Nota de la traductora:
He decido meterme de nuevo en una traducción larga, y aunque de primeras me había decidido por Beginning and End, precuela de la increíble Wait and Hope, pensé que bien podría traducir el resto de este mundo. Pero soy una persona perfeccionista y no me quedaba tranquila traduciendo solo cuatro de las cinco partes, y ya que esta primera no es demasiado larga, me he decantado por traducirla también, para así tener todo este mundo cohesionado bajo los mismos términos. Por supuesto, sin desmerecer la traducción ya existente, que es las que me introdujo en esta maravilla, espero que no suponga un problema para nadie, en ningún momento es mi intención. Por cierto, la dejo por aquí porque para gustos colores, y habiendo dónde elegir mejor leer la traducción que más guste: tenéis que buscarla como Wait and Hope por nayshv en AO3.
Los personajes y todo lo reconocible es de la autoría de JK Rowling y la historia es de mightbewriting.
Traducción oficial autorizada.
Portada de CaityBellFics
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Parte UNO de CINCO de la serie World of Wait and Hope.
1. Wait and Hope
2. Beginning and End
3. Sight and Seeing
4. Picked and Planted
5. The Couch Collection
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Hermione Granger-Malfoy
" Toda la sabiduría humana se hallará en estas dos palabras: ¡Confiar y esperar! "
Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo
—
Enero
Luces brillantes y verde lima.
Hermione lidiaba con aquellas fugaces observaciones mientras luchaba por recobrar el conocimiento. Su cabeza alternaba entre punzadas que le destrozaban la mente y punzadas de dolor tan intenso que veía luces detrás de los párpados.
Apenas podía considerar sus circunstancias con semejante dolor que le derretía el cerebro y le punzaba la materia gris. Un destello verde lima y algo vomitivo se deslizó por su garganta. Un dulce alivio; el dolor remitió.
Una voz suave.
—Jenkins, baja las luces de nuevo, estamos cerca.
Las brillantes luces apenas se atenuaron.
—Hermione, si puede oírme, está saliendo de un coma inducido mágicamente. Ha sufrido un accidente, pero está muy segura y en un ambiente controlado, intente mantener la calma mientras sale de él.
Hermione decidió que le gustaba el sonido de la voz suave: terciopelo contra sus tímpanos. Pero lo que la voz decía le gustaba mucho menos.
¿Coma inducido mágicamente? ¿Accidente? ¿Eso significaba que estaba en San Mungo? Por supuesto: túnicas verde lima. La paleta de colores tenía sentido.
Intentó abrir los ojos por la fuerza, pero le temblaban bajo las luces asesinas. Los cerró con fuerza, respiró hondo y volvió a abrirlos. La recibió un mundo de color, luz y desenfoque.
Una figura se encontraba cerca. No pudo distinguir ningún detalle, salvo que tenía forma de persona y vestía una túnica verde lima. Casi seguro en San Mungo, entonces.
—Soy la sanadora Lucas, —dijo la figura que estaba sobre ella. A Hermione le llamó la atención lo extraño que era no ver los labios de alguien cuando hablaba. Parpadeó rápidamente, intentando borrar el filtro turbio de sus ojos—. Estoy aquí con mi aprendiz, el sanador Jenkins. Somos los sanadores asignados a su caso.
Hermione intentó tragar. La garganta se le atascó a mitad del movimiento, y el único alivio para la dolorosa sequedad fue la poción que le habían administrado.
Al captar el movimiento, la sanadora Lucas le ofreció agua.
Hermione nunca había probado algo tan refrescante en su vida.
—Hermione, necesitamos realizar algunos diagnósticos iniciales ahora que está consciente, —presionó suavemente la sanadora Lucas—. Si en algún momento necesita un descanso o se siente demasiado indispuesta para continuar, hágamelo saber.
Hermione aún no confiaba en su propia voz, así que asintió. La sanadora Lucas sacó un pergamino de la nada.
—¿Sabe su nombre completo?
Oh, Dioses. ¿Qué tan malo era que necesitaran preguntarle su propio nombre?
—Hermione. —Dio un pequeño suspiro y volvió a intentarlo—. Hermione Jean Granger.
La sanadora Lucas tomó nota.
—¿Y en qué año estamos?
Hermione sintió una oleada desconocida de pánico caliente revoloteando en su interior. Normalmente controlaba sus nervios; no se ponía nerviosa fácilmente. Era una auténtica Gryffindor hasta la médula. Pero sintió que algo terrible la acechaba.
—Estamos en 2001.
La sanadora Lucas tomó nota de nuevo.
—¿Y quién es el Ministro de Magia?
—Kingsley Shacklebolt.
Otra nota. Hermione no pudo soportarlo más.
—¿Qué me ha pasado? —preguntó con la voz entrecortada—. ¿Cómo fue de grave? ¿Por qué tiene que hacer preguntas tan básicas? —El revoloteo de la ansiedad le subió del estómago al pecho. Se le hizo un nudo en la garganta. Se le revolvieron las tripas.
Con mucha paciencia, la sanadora Lucas dejó a un lado su pergamino.
—Estas preguntas de diagnóstico son esenciales para establecer una línea de base.
—¿Una línea de base para qué? —preguntó Hermione, con la voz entrecortada. El corazón le martilleaba detrás de las costillas—. Un estudiante de primer año podría responder correctamente a esas preguntas. Vayamos a la información relevante y dígame qué está pasando.
Probablemente su petición sonó petulante, pero Hermione sintió que el pánico iba a abrirle el pecho.
La sanadora Lucas respiró hondo. Inhaló por la nariz. Exhaló por la boca.
—Tiene que respirar, —dijo. Hermione lo intentó, de verdad—. Y mientras que un estudiante de primer año puede ser capaz de responder correctamente a esas preguntas, usted no.
Hermione exhaló con fuerza.
—¿Qué?
—No las ha contestado correctamente.
La ansiedad se desvaneció, dejando en su lugar algo frío y vacío. Terror.
—¿Cuál?
—Dos de las tres, querida. Pero estamos preparados para esto...
—¿Qué quiere decir con dos de las tres? ¿Qué dos? —Hermione ni siquiera reconocía su propia voz, tan fría, tan grave, tan distinta de su propia cadencia—. Sé cómo me llamo, —insistió.
—Volvamos sobre ello, —dijo la sanadora Lucas—. Ha sufrido una lesión cerebral muy traumática, y la pérdida de memoria es un posible efecto secundario para el que nos hemos estado preparando.
—¿Pérdida de memoria? —Las palabras parecían plomizas en la lengua de Hermione.
—Esperamos que solo sea temporal. La mente mágica es algo poderoso y adaptable, pero también puede ser impredecible. Jenkins ya está trabajando en su plan de tratamiento. —Jenkins la saludó tentativamente desde su posición cerca de la puerta.
—Empecemos por lo que ha contestado bien. Kingsley Shacklebolt es, en efecto, el Ministro de Magia, —comenzó la sanadora Lucas, con voz siempre suave—. Sin embargo, no estamos en el año 2001. Estamos en 2007.
El estómago de Hermione dio un vuelco, el frío vacío del terror chocando con una renovada oleada de ansiedad caliente, dos caras de la misma terrible moneda manchada de miedo. ¿Seis años? Seis años. Eso era... eso era completamente imposible. La cabeza de Hermione palpitó mientras entraba en acción, intentando recordar todo lo que había leído sobre el cerebro: psicología, comas mágicos, traumatismos craneales. Todo.
—Y aunque tiene parte de razón en que se llama Hermione Jean Granger, el año pasado le puso un guion...
Un rugido al otro lado de la puerta interrumpió la placidez de la sanadora Lucas poniendo el mundo de Hermione patas arriba.
—¿Dónde coño está mi mujer?
Voces apagadas. Un golpe seco contra la puerta. Hermione y Jenkins saltaron al mismo tiempo.
—Suéltame Potter, no voy a esperar...
¿Harry? El miedo de Hermione se encogió ante la promesa de tener a Harry aquí con ella. Todo iría bien.
—Treinta y siete horas Potter...
Más voces apagadas. Algunos gritos desde más lejos. Otro golpe contra la puerta.
—¡Es mi mujer!
La puerta se abrió de golpe; Jenkins saltó de su asiento.
Harry Potter estaba en la puerta, sangrando por la nariz. Sus brazos rodeaban a Draco Malfoy, que se resistía, con la camisa blanca manchada de sangre y la varita desenfundada, pues era evidente que había estado a punto de hacer saltar la puerta por los aires.
Más túnicas verde lima se abalanzaron hacia la puerta, forcejeando con el rubio que claramente había perdido la cabeza.
—¡Es mi puñetera mujer! —gruñó Malfoy mientras los otros sanadores tiraban de él, todavía gritando por el pasillo hasta que un destello de luz roja trajo el silencio. Aturdido .
Harry la miró tímidamente, con la sangre corriéndole por la cara. No se molestó en limpiársela.
—Uh. Hola, Hermione. —Miró a los sanadores en la habitación, como buscando dirección o permiso para hablar con ella.
—Harry, —empezó Hermione, con la voz muy controlada, pero podía sentir la cuchilla del pánico cortándole las cuerdas vocales—. ¿Por qué Draco Malfoy acaba de gritar como un loco sobre su, —y la palabra casi la estranguló al pronunciarla—, mujer?
Los ojos verdes de Harry se abrieron de par en par.
La sanadora Lucas se pellizcó el puente de la nariz, claramente disgustada por la reciente serie de acontecimientos.
—Se refería a usted, querida, —dijo ella—. Esa era la otra pregunta en la que se equivocó. Se llama Hermione Jean Granger-Malfoy.
Tuvieron que volver a sedar a Hermione.
—
La siguiente vez que Hermione se despertó, suplicó a sus sanadores una explicación mejor, con el cerebro ardiendo en preguntas. No tenían respuestas reales que ofrecer. Se sentaron con ella, irritantemente tranquilos, explicándole su diagnóstico, su plan de cuidados, sus límites y lo que podía esperar en los próximos meses. Atemperaron su esperanza con posibles, posibilidades y potenciales. No hablaron de absolutos y ofrecieron muy poca confianza, dejando a Hermione con la sensación de que cuando recuperara la memoria, si es que la recuperaba, sería tras un camino largo y difícil de recorrer.
—El cerebro y su magia son muy frágiles, —había dicho la sanadora Lucas, en un nuevo intento de ofrecer una explicación satisfactoria.
—Soy muy consciente de eso sanadora Lucas. Como le he dicho, tengo amplia experiencia con el Obliviate y su reversión, no veo cómo esto es...
—Sra. Granger-Malfoy...
—No me llame así, —espetó Hermione con un brusco rechazo.
—Hermione, —corrigió la sanadora Lucas, empleando un tono de lo más tranquilo y controlado—. Como le he dicho, su lesión fue el resultado del contacto con un artefacto oscuro desconocido de su trabajo en el Ministerio, lo que hace que su plan de tratamiento no tenga precedentes. El tiempo y la paciencia son nuestros mejores aliados.
Hermione resopló, con la frustración a flor de piel.
—Si pudiera echar un vistazo más de cerca a mis escáneres, tal vez sacar algunos libros para...
La sanadora Lucas levantó una mano para detenerla; habían tenido esta conversación al menos dos veces en las últimas dos horas.
—Hermione, usted es la paciente, no la cuidadora. Aprecio su intelecto y tenacidad, de veras, pero debo pedirle que se someta a las opiniones profesionales de quienes intentamos ayudarla.
Hermione apretó los labios, sofocando su refutación. Reconocía una pelea perdida cuando la veía.
—Descanse por ahora, —dijo la sanadora Lucas, poniéndose de pie—. Veremos si resurge algún recuerdo y empezaremos a planear su alta.
A regañadientes, Hermione se durmió, atrapada en la cresta descendente de su ola de adrenalina, estrellando su cerebro hasta casi paralizarlo.
Cuando volvió en sí, Ginny estaba sentada junto a su cama.
—Hola, —susurró Ginny—. ¿Cómo estás?
Grogui. Cansada. Muy, muy confusa. La cara de Hermione debía de decir lo suficiente. Ginny acercó su asiento al borde de la cama y la silla rozó el suelo laminado. Con cuidado, y lo bastante despacio como para que Hermione pudiera apartarse si quisiera, Ginny alargó la mano y tomó la de Hermione entre las suyas.
—Hablé con tu sanadora hace un rato, te van a dar el alta esta tarde, —dijo Ginny, con voz tranquila—. Aparte del tiempo que te falta, dice que estás muy bien físicamente. Tengo todo un paquete de información para ti en mi bolso. —Sacó una carpeta con información, presumiblemente su plan de tratamiento, junto con un par de semanas de Profetas para que Hermione los leyera.
Hermione cerró los ojos, ordenando toda la nueva información que había recibido durante las últimas veinticuatro horas en las que había estado casi consciente. Volvió a abrir los ojos y examinó a su amiga.
Ginny no tenía un aspecto muy distinto del que Hermione recordaba, pero se comportaba de forma diferente. Había un sutil toque más de mando en el conjunto de sus hombros, en la línea de su postura, y algo rígido y cansado alrededor de sus bordes. Su rostro era casi idéntico al de la última vez que Hermione lo había visto en 2001, aparte de las ojeras.
—Ginny, pareces... —empezó Hermione, sin saber muy bien cómo seguir.
—Exhausta. Parezco exhausta, —dijo Ginny con una risa forzada—. Tengo dos hijos con menos de tres años y una mejor amiga en el hospital. Creo que no he dormido en años. —Apretó la mano de Hermione—. He estado muy preocupada por ti.
Hermione se quedó mirándola, con el mundo dándole vueltas por un momento, aferrándose a las palabras de Ginny.
—¿Hijos? —preguntó.
Ginny abrió mucho los ojos y apretó con fuerza la mano de Hermione.
—Oh, vale, lo siento. No te preocupes por eso por ahora, se supone que debemos reintroducir la información lentamente. Intenta no abrumarte. —Ginny le ofreció una sonrisa, amable pero cautelosa.
—Tienes hijos, —repitió Hermione—. Y no me acuerdo. Espera. —Otra sacudida en la mente de Hermione—. ¿De quién son... son de Harry... tus hijos, quiero decir?
Ginny volvió a reír, un sonido genuino y tintineante.
—Sí, son de Harry. Nos casamos en enero de 2003. Nuestro aniversario fue la semana pasada. Fuiste mi dama de honor.
La pena se apoderó de repente de Hermione, con el corazón dolorido por un recuerdo que no tenía.
—Casados. Hijos. —Hermione se sintió ahogada, sin aliento—. Esto es demasiado para mi cabeza, Gin.
—Lo sé, —dijo Ginny y luego hizo una mueca—. Bueno, en realidad no lo sé. No puedo saber cómo te sientes. Pero estoy aquí por ti. He venido porque los chicos y yo pensamos que lo mejor sería que fuera yo quien te diera las nociones básicas antes de salir. Hay cierta información básica sobre tu vida que deberías saber antes de...
—¿Antes de que tenga que vivirlo?
Ginny apretó los labios, considerando sus palabras.
—En cierto sentido, sí.
—Por favor, dime que lo de Granger-Malfoy ha sido una broma pesada, —dijo Hermione, con la voz tensa.
Ginny redirigió la conversación en lugar de contestar.
—La sanadora Lucas me ha dicho que has estado preguntando por Ron.
A Hermione se le cayó el estómago. Lo había hecho. Supuso que, sin sentido, dadas las pistas del contexto.
—No creímos que fuera una buena idea que te visitara. Estuvo de acuerdo. Pero te manda saludos. Ha estado tan preocupado como el resto de nosotros.
—¿Pero ya no soy su... ya no... ya no estamos juntos? —Las palabras le saben agrias en la boca, teñidas de bilis.
A Ginny se le desencajó la cara.
—¿La sanadora Lucas también dijo que tus recuerdos más recientes son de abril de 2001? —preguntó Ginny con cuidado.
—En realidad no estás respondiendo a ninguna de mis preguntas, Ginny. —Hermione no podía decir si estaba más molesta o ansiosa.
—Ron y tú, —empezó Ginny—. Rompisteis a finales de 2001, y fue la decisión correcta, Hermione. Los dos lo pensáis ahora.
—Perdóname por no tener el mismo marco de referencia que tú, —espetó Hermione, ganándole el enfado.
—Fue lo mejor, ahora sois mucho más felices, —insistió. Hermione hizo todo lo posible por controlar las lágrimas que se le agolpaban en los párpados inferiores, a un parpadeo de derramarse—. Y no, lo de Granger-Malfoy no es una broma, —continuó Ginny—. Tú y el hurón sois odiosamente perfectos juntos, y no te atrevas a decirle que he dicho eso.
—Referirse a mi supuesto marido como un mustélido no inspira precisamente confianza, Gin. Además, no tengo ningún interés en contarle nada a Malfoy.
—Sobre eso, —empezó Ginny, adoptando una postura defensiva—. Harry y yo estamos perfectamente dispuestos a dejar que te quedes en Grimmauld Place con nosotros y los niños, pero habrá muchos estímulos con nosotros tres más un niño pequeño y un recién nacido, y, bueno, el puntiagudo de tu marido y los sanadores creen que es mejor que estés cerca de cosas y personas conocidas así que...
—¿De verdad estás sugiriendo que me vaya a vivir con Malfoy ? —casi chilló Hermione.
—Ya vives con él, —insinuó Ginny.
—Bueno... mierda. No puedes hablar en serio, Ginny. Estamos hablando de Malfoy . Podría maldecirme o esculpir más insultos en... —Hermione se interrumpió, levantándose el brazo izquierdo como referencia, pero descubrió que el familiar "sangre sucia" estaba notablemente ausente.
El rostro de Ginny se suavizó y parte de su tensa preocupación desapareció.
—Confía en mí, Hermione. De todos los que conoces, probablemente yo y Harry incluidos, Draco Malfoy es el que menos probabilidades tiene de causarte algún tipo de daño.
Hermione se miró el brazo sin marcas. Llevaba dos años intentando borrar las odiosas letras que Bellatrix Lestrange había dejado allí y acababa de aceptar el hecho de que no parecía probable que pudieran curarse o borrarse nunca. Ginny le apretó la mano.
—Inventó una poción para quitártelo, —dijo Ginny, señalando con la cabeza el brazo desnudo de Hermione—. Te la dio las Navidades antes de que empezarais a salir.
Increíble. Fue realmente increíble. Todo.
Pero cuando Harry apareció cuando Hermione estaba siendo dada de alta y reiteró la recomendación de Ginny de que se quedara en su propio piso, que casualmente compartía con Draco Malfoy, Hermione aceptó a regañadientes. Porque Hermione sabía escuchar la lógica; sabía aceptar las recomendaciones de sus amigos más íntimos y de los profesionales de su atención médica, por mucho que le disgustara. Confiaba en Harry. Confiaba en Ginny. Y eso tendría que ser suficiente, aunque no confiara en Malfoy.
—
Hermione estaba aturdida cuando Harry abrió la puerta de lo que insistía era su piso con Malfoy. Malfoy . Que también estaba allí, caminando con cuidado unos pasos detrás de ellos, con el aspecto del tranquilo fantasma de un hombre. Lejos de la versión desquiciada que había visto en San Mungo, pero igual de inquietante.
Hermione se distrajo observando cómo las protecciones del piso la recibían sin problemas: una sensación resplandeciente de magia familiar contra su piel. Una parte de ella esperaba que la rechazaran, que le impidieran entrar, porque eso significaría que no estaban conectadas con ella, que no tenía motivos para estar allí.
Harry ya se le había adelantado. Malfoy iba detrás.
—¿Puedes atravesar las protecciones? —preguntó a Harry, intentando aferrarse a las cosas prácticas, razonables y lógicas en las que podía envolver su mente.
—Malfoy se cansó de contestar al flu mientras trabajabas y yo te visitaba mucho, así que... —se interrumpió.
—Qué confiado, —musitó Hermione, intentando imaginar un mundo en el que Draco Malfoy diera voluntariamente a Harry Potter libre acceso a su casa.
A menos que este no fuera realmente el piso de Draco Malfoy y se tratara en realidad de una extraña y elaborada treta. Hermione intentó desterrar ese pensamiento intruso; no era lógico, por mucho que hubiera sido más fácil. Había visto su historial médico, leído los Profetas que Ginny le había llevado, demasiadas cosas tendrían que haber estado coordinadas para una treta tan compleja. A menos que...
No.
Cualquier duda de que aquel piso pertenecía a Draco Malfoy se desvaneció cuando la puerta se abrió.
Era un espacio pequeño, realmente estrecho, y desde luego mucho más pequeño que cualquier sitio que pudiera imaginarse habitado por un Malfoy. Pero la sala de estar que recibió a Hermione estaba decorada como la maldita sala común de Slytherin, así que ahí estaba el clavo en el ataúd.
—¿Un sofá de terciopelo verde? —preguntó, entre chillona y exasperada. De todas las cosas—. ¿En serio?
Se giró para mirar a Malfoy por primera vez desde que le habían dado el alta en San Mungo.
Al principio se sobresaltó, la preocupación grabada en sus facciones se transformó en confusión y luego soltó una carcajada.
Hermione se giró. Harry casi se había partido de risa también. Y Hermione se encontró en medio de su mejor amigo y de su peor enemigo, que evidentemente compartían una divertida broma interna. Se giró un par de veces más, indecisa sobre cuál de los dos se merecía más su ira.
Se fijó en Malfoy, a quien, se dio cuenta, nunca había visto reír así, no con una alegría tan desprevenida. Las comisuras de sus ojos se arrugaban, sus dientes blancos y perfectamente rectos se mostraban en todo su esplendor. Tenía un hoyuelo en el lado izquierdo de la boca.
Se puso las manos en las caderas. No era el momento adecuado para que ningún mago, mejor amigo, presunto marido o cualquier otro, se riera de ella.
—¿Y bien? —preguntó, esperando una explicación.
Malfoy se puso serio y se enderezó, con los tics de la risa aun dibujando sus facciones. Algo más en su cara se suavizó cuando la miró a los ojos por primera vez en toda la vida de Hermione. Por un momento, sintió como si se hubiera metido en un remolino.
—No puedo ni empezar a explicarte la pesadilla que han sido estos tres últimos días, Hermione, —dijo él. Ella retrocedió al oír su nombre de pila. Ella era Granger. Él era Malfoy—. Pero eso, Merlín, eso de ahí me da esperanzas. Pero la historia de ese sofá es definitivamente para otro momento.
—¿Puedo estar presente? —preguntó Harry, secándose las lágrimas de las comisuras de los ojos, sin molestarse siquiera en reprimir su risita—. Por favor , ¿puedo estar presente? ¿Ginny también? Podríamos enviar invitaciones. Estoy segura de que Neville querrá verlo. Demonios, envía invitaciones a tu pandilla del viernes por la noche también; podemos preparar toda una velada.
—Vete a la mierda, Potter, —dijo Malfoy. De algún modo, fue el insulto más amable que Hermione le había oído nunca.
Hermione continuó allí de pie, con las manos en las caderas, medio esperando que uno de ellos se explicara por fin. Cuando ninguno de los dos lo hizo, pasó junto a Harry resoplando y entró de lleno en el salón de la casa que debía ser suya.
Pero mirase donde mirase, veía a Malfoy. En la pequeña sala de estar había un enorme sofá de terciopelo verde tachonado, no una, sino dos mesas de centro colocadas una al lado de la otra, un par de mesas auxiliares adicionales, un sillón de cuero de aspecto acogedor, otro sillón de cuero de aspecto mucho menos cómodo, y todo ello en alguna versión del negro, el verde o el plateado. Sinceramente, daba un poco de asco.
Lo único que podía encontrar de sí misma en aquel espacio abarrotado eran los cientos de libros apilados hasta en la última superficie horizontal, además de las desbordantes estanterías empotradas que cubrían toda una pared.
—¿Estamos, —y se encogió ante el pronombre plural—, mudándonos o redecorando o algo así?
Harry casi se atragantó y Malfoy le lanzó una mirada sombría.
—Lo siento, —se disculpó Harry—. En realidad, no sé si debo reír o llorar. Creo que estoy superando aún la risa.
Hermione no se enfadó porque su pregunta quedara sin respuesta; estaba más preocupada por la mirada protectora que cruzó las facciones de Malfoy.
Malfoy interrumpió su mirada molesta hacia Harry y la miró, el rostro se le enterneció de inmediato. Se encogió de hombros.
—Tenemos muchos libros y poco espacio para ellos.
—¿Y todos estos muebles? —preguntó.
—También tenemos mucho de eso. —No dio más detalles.
Los tres permanecieron en un incómodo silencio. Hermione continuó examinando el espacio a su alrededor, asomándose a la cocina adyacente. Malfoy permanecía muy quieto, observándola como si fuera una criatura asustadiza que pudiera huir en cualquier momento. Harry había empezado a pasarse nerviosamente una mano por su desordenado pelo.
Harry rompió la tensión primero.
—Debería irme, —dijo—. Ginny me espera pronto.
Hermione se volvió hacia él, sintiendo que sus ojos se abrían de par en par. ¿La estaba dejando a solas con Malfoy? Por supuesto que sí; ella sabía que lo haría. Pero parecía demasiado pronto.
Ignorando lo que solo podía ser una expresión de horror abyecto en su rostro, Harry dio un paso adelante y la abrazó.
—Te pondrás bien, Mione, —susurró antes de soltarla—. Tienes el Flu si necesitas algo, dijo volviéndose hacia Malfoy. Los chicos se saludaron con la cabeza antes de que Harry cogiera un puñado de polvos Flu de la chimenea y se viera arrastrado por un destello verde.
El silencio volvió a envolver la habitación, hasta que Malfoy dejó escapar un largo suspiro.
—¿Puedo hacerte una visita guiada? —preguntó.
—
La visita guiada fue tan incómoda como desconcertante. Hermione no sabía cómo interactuar con Malfoy de un modo que no implicara, como mínimo, una hostilidad apenas velada.
Pero él parecía perfectamente cordial, casi temeroso de ella, concediéndole amplio espacio mientras la guiaba por la cocina, enseñándole dónde estaban las cosas antes de que ella tuviera siquiera la oportunidad de preguntar por ellas. Le indicó la estantería donde estaba su marca de té, dónde guardaba su reserva secreta de dulces y dónde estaban sus caramelos favoritos que, según le había informado, no podía comer.
Casi sonaba a broma, las comisuras de sus ojos se arrugaban con la felicidad de algún recuerdo que ella no compartía.
—Y este es el tarro de las golosinas de Crooks, —dijo, señalando un pequeño tarro en el mostrador.
—¿Crookshanks? —preguntó ella, las primeras palabras que le dirigía desde que Harry se había marchado. Por un momento se quedó sin aliento. Su gato seguía vivo. Sería viejo, desde luego, pero Hermione había supuesto, puesto que nadie lo mencionaba, que debía de haber muerto en los seis años de memoria que había perdido. Eso, y que había tenido otras cosas que exigían su atención inmediata.
Malfoy le sonrió y Hermione tuvo que apartar la mirada. Era demasiado cálida, demasiado amable, demasiado distinta de Malfoy.
—Lo encerré en el dormitorio antes de ir a buscarte. No quería agobiarte, —dijo en voz baja.
—¿Dónde? —preguntó.
—Por aquí, —le ofreció Malfoy, acompañándola por el largo pasillo entre el salón y la cocina. Señaló una puerta a la izquierda—. Ese es el baño. —Señaló otra puerta a la derecha—. Esa solía ser nuestra habitación de invitados, pero hicimos demasiados experimentos en ella. Entre tus artefactos confiscados y mis pociones, bueno... Ya no funciona del todo bien.
—¿Que no funciona bien? —preguntó Hermione, viéndose arrastrada hacia la puerta. Una mano salió disparada para bloquearle el paso, pero dejándole suficiente espacio personal.
—Toda la habitación no funciona bien. Incluso el tiempo es un poco raro ahí dentro, —Malfoy se llevó una mano al pelo, más largo de lo que ella recordaba. Su rostro se contorsionó por un momento, como si su explicación le causara dolor—. Potter tiró la puerta abajo una vez porque llevábamos dos días allí dentro y ni nos habíamos enterado. Hemos estado pensando en hacer que toda la habitación sea infranqueable.
—¿En serio? —preguntó, con la curiosidad aún más despierta, pero se arrepintió de inmediato cuando vio que Malfoy empezaba a desabrocharse la parte superior de la camisa.
Giró, absolutamente desinteresada en ver el pecho de Malfoy.
—Lo siento. —Su voz sonó detrás de ella, un borde de exasperación sangrando a través—. Solo te quería enseñar mi cuello.
Tímidamente, Hermione se volvió para ver que tenía la parte superior de la camisa estirada hacia el lado izquierdo, revelando una cicatriz irregular que le cruzaba la clavícula, aún rosada. Parecía recién curada.
—La habitación nos volteó, como poniéndonos boca abajo y luego de vuelta, cuando el niño maravilla irrumpió. Un caldero aterrizó en mi pecho, me rompió la clavícula en tres partes. Tuvieron que darme Crecehuesos para todo el esternón. Hiciéramos lo que hiciéramos, rompimos la habitación. —Dijo la última parte con una sonrisa cariñosa. Hermione no pudo evitar preguntarse si estaría un poco orgulloso de lo que habían conseguido—. Pero no querías que la usáramos más, y sobre todo ahora que no recuerdas todo lo que teníamos ahí dentro, tengo que darte la razón.
—¿Cuándo pasó? —preguntó ella, aún impulsada por la curiosidad.
—A principios de este mes.
—Oh, —fue todo lo que Hermione respondió. No pudo evitar mirar la manilla, con los dedos ansiosos por alcanzarla y explorar lo que hubiera dentro. Se resistió.
En su lugar, dirigió su atención a la puerta al final del pasillo.
—¿Crookshanks?
Malfoy asintió y se volvió a abrochar los botones de la camisa mientras se dirigía a la última habitación.
Hermione levantó a su peludo amigo casi naranja en cuanto se abrió la puerta.
—Oh, Crooks, te has vuelto tan gris, —le susurró al semikneazle, enterrando la cara en su pelaje.
—Lo está haciendo bien para ser tan viejo, —dijo Malfoy desde detrás de ella. No había entrado en la habitación. En lugar de eso, se apoyó en el marco y la observó con las arrugas de preocupación surcándole la frente de nuevo. Tenía los brazos cruzados delante de él, las mangas remangadas hasta los codos, con el aspecto más informal que se podía tener con cualquier camisa de vestir de marca cara que llevara. Con una punzada de culpabilidad en el estómago, Hermione admitió que era bastante guapo, a pesar de sus cuestionables elecciones vitales. También había sido muy paciente. Hermione se aclaró la garganta, tragándose su orgullo.
—Gracias por ser tan amable, Malfoy, —dijo ella.
Ella pretendía que aquello fuera algo amable, pero él frunció el ceño, torciendo el rostro antes de contenerse. Sus rasgos se neutralizaron y la luz de sus ojos se tornó distante.
—Por supuesto, —dijo—. Dormiré en el sofá. Ya se está haciendo tarde, así que... El lado derecho de la cama es el tuyo.
No esperó a que ella respondiera. Se limitó a cerrar la puerta con un suave chasquido. Pasó un minuto entero antes de que ella oyera el sonido de sus pasos retirándose. Hermione lo supo porque había estado conteniendo la respiración sin saber por qué.
—
Hermione sintió el dormitorio tan estrecho y extraño como el resto del piso. La habitación estaba abarrotada de muebles, igual que las demás. Una cama enorme, demasiado grande para el espacio, estaba envuelta en sábanas de color burdeos, sin hacer. Había otras dos librerías desbordantes cerca, un ropero, un tocador, dos mesillas de noche, un diván (¿en serio? ¿Un diván?) y una puerta que daba a lo que Hermione supuso que era el vestidor.
Crookshanks se puso inquieto y Hermione lo soltó. Se dirigió hacia el tocador y se atrevió a mirarse en el espejo.
Seis años.
Seis años, de lejos, no parecían nada. Pero de cerca...
Tenía un par de líneas finas que empezaban a esculpir un dibujo de una sonrisa en la comisura de los ojos.
Tenía más variación en la textura y el tono de la piel, un poco más de volumen en las mejillas.
Llevaba el pelo más largo, lo que daba peso a sus rizos y los mantenía algo controlados.
Tenía una pequeña cicatriz plateada que se curvaba a lo largo de su ceja derecha, casi invisible, pero sin duda una nueva adición a su rostro.
También tenía ojeras, pero el tiempo no tenía nada que ver con ellas.
Hermione se pasó una mano por el pelo. Se sentía igual. Ella se sentía igual. Pero no podía negar que algo en su reflejo decía que tenía veintimuchos, no veintipocos. Suspiró, con la resignación calándole hasta los huesos. Estaba agotada.
Abrió uno de los cajones de la cómoda y lo volvió a cerrar de golpe. No necesitaba saber si Malfoy era de los que usan bóxer o calzoncillos (aunque, evidentemente, la respuesta era bóxer-calzoncillos). Buscó en otro cajón, más ropa de hombre. Cuando por fin encontró ropa de mujer, palideció.
La ropa que Ginny le había traído al hospital era completamente normal, hasta el simple sujetador y las bragas de algodón. La ropa interior del cajón que tenía delante era mucho más elaborada de lo que estaba acostumbrada: sedas, encajes y pequeños retazos de tela que no se atrevería a ponerse.
Cerró el cajón y se dirigió al vestidor, con una plegaria silenciosa en los labios para conseguir un pijama de franela.
Sus plegarias no obtuvieron respuesta. Un aluvión de negro, blanco y gris la recibió en la parte izquierda del vestidor: pantalones de hombre, camisas, jerséis y túnicas de vestir. A pesar de sí misma, Hermione resopló ante los pocos toques de verde entremezclados entre la monocromía. Evidentemente, la lealtad a Slytherin seguía siendo profunda.
En el lado derecho del vestidor, el color la asaltó: vestidos, faldas, blusas, pantalones, incluso un par de vestidos de noche abarrotaban el desbordante espacio. Y ni un pijama de franela a la vista. Hermione no llevaba ese tipo de ropa, ni la ropa interior picante de los cajones ni la gama extrañamente formal que tenía delante. Llevaba ropa práctica, le gustaba un vaquero básico, una camiseta de algodón y un jersey calentito.
Hermione rechinó los dientes y salió del vestidor con un resoplido frustrado. Tenía dos opciones, preguntarle a Malfoy dónde guardaba sus cosas para dormir o dormir con lo puesto. Y en realidad, esa no era una opción en absoluto.
Miró la cama, observando las pilas de libros que había en cada mesilla. Malfoy dijo que el lado derecho de la cama era el suyo, pero la curiosidad la llevó al izquierdo, deseosa de saber qué libros había apilado allí. En la mesilla había una revista de pociones, dos libros de texto de pociones de nivel de maestría, un libro sobre la magia de las varitas que parecía realmente fascinante y El conde de Montecristo .
Frunció el ceño al ver la literatura muggle y se le cortó la respiración al agarrarlo. Hermione no pudo controlar el pequeño espasmo que sintió en la mano cuando abrió el libro por la cubierta interior. Se le retorció el corazón. Su propio nombre estaba escrito con la letra de una orgullosa niña de once años. Sus padres le habían regalado el libro por Navidad cuando tenía once años, y desde entonces había sido uno de sus favoritos. A los once años le encantaba porque era un libro grande, de los que impresionan a los adultos. A medida que crecía, le encantaba por la complejidad de la historia y por los buenos recuerdos que tenía de aquella última Navidad con sus padres, antes de que la magia se convirtiera en el centro de su mundo. Era el recuerdo de una época más sencilla, no necesariamente mejor, pero sí más sencilla.
Dejó el libro en su sitio y se retiró al otro lado de la cama. En su mesita de noche había un libro sobre los últimos avances en transformación, algo sobre artefactos oscuros que parecía sacado directamente de la sección prohibida, algunas novelas y una agenda con sus iniciales en relieve. O, mejor dicho, con las iniciales HJGM. Pensó en la ofensiva combinación de letras doradas mientras se quitaba los vaqueros, se desabrochaba el sujetador bajo la camiseta de algodón y se metía en la cama. Crookshanks se le unió de inmediato.
Buscó la agenda, sintiéndose extrañamente en desacuerdo consigo misma. Encontró la página del día anterior al accidente. El recuadro estaba lleno de notas de su puño y letra. Había hecho una lista para todo: leer el nuevo artículo de Neville, comprar comida para llevar de camino a casa, prepararse para la reunión de las once, comprobar cómo se estaba curando la cicatriz de Draco, y así durante toda una página de su vida que había vivido hacía menos de una semana y de la que no tenía ningún recuerdo.
Presionó la libreta abierta contra su pecho, agarrándola con las manos apretadas. Le dolía, un dolor guardado dentro de su pecho, un pasajero no deseado en su vida. No sabía quién era esa persona ni cómo ser la versión de sí misma que todos conocían ahora. Y lo que era peor, no sentía que tuviera elección. No por la forma en que Ginny y Harry la habían mirado. Y mucho menos por cómo la miraba Malfoy.
Se permitió un doloroso sollozo y se le saltaron las lágrimas antes de recomponerse. Volvió a mirar la agenda, apreciando en un pequeño nivel que la estructura le aportara cordura sin importar el año. Pasó páginas en blanco de los días que había pasado en San Mungo. Siguió hojeando y se detuvo, a punto de saltar fuera de sí. En tinta roja, en la parte superior de tres días de esa semana, había una sola palabra, una vez más escrita de su puño y letra, y subrayada con demasiada agresividad: sexo.
Esto no podría empeorar.
—
A la mañana siguiente, Hermione salió del dormitorio como si no hubiera dormido nada. Se debatía entre la esperanza y la ansiedad de poder soñar con un recuerdo que la ayudara a salvar las distancias entre su mente de 2001 y su mente de 2007. Se despertó más de una vez con un nudo en la garganta y un martilleo en el pecho. Crookshanks revoloteaba cerca de ella con su versión gatuna de la preocupación, es decir, muy poca.
Encontró a Malfoy en la cocina con una taza de té preparada para ella.
—¿Cómo estás? Oh... —empezó mientras dejaba la taza delante de ella, entrometiéndose en su espacio personal como bueno, nunca lo había hecho, mientras le acercaba una silla para que se sentara—. Debería haberte enseñado dónde está tu ropa. —Su cara se descompuso, claramente molesto consigo mismo.
—Encontré la ropa formal, pero esos vestidos no parecían especialmente propicios para un sueño de calidad, —dijo, intentando un tono amistoso.
Soltó una pequeña carcajada y se sentó frente a ella en la mesa, con su propia taza delante.
—Tu vestuario ha evolucionado últimamente. Tienes un alijo de cosas cómodas en el fondo del armario.
Más información nueva. Hermione intentó encontrar el lugar adecuado en su cerebro para registrarla, para memorizarla, para convertirse en ella.
—Me he tomado el día libre en el trabajo. Bueno, me he tomado toda la semana, pero como ya es viernes... —empezó Malfoy.
—¿Trabajas? —Hermione no pudo contenerse, la incredulidad era evidente en su tono. No había pensado a menudo en Malfoy desde su juicio. Había testificado a su favor y luego había apartado al hombre de su mente, concentrándose en volver a la escuela para sus ÉXTASIS, restaurar los recuerdos de sus padres y comenzar una fructífera carrera en un mundo sin un mago oscuro asolándolo.
Pero si hubiera pensado en lo que Malfoy podría estar haciendo en su apenas ganada libertad, habría supuesto que era algo vago y nebuloso, en la línea de "administrar la finca" o "malversar el fideicomiso" y otras tonterías aristocráticas tan elegantes. ¿Pero trabajar? ¿En un trabajo que requería que informara a alguien de que necesitaba tiempo libre? Eso nunca se le habría pasado por la cabeza.
Malfoy dejó el té, con una expresión paciente y serena en el rostro mientras le respondía.
—Sí, trabajo.
Esperaba una broma, un gruñido o algo así. Le había insultado, al menos implícitamente. Insulto adyacente.
En cambio, se había quedado con la mirada perdida.
—Anoche tenías la misma mirada, —observó ella, estudiándole.
Un poco de calor le inundó antes de desvanecerse de nuevo. Era casi como ver un caleidoscopio detrás de los ojos de alguien. Pero en lugar de colores, eran emociones, y en lugar de multiplicarse en todas las direcciones imaginables, se reducían, una a una. Nunca había visto nada igual.
Se aclaró la garganta, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—Lo siento, ocluí demasiado fuerte y demasiado rápido. —Se encogió de hombros, tan avergonzado como nunca había visto a Draco Malfoy.
—Me está ayudando a gestionarlo, —concluyó.
Hermione se encontró con las dos manos con las palmas hacia abajo sobre la mesa, mirándole con curiosidad desenmascarada.
—¿Eres un Oclumante? —Su pregunta sonó más cercana a una acusación.
Ella vio cómo otra emoción se desprendía y rompía detrás de sus ojos antes de que él respondiera.
—Sí. Es bastante útil cuando uno tiene a un asesino como huésped. Aunque hace años que no tengo que usarlo con regularidad, así que estoy un poco verde.
—¿Y necesitas hacerlo por mí?
—Sí. Pero no todo el tiempo, al menos no del todo. Solo cuando es necesario.
—Si no quisieras preocuparte en absoluto, no me importaría...
—Eso no va a pasar, —dijo Malfoy, y si no hubiera estado ocluido, Hermione estaba segura de que su tono habría sido bastante desagradable.
—¿Por qué no? —desafió.
Malfoy le dedicó una sonrisa, algo tan Malfoy que ni siquiera parecía real; parecía fingida.
—Porque me gustaría mucho que no me odiaras.
—No te odio, Malfoy.
—¿Ni siquiera en 2001?
Hermione se preguntó brevemente qué pasaría si él redujera hasta la última emoción que no quería hasta que no le quedara más que el control. ¿Lo rompería también? ¿Lo rompería en pedazos más pequeños y manejables? ¿Su voluntad se volvería férrea o quebradiza y a punto de romperse? Quería preguntárselo. Merlín, era interesante. Pero tampoco era el momento adecuado.
—Ni siquiera en 2001, —respondió ella—. Ni siquiera te conocía en 2001. Y lo que sabía de ti era por tu juicio, la guerra y la escuela. Ninguno de los cuales son recuerdos particularmente agradables. ¿Confiar en ti? No. ¿Pero odiarte? No, he intentado perdonar y seguir adelante.
Se quedó un momento en silencio, observándola.
—Bueno, eso ciertamente colorea de forma diferente nuestra primera interacción después de mi juicio, —dijo, con el atisbo de una sonrisa real dibujándose en su rostro.
—¿Qué quieres decir?
—En otra ocasión, quizás. Nos salimos del tema, —dijo—. Lo que quería decir es que hoy no trabajo porque pensaba acompañarte a visitar a tus padres. Han estado comprensiblemente preocupados, la pérdida de memoria es obviamente muy personal para ellos.
—¿Cuándo hablaste con mis padres? ¿Siguen enfadados conmigo? Lo último que recuerdo es que acababan de aceptar cenar conmigo...
—Vuestra relación es mucho mejor ahora, —le aseguró Malfoy—. No es perfecta, pero entraron en razón bastante rápido. Los he mantenido al tanto todos los días en la cajita de tortura en la que me envías corazones. —De su bolsillo, Malfoy sacó un teléfono móvil y lo agitó hacia ella.
Hermione quería hundirse en el mismísimo centro de la tierra ante la idea de que pudiera estar enviándole a Malfoy algo relacionado con el corazón a través de las telecomunicaciones.
—¿Sabes cómo usarlo? —preguntó.
—No exactamente. Conozco los tres botones que tengo que pulsar para oír tu voz y los otros tres para oír la de tus padres.
Hermione resopló, todo el concepto era completamente tonto. Pero incluso mientras se permitía ese pequeño y feliz pensamiento, sintió que se calmaba, que se ponía seria.
—Malfoy, —empezó ella—. Te lo agradezco, de verdad. Es... es mucho más de lo que esperaba. Pero creo que preferiría visitar a mi familia yo sola.
Se arriesgó a mirarle.
Se había puesto rígido contra el respaldo de la silla, con fragmentos y fragmentos de sentimientos desprendiéndose detrás de sus ojos hasta que lo único que Hermione pudo distinguir fue la gélida quietud de una mirada concentrada.
—Por supuesto. —Asintió brevemente.
Se levantó rápidamente y Hermione se dio cuenta por primera vez de que él también llevaba la ropa de ayer. Las líneas normalmente nítidas de sus pantalones oscuros y su camisa blanca se habían convertido en un caos de arrugas y pliegues, prueba de que no había dormido bien. Parecía querer decir algo más, pero se lo pensó mejor.
En lugar de eso, desapareció en el dormitorio y reapareció minutos después con un aspecto totalmente recompuesto.
—Tengo recados que hacer, —le dijo, con la voz aún tensa y fría—. Tus padres te esperan hacia el mediodía, están conectados al Flu.
La miró el tiempo suficiente para que Hermione afirmara que le había oído antes de que desapareciera con un pop .
—
Hermione se encontró envuelta en un abrazo aplastante nada más salir de la chimenea de sus padres. Lo que la hizo caer en un ataque de sollozos.
—Oh, cariño, no pasa nada, —susurró su madre contra su pelo mientras Hermione se derrumbaba por primera vez desde que despertó en San Mungo. Había tenido pequeñas oleadas de lágrimas aquí y allá cuando la golpeaban con especial fuerza, pero nunca sollozos tan sonoros de agonía y alivio. Había conseguido contenerlas, desde el dolor de perder años de su vida hasta la imprevisibilidad emocional que suponía encontrarse casada con un desconocido; lo había aguantado todo. Pero volver a tener a sus padres. Eso era demasiado.
—Estabais tan enfadados conmigo, —consiguió ahogarse contra la rebeca de su madre—. Mamá, pensé que nunca me perdonarías.
—Calla, cariño, eso ya pasó hace tiempo, —susurró su madre mientras se arrodillaban juntas en el suelo del salón—. Vamos, tenemos algo de comida preparada.
Hermione dejó que su madre la pusiera en pie y se lanzó a los brazos de su padre, tan desesperada por saber que realmente los tenía de vuelta. Para cuando se desenredó de los brazos de su progenitor, ya la habían dirigido hacia el comedor, donde había cuatro sitios.
Hermione moqueó, secándose la cara sin dignidad, demasiado agotada para preocuparse.
—¿Está Draco de camino, querida? —preguntó su padre mientras acompañaba a Hermione a sentarse, dándole pequeños apretones de ánimo en el brazo.
—Oh, —empezó Hermione, mirando el cuarto plato sobre la mesa—. Le dije que prefería venir sola.
Su madre le sonrió y le tendió la mano.
—Está bien, —dijo—. Supusimos que se uniría a ti.
El padre de Hermione se sentó frente a ella.
—Por favor, dale las gracias de nuevo de nuestra parte, —dijo—. Nos mantuvo muy bien informados, nos llevó a verte mientras aún estabas inconsciente.
—¿Malfoy os llevó a San Mungo? —preguntó Hermione, intentando imaginar a Draco Malfoy escoltando a dos muggles por un hospital mágico.
—Claro que sí, —respondió su madre sin perder un segundo—. Es muy considerado.
Hermione no podía conciliar aquellas palabras con su imagen de Malfoy, así que no dijo nada. Se sirvió algo de comida, empujándola por el plato más que comiendo mientras intentaba pensar en una sola cosa que pudiera decir a sus padres y que no le hiciera un nudo en la garganta.
—¿Os habéis enterado cuánto tiempo he perdido? —se conformó al final, tras unos angustiosos minutos de silencio.
Su padre le ofreció una sonrisa.
—Draco nos lo dijo. Vas a estar bien querida, lo sabemos mejor que la mayoría. Solo lleva tiempo.
El corazón de Hermione se desgarró. Su tono era amable, pero aun así sus palabras la atravesaron, un ataque directo a través de la piel y los huesos, directo a su corazón. Se sintió culpable.
—Eso no lo sabéis, —dijo Hermione en voz baja—. Los sanadores esperan que recupere la memoria, pero no lo saben con certeza. —Se quebró, ahogándose en otro sollozo. Cerró las manos en puños y las apretó contra la superficie de la mesa, intentando anclarse a algo sólido—. No puedo evitar sentir que me lo merezco. —La confesión la desgarró.
Su madre estaba inmediatamente a su lado, con una mano tranquilizadora que le frotaba círculos en la espalda y le susurraba palabras tranquilizadoras.
—Esto no es una especie de pago por lo que tuvisteis que hacernos, —dijo su padre con voz llana desde el otro lado de la mesa.
—Es lógico... —empezó Hermione, pero su padre la interrumpió.
—Desde luego que no. El universo no funciona con un sistema de deudas. No hay ninguna versión de este mundo en la que merezcas perder lo que has perdido.
Hermione no tuvo fuerzas para hacer otra cosa que llorar, comida olvidada, en los brazos de su madre que, de alguna manera, la había perdonado.
—
El día se había convertido en noche cuando Hermione dejó la casa de sus padres. Lloró más de una vez mientras estaba allí, cayendo de vez en cuando en un pozo de dolor que solo se atrevía a visitar en la casa de su infancia, consolada por su familia. Pero también se rieron, con cuidado de no agobiarse al hablar de los últimos seis años y, en cambio, se deslizaron con facilidad hacia las conversaciones sobre una infancia feliz, las anécdotas de la consulta dental y el tiempo cuando la conversación se enrareció.
Después de un día entero reencontrándose con sus padres, sumado a la carga emocional que le habían causado sus lágrimas, Hermione se sentía muerta de dolor cuando atravesó la chimenea y entró en el piso que debía compartir con Malfoy.
Se detuvo, inmóvil ante el espectáculo.
Draco Malfoy yacía tendido, inconsciente, sobre el odioso sofá verde. Dormido, se parecía mucho más al chico que había conocido en su juventud, las arrugas de preocupación habían desaparecido, la tensión alrededor de los ojos y la mandíbula se había liberado. El pelo le caía desordenadamente sobre la frente, ya no estaba sujeto a ningún producto o amuleto que utilizara para mantenerlo en su sitio durante el día. Dormía con la boca parcialmente abierta. Lo cual era casi entrañable.
Pero lo que hizo detenerse a Hermione, lo que la detuvo en seco y le tiró del corazón con un sentimiento familiar de anhelo que nunca antes había sentido dirigido hacia el hombre que tenía delante, fue ver a Crookshanks, hecho un ovillo y profundamente dormido sobre su pecho.
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Nota de la traductora:
Os dejo en los comentarios un par de enlaces a fanarts.
