Disclamer: Como ya todos sabéis, ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Estaré publicando (espero) esta serie de historias cortas los próximos días por el gusto de participar en una nueva dinámica, sin ningún ánimo de lucro.
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Nota de la Autora: Esta historia participa en la maravillosa #Rankane_week_2024 organizada por las chicas de la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" #Por_amor_al_fandom. ¡Gracias por invitarme!
#Día_2_solo_un_roce
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23 de Julio: Solo un Roce
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Y si no vuelve a ocurrir
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1.
Nekoken
Como necesitaba aliviar la tensión de esos días de locura y no conocía otra manera, Akane fue dejando un rastro inconfundible de destrucción a su paso, desde que partió del instituto Furinkan.
Procuró no derribar ninguna farola, pues a pesar de su profundo malestar y confusión, no quiso dejar las calles de Nerima sin luz durante días, ni (claro está) meterse en problemas con el ayuntamiento de la ciudad. Tampoco la emprendió a golpes con los coches que se encontró aparcados en su camino, ni con bancos de madera, buzones de correos o cabinas telefónicas. No era una salvaje, ni una vándala cualquiera. Sin embargo, estaba tan alterada, tan fuera de sí, que no todo el inmobiliario urbano quedó indultado.
¿Contra qué la emprendió?
Sus puñetazos fueron contra los muros de piedra, viejos y ya ruinosos, que rodeaban los descampados abandonados, contra las paredes de casas vacías e incluso abolló la verja que rodeaba el canal en distintos puntos de su recorrido, según le volvía o no el enfado, porque ésta le recordaba al idiota integral de su prometido que era, al fin y al cabo, el que había provocado esa ira incombustible.
¡Él era el culpable de lo mal que sentía! Y aunque Akane solía responsabilizarle a él de todo lo que iba mal, casi por sistema, esta vez, en concreto, sí que había sido su culpa.
¡Porque había cometido la osadía de besarla!
¡¿Cómo se ha atrevido ese… ese… imbécil?!
Una voz enfadada gritó esa pregunta por décima vez en su cabeza y tuvo que detenerse, porque el malestar volvía, una y otra vez, como una ola que no cesaba de empujar su cuerpo con la intención de derribarla, pero Akane clavó sus talones en el suelo y apretó los dientes conteniendo un grito que, sin embargo, salió como una exclamación ahogada desde su garganta irritada. Su pecho fue sacudido por respiraciones descontroladas y entonces, experimentó el dolor de su mano derecha.
La miró, tenía los nudillos rojos y despellejados de tanto soltar puñetazos. Los dedos se le habían quedado agarrotados en un puño cerrado y tenía una uña rota donde brillaba la sangre. Se quejó lanzando un nuevo chillido al aire. También había sido con esa mano con la que había golpeado a Ranma para quitárselo de encima después del…
Beso… ¡Beso! Sacudió el puño imaginándose que la cabeza del chico seguía ante su cara, y fingió golpearla mil veces, de un modo y otro, gastando sus últimas reservas de energía. ¡Idiota! ¡Pervertido! ¡Exhibicionista!
Acabó rendida, con un hombro apoyado en la pared que tenía a su espalda y respirando con fatiga. Le atacó, no solo el cansancio por todos los puñetazos, sino el derrumbe emocional que sobrevenía tras emociones tan intensas como las que había tenido que soportar aquella tarde. Primero, el pánico que le había provocado aquel Ranma gato, con esos ojos vacíos de raciocinio y ese maullido quejumbroso atascado en la garganta. Nunca pensó que podría llegar a sentir miedo de su prometido, pero verle en ese estado tan enloquecido había sido terrible. En realidad, si Akane había tenido tanto miedo era, justamente, porque Ranma había dejado de ser él mismo, su fobia había tomado el control de su cuerpo, y lo que era mucho peor: de su mente. Ya no entendía las palabras y no reconocía a nadie, se había transformado en un ser peligroso e imprevisible.
Cuando le vio mirarla, sin reconocerla, y saltar sobre ella con sus garras en alto, por un momento pensó que la…
Akane suspiró, apoyando también la cabeza en la roca del muro y apretó los párpados. La imagen se repetía una y otra vez, así que abrió los ojos y miró al cielo, con sus tonos naranjas y purpúreos típicos de la puesta de sol, buscando calmarse. Logró recuperar un ritmo más pausado para respirar pero le dolía el pecho.
Ranma no le hizo nada, por suerte, solo se acurrucó en su regazo y se puso a ronronear, el muy tonto.
¡Bueno! Pensó, entonces. ¡Eso de que no me hizo nada, es falso!
¡Por supuesto que le había hecho algo! ¡Lo peor del mundo!
El muy descarado la había… ¡besado! Sí, sí, sí. ¡Besado! Sin ninguna vergüenza había levantado el rostro para frotarlo contra el suyo y entonces sus labios entraron en contacto.
¡Eso era un beso!
No duró mucho, es cierto. Y… en realidad, no sintió como tal la presión de sus labios contra su boca… Más bien, había sido un pequeño roce.
¡Pero en los labios! ¡Así que era un beso!
Mi primer beso… Se lamentó ella, tapándose los ojos con la mano. Ese lerdo lo ha estropeado.
¿Qué clase de primer beso era ése?
Un ridículo roce, que más parecía fruto del azar que otra cosa, delante de todo el instituto y después del patético espectáculo que Ranma había dado comportándose como un gato, atacando a todo el mundo y maullando como un demente.
¿Eso era lo que iba a tener que recordar el resto de su vida? Cada vez que se hablara de los primeros besos en su presencia, ella recordaría ese despropósito y tendría que bajar la cabeza, humillada. ¡No podría contárselo a nadie! O quizás tendría que inventarse una mejor historia.
Pero, ¿por qué lo ha hecho? Se preguntó, una vez más. ¿Por qué a mí?
Ya no se podía hacer nada. Ya estaba hecho. Era un desastre que no se podía deshacer.
Incluso si algún día Ranma y ella se enamoraban y acababan casándose, ése siempre sería su primer beso.
Pero, ¿qué estoy pensando? ¡Jamás me casaré con ese pervertido!
—No lo soporto —murmuró, cerrando su mano derecha, como si estuviera a punto de golpear algo más—. Lo has estropeado todo… —Un dolor intenso le recorrió la palma y encendió cada uno de sus dedos, pero no podía dejar de apretar—. Ranma… —Pegó una patada al suelo—. ¡No te soporto!
—¿Akane?
La chica, que había vuelto a quedarse sin resuello, se dio la vuelta al reconocer la voz amable que le habló.
—Doctor Tófu… —musito, sorprendida—. ¿Qué está haciendo aquí?
—Estamos delante de mi consulta —Y llevaba razón, pero ella ni se había fijado. Sus pasos la habían llevado hasta allí sin que fuera consciente, o quizás había sido el dolor de su mano la que la había guiado—. ¿Qué te ha pasado? —Le preguntó él, señalando la zona herida. Akane dio un respingo, reparando (ahora sí) en la sangre y en el aspecto de su piel—. Anda pasa, le echaré un vistazo.
—No, no es… nada.
—Te ha ocurrido algo, ¿verdad? —Insistió el médico, pero ella negó con la cabeza—. ¿Algo que tiene que ver con Ranma?
—¡¿A caso todo en mi vida tiene que girar en torno a ese idiota?!
El hombre arqueó las cejas.
—Akane… —Le señaló la pared repleta de abolladuras que tenía detrás. Los destrozos se extendían metros y metros, y no podía negar que ella los había causado. Tofu la siguió mirando con una sonrisilla afable, a pesar de todo, sin meterla prisa ni juzgarla así que ella cedió en seguida.
—Ranma es un estúpido.
—Ya veo —Le abrió la puerta de la consulta y se hizo a un lado sin cambiar su expresión—. ¿Quieres contarme lo que ha pasado?
Akane no lo sabía.
Sentía una presión terrible en la boca del estómago que, tal vez, se aliviaría un poco si compartía lo ocurrido y se desahogaba, pero no estaba segura de que Tofu fuera la persona idónea para escucharla. Aunque no tenía ánimos para hablar de eso con sus hermanas, pues éstas solo harían caso a la parte del beso e ignorarían todo lo demás.
Y con papá sería aún peor…
Tofu era, siempre que su hermana mayor no anduviera cerca, un hombre sereno, que sabía escuchar y solía apelar al lado positivo de cualquier situación, por nefasta que ésta fuera. También sabía mantener la calma y dar buenos consejos. Aunque Akane hubiese superado ya sus sentimientos románticos por él, seguía teniéndole mucho afecto y la verdad, su consulta le inspiraba paz y seguridad, por los buenos recuerdos que guardaba de ese lugar siendo más pequeña.
Y no tengo a nadie más.
Con ese último y demoledor argumento, asintió con la cabeza y entró al edificio.
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Tofu puso té a calentar y mientras tanto, le examinó la mano con la delicadeza y cuidado habituales. El silencio de la consulta y los movimientos sosegados con los que el médico exploraba su extremidad ayudaron a que ella también se calmara. Tanto su corazón como el ritmo de sus pensamientos fueron apaciguándose y Akane comenzó a suspirar.
—No está rota —Le indicó, tras limpiarle la herida de trocitos de cemento y granos de arena. Fue suficiente con aplicarle una simple venda para que le sujetara la muñeca. Le aconsejó que no se la quitara en un par de días y después se fue a vigilar el té.
Apareció a los pocos minutos con una pequeña bandeja de madera que portaba unas tazas y la tetera. Se acomodaron en el amplio escritorio de su despacho y Akane probó la mezcla que Tofu había preparado; era dulce, aunque firme. Su calidez acariciando su paladar el resultó de lo más agradable.
—Me gusta mucho —afirmó—. Gracias.
—Te hará sentir mejor —Le aseguró él, sentado frente a ella y con su propia taza humeante entre las manos—. Bueno, ¿qué ha pasado?
Akane pensó que le resultaría mucho más difícil contarle todo lo ocurrido pero, en realidad, fue bastante fácil.
Empezó hablándole sobre la sorprendente fobia que Ranma tenía a los gatos, siguió por el malévolo plan de Gosunkugi y Kuno de encerrarle en el sótano del gimnasio con un montón de esas criaturas con la intención de volverle loco para así poder vencerle en una pelea de una vez por todas.
—Solo que les salió mal —Le explicó—. A Ranma le ocurre algo horrible cuando está cerca de un gato demasiado tiempo.
—¿Y qué le ocurre?
Todavía con un poco de miedo, Akane le describió con pelos y señales cómo había sido la terrorífica transformación del chico en gato y el destrozo que, en ese estado, había realizado en el instituto. Por último, le narró el brusco cambio de conducta que había sufrido éste cuando saltó sobre su regazo.
—Pero, si al final conseguiste calmarle —comentó Tofu, confuso—. ¿Por qué estás tan furiosa con él?
—Porque…
Muerta de vergüenza, Akane acabó por confesarle lo del beso.
Le costó empezar pero, una vez que lo soltó, sintió una liberación increíble que la relajó de la cabeza a los pies y pudo despacharse a gusto: se quejó una y mil veces por lo humillante que había sido que todos en el colegio lo vieran y, por supuesto, puso de vuelta y media al tonto de su prometido. Se exaltó tanto al rememorarlo que arreó un mamporro, con su mano herida, a la mesa del médico. Ella chilló, dolorida y el mueble se tambaleó junto con todo lo que tenía encima.
Por tercera vez quedó agotada, casi desfallecida sobre su silla, apenas si le quedaron fuerzas para seguir sujetando la taza y continuar dando sorbitos que le suavizaran la garganta seca de tanto hablar.
—No sé por qué Ranma tuvo que hacer algo así —repitió ella, más confundida que nunca—. ¿Por qué a mí?
Tofu, que había quedado ensimismado tras escucharla y con la vista clavada en la librería que tenía en el otro extremo del cuarto, achicó todavía más sus ojos mientras los paseaba por los lomos de los libros.
Entonces se irguió sobre su silla.
—Aisuruhito…
—¿Cómo?
—Has dicho que la técnica se llama… ¿Garras de gato? —Le preguntó.
—Sí, ¿la conoce?
— Nekoken —respondió el doctor, apoyando las manos en la mesa—. He conocido a personas que también intentaron dominarla y la cosa nunca acabó bien.
. ¿Cómo se le pudo ocurrir a Ranma intentar algo así?
—En realidad fue su padre —informó Akane—. Se lo hizo cuando tenía diez años.
—¿Su propio padre? ¿A un niño de tan solo diez años?
Debía reconocer que el asunto era, además de absurdo, muy serio. Eso que les había contado Genma sobre que cubría al pobre Ranma de comida para gatos para luego lanzarlo a un foso lleno de esos animales hambrientos era terrible, cualquiera habría reaccionado como Tofu al oírlo. Esa era, seguro, la reacción más normal. A Akane también le había parecido monstruoso cuando lo oyó, pero ese tipo de cosas se toleraban muy bien en su casa. Ni su padre, ni sus hermanas se habían mostrado escandalizados y quizás, por eso, ella tampoco dijo nada al respecto.
A veces se olvidaba hasta qué punto su familia era peculiar… Ranma debía haberlo pasado muy mal pequeño y las secuelas que le habían quedado eran, a todas luces, abominables.
¿Estaría siendo demasiado dura con él?
—Qué locura, a un niño… —añadió Tofu, muy consternado. Akane se sintió un poco mal.
—Entonces, ¿hay más casos por ahí? —preguntó—. ¿Y se puede curar?
—La única manera sería que Ranma superara su fobia a los gatos —le respondió, encogiéndose de hombros—. Por desgracia, los síntomas que deja la técnica son tan severos que lo hace muy difícil.
—¿Y es igual en todos los casos?
—Que yo sepa sí —confirmó—. Terror insuperable e insoportable a los gatos en la víctima, que a su vez conduce a un estado de trance si la persona está expuesto a éstos durante demasiado tiempo.
. El Nekoken se activa como recurso de supervivencia. La mente humana se apaga y emerge el Neko, para defender a la persona de aquello que le angustia. En ese estado, la víctima se transforma por completo en un animal: sin pensamientos y sin control racional sobre sus actos.
—Parecía un demonio o algo así…
—El Neko opera desde la inconsciencia de la persona, por eso puede aprovechar toda la fuerza y velocidad del guerrero, y como no tiene conciencia, no siente culpa o remordimientos que le impidan hacer el mayor daño posible —Tofu se sacó las gafas para frotarse los ojos con las puntas de sus dedos, demostrando así cuánto le perturbaba el tema del que estaban hablando—. Es por esto que muchos han intentado dominar esta técnica a lo largo de la historia, los hace casi invencibles contra cualquier enemigo.
. Aunque puede ser una peligrosa arma de doble filo.
—¿A qué se refiere?
—Si el Neko aparece, el guerrero deja de tener control sobre lo que hace —continuó—. Para el Neko no hay enemigos o amigos, todos son iguales, y puede acabar atacando a cualquiera.
Akane había sido testigo de ello. Si bien Ranma se había abalanzado sobre Kuno y el tigre que los amenazaba en primer lugar, después su atención se había perdido en cualquier estímulo que se le presentaba (como haría un gato de verdad), había causado grandes daños en el instituto, atemorizado a los alumnos y cuando Genma apareció para detenerle, su hijo no tuvo ninguna piedad con él.
Claro, no le reconocía. No reconocía a nadie siendo el Neko.
No obstante…
—A mí no me atacó —recordó ella, pensativa—. Me miró y creo que sí sabía quién era.
. ¿Es posible, doctor?
—Es posible, sí, tratándose de ti —Tofu se levantó y fue a su librería en busca de un documento de encuadernación antigua y gastada, y de gran tamaño, que hizo temblar la mesa cuando lo soltó—. ¿Conoces la historia del barón Hideyoshi?
—Me suena de haberlo estudiado en clase.
—Hideyoshi logró convertirse en uno de los generales más distinguidos bajo las órdenes del señor feudal Nobunaga,tras ayudarle a ganar la gran batalla de Okehazama en el año1560 —Le relató, al tiempo que le mostraba algunas de las ilustraciones del libro. Eran retratos de antiguos samuráis e imágenes de batallas atroces a las puertas de antiguos castillos—. Hideyoshi tuvo que hacer cosas poco honorables para ascender como militar debido a que era de origen humilde. Se dice que era un tipo manipulador, mentiroso, taimado y muy ambicioso —Al volver la página, apareció una fotografía del tal Hideyoshi haciendo la misma postura que Ranma había hecho en la escuela tras transformarse en gato—. Entre otras cosas, se forzó a sí mismo y a sus hombres, a aprender el Nekoken.
—¿Por qué haría algo así?
—Lo usaba como último recurso, cuando la batalla parecía ya pérdida, para sorprender al enemigo y salir victorioso. Hideyoshi y su grupo fueron conocidos como los demonios gatunos.
—¿Demonios gatunos? ¿Tan violentos eran?
—Masacró comarcas enteras apoderándose de esos lugares para su señor Nobunaga.
—¡Era un hombre horrible!
—Casi todos lo eran en aquella época, Akane —admitió Tofu—. Pero sí, éste era de los peores.
. Estaba, además, profundamente enamorado de la baronesa Oichi, la hermana pequeña de su señor Nobunaga, a la que estuvo cortejando durante décadas con la intención de hacerla su esposa después de que ésta quedara viuda. Pero, ya fuera por sus orígenes humildes o por la extrema crueldad que mostraba en el campo de batalla, Oichi siempre le rechazó.
—¿Y el tal Hideyoshi la atacó con la técnica Nekoken? —preguntó Akane, asustada. Tofu negó con la cabeza, cerrando el libro.
—Nunca —respondió—. De hecho, Oichi era la que se enfrentaba a él en ese estado, porque ella era la única que podía calmarle.
. Cuando Hideyoshi perdía la razón por el Nekoken, sus soldados mandaban llamar a Oichi. En cuanto ella llegaba y lo llamaba, el temible guerrero corría hacia ella y se acurrucaba en su regazo, totalmente indefenso.
Igual que Ranma pensó Akane, con un escalofrío.
—Pero, ¿por qué? —exigió saber.
—Los gatos pueden ser muy ariscos pero, por lo general, su dueño es capaz de relajarlos, ¿verdad? El gato sabe que su dueño nunca le hará daño, que está seguro y feliz con esa persona —Tofu sonrió, y había algo de guasa en esa manera de estirar los labios—. Aisuruhito —pronunció de nuevo—. Persona amada.
. El Neko solo ve aplacada su furia o su miedo en brazos de su Aisuruhito.
Akane estaba tan abstraída por la historia que el doctor le estaba contando que tardó unos cuantos minutos en entender lo que, de verdad, le estaba diciendo.
—¡No, no, no! —exclamó, con el rostro encendido—. ¡Yo no soy eso para Ranma!
—Tú misma has dicho que a ti no te atacó.
—¡Bueno, no, pero…!
—¿Y no se calmó en cuanto saltó sobre tu regazo?
—¡Pero fue pura casualidad! —replicó ella. De repente le picaba todo el cuerpo y no sabía qué hacer con las manos, que no dejaba de mover de manera histérica—. ¡No fue por mí!
. ¡Podría haber sido cualquier chica!
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Porque entre Ranma y yo no hay… no hay… ¡Yo no soy su Aisuruhito! ¡Estoy segura de que ni siquiera le gusto!
—Pero él a ti si te gusta, ¿verdad?
Akane se puso tan nerviosa que se levantó de golpe, sin medir su ímpetu, tirando la silla al suelo, detalle que le pasó del todo desapercibido.
—¡Por supuesto que no!
Tofu se quedó mirándola, pasmado. Seguro que consideró, con gran seriedad, terminar ahí la conversación, pues Akane se veía tan alterada que, de un momento a otro, su cuerpo empezaría a arder. A pesar de esto, Tofu se estiró sobre la mesa, apoyando los codos y adoptó una expresión de curiosidad.
—¿Y por qué estás tan enfadada con él por lo que ha pasado?
Akane abrió la boca para responder, de manera automática, pero se espantó al no tener una respuesta que darle. O sea, sí sabía porque estaba enfadada, había sido una situación muy incómoda para ella, pero, por alguna razón fue incapaz de repetirlo. Y cuando trató de pensar en alguna otra razón que justificara lo furiosa que estaba por dentro, no se le ocurrió ninguna.
—¡Me voy a casa! —Anunció en su lugar—. Ya se me ha hecho tarde…
¿Por qué tenía ella que dar explicaciones? ¡Si la culpa era de Ranma!
¡Él lo había provocado todo, no ella!
Se despidió del doctor Tofu y abandonó su despacho indicándole que no necesitaba que la acompañara. Caminó envarada, esquivando las paredes con la precisión de un niño que acababa de aprender a caminar. Era lógico que se sintiera conmocionada, pero eso no quería decir que él llevara razón en lo que había dicho.
¿Qué a mí me gusta Ranma? Se repitió, temblorosa y forzando una sonrisa. ¡Es ridículo!
Tan ridículo que no valía la pena que pensara más en ello.
Lo que tenía que hacer era irse a casa, confrontar al burro de su prometido y dejarle las cosas bien claras. Así se sentiría mejor. Y no debía sentir vergüenza por lo ocurrido porque todos habían visto que el culpable había sido él.
Bien, se dijo, estirando la mano para alcanzar el asidero de la puerta. Estiró los dedos, los dobló y volvió a estirarlos. ¿Por qué no se movía? Respiró hondo y exhaló con fuerza por la boca.
Le habría ayudado a calmarse de no ser porque la puerta se abrió justo en ese momento, asustándola.
—¡Akane!
Ranma apareció ante sus ojos y su reacción natural fue la de retroceder de un salto.
—¡Ranma!
Todavía no había decidido qué cosas pensaba decirle, no estaba preparada para verle, pero ahí estaba. ¡Tan inoportuno como siempre!
¿Cómo ha sabido que yo estaba…?
Pero en seguida se dio cuenta de que no había ido buscándola a ella, sino a Tofu. Ranma estaba en un estado lamentable, incluso tenía en las manos un enorme palo de madera en el que se apoyaba para caminar. Era obvio que se había estado peleando con alguien, pues sus ropas estaban repletas de rasguños y muy sucias. En su rostro había arañazos y tenía los ojos hundidos por el cansancio.
—¿Se puede saber qué te ha pasado?
—He tenido un encontronazo con… bah, da lo mismo —Intentó erguirse todo lo posible, pero también se sujetaba la espalda con su mano libre. Todo lo que pudo hacer fue levantar la cabeza para mirarla. Sus miradas se encontraron y fue como si un chisporroteo rugiera en el aire, sobre ellos. Se ruborizaron al mismo tiempo y los dos miraron al suelo.
A Akane empezó a picarle la piel de nuevo, en especial la de las piernas, y recordó que estaba por irse a casa.
—Yo… —Ranma carraspeó, tosió y alzó la voz—. ¡Lo siento!
—¿Eh?
—Ya sabes… por el… beso —Akane se tambaleó cuando un latigazo de nervios le recorrió la espalda. Contuvo la respiración y apretó los puños sin que se le ocurriera nada qué decir—. Aunque, bueno, la verdad es que no me acuerdo de nada.
—¿Cómo que no te acuerdas?
Ranma volvió a bajar la cabeza, y se puso a jugar con sus dedos en actitud histérica. La tensión se volvía más insoportable a cada minuto que pasaba y, quizás por eso, el chico soltó algo parecido a una risita.
—No recuerdo nada cuando me convierto en gato —reveló—. ¿A qué es curioso?
¿Ni tan siquiera se acuerda? Akane apretó los labios antes de dejar que se le escapara cualquiera de las muchas burradas que se le estaban pasando por la mente. Probó a respirar hondo una vez más. No solo ha estropeado mi primer beso, encima él ni se acuerda. Exhaló todo lo despacio que pudo, moviendo los hombros.
—Vaya… —soltó por fin y Ranma, con prudencia, inclinó la cabeza hacia ella.
—¿Vaya?
—¡Vaya, vaya!
—¿Akane?
—¡Vaya! ¡Entonces! —Se volvió hacia él aunque siguió mirando al suelo—. ¡Hubieras podido besado a cualquiera!
—¿Eh?
—¡¿Es eso lo que estás diciendo?!
El chico se plantó ante ella de un salto y la desafió con una mirada tan ardiente, que Akane pudo sentirla erizándole el pelo.
—¡Pero, ¿qué dices?! —exclamó él, igual de enfadado—. ¡¿Qué clase de hombre te crees que soy?!
—¡¿Entonces por qué tuviste que besarme a mí?!
—Yo, yo no…
—¡Ah! ¡Que no te acuerdas!
—¡Es verdad que no me acuerdo, tonta!
—¡Lo que pasa es que eres un cobarde! —Le gritó con todas sus fuerzas—. ¡Te odio, te odio y te odio!
—¡Pues a mí tampoco me gustas, que lo sepas!
En ese momento, la puerta del consultorio se abrió y Tofu, alertado por los gritos, asomó la cabeza.
—¿Qué está pasando?
Ninguno de los dos hizo caso, se miraban fijamente, con algo fulgurante en sus pupilas y las respiraciones tan aceleradas como si acabaran de correr. No eran tan extrañas ese tipo de discusiones entre ellos, es posible que se hubiesen dicho cosas peores en el pasado pero Akane se sintió muy mal.
Terriblemente mal.
—Por fin lo has confesado —Le dijo, antes de darse de vuelta para alcanzar la puerta.
—¡Oye, que tú me has dicho que…! —Ranma intentó detenerla, pero fue imposible.
—¡No quiero verte nunca más!
Agarró la puerta y salió corriendo, a la noche, con todas sus fuerzas, antes de que su prometido le dijera algo peor.
Atravesó la calzada sin mirar a ningún lado, y aumentó el ritmo cuando le pareció oír que alguien la llamaba. Dobló la esquina más cercana para cambiar de dirección y su pie estuvo a punto de resbalar al pisar algo que había en el suelo.
Una fotografía.
—¡¿De dónde diablos ha salido esto?!
Se trataba, ni más ni menos, de una fotografía del maldito beso. Alguien los había fotografiado justo en ese instante.
Pero, ¿quién…?
Ya no había manera de que pudiera convencerse a sí misma de que todo había sido una pesadilla, pues en su mano tenía una prueba irrefutable de que ese beso había tenido lugar.
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Akane siguió corriendo, sin preocuparse de hacía donde se dirigía, de lo oscuro que estaba todo a su alrededor o si quiera de que su estómago había comenzado a rugir después de tanto esfuerzo. Solo quería alejarse todo lo posible de Ranma. Y como suponía que él ya habría vuelto a casa, tampoco le apetecía demasiado ir allí.
Aun así, sabía que no podía pasarse toda la noche dando vueltas por la calle como si nada. Su padre se preocuparía y le montaría un numerito de los suyos cuando al final regresara.
Para cuando inició la penosa vuelta, su cuerpo había descargado toda la ira gracias al ejercicio y aunque no se sentía mejor, por lo menos, estaba más tranquila.
Había sido un día terrible.
Era curioso, le dio por pensar, que todos los días solían empezar igual y nunca sabes cuál va a ser distinto al resto. Cuando te va a ocurrir algo que marque una diferencia en tu vida. Esa mañana, al despertarse, no tenía ni idea de que le darían su primer beso.
Roce, rectificó para sí. Era menos doloroso referirse a eso como un simple roce, así podía crearse la fantasía de que su primer beso aún estaba por venir. Fue solo un roce. Insistió, haciendo una mueca. ¡Ni me enteré!
Todo fue tan de sorpresa y tan rápido.
Sería una verdadera pena que no pudiera guardar ni un recuerdo de mi primer beso, pensó.
Intentó hacer un poco de memoria, aunque no pensaba considerarlo un beso de verdad. Solo por curiosidad, Akane recordó los instantes previos: volvió a oír los cuchicheos de la gente que los observaba, Ranma emanaba un fuerte calor, acurrucado en sus piernas y sí, llegó a oírle ronronear.
Se supone que los gatos ronronean cuando están felices… ¿no?
Negó con la cabeza y apartó esa idea ridícula de su mente. La noche empezaba a enfriarle la piel del rostro y las manos. Akane se paró bajó una farola y entonces, se pasó la punta del dedo índice por los labios cerrados.
¿Había sido esa la sensación?
Cerró los ojos y trató de imaginárselo. El ruido de todas esas voces como un zumbido. El sol le daba en la cara, hasta que Ranma se incorporó y tapó la luz. Notó su suave frescor, seguido de un airecillo cálido sobre su nariz.
Era su aliento adivinó. No sabía lo que se proponía, pero el corazón se le aceleró, intentando avisarla. El rostro del chico se acercó, con una pequeña sonrisa. Notó, primero, su mejilla frotando la de ella y después, el suave empuje de su cara contra la de ella.
La sonrisa sobre sus labios que quemaba.
Akane abrió los ojos, nerviosa, y apartó el dedo de sus labios. Miró a su alrededor pero todo estaba en silencio, salvó su respiración.
Se acordaba de más detalles de los que creía. Y por un breve momento, su corazón se infló de un sentimiento alegre, ilusionado, que templó su pecho y estuvo a punto de sonreír, de no ser porque recordó de manera súbita lo que Ranma acababa de decirle sin una pizca de tacto.
No me acuerdo de nada cuando me convierto en gato.
¡Pues a mí tampoco me gustas, que lo sepas!
Y ese sentimiento cálido se transformó en una puñalada helada.
Akane retomó su camino a casa y quiso convencerse, de nuevo, de que no había sido para tanto. ¡Apenas en un estúpido roce! No tenía sentido que se sintiera mal porque él no lo recordara.
Y si no vuelve a ocurrir, pues yo…
¿Y si Ranma no volvía a besarla nunca?
Esa idea la hizo sentir muy mal. Tanto que, antes de darse cuenta, los ojos se le habían emborronado, y tuvo que pararse otra vez porque no veía nada por las lágrimas. Apoyó una mano en la pared que tenía más cerca y su cuerpo empezó a temblar por el llanto.
Es terrible se dijo.
Acababa de darse cuenta de que el doctor Tofu había acertado en una cosa: a ella sí le gustaba el idiota de Ranma, por eso le dolía tanto que el beso hubiese sido así, y que él ni siquiera se acordara.
¿Qué otra explicación había si no?
Pero en lo que se había equivocado del todo era en el asunto del Aisuruhito.
—Yo no soy la persona que Ranma ama.
Y siguió llorando el resto del camino a casa.
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2.
Aisuruhito
No sabía por qué, pero el sonido de ese suave ronroneo estaba haciendo que le entrara sueño. Era tan relajante que Akane dio una cabezada sin querer, y al volver en sí, dio un respingo nervioso, miró a su alrededor y suspiró.
¿Es que ahora me va a tocar a mí siempre hacer esto?
A pesar de todo, siguió pasando la mano por los cabellos pelirrojos, ya casi secos y algo encrespados por la sal del mar que se habían adherida a ellos después de todo el día en el agua. El gato, o más bien, la chica que contenía al gato en su interior, no acusó su movimiento repentino, continuó ronroneando sobre su regazo, tan feliz.
¡Qué calor!
La noche se acercaba, y sin embargo, las temperaturas seguían altas. Tener a un gato de tamaño humano sobre las piernas era lo mismo que sostener una estufa sobre las rodillas. Además se le estaban durmiendo. Faltaba ya muy poco para que Akane perdiera la paciencia y mandara a volar a Ranma que volvía a estar en Nekoken, como le había ocurrido dos meses atrás en la escuela; no exactamente igual, porque en esta ocasión había buscado entrar en ese estado a propósito.
—¿Cuándo piensas volver a ser tú? —preguntó Akane en voz alta. Se encontraban en el balcón de la habitación del hostal donde se estaban quedando con su familia, aquellos días, en la playa. Corría una brisa templada, de vez en cuando, que no aliviaba en absoluto—. ¡Date prisa, que quiero ducharme para quitarme toda esta arena!
Se habían pasado todo el día en la playa y la joven notaba cada centímetro de su cuerpo pegajoso, ya fuera por la arena, la sal o el sudor.
Ranma levantó un poco la cabeza, pero sus ojos seguían vacíos de razón. Maulló una vez y volvió a acomodarse sobre sus piernas.
Desde la primera vez que le había pasado, el chico no había vuelto a mencionar ni el Nekoken ni a los gatos, así que el recuerdo parecía haber quedado en el olvidado para todos. En cualquier caso, habían ocurrido tantas cosas desde entonces que no era de extrañar que ese episodio terrible se hubiera borrado de su memoria.
Shampoo regresó de China aquella misma noche, cosa que fue la gota que hizo rebasar el vaso del bienestar emocional de Akane. Sin estar del todo recuperada del disgusto del casi beso o roce (como ella lo llamaba en su mente), se encontró a la amazona, desnuda, en la bañera con Ranma y pensó que se volvería loca por culpa del enfado y los celos que experimentó.
Meneó la cabeza, mirando de refilón a la pelirroja y tuvo auténticas ganas de darle un coscorrón, pero aquel pobre gatito no tenía culpa, ni conciencia, en lo que había pasado entonces y desistió.
Aunque soltó un nuevo resoplido.
Tener a Shampoo de vuelta en Nerima no fue, aunque parezca increíble, lo peor de todo. Se trajo consigo a un amigo de la infancia llamado Mousse que era, incluso, más irritante que ella. Y luego estaba su encantadora bisabuela Cologne, la verdadera responsable de todos los problemas que habían tenido las últimas semanas y la razón principal de que estuvieran en esa playa.
La señora estaba decidida a lograr que Ranma se casara con su bisnieta y para ello había usado habilidades expertas de amazonas para manipular la temperatura corporal del cuerpo del chico de manera que no soportara el agua caliente. Pretendía dejarle en su forma femenina hasta que el accediera a la boda. La solución al problema estaba en una diminuta píldora llamada Fénix, la cual estaba en un medallón que Cologne siempre llevaba al cuello.
Por supuesto que el artista marcial hizo de todo para obtener el medallón: se puso a trabajar en el nuevo restaurante de las amazonas, casi pierde las manos intentando aprender la técnica de las castañas dulces asadas y lo último había sido perseguir a esas mujeres hasta la orilla del mar, donde habían colocado su chiringuito para la temporada de verano que acababa de comenzar.
Y todo para esto pensó Akane, observando el medallón, el gran premio, que ahora estaba en sus manos. Lo agitó cerca de su oído y escuchó la píldora rebotando en su interior. Espero que esa señora no nos haya vuelto a tomar el pelo.
Solo ese día, la anciana maldita les había obligado a participar en una estúpida competencia de partir sandías, había arrastrado a Ranma a una pelea entre las olas en la cual, por poco, no acaban ahogándose los dos, ya que Akane había tenido que saltar al agua para ayudar al bobo de su prometido. Al final, Cologne usó un tiburón para decidir el combate y a Ranma no se le ocurrió otra cosa que utilizar la técnica de las garras de gato, pues gracias a ella era invencible.
Y sí, ganó la batalla, por eso tenían en su poder la píldora. La parte mala fue que, una vez más, el chico perdió el control de sí mismo y el Neko había estado a punto de causar una catástrofe entre los bañistas.
¡Menos mal que yo estaba allí! Pensó ella, arrugando la nariz. Por suerte, Akane ya sabía cómo calmar al demonio gatuno en que se convertía su prometido y pudo actuar deprisa. Tuvo un instante de pánico, pues no sabía si el Neko reaccionaría igual que la vez anterior; per en cuanto le llamó, Ranma acudió a su lado y se calmó al instante. Supongo que me reconoció. De hecho, estaba casi segura de que, un segundo antes de lanzarse sobre ella, Ranma había sonreído, como si hiciera mucho que no la veía y se alegrara por ello.
¿O quizás era el Neko el que se alegraba de verla?
Fuera como fuera, funcionó. Ranma se calmó, aunque había pasado ya una hora y seguía sin volver en sí. Había logrado que la siguiera hasta el hostal y ya llevaba un buen rato acariciándole la cabeza, sin que hubiera ningún cambio.
—¿Cuánto tiempo más vas a seguir así? —Le preguntó, aunque sabía que él no la comprendía—. ¡Me está entrando hambre! ¡Y sueño! —Pero Ranma, hecho un ovillo, ronroneaba sin inmutarse. Akane meneó la cabeza, después la inclinó hacia él y escuchó mejor ese sonido vibrante tan apacible, se le escapó una sonrisa—. ¿Eso es que te gusta?
. ¿Te gusta estar conmigo?
El gatito maulló de nuevo.
Va a ser cierto que soy la única capaz de calmarle pensó, entonces. Ya era la segunda vez que ocurría lo mismo. Se preguntó qué querría decir eso en verdad. No soy su Aisuruhito, eso está claro.
Pero tenía que haber una razón.
Akane seguía un poco dolida por lo que ocurrió aquel día en la escuela, incluso con todo lo que había pasado desde entonces no conseguía quitárselo de la cabeza. La historia que Tofu le había relatado y, también claro, el beso.
El roce rectificó, como siempre hacía.
—No fue un beso de verdad —dijo en voz alta y Ranma, volvió a levantar la cabeza para mirarla—. Fue solo un roce, ¿verdad? —El chico, gato, la miraba con confusión, abriendo bien sus ojos azules—. Y de todos modos, tú ni siquiera te acuerdas.
La pelirroja la miraba fijamente, sin parpadear, sin comprender una palabra de lo que oía. Su cerebro gatuno captaba los sonidos de su voz, pero no era capaz de darles sentido. A pesar de todo, era un alivio poder hablar de ello frente a él de una vez por todas.
En realidad, no sabía por qué seguía pensando en aquella tontería.
Ranma movió la cabeza de un lado a otro, sin apartar su vista de ella. Akane pensaba que, en su forma femenina, los rasgos del chico resultaban mucho más adorables. Sus ojos parecían más grandes, su naricilla más respingona, sus labios… ¿no se veían más rojos y suaves ahora?
¿Y si vuelve a hacerlo? Se preguntó, de repente, notando un pinchazo en el corazón. ¿Y si vuelve a besarme?
Durante unos instantes, Akane se quedó paralizada, con el corazón en la garganta, sin respirar apenas, hasta que Ranma bostezó y bajó la cabeza otra vez.
Seré idiota.
¡No esperaba de verdad que fuera a hacerlo! Y, seguro, que de haberlo intentado, ella le habría dado un buen mamporro, por aprovechado.
Seguro…
No obstante, se sintió tan avergonzada por haberlo pensado si quiera que se le saltaron las lágrimas. Se llevó las manos al rostro y dejó escapar un sollozo. Al momento, Ranma se irguió, confundido, y le dio con la cabeza en el hombro, llamando su atención.
—Eres un idiota —Le dijo Akane, a través del llanto. A pesar de su expresión vacía, las cejas de Ranma se fruncieron al mirarla. Levantó una mano, en forma de agarra, y encogiendo las puntas de los dedos hacia dentro, la pasó por el brazo de la chica—. ¿Qué haces? ¿Intentas consolarme? —Entonces, Ranma el gatito, aun con ese aire de inocente preocupación, acercó la cabeza a ella y la lamió con la punta de su lengua en la mejilla. Akane soltó un chillido y le arreó un coscorrón—. ¡Guarro! —El gatito gimió, lastimero, y la chica no pudo aguantar más la pena, así que se aferró a su cuello y siguió llorando—. ¡Idiota, idiota, idiota!
Ranma, por supuesto, ni se movió, ni habló. Permaneció estático, maullando en voz baja, dando a entender, sin embargo, que lamentaba su pena.
Al otro lado de la barandilla de aquel balcón, el sol empezaba a descender sobre el horizonte del mar, tiñéndolo todo de rojo. El olor a sal les llegaba con la brisa y el sonido de las olas rompiendo en la arena, algo que ayudó a que Akane se calmara poco a poco.
Todavía se estaba sorbiendo la nariz, con los brazos fuertemente enredados en el cuello del chico, cuando éste carraspeó.
—¿A-Akane?
—¡Oh! —Se apartó de él de un modo tan brusco que cayó sobre su trasero al suelo, pero se incorporó igual de rápido, frotándose los ojos—. ¿Ya has vuelto?
—¿Volver? —murmuró él—. ¡Ah, sí!
. Me convertí en gato para luchar contra esa maldita vieja… ¿qué pasó?
—Pues que ganaste —respondió ella y acto seguido le lanzó el medallón con la píldora mágica—. Ya puedes recuperar tu aspecto de hombre.
—¡Eso es genial! —exclamó el otro, espachurrando el medallón entre sus dedos. En el fondo, Akane se alegró de verle tan contento, pero necesitaba marcharse cuanto antes.
—Yo voy a ducharme y a quitarme el bañador de una vez…
—¿Por qué llorabas?
Ranma la detuvo cuando ella estaba por salir del balcón. Se quedó quieta, de espaldas a él, todavía con los ojos rojos y molestos por el picor. Volvió la cabeza sobre su hombro y vio que la pelirroja seguía en el mismo lugar, en el suelo, no había intentado seguirla ni nada parecido. De forma involuntaria, se pasó el dorso de la mano por la mejilla y sintió un escalofrío.
—No es asunto tuyo —respondió de mala manera y se fue.
No le apetecía repetir la misma conversación de la última vez. Si él no se acordaba de nada, ella no tenía por qué recordárselo, ¿verdad? Aunque no creyó que le importara de verdad.
Ranma ya tenía lo que quería: la píldora Fénix que le devolvería su aspecto de hombre. Y ella solo le había ayudado porque era la única que podía hacerlo. Había tenido un momento de debilidad, pero ya estaba bien.
No necesitaba a ese tonto… ¡Muchos menos sus estúpidos roces!
.
.
Después de la ducha, Akane se reunió con su familia para la cena.
Ranma apareció, por fin, convertido en hombre otra vez y todo el mundo lo celebró con entusiasmo, alabando su empeño y la forma feroz y valiente en que se había enfrentado al temible tiburón.
Ella prefirió mantenerse en su segundo plano y cenar en silencio, distrayéndose en observar al resto de huéspedes que degustaban la cena en lugar de atender a los relatos de su familia. Casi ni fue consciente de que, pese a su fácil vanidad, Ranma apenas respondía a los halagos que recibía. En verdad, el chico estuvo como ausente toda la velada y sus ojos no dejaban de buscarla a ella a la mínima ocasión.
Después de cenar, Genma y Soun se fueron a dar un paseíto nocturno por la playa, mientras los demás hacían las maletas para regresar a Nerima a la mañana siguiente.
Akane sabía que el dormitorio que Ranma compartía con su padre estaba justo al otro lado del pasillo, frente al suyo, y como no descartaba que Shampoo intentara hacerle una última visita al chico antes de que se marcharan, procuró llenar su maleta lo más rápido posible y escabullirse.
El hostal contaba con un hermoso jardín trasero repleto de árboles frutales y parterres con flores. Había, además, caminitos de roca que surcaban las extensiones de césped recién cortado y algún que otro banco de madera, por lo que se alentaba a los huéspedes a que salieran a pasear a la luz de luna. Encontró las puertas abiertas, aunque esa noche había pocos paseantes, y eso que era el mejor momento para salir al exterior, pues por fin parecía que las temperaturas darían un respiro.
Akane, ataviada con el yukata del hostal, caminó por uno de los senderos, adentrándose en una zona más agreste, atraída por el frescor que rezumaban los árboles y los arbustos. Caminó alrededor de algunos que tenían unas bellísimas flores blancas que el calor no había logrado marchitar aún, inspiró el olor exótico que emanaba de ellas, llenando sus pulmones y para cuando quiso darse cuenta, sonrió, con las mejillas refrescadas.
Al menos allí, a solas, podía sentirse en paz.
A través de las ramas podía ver el cielo, del todo despejado y cuajado de estrellas resplandecientes. Si cerraba los ojos y se concentraba, podía escuchar la melodía que éstas hacían, allá arriba, mezclada con el rumor del oleaje.
—Akane.
La voz imprevista la arrancó con violencia de ese instante de paz y armonía que estaba alimentando su alma, con lo que se giró, con muy mala cara, hacia la persona que la había seguido.
—¡¿Qué diantres haces tú aquí?!
Su enfado fue tan repentino y desproporcionado que Ranma retrocedió un paso.
—Solo quería hablar contigo.
—¡¿Qué pasa?!
El chico parpadeó, descolocado. También llevaba el yukata del hostal e iba descalzo, un detalle que le hizo pensar que era una especie de aparición fantasmagórica que acudía para seguir perturbándola, en lugar de una persona real.
—Siento haberte insultado por venir a rescatarme en la playa, a pesar de no saber nadar —Le respondió, con evidente timidez. Akane empezó a pensar que era el auténtico Ranma, pese a lo extraño que era que le estuviera pidiendo disculpas—. Yo… te lo agradezco mucho.
—¿Ah, sí? —se aseguró ella, frunciendo el ceño.
¿Y por qué parecía que estuviera a punto de caer muerto por reconocerlo?
—También te agradezco que me hayas aguantado cuando era… ya sabes… un gato.
Akane asintió, cruzándose de brazos.
—No iba a dejar que destruyeras la playa, ¿no? —contestó—. Por lo visto soy la única que puede hacerlo.
—Sí, por lo visto… —repitió él. Se puso a estirar y doblar uno de los bordes del yukata mientras no dejaba de tragar saliva—. Esto… yo quería… saber…
—¿Qué?
—No te habré hecho nada mientras era un gato, ¿verdad? —La miró un momento y enseguida, bajó los ojos—. Como la otra vez, digo.
¿Le estaba preguntando si había vuelto a besarla?
Por supuesto, él no se acordaba de lo que había hecho, y cómo ni él mismo se explicaba por qué la había besado la primera vez, debía estar muy preocupado pensando que lo había repetido.
¡Pero ni por esas era capaz de preguntárselo a las claras!
¡Será cobarde!
Antes de soltarle la verdad a la cara, junto a otras lindezas que deseaba decirle, Akane cambió de opinión y se contuvo. Apretó los labios pensando en el día tan horrible que Ranma le había dado: todos los disgustos, las bromas pesadas y sí, los insultos, dejándole en claro que ella era solo una carga para él, mientras parecía encantado de tener cerca a Shampoo en bañador.
—Ah… así que, otra vez, no te acuerdas —murmuró, llevándose las manos a la espalda.
—¿No me acuerdo de qué? ¿Pasó otra vez? ¿Eso?
—¿Te refieres a si volviste a besarme? —Akane asintió con la cabeza y Ranma dio un nuevo respingo. Sus rasgos se tensaron, aterrado y ella apretó los puños con fastidio. ¿De verdad le parece tan horrible? ¡Pues se va a enterar! Forzó una sonrisa, acercándose a él—. La primera vez pensé que había sido casualidad, que podrías haber besado a cualquiera pero ahora…
—¿A-ahora?
—Pues que dos veces seguidas querrá decir algo —continuó ella—. A lo mejor resulta que eres más sincero como gato que como hombre.
. O más valiente.
Ranma se llevó las manos a la cabeza y empezó a parlotear consigo mismo, histérico y ella trató de tomárselo con humor. Se lo merecía por ser tan desagradable siempre. Solo quería chincharle un poco, así que enseguida se dispuso a confesar que todo era una broma, más que nada para poder reírse bien a gusto de él y en su cara.
—¡Es verdad! —exclamó Ranma, de pronto. Apartó las manos y le mostró una mirada firme, un poco desesperada, que la dejó pasmada—. ¡Tienes razón, es cierto! —insistió—. Cuando soy yo mismo puedo controlarme, pero como gato… no puedo reprimir mis sentimientos.
—¿Qué… sentimientos? —El chico volvió a ocultar el rostro entre las sombras de la noche, avergonzado. Akane creyó ver en su cara una tonalidad rojiza y un pequeño temblor en su mandíbula—. ¿De qué me estás hablando?
—Es que yo, a pesar de no acordarme, la verdad es que… —La voz le flaqueaba una y otra vez—; no he podido dejar de pensar en el beso.
—Pero, si dijiste que no te acordabas.
—¡Y no me acuerdo! ¡Eso es lo peor! —admitió, dejando caer su puño sobre la corteza de uno de los árboles—. Me gustaría acordarme.
¿Me está gastando una broma? Se preguntó ella. No era normal que su prometido se comportara así, él nunca admitía ese tipo de cosas frente a nadie, mucho menos frente a ella.
En cualquier caso, ¿qué le estaba diciendo en verdad?
Ranma calló, vuelto hacia las puertas del hostal, sus hombros se derrumbaron como si el único soporte que le mantuviera en pie fuera el brazo que había apoyado en el árbol. Akane le observó, perpleja, y decidió que no, era imposible que estuviera fingiendo un abatimiento tan poderoso y repentino.
¿He ido demasiado lejos?
Y trató de remediarlo.
—Bueno, tampoco es para que te pongas así, hombre —Le dijo para consolarle—. ¡Si fue solo un roce!
—¿Cómo?
—¡Quiero decir que no pasa nada si no te acuerdas!
Ranma se dio la vuelta y la miró, frunciendo el ceño.
—¿Solo un roce? —repitió, muy serio—. ¿Solo fue eso para ti?
Akane enmudeció cuando él avanzó hacia ella. Sus pies descalzos partieron un par de ramitas del suelo pero su expresión grave no varió un ápice. La chica, sorprendida, retrocedió hasta que su espalda dio con la corteza de otro árbol, pero él continuó hasta que estuvieron casi pegados. Inclinó el rostro a la altura del de ella y la luna se coló por un resquicio entre las hojas para iluminar sus pupilas.
Pero, ¿qué está haciendo?
Había algo en la forma en que la miraba que la aprisionó la garganta, impidiéndola hablar. Era algo salvaje, parecido a la mirada del Neko, solo que no estaba vacía para nada. Akane veía mil cosas en sus ojos pero no sabía cómo interpretarlas.
Entonces, Ranma alzó una mano, y sin dejar de mirarla, le pasó los dedos por la mejilla, con gran suavidad, y después por los labios. El corazón de la joven explotó, acelerándole la respiración.
—¿Y por qué te pones tan nerviosa solo por un roce?
Akane se estremeció cuando los dedos siguieron bajando por su garganta, hasta la base del cuello y se internaron bajo el yukata para acariciar la piel, mucho más sensible ahora por la exposición al sol de todo el día. Cerró los ojos, intentando calmarse pero eso solo aumentó la intensidad con que percibía la presión de esos dedos.
—A veces un simple roce puede cambiarlo todo.
¿O no era eso lo que había pasado?
Aquel besito en la escuela no había sido apenas nada comparado con las historias que sus amigas le contaban sobre sus novios y que, a veces, la hacían sentir como una niña pequeña, y sin embargo, sin ser nada, lo había trastocado todo para ella.
Abrió los ojos dispuesta a admitirlo. A ser sincera y decirle que sí, que le gustaba, con Nekoken incluido, pero de nuevo, no le salieron las palabras cuando vio el rostro ruborizado de Ranma, sus ojos temerosos descendiendo por su rostro hasta sus labios.
No sabía si se atrevería, y ella tampoco era capaz de decir nada. Así que, volvió a cerrar los ojos y levantó un poco la cabeza. Los dedos de Ranma temblaron sobre su piel, pero su mano se hizo con la otra mejilla de la chica, con valentía. A Akane se le subieron los colores al recordar que había sido ahí donde la lamió por la tarde, aunque seguro que él no lo sabía.
Por fin, notó ese airecillo cálido y apresurado, otra vez sobre su nariz, justo antes de la presión, esta vez auténtica y total, de unos labios húmedos sobre los suyos. La piel de la cara se le erizó y después, se encendió. Se estiró hacia él, torciendo la cabeza y le agarró de la solapa del yukata para que no retrocediera. Ranma la aplastó con su peso y el beso se hizo largo y profundo.
Romántico.
Excitante.
.
.
.
Fin
.
.
.
¡Día dos, Ranmaniaticos!
Y aquí os traigo la segunda historia: solo un roce.
La verdad es que, en cuanto leí el tema, no sé por qué pensé en este momento. Lo más parecido a un auténtico beso que tenemos a lo largo de todo el manga entre los protagonistas y, ¿no es increíble que no se volviera a hablar de ello? La verdad es que pasó sin pena ni gloria
Para la pequeña referencia al barón Hideyoshi, me he basado en un cuento de Junichiro Tanizaki, un escritor japonés muy bueno (con el que comparto cumple, jeje) y os lo recomiendo mucho: El cuento del hombre ciego, no sé hasta qué punto es verídico todo lo que cuenta, sé que la mayor parte de lo relativo a las guerras entre señores feudales sí lo es.
De nuevo, muchas gracias a todos y a todas por leer la historia de ayer ^^ Espero que la de hoy os haya gustado también mucho.
Nos vemos mañana ;-)
¡Besotes!
—EroLady
