¡Hola amores! Finalmente tuve un día de poder escribir del tirón y por eso el capítulo salió bien rápido. Y me gusta mucho que fuera así, que estoy agotada estos días y mega ocupada.


Advertencias: De nuevo, un alto nivel de OOC.


La prometida destinada

6


Despertó antes del alba y con el cuerpo tan tenso que el simple roce de las sábanas le dolía. Las apartó con brusquedad y, tras pasarse una mano por los cabellos, intentó enfocar mejor el lugar.

Estaba en su nuevo hogar, con la chimenea luchando por no apagarse y su nueva esposa dormida a su costado. Era la única persona de más ahí y dudaba que fingiera estar dormida y ocultando un cuchillo.

Se tomó un momento en observar su rostro joven y tranquilo. Una pequeña boca rosada entre abierta y parpadeos en sus ojos. No estaba seguro sobre qué soñaban las mujeres, pero esperaba que no fueran las mismas pesadillas que él. Claro que su joven esposa no había tenido que pasar por su mismo infierno.

Bajó de la cama con el sigilo acostumbrado y, tras echarse una bata por encima, bajó hasta el despacho. Se detuvo junto a la gran ventana y observó la oscuridad que no tardaría en ser bañada por la claridad de un nuevo día. Algunas aves ya comenzaban a salir de su letargo y los cazadores nocturnos, a esconderse. Imaginaba que la servidumbre ya estaba despertando, lista para sus quehaceres, ahora más intensos desde que ellos estaban en ese lugar y Sakura estaba enfrascada en cambiar su viejo hogar por otro más reconfortante.

No sabía cuanto iba a necesitar eso hasta que ella lo sopesó. No era el recuerdo de su madre en sí lo que lo atormentaba. Eran muchas más cosas. La angustia de sentirse un pelele, de que su padre ni siquiera le ofreciera ver a su madre antes de su muerte, pero a Itachi sí. Sólo le dejó un momento antes de ocupar su lugar. Su padre, frío como un tempano, no le preocupó los llantos de un niño que la necesitara.

Tampoco eran del todo sus pesadillas, recuerdos agobiantes que siempre le torturaban, lo que le inquietaba del todo. Si bien era cierto que le resultaba imposible regresar al lecho para dormir, estaba ya acostumbrado a mantenerse despierto una vez que sus ojos se abrían.

Había muchas más cosas que le inquietaban. Como, por ejemplo, que su esposa sintiera interés por lo que había visto. Le había cerrado la puerta, incómodo más por no querer responder preguntas que claramente ella tendría. Pero Sakura no abrió la boca y eso, de cierta manera, fue hasta peor.

Aunque era obvio que tarde o temprano ella vería todo lo que la ropa ocultaba. Sus cicatrices. Sus heridas. Sus recuerdos que creaban cierta vergüenza en él.

Tomó aire, irritado. Sabía de sobras que las mujeres no solían dejar escapar un buen chisme. Así pues, esperaba el momento en que Sakura decidiera interrumpir su silencio para hacer las preguntas para las que no estaba preparado responder. Más bien, jamás pensó en que tendría que decir nada, porque una dama normal no preguntaría por ciertas cosas. Esas, especialmente, que no las incumbían.

Captó los pasos lejanos y firmes de un animal. Cuando desvió la mirada, vio al jinete atravesar el jardín hacia los establos. Otros pasos resonaron por el Hall. Sabía que Orochimaru generalmente era silencioso, pero odiaba que la gente interrumpiera sus planes y, ese jinete, claramente, lo hacía.

Notó que se detenía justo frente a su puerta, como si acabara de percatarse que el señor de la casa estaba despierto y cómo se apresuró a acudir para atender al visitante.

Colocó ambas manos en la espalda, inquieto. Sabía de sobras que ese jinete no traía noticias de la milicia. Ya no. Probablemente, si fuera Naruto, sí.

Pensó por un momento en él. Debía de estar disfrutando de su luna de miel como debía de ser. Con las ganas y el amor que tenía hacia su flamante esposa, no iba a perder el tiempo. Especialmente, porque no lo tenía.

Una luna de miel muy diferente a la suya. Era irónico pensar que su esposaba ocupaba su lecho, sí, pero continuaba tan pura como el mismo día en que su madre aceptó que la desposara.

Aunque su inocencia estuviera tentándolo muchas veces. Sus deseos de conocer y aprender qué era lo que él dejaba ver entre líneas era, de cierta manera, adorable y aterrador a la vez. Porque muchas mujeres solían desilusionarse después, esperando que fuera maravilloso y mágico ese secreto pecaminoso que mantenían oculto para ellas y que el hombre despojaba sin muchos miramientos más que su propio placer y objeto de reproducción.

Por supuesto, su esposa, consideraba él, merecía un respeto mucho más grande que el que podría ofrecerle una mujer libre, sin ataduras pero sin el respeto que merece.

Los golpes en la puerta lo sorprendieron. Y era realmente extraño eso. Sacudió la cabeza para quitarse de la mente a su esposa y las diferencias que esperaba tuviera con otras mujeres cuyo cuerpos había conocido, para enfocarse en Orochimaru.

Portaba una bandeja de plata con diferentes sobre ella, además de una caja pulcramente marcada con el sello Uchiha.

—Acaba de llegar un emisario, señor —anunció—. Imaginé que querría tener el correo cuanto antes.

—Déjalas sobre la mesa —ordenó, para desgracia del sirviente, con menos énfasis del que le gustaría.

—Claro, señor.

Esperó a que las dejara y se volvió.

—¿Desea desayunar o esperará a la señora?

Sasuke observó las cartas con el ceño fruncido.

—La esperaré.

Un gesto de molestia perfectamente oculto se formó en el rostro del mayordomo. Sasuke lo ignoró. Ya conocía lo suficiente a Orochimaru para saber que cualquier cosa que no fuera como él deseaba sería molesto. Sin embargo, continuaba siendo su sirviente y, aunque no le gustara su esposa, era la nueva mujer de la casa.

O eso esperaba.

Estiró la mano para coger la primera misiva a su nombre. El sello de la familia Uchiha remarcaba que, aquella, era justo la carta que había esperado. Se sentó antes de abrirla.

Leerla fue rápido y nada complicado. El problema era su contenido y lo que ello implicaba.


Sakura acababa de bajar las escaleras cuando se encontró con su esposo caminando de un lado a otro, con las manos enlazadas en la espalda y sacudiendo la cabeza.

—Buenos días —saludó. Él se detuvo para inclinar la cabeza hacia ella. ¿Continuaría enfadado por lo de ayer? —. ¿Ocurre algo?

Sasuke Uchiha la observa de arriba abajo, con el ceño fruncido y tan intensamente que sintió que se ruborizaba. Se llevó una mano a los cabellos, aturdida. ¿Iría despeinada?

—Tendremos visita. Hoy.

Abrió la boca, sorprendida.

—¿No se supone que nadie molesta a una pareja recién casada? —cuestionó aturdida.

La comisura de sus labios se alzó levemente y Sakura no captó si era porque sus palabras pecaban de su inocencia o porque él conocía algo que a ella se le escapaba.

—Te aseguro que este hombre no tiene miramientos por cosas así —explicó, no obstante—. Madara Uchiha no considera un impedimento interrumpirnos. ¿Sabes leer?

Levantó el mentón, ofendida.

—Por supuesto que sé.

Entonces, le entregó una carta abierta. Algunos sirvientes carraspearon, sorprendidos por el acto, pero Sakura los ignoró y tomó la carta sin miedo y procedió a leer. La escritura era firme, de un hombre que seguramente tenía manos grandes y para nada de pulso débil.

He recibido una carta de Izumi explicando por qué la rapidez de vuestro enlace y el tipo de esposa que has adquirido. Firmaré yo mismo los papeles frente a ti. Mi presencia será anunciada esta tarde en vuestro hogar. Quiero juzgar a tu esposa yo mismo.

Levantó la mirada de la carta a él.

—Daré indicaciones a la servidumbre y…

—Ya lo he hecho —descartó él tomando de nuevo la carta—. Necesito hablar contigo. En privado.

Asintió y lo siguió hasta el despacho. Estaba segura de que las sirvientas más cercanas estaban chasqueando la lengua con fastidio por privarles de una nueva comidilla mientras tendían sábanas o arreglaban las flores de los dormitorios, entre otras cosas.

Nada más cerrar la puerta y acercarse al escritorio, él extendió una carta hacia ella. Esa vez, estaba cerrada y el sello de la familia Uzumaki estaba sobre él. ¿Acaso iba a regañarla por eso? Pero cuando volteó el sobre descubrió que era de Hinata la carta. Sintió cierto cosquilleo emocionante en las manos, la impaciencia de querer descubrir qué decía.

—Ten esto también.

Esa vez le ofreció una caja con el sello Uchiha. La abrió, curiosa.

—¡Esto es…!

—Cortesía de Madara Uchiha. Seguramente espera que lo lleves durante su visita. Suele regalárselo a todas las damas que pasan a formar parte de nuestra familia. Izumi recibió uno también. Todavía lo conserva, según sé.

Sakura tocó el collar con cierto recelo. Debía de reconocer que, como una buena dama conocía la satisfacción de algo así, pero jamás sopesó la idea de llevar tal joya, pues era de inmenso valor.

Sasuke rodeó la mesa hasta llegar a su altura. Tomó el collar con cuidado y esperó a que ella afirmara. Una vez lo hizo, se colocó a su espalda y pasó el objeto por delante de su rostro hasta posarse en su pecho. Después, noto el roce de sus dedos luchando contra el cierre.

Inquieta, tragó. Ese contacto cercano y tan delicado nunca había pasado con otro hombre que no fuera su padre. Así que no pudo evitar sentir nervios, inquietud incluso, cuando él pareció demorar más de lo esperado.

—¿Ocurre algo?

—No. —Volvió a pasar a su lado hasta el escritorio, como si necesitara que este estuviera entre ellos—. Madara es un hombre muy educado que espera exactamente lo mismo. Sé que lo eres. Has recibido una buena educación. No obstante, él suele tensar las cuerdas hasta el punto en que logre algo inadecuado y, entonces, la fama de esa mujer pasará a estar cuestionada por todo Uchiha, impidiendo incluso el matrimonio.

—Pero nosotros estamos ya casados.

—Exacto —coincidió—. Eso no te priva de recibir el menosprecio del resto de la familia si él lo ordenase.

—¿Tan importante es? —cuestionó con temor.

—Sí. Es el que organiza todo, mueve el dinero y toma las decisiones relacionadas a la familia. Por mi parte —continuó acariciando la superficie del escritorio con los dedos—, no supone un problema si creas un problema. No soy alguien que se relaciona con los demás más que lo necesario y por educación. Te dije que tendrías tu libertad, así que, en este momento, la tienes también para decidir cómo actuar frente a él.

Se quedó en silencio.

Aceptaba la oportunidad de ser ella misma de su esposo. Comprendía que estaba confiando en ella y no vetándola de su libertad. Sin embargo, a la vez le ponía encima el peso de la aceptación a futuro. Puede que a él no le importara ser despreciado por los demás, pero a ella no.

—¿Eso implicaría al señor Uchiha? Su hermano.

Sasuke parpadeó, confuso.

—¿A qué te refieres?

—Si nos excluyen, a su hermano también. ¿O se vería obligado a ignorarle?

Pareciera que no había pensado en eso, porque notó la perplejidad disfrazada bajo un gesto de severidad.

—Perdería el derecho de visitar a su futuro sobrino o sobrina. La cercanía con su hermano, pues pese a los lazos que los une, le obligarían a considerar que es un hombre malvado por mi causa. Y eso, señor, no soy capaz de hacerlo. No sería capaz de quitarle algo como eso.

Apretó las faldas entre sus dedos, inquieta. Claramente, estaba indicándole que no iba a obedecerle en cierta parte de sus palabras.

Pese a eso, Sasuke bajó la mirada y suspiró, aliviado.

—Gracias.

Madara Uchiha llegó ya entrada la noche. Pese a las circunstancias, Sakura se descubrió más ocupada de lo que pensó por guiar a la servidumbre. Y no podía evitar dar las gracias a la presencia de Konan y la educación que otorgó su madre.

Consideró que todo lo necesario estaba preparado y tanto ella como Sasuke estaban lo adecuadamente pulcros y decorosamente vestidos para tal visita. Eso, sin embargo, no evitó que sintiera ciertos nervios.

Mientras que ella no tenía nada que perder, porque en realidad, su familia no sería inmiscuida en tal fatalidad, aunque sus relaciones sociales se verían perjudicadas, Sasuke tenía mucho más que perder.

Aunque debía de reconocer que esperaba a un hombre muy diferente. Al ser el encargado de todo el patrimonio de la familia Uchiha esperaba a un hombre anciano, desnutrido y de piel arrugada.

Sin embargo, Madara Uchiha era justo todo lo contrario.

Era un hombre sano, con el cabello largo pese a los estándares, elegante, de manos grandes y ojos cansados. Su gesto severo no ocultaba la idea de que un día más atrás fue más apuesto que en ese momento. Se sostenía de un bastón con el emblema Uchiha que llegaba a su cintura. Parecía más de decoración que realmente necesario.

Sakura llevó sus manos hasta las caderas, aferrando las faldas y se inclinó educadamente.

—Bienvenido a nuestro hogar —saludó después de su esposo.

Madara la estudió con la mirada, con ambas manos sobre el bastón.

—Nuestro servicio ha preparado sus habitaciones, si desea descansar.

—No estoy interesado en eso —descartó. Su voz, firme y muy masculina—. No me gusta perder el tiempo, así que procuro resolver mis asuntos, antes que nada. Sasuke.

—Señor.

—Te robaré a tu esposa durante un rato.

Sin rodeos, extendió su brazo derecho hacia ella. Sakura miró a Sasuke antes de aceptar, quien asintió y empezó a subir los escalones.

—Por favor, acompáñeme. Hace mucho tiempo que no visito este lugar. Presumía de ser de los jardines más hermosos de todas nuestras tierras. Además, posee un acantilado con una historia tras él. ¿Os ha hablado vuestro esposo de él?

Sakura aceptó su brazo y se adaptó a su paso.

—No, señor. Todavía no he tenido el placer de visitar del todo estas tierras. Sólo he llegado al lago —explicó.

Madara asintió y mantuvo silencio hasta llegar al lugar del que hablaba. No estaba tan lejos como pensaba. Debería de ser visible desde las habitaciones que todavía no había visitado. La vista era impresionante. Con el mar azotando, el aire salado que le cosquilleó las mejillas. Quería, de alguna forma, traer a Sasuke allí. Quería descubrir hasta qué límite de conversación serían capaces de llegar.

—Las posesiones de los Uchiha es inmensa. —Madara caminó hasta una de las rocas sobresalientes, apoyándose para mirar hacia ella, directamente a sus ojos—. Más de las que ellos son conscientes, incluso. Mi deber como uno de los primeros herederos es organizar todo para los descendientes. Mi única tarea era esta. No necesité engendrar retoños porque los demás fueron capaces de hacerlo por mí. Así pues, no me casé.

Sakura ladeó la cabeza, interesada.

—Eso me llevó a fijarme mejor en las decisiones de mis familiares. Tomar mano firme, pues muchos, desgraciadamente más los varones, se dejaban influenciar por encantos inadecuados. Las mujeres, por suerte, más encantadoras, y debo decir, más fáciles de casar. Mis niñas, que se subían por mis rodillas y ahora ya son mujeres casadas.

Movió el bastón de lado a lado, pensativo.

—Justamente porque mis hombres son fáciles de manipular es que suelo intervenir antes de la boda. Sin embargo, este es un caso especial, dado que la señora Izumi Uchiha está embarazada y sus embarazos han sido hasta ahora peligrosos. Concedí ese derecho y pensé que siempre podría conocer a la mujer escogida por Sasuke Uchiha, quien me sorprende que decidiera casarse, de este modo. Y he de decir que físicamente, no me ha defraudado.

Parpadeó, confusa. No esperaba halagos por parte de otros hombres después de casada. Incluso no estaba segura de que fuera realmente correcto.

—No te preocupes, joven dama. No estoy faltándote el resto. Sólo expongo el motivo de mi visita. Avisé a su marido en cuanto supe que habían llegado y tras que el hermano de este me indicara que ya estaban establecidos en este lugar. Al fin y al cabo, aún es mío.

Le observó mirar a su alrededor.

—Aquí han fallecido muchos Uchiha, señora. Muchos a los que amé. Puede parecer que no sea muy mayor, pero lo soy. Y estoy preocupado por lo que llegará en un futuro.

—Desde mi punto de vista, señor, los Uchiha son hombres muy educados y firmes en sus deberes. Mi esposo y su hermano, así me lo han demostrado. Debe de sentirse orgulloso de ellos.

El hombre la estudió de nuevo, de arriba abajo. Agachó la cabeza.

—Discúlpeme. Me he sobrepasado en mis palabras.

Madara cambió de postura.

—No se ha extralimitado. Soy consciente de qué buenos hombres son mis sobrinos. Sin embargo, la que me preocupa es usted.

Elevó las cejas, interesada. Sabía hacia dónde iban entonces sus palabras.

—En ningún momento he querido ofender o provocar que se cuestione mi valía hacia mi esposo, señor.

Madara negó con la cabeza. Elevó su mano izquierda hasta su mentón, elevando levemente las comisuras.

—Como he dicho, físicamente no causas ningún tipo de desvaluación para tu esposo. Más bien, me pregunto hasta qué punto eres capaz de soportar todo lo que conlleva estar casada con Uchiha.

Enderezó la espalda.

—Mi madre me enseñó modales y a llevar perfectamente un hogar. Sé respetar a mi esposo y ser sumisa. Sé leer y escribir. Domino mi idioma perfectamente y mi padre consideró adecuado que lograra aprender francés.

Madara gesticuló distraídamente.

—Sí, sí. Conozco los requisitos para educar a una dama y que se aceptable para los varones —dijo irritado—. Me interesa, en este caso, otro detalle.

—Usted dirá —apremió.

Con un gesto de dolor se levantó y caminó hasta su altura. Sakura apretó los labios para contener una maldición poco recatada. Esos hombres parecían ser siempre de la misma forma: altos, apuestos y dispuestos a demostrar que su poder masculino era notable.

—¿Por qué ha aceptado casarse con un hombre destruido como es su esposo, señora? —cuestionó. Bajó la mirada hasta fijarla en su collar—. Dudo que sea por el dinero, ya que bien podrían haberla casado con otro hombre de buen proveer. ¿Entonces? ¿Por qué de tantos Uchiha sus padres eligieron a Sasuke?

Sakura frunció el ceño, desconcertada. Desconocía hasta qué punto debía de contar la verdad. ¿Tenía que decirle que ella cayó bajo el peso de su inexperiencia jugando con los hombres y que su marido puso contra las cuerdas a su madre? Además: ¿por qué todo el mundo siempre estaba tras el conocimiento del estigma tras Sasuke que ella desconocía?

Como si fuera capaz de leerla, él silbó.

—Vaya. Ahora entiendo. Su esposa no conoce esa parte secreta de su marido. Seguramente ni siquiera ha llegado a sus pequeñas orejas los chismes que corren por la ciudad y que asustaban a los padres lo suficiente como para que mantuvieran a sus hijas lejos de él.

—Desconozco los chismes, señor, pero sí el miedo paterno. Aunque el motivo escapa de mi comprensión —reconoció.

Él asintió.

—Una dama interesante, debo de decir. Alejada de los chismes de la alta sociedad. O una madre muy diligente, he de decir.

Bajó su mano hasta su mejilla y Sakura notó que se tensaba, incluso tentada a dar una espalda.

—Eres quizás una joya que no debiera de estar con él.

—No sé a qué se refiere, señor —pronunció preocupada.

Su boca se elevó, tirante, de una forma que, por un momento, la asustó.

—¿Y si le ofreciera dejar a su esposo y casarse conmigo?

Sakura se quedó sin aliento. Intentó encontrar algo de broma en su rostro más no lo logró. Abrió la boca.

—Piénselo bien antes de responder.

—¡No tengo ni que pensarlo, señor! —exclamó cubriéndose la boca con las manos—. ¡Lo que usted me está proponiendo es completamente inadecuado!

Porque lo era y de niveles increíbles. No sólo estaba ofreciendo la oportunidad de que ella fuera repudiada por el divorcio, pues raro era el matrimonio que rompía nupcias sin que la muerte estuviera de por medio. Eso afectaría a su familia también y, aunque Sasuke mantendría su nivel por ser hombre, también tendría consecuencias.

—Tengo que rechazarlo completamente, señor —añadió dando un paso hacia atrás—. Y para la salud de esta familia lo mantendré en secreto. Esperaba mucho más de usted, dada la fama que tiene en la familia. Y disculpe mi osadía, señor, pero me parece realmente insultante que utilice su poder para pensar que una mujer como yo se iba a aplacar con una mirada y una sonrisa. Por favor, no subestime a las damas.

Era consciente de que nadie la creería de contar lo sucedido. Especialmente, los hombres. Quizás su marido, pero no ejercería nada por ella. No iba a perder la libertad que le había costado conseguir por ella.

Para su incredulidad Madara Uchiha se echó a reír. Con tanta fuerza que estuvo a punto de hacerla perder el equilibrio al retroceder. Golpeó el suelo con el bastón y levantó la cabeza.

—Señora Sakura Uchiha —nombró—. Es usted una dama mucho más interesante de lo que yo creía. He de confesar algo —dijo caminando de nuevo hacia la roca en la que estuvo sentado antes y elevó el bastón por encima de su cabeza—, no es usted la primera mujer que pongo en este estado. Y he de pedir perdón por mi descortés comportamiento. Permítame explicar esto.

Sakura tragó, confusa. Soltó aire lentamente y enderezó la espalda, alisándose la falda.

—He de confesar que he mentido para llevar esta, nuestra conversación, hacia el lugar que me interesaba. Lamento mucho haberla puesto en tal estado. Ningún hombre respetable debería de hacer tal cosa, pero es mi deber, y en eso no he mentido, proteger a mi familia. Pues es cierto que he visto a varones de mi sangre hundirse en la miseria a causa de mujeres que no han sabido aportar la estabilidad necesaria ni la determinación que veo en sus ojos, por ejemplo.

Asintió repetidas veces.

—Ahora, la verdad. Estuve casado —confesó—. Mi esposa murió una noche de invierno en que apenas había visibilidad y los caballos estaban inquietos en las caballerizas. Me desperté una noche sin sentirla a mi lado, confuso y tan perdido que apenas podía mantenerme en pie.

Miró hacia el acantilado.

—Se tiró desde este lugar.

No consiguió ahogar el quejido de sorpresa.

—Sí. Por eso me negaba tanto a entregar esta parte de mi herencia. Un pedazo de mí continúa anclado aquí. Por eso, tras la muerte de la madre de Sasuke, esperaba que la siguiente mujer que ocupara este hogar fuera más fuerte y capaz que ambas a las que perdimos aquí. Y he decir que he conseguido más que satisfacción de ello.

Sakura se mordió el labio inferior. Lo único que había hecho era negarse a una relación prohibida, a hundirse. Se había protegido a sí misma por encima de todo.

Entonces, lo comprendió. EL tipo de fortaleza a la que se refería Madara Uchiha no era valorada en el conocimiento de una mujer, sino en la capacidad de afrontar las duras batallas que estaban por llegar.

—La ruego que me disculpe —enfatizó. Golpeó el suelo con el bastón y se levantó con un quejido—. La puse en una situación complicada y encima, hablé del pasado como si fuera hoy mismo.

—No tiene que disculparse por algo así, señor —descartó—. Comprendo su deber para con su familia y la protección. No comprendo la situación que llevó a su esposa a saltar, pero lamento mucho su pérdida. Y desconozco muchas cosas todavía de mi esposo o de lo que conlleva con él. Soy consciente de que hay un duro camino por delante y que usted haya querido mostrarme de esta forma su protección, la encuentro interesante.

El hombre sonrió y le ofreció el brazo.

—Mucho me temo que el que se siente interesado soy yo —halagó—. Ya entiendo por qué mi sobrino fue capaz de poner su mirada en usted.

Sakura sonrió, pero desvió la mirada.

Se percató de que nunca podría contar su vida marital como un cuento, una fantasía romántica que las damas esperan. Porque no era así.

—Entre nos, joven dama, si mi sobrino no se comporta bien con usted, hágamelo saber —susurró el hombre mientras se acercaban a la escalinata de la mansión—. Pese a que sea un hombre casado y tenga dinero, sigue siendo un mocoso que hace poco lloriqueaba porque juraba que no iba a casarse nunca. Y ahora, seguro que es tan torpe como parece. Le ruego que tenga paciencia con él.

No podía negar que era cierto. Sasuke tenía aspecto de ser un hombre torpe, pero educado. Y aunque continuaba intrigada con ciertas cosas, era lo suficientemente educado como para no soltárselo a la cara y destruir su seguridad.

—Cuidaré de él, señor —prometió.


Madara abandonó la casa esa misma noche y, con cierto recelo, los dos descubrieron que todos los preparativos resultaron para nada. Pese a ello, Sakura mantenía una sonrisa que de cierta manera lograba tranquilizarlo.

Debía de reconocer que no había pensado en todo cuanto descartó la poca importancia que tendría que su familia renegara de él hasta que ella le recordó a su hermano y, esperaba, su futuro vástago.

Así pues, el miedo se instaló de cierta manera en una congoja extraña que lo mantuvo en vilo cada minuto que el reloj marcaba con sus agujas pesadas que parecían ir más lento de lo acostumbrado.

Cuando los vio a ambos regresar como si de buenos amigos se tratara, comprendió que esa mujer, tan descarada en preguntas, había logrado comportarse como prometió.

—Tienes una esposa maravillosa, Sasuke. Estoy más tranquilo, después de todo, pensé que realmente cumplirías tu promesa de no casarte nunca —dijo Madara cuando ambos se recostaron en los sillones tras firmar los documentos que le otorgaban finalmente sus tierras e incrementaban sus ganancias monetarias—. Eras tan firme en tus palabras que parecía que las cumplirías a rajatabla.

Y así habría sido de no ser por perder contra el destino y tener una cuñada que sabía jugar mejor que él las cartas de un juego de damas al que nunca debió de adentrarse.

—También me preocupaba que te dejaras influenciar por tu padre incluso después de su muerte, he de añadir —continuó, acariciando con los pulgares su bastón—. Nunca creí las mentiras que soltaba por esa boca rastrera suya. Y lejos de lo que puedas pensar, no te estoy vetando nada por creer que eres alguien menos importante tras lo ocurrido en tu servicio.

Sasuke habría deseado no tener esa conversación. Pero Madara era de los que terminaba absolutamente todo antes de marcharse. Lo bueno de que Sakura fuera tan aceptable para él es que estaba de un humor increíblemente bueno.

—Ahora, asegúrate de cuidar bien de todo cuanto posees. Y si te preguntas qué pasó con las negativas de tu padre… —Desvió la mirada hacia la chimenea—. Siempre recuerdo que esta era una de las más cálidas habitaciones. El papel ardía tan bien como los troncos se mantenían.

Sasuke comprendió sin necesidad de ningún tipo de esclarecedor diálogo. Su tío jamás habría aceptado que alguien como su padre gobernara por encima de él. Su padre tomó decisiones siempre a escondidas de la familia. Madara se enteraba más tarde lo que a él le habría gustado, pero al final, encontraba algo que aliviara el sufrimiento de los demás.

—Lejos de lo que me gustaría admitir, tu padre era un viejo zorro bien organizado. Pero ahora, sus dos hijos están perfectamente civilizados y casados. Ahora sólo espero que continúen adelante con el legado Uchiha. No dudo en que tardes en hacerlo, con una esposa como Sakura. Y eso me recuerda, que no voy a quedarme para interrumpir más vuestra luna de miel.

Y así fue como se marchó, ajeno a la realidad que ocurría en su lecho. Sakura podría ocuparlo, con su aroma natural y la inocencia de su mirada, pero no había provocado ninguna mancha indicativa en las sábanas. Ni si quiera estaba llenando su vientre de vida.

—Creo que el señor Madara es menos peligroso de lo que pensaba.

—¿Por qué? —cuestionó abriendo las ropas de la cama antes de sentarse. Sakura estaba sentada en el tocador, cepillándose el cabello que caía lacio sobre sus hombros.

—Es un hombre torturado por las pérdidas y las responsabilidades familiares. Quiere proteger tanto a su familia que… hará lo que sea necesario.

Se percató de la pausa en su voz. Ni Sakura ni Madara habían hablado a cuenta de su conversación. Y aunque le tranquilizaba los resultados, había cierto interés en conocer qué detalles llevaron a lograr tal hazaña. Porque él no recordaba esa tranquilidad ni cuando conversó con Izumi.

Sakura dejó el cepillo sobre la madera del tocador y se volvió hacia él.

—¿Sabías lo del precipicio?

Asintió, acomodándose en la cama. Ella abandonó el tocador para subirse al lecho, gateando hasta quedar sentada de lado hacia él.

—Debió de ser horrible.

Él dudó, más concentrado en la forma en que el cabello caía por su hombro y abría un poco el cuello del camisón, que, para su desgracia y desconocimiento de Sakura, era más tentador de lo que pensaba.

—Perder a su esposa de esa forma…

—Nadie sabe por qué fue —reaccionó, desviando la mirada—. Ni siquiera Madara. Sus hijos se habían casado y establecido.

—¿La conocías?

—Levemente. La vi una vez, en una reunión. Era hermosa —reconoció rascándose la mejilla—. Una mujer digna, muy educada e inteligente. Le gustaban los niños y siempre tenía algo que entretenernos. Itachi y ella solían tener conversaciones bastante profundas. Y parecía enamorada de su marido.

—Entonces… es muy extraño.

—No tanto —descartó cruzándose de brazos para no ver cómo el camisón se subió por encima de sus muslos cuando se tapó—. Tras las puertas del dormitorio sólo el matrimonio sabe qué sucede. Los sirvientes nunca han dicho nada. Ellos también parecían sorprendidos de lo ocurrido. Su ama de llaves enloqueció por entonces —rememoró—. Se culpaba por no haber cerrado esa noche la puerta de la cocina. Sin embargo, su marido, el mayordomo, aseguraba que lo hicieron.

—Es aterrador… y muy triste.

Se encogió de hombros y reprimió un bostezo. La tensión del día y la falta de sueño empezaban a aparecer.

—Espero que nunca nos pase eso —dijo ella repentinamente. Se miraba las manos, angustiada—. Madara dijo que le parezco una mujer fuerte, pero… ¿Y si no lo soy?

Él dudó que fuera realmente así. Lo poco que la conocía, la forma de encararle sin tapujos y de tomar las riendas de su hogar le indicaban otra cosa.

—No lo harás —descartó, acomodándose y dándole la espalda—. ¿Tengo que ponerte una cuerda en el pie para asegurarme?

Ella se echó a reír. Sintió el peso de su cuerpo detrás de él. El aliento de su risa contra su hombro.

—Por suerte para ambos, no soy sonámbula.

Sin embargo, notó que se aferró a su camisa de noche y aunque podría habérsela quitado de encima, se lo permitió.

De cierta forma, eso no era desagradable.

—¿Traía malas noticias?

—¿Perdón?

—La carta —recordó.

—¡Oh, eso! —exclamó—. Todavía no la he leído. Se me olvidaba.

Miró hacia las velas.

—Ahora es tarde.

—Pero…

—No desgastarás tu vista en ello —interrumpió—. Duerme. La carta no va a marcharse.

Sakura suspiró en su espalda. No se soltó en ningún momento.

—Eso es cierto —reconoció—. Buenas noches.

Emitió un gruñido de respuesta.

Luego todo fue silencio.

Esa noche, tampoco la cama rechinaría con la efusividad de un matrimonio recién casado.

Tampoco sus alientos se mezclarían o comenzarían el camino de crear vida.


Querida Sakura:

Siento escribirte justo cuando no deberíamos. Ninguna de las dos. Me disculpo por no poder estar en tu matrimonio y acompañarte como debería. Naruto consideró que no debía de interrumpir nuestra luna de miel por ello y que tanto tú como el señor Uchiha lo comprenderían. Tengo fe en que es así.

No tenía deseos de quedarme con las ganas de felicitarte, aunque me atormenta, y no puedo ocultarlo ni para mi esposo, que seas feliz. Ojalá pudiera entregarte, aunque fuera un poco de mi felicidad.

No puedo, y me temo que es mucho mejor, tantas cosas que me gustarían comentarte. Cosas que nos vetaron por mucho tiempo y que estoy segura de que ya has descubierto. Sólo puedo decir, en mi caso, que hasta ruborizada escribo, que ha sido mucho mejor e intenso de lo que esperaba. No alardearé de las habilidades de mi esposo porque sería imposible compararlo con nadie.

No me arrepiento de que al final aceptara y no me dejara llevar por la locura de perderlo, porque el poco tiempo que está conmigo es un tiempo valioso.

Sin embargo, estoy con el corazón en vilo con que un día llegue una misiva que él parece esperar y que, seguramente, atacará sin dudar. Me aterra que esté tan seguro de que es su destino, pero que habría muerto mil veces antes de no tenerme. Porque yo habría sido capaz de entregar mi vida más de esas veces para que él sobreviviera.

Supongo que eso es estar enamorada.

Disculpa mis descuidadas y escandalosas palabras amorosos, por favor, pero quería compartir lo feliz y angustiada que me siento a la par. Ojalá realmente tuviéramos un momento más de cercanía para nosotras, pero imagino que, así como yo, ya eres la señora y dueña de un hogar en condiciones que, así como nuestras madres, tendremos que levantar y sostener. Ahora tendremos mucho menos tiempo del que deseamos para poder quedar.

Me he enterado, por cierto, que Temari finalmente ha logrado un pretendiente. ¡Ni más ni menos que señor Nara! Ha aceptado de buen gusto y su padre lo ha reconocido, así que estarán por casarse dentro de poco. Otra boda que tendré que perderme si se apresuran tanto como nosotras.

Me sigue preocupando mi primo y su lentitud, pero ahora puedo ponerme algo más firme con él como mujer casada, así que ya te contaré más sobre ese asunto en otra carta.

Déjame añadir que, la dirección, es cosa de mi esposo, quien parece saber más del señor Uchiha que este mismo. ¡Qué buenos amigos son! ¿Sabías que tu esposo le salvó la vida al mío? Aunque parece ser que a la inversa también, pero no quiere hablar de ello y ambas sabemos que es mejor no presionar a los hombres. Lo aprendimos con nuestros padres y en mi caso, con mi primo también.

Espero tener noticias cuanto más pronto puedas. Sé que la luna de miel deja poco tiempo para poder escribir y es agotador en ciertos momentos.

Un saludo.

Muy tuya.

Hinata Uzumaki.


Continuará...

n/a: No me he olvidado de lo de la espalda del capítulo anterior. Todo a su tiempo :3