¡Y de un tirón! Ha salido corriendo porque me emociona mucho escribirlo. Ha sido divertido, la verdad. Estos dos van muy despacito, así que hemos de tener mucha paciencia, ains.
Advertencias: Como siempre, OOC.
La prometida destinada
7
Mi muy preciada amiga:
No puedes imaginarte lo feliz que me hicieron tus letras. Saber de ti, conocer que estés bien y que tu matrimonio esté resultando justo como esperabas, me hace feliz. Confieso que tardé un poco en poder leer tu carta debido a una visita inesperada por parte de un familiar de mi esposo, al que, como siempre, los rumores afectan, pues es un señor mucho más interesante de lo que esperaba.
Siento no poder ayudar en nada con el tema de tu marido. Me gustaría mucho tener más conocimiento sobre esto, pero debo de admitir que, al igual que el tuyo, mi esposo es igual de inaccesible para ese tema. Como bien dices, ambas sabemos gracias a nuestros padres que hay temas que los hombres prefieren no abordar. No negaré que estoy preocupada por ciertos asuntos que atañen a mi esposo en cuanto a esos años atrás, pero disfruto del hecho de que no se marche. Y no está en mi labor echarte en cara esto, sino el poder ponerme en tu lugar, pues, aunque yo no le amo, puedo comprender tu situación con mucha empatía.
He de admitir que siento mucha confusión a cuenta de tus palabras. En específico acerca de la noche de bodas. No comprendo a qué te refieres exactamente, pues mi matrimonio no es muy diferente al irme a dormir cuando era soltera. Me gustaría, aunque sé que esto supondrá un problema para ti, que pudieras contarme algo con más detalle. Rogaría, eso sí, que fuera en persona más que por letra, porque no negaré que tengo muchas ganas de poder verte y creo que, aunque ahora seamos señoras y esposas, podemos encontrarnos en algún momento.
Eso sí, deseo que tu luna de miel termine cuando lo consideréis apropiado y, entonces, me gustaría tener un pedacito de mi mejor amiga conmigo. ¿Será demasiado pedir para un hombre como el señor Uzumaki?
A quien, por cierto, estoy sumamente agradecida de que salvara la vida de mi esposo. Aunque eso me lleva mucho a preguntarme qué sería de mi ahora. Pues, sinceramente, casarme con Arenas no es algo que me hubiera hecho feliz y estoy segura de que sería totalmente tormentoso en estos momentos. Por ende, reconozco que esto hace que aprecie mucho más a mi esposo y lo valore aún más.
Esperaré con muchas ganas tus siguientes letras.
Siempre tuya.
Sakura Uchiha.
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—Señor, lamento importunarle.
Levantó la mirada de los nuevos documentos que ocupaban parte de su escritorio. Era increíble lo que un cambio en un hogar podía costar y los papeles que eso conllevaba. Reconocía que agradecía el esmero de Sakura en ello, aunque eso molestara a mucha parte de la servidumbre. Como, por el ejemplo, al mismo mayordomo que estaba de pie en la puerta, sujetando una bandeja con dos misivas en ellas.
—Su esposa ha pedido que usted selle las cartas para que lleguen más pronto.
—Entrégamelas —demandó rebuscando el sello bajo las hojas.
Orochimaru las depositó cuidadosamente sobre el escritorio y observó en silencio mientras él las sellaba. Pudo notar que iban dirigidas hacia su suegra y Hinata Uzumaki. No iba a negar nunca a Sakura la cercanía con ambas mujeres. Es más, estaba por apostar que tarde o temprano su suegra visitaría su hogar. Pues al igual que Madara, las madres tenían cierto interés en asegurarse que sus hijas llevaran adecuadamente un hogar para el que tantos años las habían preparado.
Era irónico pensar que una vez le dijera a Sakura que no iban a tener visitas y en su mente, sin embargo, ya estuvieran pululando estas. La suerte de que las amistades de su esposa fueran mujeres —lo cual era lo más adecuado y aceptable—, es que él no tendría más que hacer un corto saludo de educación y podría retirarse de charlas aburridas y sinsentido.
—¿No va a leerlas, señor?
Sasuke levantó ambas cartas para entregarlas al mismo tiempo que la pregunta escapó de la boca del mayordomo.
—¿Disculpa? —cuestionó.
Orochimaru carraspeó para modular mejor su voz.
—Las cartas —repitió—. ¿No va usted a leerlas?
Entrecerró los ojos, receloso.
—¿Por qué debería de leer algo tan privado y, seguramente aburrido, de cartas entre damas? —inquirió con la voz tensa.
Eso sería casi como pedirle a Sakura que leyera las cartas que enviaban otros hombres invitándole a fiestas a las que no pensaba acudir a menos que proyectaran un futuro ingreso monetario.
—Bueno, el señor Uchiha lo hacía anteriormente con su esposa.
Sasuke notó cómo todos sus músculos se tensaban. Se levantó lentamente, con los nudillos apoyados en la superficie del escritorio y sin apartar la mirada del otro hombre. Tantos años de milicia ayudaba a reconocer cuando otro varón estaba asustado y, joder, Orochimaru le tenía miedo en eso momento.
—¿Mi padre leía las cartas que enviaba mi madre? —Cuando Orochimaru desvió la mirada sin responder, terminó por incorporarse—. Responde. Ya.
Finalmente, el mayordomo asintió.
—Lo hacía. No existía misiva que no leyera.
—¿Qué hacía cuando no le gustaba una? —cuestionó.
Orochimaru miró de soslayo la chimenea.
Estuvo muy tentando a soltar un improperio. Podía imaginarse a su pobre madre esperando respuestas que nunca llegarían. Se frotó el ceño, repentinamente cansado por todo el daño que su padre ejerció en todos los que le rodeaban. O, mejor dicho, en él y su madre. Porque parecían ser perfectas dianas para ello.
—Llévate las cartas y encárgate que salgan esta mañana.
—Sí señor —aceptó Orochimaru extrañado—. Permítame darle un consejo, señor. Puede que el acto de su padre le parezca inhumano, pero las mujeres tienden a fantasear demasiado y permitir que el único acto coherente que saben ejercer se les vaya de las manos y estos pasen en forma de letras a otras personas. Igual no estaría de más…
—Orochimaru —interrumpió dándole la espalda—. Cuando quiera tu consejo; te lo pediré. Ahora, márchate. Y recuerda —añadió—. Sakura Uchiha es la señora de este lugar.
Escuchó que rechinaba los dientes.
—Como mande el señor.
Esperó a que se marchara para soltar un improperio a gusto.
—¡Oh, vaya!
Se volvió para encontrarse a Sakura en la puerta, cubriéndose la boca con una mano y mirándole con los ojos muy abiertos.
—Mis disculpas —dijo apresuradamente.
Lejos de mostrarse enfadada, ella sonreía, como pudo ver cuando retiró la mano.
—Eso permitirá que cuando yo suelte alguna grosería me la permitirás —chantajeo.
Eso era nuevo. ¿Hasta qué punto podía llegar esa mujer?
—¿Querías algo? —cuestionó carraspeando.
—Oh, sí —admitió acercándose con el suave sonido de su vestido—. ¿Te enseñó Orochimaru las cartas?
Emitió un gruñido de afirmación.
—¿Ocurre algo? —cuestionó rodeando el escritorio hasta llegar a su altura—. ¿Te parece mal que escriba?
—No —negó con seguridad—. Sólo he… —Dudó. Ella le miraba con suma atención, como si eso fuera más allá del cotilleo femenino que tan bien conocía en Izumi—, he descubierto otra faceta horrible de mi padre. Puedes escribir las cartas que quieras a quien desees y enviarlas cuando lo consideres necesario.
La boca femenina se estiró aún más en agradecimiento, pero se borró con una mueca de tristeza.
—¿A qué te refieres con faceta horrible?
De nuevo, la duda acudió a su mente. Había muchas cosas que no podías contarle a una dama. Aunque en este caso, la mujer en cuestión era su esposa. Era lógico que empezara a sentir curiosidad por todo eso. Especialmente, después de conocer a Madara Uchiha.
—Mi padre era una persona horrible. Especialmente con mi madre. —Al menos, mantendría otras cosas en secreto por ahora—. He descubierto que invadía su intimidad leyendo las cartas de mi madre, incluso quemando aquellas que no consideraba de… su gusto.
Sakura parpadeó repetidas veces, incrédula.
—¡Eso es…! ¿Por qué haría eso? Es decir —añadió mirándole con los ojos muy abiertos—. ¿Has leído mis cartas?
—No —aseguró—. No tengo intención alguna de hacerlo.
Notó que suspiraba aliviada. Cierta parte suya fue la que tomó el control en ese momento inexplicadamente.
—¿Debí de haberlo hecho?
—¡Oh, no, no! No te lo aconsejo —negó apresurada—. Los secretos que hay en la carta de una dama aburrirían al lector masculino más osado. Te lo aseguro. Las mías son todavía más aburridas. He escrito a mi padre en busca de consejo de decoración, por ejemplo—. Sí, Sasuke estaba de acuerdo de que eso era aburrido y claramente cosa de mujeres—, y a Hinata para felicitarla por su felicidad matrimonial…
Nada más decir esas palabras la realidad volvió a golpearlos y separarlos —pues ninguno de los dos fue consciente hasta ese momento de qué forma sus cuerpos se habían acercado, tranquilizados y confiados por la conversación tan amena que estaba resultando descubrir algo tan horripilante sobre su progenitor—, para recordarles que al contrario que su amigo, ellos no estaban casados por amor.
Sakura carraspeó, acercándose a la ventana mientras apretaba entre sus dedos un pañuelo.
—Gracias a esa misiva, por la que me preguntaste —recordó. Él asintió, aunque no pudiera verle—, he descubierto que el señor Uzumaki le salvó la vida.
Notó que, nuevamente, su cuerpo se tensaba en defensa. No estaba seguro de hasta qué punto Naruto podría haber abierto la boca, —cosa que no era difícil de lograr seguramente, si eras capaz de desnudarte y tenías grandes atributos—, y qué a su vez le habría contado la esposa de este a la suya.
Sakura se volvió para mirarle con una sonrisa satisfactoria.
—Fue recíproco —indicó él encogiéndose de hombros.
—Pues ambos me parecen de admirar. —Él no estaba de acuerdo con eso, pero no tuvo tiempo si quiere de decir nada, porque Sakura continuó hablando—. En realidad, les envidio.
—¿Por ir a la guerra a matar a otras personas? —cuestionó irritado por su desdén.
—Oh, no. Eso nunca lo entenderé. Es algo que, desgraciadamente, escapa a mi comprensión. Sin embargo, hago hincapié al hecho de que ambos fueran capaces de salvarse el uno al otro y regresar con vida a sus hogares. Es más, formar el vuestro propio y seguir adelante con sus vidas.
Retuvo una carcajada irónica que se convirtió en un gruñido.
—Al contrario de mí, mucho me temo que el tiempo que tiene la señora Uzumaki con su marido se va a acortando en cada minuto. Mientras esta guerra dure, él tendrá que volver a filas.
Las cejas de Sakura se fruncieron en tristeza.
—Lo sé y eso me rompe el corazón —reconoció acercándose nuevamente a él—. ¿No hay nada que se pueda hacer por el señor Uzumaki?
Entonces, comprendió, que de nuevo se había dejado vender a las artimañas femeninas. Sakura no sacó la conversación como si alguien hablara del tiempo que hacía. No. Existía una petición detrás.
Esa vez, él caminó hacia la ventana.
—Mucho me temo que no está en mi mano.
Dios, él ni siquiera podría hacer nada. Era gracias a Naruto que él estaba vivo y ahí, de pie, mirando un mundo que parecía desentonar con los recuerdos que vagaban en cada rincón de su mente. Era frustrante saber que no podría hacer nada porque él mismo estaba vetado.
—Es una lástima —murmuró ella acercándose a su altura—. Hacen una pareja estupenda.
Asintió dándole la razón. Aunque para él eran dos idiotas que sólo sabían tropezarse y no abrir la boca cuando debían. Si bien él no podía decir mucho. Jamás pensó huir de una mujer y lo había hecho de la suya.
—¿Me acompañarías al acantilado? —cuestionó repentinamente y mirándole, una vez más, con los ojos muy abiertos—. Cuando estuve allí con el señor Uchiha, Madara, quiero decir, pensé que tenía que ir allí contigo.
Él dudó. No es como que el trabajo se le acumulara. Es más, en esos días debería de estar permitido que se le acumulara. Miró al exterior, hacia el cielo claro y la hierba brillante.
—Iré.
Sakura sonrió y se colgó de su brazo automáticamente.
—¡Estupendo!
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Tal y como recordaba, el lugar era precioso. Aunque no contó con que ese día haría tanto viento. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que en un día tan despejado en el precipicio hiciera tal cantidad de viento.
Tuvo que tirarse de las faldas, avergonzada, porque ya había dado por perdido su tocado hasta que Sasuke se posicionó a su lado con él entre las manos y un gesto de molestia.
—Lo siento —se disculpó—, el otro día no hacía este viento. Pensé que sería genial sentarse aquí y hablar.
—Vivimos al lado. Podemos venir cuando quieras y haya menos… ajetreo.
Ella se echó a reír al notar cómo luchaba por evitar que su cabello se le metiera en los ojos.
—Será mejor ir a otro lado. ¿Alguna proposición?
Él la miró fijamente, como si estudiara algún tipo de condición necesario para llevarla consigo a donde fuera que pensara. Notó cómo su boca se tensaba deseando soltar unas palabras que estaban a punto de escapar a su control. Ella ladeó la cabeza.
—Puede decirlo, si gusta.
—No puedo —soltó a la par que parecía que el aliento que había retenido se liberaba—. Aún no. ¿Qué le parecen las caballerizas? Tenemos ejemplares de caballo que igual le interesa.
—¿Puedo acercarme a los caballos? —cuestionó inquieta.
—¿Por qué no? —preguntó él a su vez sin comprender su preocupación.
Ella se lamió los labios antes de responder, siguiéndole cuando tomó el camino adecuado.
—Mi madre suele decir que las mujeres no debemos de estar muy cerca de esos animales, pues el olor puede pegarse a nosotras y que eso no agrada a los caballeros.
Su marido pareció desear echarse a reír. La tomó del codo para evitar que pisara un charco de estiércol, pegándola contra su cuerpo.
—Mucho me temo que mi suegra no conoce del todo a los caballeros —dijo entre dientes.
Sakura se separó de él para mirarle con la boca abierta, desconcertada.
—¡Por supuesto que no! —exclamó atónita—. Mi madre es leal a mi padre desde que se conocieron y nunca tuvo nada con otro señor antes que él. ¡Eso ha sido descortés!
Sasuke se mostró perplejo, parpadeando diversas veces, como si no esperase esa clase de regaño. Sakura empezaba a pensar que se había sobrepasado con su regaño cuando él esbozó una amable sonrisa.
—Mis disculpas. No fue mi intención suponer eso.
Sakura se quedó sin aliento por un momento. No sólo porque, aunque esperaba una disculpa, no que fuera acompañada de una sonrisa tan afable. Ni mucho menos que esa sonrisa quedara tan bien en su rostro y que sintiera que era capaz de perdonarle cualquier cosa. Hasta podría colgarle un moco en la nariz que podría perdonárselo.
Tuvo que sacudir la cabeza diversas veces para sacarse esos pensamientos de la mente. ¿Cómo podía ser un hombre capaz de lograr ese encanto? ¿Acaso Ino no había dicho una vez que eran los hombres los débiles a esos encantamientos? ¿Qué eran las mujeres las que tenían ese don? ¡Oh, cuánto continuaba sin entender de los hombres!
—Ahora que lo pienso —dijo Sasuke deteniéndose cuando apenas quedaban unos pasos del establo. La miró de arriba abajo, frunciendo el ceño ante las faldas de su vestido—. Se ensuciará.
—Oh, no te preocupes por eso —descartó aferrándose de su brazo—. Sólo no dejes que me caiga. Los bajos son fáciles de limpiar.
Él terminó por convencerse y abrió camino hasta las puertas. Uno de los trabajadores se las abrió enseguida, aunque dudó al verla a ella.
—Generalmente las damas llevan otro tipo de atuendo si… desean montar —explicó—. ¿Quiere que ensillemos un caballo?
—No —negó Sasuke antes que ella—. Hoy no.
—Nunca he montado —confesado una vez se marchó y se acercaron a uno de los hermosos sementales—. Son tan grandes y fuertes que nunca sentí interés en hacerlo. Lo encontraba como querer montar un coche desde el techo.
—Esa es la explicación más extraña que he escuchado nunca —admitió él acariciando el morro del animal—. Pero deberías de intentarlo.
Sakura sonrió, traviesa.
—¿Me estás proponiendo algo? —cuestionó divertida.
Él elevó una ceja.
—Mañana temprano —sopesó—. Si no se te pegan las sábanas.
Avergonzada, exclamó una protesta y le golpeó suavemente el brazo. Él ni siquiera se movió, por supuesto, pero la comisura de sus labios se elevó un poco y fue gratificante. Empezaba a considerar que la cantidad de veces que Sasuke fruncía el ceño era insana.
—Pediré que nos preparen algo de comida para entonces —sopesó—. Podríamos comer fuera.
Él asintió, aceptándolo.
Sakura no podía esperar a que llegara mañana.
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Sasuke empezó a arrepentirse de haber propuesto esa aventura en el momento en que vio cómo se aferraba a la silla sin siquiera haber pisado los estribos. Tomó aire y miró su propio caballo, más grande y más fuerte que el que habían preparado para ella. Incluso se hizo a la idea de que tendría que adecuar el paso de su animal al otro por ella, pero jamás que estuviera costándole tanto aceptar simplemente subir.
—Es imposible —dijo ella separándose y mirándole con los ojos brillantes—. Puedes ir tú solo de paseo si quieres. ¡Te esperaré!
Le dio la espalda para huir y él la retuvo de la cintura. Un acto reflejo que ni siquiera pensó hasta que tuvo la mano ahí y ella cedió a su fuerza para acercarse contra él, pegando su pequeño cuerpo contra el suyo.
Dios, iba a matarlo. ¿Qué había dicho él de pensar en aguantar sin sexo durante todo su matrimonio? Ah, sí. Qué irrisorio.
Con un gruñido, la tomó de la cintura por completo y la levantó en el aire. Ella soltó un gritito inesperado a la par que se aferraba de sus hombros y miraba a su alrededor, avergonzada.
—¡Pueden ver que…!
—Aférrate a la silla —ordenó estando en su propio caballo—. Así, sí —aceptó cuando ella lo hizo—. Ahora, empuje su… eh…
—¿Trasero? —cuestionó esa vez ella con cierta picardía.
Otro gruñido que no esperaba soltar.
—Eso —admitió—, empújelo hacia atrás.
¿Cómo podía ser tan descarada?
Cuando la miró a la cara comprendió por qué. Estaba pálida y temblaba. Miraba a su alrededor como si esperase que en cualquier momento el suelo se acercara de sobre manera hacia ella.
—No se caerá —prometió subiendo tras ella con agilidad.
La encajó bien contra sus caderas, aferrándola con firmeza entre sus brazos para tomar las riendas. El caballo enseguida obedeció su gesto.
Se detuvo para aceptar la cesta de picnic que le entregó Orochimaru y colgó cuidadosamente de uno de los anclajes y tomó el camino que llevaba al bosque de los terrenos. Sólo tenían que atravesarlo para llegar a uno de los molinos.
—Sigo sin poder creerme que todo esto sea tuyo —murmuró meciéndose al compás de los pasos tranquilos del animal. Sasuke notaba su pecho recibir los pequeños toques de su hombro—. Es maravilloso.
Él siguió su mirada, demasiado acostumbrado a ese lugar. Conocía los mejores lugares para esconderse. Los inadecuados. Dónde conseguir caza o fruta silvestre. Incluso donde esquivar las serpientes. También el campo de tiro que él y su hermano solían utilizar a escondidas de su padre.
—Sólo son tierras. Mi hermano tiene más, pero prefiere la ciudad. Igualmente, esa parte de ahí —señaló el otro lado del lago—, pertenece a Obito Uchiha. No suele estar por esta zona, ya que fue herido de guerra y prefiere los lugares secos del exterior.
—Espera. ¿Eso significa que hay más terreno que posees?
—Sí. Fuera de este lugar. Puedes ir de visita o vacaciones cuando quieras.
—Dirás iremos —corrigió.
Él apretó los labios, pensativo.
—¿Iremos? —repitió ella ladeando la cabeza. La miró con estudiado gesto. Sus cabellos estaban pulcramente recogidos, pero siempre tenía un mechón rebelde que él había aprendido a admirar por la fragante lucha contra los dedos femeninos cuando intentaba controlarlo. De alguna forma, le recordaba a ella—. ¿No quieres ir conmigo? Entiendo que tengas asuntos masculinos, no voy a inmiscuirme en ello, pero… me gustaría poder viajar como nunca me permitieron hacer.
Recordó que eso formaba parte de los sueños que debido a su matrimonio se truncaron. Sueños que, aunque no se hubiera casado con él, su sabia madre no le habría permitido hacer a menos que fuera ya una solterona de la que no preocuparse. Y entonces, aún así, su madre se habría asegurado de tenerla siempre cerca. Pues las mujeres solteronas muchas veces terminaban como cuidadoras de sus progenitoras.
—Iremos —accedió.
Al instante, su boca se abrió en una risa incontrolable. Levantó los brazos de improviso, asustando al caballo y a él, quien enseguida intentó aferrarla para evitar que resbalara y, ella, a su vez, se aferró a él.
La postura no era para nada cómoda ni adecuada para esa condenada idea de celibato que se había impuesto hasta que ella estuviera preparada. Cosa que podría ser nunca. Pero Sakura estaba demasiado asustada y continuaba aferrándose a él, temblorosa.
—No te caigas —dijo como un estúpido. Como si no fuera obvio que eso era la mejor opción.
Sakura negó con la cabeza y continuó aferrada a él mientras el caballo continuaba avanzando. Los bamboleos no ayudaban para nada a que se concentrara más en lo que hacía y tuvo que hacer uso de su mejor concentración para no pensar en la forma en que su vestido se tensaba resaltando aún más la forma de sus senos contra su torso. O cómo su aroma le cosquilleaba la nariz. Su respiración contra su cuello…
Iba a matarlo. Definitivamente, iba a hacerlo.
Cuando empezaba a sopesar si todo el entrenamiento militar serviría para soportarlo, vislumbró el molino. Con cierto alivió, le tocó la espalda con la punta de los dedos.
—Mira.
Ella obedeció separándose de él. Al principio, sus ojos parecían deslumbrados, pero después se abrieron de la misma forma que la vio hacer desde que llegaron. Le miró con una sonrisa emocionada.
—¡Es precioso! ¡Oh, juro que no me cansaré de decirlo!
Él cabeceó afirmativamente. No compartía el mismo entusiasmo que ella, pero comprendía la impresión de una primera vez.
—¿Bajamos? —cuestionó ella emocionada.
Asintiendo, soltó las riendas con cuidado y bajó. Ella esperó, impaciente, lamiéndose los labios y mirando alrededor mientras parecía calcular la distancia entre su altura y el suelo una vez más, esa vez, demasiado emocionada como para pensar en el miedo.
Igualmente, esperó a que él terminara de atar el caballo —sorprendentemente paciente—, y volviera a ofrecerle las manos. Esa vez, fueron bajo sus axilas y la bajó lentamente. Con la mirada fija en sus ojos verdes.
En sus labios…
Y…
—¡Es enorme!
Miró al cielo para rogar por paciencia. Porque Sakura, de mirarle, había dado con el molino tras su espalda y estaba emocionada con la idea de verlo más de cerca.
Se lo concedió con deseos de calmar un poco el calor de su cuerpo, las malas intenciones que su impaciencia esperaba a dominar y bajar la comida antes de que terminara cayendo al suelo irremediablemente.
Buscó un lugar más apartado, junto a los bancos y tendió la manta para poner después le cesta sobre ella. Cuando se percató, Sakura se había quitado las botas y metía los pies dentro del rio.
Soltó una palabrota para acercarse a su altura.
—¡Está helada en esta época!
Ella castañeó los dientes y le miró culpablemente.
—Muy. Muy helada —corrigió.
—Oh, por dios —farfulló alargando las manos para ayudarla a salir—. ¿Qué idea tenías en mente ahora? ¿No fue suficiente el error con la hierba?
Sakura se volvió bruscamente hacia él, aunque su labio temblaba por frío y caminaba como si le doliera horrores el hacerlo.
—Perdona por no conocer el mundo como debería de hacerlo. ¡Te recuerdo que soy una dama!
—Una dama descabelladamente irracional —aseveró levantándola de nuevo, en brazos.
—¡Cómo se…! —exclamó callándose al mirarle. Las mejillas ruborizadas y la boca media abierta.
—¿Me atrevo? —terminó por ella con malicia—. Da el caso que soy tu marido —le recordó—, así que puedo tener ciertos privilegios como darte un buen sermón cuando sea necesario.
Ella bajó la mirada hacia su estómago y él la depositó sobre la manta, rebuscando entre las faldas húmedas sus pies, encontrándolos tan helados como suponía.
—Me refería… a cogerme de esa forma —farfulló con las orejas coloradas—. Yo… sólo mi padre me ha cogido de esa forma en la vida y he actuado como si todavía fuera…
—Libre —recalcó él sin dejar de frotar sus pies.
—Lo siento —se disculpó sinceramente.
Sasuke ladeó la cabeza, restándole importancia.
—Sólo recuerda que si alguien que no soy yo hace esto —explicó mirándola directamente a los ojos—, golpéale la nariz o métele los dedos en los ojos.
Ella puso una cara muy graciosa. Desconcierto, sorpresa, gratitud, perplejidad. Fue pasando por diversas fases hasta que terminó estallando en carcajadas.
—¿Estás enseñándome violencia? ¡A una mujer!
—Mi mujer —corrigió frotando sus manos contra sus tobillos, subiendo algo más.
Ella apretó los labios, mirándole fijamente.
—No dejaría que otro hombre me tocara —aseguró.
Él se detuvo al instante y levantó la mirada que había bajado hasta sus pies hacia sus ojos.
—Puede que nuestra relación sea realmente anormal para otros matrimonios, que fuera algo pactado, pero no voy a ser irrespetuosa con usted ni conmigo misma. Sé perfectamente qué pasaría si yo aceptara los favores de otro caballero estando casada con usted. Y sí, sé que yo saldría más perjudicada, pero… —Se mordió el labio inferior, sacudiendo la cabeza—, no lo haría. Nunca provocaría algo que pudiera hacer que usted fuera visto en desgracia. Quiero decir, tú —se corrigió.
¿Qué diablos podía decir después de ese discurso? De ese juramento, más bien. Cuando entrabas en el ejercito te hacían jurar muchas cosas. Algunas, no eras capaz de sentirlas del todo y las jurabas sólo por comodidad o necesidad. Los padres solían hacer juramentos verbales a cuenta de sus hijos que luego no terminaban de cumplir. Su padre mismo hizo juramentos crueles. Algunos llegó a cumplirlos. Otros, para su suerte, no.
Sin embargo, Sakura lo decía con tal convención que sentía que, de alguna forma, llegaba a su corazón. Aunque fuera por algo educado y reciproco.
—Igualmente —continuó ella llenando ese silencio—, le aseguro que un buen pisotón con un tacón adecuado o un golpe sin querer de un abanico, resultan peligrosos.
—¿Los has tenido que usar?
—Debí de usarlos con Arenas —recordó afligida por no haberlo hecho—. Aunque he sido más espectadora de esas situaciones que actriz, me temo. ¿Están mis pies ya a salvo?
Se percató entonces de que sus manos continuaban ahí, sobre ellos, pero no se movían. Estaban heladas, pero ella empezaba a desprender calor y parecía poder moverlos sin apenas dolor.
—Sí, ya están mejor —aceptó retirando las manos y apretando los dedos contra el pantalón—. ¿Puedes moverlos bien? ¿No te duele?
—Va bien —aceptó ella moviéndolos bruscamente.
Él volvió a sujetárselos.
—Quieta o te harás daño.
Cuando la miró frunciendo el ceño, notó que sonreía maliciosa.
—Parece que te gustan mis pies.
Sasuke Uchiha deseo ahogarse en el rio. Hundirse tan hondo que no encontraran su cadáver en la vida.
—No juegues con fuego, Sakura —advirtió—. Hoy mi paciencia tiene un límite.
Se retiró para ir en busca de sus zapatos y traerlos junto a ella. Necesitaba tomar aire y pensar en otras cosas que no fuera en lo suave que eran sus piernas, sus pies e incluso sus pechos apretándose contra su torso.
Por supuesto, se había olvidado de esa parte curiosa de su esposa. Estaba sentada sobre sus piernas, usando su trasero para calentarse y le miró con ojos grandes y curiosos.
—¿Por qué has dicho que estoy jugando con fuego? —cuestionó sin tapujos—. No he tocado nada en llamas. Sólo me he bañado, cosa que, reconozco, ha sido un maldito error.
—¿Maldito?
—Me tienes que conceder uno —protestó avergonzada.
Él se encogió de hombros y se sentó a su lado, buscando la cesta. Pero sintió la mano fría de Sakura contra su barbilla. Tragó duro.
—¿A qué te refieres? ¿Es una forma de hablar? Si es así, qué podría estar haciendo que provocara que lo dijeras.
—No quieres saberlo.
—Sí que quiero. ¡Oh, por favor! Quiero saber muchas cosas y nadie parece estar dispuesto a responderme. Y cuando pregunto, todos dicen lo mismo: tu marido es quien debe de responder. ¡Y no respondes nada! Siempre que pregunto acerca de algo tú te…
Al cuerno. Al cuerno el celibato. Al cuerno el respeto. Al cuerno el dormir a su lado.
Al cuerno su condenada promesa.
No podía olvidar, al fin y al cabo, que Sasuke Uchiha, aún con su porte militar, su escasa cercanía a otras personas, continuaba vivo y sentía como un condenado hombre.
Y besarla, desde luego, no estaba siendo fácil. Controlarse, como hombre, no era tan fácil como lanzar una piedra al agua.
.
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Sakura no estaba preparada.
Ni muchos menos lo habría esperado. De alguna forma sentía que ahora se habían activado las alertas, demasiado tarde, debía de admitir, alertándola de que tensar las cuerdas frente a un hombre era peligroso. Incluso si este era tu marido. Y especialmente, cuando no tienes ni idea de cómo va a actuar. Lo que ella consideraba unas bromas sin importancias él acababa de convertirlas en un golpe imprevisto de madurez en que, por primera vez en su vida, permitía a un hombre presionar su boca contra la suya.
No podía comparar de ninguna forma. Era horroroso si lo pensaba de cierta forma. Pero Sasuke estaba cálido y húmedo. Suave y firme. Delicado, aunque imperativo. Era como si realmente estuviera controlándose, con intenciones de no asustarla, pero remarcando hasta qué punto lo había llevado.
Fue como estar un momento atrás entre sus brazos mientras la cargaba y encontrar eso ajeno e inadecuado, pero que, al sopesarlo después, era adecuado y aceptable. En ese momento, ese beso estaba sintiéndose extraño, incómodo, como si simplemente Sasuke estuviera besando una condenada pared.
Cuando se separaron, estaba tan inerte como se imaginaba y él la miraba como si esperase que estallara. ¿Debía de tirarle el zapato a la cabeza? ¿Gritar? ¿Echarse a reír?
No estaba segura de nada eso, porque no quería hacerlo.
—No voy a disculparme —dijo repentinamente él—. Te dije que no jugaras con fuego.
Pestañeó, confusa.
—¿Eso es todo? —cuestionó sin tiempo a morderse la lengua.
Él pareció perplejo.
—¿Cómo dices?
—Si eso es todo —repitió tocándose los labios—. Es decir, siempre lo venden como algo maravilloso y de brillos en el cielo o asqueroso e incómodo…
—Creo que la fantasía de las damas vuelve a jugarte una mala pasada.
Ella parpadeó, insegura.
—Simplemente es que no sé besar. No sé nada de nada, repito —recalcó frustrada—. ¿Podrías volver a besarme o decirme cómo tengo que hacerlo?
Sasuke soltó aire por la nariz bruscamente. Notó que agachaba la cabeza y se pasaba una mano por el rostro.
Aún así, no la besó. Se dedicó a sacar la comida de la cesta y masticar todo cuanto pudiera para evitar cualquier posibilidad de una conversación. Sakura se sentía inquieta, impaciente incluso.
No podía mostrarle un mundo nuevo y sacarla de él como si nada.
—Me ha gustado. De cierta forma.
—Sakura —advirtió él antes de subirla al caballo.
Ella frunció los labios.
—Me gusta hablar de ello.
Él sacudió la cabeza. Parecía haber entrado en un bucle de negación que la apartaba. Y le parecía injusto. Especialmente, al ser él quien lo ejerció. No podían abrirle una puerta con cosas maravillosas tras ella y cerrársela en la cara.
Sin embargo, pese a que su marido parecía un hombre paciente, cuando llegó la noche y estaba de pie frente a él, con el camisón y le miró suplicante, volvió a suspirar, resignado.
—¿Realmente quieres esto?
Ella asintió, convencida.
—Dime qué tengo que hacer. ¿O he de quedarme quieta sin más?
Al fin y al cabo. ¿Su madre no le dijo que esa era una opción?
—Haz lo mismo que yo. Lo que sientas ganas de hacer —añadió.
Cabeceó afirmativamente.
Él avanzó un paso más hacia ella. Con cautela, se movió lentamente como si esperase que echara a correr. Sakura plantó bien los pies en el suelo, dispuesta a quedarse. Con el aliento entrecortado, notó que una mano vacilante llegaba hasta su cintura. Era extraño permitir a otra persona acercarse tanto a ciertas zonas de su cuerpo. Resultó que no era algo incómodo cuando Sasuke lo hacía. No sentía ese miedo y esa inquietud que esperaba tener, que su madre presagio.
De alguna forma, estaba dispuesta a averiguar más de esas cosas vetadas.
Entre abrió los labios, expectante y lo escuchó gruñir, como eso hubiera sido una invitación inesperada. La mirada oscura brillaba de una forma diferente, más profunda, más anhelante. No la asustaba.
Cuando Sasuke se agachó más hacia ella le llegó su aroma por completo, la inmensidad de su tamaño cubriendo la luz a su espalda. Levantó sus pies apoyándose en la punta de los dedos y eso, pareció sorprenderle ante el echo de acortar la distancia. Al parecer, a los hombres les sorprendía que una mujer fuera la que rompiera la separación, sin embargo, la mano en su cintura se movió hacia su espalda y acomodó perfectamente el hueco de su espalda para arquearla lo suficiente hasta que sus bocas volvieron a encontrarse.
Esa vez, la suavidad fue aplacada por una firmeza más poderosa, más invasiva que, lejos de asustarla, le provocó un cosquilleo de necesidad que movió sus labios a la par. Jugó con estos contra los contrarios, sorprendiéndose de que en poco tiempo, los labios parecieron encajar a la perfección para encontrar el propio ritmo de un beso dulce y embriagador.
Levantó las manos para aferrarse de los brazos masculinos y ahogó un suspiro contra los de él. Un instante después, algo diferente pasó. De sentir sólo sus labios pasó el lugar a su lengua. Como una tímida sensación de prueba contra sus labios, contra ese hueco que su suspiró dejó abierto. Y, extrañamente, deseó compartir ese extraño juego. ¿Sería lo correcto que una dama hiciera tal cosa?
Pero cuando lo hizo escuchó un gruñido masculino de aprobación y la satisfacción extraña de su propio su cuerpo, comprendió que fue la mejor decisión.
De alguna forma, ya no sólo un brazo la sostenía. Sasuke la abrazaba contra él, soportando el peso de su cuerpo con suma facilidad mientras ella parecía sólo una muñeca débil y delicada entre sus brazos, entregándose a un beso que la dejaba sin aliento y mareaba su cabeza.
Cuando se separaron, no pudo evitar mirarle con ojos embelesados.
—Por favor, dime que hay mucho más —rogó.
—Hay más —accedió él.
La besó nuevamente, a la par que la dejaba en el suelo. Se percató que tras ella estaba la cama cuando notó los pies chocar contra sus muslos. Se tensó de forma automática, como si su cuerpo pronosticara algo más, quizás demasiado intenso.
Sasuke la ayudó a subirse lo más hondo posible de la cama, siguiéndola con el crujir del colchón bajo su peso. Sus labios depositaban suaves y escasos besos. Incluso notó sus dientes contra estos, logrando captar un gemido inesperado que brotó de su garganta. Algo que jamás había hecho y que sorprendentemente, parecía agradar a su marido.
Con amabilidad, la fue tumbando en la cama, sin dejar de atacar sus labios y acariciar sus brazos. Cuando notó que reposaba a su lado, ella levantó los brazos para rodearle el cuello, pegando su cuerpo contra él, maravillada por la sensación de su boca contra la suya.
—¿Este es el misterio que ocurre tras las puertas de un matrimonio? —cuestionó notando que su rostro ardía. Que partes de su cuerpo lo hacían.
La mirada oscura parecía más oscurecida y su boca estaba roja por los besos. Incluso la respiración agitada del hombre a su lado le parecía inmensamente interesante.
—No —dijo él acariciándole los cabellos—. Hay más. Mucho más. Pero ahora pareces estar a punto de desmayarte, así que pararé. Por ti y por mí —añadió esto último con un gesto de dolor que no comprendió.
Volvió a pegar su cuerpo contra él y lo escuchó sisear, retirándose de ella.
—A dormir, Sakura —ordenó suavemente pero firme.
Ella gimoteó un poco, frustrada y mareada. Concedió que la metiera en la cama y la tapara.
Esa noche, tras darle otro beso más, volvió a darle la espalda.
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Mi querida Sakura:
Estoy feliz de que hayas podido sacar algo de tu tiempo para mí y tus letras. Espero de corazón que las cosas vayan mejorando cada día con tu esposo.
Déjame decirte que el señor Uzumaki no está sorprendido por, perdóname por ello, mis comentarios a cuenta de cómo se comporta el señor Uchiha contigo. Diré ciertas palabras que dijo, pero discúlpame que hay otras que no voy a decir porque son realmente impropias de una dama: "Sasuke necesita que alguien lo ame de corazón porque está herido más profundamente que las heridas que se ven a simple vista". Como he dicho, dijo algunas otras más que prefiero guardar para siempre en un cajón y tirarlas al mar.
No sé cómo habrán avanzando las cosas cuando llegue mi misiva, pero he de admitir que me cuesta mucho poner en letras lo que me pides. Imagínate en persona. No obstante, debo de reconocer que tengo un marido estupendo y no me niega en absoluto que vaya a visitarte. Es más, él estará encantado de ver al señor Uchiha. Aunque sospecha que este no tanto a él. No entiendo bien cómo funciona la amistad entre los caballeros, pero siempre los hemos visto tan amigables que parece que disfrutan con juegos de este tipo del odio y amistad.
Me gustaría mucho iniciar mi visita sobre primavera. No queda mucho tiempo para que llegue, pero el señor Uzumaki lo encuentra adecuado para terminar nuestra luna de miel. Aunque asegura que si hay algo que lo impida, lo tendré que cumplir a rajatabla. Y déjame decirte que no comprendo del todo a qué se refiere, pero asegura que estaré de acuerdo con él cuando ocurra.
Yo solo deseo estar más tiempo con él, así que no será ninguna molestia, aunque sí que también sería factible, si este supuesto problema llegara a suceder, que ustedes vengan a nuestro hogar. Estáis gratamente invitados.
Un saludo, muy tuya.
Hinata Uzumaki.
PD: Ten paciencia con el señor Uchiha. Confío en el sexto sentido de mi esposo. Aunque no sea capaz de diferenciar las castañas de las almendras…
Continuará…
¡Y hasta aquí llegamos este capítulo!
Como os dije arriba me lo he pasado muy bien escribiéndolo. Amo que Sakura sea capaz de poner entre las cuerdas a Sasuke y que él esté un poco al límite. Por cierto, imagino que a mis lectoras más cochinas como yo no les habrá sido difícil, pero igual aclaro que cuando Sasuke se retira tras los besos es porque el Sasuquito está feliz xD.
Me encanta la idea de cartas entre Sakura y Hinata. Quizás estoy haciendo que se carteen muy rápido, la verdad. ¡Pero me gustó tanto la dinámica! Por cierto, el problema al que se refiere Hinata en sus letras, es un embarazo. Digamos que Naruto es demasiado vergonzoso para ciertos temas y no sabe cómo decírselo a su señora, especialmente porque igual se le desmaya jajaja.
Especiales agradecimientos a Sally, Bruxi y claitline por darle oportunidad al fic :3
¡Nos leemos en la chica secreta!
