Aslan, Lucy y Susan pertenecen a los herederos de C. S. Lewis. Kiara pertenece a Walt Disney Pictures.


12 La gloria de Aslan

A la madrugada siguiente, Susan, Lucy y yo despertamos pensando que todo lo vivido en la noche anterior había sido fruto de una pesadilla, pero la realidad nos golpea cual dura maza, pues el yaciente cuerpo de Aslan todavía permanece sobre la triste y gris Mesa de Piedra.

Mientras la luna inicia su descenso y las nubes se transforman en suspiros de gas, las dos muchachas y yo nos desperezamos y nos acercamos a quien una vez fue el glorioso León de insondables ojos y soberbia melena:

—Aslan —musito quedamente, llena de dolor— nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho por salvar a mi hijo. Te quiero. Te quiero de todo corazón.

Una vez más, las tres derramamos toda nuestra tristeza entre ríos de lágrimas, hasta que purgamos casi del todo el dolor de nuestros corazones. Poco después, empezamos a sentir una especie de calma, con algunos tiznes de indiferencia, pensando que nada podría suceder después. Repentinamente, percibimos pequeños pasitos y un sonido como de roer, resultando ser unos ratoncitos que están junto al cuerpo de Aslan:

—¡Puaj! —exclama Susan, repugnada— Ratones de campo. Fuera pequeñas bestias

Lanzo un sordo gruñido para tratar de espantarlos, pero Lucy me detiene:

—¡Detente, Kiara! Midad lo que hacen.

—Parecen que están royendo las cuerdas —observo, un tanto extrañada.

—Pobrecillos —se apena Susan— piensan que si lo desatan servirá de algo. Ayudémosles.

Una vez el cuerpo de Aslan se ve liberado de las cuerdas, las tres lo miramos con desolación pintada en sus rostros, pero sabiendo positivamente que nada podemos hacer por él.

Cuando el cielo empieza a colorearse con tonos rosas, Susan, Lucy y yo abandonamos la Mesa de Piedra para desentumecer nuestros cansados cuerpos. Apenas damos unos pasos, cuando un sonido, como el de un rayo partiendo una roca, reverbera en el aire:

—¡Oh, no! —exclama Lucy— le están haciendo algo peor. ¡Deprisa!

La pequeña tira de su hermana con desesperación, Mientras, yo trato de seguirlas pero extrañamente no puedo seguir su ritmo a pesar de ser una leona. Cuando llegamos a la Mesa, nos sorprendemos al ver la escena al alba, mas enseguida nos damos cuenta que el cuerpo del León no está:

—¿No ha sido suficiente lo que le han hecho, que ni siquiera le dejan descansar en paz? —medio rujo, enrabietada.

—¿Qué esto, más magia? —pregunta una sorprendidísima Susan

—Sí, es más magia —responde una profunda voz, como si proviniera del cielo.

En aquel momento, el lienzo del cielo se pinta de dorado. Y mientras el sol inicia su diario camino, el León en persona sube lenta pero solemnemente la colina, con el brillo del astro rodeándole en una gloriosa aura. Los rostros de las niñas y el mío mudan de la congoja a la más sentida de las alegrías:

—¡Aslan! —gritamos las tres a la vez, llenas de emoción.

Susan y Lucy van a abrazarle enseguida, pero yo tengo que ir más despacio debido a la extraña pesadez de mi cuerpo:

—¿No estás muerto Aslan?— inquiere Lucy

—Ya no, querida

—¿No serás …?— pregunta Susan, sin atreverse a decir fantasma

El León lanzó su aliento sobre ella, que se sintió envuelta en un espeso pero suave perfume:

—¿Pero entonces, qué significa todo esto? —indago, con curiosidad.

—Significa que la Bruja tenía conocimiento de la Magia Insondable, que se remonta hasta el amanecer de los tiempos. Pero si hubiera investigado hacia la quietud del mundo antes de que se cubriera de vida, habría descubierto una Magia aún Más Insondable que dictamina si víctima voluntaria, que no ha cometido traición, se sacrificara en lugar de un traidor, la Mesa se rompería y la muerte misma efectuaría un movimiento de retroceso. Y ahora…

—Dinos, ¿y ahora? —dice una entusiasmada Lucy, dando palmas

—Ahora —responde el león, azotándose con la cola sus cuartos traseros— ¡Niñas, atrapadme si podéis!

Aslan da un magnífico salto alejándose de nosotras. Lucy trata de alcanzarlo pero éste sale fuera de su alcance. Durante un rato, las dos chicas y el León se persiguen los unos a los otros y retozan en la hierba. Mientras tanto, Yo los contemplo con una tierna mirada, feliz de que nuestro salvador esté vivo.

—Y ahora, a trabajar —dice Aslan, concluyendo con los juegos— Voy a lanzar un rugido. Así que mejor tapaos los oídos.

Ruje tan profunda y potentemente, que ninguna de las tres, ni tan siquiera yo que soy hija de león, nos atrevemos a mirar la fiereza de su rostro.

—Aslan —reclamo la atención del Hijo del Emperador— hace un rato que me siento un poco más pesada. ¿Qué es lo que me pasa?

Por toda respuesta, el dorado león posa suavemente una zarpa sobre mi vientre, y me lanza una mirada significativa a los ojos. Por su parte, siento en mi corazón un amor aún más profundo que antes por la vida que está creciendo dentro de mí:

—He decidido acelerar tu embarazo. Es una recompensa para ti y tu prometido por preocuparos tanto por el bienestar de vuestro cachorro. Ahora jovencitas —añade, dirigiéndose también a Susan y a Lucy— tenemos que hacer un largo viaje. Montad sobre mi lomo.

Aslan baja toda su gran altura, y primero me ayuda gentilmente a montar sobre su lomo, y después se suben Susan y Lucy. Una vez estamos todos listos, comienza el viaje más fabuloso de nuestras vidas.

El León, a una velocidad mayor que cualquier guepardo del reino de mi padre, con absoluta destreza y con gran suavidad a pesar de su peso, atraviesa los más variopintos paisajes de la primaveral Narnia: el Gran Río, estruendosas cascadas, enormes montañas, y kilométricas llanuras llenas de hayas, cerezos silvestres y florecillas blancas y azules.

En un momento dado, aparece un magnífico castillo, o más bien un conglomerado de torres, torrecillas y torreones, que de juguete parece. Pero a medida que nos vamos acercando, aumenta y aumenta de tamaño. No hay nadie en las altas puertas para abrirnos, pero parece que Aslan sí sabe lo que hace, pues repentinamente va a una mayor velocidad, si cabe:

—Sujetaos bien fuerte, niñas —nos indica. Y añade con absoluta determinación— voy a saltar.

Un instante después, el mundo pareció volverse del revés y a nosotras se nos encogió el corazón del susto pues el León toma un enorme impulso para saltar —si no volar— y entrar en la morada de la Bruja Blanca.

Nosotras tres ilesas, aunque aún recuperándonos del sobresalto, contemplamos el desolador y curioso patio que se extiende vastamente por las colinas.


¡Actualizado tras dos meses! Siento muchísimo la espera, pero la vida real es un poco complicada. Gracias sobre todo a Shimmy Tsu por su inmensísima paciencia, sus ánimos y sus reviews. Va por ti, guapa :)

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