Bueno, ya no me enrollo más. Como digo por face, este capítulo se puede tomar como introducción. Siento que tenía que haber descrito más el hogar y tal, pero es algo que quiero decir para el siguiente capítulo mejor =D

Muchas gracias a mis lindas personitas por ayudarme y esperarme =D


La prometida destinada

4


Nunca podría ser una novia a la fuga.

La sola idea debería de avergonzarla lo suficiente como para disculparse mentalmente por insultar a sus padres. Eso marcaría para siempre su reputación y podría convertirla en una solterona de por vida. Sin embargo, no podía encontrar las fuerzas para hacerlo. Aunque la única forma de lograrlo no auguraba un buen resultado. Había intentado comprender cómo ambos caballeros, Naruto Uzumaki y su prometido, Sasuke Uchiha, fueron capaces de trepar hasta su ventana sin caerse.

Si ella tuviera esa agilidad con un vestido, seguramente que no se lo pensaría tanto.

El reloj parecía ir en su contra, ya no solo el destino. Esa sería su última noche como soltera y a medida que el carruaje se acercaba a su hogar, sentía que le cosquilleaba la nuca como un mal presagio.

—Comprendo la situación de los señores Uchiha, pero adelantar de esa forma el matrimonio ha sido demasiado hasta para ti, querido —regañaba su madre, quien parecía igual de molesta, aunque por otras razones. Los motivos eran simples: debían de tener todo listo en sólo una noche. Por supuesto, los Uchiha también participaban, pero su madre era el manojo de nervios perfecto para hacerte gritar—. ¿No podían haber sido dos días?

—¿Y qué quieres que haga, esposa? —cuestionó su padre cruzándose de brazos—. Dijiste que fuera lo más rápido posible y eso he hecho. Por el bien de la señora Uchiha.

—Sí, sí, es correcto. No diré nada más. Los hombres no comprendéis lo duro que es todo eso.

Su padre la miró cómplice. En otro momento le habría sonreído, apoyado y hasta podría haber soltado alguna broma adecuada para ese momento. Pero ambos parecían completamente ajenos a la infelicidad que estaban ocasionándole.

Antes de retirarse, intentó intercambiar algunas palabras con el señor Uchiha. Sasuke parecía tan perdido como ella, aunque, como si el cielo se le hubiera abierto, más relajado de alguna forma. Irritante, desde luego.

—¿No existiría alguna forma en que se pueda fingir que estamos casados?

Por supuesto, su pregunta escandalizó completamente al caballero.

—¿Qué está usted proponiéndome, señorita Haruno? —cuestionó con la voz tensa.

—Una salida. Al contrario que usted intento pensar en algo que…

—Provocaría que su reputación fuera completamente destrozada —interrumpió él con el ceño fruncido y la mandíbula tensa—. Me niego rotundamente a permitirlo, señorita Haruno. Desde que su madre aceptó que usted se casara conmigo, me he propuesto mantener su reputación intacta y protegerla de esa clase de absurdos rumores. Así que disculpe, pero no voy a apoyar una causa innecesaria. Estaré encantado de verla mañana en el altar.

Era irritante recordar la forma en que le dio la espalda. Se mostraba más enfadado de lo que ella había esperado. Aunque el comportamiento de los hombros la había llevado a pensar muchas veces que era bastante erróneo e incomprensible, en ese momento la llevaban a pensar que el orgullo los cegaba lo suficiente como para no ser capaz de que iba a terminar en un matrimonio infeliz.

Igualmente, esa fue su última oportunidad.

El señor Uchiha estaba dispuesto a casarse. Fuera por su honra o por la necesidad masculina de poseer una mujer. Porque realmente le intrigaba. ¿Cuáles serían los motivos que incitaban al señor Uchiha a casarse con ella? Y ¿Por qué todo el mundo entraba en caos cuando se trataba de él y su matrimonio?

Cuando preguntó a sus padres, la reacción no mitigó sus dudas.

Su madre simplemente ignoró la pregunta y su padre, apresuradamente, indicó que eso sólo concernía a los hombres y que, cuando fuera su esposo, seguramente ella comprendería los motivos. Que los aceptase o no, era otro tema. Aunque ninguno le dio una charla coherente a cómo debían de tratarlo. Más bien, era otra de las incógnitas que debía de aprender a base de tropezar.

Por un parte, era coherente, ya que sus padres no conocían al señor Uchiha más allá de los rumores. Por otra, odiaba el secretismo de la sociedad que incrementaba sus miedos.

Rindiéndose a la realidad, cedió a aceptar los últimos preparativos. Su madre parecía cargada de energías de nuevo, mientras ella se marchitaba poco a poco.

Agotada, observaba la belleza del vestido de bodas, demasiado nerviosa como para dormir. ¿Cómo podía una hacerlo cuando se sentía a punto de perderlo todo?

—Sakura.

No se molestó en responder. Su madre entró poco después. Su gesto era severo pero sus manos se movían sobre el vestido con cierto nerviosismo. Cerró con mucha seguridad de la que esperaba la puerta y entonces, la miró.

—Habría deseado tener más tiempo para prepararme para esto, pero parece que no va a ser así —comenzó. Sakura la observó mientras se dirigía hacia la cama y se sentaba a los pies. Nada lejos de lo normal, sino fuera porque estaba completamente ruborizada—. Ven, siéntate a mi lado.

Curiosa, lo hizo.

—No necesitas convencerme ni pedirme que no haga una locura —advirtió—. Ya me he rendido a mi sino.

Extrañamente, su madre se permitió suspirar con cierta frustración.

—Me habría gustado que encontraras otro hombre. No me importaría que fuera otro Uchiha, sinceramente. Pero es lo que el destino ha querido que llegara y es lo que aceptaremos.

Le dio unas suaves palmaditas en la mano antes de volver a apretarse las rodillas con los dedos.

—¿Ocurre algo, madre? —preguntó, confusa.

—No, claro que no —descartó frunciendo el ceño. Sakura conocía ese gesto.

—¿Qué te preocupa?

—¿Por qué siempre tienes que preguntar tanto, cariño? —exclamó poniéndose todavía más colorada—. Esto es muy difícil para mí. Ahora no dejo de pensar que mi madre tenía mucha razón en comportarse como lo hizo cuando fue mi turno.

—¿El turno para…?

Apretó los labios, avergonzada. Era cierto. Cuando algo le interesaba solía preguntar hasta hallar todas las respuestas. Sabía que los adultos lo odiaban y que los hombres mascullaban cuando entendían que era una mujer demasiado curiosa. Su padre casi siempre se armaba de paciencia, pero desde que alcanzó la adolescencia, mantenía una distancia prudencial de cuánto podía permitir que aprendiera.

Su madre tomó aire antes de hablar.

—Obviamente, mañana cuando te cases aprenderás que el matrimonio tiene una función y que el hombre estará dispuesto a ejercerla… —Carraspeó—. Sé que vas a asustarte y pensarás que está mal, pero… no lo está.

Sakura tardó en comprender. Cuando la iluminación llegó a su mente, sintió que las preguntas se acomodaban en su boca y sin embargo, no sabía por donde empezar.

Su madre se levantó al percatarse de su comprensión.

—Lo que quiero decir es que… tengas paciencia. Que aprendas y que… ¡Oh, cielo santo! ¿Cómo se puede explicar esto? —exclamó cubriéndose el rostro con ambas manos.

—Madre.

Ella levantó una mano temblorosa.

—Por favor, no me preguntes —suplicó—. Sé que vas a tener muchas preguntas y que hasta ahora te he mantenido lo suficientemente alejada de todo como para que comprendas que es algo muy delicado y…

—El señor Arenas ya dijo más de lo que pensé conocer —reconoció.

Su madre volvió a ponerse colorada. Esa vez, de ira.

—¡El señor Arenas es un caballero que debería de…!

Se cubrió los labios parpadeando como si algo se le hubiera metido en los ojos.

—Mira, hija —dijo sentándose una vez a su lado y tomándola de las manos—. Algunos hombres dan por hecho que esas cosas nos maravillan y créeme, cualquier cosa que te dijera está lejos de la realidad. No quiero decir que no haya caballeros que… bueno, quizás tengan una idea de… de eso de otra forma a la que nos la imaginamos las mujeres, lo sé. Pero estoy segura de que el señor Uchiha es un hombre muy educado y tendrá en cuenta las cosas que debe de tener.

Sakura entrecerró los ojos.

—No sé si estoy entendiendo bien todo.

—¡Pues ya lo entenderás! —auguró levantándose una vez más—. Será mejor que descanses. No hay nada peor que una novia con ojeras.

Sakura levantó la comisura de sus labios levemente y después, trepó por la cama como si de una niña pequeña se tratara. Por supuesto, su madre emitió un gemido de protesta, pero se acercó para arroparla. Besó tiernamente su frente antes de apagar la luz.

—Y pensar que no volveré a arroparte nunca más. En el futuro serás tú quien arropes a algún pequeño que te traerá loca y querrás muchísimo. Estoy segura de que comprenderás muchas cosas entonces.

—Madre —murmuró incómoda—. Vayamos paso a paso.

—Sakura, hija, al tiempo no puedes pedirle eso. Ya lo comprenderás.

Cerró los ojos más agotada de lo que esperaba. Escuchó a su madre salir y cerrar la puerta tras ella. La conversación no le había ayudado a mitigar sus dudas, más bien, a incrementarlas. Sabía que las cosas debían de llegar, pero le aterraban de que fuera tan deprisa.

.

.

Era un mal día para que le doliera la cabeza.

No había bebido ni una condenada gota de alcohol. Pese a que su primera idea había sido esa, no hubo forma de vaciar el vaso que mantuvo en su mano durante largas horas frente a la chimenea. Ni siquiera pudo conciliar el sueño.

Era algo que ya esperaba. Algo aprendido en el ejercito y que le había salvado la vida más de una vez. Era la expectativa a que algo iba a ocurrir. No se sentía cansado. Su cuerpo estaba preparado para la acción, pero el evento era muy diferente que el de sujetar una espada en su mano y lanzarse a la aventura.

Esperar en un altar frente a tantas personas, con el aroma de las flores y de la comida cosquilleándole la nariz no ayudaba. Ni siquiera la radiante sonrisa de su cuñada podía ofuscar lo que sentía. Si le hubieran puesto un collar en el cuello y maniatado estaba seguro de que no tendría tantas ganas de huir.

Y pensar que él se había enfadado con su prometida la tarde antes por proponer semejante plan. ¿Cómo podía tener una mujer como ella tales ideas? Casi parecían de las que tendría Naruto. ¡Y era exagerar! Quizás iba a tener más dolores de cabeza de los que esperaba.

Sintió cierto temor a que decidiera huir. De que le diera igual lo que ocurriría con ella. La señorita Haruno no parecía la mujer que prefiriera ser catalogada como solterona, sino la que no quería casarse tan joven. Lo habría comprendido en otro momento, pero a él se le acababa el tiempo.

Fuera como fuese, ese iba a ser un matrimonio complicado. Con una esposa tan imaginativa, debería de mantenerse más precavido de lo que le gustaría. La tranquilidad de la soltería iba a desparecer.

Y justo como si el destino decidiera reafirmar ese hecho, la novia entró en la iglesia.

Sasuke Uchiha, militar, conocedor de los encantos femeninos en lo justo y necesario. El mismo Sasuke Uchiha que estaba de pie, en medio de un altar para desposarse y que tenía la boca abierta.

Las mujeres eran seres misteriosos. Podían ser increíblemente predecibles como sorprender. A los hombres les quedaba todavía mucho camino por recorrer antes de terminar de comprender de todo el motivo por el que eran capaces hasta de provocar que un hombre deseara ponerse de rodillas frente a ellas.

Las damas de compañía siempre se habían jactado de ello, pronunciando encantos que ninguna dama educada y fina sería capaz de hacer, no, a puertas de matrimonio. Aunque Sasuke desconocía completamente los encantos del matrimonio en sí. Era más conocedor que su prometida, por supuesto, quien caminaba con una gracilidad y un encanto adorable hasta el altar.

De alguna forma, colocarle una alianza le pareció algo grotesco, aunque ya no había marcha atrás. En el momento en que lo hizo, la señorita Sakura Haruno pasó a convertirse en su esposa. Ambos, acababan de perder su libertad.

Los señores Uchiha abandonaron la iglesia en silencio, soportando los aplausos y las felicitaciones. Al bajar los escalones, ella clavó su mirada en él.

—Ahora sí no hay vuelta atrás.

—No —confirmó él frunciendo las oscuras cejas.

—No diré que me arrepiento —continuó—, porque no he tenido otras opciones viables sin herir ni provocar un escándalo hacia nuestros apellidos. Ahora, señor Uchiha, soy su esposa.

Como si el recalcarlo lo hiciera más real para ambos, Sasuke no pudo evitar fruncir el ceño. Sintió que ella apretaba más sus dedos en su brazo y él tuvo que guardar silencio. El decoro no permitía que ambos continuaran esa conversación en ese momento. Tampoco quería empapar de más tragedia lo que implicaba esa boda.

Mientras el resto de personas veían en enlace de una forma semejante a la felicidad y la expectativa, no pasó por alto las miradas recelosas y los cuchicheos entre abanicos. Al fin y al cabo, él no era el Uchiha que esperaban que llamase a la puerta para cortejar a su hija.

Tardó en comprender que su fama precedía la vergüenza a esa parte de su apellido. Y ahora, había arrastrado a Sakura con él.

—Pensé que echarías a correr en el primer momento.

Itachi se acercaba a él con cejo fruncido al mismo tiempo que una tirante sonrisa bordeaba sus labios.

—No soy un cobarde.

—Eso ya lo sé. Pero te aseguro que hasta el hombre más diestro duda cuando está ahí y ve a su futura esposa caminar en su dirección.

Ambos hombres desviaron la mirada hacia la misma dama. Izumi sonreía en agradecimiento a algunas mujeres, inclinando su cabeza sugerentemente. En realidad, las prisas habían obligado a que muchos de sus familiares Uchiha no fueran capaces de acudir.

—Está agotada.

—Lo sé —confirmó Itachi—. Por eso, vamos a marcharnos ya.

Sasuke enarcó una ceja a la par que volvía a mirarle.

—Nadie se ofenderá si los novios se marchan ya. Envié una misiva para que ocuparais la gran casa en el del norte. Ya tenéis criados y todo lo necesario. Envié una misiva al señor Madara, pero todavía no ha respondido. Será el encargado de levantar el sello de tu herencia. Hasta ahora, mantuve contacto con él, pero empeoró al llegar el invierno y ya sabes cómo empeora su carácter esos días.

La frustración comenzaba a emerger en forma de enfado.

—Entonces, casarnos tan deprisa sólo ha sido otro de los juegos de tu esposa —siseó.

Su hermano enderezó la espalda.

—Le permito los juegos que sean necesarios en la situación en la que se encuentra. Te di muchas opciones antes de que ella entrase en el tablero, Sasuke. No insinúes que ella es la culpable de tu poca disciplina marital.

Sasuke apretó los labios. Discutir por algo ya ocurrido no tenía sentido. Aunque le irritaba de sobremanera sentirse como un completo pelele en las manos de ese matrimonio.

Itachi le dio una educada palmada en el hombro.

—Coge a tu esposa y marcharos ya. Hay un largo camino hasta Sharingan Hall Manor (1). Aprovecha que no estás solo. No te hundas en esa soledad y permite compartir tus miedos con otra persona. Y no la mates, por amor de dios. No la mates —recalcó.

Sasuke apretó los labios y esquivó la nueva palmada en su espalda. Un acto lo suficientemente rápido como para que los ojos curiosos no lo relacionasen con la verdadera sensación que sentía moverse en su estómago.

Itachi se alejó tras inclinar la cabeza como salutación, tomó a su esposa y entre decorosos saludos se marcharon.

—Estás realmente pálido.

Bajó los ojos hacia la voz. Sakura estaba a su lado, abanicándose. Su rostro mostraba la inquietud hacia su persona. Incluso alargó su mano para posarla sobre su pecho, reteniéndose al percatarse de que eso no sería correcto del todo. Él la tomó en una de las suyas.

—Vámonos.

Era más una petición que una orden, pero ella pareció tomarlo como lo segundo, pues frunció el ceño y casi tuvo que arrastrarla.

—¿Por qué? Todavía queda fiesta. Aunque si estás indispuesto…

—Lo estoy —aseveró. No era una mentira en sí. Las ganas de vomitar aumentaban. Y no era bueno, ni educado, que lo hiciera. Primero, su esposa no merecía tal insulto. Segundo, él no soportaría otra vejación más.

Ella cedió entonces.

Nadie los detuvo, aunque ella sí dudó al subirse al coche. Miró hacia la lejanía, a los invitados que parecían diminutas masas de cosas moviéndose en vestidos llamativos y abanicos oscilando. O el mundo estaba perdiendo su forma o él estaba empezando a tener problemas de visión. Sintió que sudaba.

—¿Puedo despedirme de mi madre?

Dudó.

—¿Es muy necesario?

Ella frunció los labios ante su pregunta. Por supuesto. Las niñas eran niñas hasta que entraban en el dormitorio conyugal.

Se hizo a un lado para ayudarla a bajar de nuevo.

—No tardes.

Ella se levantó levemente el vestido, asintió concienzuda y caminó hasta perderse entre los demás. Se volvió, frotándose el sudor de la frente y apretó los labios con fuerza.

No. No iba a vomitar.

.

.

Sakura descubrió a su madre junto a sus amigas. Todas la miraron como si acabaran de ver un fantasma.

—¡Oh, querida! —saludó Temari sin poder ocultar la sorpresa. Había notado que estaba pálida desde que la viera en el asiento de la iglesia, pero no pudo detenerse para preguntarle qué había pasado. Su madre le hizo saber, mientras la arreglaba, que finalmente, el padre de Temari había buscado un pretendiente para ella si no conseguía una petición de matrimonio en la última fiesta. Algo complicado y horrible, ya que la siguiente, sería una fiesta de disfraces (2). ¡Pobre Temari! —. Pensábamos que os habíais marchado ya.

—En eso estamos —concedió, algo irritada. Había esperado postergar eso más, pero cuando vio al señor Itachi Uchiha y esposa marcharse, supo que su marido no iba a tardar en reclamarla. Y no estaba equivocada—. Quería… Quería despedirme, madre.

—¡Oh, hija querida! —exclamó entre rápidos parpadeos—. No tenías que hacerlo. Es tu noche de bodas. No debes de preocuparte del resto del mundo.

La tomó de las manos y le dio rápidas palmaditas mientras la alejaba de las no casaderas.

—Debes ser fuerte, Sakura —le susurró—. Ya verás que no es tan amargo el camino que has escogido tomar.

—Que me habéis hecho tomar —corrigió entre dientes.

—¿Qué has dicho? —cuestionó su madre con fingida sordera.

—Nada, madre. Me retiro. Creo que mi marido no se encuentra demasiado bien.

Su madre la estudió con la mirada. Su cejo se había pronunciado algo más.

—Bueno, querida. Esperemos que se recupere y entre en sus cabales cuando entréis por vuestra alcoba.

Sakura enrojeció sin saber bien por qué. Miró a su alrededor, pero nadie más parecía prestar atención a su conversación o, simplemente, preferían no darle las respuestas que necesitaba.

—Está bien, madre. Me marcho.

No había nada más que la detuviera. Sus padres no iban a suplicarle. Estaban dispuestos a dejarla marchar.

Y su nuevo esposo, no parecía estar en mejores condiciones, como comprobó cuando regresó a su lado. La ayudó a montar y él mismo entró por su pie, pero parecía hacer un gran esfuerzo por no vomitar. ¿Hasta qué punto llegaba la intimidad entre dos personas casadas? ¿Acaso ella no debería de ser testigo de sus enfermedades? Lo dudaba. Su madre siempre se había volcado cuando su padre enfermaba. Lo mismo en viceversa, aunque su padre era tal manojo de nervios que las sirvientas terminaban por expulsarle.

Tras dar unos golpes en la puerta, el coche comenzó a moverse. Miró por la ventana por simple curiosidad. Realmente desconocía hacia dónde irían, en qué lugar estaba su hogar, si saldrían de la ciudad o se quedarían en ella.

Todo era tan repentino que apenas había tenido tiempo ni de respirar.

—Si está muy mareado siempre podemos parar.

—No —descartó automáticamente—. Sigamos.

Sakura suspiró. Ya se había percatado de lo cabezón que era. Habilidoso, también, dado que fue capaz de encajonarla sin salida a un matrimonio que no estaba prometiendo mucha felicidad.

Rebuscó en su bolso y sacó una pequeña bolsita con algunas hierbas que Konan preparara para ella para las nauseas mañaneras ante el nerviosismo de la boda. Troceó algunas y se las ofreció. Él la estudió con la mirada.

—Son unas raíces de…

—Sé lo que son —interrumpió tomándolas de su mano y metiéndoselas en la boca—. Sirven para mucho más que nauseas…

Ella le prestó atención, curiosa, mas él no continuó. Desvió la mirada, concentrándose en masticar lentamente y distraerse. Ella casi las había vomitado cuando las tuvo en la boca y él las masticaba como si fuera algo delicioso.

—¿Es usted militar?

Notó como sus hombros se tensaban y cruzaba los brazos, como si así se asegurase de que mantenía un escudo frente a él.

—Sí.

Luego dirigió una mirada inquisitiva hacia ella.

—Lo noté la primera vez que nos conocimos. La forma de moverse, de comportarse. He conocido a amigos de mi padre, cuando era niña, por supuesto, y todavía era decente hacerlo, que se movían igual. Mi padre me explicó que los militares suelen tener las mismas posturas sin darse cuenta, gracias a los años de entrenamiento. Obviamente, la fama del señor Uzumaki también me dio a entender sobre ello.

Y que Hinata se lo había contado, por supuesto. Pero nunca expondría a su amiga a tal cotilleo.

—Es correcto. Se ha casado usted con uno de ellos.

—Nunca idealicé a la persona con la que compartiría mi vida, señor. Más bien, sólo quería más tiempo para ser libre y disfrutar de mí misma en esta etapa sin la necesidad de los adecuados eventos que acompañan a mi edad.

—Sin cortejos y sin bailes.

—Los bailes no me habrían importado —reconoció con cierto rubor, aunque él había desviado la mirada una vez, al parecer, desinteresado. Ella continuó, necesitando llenar ese silencio aterrador—. Siempre pensé que podría bailar como una princesa, hasta que los pies me dolieran. Aunque sería muy educada de no decirlo, por supuesto. La pareja realmente no entraba en mi mente. Aunque ahora mismo, doy gracias de que no sea el señor Arenas.

Esa vez, la oportunidad de batirse en duelo o de defender su honor no salió de su boca. Extendió su boca en una mueca afligida.

—Por supuesto. Era parte de la mentira.

Esa vez, la miró.

—Siento curiosidad, señor Uchiha. ¿Por qué se ha casado conmigo? Doy por hecho que no se trata de amor. Pues ni usted ni yo misma sentimos ese tan ansiado y misterioso sentimiento por el otro. ¿Por qué tanta prisa?

—Ya sabe que fue por mi cuñada —respondió con lentitud—. Su embarazo es complicado y…

—Ahórrese esa parte. Es factible, lo reconozco, pero sospecho que hay algo más.

En el mismo momento en que dijo esas palabras apretó los labios, sintiendo que el calor le subía al rostro. A los hombres no les gustaba que las mujeres se metieran en sus asuntos, menos, de esa índole. Tampoco que les presionasen y ella parecía ser experta en hacerlo.

—Olvídelo.

Sasuke Uchiha desvió la mirada de nuevo, con desinterés. Fijo en los campos que dejaban atrás, apoyó la barbilla en su muñeca, algo que lejos de hacerlo ver como un niño pequeño, incrementó su atractivo. Porque, oh, sí, debía de reconocer que su marido era hermoso. Atractivo y cuanto más lo miraba, más irreal le parecía.

—Libertad.

—¿Cómo dice? —cuestionó dando un respingo.

—Por libertad. Quería casarme por mi libertad.

Eso era… ¡Ridículo! ¿De verdad estaba utilizando eso como excusa? Apretó las manos sobre la falda del vestido. ¡Al diablo si se arrugaba!

—¿Me está diciendo… que ha vetado mi propia libertad para obtener la suya?

Él cerró los ojos por un instante, como si estuviera meditándolo. Cuando los abrió, mantenía el ceño fruncido mas no la miró.

—Sí. Mucho me temo que sí.

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Sharingan Hall Manor apareció frente a ellos dos horas después en la que el silencio fue su único acompañante. Eso, si ignoraba el hecho de que su esposa había ido rechinando todo el camino los dientes con tanta fuerza que temió que terminara rompiéndoselos. No se atrevió a advertirla o regañarla sobre ello, pues la única vez que osó mirarla severamente por ello, pareciera que ella estaba dispuesta a apuñalarle de tener un cuchillo entre sus manos.

Y lo comprendía. No podía negarlo. Había sido demasiado sincero en cuanto a sus pensamientos. Ya sabía que responder preguntas de más a las damas era peligroso. Mucho. Se le olvidaba que ahora no era sólo cuestión de dejarlas atrás. No. Ahora estaba casado con una.

Por suerte, a medida que su hogar iba apareciendo frente a sus ojos, Sakura se había concentrado más en ello. La primero que había visto fueron los dos molinos y frunció el ceño, preocupada.

Aunque, cuando la enorme mansión apareció tras los frondosos árboles y bordearon la carretera del lago hasta sus pies, apenas podía mantener la boca cerrada. Era como una niña adorable.

La ayudó a descender. Casi parecía desear remangarse las faldas y echar a correr para explorar todo cuanto pudiera. Por un momento, Sasuke pensó que sería maravilloso que ella se olvidase del decoro y corriera en libertad. Sin embargo, tensó la espalda y miró hacia la entrada.

—¿Este es nuestro hogar?

—Lo es —confirmó afirmado su agarre en su brazo—. ¿Entramos?

Ella tardó en afirmar, pero no en dar el primer paso.

La servidumbre ya estaba lista para recibirles. La rapidez con la que se movían muchas veces le sorprendía. Cuando era niño imaginaba que los sirvientes tenían manos mágicas capaces de rehacer su cama o preparar un festín por la mañana. Más tarde comprendió que su inocencia era un insulto para el esfuerzo que realmente hacían.

Por supuesto, se inclinaron respetuosamente hacia ellos y se comieron con los ojos a Sakura. Sharingan Hall Manor había estado deshabitada desde que su madre muriera. Fue la última Uchiha en estar presente y dado que Rin no estaba en condiciones de viajar, la casa sólo había recibido de vez en cuando a su hermano al detenerse de camino en las reuniones familiares. Y estas últimas eran algo escasas.

Desde aquel trágico momento, ninguno de los dos se había visto capaz para regresar. Y ahora, era parte de su herencia.

Pareciera que el destino disfrutara abofeteándolo y destruyéndolo.

Haciendo caso omiso de sus sentimientos, subió los escalones ignorando a la servidumbre hasta llegar a lo más alto. El mayordomo, Orochimaru, les recibió con una leve inclinación. Sasuke no estaba seguro del todo, pero juraría que ese hombre llevaba en esa mansión incluso antes de que sus padres se casaran.

—Señor, los documentos que envió el señor Itachi ya están en su despacho a la espera —le indicó mientras tomaba sus guantes y abrigo—. Vuestros aposentos ya están listos. El mejor de todos ellos. Si desean algo de comer, por favor, háganmelo saber.

—Algo para el estómago, que sea ligero, por favor —se adelantó Sakura antes de que pudiera negarse.

Orochimaru parpadeó, sorprendido. Le miró a él y Sasuke afirmó con una leve inclinación. Después, Orochimaru se alejó para bajar a la cocina. Sakura se detuvo en el hall, observó la impresionante escalera, los balcones, cuadros y hasta las mesas, lámparas y cualquier detalle que la impresionara.

Se detuvo a su lado, manteniendo sus manos a su espalda.

—Es tuyo. Puedes redecorarlo como más te guste.

Ella le miró esa vez a él, parpadeando diversas veces.

—¿Estás seguro de eso?

—Sí —confirmó—. Más tarde podrás investigar todo cuanto desees.

Ella abrió la boca. La pregunta no escapó de sus labios.

Él le ofreció el brazo.

El camino estaba trazado.

.

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Por supuesto, su esposo, iba a querer algo más que una charla sustancial.

Sakura desconocía qué más podría haber, por supuesto, como toda buena dama inocente. Y aunque la conversación con su madre no le había descubierto mucho más de lo que siempre le educaron, tenía la suficiente comprensión para entender que los matrimonios necesitaban crear herederos y que, para eso, debía de hacerse algo, no sabía bien qué, de las puertas para dentro.

Se detuvo frente a la puerta de su dormitorio pese a que él la abrió, esperando a su lado. Sasuke realmente no la forzaba a caminar ese sendero. La observaba como si esperase otras reacciones en ella. Como si le fuera a permitir echar a correr libre.

Sin embargo, ella sabía que no había vuelta atrás y que por más vueltas que diera, el destino la había puesto en la palma de la mano de ese hombre.

Así que dio los pasos necesarios y cruzó el umbral.

La habitación era amplia, la chimenea estaba encendida y pulcramente decorada. Algo anticuada, debía de reconocer. Cuando Sasuke confirmó darle la libertad de remodelar a su placer su nuevo hogar, se le había hecho la boca agua. Quería hacerlo. Le gustaban algunas cosas, pero no se imaginaba durmiendo en un dormitorio tan…

—Arrugado.

Levantó las cejas, sorprendida. Esa no era la palabra que ella estaba buscando, pero Sasuke sí. Miraba a su alrededor con la misma decepción que ella, como si hubiera esperado algo más.

—Vacío y viejo iban a ser mis palabras —reconoció sin apenas poder contener la sonrisa en sus labios.

Él inclinó la cabeza, concediéndole tales palabras.

—Esas son mejores que las mías —reconoció—. Si cambiaras todo esto cuanto antes, te lo agradecería.

La libertad que le otorgaba le daba cierta seguridad.

Empezó a quitarse los guantes y avanzó más por la habitación. Le gustaría algo más cálido, más confortable.

—¿De quién era esta habitación?

Sasuke paseó la mirada por la habitación, como si intentara recordar. Se había percatado que los pasillos tenían pocos retratos colgados y algunos huecos, parecían esperar rellenarse una vez más de Uchiha.

Su marido volvía a tener esa pose militar, algo aislado mientras dirigía miradas de un lado a otro.

—No lo recuerdo —dijo al final—. El dormitorio de mi madre estaba al otro lado. Ella no tuvo hermanos o hermanas, así que imagino que no se ha tocado desde hace mucho. Por su… antigüedad.

—¿Ella vivió aquí?

—Sí —confirmó observándola a ella esa vez—. Murió en esta mansión.

Sakura apretó los labios con dolor.

—Lo siento…

—No tiene por qué —descartó él avanzando hasta la otra puerta—. El armario está aquí. Puedes cambiarte si lo deseas. Si necesitas de una sirvienta…

Parecía algo perdido repentinamente.

—No será necesario —descartó avanzando hasta su posición. Se detuvo un instante levantando la mirada hacia él—. Disculpe si soy algo torpe con esto, pero nunca he… Bueno, eso ya puede imaginárselo, pero…

Él inclinó la cabeza.

—No necesita mencionarlo —aceptó—. Simplemente, descanse del viaje.

—Pero…

Sasuke le dio la espalda, avanzando hacia la chimenea.

—Póngase cómoda. Está en su casa.

Sakura dudó por un momento, deteniéndose antes de entrar.

—¿Sabe que puede no tutearme? —cuestionó—. Ahora soy su esposa.

Él se volvió hacia ella.

—Podría decir lo mismo.

Esa vez, sí entró en el vestidor. De alguna forma, su corazón se emocionó ante esa idea (3).

Se cambió lo más rápido que pudo. Desabrocharse el corsé sola siempre era una odisea. Y aunque Konan se lo había preparado para deslizarse fácilmente en caso de que la prisa apremiara, —aunque Sakura desconocía qué prisa podría haber en su inocencia—, se alegraba de que fuera así.

Cuando salió, se percató de que por primera vez en su vida no iba a estar a solas en su dormitorio con otra persona, tan vulnerable, tan desnuda. El rubor subió hasta sus mejillas.

—¿Quieres comer algo?

Volvió en sí al verle dejar una bandeja sobre el escritorio frente a la cama. Tomó algo de pan entre los dedos y tras amasarlo, se lo llevó a la boca. Ella se acercó, curiosa. No sentía realmente hambre, aunque no había sido capaz de desayunar apenas y durante su corta estancia en el banquete no pudo más que beber algo.

—Un poco.

Él le ofreció algo de queso.

—Te han hecho caso y han traído comida ligera para el estómago —le indicó. Ella sonrió, emocionada.

—Me alegra —confesó—. ¿Puedes comer bien? ¿No tienes nauseas?

Él se tensó.

—No. Gracias a las hierbas.

Ella sonrió como respuesta hasta que recordó su enfado en ese momento. Sasuke Uchiha se había casado con ella a cambio de su propia libertad. No terminaba de comprender cómo un hombre podía sentirse limitado cuando bastaba que tosiera para que los demás le hicieran caso. Él no era una mujer a la que no dudarían en acallar, incluso abofetear de ser necesario, para mantener sus ridículas opiniones bajo llave.

Como si presintiera que sus palabras habían vuelto a abrir la puerta cerrada de su ira, Sasuke retrocedió y se encaminó al vestidor. Sakura podría recordar que había algo muy malo en observar a las personas mientras se desvestían. Sin embargo, no pudo apartar la mirada, intrigada, a medida que él fue desprendiéndose de sus ropas.

Primero su chaqueta y cuando finalmente lo hizo con su camisa, algo en su mente gritó lo suficientemente alto como para obligarla a desviar su atención y acordarse del plato frente a ella, como si fuera un cuadro más impresionante. Aunque tuviera ese cosquilleo de curiosidad por ver más. No lo había visto nítidamente, pero había algo curioso en la piel de los hombres, al menos, en la de su esposo.

Cuando él regresó, estaba sentada a los pies de la cama, masticando distraídamente algo de pan. Le vio tomar parte de la comida.

—¿Por qué no nos han anunciado la comida? —cuestionó.

Sasuke masticó despacio. Sakura empezaba a pensar que no la había escuchado cuando finalmente habló.

—Los sirvientes dan por hecho que no vamos a salir de este cuarto en bastante tiempo.

Ella agrandó la mirada sin poder ocultar su asombro.

—¿Y por qué no iba a querer salir del dormitorio?

Su marido parecía entre la espalda y la pared. ¿Quizás estaba pecando de ser demasiado inocente? ¿Estaba escapándosele algo? Nunca había permanecía por horas en su dormitorio si no fuera para dormir, coser, batallar con su cabello o por una rabieta infantil.

Sasuke se movió hasta detenerse frente a ella, obligándola a tener que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarle. Su ceño estaba fruncido y sus ojos, brillantes.

—Porque una pareja de recién casados no abandonará el lecho en mucho tiempo, Sakura.

Continuará…


NOTAS:

(1): Como no sabía como llamarlo y tampoco sé bien si debe de ser hall, mansión o cómo, lo dejé de este modo. Si me pueden asesorar mejor, pues lo cambiaré con gusto =D. Gracias las personitas lindas que me comentaron y me dieron ideas. ¡Me he quedado unas cuantas para otras casas! Así que no os preocupéis que saldrán =D

(2): Hay un especial Shikatema que se escribió para "abanico y sombra" llamado "Masquerade", que dará final a esta situación. Así que, si queréis conocer su desenlace, tenéis que ir allí : D

(3): Sé que se me ha ido el dedo más de una vez haciéndoles que se tutearan, perdón. Así que entre ellos ahora lo quitaré fijo. Pero, como me explicaron en capís anteriores, con los de fuera, sí.