31

Regresó a casa medio aturdida. Todo había sido como un sueño. En piloto automático, fue a hablar con doña Hana y, después de explicarle la razón por la que le había contado a la Hokage sobre su condición, la anciana la perdonó.

Esa noche durmió poco. El recuerdo de las caricias compartidas con lady Tsunade le taladraba el cerebro. ¿Por qué se había ofrecido a abrazarla y le había dado permiso de tocarla? ¿Por lástima? ¿O le tenía tanto cariño que estaba dispuesta a hacer ciertas concesiones?

Esas preguntas aún la martirizaban cuando se encontró en la mañana con sus compañeros.

—Ay, Athena, te ves terrible —exclamó Ren apenas la vio.

—Buenos días a ti también. Y gracias —respondió con un poco de sarcasmo.

—Y llegaste mostrando las garras —se burló Kenji.

—Ya déjenla tranquila —los regañó Aya.

Athena le dio una mirada de agradecimiento a su compañera y una fulminante a los otros dos. Sin embargo, no estaba enojada; Ren siempre era así y, en el fondo, se alegraba de que Kenji se estuviera sumando a las bromas; eso quería decir que ya la odiaba un poco menos.

Ese día los habían asignado a escoltar un comerciante, así que estarían unos días por fuera de Konoha. Eso le daría tiempo para calmar sus pensamientos.

—¿Quieres una oreja amiga? —ofreció Aya mientras caminaban. Ren y Kenji iban más adelante hablando con el mercader.

Athena lo pensó por un momento. Quizá la perspectiva de una mujer heterosexual podría ser de gran ayuda.

—Aya, ¿qué harías si una mujer cercana a ti se te declarara?

La chica lo pensó por un momento.

—Eso depende, ¿ella es importante para mí? ¿Es mi amiga?

—Digamos que sí.

—Bueno, creo que haría lo mismo que con un amigo hombre: escucharía, mostraría empatía y la rechazaría.

—¿Y cómo te comportarías con ella?

—Siempre y cuando todo estuviera claro, creo que lo mismo de siempre.

—¿Y te incomodaría que ella te mirara... de cierta manera?

Su compañera se frotó el mentón.

—Mmm, quizá sí.

—Y aun sabiendo que ella tiene cierta clase de pensamientos hacia ti... —sintió arder sus mejillas—, del tipo físico, ¿serías más afectuosa con ella?

Aya se detuvo y se giró para mirarla.

—No lo creo. ¿Por qué me comportaría así con ella si sé que lo siente de otra manera?

Athena se encogió de hombros. Esa era la gran pregunta.

—A no ser... —Aya hizo una pausa— que sintiera lo mismo por ella. —Entrecerró los ojos con sospecha.

A Athena se le cortó la respiración. ¿Era posible que lady Tsunade correspondiera a sus sentimientos? No, eso debía de ser una locura. Una mujer así jamás se fijaría en ella, aun si no fuera heterosexual.

Sacudió la cabeza. No, lo más probable era que lady Tsunade estuviera siendo amable con ella y no quería hacerla sentir mal.


Tsunade se encontraba examinando a Hana, haciéndole unos análisis para fijar la fecha de la cirugía. Había pasado los últimos días estudiando (cosa que no hacía habitualmente) para minimizar los riesgos de la operación. Haría hasta lo imposible por curar a la anciana.

—Todo está casi listo —le informó a Hana—. La cirugía podrá realizarse la próxima semana.

La anciana asintió.

—Le agradezco su generosidad, lady Hokage. Me disculpo por ser una carga para usted.

Tsunade la miró fijamente.

—Usted es una residente de la Aldea de la Hoja, mi deber es protegerla. Además, ¿se ha dado cuenta del cariño que Athena le está tomando? Si le ocurriera algo, le rompería el corazón.

Hana bajó la mirada.

—Sí, lo sé. Es una chica muy dulce y servicial. Ha sido agradable tenerla de compañera de casa. —La miró—. Usted se preocupa mucho por ella —la anciana no lo había formulado como una pregunta.

—Sí —respondió Tsunade—. Ha demostrado ser un buen ninja.

Hana levantó una ceja.

—No trate de engañar a una anciana, usted no la ve como uno de sus subordinados.

Tsunade no era de las que se apabullaban o incomodaban, pero una sensación un tanto inusual la recorrió: vergüenza. ¿Era tan evidente la atracción que sentía por Athena?

—Es bueno que la chica nos tenga a las dos —continuó la anciana—. Parece solitaria. —Luego abrió los ojos, como si hubiese recordado algo—. Ah, sí, le iba a preguntar; el cumpleaños de Athena se aproxima. Estaba pensando que quizás podríamos celebrarlo en mi casa. Espero que para ese momento ya esté totalmente recuperada.

Tsunade sonrió.

—Claro que sí. —Luego arrugó el entrecejo—. ¿Cómo hizo para sonsacarle la fecha de cumpleaños a esa tumba? Yo la sé por los registros que tuvo que llenar.

Hana sonrió con picardía.

—La chica es demasiado gentil como para negarse a responder las preguntas de una noble anciana.

Tsunade sacudió la cabeza mientras reía. Podía imaginarse todas las artimañas que la anciana había estado empleando. Al parecer, Athena tenía una debilidad más grande por Hana que por la misma Tsunade.


Se limpió el sudor mientras miraba a la mujer en la camilla. Había sido una operación de casi cuatro horas; sin embargo, se sentía aliviada de que todo hubiese salido bien. El corazón de Hana podría soportar otros 70 años.

Les dio las últimas instrucciones a los enfermeros y se dirigió a la sala de espera del quirófano, donde sabía que encontraría a Athena.

Cuando abrió la puerta, la chica levantó la cabeza; a Tsunade se le arrugó el corazón ante la mirada de desesperación que le lanzó. Casi podía escuchar los pensamientos de Athena, y todos ellos estaban relacionados con la muerte de su abuela y el miedo de ver a alguien más partir de su vida. Tsunade había perdido a su hermano y a su amado; Athena, a su abuela y, en cierta manera, a su madre. Sus corazones albergaban pérdida y soledad. Eso también las unía.

—Athena —empezó con suavidad—, no te preocupes. Todo salió bien.

La chica se desplomó en la silla. Tsunade pudo ver el alivio recorriéndole el cuerpo, sin embargo, también notó las lágrimas resbalándole por las mejillas.

—Si hubiésemos venido a Konoha, usted la habría salvado —susurró la chica entrecortadamente y escondió el rostro entre las manos—. ¿Por qué no quiso venir?

Tsunade se quedó petrificada. No sabía de qué había muerto la abuela de Athena, nunca había querido indagarla al respecto, pues sabía lo doloroso que era. ¿Habría podido salvarla? Quizás. Sin embargo, Akira también había sido médica, no con la especialidad de un ninja, pero tenía muchos conocimientos. ¿Tal vez sabía que no había remedio?

Tsunade se acercó a Athena —que aún tenía el rostro entre las manos—, se arrodilló frente a ella y le tomó las manos para descubrirle el rostro; las lágrimas caían a borbotones. La había visto llorar antes e incluso había presenciado un ataque de pánico, pero aquella imagen era desgarradora. Athena estaba dividida entre el alivio de que Hana estuviera bien y el dolor de que se pudo haber hecho más por su abuela.

Tsunade era consciente de que las palabras serían superfluas en ese momento, así que hizo lo mejor que se le ocurrió: se levantó, se sentó a su lado, le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia ella. Y ahí, en la sala de espera, la dejó llorar entre sus brazos hasta que se le secaran las lágrimas.