Ya llegó el momento. Os voy advirtiendo que tiene mucho OOC, cosa que ya se esperaba.


La prometida destinada

5


A una dama, claramente, no la educan para comprender del todo frases cuyo significado estuviera enlazado a temas de cama. No les enseñan más de lo necesario y, desde luego, les recalcan el tabú tras su cuerpo. Hasta el punto en que ellas mismas no sean capaces de descubrir los placeres de sus propias caricias.

Que las damitas se comportaran recatadas y se divirtieran con juegos imaginativos no quería decir que no fuera inteligentes. Podrían ser tímidas y torpes, pero sabían reconocer frases indicadas a ciertos temas, no siempre y mucho más de lo que a sus madres les gustaría y que escandalizaría a cualquiera.

Así pues, la frase de su marido, claramente con ideas secundarias a qué podrían hacer, la sorprendió, sonrojó y confundió por un momento, hasta que fue más consciente incluso de su presencia ahí, como si de repente llenase la habitación sólo con su presencia.

Tenía muchas preguntas, como siempre y, sin embargo, su boca no se abría. Le temblaba el labio y el corazón le latía fuertemente que hasta su respiración empezó a complicarse.

Su marido, sin embargo, no dio señales de notar sus sensaciones ni de lo que implicaba ser una novia inocente en todos los sentidos, que, por desgracia, su madre no había sido capaz de explicarle. ¿Cómo esperaba educar en algo que conllevaba muchos años de comprender en sólo un momento?

Sasuke se inclinó sobre ella, extendiendo sus manos para tocarla. Ella cerró los ojos, asustada, aunque nunca llegó a sentir nada más que el colchón inclinarse hacia un lado. Cuando miró para ver qué ocurría, era él, reptando por la cama hasta llegar a la cabecera. Ahí, tiró de las sábanas y, después, se metió bajo ellas.

Parpadeó, confusa.

—Puedes acostarte cuando quieras —le dijo acomodando las almohadas para él—. No te recomiendo ocupar el sofá. Son incómodos.

Levantó una mano, confusa. Miró el otro lado de la cama al que él le dio la espalda, como si lo respetase.

—Yo… no sé, pero… ¿esto son las noches entre marido y mujer?

Él chasqueó la lengua. La miró de reojo y se cubrió hasta los hombros.

—No —negó finalmente—. Pero no voy a tomar algo que no desea ser tomado.

Sakura se puso en pie, tan sorprendida como confusa. Rodeó la cama hasta llegar a lado libre de la cama y tiró de las sábanas para abrirla.

—¿Cómo puedo saber si quieres tomar algo si desconozco lo quieres tomar?

Esa vez, no le respondió. Ella continuó observando su espalda, su nuca, la forma en que sus cabellos oscuros caían como gotitas sobre la almohada. Se mordió el labio inferior. Si él no iba a responder, no le quedaba otra que continuar en la ignorancia. Se metió en la cama y, tras cubrirse, se quedó mirando el techo por un buen rato.

Estaba segura de que esa no era la noche de bodas que esperaba el resto. Probablemente, los conocedores de eso, se harían ilusiones de lo que debería de ocurrir. Puede que hasta la servidumbre, que siempre conocía más secretos incluso que los habitantes de la casa.

Le habría gustado saber más. ¿Por qué esa censura? ¿Quizás eso era lo que provocaba que Sasuke decidiera que era mucho mejor dormir que cumplir lo que significaba esa noche? ¿o posiblemente…?

Le miró una vez más.

¿Podría pensar que él se había controlado porque notó su terror? ¿La respetaba en ese punto? ¿O se culpaba? Al fin y al cabo, era consciente de que ella se había vuelto a enfadar por recordarle que, a cambio de su libertad, destruyó la suya.

Aunque sospechaba que había mucho más y que su marido, tan parco de palabras, no iba a contárselo. Quizás llegaban a viejos, solos y nunca se enteraba de esos secretos. Era triste, si lo pensaba.

El llanto se agolpó en sus ojos antes de que tuviera tiempo de controlarlo. No quería esa soledad. Quería haber disfrutado de su vida sola hasta que fuera capaz de decidir por sí misma. Y ahora, estaba atada a compartir la vida, una vida que llegaba llena de soledad.

Y la soledad implicaba también ausencia.

Cuando despertó esa sensación se convirtió en realidad.

Sasuke no estaba en la cama, ni en el armario ni bajo la cama —sí, lo revisó—, en su lugar, una doncella apareció. Ruborizada hasta las orejas se ofreció para ayudarla a asearse y vestirse. No pasó por alto que observó las sábanas con sumo interés y que la miró con cierta duda mientras la bañaba.

Sakura intentó esquivar ese escrutinio.

—¿Dónde se encuentra el señor? —preguntó.

—En su despacho, señora —respondió—. La está esperando para tomar el desayuno.

Bajó al salón una vez estuvo lista. La mesa ya estaba colocada y había dos platos en cada lado de la mesa. Demasiado larga y separada para su gusto.

—Avisaré al señor —dijo una voz desde detrás de ella. Era Orochimaru, el mayordomo.

—No, déjelo. Iré yo misma —anunció levantando el mentón—. Oh, y después, vaya preparándose para hacer remodelaciones.

El hombre elevó ambas cejas.

—Disculpe mi atrevimiento, joven señora, pero dudo que pueda hacer eso.

—¿Por qué? —preguntó.

El mayordomo esbozó una sonrisa torcida.

—Bueno, usted debe de comprender que eso conlleva un coste. Y hasta ahora, no tenemos el dinero para ello. Aunque eso, no es algo que deba de preocuparle a la señora de la casa.

Estaba apunto de abrir la boca cuando la puerta del otro extremo se abrió. Sasuke apareció y los miró interrogativamente. Ella se acercó a él y educadamente, inclinó la cabeza.

—Podrías haber dormido más.

—No —negó observándole—. Estaba sola. No me enteré cuando te marchaste.

—Sé moverme sigilosamente —respondió. Aunque pareció arrepentirse poco después de decirlo—. ¿Desayunamos?

—Sí —aceptó mirando la mesa—. ¿Hemos de comer tan lejanamente? Sinceramente, parece que vaya a comer con él —señaló con la barbilla al mayordomo detrás de su silla—, y no contigo.

Sasuke observó las distancias con el cejo fruncido. Se volvió hacia Orochimaru.

—Acercad los platos —ordenó.

El hombre enseguida empezó a chasquear los dedos y la servidumbre a moverse. Sakura caminó junto a Sasuke hasta la mesa, curiosa. Se sentó a su lado, esperando.

Luego de que les sirvieran, levantó la mirada hacia él de nuevo. Por supuesto, una educación correcta en la mesa.

—¿Podríamos hablar a solas? —preguntó.

Él, mientras masticaba, miró a su alrededor. Al tragar, volvió a mirarla.

—Eres la señora de este lugar, Sakura. Tú misma puedes pedirles que se marchen de desearlo.

Miró a su alrededor esa vez y frunció el ceño. Carraspeó.

—Podéis retiraros.

Observó que fueron saliendo uno a uno, menos Orochimaru, que se quedó en la puerta.

—Usted también.

Él pareció confuso. Buscó la mirada de Sasuke, pero él ni siquiera le miró. Cortó un trozo de pan y se lo metió en la boca. Sakura empezó a sentirse nerviosa, pero finalmente, Orochimaru abandonó la estancia.

Suspiró, cansada.

—Supongo que será difícil que me respeten.

—Su problema es que han pasado muchos años sin ordenes y cumpliendo las necesarias. Mi madre decía que…

—Continua, por favor —suplicó al notar su duda.

Sasuke suspiró.

—Solía decir que, si la servidumbre pasa mucho tiempo sin cosas que hacer o sus tareas se vuelven monótonas, se aburren. Así que imagino que llevar la contraria a sus nuevos jefes, es divertido.

Ella entrecerró los ojos, pensativa.

—No creo que sea solo eso en este caso —murmuró—. Antes cuando hablé con Orochimaru para empezar a remodelar, me dijo que era imposible porque no teníamos dinero. Oh, y que por ser mujer no iba a entender estos temas.

Sasuke rechinó los dientes, echándose hacia atrás en la silla. La miró por un segundo y ella no supo interpretar correctamente si estaba molesto con ella o con el mayordomo.

Finalmente, suspiró antes de hablar.

—Madara Uchiha es el encargado de sobrellevar nuestra fortuna familiar. De mi hermano incluido. Es el que puede cortar todo y a la vez, abrirla. Yo debía de casarme para poder hacer uso de mi herencia. Al casarnos, debe de llegar los permisos otorgados por él. Llegaron ayer y yo debía de firmarlos. Ya he enviado a un emisario para que podamos disponer de nuestro dinero. Eres libre de decorar cuanto quieras —añadió.

Ella miró su plato, aún sin tocar. Luego a él.

—Gracias.

—No sé por qué —reconoció llevando una mano hasta su copa.

—Por explicármelo y no tomarme como tonta.

Él detuvo la copa en sus labios, con la mirada perdida. Luego, la dejó sin beber para girarse completamente hacia ella.

—Se supone que un matrimonio es cosa de dos. No sé correctamente, y ruego que disculpes mi falta de tacto, cómo se supone que deba de hacerlo. Soy consciente de que las damas no deben de saber según qué cosas, pero también sé que eres el tipo de mujer que no tienes pelos en la lengua para preguntar.

Sintió que las mejillas le enrojecían con cierta culpabilidad.

—Lo siento. Mi madre ya me ha regañado diversas veces por ello.

—Yo no soy tu madre —recordó él—. Soy tu marido. Y eres la dueña de este lugar. No tenemos problemas monetarios y puedes permitirte tirar la casa abajo y reconstruirla de quererlo. Por supuesto, en la escala de entre otros Uchiha no llegamos a lo más alto, pero no podemos quejarnos.

Sakura frunció el ceño, confusa.

—Siento como si quisieras que me mantuviera ocupada. O que estuvieras respondiendo a las preguntas que pudiera hacer antes de tiempo para evitar que… te moleste.

Él se levantó tras dejar la servilleta.

—Puedes tomar mi sinceridad y declaraciones como gustes.

Luego, le dio la espalda para dirigirse hacia la puerta. Ella se quedó boquiabierta por la sorpresa. Se levantó a su par para seguirle.

—No puedes irte después de decirme algo así.

Él se detuvo. Apretó la mano contra el vano de la puerta.

—A estas alturas ya debería de saber que no soy un hombre fácil ni de palabras. Me gusta la soledad, me gusta la tranquilidad. Si yo la voy a respetar, respéteme.

—¡Oh! —exclamó incrédula—. ¿Nos volvemos a tratar de usted? Como si fuéramos dos extraños.

Él se volvió esa vez, bajó la mirada hacia ella y después, se encogió de hombros.

—En realidad, si lo piensa bien, es lo que somos. Dos extraños que se han casado. Quería libertad y usted también. Posee dinero, renombre y también toda la libertad que desee. Yo no me inmiscuiré en sus asuntos. Imagino que recibiré lo mismo.

Sabía que tenía razón, pero eso no hacía que fuera más sencillo perdonar que, tal y como antes le había agradecido que no lo hiciera, estaba ahora tratándola como una tonta desconocedora de todo.

Le observó girarse de nuevo y pasar la puerta hasta el pasillo. Caminó pasando diversas puertas y se detuvo en una de ellas ya abierta. Sakura no esperó a que la cerrase y se adentró, cerrándola tras ella.

Era un despacho. El gran ventanal daba directamente al lago y la vista era hermosa. El terreno era inmenso. Reconocía que se había dejado llevar por lo emocionante que sería correr por la hierba, descalza, remangándose las faldas y soltarse el cabello mientras las rebeldes hierbas se enredaban en él.

Dios, amaría poder ser así de libre. Esa era la libertad que deseaba. No la que te daba el poder y el dinero.

Quizás es que eso eran más deseos de niña pequeña que de la mujer que se esperaba que fuera.

—¿Algo más? —preguntó Sasuke sacándola de sus pensamientos.

Se había sentado en la silla tras el enorme escritorio. Varios papeles descansaban a un lado, junto a una pluma y el sello familiar.

—Sí —respondió acercándose más al ventanal—. Aunque no sé si soy libre de hablar.

—Lo eres —aceptó él—. No soy un monstruo.

—No. No lo eres. Podrías habérmelo demostrado anoche. O al despertarte. Podrías haber exigido lo que se supone que yo tengo que saber, pero a la vez, tengo que desconocer.

—Sakura —advirtió.

—No, lo sé. No tengo derecho a quejarme —reconoció—. Pero necesito que comprendas que lo que me estás otorgando como libertad, no lo es.

Esa vez, la miró más atentamente.

—No quiero vivir con un desconocido. No quiero dormir al lado de alguien que no conozco. No quiero comer separados en una mesa que no entiendo si quiera por qué es tan larga. Todo esto me aterra y, la verdad, yo me metí sola en esto por no saber jugar a este juego del cortejo y tú lo necesitabas por conseguir la libertad, así que creo que ambos nos debemos algo al otro.

Que no respondiera era aterrador. El alivio que sentía dentro de ella por decirlo, era maravilloso.

Sasuke se puso en pie. Se colocó a su lado, con las manos en la espalda y la espalda recta. Nunca dejaría de ser un militar. Nunca.

—Las mesas suelen ser tan grandes porque se espera que el matrimonio sea muy fértil y la llene de pequeños herederos. El clan Uchiha es famoso justo por la cantidad de familiares que tienen, así que se espera que esta casa sea igual en un futuro.

—Oh… ¡Oh! —comprendió. Apenas pudo evitar sonreír. Esperaba una regañina, un debate, no una respuesta a cuenta de una duda tan vana que seguramente habría comprendido en un futuro—. Tiene sentido. Pero ahora mismo sólo somos nosotros.

Él la miró, elevando una ceja. Por alguna razón incomprensible, sintió que enrojecía.

Intentó desviar la conversación.

—Quiero darte las gracias —dijo—. Por darme valor antes, con la servidumbre.

Él se encogió de hombros.

—Debes de aceptar que eres la que manda, simplemente.

—Eso díselo a Orochimaru —farfulló entre dientes.

—Lo haré de ser necesario.

—No, no —negó pasando una mano por su brazo. Fue un gesto inconsciente. Alejó su mano lentamente—. Podré con ello.

Se retiró un poco y volvió a mirar fuera.

—¿Crees que podríamos dar un paseo por el lago?

Él miró la misma dirección que ella.

—¿El lago?

—Sí, será divertido.

.


.

Sasuke Uchiha dudaba de que su esposa y él considerasen lo mismo divertido. Aunque debía de reconocer que, cuando la vio descalzarse y pisar la hierba para dar saltitos sorprendida y grititos a la par que saltaba hacia la manta que habían estirado en el suelo, era divertido.

—¿Qué esperabas? —cuestionó elevando una ceja—. ¿Qué fuera suave? ¿Seca?

—No esperaba esta humedad —reconoció con el ceño fruncido—. En mi mente se veía mucho mejor.

—La imaginación no es mala, aunque no certera. Sin embargo, prefiero los planes con antelación.

Ella lo estudió con la mirada.

—Acatar órdenes.

—Sí —respondió quitándose las botas y estirando las piernas, cruzándolas por los tobillos.

—Imagino que no fue fácil.

No. No lo fue. Maldita sea. Todo aquello fue una condenada tortura. Algo que, desde luego, no iba a compartir con ella.

—Silencio de nuevo —dijo.

La observó de reojo. Se había sentado e imitado, cruzando las piernas por los tobillos. Era ridículo pensar que ella iba a ser considerada en cuanto al hecho de que estaba un hombre. Así que, desde luego, no le importaba que fuera capaz de ver algo más que sus tobillos.

Intentó recordarse a sí mismo el decoro y respeto. No había sido fácil esa noche, esquivando lo que deberían de haber hecho al notarla tan nerviosa, tan asustada. No iba a volver a pasar por eso.

Y eso, también era algo que no pensaba contarle.

—¿Por qué querías venir al lago?

—Oh, quería… en realidad es algo ridículo —reconoció riendo avergonzada—. Pensaba en libertad. En diversión de correr por las hierbas y… que cuando era pequeña quise ir al lago con el resto de las chicas, pero enfermé y mi madre no me dejó ir. Tenía razón, claro, pero después comenzó toda mi preparación y no pude disfrutar de ese momento de nuevo, porque ya no era decoroso subirse las faldas y correr.

—Comprendo.

—No, no lo comprendes del todo —aseguró ella mirándole—. Tu podrías quitarte las botas, la camisa y los pantalones para bañarte en el lago y no pasaría nada. Podrías correr por la hierba y tus faldas no se agarrarían a ella o entorpecerían tus movimientos, porque llevas pantalones.

Sasuke frunció el ceño.

—Creo que cuestionas demasiadas cosas a las que no le encuentro mucho sentido —reconoció. Aunque era cierto. Si él decidiera desnudarse en algún momento para bañarse, no sería tan cuestionado como ella—. Por mí puedes hacerlo.

Sakura enrojeció, poniéndose de lado hacia él y bajándose las faldas, enderezando mucho su espalda.

—¡Oh, por favor! En el momento en que algún otro caballero o incluso un sirviente pasara, seguramente sería insultante para ti mi comportamiento.

Él frunció el ceño, sopesándolo.

—Bueno, visitas no vamos a tener, te lo aseguro. Y en cuanto a los sirvientes, más bien mirarían a otro lado y se alegrarían de que eso sucediera, ya que pensarían que pronto tendrían más ocupaciones.

Ella frunció el ceño, inocente. Demasiado inocente. Esperaba fervientemente que no hiciera la pregunta, pero escapó de sus labios muy rápido.

—¿Por qué tendrían más trabajo?

Se rascó el mentón, pensativo. ¿Cuánto podría compartir de eso antes de que ella lo descubriera?

—La imaginación de los sirvientes siempre van a un mismo lugar —explicó—, y esperarán que si estas desnuda, corriendo por el césped y bañándote en el lago, es porque vamos a hacer algo más que jugar al pilla pilla.

Su mirada verdosa se abrió muchísimo. Su boca mostró una o perfecta y aunque sus mejillas enrojecieron supuso que era más por otra cosa que por la idea picante de sus palabras. ¿Cómo podía hacer uno eso más sencillo?

Si lo pensaba, era su esposa. Él debía de educarla en eso. Aunque ahora mismo estaba irritándole muchísimo que las madres no fueran más capaces en educar a sus hijas en ciertos temas.

Sí, como dijo Naruto, esperaba no tener nunca hija que tuviera que pasar por esos detalles.

—¿Jugaríamos como niños? —preguntó con la voz prendida de entusiasmo—. ¿Por qué eso maravillaría tanto a los sirvientes? Oh, espera. Creo que lo sé.

Lo dudaba.

—Tendrían que lavar nuestra ropa, claro.

Sí, como temía.

—Claro —aceptó casi a regañadientes para tragarse las ganas de echarse a reír.

Ella levantó la nariz y arrugó los labios.

—No, creo que estás realmente esquivando la realidad de esas palabras. No sé cuales sean, pero dudo que sea lo mismo que yo imagino.

—Eso desde luego —aseguró.

Porque ella no tenía el mismo conocimiento que él en ese campo.

Sakura se cruzó de brazos y su rostro tomó un mohín infantil. Luego, desapareció al fijarse mejor en el lago. Una bandana de patos levantó el vuelo y se quedó completamente ensoñada con ellos.

Algo que agradecía. Dudaba de hasta qué punto podría tener paciencia con esos temas. Y conocía su boca perfectamente.

Aunque ella parecía dispuesta a romper todas sus barreras y eso, no le gustaba. Había querido poner un limite entre ellos. Esperaba que entregarle dinero y la libertad de poder moverse por ciertos círculos fuera suficiente. El sólo tenía que encargarse del peso de llevar ahora las cuentas de un hogar, de reuniones banales y aguantar cuanto pudiera sin sexo hasta que ella estuviera lista. Quizás esperar algún pequeño travieso y esperar que el tiempo pasara.

La soledad ayudaba a mitigar esos problemas que esperaba no encontrarse, pero ella era capaz de perseguirle por la casa hasta su despacho y ofrecerle un trato mejor que desbordaba por completo sus planes iniciales.

¿Quizás porque se sentía culpable? Al fin y al cabo, la había utilizado para quitarse de encima a Izumi y su hermano.

—Creo que tengo que darle las gracias por algo más —dijo repentinamente.

Él la miró. Su perfil era delicado, con los cabellos algo alborotados por su pequeña carrera sobre la hierba y el viento que acariciaba y relajaba el calor solar.

—¿Por qué?

—Creo que, aunque ambos jugamos unas cartas en el tema del casarnos, estoy segura de que esta noche no habría sido tan tranquila con el señor Arenas.

No. Desde luego que no. Todavía sentía cierta rabia de no haber sido capaz de emplear más a fondo sus instintos y hundirlo. No conocía las palabras exactas que le dijo a Sakura, pero entendía que fueron capaces de crear terror en su inocente mente.

Y de haberse casado con él, dudaba que hubiera respetado sus temores como él. No se sentía un caballero por hacerlo, desde luego. Más bien, eso también era complicado. Especialmente, cuando los sirvientes siempre estaban atentos a cualquier imperfección o noticias que trajeran las sábanas.

—Por suerte, mi madre accedió a que me casara con usted.

—¿No me tutea? —cuestionó.

Ella emitió una risita dulce.

—Perdón. Me cuesta mucho olvidarme que tengo permiso. O el derecho —puntualizó frunciendo el ceño—. ¿Qué derechos me da ser su esposa sobre usted? Nunca he pensado sobre ello.

Y él tampoco. Sólo conocía la experiencia a simple vista de sus padres y hermano mayor. Generalmente, no daba atención a cosas que no pensaba obtener. Jamás casarse fue su ideal. Aunque sí recordaba el terror y la molestia de Naruto al pensar que otor hombre pudiera tomar a Hinata en sus brazos y besarla.

No sabía qué tipo de hombre sería Naruto, desde luego, ni cómo iría la intimidad con su esposa. Pero sí conocía a otros varones casados frecuentar lugares inadecuados.

Y a mujeres protestar por sus maridos cuando creían que nadie las escuchaba. Aunque Izumi nunca se había quejado de Itachi, Sasuke tenía la idea de que su hermano se dejaba doblegar como quería por su mujer. Y sin embarazo de por medio, por supuesto.

Sin embargo, su padre era un hombre reservado y su madre no aportó mucha información a su relación fuera de las miradas extrañas. Y menos, delante de sus hijos. Nunca había visto a su padre ser afectuoso con su madre. Aunque obviamente, entre ellos debieron de suceder las cosas normales de un matrimonio para que su hermano y él existieran.

—Imagino que siempre seré la primera con la que bailarás —dijo ella sacándolo de sus pensamientos. Parpadeó para intentar captar la información que acababa de darle.

—No bailo.

—¿No sabes bailar? —preguntó sorprendida—. Aunque, ahora que recuerdo, no estabas en el baile. Más bien… parecías esconderte en el despacho.

Increíblemente perspicaz.

—Puedo enseñarte —le animó—. No están difícil para los caballeros como para nosotras.

—Esquivar los vestidos siempre me lo ha parecido —reconoció.

Ella sonrió, divertida.

—Entonces, hagamos que no haya vestidos entre medias.

Gruñó, poniéndose en pie de golpe. Aferró las botas con cierto nerviosismo.

—Ese baile, dudo que quieras hacerlo —le susurró antes de echar a andar. Sí. Ese era su condenado límite.

—Ah, espera —pidió levantándose—. ¿Dónde…?

Se detuvo para mirarla.

—Los beneficios que puedes obtener de mí son respeto y escuchar. No bailo. No canto. No voy a reuniones. Nada más.

Luego, le dio la espalda de nuevo. Y sí, maldita sea, él no había huido nunca de un combate cuerpo a cuerpo.

Pero sí de una mujer.

Su mujer.

.


.

Cuando la noche cayó sobre Sharigan hall manor, Sakura continuaba enfrascada en sus pensamientos. Intentaba comprender las palabras de su marido. Y aunque se moría de ganas de hacer las preguntas pertinentes, sentía que él no estaba por la labor de responder. Durante la comida se mostró incómodo y no tardó en retirarse de nuevo.

Ella se reunió con las sirvientas para empezar los preparativos. Claramente, estaban confusas porque ella se enfocara en eso más que en disfrutar de su luna de miel. Sin embargo, gracias a eso se percató de que su nuevo hogar necesitaba nuevos cambios que estaba dispuesta a llevarlos a cabo.

Sin embargo, eso no impidió que continuara pensando y pensando.

—Lamento interrumpir la cena, pero acaba de llegar alguien con las pertenencias de la señora —anunció Orochimaru acercándose a ellos e inclinándose.

—¿Por qué estás anunciándolo? —preguntó Sasuke—. Ya sabéis dónde van.

—Sí, pero… —Dirigió la mirada hacia ella—. Imagino que la señora querrá recibir a su sirvienta.

Sakura parpadeó confusa.

—¿Konan está aquí? —preguntó poniéndose en pie—. Quiero verla. Dígale que vaya a mi dormitorio.

Se alejó tras excusarse y subió las escaleras, emocionada con la idea de reencontrarse con ella. Konan no tardó en subir y reunirse en un abrazo educado.

—Me alegra mucho de verla, señorita. Oh, señora, perdón —se disculpó sonriendo—. Ahora es una mujer casada.

—¿Por qué estás aquí? —cuestionó.

—Bueno, la señora pensó que iba a necesitar de mí. Empezar en un lugar nuevo, donde los sirvientes están acostumbrados ya a otra mano, suele ser difícil. Además, creo que se sentirá más cómoda conmigo encargándome de usted como siempre y no alguien nuevo.

—No sabes cuánta razón tenía mi madre —reconoció volviendo a abrazarla—. Konan, realmente esto es tan solitario.

—¿Solitario? Pero, señora, usted está casada. Estos días deberían de ser realmente felices.

Sakura sonrió levemente. Le habría gustado afirmarlo. Se sentó en la silla más cercana y suspiró.

—Sinceramente, Konan, no sé cuál es el nivel de felicidad que puedo sentir en esta situación. Mi marido no es tan comunicativo como me gustaría y siento que tengo más preguntas de las que debería hacer.

—Señora, sabe que…

—A los hombres no les gusta que les hagan preguntan —terminó por ella—. Sí, mamá se aseguró que comprendiera mis limitaciones y las entiendo por educación, pero no cuando mi matrimonio puede depender de ello.

Konan carraspeó y ella la miró, elevando una ceja.

—¿Qué ocurre?

—Una sirvienta no debe de meterse en los asuntos de sus señores —se excusó desviando la mirada.

—Oh, no, no. Tú no me hagas eso —suplicó levantándose para tomarla de las manos—. Tengo que saber y comprender las cosas que se me escapan. Y estoy cansada de que todos hagan oídos sordos a mis suplicas.

—El señor debería de responder esas preguntas más… escandalosas —respondió. Fue adorable verla ponerse colorada—. Yo sólo puedo ayudarla con el servicio, señora.

—No, me ayudarás en mucho más —aseveró.

—¡No puede obligarme a eso!

—Claro que puedo —protestó colocando ambas manos sobre las caderas—. Y necesito que lo hagas también. Necesito respuestas a…

La puerta se abrió y ella cerró la boca. Sasuke se detuvo antes de entrar, sorprendido. Konan enseguida se inclinó y tras que él se apartara, se marchó. Sakura soltó el aire que había retenido y le dio la espalda, escuchando la puerta cerrarse tras ella.

—Tu madre es una mujer inteligente —dijo él caminando en su dirección—. Y conoce los intrigados dilemas de la servidumbre enviándote a tu sirvienta personal. La verdad, me pregunté por qué no vino con nosotros desde el principio.

—Yo no pensé en ello —respondió girándose para observarle. Empezaba a desabrocharse las muñequeras—. ¿Crees que es un problema?

—No, para nada —respondió mirándola—. ¿No te sientes cómoda con ella aquí?

—No imaginas cuanto —reconoció un poco azorada—. Sinceramente, cada vez que abro la boca para dar mi opinión sobre algo, un cambio o cualquier cosa, pareciera que quieren comerme.

Sasuke suspiró y miró a su alrededor.

—La casa no se modifica desde lo de mi madre y era una mujer muy querida por ellos. Orochimaru lleva aquí tanto tiempo como parece y le gustan las viejas costumbres. Sólo hay que recordarles que las cosas han cambiado. Y dudo que seas el tipo de mujer que acepta un no por respuesta.

Esa vez, el rubor fue directo a sus mejillas.

—Perdón —se disculpó—. Sé que hago preguntas indebidas y que seguramente debo de parecer una tonta. Esta mañana estaba siendo maravillosa y sin embargo, tuve que abrir mi boca y destruirlo.

—No es…

—Sí lo es —aseguró. Se acercó a él y extendió su mano cautelosa hasta posarla sobre su pecho. Pasó los dedos por encima de los botones y apretó el primero para soltarlo—. No sé nada de esta vida y repentinamente, creo que tengo que saber todo para no ser una tonta.

Levantó la mirada hacia su cara al notar que se había tensado. Primero sopesó que era por su costumbre militar, sin embargo, algo la asustó. Algo más profundo, algo salvaje que cruzó su rostro por un momento.

—¿Ocurre algo? —preguntó dudosa—. Oh, perdón. Si me tomé actitudes que no debía, yo…

—No —negó él deteniendo la mano que iba a retirar—. Sigue.

—Pero… pareciera que va a matarte —murmuró dudosa. La mano de Sasuke, grande y callosa, continuaba firme, aunque helada—. ¿Estás seguro?

Asintió lentamente tras meditarlo. Retiró su mano de la suya y bajó el brazo. Ella revisó su rostro, más relajado, más factible. Bajó la mirada a los botones y empezó a abrirlos poco a poco, dándole tiempo de detenerla. Mas no lo hizo.

Cuando llegó al final, el chaleco se abrió y la camisa quedó a su visión. Levantó entonces la mirada y le sonrió.

—Logrado —dijo felizmente—. ¿Estás bien?

Él gruñó por un momento y retrocedió un paso.

—Eso es lo que yo debería de preguntar —musitó rebasándola para ir al armario. Le vio quitarse el chaleco y tirar de la camisa para pasarla por encima de su cabeza.

Entonces, esa vez, sí pudo ver su espalda.

Llevó las manos a su boca, aterrada. Él se volvió para mirarla interrogante, cuando pareció comprender, maldijo entre dientes y cerró la puerta.

Eso, era algo que ella nunca iba a olvidar. Esas marcas en su piel. Esas cicatrices que tan lejanamente era incapaz de comprender hasta qué punto habían calado más allá de su carne.

Continuará…