Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.


2

El tiempo avanzaba mucho más deprisa de lo que le gustaría ya había pasado más un mes y ya solo le quedaban unas escasas dos semanas para la selección final.

Y no había conseguido ningún progreso. Ni Sabito había conseguido partir la roca, ni mucho menos él. Todos sus últimos entrenamientos se habían basado en tratar de seguirle el ritmo a Sabito.

Su muerte se encaminaba a ser un suceso inevitable.

Una tarde regresaron a casa para encontrar a Urokodaki tallando dos máscaras de tengu.

Se le formó un nudo en la garganta y el hombre mayor les dirigió una mirada.

— ¿Qué os ocurre últimamente? A ti Giyuu no dejo de olerte triste y desesperado y a Sabito no necesito ni olerlo para saber que está amargado y enfadado.

— ¡Oye! — dijo Sabito sonrojándose mientras metía en un cubo de agua fría sus manos llenas de ampollas. — Es solo que no doy roto una piedra con la que se ha encaprichado.

— ¿Y por qué quiere que rompas esa piedra?

— Porque va a morirse en la selección final. — contestó Giyuu con la mirada clavada en las máscaras de Tengu. — Allí hay un demonio que lleva escondido muchos años y se ha comido ya a más de 50 personas. Se le romperá la espada al tratar de cortarle el cuello y lo matará.

— Y por eso se ha encaprichado de la maldita piedra. — dijo Sabito para cortar el denso silencio que se había formado.

Urokodaki abandonó las máscaras de tengu y fue hacia Giyuu. Le colocó ambas manos sobre los hombros.

— Repite lo que acabas de decir.

Y lo hizo mientras esta vez miraba a Urokodaki. Con él trató de ser lo más escueto posible. Destrozaría al hombre si se enterase que aquel demonio lo había encerrado él mismo allí y que por ello le guardaba rencor y se vengaba asesinando a sus estudiantes, los cuales reconocía por las máscaras de tengu que con tanto cariño les hacía. Había jurado junto con Tanjiro que aquella información se la llevarían a la tumba.

Urokodaki le soltó los hombros.

— Está claro que me equivocaba con vosotros. Ninguno de los dos está preparado para realizar la prueba todavía. Enviaré hoy mismo una carta avisando de que no os vais a presentar y que busquen por si acaso si ha quedado algún demonio escondido de la selección anterior.

— ¡Ey! ¿Y si logro romper la piedra? — protestó Sabito.

— ¿Qué piedra?

Sabito lo guió por la montaña hasta la famosa roca de la que estaba hablando.

— ¡Ah, sí claro, por supuesto! — dijo el hombre con tranquilidad mientras les acariciaba la cabeza a ambos. — Si alguno de los dos lográ partirla a la mitad sin que se le rompa la espada podréis presentaros a la prueba. Hasta que no lo hagáis no os dejare hacerla.

Esa misma noche mandó una carta por un cuervo. Urokodaki ya sabía que no iban a lograrlo seguro para esta selección final y puede que ni siquiera lo hiciesen para la siguiente que se celebraría el próximo año.

El cuervo llegó a la siguiente semana con un mensaje: No habían encontrado ningún demonio escondido donde se celebraría la prueba.

Aquello debería habérselo esperado si no lo habían encontrado en más de cuarenta años que llevaba allí escondido, otra búsqueda más que hiciesen no iba a marcar la diferencia.

Urokodaki habló con él, le dijo que era normal estar nervioso por la selección final y tener pesadillas sobre ella las semanas o los meses previos a realizarla.

Aún así no movió la condición de que para dejarlos presentarse tendrían que partir por la mitad aquella gran roca.

A veces le gustaría tener el fino olfato que tenían su maestro y Tanjiro, los cuales podían detectar hasta las emociones de las personas y si estás les estaban mintiendo o no. Le ayudaría a saber mejor que era lo que estaban sintiendo.

Le gustaría saber si Sabito se había creído lo que le había contado o si él también habría acabado por pensar que solo se trataba de una pesadilla que lo había asustado hasta los huesos.

No habían vuelto a tocar el tema y desde el comienzo Sabito le había dejado claro que solo le estaba haciendo caso para que se quedase tranquilo. Y cada día que había pasado desde entonces Sabito había estado cada vez más enfadado.

Estuvo especialmente rabioso el día que les habría tocado ir a la prueba y ellos continuaban entrenando en el monte Sagiri.

Aquella tarde practicaron ellos dos solos con espadas de madera el uno contra el otro.

Como siempre le costaba seguirle el ritmo, apenas podía bloquear sus ataques y ejecutar sus propias técnicas de agua.

Lo golpeó en la pierna izquierda.

— Otra vez. — pidió Sabito.

Volvieron a luchar. Esta vez Sabito lo golpeó en uno de los brazos.

— Otra vez.

Lo golpeó en la cadera.

— Otra vez.

El siguiente le dio justo en el estómago y el siguiente en el costado y el siguiente en una de las manos.

Para el doceavo intento Sabito ya se quedaba quieto y dejaba que él lo atacase. Se defendía de sus técnicas hasta que se cansaba y volvía a golpearlo.

Para el quinceavo intento ya se había dado cuenta de que lo dejaba ejecutar diez golpes y posteriormente atacaba hasta que le daba.

— ¡Otra vez! — le gritó Sabito con rabia. Cada vez estaba más enfadado.

Para el vigésimo séptimo ya le dolía todo el cuerpo y Sabito solo estaba sudando.

— ¡Otra vez!

¿Estaba desquitando su frustración con él porque Urokodaki no les había dejado presentarse? ¿Era eso? ¿Lo culpaba porque no había podido ir y todo porque Tomioka había tenido con toda seguridad una estúpida pesadilla?

Para el trigésimo tercero ya no aguanto más y utilizó la única prueba que tenía para demostrar que estaba diciendo la verdad.

— Undécima forma del agua: Calma.

Ejecutó la técnica que desarrolló con 18 años, no con la misma fuerza ni velocidad, pero si con el mismo automatismo que había adquirido de tantas veces que la había utilizado en el futuro.

Sabito no se movió y dejó que lo golpease en el hombro. No hubo sorpresa en su rostro.

— Lárgate. Ahora mismo no quiero verte. — dijo con frialdad y lo miró como si lo fuese a asesinar allí mismo como no cumpliera lo que acababa de pedirle.

Hizo lo que le pidió y en cuanto se alejó de su vista lo escuchó gritar como un animal herido.

Estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero se contuvo. Sabito necesitaba estar solo en ese momento.

Regresó a casa magullado para encontrarse a Urokodaki comenzando a preparar la cena. Iba a hacer un estofado en la olla del irori como si estuviesen celebrando un acontecimiento especial.

Ayudó a Urokodaki con la cena, aunque esa noche tanto Sabito como él apenas comieron.

Todavía le asustaba la idea de que, en algún punto de esa semana en la que se desarrollaba la selección final, Sabito se muriese como una especie de aviso de que no se puede escapar al destino impuesto.

— ¿Te has puesto crema en los golpes? — le preguntó Sabito cuando se estaba cambiando para irse a dormir.

Negó con la cabeza y Sabito salió de la habitación para volver con un bote que le dio a Tomioka. Le ayudó a extendersela por la espalda a las zonas donde no llegaba.

— ¿Cómo es ese demonio? — le preguntó Sabito mientras le seguía aplicando la crema. — ¿El qué…?

— Nunca llegué a verlo, fue un amigo quién lo hizo. Según él era enorme, deforme, verde con múltiples manos y pestilente. No me habló de ello hasta tres meses después de que venciésemos al rey demonio, Muzan Kibutsuji.

Sabito apoyó las manos sobre sus hombros.

— ¿Eso significa que ya no hay más demonios en el futuro?

— Así es, bueno a excepción de uno, pero es un aliado.

Sabito se rió como si acabase de hacer una broma.

— Un demonio un aliado nuestro.

— Han pasado muchas más cosas que no te creerías.

Y procedió a contárselo todo comenzando por el día nublado que había conocido a los hermanos Kamado.