Kiara, Kovu y Oreius pertenecen a Walt Disney Pictures. Aslan, Jadis, los Pevensie y el resto de personajes pertenecen a C. S. Lewis.
Capítulo 9: El amor de Aslan
Por la noche, vuelve el grupo que envié hace unas horas a perseguir al lobo de Jadis. Oreius trae al Hijo de Adán en su lomo, el cual está profundamente dormido:
—Señor —dice el centauro zaíno— aquí está el pequeño humano.
—Rápido, dámelo.
—¿Estás seguro, Aslan? —titubea— es más de lo que merece.
—Querido Oreius —replico con calma— puedo leer en tu corazón que no has estado de acuerdo en las decisiones que he tomado con respecto a Edmund. Pero comprende que es solamente un niño y necesita reparar sus faltas. Ahí es donde voy a ayudarle, porque son los enfermos los que necesitan médico, y no los sanos.
El centauro, todavía reticente, deposita al pequeño en mi lomo. Me encamino a mi tienda carmesí y, una vez dentro, me siento en mi silla y acojo al niño en mi seno. La expresión de su cara le cambia de dolorosa a calmada, lo cual me hace sonreír porque subconscientemente ya está arrepintiéndose de sus pecados.
Sumido en el mundo de los sueños, sin la más leve pisada de una pesadilla, el Hijo de Adán duerme toda la noche. Mientras, yo examino su corazón y me sumerjo en el miedo, la ira, la envidia, la pena y el dolor pasados, lo cual me abruma. Pero aún me apena más que ha sido engañado por la Bruja Blanca, y no tardará en reclamarlo como legítima presa para la Mesa de Piedra. No deseo en absoluto un destino tan horrible para un niño como él, pero tampoco puedo oponerme al poder de mi Padre.
Temprano a la mañana siguiente, Edmund se despierta un tanto sobresaltado por el cambio brusco de escenario. Salta de mi regazo al suelo, abrazándome las patas traseras y llenándomelas de lágrimas mientras me pide entrecortadamente perdón:
—Señor… perdóname. Yo, pensaba que la Bruja era buena. La primera vez me vio en el bosque y me ofreció comida. Pero… luego, lue…go fue muy mala conmigo y con otras personas, trató de atrapar a mis hermanos… yo no que…quería todo esto…
—Ya, ya, Edmund —le consuelo con ternura, posando una zarpa sobre su espalda— sé por lo que has pasado. Conozco tu corazón y sé que la bruja te ha tentado para que hicieras todo eso, porque estabas lleno de envidia y celos. Pero también he visto muchas cosas buenas en ti: valor, justicia, bondad, y sobre todo, amor, mucho mucho amor.
Levanto al Hijo de Adán y lo deposito de nuevo en mi regazo. Él, temblando como una hoja, se abraza a mí fuertemente y derrama lágrimas sobre mi melena, lo cual no me importa porque mi hijo pródigo, mi maravilloso tesoro ha vuelto, y lo demuestro correspondiendo a su abrazo y acariciando su cabeza con mi nariz:
—¿Vas a castigarme?— pregunta el niño un tanto asustado
—¿De qué serviría? No, hijo mío, ya has recibido suficiente sufrimiento. Yo no castigo a nadie, porque eres mi hijo y mi más preciado don, junto a tus hermanos y el resto de animales parlantes que creen en mí.
—¿Entonces, no me odias por todo lo que he hecho? ¿Somos amigos?
—No temas, mi niño. Has vuelto a casa y yo te recibo con los brazos abiertos como a mi hijo amado, perdido en las tinieblas pero que ha regresado a la luz, donde yo te guiaré y te mimaré. Edmund, mi Padre y yo te queremos de todo corazón y para siempre, nunca lo olvides.
El chico, ya más convencido, sonríe y asiente. Le invito a dar un paseo por los alrededores para que estirara las piernas y volviera a sentirse libre. Rato después, sus hermanos y la pareja de leones salieron del pabellón y tuvimos que interrumpir nuestra pequeña charla:
—Aquí está vuestro hermano —dije dirigiéndome a los otros Hijos de Adán— y no tenéis por qué hablar con él sobre algo ya pasado.
Los hermanos se perdonaron mutuamente. Luego, la pequeña Lucy, Susan y Kiara lo cubrieron de besos y caricias mientras que Peter lo abrazó con mucha fuerza diciendo para sí, lleno de alivio, "Gracias al cielo, Edmund, estás aquí".
Me alegra que otra alma torturada por la crueldad de la bruja haya encontrado la paz. Para mí, mi felicidad reside en la de todos mis hijos, pero sé que no va a ser duradera, pues Jadis tratará de ejercer una vez más su derecho como verdugo del Emperador, mi Padre…
Poco después, uno de los leopardos se acercó a mí comunicándome que un mensajero de la bruja solicitaba audiencia conmigo. Era un Hijo de la Tierra, que proclama a su señora como reina de Narnia entre los murmullos enfurecidos de la multitud, y me pide un salvoconducto para ella:
—Di a tu señora, Hijo de la Tierra, que le concedo el salvoconducto, con la condición de que dejará la varita en ese roble de ahí —le digo calmadamente.
Para asegurarme de que la Bruja cumple con las condiciones, les pido a los leopardos que acompañaran al esbirro. Poco después, Jadis aparece ante mí, siendo recibida por abucheos y alguna mirada de terror por parte de los niños y de la leona, que instintivamente protege con sus patas al fruto de sus entrañas:
—Tienes un traidor entre vosotros, Aslan —dice en tono triunfante
—Bien —respondo en tono calmado— su falta no te perjudicó a ti
—¿Has olvidado la Magia Insondable?
Lanzo un leve pero potente rugido de advertencia hacia ella. ¿Cómo se atreve ni siquiera a insinuar que no conozco la Magia Insondable, el poder de mi Padre? Yo ya estaba aquí en los albores del tiempo, y antes incluso
—A mí no me hables de la Magia Insondable, Bruja —le digo en tono severo— Estaba allí en el momento en que se pronunció.
—Sabrás entonces —continúa sin inmutarse— que todo traidor me pertenece. Esa criatura humana —señala a Edmund— me pertenece. Su sangre ha pasado a mi poder.
—Ven y atrápala entonces —interviene el toro con cabeza de hombre.
Peter desenvainó la espada y Kovu sacó las garras y mostró los colmillos, ambos dispuestos a luchar.
—Estúpidos —bramó la Bruja Blanca— creéis que vuestro señor puede quitarme por la fuerza lo que por derecho me pertenece. Sabe perfectamente que a no ser que reciba sangre, toda Narnia perecerá bajo el fuego y el agua.
—Es cierto —respondo con profundo pesar— no lo niego
—¡No, Aslan! —susurró Lucy en mi oído— ¿No puedes hacer nada para detener la Magia Insondable?
—¿Ir contra la magia del Emperador? —inquiero, mirando a la niña de manera desaprobadora, de forma que nadie volvió a sugerirme tal cosa.
Aunque sí hay una solución que salvaría al mismo tiempo a Edmund y a Narnia. Y eso requiere una entrevista a solas con la Bruja:
—Tenemos que hablar a solas —le indico mientras me encamino a la tienda
Ella entra conmigo y empezamos a hablar:
—Jadis —comienzo amablemente— solamente es un niño, y aunque haya errado a lo largo de su corta vida también es un ser inocente. Aunque sea un traidor, apelo a la bondad de tus primeros antepasados de Charn, que también reside en ti, que lo reconsideres.
—Ni hablar —replica bruscamente la malvada— La criatura humana ha traicionado a los suyo, y por lo tanto su vida me pertenece. No te atrevas a hablarme otra vez de los primeros reyes de Charn, pues eran gente blanda y débil, demasiado temerosa de cumplir sus deseos. Sin embargo yo me volví inmortal y conseguí un ejército de fieles para conquistar y gobernar Narnia a mi voluntad.
Su desprecio y su vanagloria me molestaban sumamente, pero iba a utilizar un último recurso con que ella no contaba:
—¿Y si me ofreciera a mí mismo a cambio de Edmund?
Jadis, reticente al principio, se lo piensa mejor, e incluso se permite el lujo de sonreír de manera triunfal al advertir lo que este trato implica:
—Trato hecho. Pero dime, ¿por qué te interesas tanto en un mocoso traidor? —me pregunta en un tono burlón.
—Porque es mi hijo, y le quiero con todo mi corazón sin conocer límites ni medida. Lo amaré eternamente y, si sigue siendo bondadoso, mi padre lo acogerá en su casa, donde será amado eternamente —le respondo sin inmutarme ante su falta de sensibilidad— sé que tú no lo comprendes, porque aunque en tu corazón lata la bondad de tus antepasados, te has dejado cegar por la vanidad, el orgullo, el odio y la soberbia.
E iniciamos una larga negociación, insistiendo sobre todo en que no podrá tocar la vida de Edmund si yo le entrego la mía. Finalmente salimos de la tienda, no se me escapa que mira al niño fijamente, el cual, lleno de pánico, me mira a los ojos. Yo le miro directamente a los suyos para tranquilizarlo y anuncio a todos la noticia:
—Ha renunciado a la sangre del Hijo de Adán
Todos mis fieles, que habían contenido la respiración, estallaron en una frenética alegría abrazándose los unos a los otros y dando palmadas a la espalda del niño.
—Pero, ¿cómo sé que se mantendrá esta promesa? —me pregunta la bruja, sin poder contener su júbilo.
Por toda respuesta, rujo ensordecedoramente, haciendo que ella se volviera, si cabe, aún más blanca y pusiera pies en polvorosa.
Ordeno levantar el campamento e instalarnos en los Vados de Beruna. Una vez instalados todos, me voy a una zona discreta lejos del resto y dirijo mis ojos llenos de lágrimas a los cielos:
—Padre, hoy me reuniré contigo. Tengo profunda fe en ti, pero aún así tengo miedo, miedo de morir, miedo por Narnia, miedo por el pequeño Hijo de Adán. Por favor, te pido que hagas esta carga lo menos pesada posible. Que se haga tu voluntad y no la mía.
Y lloro amargas lágrimas hasta la caída de la noche. Ya más tranquilo, enfilo el camino hacia la Mesa de Piedra, hacia mi propia muerte. Pero nada de eso importa, mientras todos mis hijos, a quienes aprecio más que a mi vida, estén a salvo.
Aslan demuestra que el amor está por encima de todo y que su perdón y misericordia no conocen límites, aunque el pecador sea un traidor. Gracias Uznara por tu fiel seguimiento a esta historia. Espero que te siga gustando el fic. Reviews please.
