Capítulo dedicado a la Musa de la Historia: Sami Morales.

Cariño, quiérete un chingo. Esto es para ti.

II

Theodore, me encantan tus ideas de mediodía.

Nunca te lo he dicho, pero, cuando el sol pega fuerte y me siento melancólica durante septiembre, caminando por la vereda llegando a la parte de abajo mientras me compras girasoles para recordarme que existe la tranquilidad y no necesito un delantal para ser feliz, gatos corriendo en un enorme jardín, ni hijos para llenarme la nostalgia, siento que te adoro.

No te lo digo porque tenga la necesidad de ser cursi: Sólo somos amigos que disfrutamos de todo el sexo posible (e imposible), que descubrimos que con eso estamos bien, porque perdimos tanto que no queremos seguir perdiendo, y porque, además, ¿Para qué arruinar lo que ya es lo mejor? Siendo honestos, como pareja seríamos el mismo desastre que somos separados, viviendo con los otros, aguántandolos y aguantándonos... lo mismo de siempre, la misma rutina sin saciedad, como cuando tú y yo no tenemos sexo los viernes.

Para empezar, yo detestaría tener que pelear por ti con Zabini cuando viene a morderte el culo los fines de semana o chillarle a Parkinson en enero y, ¿Por qué no? también en Diciembre, cuando se la pasa desnuda en tu casa como si fuera la suya. Ugh. De sólo pensarlo creo que dejaría de dormir en una semana para no tener que soñarlo ni imaginarme semejante visión.

Tampoco me sabría bien que, aparte de las sábanas, compartiéramos las mañanas, cuando Malfoy viene a desayunar contigo acompañado de su esposita decorativa a arruinarme mi dulzura y paz con su altivez de porquería y su supuesta mojigatería, tendría que tragarme el maldito té de clase alta a cada rato, es un absurdo imposible para mí. Te quiero mucho, Theodore, pero tampoco tanto.

Para seguir, tampoco podría fingir un afecto por Scorpius que no siento- en lo absoluto- y eso sí que sé que no me lo podrías perdonar, porque puede que tu padre haya sido un desgraciado contigo, pero tú no eres él y quieres a tu ahijado Malfoy como si fuera tu propio vástago.

Además, aunque dejáramos todo lo de Scorpius aparte y el resto te hiciera estallar en histéricas carcajadas, odiarías que desordenara y volviera a ordenar alfabéticamente todos tus libros porque todo tiene un límite y hasta el amor decide que se ha llegado demasiado lejos cuando viene el trastorno obsesivo- compulsivo a joderte la semana... ¡Uno que ni siquiera me permite ser lo suficientemente ordenada para no arruinar tus arriates y tus rosales porque no sé cuidar flores pero me encanta destrozar el pasto y llenarme de tierra, que ni siquiera es de buena calidad!

Luego añade que no sé cocinar y sabes que odio que hagan las cosas por mí, así que no aprendería a hacerte la comida y tendrías que soportar mis asquerosidades y mi testarudez a negarme a aceptar que hay cosas que no puedo hacer. Sí, soy la bruja más brillante y la cocinera más patosa. Admito tu triunfo y tus admirables huevos con queso en tostadas de la más delicada calidad... Aunque me duela.

Cuando el exceso de trabajo se hiciera insoportable -lo normal, ciertamente- te echaría la cafetera encima, aunque yo misma terminaría echándote de la habitación por fumar cuando tus proyectos de Pociones no fueran desarrollándose perfecta y filosóficamente -como tú- y sé que me odias en mi síndrome premenstrual mientras que yo no te soporto en tu maldita andropausia anticipada, así que, diablos, ni en eso coincidimos.

Tendríamos discusiones diarias porque tú todavía apruebas los tratos bestiales, inhumanos, simplemente degradantes, jodidos en los elfos domésticos y jamás nos pondríamos de acuerdo en el tema de quiénes son, de verdad, los mejores maestros de Runas Antiguas, que al menos eso sí compartimos, nuestra asignatura favorita, incluso por encima de Aritmancia.

Yo odiaría que te levantaras al alba y tú me maldecirías en checo porque soy una maldita lechuza. Además, me sentiría imperfecta. ¿Qué clase de mago es uno que reside en Inglaterra, que apenas sale habla checo? No tienes ni siquiera antepasados que lo justifiquen... y tampoco está justificada mi envidia porque, al menos en ese sentido, hayas tenido una educación más amplia que la mía.

Sí, lo sé: somos tan imperfectos como personas, por muy inteligentes que resultemos por nosotros mismos, que resultaría un riesgo muy amplio casarnos y al tener nuestros propios hijos no nos iría bien. Ya que hemos alcanzado el buen sexo, ¿De verdad queremos fracasar como padres y volver a esa espiral del -esto no es lo mío-?

Mala Idea. La peor, cuando esto ya funciona como ruedas incluso si no quieres separarte por nada del mundo del cabrón de Blaise que se acuesta con todos pero que aún así no tiene suficiente y sigue rondándote con tanto deseo que cuando están ustedes la tensión sexual se vuelve electricidad y ambos parecen lujuriosos machos cabríos, malditos hombres lobos en celo.

Tú le pones un maldito altar a su piel de ébano y él quiere pintar toda su estúpida casa con el exacto color de tus preciosos ojos azules; los dos son unos jodidos racistas brujos, magos y hechiceros, si me apuras, de mierda, aunque me alegra ser la única en saber que la verdadera razón por la que no se casan es porque como hombre casado tú eres tan celoso y posesivo que te meterían a Azkaban al primer desliz de Blaise y como es él, habría más de tres en el primer mes.

No, no, no hay probabilidad alguna de éxito. Porque nosotros ya hemos hecho esta ecuación millones de veces y ya sabemos que no es en eso en lo que tú y yo resultamos -de hecho- perfectos. Adecuados. Me atrevería a decir que casi (solo casi) indispensables para el otro.

Ni siquiera nuestra amistad es taaaan perfecta.

Pero el sexo... Ah, eso es otra cosa.

Y es que, aunque no me gusta la vulgaridad, ¿Quién puede pedir más que esto si sólo de acordarme se me humedecen las bragas completas? Cuando estás es el Paraíso disfrazado de efectos ardientes del mismo volcán que insufla fuego al infierno, pero incluso si no es viernes, todavía me queda mi memoria para poder repasar la película de nuestros muchos placeres e imaginarme qué quiero hacer la siguiente ocasión. Porque cada ocasión es mejor que la anterior. Y ninguna se asemeja a la otra, y aún así todas son torrenciales. Como la lluvia. Como el furor. Como... Dejémosle así, no soy poetisa. Al menos, no en las letras.

Porque si empiezo con esas ridiculeces, mejor que siga grabándotelas en la piel.

Así que me humedeceré sola, porque aún no has llegado y me encanta estar lista cuando estás aquí. No me importa esperar mil horas en los preliminares, siempre y cuando termines por olfatear dulcemente mis dedos que saben a ansiedad sexual, a deseo puro, a necesidades cubiertas y a expectativas nuevas, cuando los pruebas me siento como una sirena que ya ha cumplido su propósito y ni ha abierto la boca para cantar.

Porque entonces mi propia esencia es la música que te lleva a ti a bailar. Y el baile sensual de una serpiente es el más hipnótico de todos. En eso, como en otras tantas cosas, si he aprendido. Algo. No, mucho. Sí, quizá, pero no suficiente.

Nunca es suficiente. Aún así, todavía me acuerdo la primera vez que empezamos a variar el sexo.

Éste ya era bueno, mucho, pero yo quería más. Contigo siempre había algo nuevo que quería descubrir. Esa noche estábamos en una maldita calle muggle donde casi no había luz y nos excitaba la sola idea de desnudarnos en el peligro y empezar a besarnos para que nos atracaran.

Es más, yo traía una falda roja de esas que usaban las niñas muggles en el Colegio y tú llevabas una chaqueta de piel para que creyeran que éramos dos adolescentes imbéciles que estábamos desafiando al frío y a la policía. Tener sexo al borde del cuchillo era de lo más excitante:

¿Tengo que explicar que no nos preocupaban las cicatrices, ya que, después de todo, yo ya llevaba la de Bellatrix y tú las que te hizo tu padre en la infancia?

Espero que no. Es redundante. La Guerra va y viene. El placer en cambio, no. Reténlo, porque se escapa, porque tal vez nunca lo probaste en verdad. Atrévete a probar lo que no has probado. Sé valiente como un Gryffindor, y deslízate como un Slytherin...

¿Qué puedo decir? ¿Qué contigo incluso me volvería Ravenclaw para poder volar?

¿O que al principio preferíamos estar más en la mísera tierra como un Hufflepuff?

En aquellos años las cosas eran distintas, lo sé. ¿A quién malditamente le importaba la vida cuando vimos tanta muerte?

Pero no era la muerte la excitante. Era la idea de que nos atraparan en la calle, en ese parque solo y de mala vecindad, donde creyeran que traíamos droga y los pudiéramos asustar.

Con magia y con nuestros cerebros ya teníamos los riesgos cubiertos: lo que queríamos en realidad era sexo y estábamos lo suficientemente lejos de casa para que si nos atrapaban, no pasáramos vergüenza y/o tuviéramos que dar explicaciones.

Empecé a gemirte en el oído mientras me bajabas los simples calzoncillos de algodón raído que traía. A mí me encantaba sentir tu erección entre los muslos cuando te hablaba al oído y te mordisqueaba la oreja y a ti te volvía loco que me mojara cuando usabas tu dedo meñique para separar primero los hilos deshilachados de mi tonta ropa interior y luego hicieras tu trabajo fingiendo ser arqueólogo en busca de mi clítoris.

No reprimí mi gemido largo cuando me empujaste con rudeza hacía un árbol y me pegué contra su tronco: el dolor se me hacía excitante porque tu pene me estaba presionando y siempre sabías cómo moverte para que el placer sustituyera cualquier otra sensación.

Metí los brazos en tu chaqueta para calentarme y también para que mi frío te erizara más y te pusieras más intenso pero en eso pasó un auto con las luces muy altas y dejamos de gemir tan alto. Había que cuidarse de la ley de alejamiento con los muggles, ya que, mientras a ti te importaba un comino, yo todavía trabajaba para el Ministerio y no quería verme en los titulares con una foto con las bragas en los tobillos. No sólo era la dignidad- que también- nuestros "placenteras vacaciones" eran privadas. No hicimos toda esa tontería de los juguetes para descubrirnos por un desliz insignificante. Esto era demasiado importante. Tan valioso.

Tan salvable.

A esas alturas, tu deseo te impedía que te importara una mierda e hiciste algo que no esperaba: tu beso rudo y casi doloroso era casual pero no fueron tus dedos los que metiste en mi entrepierna. Sentí algo redondo en mi vagina y un movimiento en el que metías algo que no era tu polla. Jadeé porque estaban heladas las madres esas - lo que sea que fueran- pero tú te reíste.

- Hermione, si te vieras ahora mismo, te correrías. Yo lo haría, pero tengo un mejor plan para esto.-

Te miré sin entender pero te separaste un minuto, arreglándote el pantalón y sacando una especie de control pequeño del bolsillo de la mezclilla negra.

Condenado mortífago: Siempre te has vestido como si trabajaras para una funeraria y nunca me has permitido que lo hagamos en una. En fin, la vida es larga en ese sentido: El sexo en todos lados se disfruta.

Pero volvamos a lo que sentía.

Aquellas cosas que me metiste se estaban moviendo como si fueran pequeñas burbujas y eran más diestras y más rápidas que tus dedos cuando me masturbaban. Empecé a salivar con la necesidad de que me penetraras, pero tú sabes cómo tomar el control cuando quieres.

Ya se me habían olvidado las jodidas bragas, afortunadamente en eso tú eres más listo: me las bajaste de un tirón y las tiraste a una de las jardineras. Después, me volteaste hacía el árbol y me inclinaste mientras aquellas bolitas metálicas me estaban haciendo todo eso.

- Nott, maldita sea, empieza con lo tuyo... Te necesito dentro, imbécil.-

Oh, la verdad es que me encanta cuando nos hablamos sucio. Siempre nos respetamos. Siempre nos hablamos por nuestros nombres de pila y somos la cortesía personificada con el otro y con todos en realidad. Siempre... Excepto los benditos VIERNES.

Oí tu risa en mi oreja. Eso me encendió más y empezaste a darme pequeñas nalgadas, subiendo mi falda, sin dejar de controlar las bolitas con el maldito control remoto. Estaba expuesta, sólo escondida por la oscuridad, la noche, la soledad del parque y tu cuerpo casi encima del mío. Pero no me tocabas y el único estímulo era tu mano helada y cruel y las pequeñas cosas metálicas.

Te volviste a reír y sentí que me volvía loca. Por segundos creí que te hechizaría. Pero no.

Te escuché decir:

- Esto es un juego, preciosa. No me puedes maldecir, quitar la varita ni tratar de arrebatarme este pequeño controlito tan útil. Si lo haces, no podrás sacarte las cosas esas de tu pequeño tesorito...-

Ok...

¿QUÉ?

Para empezar odio la palabra "Tesorito". Para continuar...

Me hiciste ponerme de rodillas y eso hizo que el movimiento rotatorio de las esferas metálicas me provocara algo muy parecido a un pequeño orgasmo. Ataste mis manos, apartaste mi melena enmarañada de mi rostro con cariño, me besaste tiernamente y susurraste en mi oído:

- Es muy fácil, amor. Súplicame.-

Dejen que les cuente a ustedes que quise decirle de todo lo que iba a morirse a ese hombre en cuanto me quitara aquello sin embargo, en ese momento, las esferas, a un movimiento suyo en el control, empezaron a moverse como si fueran tres de sus dedos. Empecé a llorar de placer y sintiendo la tierra en las rodillas, mis manos atadas y su pene en mi espalda, lo oí una vez más:

- Súplicame, Hermione. Di lo que yo te diga y te prometo que irás al cielo en lugar del infierno. -

Hay algo que debo aclarar. JAMÁS de los JAMASES suplico. Si yo fuera sadomasoquista- que supuestamente no soy- sería la Dominatrix. Nada de suplicar. Nunca rogar. Menos rezar.

Él es quien debe rendirse ante mí. Y nunca, nunca tomé a ninguna mujer.

Bueno, eso decía. Hasta que conocí a Theodore Nott y sus vicios.

- Por favor, Theo- oí mi voz débil, indigna de Hermione Granger. Era otra quien dijo eso, lo juro. Yo no. O eso me digo cuando no estoy sonriendo sola en mi cama... con mis propias bolitas y mi propio control y mi propio placer.-

Porque no se trataba de controlar o ser controlado. Porque no se trataba de quién ganaba en ese juego simulado. Nunca hubo algo que yo no quisiera o algo que a él le desagradara. Puedo fingir ante el resto del mundo que no quiero. O puedo pretender que de verdad anhelo. Desgraciadamente para mí, soy una buena actriz.

Pero esto no es una actuación. Ésta soy yo, con él. Haciendo lo que siempre he querido hacer.

Dejándome llevar.

Porque esa noche, Theodore Nott, sé que te dije:

- Sácame de mi miseria, Theo. Te lo ruego. Fóllame hasta que me duelan las piernas y te juro que te elevaré al Paraíso.-

Pero tú no habías terminado.

- No, mi amor- te oí decir.- Dí después de mí "Por favor, perdóname padre. No quería molestarte, lo juro. El diablo está en mí. Está en todo lo que hago. Perdóname..." Dime eso, Hermione Granger y serás perdonada.-

No lo dije. En realidad lo grité a medias porque las bolas me estaban urgiendo a que me jodieras. Lo rogué tres veces y luego empecé a decir "Dios" muchas veces cuando me sacaste esas cosas con urgencia y con toda violencia me empezaste a joderme con tu propio pene sediento de mi propio centro de placer.

Ni sé cuánto aguantaste tanto tiempo ni cómo no atrajimos tanta gente con mis malditos gemidos de prostituta. Lo que sí sé es que te adoro por eso casi como por tus ideas de mediodía.

Porque nunca me sentí tan bien que estando entre tus hilos de araña ese día.

Ese día, Theodore Nott, comprendí que si yo alguna vez fui tu fantasía, tú serías mi fin.