Trece: "Amargamente Tuyo."

Nota de la Autora: Se estarán preguntando, ¿Y el Theomione para cuándo? Tranquilas, que aquí hay historia para rato. El título del fic tiene una razón de ser… ¡Veremos más erotismo pronto! Pero primero… primero esperen. Y sufran. Sin más, el capítulo.

Originalmente el plan de Theo era despedirse del pasado y tratar de hacer las cosas con su vida, pero estar en aquella casa le recordaba por qué ya no tenía una existencia que arreglar. Hasta ahora él se había limitado a aguantar y a resistir, sin miedo a morir pero con terror a no encontrar a Arianhrod del otro lado del velo si se atrevía a quitarse la vida pero... ¿Qué podía hacer él en contra de fuerzas sobre las cuales no tenía ningún control?

Su alma no le pertenecía a nadie más que a ella desde que se vieron por primera vez cuando tenían once años y se reunieron felizmente en un Castillo que había de acogerlos para hacerlos madurar y fortificar su relación. Y el mundo le pedía que renunciara a la propia base de su vida entera para salvar a un fantasma al que ni siquiera podía revivir entero.

Y encima, su madre estaba muerta. ¿De dónde sacaría fuerzas él para dar una respuesta de luz entre tanta oscuridad?

Luego, estaba Blaise. Blaise y su amor incondicional, Blaise y su dolor de siempre. ¿Cómo podía curarlo con su beso cuando llevaba veneno en el corazón?

Tal vez su mejor amigo no estaba todavía emponzoñado pues era un hombre íntegro y apasionado pero Theo temía el día que viera en sus hermosos ojos la misma desolación que mostraban los suyos al notar que la vida tenía un hálito de muerte cuando no había quién guiara el camino, que compartiera la soledad de su interior, el frío terrible que hacía mella en él y que ninguna mujer, catre, sillón, compasión o dulzura podía desterrar.

Así que Theodore se quedó en la cama de Arianhrod y trató de no sentir, lo cual, por supuesto, no funcionó en lo absoluto. Pero pronto comprendió que si seguía haciendo eso, perdería lo poco que le quedaba de ella y moriría de todas formas, por lo que se obligó a pararse y prestó sus servicios a la propiedad, poniendo en orden lo que estaba fuera de lugar y limpiando las cosas que atesoraba más que a su vida.

Y llegó la noche de un nuevo día y lo encontró solo en la cocina. Le dolía la cabeza horriblemente y se sentía terriblemente deprimido e incapaz de tomar ninguna decisión, por lo que empezó a hablarle al vacío a su alrededor mientras trataba de hacerse un sándwich de algunas viandas que había adquirido antes de llegar.

Trataba de no pensar en cómo lo veían los demás, trataba de pensar que no le molestaba en lo absoluto que incluso los que no lo conocían podían notar que estaban ante un hombre muerto en vida. No le molestaba por vanidad y ni siquiera por preocupación por su privacidad, simplemente quería que lo dejaran en paz y esa compasión no pedida lo hacía pensar que si no se volteaba rápido, alguno acudiría a preguntar... ¿Y existía algo que pudiera decir, después de todo?

Suspirando regresó a la cama y consideró seriamente quedarse ahí hasta que el efecto del sándwich pasara y volviera a tener hambre, pero esta vez no saciar ese efecto fisiológico, dejar que el cuerpo empezara a apagarse como la mayor parte de él mismo.

Pero no pudo. Incluso ahora, la esperanza de volverla a ver detrás del velo, algún día, lo mantenía en vigilia, a pesar de que no era suficiente para mantenerlo funcional.

"Déjame ir..."

No podía. Ni un minuto, ni siquiera un microsegundo, porque tratar de olvidar lo que pasó resultaba una maldición, una traición a su amor que no pensaba cometer, no importaba cuán adolorido resultara en el proceso...

También era cierto que ya no soportaba el dolor, pero no era como si tuviera otra opción. Y si era lo único que le quedaba de ella, que así fuera.

"Arianrhod, te daría cualquier cosa, cualquier cosa que me pidieras. Pero olvidarte no es algo que pueda hacer. Hasta yo tengo límites."

Con ese pensamiento, consiguió quedarse dormido. Y quizá porque había en ella mucho de clemente, durmió sin sueños.

...

Al día siguiente consiguió ponerse en pie sin la sensación de querer cortarse las venas. Estableció una breve tregua con su dolor por un par de horas y se dio un baño. Los recuerdos lo inundaron pero esta vez permitió que llegaran poco a poco, hasta que fue demasiado. En cuanto sintió que iba a desmayarse, paró y cerró los ojos.

Y lentamente, empezó a contar.

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9...

Era un sinsentido pero funcionaba. Hacía eso cada vez que tenía miedo o estaba herido, desde que era niño. Una vez su padre lo había encerrado en una caja negra por horas, en completo silencio. Al principio había gritado y gritado hasta que comprendió que, si no se serenaba, su padre jamás lo sacaría de ahí. Le tomó media hora conseguir calmarse lo suficiente para no tratar de salir de todas las formas posibles. Luego descubrió que si cerraba los ojos le daba menos miedo y después, cuando notó que su corazón estaba acelerado, se le ocurrió empezar a contar cada latido, hasta que éstos volvieran a la normalidad.

Al final consiguió relajarse lo suficiente para que su padre lo sacara, sin sonreír, pero permitiéndole ser libre otra vez. Hasta la siguiente prueba, claro.

Theodore tenía mucha experiencia para salir de situaciones imposibles. Su padre era el símbolo de todas ellas, incluyendo ésta última, que le estaba matando.

El único problema es que nunca antes le había arrancado el corazón. Lógicamente, todavía no sabía cómo sobrevivir a eso.

Tampoco sabía si podía hacerlo. Pero por ella, que fue su esposa y con la que su padre se ensañó hasta el final, y quizá un poco por sí mismo, a quien su padre nunca le tuvo ninguna misericordia, por la poca dignidad que le restaba, tenía que intentarlo.

Salió del baño, se vistió como pudo y salió de la casa a respirar aire fresco. Sentía una profunda desconexión consigo mismo y el resto del mundo y no sabía cuánto más podría aguantar así pero decidió darse una pequeña oportunidad.

Una hora más. Un momento más. Un minuto más. Hasta que el corazón fuera gentil y dejara de latir por sí solo... hasta que tuviera el mínimo de piedad.

Pasaron tres días y Theodore no se decidía a regresar con Blaise. No era porque hubiera parado de quererlo o estuviera enojado con él... simplemente no estaba disponible emocionalmente para nadie, no deseaba lastimar y tampoco quería que lo lastimaran más o le pidieran nada.

Theodore Nott necesitaba tiempo y así se lo dijo a Blaise respondiendo su último mensaje. Sabía que esto heriría a su amigo, pero, ¿Sería mejor seguir mintiéndole y diciéndole que todo estaba bien y que volvería?

Nunca había sido de promesas vacías. Y precisamente porque aún quería a Blaise, mentirle no le sabía bien.

Pasó una semana y él empezó a hacer una rutina en casa de Arian, más que nada porque le permitía hacer algo y porque muchas veces él podía entreverla en sueños, aunque ella era una sombra elusiva que lo permitía poco.

El amor se convirtió en algo parecido en una obsesión opresiva, la cárcel que lo llevaría a la libertad. En esas cuatro paredes, donde Theo mismo fue quien se encerró, se aisló del mundo, empezó un diario y encerró a sus demonios, para que fueran sus únicos compañeros.

Así, lentamente, retrocediendo tres pasos, consiguió avanzar uno. No estaba vivo, lo sabía bien, pero respiraba y retenía al recuerdo de su esposa lo suficiente para mantenerse en pie.

Theo dejó de hablar. La única prueba de su voz eran sus diarios y todos eran conversaciones inconclusas con Arianrhod y él no sabía ya si ella era sueño, voz, eco o fantasma. Tampoco importaba. Sentía que estaba enloqueciendo un poco tras todo aquello pero prefería estar loco y más distendido a seguir con su sombría lucidez. La semana se volvió un mes.

Un mes se volvieron dos.

Y al tercer mes, algo cambió, aunque no en él. Una carta membretada del ministerio se aposentó en el buzón y el mensaje fue lo suficientemente trascendente para hacerlo ir al mundo real otra vez.

Provenía del auror Harry Potter. Le pedía una entrevista formal.

Para hablar de su difunta esposa y del juicio de su padre.

Fue la primera vez en mucho tiempo que sintió algo real, más allá de la insonora sensación de agonía. Una mezcla de ansiedad y deseo lo sacudió con fuerza y él arrugó el papel de la carta mientras se aferraba a la pared de la cocina mientras soportaba la emoción.

Después de eso, empezó a contar y respiró por cada número. Y luego, salió despacio de la cocina, fue al estudio de la casa, tomó pluma y pergamino y escribió un mensaje rápidamente, que lanzó a la red flu de la chimenea.

Luego, quitándose el delantal que solía usar para Arian porque ella lo había encontrado divertido, se sentó en el comedor y trató de ignorar que le temblaban las manos.

Había sido tímido antes de ser expuesto a las ramificaciones de una familia mágica sangrepura y al entrenamiento de un padre calculador, sádico y una máscara de camuflaje durante los años de su educación mágica: Ante la muerte de todo lo que él amaba, él volvía a ser un ser socialmente torpe, al menos por dentro.

Sin embargo, todavía podía recordar cómo había sido alterada su personalidad con los traumas, por lo que pudo rehacerse lo suficiente para cuando el otro hombre llegó.

Y de un momento a otro, en casa de su esposa muerta, Theodore tuvo a Harry Potter en la chimenea, rodeado de las flamas verdes de la red flu.

Ambos se miraron. Pese a que Theo sabía que las equivocaciones de aquel hombre habían tenido que ver en la muerte de Arianrhod y las acciones de su padre, no pudo sentir el odio que hubiera deseado sentir: En realidad experimentaba cansancio. ¿Qué quería Potter de él?

¿Por qué lo miraba como si lo compadeciera? ¿Y por qué lo encontraba tan incómodo?

Sus ojos azules miraron a su invitado sin ninguna expresión. No tenían entre sí ninguna relación y era evidente que Theo no lo quería allí. Pensando de más, Harry extendió la mano para que su interlocutor pudiera asir lo que llevaba en medio de su guante de trabajo.

Inquieto, Theodore alargó muy lentamente su mano hacía el objeto y en cuanto lo sintió, palideció y dio un paso hacía atrás, al mismo tiempo aferrándolo con la palma desnuda.

Sin necesidad de verlo, sabía lo que era. ¿Cómo no iba a saberlo?

Él lo había mandado a hacer, hacía años. Aquel collar, su joya de matrimonio...

Abrió los dedos para enfrentar su realidad. Allí estaba, como si nada hubiera pasado, la joya que mandó a hacer cuando tenía trece años. El óvalo azul que representaba el océano de ella y el color de los ojos de toda la familia de su madre, y el color de sus propios ojos. La montura plateada, que era el color de su familia y finalmente, su nombre: Arianrhod, con su apellido, el que tomaría, Nott.

Cada detalle pensado cuidadosamente para que no dejara lugar a dudas. Recordaba habérselo dado en un picnic a medianoche, cuando ambos tenían dieciséis años.

"Siempre tuyo, siempre dueña de mi corazón."

"Y yo tuya, siempre de ti, para ti"

En sus pensamientos, incluso si estaban muertos, lo estaban los dos. Nunca estuvo en sus planes separarse.

Pero la vida no acepta los planes de nadie. Mucho menos los sueños, que son guajiros ante su inevitable paso.

En aquella cara fría, desprovista de color, asomó un destello de emoción. Los ojos azules enfrentaron los verdes del hombre y hubo una pregunta, aunque no la formuló en voz alta.

"¿Por qué? ¿Por qué te quedaste con la joya de matrimonio de mi esposa?"

- Lo lamento, señor Nott. Tuvimos que inspeccionarla, debido a que contenía rastros de la maldición que impactó en su... esposa. No era seguro devolverle la joya hasta que la maldición se retirara.-

Theodore tuvo que resistir un escalofrío ante la mención de su apellido. Quiso pedirle a Potter que no lo llamara así pero el relicario tenía el apellido y no quería que él pensara algo más.

No le interesaba su opinión, pero otra vez, ella sí, su memoria.

- ¿Por qué está aquí, señor Potter?- dijo, pues, alentándolo a sentarse, y sin ofrecerle ni comida ni bebida. La emoción de sus ojos había desaparecido y ahora parecían pedazos de hielo fino que se incrustaban en la mirada del auror con dureza.

Era obvio que el auror también quería despachar el asunto lo mejor y más rápido posible pero, haciendo acopio de su cortesía, se sentó con cuidado y habló:

- Hay ciertas cosas que debemos discutir usted y yo.- declaró.- El Ministro me ha mandado a mí a comentarle que su padre sobrevivió a su ... enfrentamiento y ahora espera una sentencia en Azkaban. No va a haber juicio porque eso sería una oportunidad de dejarlo libre y no creo que a usted le interesara eso...-

Hubo un instante de silencio, durante el cual Theodore se ocupó de medir a su antiguo compañero de Hogwarts. En otro momento y lugar le hubiera interesado hablar, porque Hermione había sido su amiga y Harry Potter el dueño de su afecto, pero ese interés se había desvanecido como todos los restos de su antigua vida.

En aquel momento el único valor que presentaba su invitado eran las incógnitas que empezaban a formularse en su cabeza por el encuentro. Y Theodore supo, mientras escaneaba al auror heladamente, que aquella indiferencia suya estaba haciendo mella en el muchacho.

- Ya veo.- respondió Theo finalmente.- Lo mandaron a todos los detalles aburridos de su tarea porque fue usted quien arruinó la misión de rescate de los padres de Hermione y porque no me conoce, lo que francamente hace que sea más fácil que me pida que me haga cargo de un preso que debería estar seis metros bajo tierra. ¿Quiere que se lo facilite? Me importa una mierda lo que haga con el hombre, mientras lo mantenga lejos de la sociedad. Yo ya hice mi maldito trabajo clavándole un cuchillo en un ojo, cualquiera diría que un fallo pequeño debería serme perdonado: No estaba en mi mejor momento para lanzar nada. - Theodore se puso en pie tan bruscamente que movió la mesa y respiró para calmarse.- Gracias por regresarme la joya de matrimonio de mi esposa. Si me disculpa, tengo mucho que...-

Se dio vuelta, incapaz de seguir mirando a aquella figura impasiblemente. Sin embargo, Harry Potter no había acabado en la casa de Gryffindor por nada. Audaz, aunque un poco demasiado atrevido, tomó el brazo de su interlocutor.

- Espere, por favor.- exclamó.- Aún no he terminado.-

Theodore no se desasió del contacto pero su mirada era ahora fuego azul.

- ¿Qué?- preguntó tan solo, deseando que la ira en su interior apagara aunque fuera un poco el dolor que volvía a recorrerlo en oleadas.-

- No formaba parte de mi misión pero... quería decirle que la conocía. Hermione no lo sabía, pero sabía que ambas eran amigas y me pareció bien hablar con ella... o al menos intentarlo. En realidad no tenía idea de que ustedes dos eran pareja y cuando traté de hablar con ella, fue... Zabini... me parece que fue él quien me lo impidió. Ustedes son muy protectores de los suyos entre sí pero ella vino a verme y pedirme que cuidara a Hermione... y sé que le debo un gran agradecimiento, porque al menos me hizo ver que yo le importaba a Hermione. Jamás podré pagarle eso. Sólo quería que lo supiera.-

Ante esto, Theodore se hundió rápidamente en su memoria. Lo que decía Potter no era ninguna novedad, ya que ambos habían discutido muchas veces si valía la pena arruinar un poco su cobertura para ayudar a Hermione, ya que aquellos dos tenían una relación bastante disfuncional y sí, le parecía que Arian le había contado sobre el incidente. Pero la verdad en aquel instante le pareció demasiado bucear en su memoria, enfrente de alguien en quien no confiaba y por quien no podía sentir nada significativo.

Sin embargo, el otro mago lo miraba como si pudiera ver a través de él y eso lo exasperaba.

Una conversación no es suficiente para conocer a nadie. Y si había alguien que no resultaba fácil de descifrar, era la propia Arianrhod.

El cómo decírselo sin escupirle en la cara era otra cuestión.

Suspiró.

- Tomo nota.- dijo con simpleza.- Y con respecto a Blaise, no debe tenérselo en cuenta: Draco y Blaise cuidaban de ella por instrucciones mías. Ni a Arian le molestaba ni yo dejé de saber lo que necesitaba saber sobre las cosas. ¿Está satisfecho?-

No lo miró mientras hablaba, porque no quería hablar del tema y quería que él se diera cuenta de eso. Casi sintió alivio cuando el mago habló de marcharse, evidentemente agotadas sus capacidades de negociación cuando ya no tenía a qué quedarse.

Su última línea fue agradable, por lo menos:

- Voy a sugerir al Ministerio que se le dé el beso del dementor a su padre... en su nombre. ¿Está bien?-

En realidad decía la verdad cuando expresaba que no le importaba lo que le ocurriese a su progenitor, pero podía percibir la gracia de aquel gesto.

No sonrió, pero asintió.

- Bien.-

Esperó al lado de la chimenea a que Potter se marchara y, agotado, se dejó caer en una silla, mirando la joya de Arian lleno de incógnitas.

¿Qué clase de encantamiento podía contaminar una joya como aquella y sin embargo fue capaz de ser removida sin necesidad de dañarla?

¿Acaso podría... ser revertida o alterada de algún modo?

Su cara se dulcificó con cierto destello de esperanza.

Tal vez, sólo tal vez...

Todavía pensando, se dirigió a la cocina de nuevo para comer: Al fin podría hacer algo.