Buenos días, ¡Theomioneras!.

Por fin, después la estúpida traición de Fanfiction, les traigo un Nuevo capítulo erótico.

¿Les está gustando la historia?

No ha habido muchos comentarios, así que veo tendré que esforzarme un poco más.

Por cierto, hola Sami, espero que hayas disfrutado el primer capítulo.

Acá va el segundo, si hay diferencias con la primera versión pero no puedo hacer nada, al fin y al cabo, fue fanfiction quien no guardó todo. Lo bueno es que si tengo respaldo que si no...

También, quiero contarles que antier en la noche disfruté tanto de mí misma que me sentí satisfecha, llena de mí misma, bella, plena, una sacerdotisa del amor, aunque soy igual que ésta Hermione: Siempre quiero más.

Me gustaría expresarles que nunca deben renunciar al placer moderado y a la pasión esté con ustedes alguien más o no. Quiéranse ustedes.

"El amor de otro puede y debe ser accesorio. El propio, fundamental."

Aunque no niego que tener un compañero [o dos] sexuales, es de lo mejor.

En fin, ya me voy a poner a narrar. Esta vez, sugiero que oigan "Love/Hate Heartbreak" de Halestorm y revisen cuidadosamente el video oficial de "Love Infernal" de PoisonBlack.

PS: Danae García, éste va para ti, preciosa. Me encanta que seas miembro fundadora del Archivo Theomione.

2.- La Adoración de la Vestimenta.

Quiero aclararte una cosa, Hermione Granger: Jamás tuve fantasías sexuales contigo portando el uniforme de Hogwarts y Merlín supo que no hubo ni una sola ocasión en que mi "instrumento" se levantara con la idea de una mujer cargando ni con una placa, ni con una Orden de Merlín, ni mucho menos con una insignia de prefecta. Me van los juegos de poder, pero no los signos de autoridad. Si quieres, consideralo una de mis muchas rarezas.

Creo que, eso sí, el uniforme de Hogwarts es algo precioso y hasta algo elegante de portar, con sus mallas, su escudo, la bufanda y toda la parafernalia. Sí, es hermoso.

Pero, insisto, no para hacer el amor.

Y aunque me encanta tu parte leonina y toda tu rojez, incluyendo tu sangre en los días de luna llena, tengo que reconocer que hay algo todavía más excitante para mí: la corbata verde y plateada de Slytherin.

Si lo decimos todo claro, podemos llegar a la conclusión de que me encienden todas las corbatas en general, mientras no sean negras, ya que con ese color resultan neutras y yo quiero que me calienten, no que me tranquilicen.

Todas las corbatas son útiles, ya sean para que me aten las manos o los pies, para que una chica me reclame y me bese con ferocidad o para que ella misma se adorne los pezones con MI corbata y yo entienda que mientras ella lleve esa cosa puesta, esa mujer es mía y yo puedo lamer, morder y reclamar no sólo la maldita tela sino también aquellos senos sin vergüenza ni sorpresa.

Pues para mí, la corbata es un signo. Yo no doy anillos, porque no prometo amor. El amor es para niños.

Pero cuando tenemos sexo, si llevas mi corbata, llevas mi permiso.

Si llevas mi nudo o si te acaricio o te ato es porque tenemos un trato: por esta noche eres mía y mientras la corbata lo permita, tú y yo somos un "algo".

Es más, me puedes pegar, me puedes maldecir. Me puedes bendecir, me puedes pedir, me puedes ordenar. Eres libre de acariciarme, de lastimarme, de necesitarme, pretender que te intoxicas, hartarte y dejarme, de chuparme y alucinarme, de alimentarme y de gritarme lo que necesitas.

Eres libre de joderme y de gemirme, de desnudarte en mi cama y exigirme tu placer, porque para eso te doy mi corbata, porque con eso te digo que lo que quiero, si lo quiero contigo.

Recuerdo bien que, debido a los viernes, me prometí ser más honesto contigo en algunas cosas: A decir verdad, si tuve sexo con otras mujeres en Slytherin que no fueron Pansy Parkinson pero debes saber que siempre les pedí que se metieran en mi cama sin sus vestiduras. A mí no me excitan los uniformes escolares, ya te lo dije. Al menos, no los de mi Colegio. (Todavía me acuerdo de esa falda que traías...)

Y si no te lo dije antes, pese a todo lo que nos ha sucedido (y seguirá sucediendo) es por algo sencillo: No consistía sólo en sexo, sino en secretos.

Con Daphne Greengrass perdí la virginidad y no usamos mi corbata pero ella me esperó en camisón blanco cuando me pidió hacerlo. Su hermana si traía la corbata pero mi sentido del honor no me permitía acostarme con ella, así que se contentó con chupármela: debo admitir que no estuvo tan mal. Y las otras no interesan: no tienen nombre porque fue cosa de una noche y los caballeros, incluso los que pertenecen en el tablero a las piezas negras, no poseen recuerdos.

A Pansy es a la única tonta que le excitan las ropas del ayer para joder, así que dejo que se quede con la falda minicorta que le queda de esos tiempos y eso es únicamente porque, cuando jugamos con ella, le corto el pudor que le resta, con unas tijeras pequeñísimas, hilo a hilo, para que ella riendo abra las piernas y mientras olvidamos que un día fue una niña, ambos podamos jugar como a mí me gusta.

Ya sabes que cojo con ella no sólo porque sea mi amiga, sino porque es de las pocas que me deja que yo la use como muñeca y que aunque parezca denigrante, en el fondo ella sabe que la quiero y que daría mi vida por ella, aunque no mi polla, porque no es tan bella ni tan deseable.

Pero tú...

Como siempre, el sexo entre tú y yo lo cambia todo.

Contigo aprendí que, aunque jugar a ser gato y ratón con los demás no funciona y que disfrazarnos es aburrido...

Si tú y yo nos vestimos como escogimos y nos ponemos el rostro en lugar de la máscara, podemos ser todo lo locos que nadie sabe que somos y que en el fondo, nos encanta ser...

¿Me dejas que te cuente cómo fue aquella vez? Me estoy masturbando, Pansy no puede venir, Blaise llega a las once y me encanta pensar en ti ahorita mismo, cuando sé que él se está tirando a una rubia descolorida.

Pobre Blaise. Es a mí a quien quiere, pero no puede evitar meterse con todo o toda quien se cruza.

En cambio, yo sólo te quiero a ti. Sólo te necesito a ti.

Aunque no quiera.

...

Era una tarde de jueves, fría, un invierno en el que no había parado de llover.

Para variar, estabas enojada con Weasley y Harry no tenía tiempo de hablar contigo. En mi caso, era yo el que no tenía tiempo para Draco, se venía su aniversario con Astoria y después de todos estos años, todavía quería que su mejor amigo le ayudara a comprar el regalo.

Porque en el fondo no conocía a la muñequita que le pareció mejor para su estatus. Porque en el fondo sólo se quedaba con ella por Scorpius. Porque no tenían ya nada en común.

Qué cliché. Qué aburrido. Mi mejor amigo en crisis matrimonial porque se enteró que su esposa nunca lo quiso y él menos a ella.

Fue en ese estado de ánimo que te propuse ir a tomar un café. Con los años desarrollamos tipos de salidas, códigos que nos ayudaban a averiguar qué necesitábamos para desahogarnos, para ir a un lugar dónde no nos molestaran y pudiéramos justificar cuando nos preguntaran.

Ya que siempre había preguntas. En toda la jodida guerra, a nadie le importó un comino cómo la estábamos pasando. Pero ahora que todo mundo tenía la oportunidad de vivir su vida de mierda, todo el tiempo existía un pelotudo interrogatorio cada vez que nos auséntabamos. "Protocolo de Seguridad" lo llamaban, con el tono que usaba Moody con su "Alerta Permanente".

¿La Verdad?

La gente que no es feliz con su vida ama controlar y joder la vida de otros. Afortunadamente, encontramos esta válvula de escape. Sería tedioso volverme Severus Snape a estas alturas.

En fin, nos largamos a la cafetería de siempre, sin hablar, observándonos por encima de las tazas con esas miraditas que prometían lo mismo cada vez:

Mañana. Mañana estarás encima de mí o yo de ti y nos desquitaremos de este infierno.

Mañana el Paraíso se llama Irlanda y te haré tener tres orgasmos. Porque no soy ningún Dios del Sexo y tú no eres Helena de Troya, pero el esfuerzo hace milagros y la química también tiene su magia. Porque al fin y al cabo, tengo DOS varitas, por si es necesario. Por si no es suficiente.

Como si eso se pudiera. Como si no se me pusiera dura de sólo pensarte.

Pero nadie se va de aquí sin los verdaderos regalos.

No eran los regalos de los niños, los matrimonios marchitos o los sueños rotos.

No, aunque ellos jamás lo entendieran, nuestros regalos eran los importantes, joder.

Eran los legendarios juguetes sexuales de dos personas que querían vivir a toda costa.

Debido a que, si la vida los iba a hacer sufrir, al menos ellos lo iban a disfrutar.

Al fin y al cabo, ¿Qué preocupa una lágrima más o menos?

Al terminar el café ninguno de los dos deseábamos volver a nuestras casas o a tu trabajo en el Ministerio, así que empezamos a andar como siempre, conocíamos la ciudad perfectamente y aún así siempre acabábamos viendo los escaparates de las tiendas, suspirando por perdernos aunque no había un maldito lugar que no conociéramos ya, uno al que pudiéramos ir como si fuera una aventura.

No hablamos, todavía, pero pretendiste tomar con tu mano la mía en un gesto que a los demás les resultó tierno pero para mí fue preliminar, aprensivo.

Estabas haciendo círculos en mi palma, tocando mis nervios, recordándome nuestra cita del día viernes, jugando a ver si podías recurrir a mi temperamento explosivo y ardiente para adelantar todo y sucumbir al deseo de cada semana, que era más preciso que un reloj, más interesante que la ley de la causa y efecto.

Y te entendía, Hermione, de verdad lo hacía, pero no hubiera sido amante de Blaise Zabini tanto tiempo si no supiera hacer a mis -otros- amantes que me desearan, que me esperaran, que aguantaran hasta que no lo pudieran soportar más. De hecho, esa táctica yo se la enseñé a él, no él a mí.

Por eso te dejé hacer lo que gustaras y soporté mi propio delirio de un fuego delicioso recorriendo mi palma, alcanzando mis dedos y extendiéndose a mi brazo y mentalmente disfrutando de cuál sería la tortura a la que sometería a Zabini por no ser un amante leal y dedicado como tú, por no ser tan perfecto como tú, a pesar de su sexualidad libre y enloquecida, de que modo lo castigaría por largarse con la rubia y no unirse a nuestro propio centro de Eros, amorío desenfrenado repleto de libertad.

Estaba muy consciente, mi pequeña leoncita, que sentías unos celos terribles de Blaise, aunque no me amaras ni me consideraras tu pareja.

Pero lo que no entendías es que si tú hubieras sido una más, serías otra de las que hubiera invitado a hacer tríos y/o orgías con Blaise, otra a la que no habría respetado, otra de la que no me aprendería el nombre y que a la mañana siguiente sólo le sonreiría una vez en el desayuno, de forma empática, por los moretones y le sonreiría una última vez después, sólo para hacer honor a la nostalgia. La nostalgia de que algo como la noche previa no volvería a suceder. Ni con ella ni conmigo. Ni con ambos con ella. Ni con él y ella.

Porque Blaise no sólo no era suave: tampoco era sensato y tanto como amante y como hombre era muy peligroso.

Porque yo no soy segundo plato y las verdaderas vajillas no las utilizo, porque para mí no son instrumentos, son amistades. Y eso, cariño, es algo muy distinto.

A ti yo te guardaba para mí y eras mi tesoro, mi regalo para soportar el Infierno en la Tierra.

Contigo podía dedicarme a recorrer cada faceta del amor, el deseo, la pasión, la ternura, el poder, el placer, el dolor y la angustia sin necesidad de preocuparme si te irías o no.

Porque no te irás, Hermione.

¿Cuánto tiempo llevamos con esto? Y cada semana, deseo que el Viernes tenga más horas y cada hora te deseo con más fuerza.

Sé que sientes lo mismo y no pienso arruinarlo contándoselo a nadie.

Déjame a mí lidiar con la bestia de ébano: Permítete a ti misma disfrutar de mi Adoración.

Del gusto y la exquisitez de buscar la manera de correrte otra vez. De permitirme liberar mi propio yo, ser quién soy y darte todo porque así lo quiero y tomarlo todo, porque lo quiero, lo anhelo más que nada en este Universo terrenal.

Permite que siga contándote cómo seguimos caminando, y el Mundo nos permitió encontrar la Idea que nos daría liberación al día siguiente.

Porque mientras tú te detenías, como siempre, en la librería de segunda mano de la Primera Avenida, donde sabías que encontrarías un libro con el cual combatir la tristeza de la decepción de tus dos mejores amigos que nacieron sólo para ser imbéciles y sólo de vez en cuando queribles, yo noté que abrieron una tienda de zapatos en una de las esquinas más grises de nuestra zona de compras favorita, en la que todavía no había entrado a pesar de nuestras numerosas andanzas.

Si lo hubieses mirado, aquel lugar no hubiera sido de tu interés, porque llamaba la atención no sólo por los estrafalarios diseños de los zapatos para hombres y mujeres sino por los fuegos pirotécnicos donde anunciaban el supuesto poderío y calidad del negocio. A decir verdad. tampoco me gustó a mí un sitio así pero la vida nos puso el aniversario de Draco Malfoy y Astoria en el camino y a mí el incesante recordatorio de cierto rubio: "Me acuesto contigo, lo mínimo que puedes hacer es ayudarme a buscar un regalo para mi esposa."

Era a ella, su esposa, a quien había que comprarle una chuchería sin importancia y cara para que Draco pudiera ser perdonado una semana más y yo pudiera disfrutar el día siguiente contigo sin importarme nadie más. Con ese pensamiento en mente fue que crucé la calle, te dije que me esperaras en la librería y mientras asentías distraída, me largué a ese aparatoso local.

Y al entrar vi muchas cosas y localicé bolsa plateada y vulgar que era mi objetivo, pues sabía que la esposa de Draco amaría.

Pero mira como es nuestro sino, Hermione, que cuando estuve a punto de cogerla, tropecé con una mujer anciana que se metió en mi camino y mientras balbuceaba disculpas a la anciana dama, la dependienta me separó del paso y me llevó a la sección de rarezas caras, haciéndome ojos de gacela mientras no se separaba de mi brazo.

¡Qué fastidio! pensé. Pues ya te lo dije mil veces, en mí no hay la menor modestia y el toque de esa muchacha y su mirada castaña me decía claramente que ella pensaba que poseía los modos de llevarme a otro lado a hacer algo, según ella, que me iba a convenir e interesar más.

Y pobre muchacha, Hermione. Porque mientras le brillaba la mirada a la dependienta por el tono de mis ojos azules y la ridícula pulcritud de mi traje, que por una vez era marrón oscuro, y no negro, te lo juro, fue la Magia misma, la de los Dioses que nos protegen a ti y a mí, que me llevaron a lo que debía comprarte.

Porque, Granger, tú, a mí, después de tantos años, no puedes engañarme.

Siempre has usado zapatos bajos y monótonos y nos dices a cada rato que es porque no te gustan los tacones, que para ti la vida es comodidad y que eso son los zapatos para ti, aún así yo he captado tu vista de nostalgia con los zapatos de plataforma que usa Parkinson cuando le apetece pretender que me controla, la palidez de tu faz cuando oyes los tacones caros y hermosos, (todo hay que decirlo) de Astoria; Incluso una vez alcancé a ver una lágrima muy pequeña en tu mejilla cuando Ginny corrió hacía Harry Potter porque tu mejor amigo le compró unas sandalias de tacón anaranjadas que combinaban con su cabello y viste con ira al que era entonces tu novio Ronald cuando se río porque él alcanzó a escuchar cuando Harry dijo "Te compré estos zapatos porque me pareció que te verías aún más increíble con ellos".

Por ello me puedo dar cuenta que tus palabras son falsas. Tú amarías comprar zapatos caros y vistosos. Pelearte con tacones de colores espectaculares. Aprender a desafiar a la gravedad. Doblarte el tobillo, aprender a combinarlo con faldas, hasta jugar con ellos en la cama.

Nada de eso te molestaría... si sólo hubiera alguien con quién jugar a que le gustara la vista.

No quiero llamarte tonta, porque no lo eres. Tampoco estás ciega porque yo sé la clase de amantes y amigos que nos han tocado.

Pero si te quiero decir, amor mío, amiga mía, que, si tú alguna vez sentiste que me adoraste porque te compré girasoles y te cogí encima de un tronco, yo sentí que me gustabas para algo más que coger y ser mi amiga cuando vi... aquello.

Compré lo que había que comprar y dejé a la dependienta y sus tonterías y me aparecí en la librería con mi sombrilla y un paquete en una caja bajo el brazo. Ambos charlamos de lo que que encontraste en la librería y al despedirnos, recuerdo que susurré en tu oído:

- Mañana, llega temprano. Se me ocurrió algo. -

Vi tus ojos chocolate endulzados con curiosidad y disipada tu tristeza, una chispa de sensualidad, pero cuando quisiste preguntar, te besé con cierta delicadeza y me largué como un prepotente, déjandote con la palabra en la boca.

Al día siguiente, yo llegué a las siete de la mañana. Quién nos conoce sabe que regularmente somos al revés, yo paso tanto tiempo estudiando que cuando llega un examen ese día es para mí como cualquier otro mientras que tú tienes un calendario tan preciso que, cuando el examen llega, te toma con cierta vorágine emocionada, no sabes qué esperar, porque viviste ese día sin anticipaciones, ni expectativas y muerta de pánico porque no sabes si vas a pasar, si darás el ancho.

El día del examen empiezas temprano. Quieres estar lista para todo. Desayunas despacio para no vomitar.

Todo eso me lo contaste cuando hablamos del pasado. Pero sabes que yo no era así y sacaba las mismas (0 a veces hasta mejores) notas que tú.

Yo me despertaba tarde, era el último en el desayuno y el último en salir del examen. Ni discutía la experiencia, me salía al jardín a dormir y actuaba como si no me interesara en lo más mínimo; Al principio, Draco pensó que podía sacar ventaja de eso y reírse de mí cuando advirtiera mis calificaciones bajas.

Lo malo para él es que las cosas no salieron como él esperaba. Él sólo obtenía "Supera las Expectativas" en cada una de las materias, no importando cuánto estudiara antes del examen. [Excepto en Pociones, no tienes idea, era un maldito genio].

Y conmigo, todos eran Extraordinarios, [excepto en Vuelo, en primer año, tampoco tienes idea de cuánto me aburría].

¿Qué tiene que ver esto con uno de nuestros viernes? ¿No había acordado que jamás hablaría de nuestro aburrido pasado?

Pero si importa, Hermione. Aunque lo dejemos atrás, lo estamos utilizando.

Yo era ahora el emocionado, el intenso, el ansioso. El que madrugó, el que repasó sus planes cuidadosos. El que llegó a hora temprana y que ni siquiera avisó para no arruinar la sorpresa.

El que dejó colgado a Draco Malfoy con su "esposita decorativa" como tú la llamas, cuyo mejor amigo quedó con su aniversario de bodas hecho pedazos porque prefería mil veces estar contigo que luchar con él por Astoria.

El maldito pasado si termina importando aunque sea sólo un maldito instante, porque llegaste a las doce del día, con tu boina verde favorita, aunque jamás usabas de esas antes.

Tenías el cabello enrulado y venías fumando, algo que una hija de dentistas en ningún momento se hubiera permitido. Traías una de esas chamarras de cuero verde falso que parecía serpiente y yo sé que lo estabas haciendo por mí.

Y sé que no te lo he mencionado antes, pero me encantaban esos gestos. Que supieras hacerme feliz y ni siquiera supieras que lo estabas haciendo, cómo o por qué.

Esta vez llevabas pantalones. Cuero negro brilloso, pegados. Y tus malditos zapatos bajos que eran toda tu cobertura.

"No me importa." decían tus zapatos. "Yo no soy así".

A otra serpiente con ese cuento, preciosa. Hoy, porque es viernes y como me llamo Theodore Nott te voy a demostrar que eso no es verdad y te diré por qué no es cierto.

Te abro la puerta de la casa que compramos en Irlanda para nuestras sesiones de sexo y veo tus ojos sorprendidos. Porque yo siempre visto como si hubiera visto un Grimm, estuviera oyendo una Banshee o, a todo esto, viviera en un cementerio, cosa que me encanta, dicho sea de paso.

Más hoy no lo estoy haciendo, Hermione. Llevo un traje de etiqueta, de una seda cara y de un gris tan claro que parece blanco. Mi emblemática corbata es plateada y los gemelos de mi traje son de cara plata también, aunque son simples esferas, ningún ornamento barroco o renacentista.

Sí, el traje es de etiqueta, es de seda y la tela es tan suave que invita a ser acariciada, pero hay algo más: debajo de mi saco, en mis ajustados y acolchados pantalones, se nota claramente mi ropa interior.

Y esa ropa, Hermione, no dice "Muérdeme", ni "Retírame". Lo que dice es algo más íntimo, más sutil.

Sólo por hoy, Hermione Jane Granger, yo, Theodore Nott, te pertenezco.

Más no como amante, no como amigo, ni como novio, ni como esposo.

Simplemente, hoy tienes el derecho, libremente concedido, de que seas mi dama y yo sea tu caballero.

Y lo sabes, porque mis ojos te lo dicen. Traigo guantes de raso gris y un antifaz hecho de porcelana fina. Te estoy proponiendo jugar a la Mascarada, lo que no sabes es que yo he hecho las reglas.

Aunque ya deberías haberlo adivinado. Porque entre tú y yo, no eras quien tenía el control.

Nunca lo tuviste, nunca te gustó esa realidad. Te daba miedo. Era peor porque me supeditaba aparentemente a Zabini pero no a ti.

En realidad, lo que impedía que fuéramos más felices y menos cachondos es que te negabas a aceptarlo. Que yo siempre he sido libre y que si no me caso, ni me comprometo ni me preocupo, es porque no me ato. A nada, ni nadie. Vivo la vida, pero no temo morir. Me arriesgo día a día y hago cosas estúpidas, pero no le pido a la Muerte que me visite.

Daría la vida por mis amigos, pero no soy yo quien los visito.

Y eso, querida mía, ese es el problema contigo. No soportas que no te necesiten. Y, sobre todo, no soportas no necesitar.

Pero te he dado el gusto, porque lo mereces y porque, quizá, si soy un poco como tú. Acabo de hacer mi declaración muy atinada, pero también antes, antes de todo esto, si te dije que te necesito.

Acabo de confesar que me dormía después de hacer mis exámenes a pesar de que siempre obtuve Extraordinarios y también te dije un día que en su momento lloré cuando te conté que mi padre torturó a mi mamá.

Tú perdiste a los padres. Yo nunca tuve los míos. Tus amigos son infantiles. Los míos son un desastre.

Aún así, en Irlanda no hay náufragos. Por eso vengo contigo, porque quiero que lo sepas.

Que sepas cómo es, que la ropa te siente como un guante y tú seas distinta al vestir como tú quieras. Cuando tú quieras. Con quién tú quieras.

Extiendo la mano y la tomas y te llevo de la mano de habitación en habitación y sabes muy bien que te llevo a la habitación matrimonial de arriba. Pero nunca la casa ha estado tan primorosamente adornada, como si esperáramos visitas y un grandioso banquete. Pero no hay gente ni cubiertos ni servidumbre. Tampoco hay vino, viandas o elfos domésticos y sí, ya sé que no te gustan.

Sólo hay velas. Una a cada lado de la otra y en un sendero, nos llevan a nuestro destino.

Tratas de mantenerte callada, de seguirme el juego, aún así en tu mano siento el pulso de tu corazón desbocado y la necesidad de mil preguntas.

Es mi juego, Hermione, no olvides nunca que se juega como yo quiero, porque tiene una razón de ser; Aprieto tu mano para que no digas nada.

Y llegamos por fin a la habitación y ésta se abre lentamente con un conjuro silencioso.

Por fin te suelto la mano, oigo el sonido de tu respiración para hacer preguntas y me adelanto:

- Mi juego, mis reglas. Déjate llevar, Hermione. Déjame hacerte feliz. Hoy no es día de humillarte. Hoy tú me vas a ordenar a mí. ¿No es eso lo que deseas, encantadora Gryffindor?

Aquí está tu serpiente. Déjate llevar.-

Como siempre, te subestimo. Pensé que ibas a protestar, pero en realidad te quedas callada por más de un minuto, como si lo pensaras. Luego asientes y esperas.

Hay un tocador victoriano de marfil y una silla enfrente de un espejo ovalado. Te llevo hasta allí y te hago sentarte. Poco a poco, mirándote, me quito el guante derecho. Luego el izquierdo. En ninguna de las manos llevo anillos o pulseras. ¿Para qué?

Como si yo las necesitara.

Después de eso, retiro el pequeño lazo plateado donde sujetaba mi cabello, sabía que éste necesitaba un corte, pero en este momento su estado me permite estas condiciones.

Te miro. Me miras. Sin dejar de mirarte, me despojo de la máscara. Ahora somos tú y yo, el Theo del pasado de la Magia y la Hermione contemporánea.

Espero por si quieres decir algo, porque te dejé una copa de champán para que disfrutaras mientras hacía lo mío, pero tú bebes, cruzas tu pierna y estás en silencio. Observando. Paladeando.

Haciendo exactamente lo que necesito que hagas. Porque esto no lo hago por mí, Hermione.

Yo no soy exhibicionista. Tampoco voyerista. A mí me encanta hacer y que me hagan.

Pero quiero creatividad. Quiero sentimiento. Quiero pasión. Y quiero que sepas que te mereces todo esto y más.

Después de la máscara y el lazo, desabrocho los gemelos, los pongo sobre una de las dos mesitas de noche de la cama matrimonial y me despojo del saco.

Como todo esto es una puesta en escena, tomo un gancho que está colgado detrás de la puerta y pongo ahí pulcramente el saco.

Ya estoy en camisa, traigo la corbata con su pisacorbatas y mis pantalones están puestos de manera que lo interesante sea lo que se muestre.

Susurro en un tono muy distinto al que suelo usar con ella, con cualquiera:

- A la dama le gusta su mozo, ¿Señorita?- le digo.- ¿Necesita que él haga algo?

Jamás había visto que tus ojos se abrieran tanto. Es más, ahora tienen el color del champán, y no son chocolate. Tus labios parecen resecos. Y te ves hermosa. Tu respuesta es corta.

- No quiero nada más que el caballero continúe.- dices.

Y yo te sonrío, con cariño. No como Blaise, al que, cuando le sonrío, es para pronosticarle trueno, tormenta y lluvia, o como a Pansy, a la que le sonrío como un lobo que sabe que encontró ya a su oveja y la está disfrutando.

A ti te sonrío como el verdadero Theo de 27 años te sonríe.

Y entonces sí suena la música en mi interior. Ahora quiero hacer mi baile y será Theodore quien lo haga, nadie más. Pero no lo hará nada más para Hermione Granger.

Theodore bailará para sí mismo. Bailará a su modo erótico, pero con la danza que le prohibieron desde que era un niño. No necesito el sonido. Porque la música ya recorre mi ser.

Empiezo tomando mis cabellos desordenados, pasando mis dedos entre ellos, peinándolos de forma libre. Giro la cabeza y me muerdo los labios, disfrutando mis propios dientes en mi carnosidad labial. Apoyo ambas piernas y doy una vuelta, despacio, sacudiendo las caderas, dejando que mis nalgas digan que son deseables y lo saben.

Mis manos, entretanto, marcan el ritmo con movimientos estudiados, pero aún así varoniles. Me toco el torso como si me estuviera amando a mí mismo y, uno a uno, me quito los botones de la camisa. Sí, ya me quité la corbata, pero no te la doy. Porque, en esta situación, no sería un signo, sino un símbolo, un anillo.

Y yo no me estoy entregando a mí mismo. Nos estoy entregando el uno al otro el momento de libertad, es todo. Es lo más y lo menos que puedo dar. Es lo más y lo menos que puedo ser.

Echo la cabeza hacía atrás como si fuera a pegarla en la pared y dejo que mi dedo índice recorra mi cuello y mi almendra de Adán hacía arriba, la barbilla.

Y luego le sonrío a la Hermione del presente, lobunamente, en la promesa de que mi propio deseo le dará a ella su fuego.

Ella me responde con su sonrisa y esa mirada suya promete que será mía durante todo el tiempo que yo quiera, que yo necesite.

Hago los brazos hacía atrás y los subo hacía arriba para que mis manos se estiren. Luego hago que mis dedos masajeen mi cuero cabelludo y mi nuca y luego me acaricio el pecho, quitándome la playera de abajo, dejando mi torso desnudo.

No tiro como cualquier cosa la ropa al suelo, pero tampoco me preocupo por ella. En cambio, me quito los caros zapatos negros que me compré para este día, y voy por la voyerista Hermione en el tocador.

Ya se acabó la copa de champán pero no se ha puesto borracha. En primer lugar, porque sabe que no es el alcohol el que debe llevarte a ningún sitio y en segundo, porque aguanta el alcohol con más efectividad que un cosaco.

Con un tirón de mis manos, pongo en pie a la muchacha y con un movimiento aparentemente rudo mando lejos su boina. Ella trata de subirse encima de mí y besarme más lo impido deteniendo sus brazos.

La despojo de la chaqueta y le aferro los brazos sólo mirándola para que comprenda que no quiero que se desnude. Todavía no. Ella asume ser dirigida, por una vez y me hace caso.

Entonces la sitúo enfrente de la puerta, que he cerrado, y retiro toda la ropa, poniendo sobre la cama una caja enorme, blanca, la misma que llevaba cuando la fui a buscar a la librería.

Y es entonces cuando intuyo que ella ya se dio cuenta que la idea que tengo en mente se está desarrollando. Me doy cuenta porque inhala rápidamente y contiene la respiración.

Amo eso, pero eso me lo guardo. No es fácil encontrar reacciones tan genuinas en el sexo.

Con mucho cuidado, la siento en la cama, apago la luz y enciendo la lámpara en el tocador y las velas en los rincones de las habitaciones.

Ella está acostumbrada a que destroce su ropa, a que me deshaga de ella sin permiso ni respeto, porque es a ella a quien quiero y no me gusta perder el tiempo. Pero hoy no va a ser así, porque hoy quiero algo distinto.

Hermione, toda tu vida has buscado tu propio poder femenino. Y voy a ser yo, porque soy tu amigo, tu amante, tu novio- no- novio fallido quien te lo enseñe. ¿Querías elevarte al nivel de Blaise?

Entonces debes ser consciente de tu propia belleza, de tu propia femineidad. De que cuando te mires al espejo, sonrías consciente de que es el espejo quien se deleita en tu hermosura.

Que si permites que otro te ame, es porque tú ya te disfrutaste dos veces. Que si sonríes porque si te dicen que tienes la piel morena más deliciosa del mundo, sea porque lo sabes, no porque el cumplido te haya conmovido, como en el caso de Blaise.

O que si pestañeas suave, delicadamente o te mueves al ritmo de una música que sólo tú oyes, es porque entiendes el efecto que el azul de tus ojos y el baile de tus caderas roduce en los demás.

No se trata de vanidad, Hermione. No se trata de lujuria. Ni siquiera se trata de fidelidad.

¿Sabes qué es? Puro amor propio. Tener la capacidad de estar satisfecho con uno mismo pero al mismo tiempo querer más porque mereces más, porque te puedes cuidar y ascender en la espiral de evolución. Querer a otros y saber que la lealtad y la pasión son mejores amigos que la monogamia porque no es en los celos y la inseguridad donde fundamentas tus relaciones.

Eso es lo que quiero enseñarte esta noche, Hermione y que tú me enseñes lo mismo, muchas más.

Pero hay algo que quiero que sepas, también. Algo que quiero que te preguntes.

Cuando obtengas todo tu poder, toda su sensualidad, cuando sepas todo lo que vales, Hermione, y tu sola sonrisa y el brillo de tus ojos cambiantes haga tropezar a los viandantes...

¿Qué harás cuando sepas que no puedes atarme? ¿Que podrás seguir conmigo hasta el final de los tiempos pero nunca me casaré contigo ni tampoco te daré la menor señal de casarme con Blaise o cualquier otro?

¿Soportarás que desfilemos entre nuestra belleza y nos cantemos poesías al oído y disfrutemos nuestra efímera juventud sin lazo que diga que somos lo que tú pretendes que seamos?

¿Empezarás a cuestionar mis sentimientos por ti?

Yo también me lo pregunto. Porque es bien jodido querer la libertad y haber ofrecido la vida sin pestañear por ella, idear mil formas de estar tranquilo con el mundo y, de repente, encontrar una razón para ponerte cadenas. Pretender que haces sacrificios por el otro cuando realmente los haces por ti mismo.

Eso, Hermione Granger, es lo que me gustaría descubrir.

Así que hoy, todo es al revés. Primero quiero que te vistas, luego que sepas que te adoro y al final, cuando ya no puedas más, quiero embestirte hasta la locura, hasta que me pidas que me detenga porque lo estoy haciendo muy fuerte, porque eres bella y una guerrera pero hasta una mujer fuerte necesita un momento de respiración.

Ella lleva una blusa negra de tirantes y un sujetador bonito, pero sin complicaciones. A estas alturas ya debe estar acostumbrada a que le pierda o le rompa montones de ropa, así que, ¿Para qué complicaciones en el vestuario?

Pero hoy no la muerdo como siempre. Primero, de la caja blanca, saco un cepillo marfileño de cerdas suaves. Con un cuidado que la sorprendió, peiné su cabello, no domándolo, sino esculpiéndolo con los dedos. Besé delicadamente su frente, formé los rizos de su melena y, finalmente, le ato el cabello con el mismo lazo que usé yo cuando entré en la habitación y luego me quité.

Ella parpadea, sorprendida y veo que en su ojo hay un sospechoso brillo. Beso su párpado izquierdo, le beso la nariz y luego bebo de su boca como si fuera un mango maduro, una uva que necesita ser exprimida con la delicadeza de un hacedor de vinos.

Siento su respiración en mi rostro y voy depositando besos en sus oídos, haciéndola estremecer, hasta que llego a su cuello y ella se prepara para poses de vampiro y lametones.

Lo que hago es respirar a intervalos irregulares en su cuello, como besos al vapor de mi propio aliento necesitado. Mientras ella gime muy bajito, desabrocho su brassier y lo dejo caer al suelo.

Es en su pecho en el que me pierdo, como si fuera yo un pequeño cisne que deseara el amor y la compañía de su más tierna madre.

Pero en ese refugio la estoy besando la ardiente pasión de un sediento perdido sin remedio. La tiendo en la cama y le bajo los pantalones y ella cree ingenuamente que pasaremos rápidamente a la acción porque de hecho no trae ropa interior.

Me encantaría decir que voy a hacer lo que ella, de hecho, me está pidiendo sin decirlo, pero no puedo, todavía.

Primero la despojo de los asquerosos zapatos, esos que si detesto y luego la hago incorporarse, sin inmutarme por sus titiriteos de frío, por privarla del calor de las mantas de terciopelo de la cama.

Después la abrazo y la arrastro con calma para que se vea desnuda en el espejo de cuerpo completo en la estacia, más allá del oval del tocador.

Y percibo en los ojos del espejo una tristeza y una necesidad que sólo yacen en la mujer a la que han decepcionado demasiado, aquella que quiere un amante que la satisfaga, porque ella misma tiene mucho qué dar.

"Te lo voy a dar" Te prometo en silencio, besándote en los senos si lastimarte ni ser brusco, por una vez. "Te va a gustar." Continúo, mientras le sigo sonriendo, bailando un poco, buscando distender esa atmósfera densa de emociones.

No quiero sentimientos. Para esos no estoy preparado. Quiero adorarte como eres, sí. ¿Quererte, amarte, necesitarte, amarrarte? No lo jodamos, Hermione.

Me despojo de toda la ropa pero de manera que tú no puedas tocarme, sólo verme. No me excita que otros me contemplen, ni siquiera Blaise, pero hay algo en tus ojos que me encandila cuando me estás observando.

Así que permito que me delinees, que me pintes más minuciosamente que cualquier pincel y cualquier brocha. Y, así, desnudo, te hago un gesto para que te unas a mí de pie en la cama.

Y sé que no entiendes, pero has visto la caja y sabes de la idea, así que obedeces.

Con las manos temblorosas de anticipación es que empiezo a enseñarte el modo en que Theodore Nott puede adorarte. Te muestro la manera en que vestirse puede ser amarse si uno sabe de qué modo.

Primero, el sombrero. Ya llevas el cabello ligeramente recogido, perfectamente desenredado y sólo te falta el accesorio, un sombrero elegante del que cuelga un velo pequeño y fino, transparente. Tu boina tenía un diseño parecido, con la excepción del velo, pero este sombrero me encanta para ti porque no sólo es color vino sino que el velo sólo resalta tu piel dorada/morena y el brillo del labial que te pongo cuando te coloco el sombrero, tal como me enseñaron.

¿Quién me enseñó? No es difícil adivinar, pero sólo diré: No fue la dependienta de la tienda.

Te lanzo una de mis miradas profundas, te beso en la boca con cuidado, saboreando el brillo labial, y vuelvo a la caja blanca.

De allí saco una pieza de encaje negro con bordados de encaje negros e hilos color champán que se parece a un bañador de tiempo completo. Una pieza de lencería de alta calidad que sé que satisfacerá y mostrará tus curvas. Te pido permiso con un gesto para vestirte: el "Body" se abre de abajo y arriba y lo compré así para mi propia comodidad, la verdad.

Abres los brazos e introduzco la prenda acomodando tus pechos, delineando tu cintura y haciendo que el satín de la tela y el encaje se adhieran a ti como una segunda piel. Mientras lo hago, es como si estuviera haciendo una rutina de baile, una en la cual soy tu compañero bailarín mostrando tu belleza con mis movimientos, haciendo alusión a tus propias fortalezas.

Hay un modo de cerrar esta prenda en tu vagina, pero aún no cierro nada. En la caja hay unas medias de la mejor calidad pero son de red negra, hoyuelos grandes que no sólo recuerdan sexualidad, sino la extrema disposición al placer y al atrevimiento tanto de mi parte por acercarme a ti y por la tuya para acercarte.

Me divierte ver tu rostro y el leve sudor de tu piel, que lamo con premura, al ponerte las medias y ajustarte el liguero. Sé que éste no lo necesitas y que podría llegar a ser incómodo, pero te ves como una diosa con él y esta noche yo quiero dormir con una deidad, por muy Gryffindor que haya podido ser en el pasado.

Al fin cierro el body y de la bendita caja saco lo que más adoro haberte comprado: unos zapatos.

Es en el fuego repentino y volcánico de tu mirada que comprendo que estoy haciendo lo que debo hacer y que, pese a todos los esfuerzos, vuelvo a sacar Extraordinario.

Me pongo de hinojos ante ti, acomodo los zapatos a un lado, subo una rodilla de modo que puedas posicionar en ella tu pie izquierdo y te digo:

- Mi dama, hágame el favor.- Si ya me dolía la entrepierna de aguantarme la erección, la sola mirada de triunfo que veo en tus iris hace que casi me corra.

Te juro, Hermione, que todo esto está valiendo la pena no sólo para ti, sino para mí: El recuerdo de esto será la inspiración de innumerables pajas privadas. Nada de compartir.

Estos recuerdos, tan privados, sólo son para mí. Para ti, para que los vivas. Y para mí, cual serpiente, cual dragón, los atesore en mi memoria hasta que no me quede nada más.

Haces lo que te pido y te pongo con más delicadeza que un príncipe o un zapatero el primer par.

Es un zapato de charol de color vino con tacón de seis centímetros que tiene una pequeña línea de pedrería diamantina. Esos zapatos fueron la razón por la que la dependienta tuvo su propina. Sólo de pensar en ti con ellos me pusieron duro. En cuanto te puse ambos y te ayudé a llegar al espejo caminando tomándote de la mano, deseé poseerte en la alfombra, al diablo la cama, eras la maldita diosa que esperaba.

Pero sé esperar, Hermione. Espero que lo aprecies.

Me quedé masturbándome con mucho cuidado mientras evaluabas tu propia vista en el espejo. Quería guardar tu imagen en mi inconsciente para siempre, pero no quería correrme fuera de ti. Tanto esfuerzo... ¿Sólo para verte?

Nunca he entendido a los voyeristas, lo juro. Yo lo necesito todo. La imagen, por sí sola, es una barbarie, un sin sentido.

- ¿Os gustaís?- te pregunté sin aliento, a punto de correrme y con la pronta necesidad de terminar con la tortura que yo mismo inicié con el juego.

Al fin reparaste en mí después de admirarte en el espejo y me dedicaste una sonrisa.

Pero esa sonrisa ya no era la de Hermione Granger nada más. En esos ojos ya había el brillo de la experiencia de la meretriz sagrada que iba a pagarme cada cosa que hice por ella.

- ¿Dónde dice que está esa corbata, caballero?- preguntó enseñándome todos sus dientes. Sin palabras, señalé la mentada tela en la cama.

- Bien.- dijo y fue por ella, contoneándose mientras me enseñaba su hermosa vista trasera.

Cuando ella tuvo la corbata, me miró como con seriedad.

- Teníamos un trato.- comento con tranquilidad, aunque podía ver la dureza de sus pezones debajo de la prenda de lencería que llevaba.- ¿Soy yo, por hoy, la que puede hacer con vos lo que yo quiera?-

Ahora fue mi turno de enarbolar una mueca brutal.

- Soy suyo, dama Granger.- declaré.- Pero será mejor que se apresure, porque su caballero está a punto de explotar.

Ella se río. Juro que su risa sonó a un río desbocado, uno donde podías oler su perfume a sangre y lujuria.

- Venga aquí, recuéstese aquí.- pidió más que ordenó retirando todo de la cama. Suspirando de placer pero sollozando internamente de expectación, obedecí.

- ¿Quiere venirse en mi boca, caballero?- preguntó ella con voz coqueta.-

- Quiero hacer lo que vos desees.- respondí, sintiendo mi pene tan grande y la irrigación de la sangre tan violenta que creía que me iba a quedar sin aparato reproductor.

Hermione Granger sonrió, apoyó su tacón al lado de mí y se subió en mí como si yo fuera su montura.

Y entonces ella, con su body abierto por debajo, sus tacones como espuelas en la cama, abrió las piernas para mí y montándome sin pudor, terminó de explicarme:

- Jaque mate, Theodore Nott. Yo soy tu reina y tu mi amante, el caballero al que yo monto.-

Y sin más dilación se metió mi polla en su vagina y empezó a montarme, mientras era yo quien gritaba de placer y no me podía mover, porque ella tuvo la precaución de atarme a la cama... con la bendita corbata.