Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.
4
El día que terminó la selección final fue Sabito quién lo despertó, tenía que escoger el metal con el que forjarían su espada nichirin e iba a ser el último.
De hecho así fue y terminó por elegir el único trozo que quedaba a pesar de todos los esfuerzos que había hecho Sabito por tratar de levantarlo.
Le dio lástima que su cuervo no fuese Kanzaburo, iba a extrañarlo mucho. El nuevo se llamaba Kotae.
— Creo que ahora iré a aprender otra respiración o tal vez alguna alternativa de la respiración del agua. — le dijo Sabito mientras regresaban de vuelta a la cabaña de Urokodaki con los cuervos sobre sus hombros. — No puede haber dos pilares del agua.
Giyuu se detuvo.
— Ese era tu puesto. Todo tuyo, no lo fue porque te moriste. Eres mejor que yo.
— Tú también eres digno de ese puesto.
— No quiero que te sientas obligado a dármelo. No lo quiero.
Sabito lo escrutó con la mirada.
— Está bien, me convertiré en el pilar del agua, pero con una única condición.
— ¿Cuál?
— Qué tú también aprendas otra respiración.
Giyuu lo observó con frialdad. La aceptará, pero al igual que en su anterior vida no pensaba utilizar en combate ninguna que no fuese la del agua.
— Está bien, pero serás tú quién me la enseñe.
— Perfecto porque ya he decidido que será la respiración del hielo.
— ¿La del hielo? — preguntó mientras viejos recuerdos regresaban a su mente de las noches de invierno en la cabaña de Urokodaki.
— Sí claro, te irá perfecta.
— Pero a ti no. Eres caliente como una estufa.
Sabito se puso rojo hasta las puntas de las orejas. Se dio media vuelta y se alejó de él a paso rápido.
— ¿Seguirás eligiendo la del hielo?
No obtuvo respuesta y Giyuu terminó teniendo que correr para alcanzarlo.
Hacía demasiado tiempo que no pensaba en lo mucho que le gustaba acurrucarse con Sabito en las frías noches de invierno.
No solía pensar en ellos, ni en Sabito ni en su hermana, siempre que lo hacía le resultaba tan doloroso que no podía ni moverse.
Tal vez por eso hubiese olvidado tantos momentos. No quería hacerlo. No quería que lo único que recordase fueran sus muertes, sobretodo de su hermana ahora que Sabito estaba vivo. Esperaba que algún día pudiese hacerlo sin que le doliese.
Urokodaki los recibió a ambos con un fuerte abrazo y después le examinó la herida. Estaba sanando bien y con suerte no dejaría ninguna cicatriz.
Esa noche Urokodaki les preparó un gran banquete para celebrar su ingreso en el cuerpo de cazadores de demonios.
En dos semanas les entregarían sus espadas nichirin, por lo que mientras tanto podían descansar antes de que comenzasen sus misiones o en el caso de Sabito se fuese a Asahikawa a aprender la respiración del hielo.
— ¿Podrías venir conmigo?
— Acordamos que serías tú quién me la enseñarías. Además así me dará tiempo a alcanzarte.
Mientras a todos los supervivientes de la selección final los habían asignado ya el último rango como era lo usual, a Sabito le habían dado ya de forma directa el penúltimo. Debía ser la primera vez que sucedía un acontecimiento así.
— Bien, pero no te escaquees de aprenderla o te juro que no seré el pilar del agua.
Sabito dedicó esas dos semanas a aprender a tallar máscaras de tengu con Urokodaki. Había decidido que lucharía contra los demonios ocultando su rostro debido a que era incapaz de esconder sus emociones. Le había dicho a Urokodaki que si iba a aprender el aliento de hielo debía verse frío como Giyuu.
Por su parte Tomioka dedicó la primera semana a buscar a Makomo por el monte Sagiri. Había una última inquietud que necesitaba acallar.
La llamó varias veces, sobretodo en el lugar de la gran roca que Sabito había partido, donde se le había aparecido a él y alguna vez a Tanjiro.
No se volvió a mostrar. Tal vez después de derrotar al demonio de las manos su alma por fin había podido descansar en paz.
Después de la muerte de Sabito no había vuelto a pisar el monte Sagiri, se había quedado las dos semanas en las que tardaban en entregarle su espada encerrado en la cabaña de Urokodaki pasando la mayor parte del tiempo llorando sobre su futón.
Una vez que llegó su nichirin no volvió a pisar aquella cabaña nunca más.
Solo había vuelto después de la batalla final con Muzan y una vez que Tanjiro se había recuperado y le había contado cómo había conocido a Sabito.
Entonces volvió al monte Sagiri y a la cabaña de Urokodaki buscando hablar una última vez aunque fuese con Sabito. Necesitaba pedirle perdón, decirle que sentía no haberle protegido de la misma forma que él siempre lo hacía.
Lo había estado llamando, pero nunca se le había aparecido. Había pensado que a lo mejor era porque lo odiaba, porque era una vergüenza que alguien tan débil como él se hubiese convertido en un pilar.
Puede que al final lo único que hubiese pasado es que su alma por fin había podido descansar en paz. Sin embargo en aquel momento ni siquiera se había planteado esa opción.
Había rezado y suplicado aunque fuese una oportunidad para volver verlo. Alguna deidad debía de haberle escuchado porque esa era la única explicación que podía encontrar y le había cumplido su deseo o tal vez lo hubiese maldecido para que viese morir a todos de nuevo.
Ya no había vuelta atrás tenía que vivirlo todo otra vez.
Y ahora, ¿Qué debía ser lo siguiente que hiciera? Lo único que se le venía a la mente era Tanjiro, esta vez debería salvar a toda su familia y evitar que Muzan los matase con el único fin de conseguir un demonio capaz de conquistar el sol.
Muzan Kibutsuji debería buscar la forma de derrotarlo. Debería buscar a... Tamayo. La mujer demonio que se había aliado con Tanjiro y que había creado el veneno que les había dado una oportunidad para derrotarlo.
Debía encontrar a esa mujer ¿Y dónde podría estar? ¿Dónde se había topado Tanjiro por primera vez con ella? En la misma ciudad que en la que había visto a Muzan. ¿Y aquello había sido en…? Tokio. Por lo menos sabía que dentro de seis o siete años allí era dónde se encontraría fijo.
Ahora tendría que averiguarlo, por el momento aquella era la mejor pista que tenía.
Regresó a la cabaña para encontrarse a Sabito y a Urokodaki concentrados en el tallaje de las máscaras como si se tratase de una nueva técnica con la espada.
La mañana que les entregaban sus espadas nichirin Tomioka se despertó solo, sin necesidad de que nadie tuviese que arrastrarlo fuera de su futón.
El herrero llegó emocionado con las espadas nuevas esperaba ver por fin una de color roja, trajo una para él y dos para Sabito.
Con él no iba a tener suerte. La suya sería azul y así fue.
Las de Sabito fueron negras, hubo un lamento de decepción por parte del herrero.
— ¡ Y yo que pensé que por fin vería una roja cuando me encargaron las espadas del chico que venció a casi todos los demonios de la selección! ¡Y han resultado ser negras, los espadachines con espadas negras suelen morirse pronto!
Él también siempre creyó que la espada de Sabito sería roja.
Una sonrisa incómoda se formó en la comisura de los labios de Sabito.
— No eres el primero que dice que me moriré pronto. — dijo mirando a Giyuu.
Aquella amenaza todavía seguía vigente. Cualquiera podía morirse en cualquier momento mientras Muzan Kibutsuji siguiese con vida.
Se despidieron de Urokodaki y caminaron un tramo juntos hasta que Tomioka se detuvo. Debían separarse ahí, Sabito iría aún más al norte y él debía quedarse en Tokio.
Ya le había dicho que iba a ir allí con el único fin de encontrar a los demonios que eran sus aliados.
No sabía muy bien cómo despedirse, lo único que quería decirle era: No te mueras.
Sabito acarició la cabeza de Kotae y el cuervo se inclinó ante el tacto.
—No le asignes misiones demasiado difíciles, mientras no esté con él. Tienes que cuidarlo porque él no lo va a hacer.
—Mira quién lo fue a decir. Me cuidaré, pero tú también tienes que hacerlo. Tenemos que volver a encontrarnos.
—Por supuesto, debo enseñarte la respiración del hielo. Te haré lamentarlo, seré un maestro más duro que Urokodaki.
Y así se despidieron con un último abrazo.
