Bueno, sigo con mis peleas a la hora del llamado entre personajes, pero leyendo algunos libros he descubierto que entre ellos pueden llamar así sin tutearse cuando son muy amigos, así que he abusado un poco de ello. Disculpen la confusión.
Sin más disfruten y recuerden que cualquier cosa constructiva me ayuda mucho a mejorar =D
La prometida destinada
3
Sakura despertó con el grito de su madre. Se sentó en la cama, agudizando el oído, temiendo escuchar un alboroto significativo a su grito ¿Habrían entrado hombres sin su permiso? ¿Estarían causando alborotos los sirvientes? ¿Habría fallecido algún conocido? ¿Una hija de alguien conocido se habría prometido? Tardó poco en enterarse de por qué el escándalo.
Su doncella entró poco después, cerrando la puerta apresuradamente y corriendo hasta su armario.
—¿Qué ocurre, Konan? —preguntó empujando las mantas y sábanas a patadas hasta poder enderezarse—. ¿Le ha pasado algo a papá?
—No, no —negó la joven—. El señor Haruno se encuentra bien y su madre también. Quizás demasiado bien —añadió con una sonrisa burlesca mientras colocaba el último vestido verde esmeralda que habían comprado para ella al comienzo de la temporada—. Será mejor que se vista y baje a verlo. Va a asustarse o estornudará por días.
—¿A qué te refieres? —preguntó girándose y apoyándose contra el piecero mientras Konan preparaba su corsé—. ¿Es algo para mí?
Konan tiró de la primera cuerda.
—Estoy segura de que sí, señorita —respondió mientras ella se esforzaba por no pensar demasiado en la ropa que estaba poniéndole—. Digamos que en esta época hay pocas cosas que puedan hacer a una madre feliz.
Sasuke Uchiha llegó a su mente. Como un relámpago que anunciaba el comienzo de un juego divertido.
—Konan, por favor; ¡date prisa!
Su doncella asintió y apretó más fuerte. No le importaba que el corsé la dejara sin aliento. Ni que el vestido fuera molesto y pesado de poner. Ansiaba encontrarse con las noticias adecuadas, ver el rostro que esperaba de su madre. Que anunciara que podía conservar su libertad un poco más de tiempo.
Cuando abrió la puerta lo primero que le llegó fue un irrefrenable aroma a flores. Pareciera que alguien hubiera abierto las puertas del jardín en primavera.
Radiante, bajó las escaleras y justo frente a sus ojos, por todas partes, sobre la chimenea y hasta la habitación de té de su madre, estaban a rebosar de flores. Tantas, que algunas no era ni capaz de reconocerlas.
Buscó a su madre entre los jarrones sin encontrarla, hasta que la vio entrar por la puerta.
—Ah, Sakura —saludó emocionada. Sus ojos brillaban como los de una madre deberían de hacer esos momentos. Sakura no podía esperar para ver el momento en que demostraran el desagrado. Su madre caminó hasta ella rápidamente para tomarla de las manos—. ¡Lo has hecho mucho mejor de lo que creíamos, hija mía!
Sakura parpadeó con fingida inocencia.
—¿De qué hablas, madre? ¿Qué son todas estas flores?
Su madre puso un mohín frustrado.
—¡De tu pretendiente, por supuesto! —exclamó mostrando una tarjeta entre sus dedos—. Nos ha enviado una misiva anunciando su presencia. Debe de estar al caer.
La miró de arriba abajo, dudosa, pero, finalmente, asintió agradada.
—Estás respetable, sí —aceptó.
—¿Pone quién es el caballero en cuestión? —preguntó siguiéndola hasta el salón de té.
Su madre la miró con un rápido parpadeo.
—Imagino que del señor arenas, por supuesto —expresó indignada. Aferró sus lentes. Mientras Sakura rezaba, asustada, para sus adentros.
¡Se había olvidado por completo de él y su asqueroso interés en ella!
—Vaya… —masculló su madre sentándose y buscando su abanico.
—¿Qué ocurre? —se interesó inclinándose tanto que su madre le dio un golpe en la nariz. —¡Ay!
—Una dama no se comporta de ese modo, Sakura —aseveró. Luego, carraspeó, preocupada—. Me pregunto si esta nota es realmente verdadera. Sakura. ¿Dijiste que te cortejó otro caballero durante el último baile?
Ni que hubiese acudido a más, pensó.
—Sí —respondió rápida. Cruzó los dedos por detrás de la falda.
—Me comentaste que era un hombre de apellido Uchiha. ¿No es así?
—Es correcto —afirmó. El corazón le latía como loco en el pecho.
—Pues… Sí, no es el señor Arenas quien envía el anuncio o las flores. Sino el señor Uchiha —se corrigió. Dejó las gafas sobre la mesita de té y la miró—. Ahora, la pregunta correcta sería: ¿Cuál?
—¿Cómo que cuál? —preguntó sorprendida.
—Sí. Como bien sabes, son muchos caballeros los que forman esa familia. Muy numerosos y de poder monetario bastante impresionante. Muchos de ellos, militares.
Sasuke Uchiha era uno de ellos. Su postura le delataba. La lealtad hacia Naruto.
—Los caballeros casaderos son muy cotizados, la verdad —reflexionó su madre. Se había llevado los dedos a la boca, tocándose en pequeños golpecitos—. Itachi Uchiha es uno de los condes que vive aquí cerca. Tiene un gran terreno y más que no hemos visitado nunca. Hay otros más, por supuesto. Madara Uchiha, pero considero que sería demasiado mayor para ti, aunque no es algo que vaya a descartar.
Sakura deseo soltar una de esas groserías que eran imposible de decir delante de su madre sin recibir un castigo costoso.
—Creo que otro de los hombres importantes de su familia, Shisui Uchiha, hermano de leche de Itachi Uchiha, también está en la ciudad. Sin embargo, no me percaté de su presencia en el baile. ¿Fue él a quién…?
Sakura no llegó a responder la pregunta. El mayordomo golpeó la puerta, interrumpiendo su conversación. Casi deseó levantarse y besarle las mejillas, como solía hacer cuando era pequeña.
—El señor Uchiha, señora —anunció.
Su madre se levantó.
—¿Has avisado al señor?
—Así es, señora. ¿Lo recibirá aquí?
—¡Oh, dios, no! —exclamó su madre ruborizándose. Ese era su lugar secreto y prefería que siguiera funcionando como tal—. Lo recibiré en el salón pequeño. Prepara algo de té. Sakura, acompáñame.
Aunque no se lo hubiera pedido lo habría hecho.
Se levantó de un saltó y casi se chocó con ella a medida que avanzaban en dirección al otro salón. Lo que a su madre le gustaba llamar pequeño constaba de una largura en la que podrían meter cinco de sus cuartos de baño, con una decoración exquisita de crema y oro. Cuando llegaron, las pastas y el té ya esperaban, como siempre, los sirvientes más adelantados.
Sakura estaba impaciente. No quería perderse detalle de absolutamente nada. Quería ver a su madre enrojecer, palidecer y quizás, hasta comportarse de una forma poca decorosa. ¡Sería tan maravilloso!
—Mamá. ¿Realmente consideras bueno hacer esperar al caballero hasta que mi padre regrese?
Su madre se mostró confusa.
—Sería lo correcto, sí —reconoció.
—Pero el señor Uchiha podría tener otros compromisos que atender también.
Su madre, que siempre era demasiado pulcra, correcta y firme en las etiquetas sociales, sopesó su preocupación. Aunque le dedico una mirada de regaño, fue desapareciendo por otra que siempre ocultaba ante los demás, pero que con ella la mostraba por un leve instante: la mirada de la curiosidad.
—Por favor, Nagato. Dígale al señor Uchiha que entre.
El mayordomo desapareció tras inclinarse.
Sakura no podía dejar de morderse los labios, emocionada. Su plan cada vez estaba más cerca de llegar al clímax. La impaciencia siempre provocaba que alguna parte de su cuerpo se moviera, así que cuando empezó a dar golpecitos con el pie contra el sofá, su madre extendió la mano para pellizcarla. Ella odiaba que lo hiciera y Sakura que la pellizcara.
—El señor Uchiha —anunció el mayordomo una vez más.
Su madre y ella se pusieron en pie. En el mismo momento en que Sasuke Uchiha cruzó el umbral, Sakura Haruno pudo notar, con placer, que su madre palidecía.
Ése, no era el Uchiha que ella esperaba.
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Nunca en su vida pensó que llegaría a hacer tal locura como enviar esa cantidad insana de flores al hogar de una mujer a la que deseara cortejar. La idea, con ellas, era reafirmar algo que ya se sabía: que tenía el dinero y la capacidad suficiente como para asegurar que la hija de las personas con la que se iba a casar viviría en perfectas condiciones. Realmente, una vez lo hiciera, podría consentir a su esposa como ella deseara y él, podría volver a inmiscuirse en su mundo de soledad sin preocuparse por nada.
No obstante, tener que hacer algo tan ridículo era vomitivo, desde su punto de vista.
Casi de la misma forma en que la señora Haruno apretaba la boca y se tocaba el cuello. Una persona sana no tendría tal color de piel. Sasuke no necesitaba una explicación para comprender que, él, no era el Uchiha que esperaba.
Quizás habría esperado incluso a su tío Madara, un hombre alejado de la gente y que odiaba al resto del mundo. Incluso hasta su primo de ocho años parecía una mejor opción que él.
Esa forma de insulto debería de agradecerla, de nuevo, a su condenada mala suerte y la noche en que Sakura Haruno abrió la puerta del despacho.
—Señor Uchiha —nombró finalmente la señora Haruno. Su voz era tirante—. Discúlpeme, por favor. Pensé que…
La mujer se ruborizó y hasta tembló cuando él se agachó educadamente para darle sus respetos.
A su espalda pudo apreciar que Sakura parecía disfrutar del momento. Mantenía la boca rosada apretada en un rictus que indicaba su lucha con echarse a reír y su mirada verdosa, fuerte y femenina, brillaba a la par con lo apetecible que estaba resultándole esa situación.
Maldición. Habría sido más sencillo si ella no sintiera atracción alguna por él. No quería cargar con las consecuencias de romper un corazón después de casados.
—Comprendo que no era el Uchiha que esperaba —dijo al fin, aliviando así el pesar de la mujer de formular esas palabras, aunque fue agradable notar que se sonrojaba con reveladora culpabilidad—. Me temo que mi hermano ya está casado.
—Oh, no, no —descartó ella moviendo su mano y desviando una sutil mirada hacia su hija—. Debe de comprender, señor Uchiha, que en su familia son muchos caballeros que están en edad casadera y desconocía por completo el nombre del señor Uchiha del que mi hija me había hablado.
Sakura se lamió los labios e hizo una adecuada reverencia. Sus hombros temblaban. Parecía que en cualquier momento iba a echarse a reír a carcajadas. Por experiencia, sabía que las personas podían actuar de muchas formas mientras estaban en situaciones de tensión. Algunas, lloraban, otras reían como si fuera el fin del mundo. Las mujeres, por supuesto, estaban más cerca de los sentimientos, así que no le parecía irracional del todo su comportamiento.
—No debió de darse la oportunidad —la excusó—, pero dejé muy en claro a su hija mis deseos de cortejarla.
—Entiendo —murmuró la señora Haruno. Se recompuso, enderezando la espalda—. Por favor, señor Uchiha, siéntase como en su hogar.
Algo, que desde hacía muchos años no podía gozar.
Se sentó a una distancia adecuada de Sakura, quien se sentó, colocando recatadamente las manos sobre su regazo. Pese a que parecía que su momento de exaltación se calmaba, pudo notar que en su mirada continuaba aquel brillo, ese reto a hacer más por ella.
—¿Desea un té, señor Uchiha? —preguntó ella.
—Se lo agradezco, pero no —descartó. Se acomodó la chaqueta y carraspeó.
¡Por todos los demonios! Prefería mil veces volver al campo de batalla que tener que hacer eso.
—Conoce mis intenciones, señorita Haruno —comenzó frunciendo el ceño.
—Los conozco —interrumpió.
Él frunció el ceño más, sorprendido por su intrépida interrupción.
—Me gustaría, si no está lejos de un descortés intento de agradarla, pedir su mano.
Volvió a notar la rigidez de su boca, sus mejillas enrojecidas y cómo desviaba la mirada hacia su madre. Sasuke deseó zarandearla. ¿No podía decir que sí directamente? No quería gastar más tiempo en juegos inútiles de cortejos.
Diablos, hasta había preparado otro plan de ser necesario y no quería recurrir a él. De verdad que no lo deseaba.
—Podría tener otros pretendientes —indicó su madre apretando el abanico entre sus dedos.
Sasuke la estudió por un instante con la mirada. Generalmente, las mujeres que deseaban casar a sus hijas solían estar resplandecientes en esos momentos. Casi gritarían si su decoro se lo permitiera. Sin embargo, la señora Haruno permanecía tensa y con cortés y falsas sonrisas tirantes.
—Desde luego —aceptó él. A toda madre le gustaba que halagasen a su hija—. Soy consciente de eso. Sin embargo…
—El señor Arenas, por ejemplo.
Sakura gruñó. Apenas un sonido imperceptible pero que él captó. Cuando la miró, desvió sus ojos, parpadeando. Esa vez, parecía más temerosa que divertida o emocionada.
—¿El señor Arenas? —preguntó Sasuke con fingido interés.
—Sí, es un caballero importante. Quizás debido al tiempo que ha pasado fuera desconoce quién sea. Es…
—Sé perfectamente quién es —interrumpió algo más tosco de lo debido—. Es el mismo caballero, por llamarlo educadamente, que asustó a su hija y la mandó a los brazos de mi cuñada.
La señora Haruno levantó dos perfectas cejas por encima de sus ojos. Giró la cabeza con tal tensión en el cuello que le recordó a las viejas muñecas de juguete que daban terror. Sakura dio un respingo al notar su escrutinio.
—¿Acaso ese hombre…? —carraspeó, corrigiéndose—. Ese caballero, quiero decir. ¿Te ha…?
Sakura suspiró, abanicándose.
—No fue de lo más cortés —reconoció—. Me contó cosas que hasta a ti te harían ruborizar, madre. Sin embargo, el señor Uchiha fue muy amable al ayudarme —añadió—. Es mi salvador.
La señora Haruno se abanicaba tan fuerte que parecía capaz de derrumbar su elegante recogido. Sus mejillas iban enrojeciendo a medida que escuchaba a Sakura hablar y, cuando terminó, se puso en pie.
—¡Esto es…! —No terminó la frase, recordando que él estaba presente—. Señor Uchiha, he de agradecerle su ayuda, señor. Pero si eso ha llevado a que usted piense que mi hija ha sido deshonrada y que quiera casarse con ella… también lo comprenderé. Y aceptaré.
—¿Qué?
Ambos se volvieron hacia Sakura. Impávida, miraba a su madre.
La señora Haruno esperó a que él se negase. Sasuke no pensaba hacerlo. Lo sentía por Sakura, pero si era una forma de convencer a sus padres, la usaría.
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Sakura apenas podía contener el llanto. ¡Todo su plan se había ido al garete en el mismo instante en que la reputación hacia su persona se vio atacada! Si tan solo Sasuke Uchiha hubiera mantenido la boca cerrada en vez de contar el asunto con el señor Arenas. Ella habría preferido que eso quedara para toda su vida en las sombras y no saliera a la luz.
Deseaba… ¡Deseaba estrangularle!
Porque él no parecía dar ni el menor atisbo de molestia ante la idea de casarse. Más bien, se mantenía impertérrito a su lado, con las manos en la espalda, las piernas separadas y esperando, o rezando, porque su llanto terminase.
Abrió la boca y la cerró diversas veces. ¡Le gustaría ser un hombre en esos momentos! Uno grande y más fuerte que él. Así podría golpearle, insultarle y desfogarse a gusto. Puede que terminara teniendo un duelo con él. Uno que probablemente perdería, pero así… ¡Así no tendría que casarse con él!
Había estado tan cerca de evitarlo… de que su madre estallara en pánico ante la idea de casarla con él… Y ahora no le quedaba otra que aceptar para proteger las habladurías.
Su madre la había educado de forma que entendiera que las mujeres siempre iban a contar cotilleos y cuanto más jugosos, mejor. En el momento en que comprendió que Izumi Uchiha estaba inmiscuida, supo que el destino ya estaba establecido para siempre.
—No la comprendo.
Sorbió por la nariz y levantó la cabeza para mirarle. Era mucho más alto que ella y odiaba tener que echar la cabeza hacia atrás para mirarle.
—¿Qué no comprende exactamente? ¿El hecho de que llore o que esté enfadada con usted?
Él enarcó una ceja.
—¿Está enfadada?
Sakura soltó un suspiro resignado.
—Disculpe. No creerá que esta es mi cara de felicidad. ¿Verdad?
Él tensó la postura. Abrió la boca, indignada.
—¡No lo es! —aseguró. Soltó un bufido, furiosa—. Dios mío, bien sabe que mi educación no me lo permite, pero le juro que… le juro que… ¡Quisiera golpearle!
—¿Golpearme? —Inquirió sorprendido. Al notar que ella calculaba la distancia entre su pie y su espinilla, retrocedió—. No puede hacer eso —aseveró.
Sakura volvió a mirarle a la cara.
—En realidad, poder, puedo. Lo que ocurre es que no debo —le corrigió.
Con lo que odiaban los hombres que les corrigieran. ¡Ella estaba dispuesta a irritarlo! Si consiguiera hacer algo para evitar que él continuara adelante con el matrimonio… Aunque su madre era capaz de casarla con Arenas para cubrir su falta.
—¡Es tan injusto! —protestó—. Usted no puede comprenderlo porque es hombre y nadie va a obligarlo a casarse con otra persona. Si fuera mujer…
Sasuke Uchiha cambió de postura. Apretaba los puños con fuerza y su mandíbula estaba tan tensa que reafirmaba las líneas de su apuesto rostro.
—¿Realmente he de casarme con usted?
Como si se desinflara, Sasuke relajó la postura. Quizás fue la desesperación en su voz, o la súplica de su mirada, pero algo pareció relajarle.
—¿No quería usted casarse?
—No —confesó—. Ni siquiera quería participar en mi primer baile de sociedad. Esperaba que, si mi madre escuchaba que usted me rondaba, podría cambiar de idea y esperar a casarme cuando yo estuviera preparada…
El hombre parecía perplejo.
—¿Por qué su madre iba a negarse a mi propuesta?
Esa vez, ella fue la sorprendida.
—¿No lo sabe usted? —preguntó. Él negó—. Porque es caballero que ningún padre parece desear para su hija.
Sasuke se enderezó. Volvía a ser el mismo militar que se mantenía aislado de los demás. De ella.
—Lo siento, señorita Haruno —se disculpó—. Pero indiferentemente de eso, voy a casarme con usted.
Ella bajó la mirada.
—Eso ya lo sabía. Mi madre ya lo ha pactado con usted y los preparativos comenzarán enseguida. Será una boda apresurada, porque mi madre no desea que los comentarios que el señor Arenas pueda decir sobre mí creen más problemas para casarme. Usted le ha caído del cielo. Pensé que me había caído a mí, señor Uchiha, pero fue a mi madre.
Después, tras una venia cortés, se marchó. Regresó al interior de su hogar, subió las escaleras y aún con el aroma de las flores que tan feliz le habían hecho al despertar, se tumbó sobre la cama a llorar.
Nunca supo en qué instante el señor Uchiha se marchó. Escuchó a su padre llamar diversas veces a su puerta, pero estaba tan agotada que no fue capaz ni de abrir los labios. La última vez que miró por la ventana, su madre daba órdenes a la servidumbre.
Horas después, para su sorpresa, Hinata apareció en su dormitorio. Tenía el rostro pálido y surcos de lágrimas que regresaron a sus ojos para caer sobre sus hombros.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó entre hipidos.
Hinata levantó el mentón.
—Que ya no me caso.
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Sasuke se encontró a un Naruto muy borracho sentado en un rincón de la pared. El camarero les dedicó una mirada de súplica que él captó y comprendió. Cuando se sentó a su lado le arrebató la botella y dio un trago. Naruto le miró por un solo instante y después, cerró de nuevo los ojos.
—¿Qué has hecho? —le preguntó, dando otro trago. El líquido le quemó la garganta y pensó que era bueno. Realmente bueno—. ¿Te has gastado tanto dinero en esto para después vomitarlo por no consumir coherentemente?
—No me des una charla —protestó Naruto sacudiendo una mano y errando sus intenciones. Sasuke volvió a beber—. La señorita Hinata me odia.
Sasuke podría haber ofrecido pesarse en una balanza y seguro que él ganaba en cuanto al odio. Sakura Haruno había pasado de divertirse a odiarle. Estaba seguro de ello. Había mal interpretado sus sentimientos y puesto en marcha un carruaje que no podía parar. Ni, aunque ella llorase.
Sasuke siempre se había considerado inmune a las lágrimas. Quizás un poco a las de su cuñada cuando estaba embarazada, aunque eso lo achacaba a lo frágil que le parecía estando en estado. Sin embargo, ver llorar a la que era ahora su prometida le supuso un puñetazo directo. Porque él necesitaba casarse y ella le había necesitado para no casarse.
Al no comprender sus intenciones, y pensando más en su beneficio, no le importó usar la última carta y ganarse así una futura mujer.
Eso conllevaba a pensar que no iba a ser un matrimonio agradable, por supuesto. No obstante, Naruto Uzumaki y Hinata Hyûga eran la pareja de moda, la que llamaba la atención y maravillaba al mundo. Un par de enamorados que parecían querer luchar contra el decoro de la alta sociedad por tal de comerse a besos delante de la gente, engullidos por la misma pasión de sus deseos y amor.
—Le he dicho la verdad —dijo finalmente Naruto. Se limpió la baba con el dorso de la mano—. Le he dicho que podría morir. No, que voy a morir.
—Eso es algo que vamos a hacer todos —reflexionó encogiéndose de hombros.
Naruto le aferró del brazo.
—Yo moriré en el campo de batalla como el militar que soy. Le he dicho que me marcharía a filas cuando fuera necesario. Ella ha llorado y asegurado que no quiere un marido muerto, así que me ha dicho que no va a casarse conmigo hasta que me decida.
—Entonces, se volverá una solterona amargada de por vida.
—¡No digas eso! —protestó Naruto. Estaba tan borracho que ni era capaz de articular frases correctas sin que su lengua tropezase o recordar su posición social—. Ella es hermosa. ¿Entiendes? Es una mujer maravillosa y me la quitarán de las manos. ¡Ya sabes cuántos pretendientes tuvo!
—Eso no importa —descartó—. Todos sabrán que estaba prometida contigo y se preguntarán qué mal había en ella para que tú la dejaras.
Naruto guiñó los ojos.
—¿Yo?
Sasuke asintió.
—Eres el hombre. Si has descartado a una mujer tan importante de familia y hermosa, es que hay algo. Los rumores volarán como la pólvora.
Naruto parpadeó y Sasuke se percató de que estaba emitiendo las mismas preguntas que Sakura Haruno le dijera. Maldijo entre dientes y bebió el resto de la botella, notando que las sienes le palpitaban de dolor.
—¡Maldita sea! —exclamó Naruto poniéndose en pie. Si hubiera llevado su espada o pistola, seguramente la habría empuñado como un guerrero—. ¡No dejaré que esto quede así!
Luego, ante la mirada atónita de algunos otros hombres, salió. Sasuke se inclinó como salutación y le siguió. Naruto acababa de detener un coche y casi tuvo que saltar para no perderlo.
—¿Cuál es la loca idea? —le preguntó.
—Darle un motivo irremediable para que sea mi esposa —respondió eructando.
—¿Y es…?
Naruto le miró como si fuera estúpido. Sasuke intentó recordarse que era cosa del alcohol más que de sí mismo. Naruto nunca pensaría que lo era.
—Hacer algo que evite que pueda dejarme. El punto es encontrar a mi prometida. ¿Dónde puede estar?
—En casa de los señores Haruno.
Naruto no tardó en sacar el cuerpo por la puertecilla y gritar la dirección. El coche se tambaleó cuando giró.
—¿Cómo sabías que estaba ahí? ¿Estás persiguiendo a mi esposa?
—Futura esposa —le corrigió—. Y dios me libre de intentar ciertas libertades con la señorita Hyûga.
Tomo aire y se apretó las manos.
—Voy a desposar a la señorita Haruno.
—¿Sakura Haruno? —exclamó Naruto abriendo tanto la boca que la baba resbaló por sus labios. Mientras se la limpiaba con el dorso de la mano, volvió a concentrarse en él—. Entonces, mis suposiciones de que estabas intentando algo con la señorita no eran erróneas. Pero… ¿por qué ella?
—¿Qué tiene de malo?
Conseguir cualquier información fructuosa de ese enlace era beneficioso. Un soldado nunca debía de bajar la guardia. Lo sabía por propia experiencia.
—Hinata…
—La señorita Hyûga —le corrigió. Naruto lo descartó con la mano.
—Me ha hablado mucho de ella. Dice que no quería casarse, que no estaba preparada para estas cosas. Dios me libre de tener una hija un día, Sasuke —rogó repentinamente—. Creo que me volveré loco si Hinata se vuelve de esa forma… Ya sabes, como todas las madres.
—No podrás negarte a que ocurra.
Naruto le miró con los ojos muy grandes.
—¡Eso es lo peor! Tendré que ver a mi hija sufrir esas desdichas. Mira, tú vas a casarte con una mujer desdichada que no quería casarse. Y yo estoy a punto de perder mi matrimonio. ¡Pero me niego! Esa mujer podrá ponerme de rodillas, pero será mía.
Sasuke esperó que la borrachera se le pasara a medida que el coche avanzaba por las calles. Desgraciadamente, el hogar de los Haruno no quedaba tan lejos como le habría gustado.
Había visto a la joven Hyûga entrar en el hogar de su prometida justo cuando subía a su propio coche. Tenía el rostro humedecido, pero no le había prestado más atención. Al fin y al cabo, las mujeres eran seres emocionales. Y le costaba entenderlas.
Cada vez estaba más convencido de que él no era un hombre nacido para casarse y, sin embargo, el reloj iba hacia atrás para desposar a Sakura.
Todavía no se lo había contado a su hermano y cuñada, aunque sospechaba que las noticias no tardarían en llegarles. Izumi podría estar embarazada, pero no sorda.
Cuando el coche aparcó, se percató de que había oscurecido y que, desde luego, presentarse a esas horas en una casa decente no era lo adecuado. Sin embargo, Naruto se desvió de la entrada y caminó en dirección opuesta.
Aliviado, le siguió. Quizás podría haber cambiado de opinión.
Grave error. Naruto era el hombre más cabezón que había conocido en su vida. Si sacó a su batallón de un tiroteo en el que parecían no tener oportunidad de escapar. ¿Cómo no iba a conseguir colarse en la casa de una joven casadera?
Cuando saltó la verja y le esperó, con los ojos brillantes de rivalidad, Sasuke maldijo entre dientes. Revisó sus alrededores con ojo experto, las ventanas, las esquinas, incluso los coches. Finalmente, saltó.
—Esto es de locos —gruñó.
Naruto se llevó un dedo a los labios para demandar silencio y él deseó ahorcarle con sus propias manos. ¿Por quién estaban haciendo esa locura?
—¿Qué ventana crees que sea? —le preguntó.
Sasuke clavó la mirada en él.
—¿De verdad cree que tengo esos gustos?
—No necesitas tutearme para insultarme —protestó Naruto apretando los labios—. Pensaba que habrías investigado sobre ella para casarte. No sé, igual algún lunar es lo que te ha hecho enloquecer y la única forma de poseer a una dama es, obviamente, casándose.
Sasuke puso los ojos en blanco. Podría desmayarse ahí mismo o matarle.
—No lo sé —respondió al final.
Por suerte, no necesitaron discutir mucho más. La ventana sobre sus cabezas se abrió y la voz de Sakura llegó con claridad.
—¿No puedes dormir, Hinata?
—No —contestó la susodicha—. Sé que debería o tu madre nos regañará. Y más que esta tan emocionada con la idea de casarte que no podrá dormir. Tampoco puedes. ¿Verdad?
Sasuke miró de reojo a Naruto. Este observaba el lugar con el ceño fruncido y, finalmente, se movía hasta una de las paredes.
—No, no puedo —confesó Sakura—. Es por todo… Me siento mal por haber utilizado al señor Uchiha. Por esperar que mi madre fuera sensata y decidiera que ninguno de los dos era bueno para mí. Y al final ha resultado justo lo contrario. Sólo lamento que el señor Uchiha ahora tiene que cargar conmigo. Es duro casarte cuando no amas a la otra persona.
—Lo entiendo —indicó Hinata—. Yo amo al señor Uzumaki —confesó. Naruto levantó la cabeza de las ramas que estaba asegurando—. Pero no puedo amar a alguien que no tengo certeza de volver a ver. ¿Te sentirías feliz si el señor Uchiha regresara a la guerra?
Sakura suspiró tan fuerte que llegó hasta sus oídos.
—No lo sé —respondió al final—. No lo sé.
Y era justificable. Sakura no tenía sentimientos hacia él. No estaba preparada para sopesar lo bueno y malo de que él estuviera en el ejército. Pero era algo de lo que no tenía que preocuparse. No iba a volver.
Sintió que algo le tocaba la cabeza. Al levantar la mirada hacia arriba descubrió a Naruto encaramado sobre la hiedra que subía por la pared, tirándole trocitos. Cuando se percató de que le miraba, señaló el otro lado de la pared para que le imitase.
Iba a matarlo. Si las dos mujeres se asustaban y gritaban, se armaría tal caos que ambos irían al altar, sí, pero con una pistola apuntándoles la nuca.
Preferiría algo más tranquilo, por supuesto.
No obstante, también se subió tras comprobar la seguridad de la hierba. En algún momento mientras trepaban, las mujeres cerraron la ventana. Naruto ya estaba en lo alto cuando él todavía iba por la mitad. Escuchó que llamaba y se preparó para saltar de ser necesario. Por el amor de Dios, ninguna mujer en su sano juicio abriría la ventana de su dormitorio para ver quién llamaba. Lo correcto sería gritar, llamar a un sirviente, a sus padres…
Para Sakura Haruno no.
Abrió la ventana de par en par y cubrió su boca para soltar una carcajada cuando vio a Naruto. ¡Esa mujer estaba condenadamente loca! Primero apostó su libertad a un juego del que no era experta y perdió. Después, quería golpearle. ¡Como si fuera un hombre! Y ahora, su condenada prometida le abría la ventana a un hombre que no era él.
Mas cuando bajó la mirada y se encontró con él, su sonrisa desapareció. Enrojeció, esperaba que por culpabilidad y retrocedió. Hinata ocupó su lugar en la ventana, pálida y sorprendida.
—¡Señor Uzumaki! —exclamó—. ¿Está usted borracho?
Naruto la miró. Luego a él.
—No lo sé. ¿Sasuke, estoy borracho, ttebayo?
—Como una cuba —afirmó logrando alcanzar el alfeizar y apoyarse sobre sus pies correctamente.
—¿Usted también, señor Uchiha? —preguntó Hinata escandalizada—. ¿Es que no saben respetar a dos damas? Colándose por la ventana como dos vulgares ladrones, debería de…
Su voz se acalló. Naruto la había sujetado de la barbilla con firmeza y ocupaba esos trémulos labios en un beso que sacó un suspiro femenino. Sasuke desvió la mirada por educación y la clavó en su prometida. Sakura se había echado una bata rosada por encima, pero, aun así, podía notar que ambas habían estado momento antes en la cama.
Era más pequeña sin aquellos vestidos pomposos y llamativos.
—Vamos a casarnos —dijo Naruto—. Mañana mismo. Serás mi esposa.
—No quiero casarme con alguien que… —protestó Hinata. Naruto, la besó de nuevo. Sasuke no les miraba esa vez, pero escuchó el característico sonido de un beso—. ¡Señor Uzumaki!
Naruto soltó una risita.
—He creado un escándalo. La señorita Haruno y el señor Uchiha son testigos de este delito.
Ahora comprendía por qué lo había arrastrado con él. Sakura se puso las manos sobre las caderas, algo que, a su vez, realzaba sus formas y no debería. No, delante de dos caballeros.
—No pienso dar testimonio de eso —advirtió—. Caballeros, si buscan que les apoye en esa clase de trampa, van muy equivocados. Oh, y usted, señor Uchiha —añadió señalándole—. Esperaba que fuera más sensato.
Él también.
—Las vistas no son feas, así que valen la pena.
Esa vez, ella se sí se ruborizó de vergüenza. Se cubrió lo mejor que pudo con la bata y lo aseveró con la mirada. Aun así, no abrió la boca.
—Sé que puedo morir —gesticuló Naruto—. Soy un militar. Decidí que lo sería antes de conocerte, Hinata —continuó—. Soy alguien importante que podría tener que volver a filas. Pero el tiempo que pasaré aquí, viendo cómo te casas con otro hombre, que le besas o que harás cosas con él que… —Sasuke le dio un codazo. Había un límite de cosas que decir delante de dos mujeres—, en fin, me resulta realmente… conflictivo.
—Vaya, borracho eres más inteligente.
—¡Cállate! —reclamó Naruto sonrojándose—. Finge mirar la pared o algo.
—Un poco difícil si he de mantener el equilibrio —protestó encogiéndose de hombros.
—Esto se llama extorsión —intervino Sakura acercándose a Hinata—. No le hagas caso. Dudo que sólo con el señor Uchiha sea suficiente para que te veas obligada a cumplir sus deseos.
Hinata suspiró y miró a Sakura con los ojos brillantes y los labios hinchados y enrojecidos.
—Mucho me temo que igualmente nos expondría y… —se lamió los labios—. Sí quiero casarme con el señor Uzumaki.
Sus mejillas enrojecieron mientras que las de Sakura palidecieron. Dio una vuelta sobre sí misma y se sentó en la cama, cruzándose de brazos con un mohín.
—Haced lo que deseéis.
Sasuke tuvo que cubrir la boca de Naruto para que no gritase.
—Mañana mismo habla con su padre —le ordenó—. Así te levantes con la cabeza estallando.
Naruto asintió y tras robarle otro beso a Hinata, saltó. Sasuke se detuvo un instante para esperar que se quitara de su punto de aterrizaje y mirar a Sakura. Esta desvió su rostro, mohína. Hinata le sonrió.
—Lo siento mucho, señor Uchiha —se disculpó—. Por favor, tenga paciencia.
No estaba seguro de si se lo decía por Sakura o Naruto, pero igualmente, se encogió de hombros y saltó. El destino estaba ya en marcha y era algo que no se podía detener.
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Hinata y Naruto se casaron dos días después de su visita nocturna. Algo que podría haberlas expuesto más a ambas. Nadie cuestionó por qué se adelantaban los preparativos. Dieron por hecho que, siendo Naruto militar, el matrimonio querría adelantar las cosas por si él era llamado de nuevo a filas.
Después de que estuvo llorando durante horas, Hinata terminaba cayendo presa de la imperiosa necesidad de mantener su reputación. Aunque no estaba segura del todo que ambos hombres se hubieran expuesto de esa forma también, daba igual que ella lo negase. Por supuesto, si Hinata no hubiera querido casarse Sakura se había prometido a sí misma luchar con uñas y dientes para evitarlo, pero ya había comprendido que la sociedad era retorcida hasta el punto de ignorar su opinión como mujer, aunque fuera la misma verdad.
Si Sasuke Uchiha atestiguaba que había visto a ambos besarse y tocarse de más, le crearían.
Naruto Uzumaki había jugado bien sus cartas.
Tampoco podía enfadarse realmente si Hinata se mostraba así de feliz y resplandeciente que provocaba que las demás suspiraran emocionadas y esperanzadas con ser ellas quienes ocuparan ese lugar.
—Hinata está preciosa —halagó Temari, quien parecía a punto de llorar y perder su fortaleza. Ella ya debería de haber vivido ese sueño y la idea de tener que vivirlo con un hombre mayor por el bien de su familia, la aterraba—. Y parece feliz.
—¿No son todas las novias felices al principio? ¿No sonríen muchas para evitar demostrar que sienten miedo y no querrían estar ahí?
—¡Sakura! —aseveró Ino dándole un tirón del brazo—. ¿Puedes, por favor, al menos sonreír para fingir que estás feliz por tu amiga? Hinata se ha casado por amor, no por esos comentarios que haces.
Sakura suspiró, resignada y buscó con la mirada entre las personas invitadas. Había visto al señor Uchiha durante la ceremonia y aunque sólo habían intercambiado un cortés saludo, estaba segura de que terminaría interceptándola en algún momento y era algo que no deseaba. No quería apresurar las cosas más de lo que ya estaban.
Todavía sentía que le ardían los ojos cuando recordaba con frustración lo erróneo de su plan. Reconocía que no había sido correcto utilizar al señor Uchiha, pero eso no quitaba que se sintiera desgraciada y que no quisiera verle. Odiaba que usara algo que a ella le resultaba ofensivo para casarse. La obligaba en vez de decidir por sí misma.
Aunque en realidad, fuera su madre. Lo único bueno de aquello es que su madre no podía alardear de con quién iba a casarse su hija. Si bien era cierto que ella había preguntado por el peor hombre de la ciudad, jamás se interesó en los motivos. Estaba segura de que, si el señor Arenas no se hubiera propasado con ella, o que no lo hubiera contado lo sucedido a Sasuke, ella podría disfrutar un tiempo más de libertad.
En realidad, quizás estaba enfocando mal su enfado.
Buscó al señor Arenas entre la multitud y lo encontró junto a otra muchacha que se abanicaba ruborizada. Probablemente, escandalizada por sus propuestas o divertida ante la idea de descubrir ese secreto que se les vetaba tanto a las mujeres.
Algo que Hinata descubriría esa noche. Pudiera ser que antes si su marido lo deseaba.
Cerró el abanico con un chasquido y caminó algo más lejos de la pista de baile, bajo la sombra de uno de los árboles. Su madre le dirigió una mirada de soslayo, menos preocupada ya por su comportamiento.
Vislumbró a Tenten bailando junto a Neji y a Matsuri, que lejos de obedecer las advertencias de Temari no dudó en aceptar el ofrecimiento de baile de Gaara.
—¿No desea bailar, señorita Haruno?
Dio un respingo al escuchar la voz y reconocer al dueño. Era irremediable no hacerlo. Alto, con su traje llamativo, su cabello tazón y sus gruesas cejas.
—Señor Lee —saludó educadamente. Pese a lo extravagante que era nunca la trató mal—. Si me disculpa, hace demasiado calor para bailar. ¿Por qué no prueba a pedírselo a otras jóvenes? La señorita Arenas, quizás.
—¿La señorita Arenas? —Lee repitió sus palabras mientras buscaba con la mirada a susodicha. Tragó pesadamente—. ¿Cree que me aceptaría un baile?
—¿Por qué no? —preguntó con fingida inocencia.
Él se detuvo antes de dar el paso, mirándola.
—¿Es cierto que está prometida con el señor Uchiha? —cuestionó.
Las noticias iban rápidas.
—Es… correcto —afirmó a regañadientes.
Lee inclinó la cabeza.
—¿El señor Uchiha Sasuke?
—Sí —reafirmó. ¿Por qué todo el mundo ponía esa cara? Ya sabía que era la opción malvada, la que no debería de escoger, pero el destino se la había devuelto convirtiéndolo en su prometido. Aunque no se había molestado para nada en descubrir por qué.
—Espero que sea feliz, señorita Haruno.
Eso la desinfló. ¿Cómo podía ser alguien feliz casándose con alguien a quien no amaba? Muchas mujeres mayores, a las que a veces se les soltaba un poco la lengua, solían asegurar que el matrimonio tenía dos vertientes posibles. Una, que te llegabas a enamorar de tu marido y otra, que eras infeliz y amargada durante el resto de tu vida marital, esperando a que se muriera o que la muerte te llevara a ti.
Emitió un gemido de dolor ante la idea. Era demasiado joven como para esperar que eso llegara de la nada. ¿Y enamorarse del Señor Uchiha? Era algo impensable. Debía de reconocer que era un hombre atractivo. De una mirada profunda y capaz de hacerla sentir desnuda, como demostró la noche de su inesperada visita nocturna junto al señor Uzumaki. Sin embargo, parecía un completo patán relacionándose con mujeres y daba pavor el hecho de pensar que tendría que dormir a su lado y…
Se ruborizó y asqueó a la vez.
¡Impensable! Fue como fuera que hicieran los bebés, no pensaba darle uno.
¿Podría una esposa negarse a ello? Lo desconocía.
Miró al resto de personas, riendo, contándose los últimos rumores. Los caballeros paseándose del brazo de algunas damas y damitas. Las madres emocionadas ante la idea de pescar un buen partido.
—Señorita Haruno.
—Señor Lee —dijo por inercia.
Él arqueó una oscura ceja, más fina que la del otro hombre. Hizo una mueca de desagrado que no pudo ocultar. Él suspiró y le ofreció el brazo.
—Mi cuñada y hermano gustarían de hablar contigo un poco —explicó al notar que ella no aceptaba la invitación.
—Ah, comprendo.
Aceptó entonces su brazo. Era más fuerte de lo que parecía a simple vista. No debería de sorprenderla. Un militar necesitaba curtir su cuerpo para la batalla.
—Dígame una cosa, señor Uchiha —comenzó—. ¿Mató usted a mucha gente durante su tiempo en la guerra?
Él se detuvo en seco. El mentón tenso y el ceño fruncido.
—No creo que eso sea un tema de conversación…
—Para una dama, lo sé —terminó dirigiendo su mirada hacia la dirección que su prometido había puesto—. No necesita preocuparse. Mi madre me educó bien. Guardaré silencio.
Él elevó los hombros.
—No quería decir que…
—Señorita Haruno. —Itachi Uchiha interrumpió sus palabras. Sakura no quería excusas falsas y por decoro delante del resto de personas.
Hizo una inclinación educada.
—Señor Uchiha —saludó—. Señora Uchiha.
Izumi Uchiha parecía resplandeciente. Su madre les había hablado de ellos. Todos los chismes que conocía, por supuesto. Dudaba que conociera correctamente al matrimonio.
—Señora Uchiha. ¿Se encuentra usted bien? —preguntó.
Ella se ruborizó.
—Creo que todavía puedo con un poco de baile —respondió guiñándole un ojo—. Un día también pasarás por esto, querida. Y estoy segura de que lo disfrutarás, aunque no negaré que es cansado y emocionante a la vez.
Sakura habría deseado que ni muerta. Sin embargo, le dedicó una sonrisa educada.
—¿Está mi hermano tratándola bien? —cuestionó Itachi Uchiha interrumpiendo una conversación de mujeres que claramente pondría incómodos a los hombres.
Ella miró a su prometido con cierta cautela.
—Dentro de lo esperado, señor Uchiha —respondió al final.
—Estamos realmente felices de que vayas a formar parte de nuestra familia —aseguró Izumi Uchiha sonriendo a su marido—. Muy felices.
—De eso no cabe duda —siseó Sasuke entre dientes. Sakura le miró en busca de un motivo, pero él desvió el tema al instante—. ¿No es hora de que los novios partan?
—Creo que sí —musitó Itachi estirando su cuello—. No me extrañaría que lo hubieran hecho ya y nadie nos percatáramos.
Miró a su mujer con cierto brillo privado que, sin comprender bien por qué, la hizo ruborizar también.
—Pronto será vuestra boda —recordó Izumi—. Estamos muy emocionados. Seguro que serás una novia hermosa, señorita Haruno.
—Seguro —aceptó con la boca tensa en una sonrisa.
El vestido era hermoso. No lo dudaba. Lo había visto y llorado muchas veces. Su doncella y madre atajaban las lágrimas a la emoción de una novia. Ella las liberaba por rabia y frustración. Se había plantado delante de él la última noche, con unas tijeras en la mano. Levantado el brazo por encima de su cabeza, pero eso no habría servido de nada. Dañar el vestido no le daría libertad.
El señor y la señora Uzumaki abandonaron la fiesta poco después. Algunos invitados decidieron quedarse más tiempo, disfrutando del buen tiempo y aprovechando cualquier oportunidad para conocer mejor a pretendientes. Sakura deseó marcharse cuanto antes.
Su padre, caminó hasta ella con una sonrisa de par en par.
—Sakura, hija —le dijo sosteniéndola de los hombros—. Acabo de hablar con el sacerdote y ha aceptado casaros mañana.
Sakura se quedó sin aliento.
—¿Qué? —cuestionó aturdida. El corsé parecía repentinamente una armadura sobre ella.
—Sí. La señora Uchiha nos pidió si podríamos acelerar las cosas, dado que ella no podría estar presente en vuestra boda el mes que viene. Hemos estado de acuerdo encantados, por supuesto. Así que, felicidades, mañana serás una radiante novia.
No. Mañana sería la prometida presa de camino al altar.
Descubrió al señor Uchiha con su hermano y su cuñada. Al parecer, su hermano le daba la noticia. Sasuke levantó la mirada hacia ella, tenso.
Era como si el mundo estuviera siempre a favor de él.
Continuará…
