto atención a la ropa en general, pero reconozco que nos han vestido igual. La túnica burdeos y pantalón y zapatos oscuros. Me inclino con disimulo un momento para comprobar que Catra ha regresado a no usar calzado.
Trae a la mesa el asunto de que debemos de planear nuestros siguientes pasos en el entrenamiento. Yo no tengo nada en contra de entrenar junto a Catra.
Me sorprendo cuando empieza a decir que soy buena luchadora y fuerte. No sabía que se había fijado en esas cosas de mí. La lucha me agrada, cualquier cosa que involucre mover mi cuerpo, pero no lo considero una habilidad especial o que me ayude a ganar en los Juegos. Está claro que hay otros mejor preparados. En el último de los casos, Catra puede recurrir a su agilidad, velocidad, garras y colmillos para ganar.
Algunos tributos son brutales y utilizan sus ventajas físicas, pero son los menos, Eternia parece incentivar a que se ocupen las armas, los venenos, las trampas, y después los puños, y al final las garras y los colmillos.
Pero me exaspera que se esté subestimando. Su modestia. Su falta de confianza. Que esté arrojando las luces hacia mí cuando debería estar concentrada en hacer todo lo necesario para ganar y poder volver a casa con su hermana.
Veo como se le encogen las orejas cuando señalo lo buena que es con el arco. Pero es verdad, no me tengo que esforzar para encontrarle cualidades que la puedan ayudar a ganar. Estoy dispuesta a usar todos los recursos a mi disposición. Incluso las que me duelen. Catra no tiene por qué saber que he decidido apoyarla con todo lo que tengo, pero tal vez así se dé cuenta de cómo hay otros esperando, o al menos son capaces de ver, que tiene más que la posibilidad de ganar.
—Vamos, se refería a ti —dice después de que estallo al decirle cómo ganará y mencionar las palabras de mi madre.
—Dijo: «Esa chica sí que es una superviviente». Esa chica. —Le respondo en tono plano. Sus orejas se encogen. Está disgustada o triste, ve mi dolor, porque sí, a pesar de todo esas palabras duelen. Su semblante se suaviza un momento y soy consciente de que no estamos solas.
—Pero sólo porque alguien me ayudó —dice con voz suave y me fijo en el panecillo que no se ha terminado.
Recuerdo el dolor punzante que me borró la vista unos segundos, de parte de mi madre. El calor del pan recién hecho, quemado, la lluvia que por fin la había hundido, dejándola derrotada en ese viejo árbol. Recuerdo que no lleve el pan hasta allá, lo arroje al suelo, sucio y mojado. Pero esto no es sobre dos niñas hace años. Ni lo que pude haber hecho, sino lo que ahora puedo hacer.
Mis siguientes palabras no le gustan, lo sé por el modo en el que aprieta las orejas y su cola se mueve más rápido un par de veces.
—La gente te ayudará en el estadio. Estarán deseando patrocinarte —le digo después de poner de lado un momento esos recuerdos.
Me desespero. Pero tengo que calmarme cuando Weaver recuerda que es la mentora y nos dice a las dos que nuestras habilidades son buenas. Nos aconseja a las dos guardar nuestras mejores cartas para el último día de entrenamiento y lo siguiente no le gusta nada a Catra. Todo el tiempo en público debemos de parecer amigas y estar juntas.
Aunque Catra es la que aclaró que podemos entrenar juntas, entre ella diciendo mis cualidades, yo las de ella, y la poca intervención de Shadow Weaver, de algún modo terminamos peleadas. O al menos Catra me lo deja muy claro al azotar su puerta. Si yo también tuviera sus orejas, no se levantarían en todo el día después de esto.
Shadow Weaver se me queda viendo mientras se sirve otra copa.
—No quería hacerla enojar —le digo por toda respuesta a su mirada inquisitiva.
—Ni siquiera es tu amiga —me responde después de un trago.
—¿Y eso qué? —siento que los ojos me arden y me voy como si tuviera once y mi madre me acabara de mandar a mi habitación después de golpearme con la pala del pan.
Son casi las diez. Me cepillo los dientes y me peino de nuevo. Los nervios por encontrarme con los demás tributos bloquean temporalmente el enfado, aunque ahora noto que aumenta mi ansiedad. Cuando me reúno con Castaspella y Adora en el ascensor, noto que me estoy mordiendo las garras y paro de inmediato. Ahora lidió con mi cola. Y el viaje en el elevador ya no es divertido.
Las salas de entrenamiento están bajo el nivel del suelo de nuestro edificio. El trayecto en ascensor es de menos de un minuto, y después las puertas se abren para dejarnos ver un gimnasio lleno de armas y pistas de obstáculos. Todavía no son las diez, pero somos las últimas en llegar. Los otros tributos están reunidos en un círculo muy tenso, con un trozo de tela prendido a la camisa en el que se puede leer el número de su reino. Mientras alguien me pone el número doce en la espalda, hago una evaluación rápida: Adora y yo somos la única pareja que va vestida de la misma forma.
En cuanto nos unimos al círculo, la entrenadora jefe, una mujer alta y atlética llamada Atala, da un paso adelante y nos empieza a explicar el horario de entrenamiento. En cada puesto habrá un experto en la habilidad en cuestión, y nosotros podremos ir de una zona a otra como queramos, según las instrucciones de nuestros mentores. Algunos puestos enseñan tácticas de supervivencia y otros técnicas de lucha. Está prohibido realizar ejercicios de combate con otro tributo. Tenemos ayudantes a mano si queremos practicar con un compañero.
Cuando Atala empieza a leer la lista de habilidades, no puedo evitar fijarme en los demás chicos. Es la primera vez que estamos reunidos en tierra firme y con ropa normal. Se me cae el alma a los pies: casi todos los chicos, y al menos la mitad de las chicas, son más grandes que yo, aunque muchos han pasado hambre. Se les nota en los pelajes ralos, en la piel, en la mirada vacía. Puede que yo sea más bajita de nacimiento, pero, en general, el ingenio de mi familia me da una ventaja en el estadio. Me pongo derecha y sé que, aunque esté delgada, soy fuerte; la carne y las plantas del bosque, junto con el ejercicio necesario para conseguirlas, me han proporcionado un cuerpo más sano que los que veo a mi alrededor.
Las excepciones son los chicos de los reinos más ricos, los voluntarios, a los que alimentan y entrenan toda la vida para este momento. Los tributos del 1, 2 y 4 suelen tener ese aspecto. En teoría, va contra las reglas entrenar a los tributos antes de llegar a Eternia, cosa que sucede todos los años. En Dryl los llamamos tributos profesionales o sólo profesionales, y casi siempre son los que ganan.
Fuera de las diferencias en alimentación y preparación, no hay ningún indicio de que se apoye a una raza más que a otra. Hay varios humanos, también lagartos, una de cuatro brazos incluso, minotauros y sátiros. Solo hay una persona polilla y no hay otro magicat, pero hay otros dos therians felinos, que se ven flacos y sus pelajes están opacos, pero sus quijadas son fuertes. Los profesionales de las Salinas, el reino cuatro, casi siempre son gente del mar que a veces la pasan muy mal en los estadios sin cuerpos de agua o climas muy secos, pero arrasan si abunda el agua, así que no lo considero una medida injusta. Es simplemente lo que hay.
La ligera ventaja que tenía al entrar en el Centro de Entrenamiento, mi fogoso debut de anoche, parece desvanecerse ante mis competidores. Los otros tributos nos tenían celos, pero no porque fuésemos asombrosas, sino porque lo eran nuestros estilistas. Ahora no veo nada más que desprecio en las caras de los tributos profesionales. Cualquiera de ellos pesa de veinte a cuarenta kilos más que yo, y proyectan arrogancia y brutalidad. Cuando Atala nos deja marchar, van directos a las armas de aspecto más mortífero del gimnasio y las manejan con soltura.
Estoy pensando que es una suerte que se me dé bien correr, cuando Adora me da un codazo y yo pego un bote. Sigue a mi lado, como nos ha dicho Shadow Weaver.
—¿Por dónde te gustaría empezar? —me pregunta, seria.
Echo un vistazo a los tributos profesionales, que presumen de su habilidad en un claro intento de intimidar a los demás. Después a los otros, los desnutridos y los incompetentes, que reciben sus primeras clases de cuchillo o hacha sin dejar de temblar.
—¿Y si atamos unos cuantos nudos?
—Buena idea —contesta Adora.
Nos acercamos a un puesto vacío. El entrenador parece encantado de tener alumnos; da la impresión de que la clase de hacer nudos no está teniendo mucho éxito. Cuando ve que sé algo sobre trampas, nos enseña una sencilla y magnífica que dejaría a un competidor bípedo colgado de un árbol por la pierna. Nos concentramos en ella durante una hora hasta que las dos dominamos la técnica y pasamos al puesto de camuflaje. Adora parece disfrutar de verdad con él y se dedica a mezclar lodo, arcilla y jugos de bayas sobre su pálida piel, y a trenzar disfraces con vides y hojas. El entrenador que dirige el puesto está entusiasmado con su trabajo.
—Yo hago los pasteles —me confiesa Adora, con cierta timidez.
—¿Los pasteles? —Pregunto, porque estaba ocupada observando al chico del Reino 2, que acababa de atravesar el corazón de un muñeco con una lanza a trece metros de distancia —¿Qué pasteles?
—En casa. Los glaseados, para la panadería.
Se refiere a los que tienen en exposición en los escaparates de la tienda: pasteles elegantes con flores y cosas bonitas pintadas en el glaseado. Son para cumpleaños y Año Nuevo. Cuando estamos en la plaza, Finn siempre me arrastra hasta allí para admirarlos, aunque nunca hemos podido permitirnos uno. Sin embargo, en Dryl hay poca belleza, así que no puedo negarle ese gusto.
Empiezo a mirar con un ojo más crítico el diseño del brazo de Adora: el dibujo, que alterna luz y sombras, recuerda a la luz del sol atravesando las hojas de los bosques. Me pregunto cómo lo sabe, porque dudo que haya cruzado alguna vez la alambrada.
¿Lo habrá sacado con tan sólo mirar el viejo y esquelético manzano que tiene en su patio? No sé por qué, pero todo esto (su habilidad, los pasteles inaccesibles, las alabanzas del experto en camuflaje) me molesta.
—Es encantador, aunque no sé si podrás glasear a alguien hasta la muerte —le digo un poco venenosa, pero parece no notarlo o no importarle.
—No te lo creas tanto. Nunca se sabe qué te puedes encontrar en el campo de batalla. ¿Y si es una tarta gigante...? —empieza a decir Adora con una sonrisa que la hace brillar como el sol que ha trazado sobre su piel.
—¿Y si seguimos? —la interrumpo.
Después de mi pequeño desplante y llorar un poco en mi habitación, recuperó la calma recordándome que Shadow Weaver tiene razón: Catra no es mi amiga y no debería estar esperando que lo sea en estos pocos días antes de la Arena, y mucho menos si solo estoy aquí esperando morir para que ella pueda vivir. Tal vez se podría considerar eso una buena razón para que me tenga algo de estima, pero al final… hacernos amigas y después morir en su nombre solo la lastimaría. Y yo no quiero que Catra sufra más. Además de que suena tan dramático si lo pienso bien.
Puedo esperar y extraer cada pequeña interacción que tengamos y atesorarla, pero ser su amiga no puede ser una finalidad.
Hago un poco de flexiones y otros ejercicios mientras espero y pienso.
Necesito hablar con alguien acerca de todo esto. Necesito sacar lo que pienso para entenderlo mejor. Pienso en Adam y nuestra silenciosa charla sobre la plataforma al ofrecerme en su lugar. No es que seamos especialmente cercanos, pero somos gemelos y supongo que eso es diferente a otra relación de hermanos. Adrien nos trata igual a los dos. Es un buen hermano mayor.
Me siento un poco mal por apenas estar pensando en ellos hasta este momento. Parece que ya estuvieran muy lejos. Pero me he despedido inconscientemente desde que partimos de Dryl.
Ya no queda mucho tiempo, vuelvo a salir a la estancia principal y me encuentro a Shadow Weaver todavía en la misma silla, leyendo algo y bebiendo, pero sigue sin verse borracha. ¿Tal será su resistencia al alcohol o sí se está conteniendo? Aparece la señorita Casta y frunce los labios, Shadow le dedica una sonrisa desdeñosa y se va con la botella completa de vino.
—Bueno, solo esperamos a tu compañera —me dice mientras se escucha la puerta de Catra.
Bajamos en silencio hasta el centro de entrenamiento como tal, en el sótano de este inmenso edificio. Está lleno de máquinas para hacer ejercicio, son versiones lujosas y tecnológicas de lo poco que tenemos en la escuela, y hay muchas de las cuáles ni siquiera imagino lo que ejercitan. También hay pistas de obstáculos. Una mujer alta nos da instrucciones. El resto de los tributos no están combinados como nosotras, lo que me inquieta un poco.
Hay de todas especies y tamaños.
Después de que nos explica la dinámica de las actividades, Catra se queda parada, observando a los tributos profesionales. No logro descifrar su expresión del todo, pero diría que se ve un poco alarmada. Le doy un codazo y suelta un pequeño maullido de sorpresa. Me tengo que aguantar decirle algo acerca de eso.
—¿Por dónde te gustaría empezar? —trato de mantener una expresión seria.
—¿Y si atamos unos cuantos nudos? —me dice Catra después de barrer con la mirada las diferentes estaciones.
Aprendemos a colgar a alguien de una pierna y aunque Catra tiene claramente más experiencia que yo, también soy hábil con las manos y me da cierto gusto no quedarme atrás ni alentarla. Pero no puedo contenerme cuando llegamos al puesto de camuflaje.
—Yo hago los pasteles —le digo a Catra en voz baja pero con gusto.
—¿Los pasteles? —me pregunta regresando la mirada a mí —¿Qué pasteles?
—En casa. Los glaseados, para la panadería —le explico con un poco más de energía.
Su mirada se dirige a las manchas, que intenté que parecieran la corteza de un árbol, en mi brazo con atención por primera vez. Frunce de nuevo la cara en un gesto parecido al que hizo cuando me sorprendió saludando a la gente de Eternia cuando llegamos en el tren.
—Es encantador, aunque no sé si podrás glasear a alguien hasta la muerte —agrega después de un momento, sarcástica. En lo que único que me concentro es que no se alejó otra vez, así que le sonrio y sigo hablando hasta que me dice que vayamos a otro puesto.
Los tres días siguientes nos dedicamos a visitar con mucha tranquilidad los puestos. Aprendemos algunas cosas útiles, desde hacer fuego hasta tirar cuchillos, pasando por fabricar refugios. A pesar de la orden de Shadow Weaver de parecer mediocres, Adora sobresale en el combate cuerpo a cuerpo y yo arraso sin despeinarme en la prueba de plantas comestibles. Eso sí, nos mantenemos bien lejos de los arcos y las pesas, porque queremos reservarlo para las sesiones privadas.
Los Vigilantes aparecen nada más comenzar el primer día. Son unas veinte personas vestidas con túnicas de color morado intenso. Se sientan en las gradas que rodean el gimnasio, a veces dan vueltas para observarnos y tomar notas, y otras veces comen del interminable banquete que han preparado para ellos, sin hacernos caso. Sin embargo, parecen no quitarnos los ojos de encima a los tributos de Dryl. A veces levanto la cabeza y veo a uno de ellos mirándome. También hablan con los entrenadores durante nuestras comidas y los vemos a todos reunidos cuando volvemos.
Tomamos el desayuno y la cena en nuestro piso, pero a mediodía comemos los veinticuatro en el comedor del gimnasio. Colocan la comida en carros alrededor de la sala y cada uno se sirve lo que quiere. Los tributos profesionales tienden a reunirse en torno a una mesa, haciendo mucho ruido, como si desearan demostrar su superioridad, que no tienen miedo de nadie y que a los demás nos consideran insignificantes. Casi todos los demás tributos se sientan solos, como ovejas perdidas. Nadie nos dice nada; Adora y yo comemos juntas, y, como Shadow Weaver no deja de insistir en ello, intentamos mantener una conversación amistosa durante las comidas.
No es fácil encontrar un tema: hablar de casa resulta doloroso; hablar del presente es insoportable. Un día Adora vacía nuestra cesta del pan y comenta que han procurado incluir panes de todos los reinos, además del refinado pan de Eternia. La barra con forma de pez y teñida de verde con algas es del Reino 4, las Salinas; el rollo con forma de media luna y semillas, del Reino 11. Por algún motivo, aunque estén hechos de lo mismo, me parecen mucho más apetitosos que las feas galletas fritas que solemos tomar en casa.
—Y eso es todo —Dice Adora, volviendo a meter el pan en la cesta.
—Tú sí que sabes.
—Sólo de pan. Vale, ríete como si hubiese dicho algo gracioso —Las dos dejamos escapar una carcajada más o menos convincente y no hacemos caso de las miradas que nos dirigen los demás —De acuerdo, seguiré sonriendo amablemente mientras hablas tú —Dice Adora.
La orden de Shadow Weaver de que parezcamos amigas nos está desgastando a las dos, porque, desde que di el portazo, se ha levantado una barrera entre nosotras. En fin, tenemos que obedecer.
—¿Te he contado ya que una vez me persiguió un oso?
—No, pero suena fascinante.
Intento poner cara de interés mientras recuerdo el suceso, una historia real, en la que reté como una idiota a un oso negro por el derecho a quedarme con una colmena. Adora se ríe y me hace preguntas en el momento preciso; esto se le da mucho mejor que a mí. Pareciera que está interesada de verdad.
Catra ya no está para nada contenta con la orden de entrenar juntas.
Nos dirige con regularidad a otros puestos, que los demás podrían tachar de aburridos o hasta inútiles. Pero yo, que no conozco nada fuera del pan y lo poco de la escuela, me encuentro disfrutando de aprender otras habilidades, que me podrían ayudar tanto como lanzar cuchillos, a mantener a Catra viva.
También es un placer enorme poder pintar con más cosas que no sean el glaseado. La parada de camuflaje es mi preferida.
Pese a mi decisión de no querer ser su amiga, me resulta difícil no prendarme de cada momento que pasamos juntas, que son bastantes, y aprender a leerla mejor ahora que puedo hacerlo con más libertad que antes en la escuela. Por eso, aunque soy consciente de que los Vigilantes nos están evaluando, mi única preocupación es tener a Catra lo más cerca de mí.
No todo es bueno. Al intentar leerla mejor, también me doy cuenta que no le caigo bien en realidad. Parece que se esfuerza por pasar el tiempo conmigo solo porque así lo sigue pidiendo Shadow Weaver. No es que tengamos mucho tiempo libre para hablar, pero en las comidas, además de los Profesionales, solo nosotras comemos juntas y es la hora donde más hay que llenar el silencio sin otra cosa que hacer además de probar del banquete que nos sirven cada vez.
El segundo día, se me ocurre contarle a Catra detalladamente acerca de los panes de los distintos reinos y por una vez, parece interesada. Sus risas falsas me pesan, pero es lo que hay por ahora. Pero cuando es su turno de contarme alguna historia, la escucho con toda la atención que puedo, para en la noche volver a repetirlo: sus expresiones, su voz y tratar de ilustrar la historia en mi mente. La escena con el oso negro me parece más divertida que peligrosa y me imagino a Catra burlándose del oso, arriba en la copa de algún árbol.
POV CATRA
El segundo día, mientras estamos intentando el tiro de lanza, me susurra:
—Creo que tenemos una sombra.
Lanzo y veo que no se me da demasiado mal, siempre que no esté muy lejos; entonces localizo a la niña del Reino 11 detrás de nosotros, observándonos. Es la de doce años, la que me recordaba tanto a Finn por su estatura. De cerca aparenta sólo diez; sus ojos son oscuros y brillantes, su piel es de un marrón sedoso y está ligeramente de puntillas, con los brazos extendidos junto a los costados, como si estuviese lista para salir volando ante cualquier sonido. Es imposible mirarla y no pensar en un pájaro.
Cojo otra lanza mientras Adora tira.
—Creo que se llama Lonnie— me dice en voz baja.
Me muerdo el labio. Lonnie, alondra, una pequeña ave que a veces veo en mis bosques… Lonnie…, Patito… Finn, ninguna pasa de los treinta kilos, ni empapadas de agua.
—¿Qué podemos hacer? —le pregunto, en un tono más duro de lo que pretendo.
—Nada, sólo hablar.
Ahora que sé que está aquí, me resulta difícil no hacer caso de la niña. Se acerca con sigilo y se une a nosotras en distintos puestos; como a mí, se le dan bien las plantas, trepa con habilidad y tiene buena puntería. Acierta siempre con la honda, aunque ¿de qué sirve una honda contra un chico de cien kilos con una espada?
De vuelta en la planta de Dryl, Shadow Weaver y Casta nos acribillan a preguntas durante el desayuno y la cena sobre todo lo ocurrido a lo largo del día: qué hemos hecho, quién nos ha observado, cómo son los demás tributos. Doppler Morfer y Mara no están por aquí, así que no hay nadie que aporte algo de cordura a las comidas; tampoco es que Shadow Weaver y Casta sigan peleándose, sino todo lo contrario: parecen haber hecho las paces y estar decididas a prepararnos como sea. Están llenas de interminables instrucciones sobre qué deberíamos hacer y qué no durante los entrenamientos. Adora tiene más paciencia; yo estoy harta y me vuelvo maleducada.
Cuando por fin escapo a la cama la segunda noche, Adora masculla:
—Alguien debería darle una copa a Shadow Weaver.
Dejo escapar un ruido que está a medio camino entre un bufido y una carcajada, pero después me contengo. Intentar saber cuándo somos supuestamente amigas y cuándo no me está volviendo loca. Al menos en el estadio estará claro lo que hay.
—No, no finjamos si no hay nadie delante.
—Vale, Catra —responde ella, con cansancio. Después de eso sólo hablamos delante de los demás.
Después de los cuentos de osos y datos curiosos sobre panes, seguimos con nuestro día durante el entrenamiento y paramos en algunos puestos más mortíferos, diferentes a amarrar nudos y reconoces plantas venosas. Arrojar lejos una lanza de dos kilos no me cuesta trabajo, lo que me cuesta es que caiga en donde quiero que lo haga y me frustra un poco no tener esa destreza. El lanzamiento de Catra no es tan potente, pero es más certero en cambio. Ya se que en general tiene buena puntería. Me gustaría poder usar un arma de mejor manera que solo un garrote por mi fuerza física.
Mientras me debato entre seguir lanzando o probar con otro tipo de arma, veo que una pequeña sombra nos sigue y se lo comento a Catra. No parece feliz con la repentina atención de la pequeña del Reino 11, que se acerca a nosotras sin realmente hablarnos en los diferentes puestos.
Ya tengo a alguien más a quién envidiarle la puntería. Lonnie destaca en el uso de la honda y trepa casi tan fácil como Catra. A mí me cae bien porque a veces sonríe con deleite al conseguir algo en las pruebas generales.
Cuando regresamos a nuestro piso al final del día para cenar, solo están la señorita Casta y Shadow. Aunque no se están gritando, la segunda es tan irritable que la peluca de Casta parece temblar de indignación a veces, pues no logran ponerse de acuerdo sobre qué es lo adecuado de nuestras interacciones con el resto de los tributos y nos acribillan a preguntas que trato de responder por las dos, pero el humor de Catra solo empeora y ni siquiera la comida parece contentarla.
Nos dan un respiro y cuando Catra está intentando escapar, trato un comentario ligero. Ella se ríe, exasperada pero después baja las orejas y me dice algo contenida:
—No, no finjamos si no hay nadie delante.
Me rompe un poco el corazón. Le digo que vale como sino me importara demasiado y ya no trato de hablar con ella a solas.
El tercer día de entrenamiento empiezan a llamarnos a la hora de la comida para nuestras sesiones privadas con los Vigilantes. Reino a reino. Como siempre, Dryl se queda para el final, así que esperamos en el comedor, sin saber bien qué hacer. Nadie regresa después de la sesión. Conforme se vacía la sala, la presión por parecer amigas se aligera y, cuando por fin llaman a Lonnie, nos quedamos solas. Permanecemos sentadas, en silencio, hasta que llaman a Adora y ella se levanta.
—Recuerda lo que dijo Shadow Weaver sobre tirar las pesas —dice mi boca sin pedirme permiso.
—Gracias, lo haré. Y tú... dispara bien.
Asiento con la cabeza; no sé por qué he dicho nada, aunque, si pierdo, me gustaría que Adora ganase. Sería mejor para nuestro reino, mejor para Finn y mi madre. Las orejas se me encogen contra la cabeza, subo los pies en mi asiento y me envuelvo con la cola mientras espero y lúgubres pensamientos rebotan en mi cabeza.
Después de quince minutos, me llaman. Me aliso el pelo, enderezo los hombros y entro en el gimnasio. Al instante, sé que tengo problemas, porque los Vigilantes llevan demasiado tiempo aquí dentro y ya han visto otras veintitrés demostraciones. Además, casi todos han bebido demasiado vino y quieren irse a casa de una vez.
No puedo hacer más que seguir con el plan: me dirijo al puesto de tiro con arco.
¡Ah, las armas! ¡Llevo días deseando ponerles las manos encima! Arcos hechos de madera, plástico, metal y materiales que ni siquiera sé nombrar. Flechas con plumas cortadas en líneas perfectamente uniformes. Escojo un arco, lo tenso y me echo al hombro el carcaj de flechas a juego. Hay un campo de tiro que me parece demasiado limitado, dianas estándar y siluetas humanas. Me dirijo al centro del gimnasio y escojo el primer objetivo: el muñeco de las prácticas de cuchillo. Sin embargo, cuando empiezo a tirar de la flecha, sé que algo va mal: la cuerda está más tensa que la de los arcos de casa y la flecha es más rígida. Me quedo a cinco centímetros de darle al muñeco y pierdo la poca atención que me había ganado. Durante un instante me siento humillada, pero después vuelvo a la diana, y disparo una y otra vez hasta que me acostumbro a las armas nuevas.
De vuelta al centro del gimnasio, me pongo en la posición inicial y le doy al muñeco justo en el corazón. Después corto la cuerda que sostiene el saco de arena para boxear. Sin detenerme, ruedo por el suelo, me levanto apoyada en una rodilla y disparo una flecha a una de las luces colgantes del alto techo del gimnasio, provocando una lluvia de chispas, salto sin problemas los dos metros de la máquina de pesas, aterrizó sobre la estructura metálica, giró y disparó a las dianas que ahora están en el otro extremo, sin fallar.
Ha sido una exhibición excelente. Me vuelvo hacia los Vigilantes y veo que algunos me dan su aprobación, pero que la mayoría sigue concentrada en un cerdo asado que acaba de llegar a la mesa.
De repente, me pongo furiosa, me quema la sangre el que, con mi vida en juego, ni siquiera tengan la decencia de prestarme atención, que me eclipse un cerdo muerto. Empieza a latirme el corazón muy deprisa, me arde la cara, con la cola dando latigazos, y, sin pensar, saco una flecha del carcaj y la envío directamente a la mesa de los Vigilantes. Oigo gritos de alarma y veo que la gente retrocede, pasmada; la flecha da en la manzana que tiene el cerdo en la boca y la clava en la pared que hay detrás. Todos me miran, incrédulos.
—Gracias por su tiempo —digo; después hago una breve reverencia y me dirijo a la salida sin esperar a que me den permiso.
Es agobiante y malamente largo nuestro tercer y último día de entrenamiento. En especial cuando llega la hora de la comida y nos empiezan a llamar para asistir a las reuniones privadas.
Nunca estuve fingiendo ser amigable con Catra y me punza que lo crea. Para mí son cosas muy distintas ser amigas y ser amigable. No soy amiga de los hijos de la carnicera y los saludo y platico con ellos cuando nos cruzamos en la plaza principal de Dryl. Para Catra todo tiene que ser una transacción. Me desanima mucho, pero no dejo que se dé cuenta.
Intento mantener el animo mientras conversamos, quizá forzadamente, esperando por nuestro turno.
Llaman a la pequeña Lonnie, que solo estaba callada y sola en una esquina no muy lejos de nosotras. Quedamos nosotras aquí, ya sin hablar ahora que se han ido todos los tributos. Cuando escucho mi nombre para la sesión, Catra me desea suerte de pronto y tal vez lo que adorna sus labios es una sonrisa insegura y pequeña.
Con el animo un poco más firme, entro al gimnasio y veo a los Vigilantes prácticamente en una fiesta.
No es usual que me enoje ¡pero están borrachos! ¡Cantando borrachos! Se supone que estas son las personas que van a calificarnos para que los patrocinadores sepan quién es peor o mejor. ¿Cómo van a hacerlo si están borrachos?
Aprovecho el fuego de la ira que no suelo sentir para ponerme a lanzar pesa tras pesa a cualquier lugar del gimnasio. El escándalo les distrae un poco de su canción y algunos empiezan a hacerme caso, hasta que levanto una pesada bola que se supone es para cargarla mientras caminas o haces sentadillas y cae unos quince metros más allá, tirando un montón de equipo en el proceso.
—Puedes retirarte —ladra un sujeto con la túnica más larga que las otras.
Al último momento recuerdo mis modales, hago una tonta reverencia y salgo por la puerta contraria.
Para cuando llego a nuestro piso, estoy un poco más tranquila. La señorita Casta y Shadow me reciben con bebidas y algunas preguntas. Respondo con pocas palabras y me despido para irme a mi habitación. Estoy exhausta. No estoy acostumbrada a enojarme tanto. Quiero bañarme y quitarme el sudor y la sensación de impotencia. Pero mis pies no se mueven.
No voy a poder sola.
No puedo ayudar sola a Catra.
No mientras cree que no me importa.
Estoy parada en medio de la habitación. No sé cuánto tiempo pasa. Escucho una conmoción fuera, las voces de Casta y Shadow llamando a Catra. De nada serviría que vaya e intente llamarla.
Catra no me quiere y está bien, ya decidí que moriría intentando salvarla. Pero no puedo hacerlo sola porque a nadie más allá afuera le importa que cualquiera de nosotros viva.
Tengo que decirle a alguien porque no sé qué más puedo hacer.
El mundo se cierra. No puedo. El aire no me alcanza. ¿Mis pulmones ya se están rindiendo? No puedo.
Catra no me quiere.
No puedo.
No…
N.A.
Ojalá no encuentren tedioso estar viendo las mismas escenas desde las dos partes.
Esta es una historia tan larga y rápida en muchas situaciones.
Creo que a la larga, los Juegos del Hambre me atraparon más que HP.
En fin,
Carpe Diem
