Seguramente hay cientos de fanfiction con esta premisa, pero yo quería hacer la mía propia. Eso sí ya aviso que la explicación del viaje en el tiempo va a ser: un hechicero o un dios lo hizo. Tómenselo solo como una historia de: ¿Qué pasaría si...?

Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.


1

La luz golpeándole en los ojos le obligó a abrirlos. Lo primero que vio a unos centímetros de él fue un chico con una fea cicatriz en la mejilla que le llegaba hasta la comisura del labio y con el cabello del color del melocotón.

Ah, así que era otro de esos sueños en los que Sabito estaba vivo.

Bostezó y los párpados volvieron a cerrarsele, no tenía la fuerza para mantenerlos más tiempo abiertos. Dio la espalda a la luz y volvió a quedarse dormido.

Tal vez tuviese otro sueño, uno que al final no le resultase tan doloroso.

No supo cuanto tiempo más estuvo así hasta que alguien le retiró la manta de encima y escuchó la voz de Sabito diciéndole que ya era hora de levantarse.

Aún le tomó unos buenos cinco minutos levantarse del futón y otro buen rato más vestirse. Para cuando llegó a sentarse a la pequeña mesa de la cocina Sabito ya había terminado de desayunar.

Urokodaki le sirvió unas gachas de arroz y una porción de pescado asado con verduras.

— Hoy deberías practicar subir y bajar tú solo el monte Sagiri sin la ayuda de Sabito, la selección final es en dos meses y tú también debes estar preparado. Solo así podrás sobrevivir allí.

— Sobrevivirá. — dijo Sabito con seguridad. — Yo lo protegeré, salvaré a todos. No dejaré que nadie muera.

Dos lágrimas le resbalaron por las mejillas al mirar el brillo de sus ojos. Sabito lo haría. Salvaría a todos. El único que moriría aquel año en la selección final sería él.

Sabía todos los detalles gracias a Tanjiro, se lo había contado todo desde como los fantasma de Sabito y una chica llamada Makomo lo habían ayudado a entrenar hasta como en el lugar de selección se ocultaba un demonio que llevaba allí más de 40 años y había devorado a más de cincuenta personas. Había sido encerrado allí por Urokodaki y por ello le guardaba un gran odio llegando al punto de asesinar a todos sus estudiantes.

Sintió una gran mano sobre su frente.

— ¿Te encuentras bien? — le preguntó Urokodaki.

Sabito también lo miraba preocupado.

— Estoy perfectamente. — dijo secándose las lágrimas. — Iré a entrenar.

Se levantó con rapidez de la mesa sin terminar de desayunar y salió de la casa. De todas formas sería incapaz de comer nada más.

Se adentró en el bosque de la ladera del monte y se sentó con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol.

Tenía que despertar cuanto antes de ese sueño, antes de que se volviese una pesadilla. Se pellizcó con fuerza por debajo de su muñeca izquierda. Sintió un punzante dolor, pero no se despertó. Aquella técnica solía funcionarle.

Se pellizcó aún más fuerte clavándose incluso las uñas, pero no funcionó.

Tal vez necesitase un golpe más fuerte para despertar. Se adentro en el bosque hacia la cima de la montaña, la primera trampa que le saltó de Urokodaki era un grueso tronco atado con una cuerda, no se movió y dejó que lo golpease de lleno en el estómago.

El golpe lo lanzó a una distancia de cinco metros contra un árbol y lo hizo vomitar todo lo que había desayunado, pero aún así no se despertó y se quedó allí retorciéndose de dolor.

Era imposible que aquello fuese un sueño.

Por un momento le vino la idea de que aquello podía ser fruto del poder de un demonio, pero en seguida lo descartó al acordarse de que hacía más de tres meses que habían desaparecido todos después de matar a Muzan, a excepción de Yushiro y no creía que fuese capaz de hacerle revivir uno de sus peores momentos.

¿Estaba condenado a vivirlo todo de nuevo? Sí eso era así, tal vez podría salvar a Sabito. No, tenía que salvarlo. No era un niño de 13 años, tenía 21 y había llegado a ser el pilar del agua fuese por el motivo que fuese. Todo ese conocimiento que había obtenido tenía que servirle para algo, ¿cierto?

Pensó en la gran roca de la que le había hablado Tanjiro la que había tenido que partir por la mitad con una espada sin que está se rompiese, hacer aquello era como cortarle un cuello a un demonio que se habría comido 100 personas como mínimo. Aquella había sido la última prueba que le había impuesto Urokodaki para presentarlo al examen de selección final y por la que ni Sabito ni él habían tenido que pasar. El hombre había endurecido año a año cada vez más sus entrenamientos a medida que ninguno de sus estudiantes conseguían regresar con vida.

Y él solo lo había hecho porque Sabito lo había protegido, pero de todas formas cuando regresó Urokodaki lo había abrazado como si hubiese hecho la proeza más grande del mundo y ni siquiera había sido capaz de matar a un único demonio.

Sabía donde estaba la roca, Sabito y él habían merendado muchas veces sobre ella, solo tenía que volver a casa y agarrar una espada. Una vez que entró Urokodaki ya no lo dejó salir por el resto del día.

Le curó y le vendó el feo y gran moratón que había comenzado a salirle en el estómago y le dijo que por hoy descansará y tratará de recuperarse.

— Sabía que debería haber ido detrás de ti en cuanto te vi huir de casa. — le recriminó Sabito en cuanto lo vio. — Si los troncos ya los manejabas muy bien, ¿Qué ha pasado?

— Solo no lo vi venir. — mintió.

Sabito se quedó el resto del día junto a él y él no tuvo el valor para pedirle que mejor dedicase su tiempo a entrenar porque aquello le resultaría más útil y le podría salvar la vida. Lo había extrañado tanto.

Al día siguiente Urokodaki los acompañó a ambos a entrenar en la montaña. Esquivó los obstáculos con precisión, no fue golpeado por ninguna lanza, ni tronco y saltó o bordeó cada una de las trampas que se abrían en el suelo, pero aún así no fue capaz de alcanzar en velocidad a Sabito, el chico hasta podía permitirse el lujo de dar una visual hacia atrás para ver que tal lo estaba manejando Tomioka.

Estuvo a punto de llegar a la cima, pero hubo un último obstáculo, una zanja larga que Sabito fue capaz de saltar sin problemas. Tomioka podría haberla rodeado, pero se empeñó en hacer lo mismo y hubiese estado a punto de caer sobre un montón de estacas afiladas de no ser porque se había anclado a la pared abriendo sus brazos y piernas, por lo menos no dejó caer la katana. Se raspó las manos y los gemelos.

Sabito y Urokodaki lo ayudaron a salir de allí.

Sabito sonreía y Urokodaki le había acariciado el cabello felicitándolo porque había mejorado mucho.

Aquella misma tarde se dio cuenta de lo que pasaba cuando se enfrentó contra Sabito en un combate con espadas de madera. No tenía ni la misma fuerza, ni la misma velocidad ni podía llenar tanto sus pulmones de aire como con 21 años.

A duras penas podía defenderse de los ataques de Sabito y cuando ejecutaba respiraciones de agua estas eran bloqueadas sin problema. Sabito acabó ganándole el combate dándole un golpe en el costado con la espada.

— ¡Lo has hecho muy bien! — gritó Sabito y lo abrazó.

Urokodaki aplaudió desde donde estaba sentado observándolos.

— Tus movimientos fueron muy precisos y finos. Has dado una gran pelea, Giyuu.

— ¿Por qué no estás feliz? — le preguntó Sabito al verle el rostro.

Al atardecer logró escaparse con una espada de casa e ir hacia donde estaba la gran roca. La golpeó con todas sus fuerzas, pero no le hizo ni un rasguño. La golpeó con insistencia hasta que lo único que consiguió fue que la espada se partiese.

No iba a poder salvar a Sabito.

Siguió practicando a lo largo de una semana, está vez con espadas de madera, pues Urokodaki había comenzado a escónderselas las de metal, cuando había partido más de tres. Sus amenazas de que le partiría todos los huesos si las rompía no funcionaban en él, pues sabía que sería incapaz de hacérselo.

Practicó hasta que las manos se le llenaron de ampollas y aún así no fue capaz de hacerle ni un solo rasguño a la roca.

Cayó arrodillado ante la gran roca y se echó a llorar.

— ¿Necesitas ayuda? — escuchó una voz femenina preguntarle.

Levantó la vista y la vio. Una chica bajita con una máscara blanca de zorro tallada con dos flores azules pintadas sobre el pelo.

Tomioka se sobresaltó al verla, todo el alrededor del bosque se había llenado con una espesa niebla.

— ¿Me dejas curarte las heridas? — le preguntó.

Tomioka extendió las manos y dejó que se las vendará.

— Tú eres…

— Makomo. — dijo con voz dulce.

— Y estás muerta.

Sus miradas se cruzaron, la chica continuó vendándole las manos.

— Moriste en la selección final por un demonio que lleva más de 40 años encerrado allí y se ha comido a más de 10 estudiantes de Urokodaki.

Está vez fue la chica quien dio un salto asustada hacia atrás.

— ¿Lo sabes?

Asintió.

— ¿No puedes decirle a Urokodaki o incluso a mi amigo Sabito que es lo que está pasando?

— No puedo, después de morir mi alma quedó aquí atrapada en este monte y solo puedo brindarle mi ayuda a quién la necesita… A ese otro chico Sabito solo he podido decirle que va a ser una prueba muy dura…

— ¡Se va a morir!

Y su alma quedaría aquí atrapada también en este monte. Incluso muerto Sabito trataría de ayudar y proteger a los demás.

— ¿No puedes siquiera aparecerte ante nosotros dos y confirmar lo que te estoy diciendo? — insistió.

La chica negó con la cabeza.

— Solo puedo aparecerme ante una persona a la vez. Con Sabito solo he podido reunirme algunos días muy temprano.

Cuando él todavía estaba durmiendo. Le costaba mucho levantarse y tenía mañanas mejores que otras.

La chica terminó de vendarle las manos y desapareció. Lo dejó igual de hundido.

Cada vez quedaba menos tiempo y cada vez dudaba más de que pudiese salvarlo.

Apretó la tierra con rabia con las manos heridas. ¿De que servían todos los recuerdos e información que tenía si no podía utilizarlos para nada?

Aquello tenía que ser una especie de castigo para que viese lo inútil que era de verdad.

Tenía que cambiar de estrategia y aceptar que si no podía salvarlo, por lo menos tenía que hacer que se salvase a sí mismo.

Tenía que contárselo todo.

— Giyuu, va a oscurecer pronto. — Escuchó la voz de Sabito desde lejos, esperó a que estuviese más cerca de él para levantarse. — No sé que fijación te ha dado por romper esa piedra. — Se quedó callado al ver que estaba llorando.

Tomioka trató de secarse las lágrimas.

— ¿Es por tu hermana? ¿Por eso estás así últimamente? ¿Por eso ya no sonríes? ¿Por eso estás tan apagado, triste y deprimido?

La sola mención de su hermana hizo que sus vanos intentos por acallar su llanto fuesen en vano. Ella que había dado la vida para protegerlo, lo había sacado por una de las ventanas en la que vivían y le había pedido que se escondiese debajo de la tarima y de los bajos de la casa y que no salieses de allí escuchase lo que escuchase.

Tardó casi medio día en salir de allí y cuando lo hizo fue a buscar ayuda al pueblo diciendo que unos demonios habían matado a su familia. Nadie le creyó, creían que estaba loco que ante lo sucedido había deformado la realidad y había vuelto monstruos a aquellos humanos que habían entrado en su casa. Quisieron enviarlo con un pariente lejano que pudiese tratarlo de su demencia.

Terminó escapándose a la montaña antes de que lo hiciesen, allí lo encontró Urokodaki dos días después apunto de morirse de frío.

Sabito lo abrazó.

— Puedes contármelo. Nosotros siempre nos hemos apoyado en los momentos de dolor.

Un viejo recuerdo lo atravesó como un rayo. Sobre las múltiples noches que ellos habían llegado a dormir abrazados, la mayoría de las noches porque Tomioka extrañaba a su hermana, pero también había noches donde Sabito echaba de menos a su familia.

Había olvidado aquello casi por completo.

Sabito también había sufrido mucho la pérdida de su familia, el demonio había entrado en su casa y había matado a sus padres y a sus hermanos menores. Habría estado a punto de matarlo a él si no fuese a ser porque Urokodaki había aparecido para salvarlo.

— No es sobre eso. Esta vez no.

Sabito se apartó para escucharlo y Tomioka trató de tomar valor para contárselo. Había una muy alta probabilidad de que no le creyese y otra también muy alta de que lo odiase por lo que iba a decirle.

— Vas a morirte el día de la selección final. Se supone que todos los demonios que hay allí son nuevos y todavía no han comido ningún humano. Hay uno que no, que ha conseguido esconderse durante más de 40 años y ha comido ya a más de 50 niños. Le tiene un gran rencor a Urokodaki porque él es quién lo encerró allí, por eso ha matado a casi todos sus aprendices. Te enfrentarás a él, se te romperá la espada y morirás.

Sabito no dijo nada, se había quedado petrificado justo en frente de él con una expresión que para Tomioka era indescifrable.

Tomioka bajó la mirada al suelo.

— El día de la selección final, matarás a casi todos los demonios y él único que morirás serás tú. Conseguirás salvar a todo el mundo como quieres… — se le rompió la voz. — Yo ni siquiera conseguí matar a un solo demonio y si seguí vivo aquella noche fue gracias a ti. Cuatro años después me harían el pilar del agua. — se rió amargamente. — A un tipo que ni siquiera fue capaz de matar a un único demonio y que casi muere si no llega a ser por ti. El pilar del agua, aquel debería haber sido tu puesto. Yo debería haber muerto… Yo debo morir en esa noche.

Lo siguiente que sintió fue una fuerte bofetada que lo hizo caerse al suelo. Le picaba, le dolía y le ardía la cara. Se lo merecía. Sabito estaba temblando y lo miraba con rabia.

— La bofetada que te di el mes pasado no te dolió lo suficiente. ¡No te atrevas a decir eso ni aunque me muera! ¡ Si me muero protegiéndote no te atrevas a morirte ni a desearlo! ¡Si muero protegiendo a los demás es que yo lo he querido así! — Sabito se tiró encima de él y volvió a golpearlo en el mismo sitio. — ¡Qué no se te olvide! Y ahora, ¿Qué tengo que hacer para qué te quedes tranquilo? ¿Romper esa maldita piedra?

Asintió.

— ¡Bien!

Sabito agarró la espada de madera que estaba en el suelo tirada y golpeó la roca con todas sus fuerzas. Se escuchó un fuerte ruido y la espada cayó rota por cinco sitios diferentes.

La roca continuó intacta.


"—Aunque, mirado superficialmente, no se vea, yo he trabajado en favor de los aldeanos. Vuestra raza humana no distingue nunca la buena de la mala fortuna. Equivoca siempre la una con la otra." El forastero misterioso. Autor: Mark Twain