Nota de Autora: Erotismo en la siguiente parte. No digo de quiénes, pero adivinen. Besos.

Quince: La Más Tierna e Imposible Imagen.

Mientras caminaba hacía la puerta de la Mansión Malfoy, ya que era imposible aparecerse y desaparecerse dentro de las rejas para un invitado, Theodore se sentía considerablemente mareado. La información que le diera Narcisa Malfoy lo dejaba afligido y quería despejarse aunque sólo fuera un momento de tanto guantazo que le diera el destino últimamente.

Aún no estaba seguro de cómo digerir la información. Su esperanza seguía viva, empero, el camino se había tornado más oscuro de lo que pensaba. Indeciso de si proseguir o no, sacó el collar de Arian y miró la piedra azul, preguntándose si todavía poseía el coraje de perseguir lo que ya se desvanecía en la tormenta de su errar.

Como si la naturaleza lo hubiera escuchado y deseara intervenir, la luz de un rayo y el sonido de un trueno de tarde lo hicieron comprender que no tardaría en llover, por lo que se arrastró, agotado, hacía el sendero.

Mientras caminaba, hizo las paces con su recién tomada decisión y decidió caminar, por si llovía, ya que deseaba empaparse.

Erró, con un cigarro apenas encendido en la mano y muchos pensamientos que no lograba poner en orden. La lluvia cayó como un fenómeno pesado que lo dejó vacío por dentro pero se las arregló para vadear los peores charcos y sentir un poco de alivio con el agua alcanzando los pedazos de su ser a los que no llegaba desde hacía meses.

Cuando pudo por fin respirar tras tres cigarrillos después, se apareció en la casa de Arian y tras quitarse el abrigo empapado y la bufanda, colisionó en la salita de la habitación principal, donde el álbum de fotos lo esperaba para que pudiera portarse nostálgico sin necesidad de llegar al drama de las lágrimas.

Sentado en medio de la oscuridad, acarició una fotografía en el álbum, quedándose un largo rato, pensativo.

Ya no faltaba mucho para el que hubiera sido el cumpleaños de Arianrhod. Luego venía el suyo, por lo que los dos habían resuelto festejarlos el mismo día, sin preocuparse de la fecha exacta.

Y aunque casi nunca estaba seguro de nada, esta vez tenía en sus manos el regalo perfecto.

...

No era un experto en nigromancia. Provenía de una familia de mortífagos que eran muy versados en las Artes Oscuras, pero esa no era la línea de trabajo de su padre, quien prefería lidiar con los vivos, ya que eran mucho más fáciles de engañar. La nigromancia estaba prohibida en su mayor parte hasta para los magos tenebrosos, porque era inestable y peligrosa.

También, se tardaba mucho en aprender hasta el hechizo más sencillo. Theodore solía bromear sobre ello con Arianrhod, diciéndole que la única verdadera razón por la que no sabían Nigromancia es porque Severus Snape no soportaba tener que lidiar con la estupidez de los demás y si ya lo exasperaban los alumnos con los hechizos más sencillos, jamás podría recobrarse de la impaciencia por su ineptitud en una ciencia tan compleja.

Pues la nigromancia era algo más que un movimiento de varita o una poción bien hecha. Había que tener un conocimiento muy avanzado de la larga letanía de cada ritual y tener los ingredientes correctos madurados de la forma correcta en el tiempo correcto. No se manejaba una sola poción, sino varias, para cada funcionamiento del encantamiento.

Y claro, además, estaba el precio. La nigromancia era muy poderosa, pero tiznaba al mago que la usaba, porque era un quiebre de las leyes de la naturaleza.

Teóricamente, Theodore sabía qué le quitaría lo que quería hacer. También sabía que no le importaba el precio, siempre y cuando tuviera éxito en su misión. Pero nunca había hecho nada semejante y menos en solitario. El ritual era lo de menos, ya que sus materias favoritas, Runas Antiguas y Aritmancia, eran las que lo auxiliarían en ese trance tan complicado; Pero solía recurrir a Arianrhod para las pociones más complicadas, al ser su punto fuerte desde que era pequeña y ella...

Le hacía demasiada falta. Eso era evidente y tales pensamientos no conducían a ninguna parte, por lo que se burló de si mismo, alejó sus pensamientos de esto y, en su lugar, se dispuso a seguir haciendo lo que debía hacer.

No pensaba mucho en qué pasaría si algo fallaba, aunque era algo que debería haber tomado en cuenta. Un error en la letanía, un pequeño descuido en los ingredientes y las cosas se estropearían de un modo más bien irreparable.

Quizá no debería tener tantas esperanzas. Pero se sentía mejor que otros días, así que tomó su libertad y la usó para uno de los hechizos más oscuros de todos.

Sólo quería verla una vez más... sólo una vez.

...

Le tomó nueve horas y nueve minutos terminar los preparativos del ritual, tres horas aprenderse la letanía, y de ese tiempo, seis horas para la cocción de las siete pociones que se necesitaban.

Después tuvo que almacenar la sangre vertida de su muñeca derecha en un cáliz del que bebió un poco y lo demás lo fue acomodando a lo largo del pentagrama donde estaba preparado todo lo demás.

Había tenido suerte y le tocó la luna llena de lobo. Podía oír a la noche desde su ventana pero casi no prestó atención: todo su ser estaba en el efecto del cántico que empezó a recitar y al que no podía retrasar o finalizar antes de que estuviera listo.

Su sangre ardía y sentía cómo el altar se nutría de su esencia y de aquello que quedaba en la joya azul que era el centro que necesitó para realizar su encantamiento.

El frío de su piel lamía su consciencia pero se convirtió pronto en una señal del fuego que marcaría su carne. Sin poderlo evitar lanzó un grito inaudible, poco humano y, deshecho, contempló lo que había hecho con la tierna devoción de un espíritu abandonado que ha reencontrado adónde pertenecer.

Allí donde debería haber estado, solitaria, la joya de matrimonio de Arianrhod, estaba ella misma, con la joya pendida en su cuello. Parecía que no había pasado ni un solo día desde que se fue del mundo, a pesar de que llevaba un vestido blanco y su tristeza se desprendía de su mirada de ámbar.

Iba descalza y todavía presentaba el etéreo aspecto de una aparición, aunque éste iba cobrando más y más forma mientras Theodore perdía la fuerza que le quedaba.

- ¿Theodore?- Pese a que se hallaba tendido, agotado, al lado del altar, una sonrisa sincera apareció en su rostro cuando la oyó hablar: Lo había conseguido, había logrado traer completo su espíritu hacía allí, revirtiendo el terrible efecto secundario de la maldición que su padre le había lanzado.

No duraría mucho; No podía resucitarla, no tras lo que sucedió, pero si podía darle su energía vital para insuflarle una apariencia de vida que le permitiera a ambos unos últimos momentos antes de que ella le dijera Adiós.

El cómo iba a vivir él después de eso era un misterio, pero por el momento no quería pensar en ello. En aquel instante llenaba sus ojos con la vista de Arian y la veía como si fuera la primera vez, quería imprimir cada detalle en su cerebro, convertir su imagen en lo más preciado que tuviese su memoria.

- Ari.- Incapaz de evitarlo, alargó una mano temblorosa hacía ella, deseando tocarla aunque el precio fuese tan alto como el que estaba dispuesto a pagar. Su corazón latía rápido como una pluma y un eco de su antigua felicidad se quedó como un regalo del cielo.

Pero ella, aunque se acercó, no tomó su mano.

- Theodore, sabes bien que no puedo tocarte.- le recordó con voz dulce.- No debería estar aquí y tú tampoco. Si te toco, es lo mismo que condenarte a morir.-

- ¿Y acaso no me lo he ganado?- Theodore la miró con nostalgia y dolor.- Permíteme hundirme en las profundidades de mi dolor, líberame de esta prisión...-

- Eres tú quien, al aferrarse al mundo material, corrompe sus creencias atándote a un fantasma de cosas imposibles.- dijo Arianrhod.- Sabes mejor que yo por qué está realmente prohibida la nigromancia. Si rompemos las reglas contra natura, no habrá para nosotros ninguna paz, en este mundo o en el Otro. Y también, tampoco habrá ningún futuro... más el daño que llegaremos a cometer.-

El hombre agotado miró al fantasma de su mujer, cada vez más nítido y refulgente. Podía notar cómo ella trataba de no arrastrarlo en el fortalecimiento de su energía, pero los dos eran uno y dado que su espíritu era el más débil, estaba arrasando con la fuerza que necesitaba para ponerse en pie. Si seguían así, pronto Theodore no tendría más fuerzas para seguir y moriría, dejándola a ella con una vida artificial de la que tampoco podría disfrutar.

Era en extremo nocivo, aquel encantamiento de nigromancia. Permitía un milagro forzado, pero lo cobraba con creces. Así que sí, por eso aquella magia estaba prohibida.

Pero él provenía de un mundo oscuro. Nunca se le permitieron mejores opciones, de todos modos.

- Sé la verdad que hay en tus palabras.- susurró el mago.- Pero, ¿Podrías tenerme un poco de piedad y concederme este último momento? Tras esto no volveré a verte, lo sé bien... y quería despedirme.-

Un silencio pequeño se instaló entre ambos y finalmente vio como su esposa se acostaba a su lado en el círculo, acercando sus dedos a los suyos como si fuera a tocarlo, aunque sin llegar a hacerlo.

Theodore resistió el impulso de cerrar los ojos. Estaba muy cansado y aquella succión de energía no ayudaba en lo más mínimo a resistir. Pero el sueño que tenía era tan dulce y ella estaba ahí...

"Juraría que hay mariposas alrededor de ella... podría imaginarme que estamos en un campo despejado donde brillan, muy lejanas, las estrellas...

Esto es todo lo que necesito para ser feliz."

Su corazón empezaba a latir de forma tan lenta... se deslizaba entre la oscuridad y la luz...

"Cómo deseo volver a verte... una vez más, tan sólo una vez... para siempre."

- ¿Theodore?

- ¿Sí?

- ¿Me prometes que tratarás de ser lo más feliz que puedas sin mí?-

- Te lo prometo. Pero no te olvidaré.-

- No tienes que hacerlo. Te esperaré.-

Sintió un enorme frío y un sonido de cristal haciéndose añicos. Su visión del paraíso se deformó y entonces vio lo que ella había hecho para liberarlo.

El cuchillo que sostuvo para usar la sangre en el ritual estaba en su pecho.

Estaba muriendo. Otra vez.

- Está bien.- Oyó su voz y vio su última sonrisa, mientras expiraba lentamente.- Ya puedes dejarme ir.-

El viejo, viejo terror se instaló dentro de su pecho y por un momento deseó pedirle profundamente que no se fuera. Su vida juntos pasó frente a él como un tornado furioso.

"Se lo prometí. Y por ella, por ella daría cualquier cosa, cualquiera. Excepto olvidarla."

- Adiós, amor. Te veré tras un largo sueño.-

El espíritu de ella, recién entrelazado, explotó en miles de aristas de luz dorada.

En cuanto a Theodore, simplemente se desmayó.