Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.
6
Continuaron moviéndose aún más al sur.
Pasó otro mes sin que Kotae encontrase algún rastro de Tamayo y de Yushiro y sin noticias de Kawaritai.
Había decidido por fin aprender en serio el aliento de hielo. No porque considerase que pudiese serle útil como Sabito afirmaba, sino porque si no lo hacía Sabito era capaz de hacerse el pilar del hielo y dejarle otra vez el puesto de pilar del agua.
No quería que se lo diera. Si lo conseguía esperaba que fuese superándolo por sus propios medios, situación que veía imposible.
— La primera forma: Aguanieve es muy sencilla. Comenzaremos con esa.
Y tuvo razón. En tres días la dominó.
— Es bueno, eres capaz de ejecutarla sin problemas. — dijo Sabito. — A mí eso fue lo que más me costó. Una vez que lo conseguí, fueron las seis seguidas.
Demasiada confianza tenía en él y eso se demostró cuando se le atascó la segunda forma: granizo.
— Dejas caer mucho los brazos, tienes la cabeza demasiado ladeada y las piernas muy abiertas.
Trató de corregir la postura y volvió a ejecutarla sin ningún éxito.
— Sigues teniendo la cabeza ladeada y ahora has cerrado demasiado las piernas.
Tampoco le ayudó que cada vez que colocaba bien alguna parte de su cuerpo descolocaba otra sin darse cuenta.
Estuvieron casi dos horas seguidas practicando la misma postura sin resultados.
— Sabito, hacemos otra cosa o voy a terminar golpeándote en la cabeza con la espada de madera.
— Bien, podríamos repasar la primera forma del hielo y la respiración del agua. Esta vez seré amable contigo y solo utilizaré mi brazo izquierdo.
Tomioka logró golpearlo hasta siete veces con las diferentes posturas del agua.
Siguieron practicando hasta que casi anocheció.
A la mañana siguiente Kotae llegó con una nueva misión en la ciudad de Takayama. Se habían reportado en la última semana cinco desapariciones de hombres.
Tardaron casi siete horas en llegar desde dónde estaban.
En la ciudad había casas de madera del período Edo muy bien conservadas y estaba entre montañas la ciudad lo que hacía que tuviese un paisaje espectacular.
— Es preciosa, ¿Estuviste alguna vez aquí? — le preguntó Sabito.
Giyuu negó con la cabeza. En los nueve años que había sido cazador nunca había tenido una misión en Takayama, ni siquiera había pisado aquella ciudad.
La noche fue tranquila casi como si estuviesen en un pueblo, las pocas personas que se cruzaban eran hombres que salían borrachos de los bares. Eran las víctimas perfectas si se encontraban con un demonio.
Patrullaron la ciudad en busca de algún rastro. Giyuu se detuvo en seco en el medio de una de las calles cuando a sus fosas nasales llegó un olor a rancio muy característico. No tenía el fino olfato de Urokodaki ni de Tanjiro que seguro que lo hubiesen apreciado a kilómetros de distancia, pero él con los años también había llegado a poder localizar un demonio por su olor y más cuando se comía a tantas personas.
Sabito ni siquiera se dio cuenta.
— ¿Qué pasa? — le preguntó cuando vio que se quedaba atrás.
— Este demonio no se ha comido solo a cinco personas, se ha comido mínimo a seiscientas.
Sabito tenía la cara cubierta por la máscara, pero por como se le contrajeron los músculos de los hombros sabía que estaba tenso.
— ¿Es una de las lunas de Muzan?
— No. Ellas se han comido a más de dos mil personas y cuanta más gente comen mejor camuflan el olor. Es el problema que suelen tener las lunas, nunca te las esperas hasta que las tienes en frente y les miras las marcas en los ojos. El mismo Muzan no tiene ese olor.
Sabito se quedó callado, pensativo. No esperaba enfrentarse a un demonio tan fuerte tan pronto. Él tampoco.
— ¿Qué es lo que debemos hacer en esta situación? ¿Tenemos posibilidad de derrotarlo?
— Debemos enviar un reporte para que envíen a alguien de más rango y mientras tanto debemos contenerlo para evitar que se coma a más personas. Tal vez podamos derrotarlo nosotros mismos, depende de que tan fuerte sea su arte demoníaco.
Sabito asintió con lentitud.
— El reporte tendremos que enviarlo mañana, ahora mismo no tenemos cuervos para hacerlo. Ten mucho cuidado.
— Tú también.
A medida que se acercaron al demonio el olor se hizo cada vez más pestilente. Los dos estaban muy callados, después de todo no era la primera vez que un demonio tan fuerte los pillaba por sorpresa, también lo había hecho en la selección final y aquello había acabado con Sabito muerto.
Sintió un ardor en el estómago.
Y la segunda vez se había salvado, pero no gracias a él. Había resultado ser un inútil y Sabito había terminado por rescatarlo.
¿No estaría guiándolo hacia la misma situación? O peor, ¿No estaría guiándolos hacia sus propias muertes?
— Giyuu. — escuchó a Sabito llamarlo. — ¿Qué te pasa?
¿No había actuado ya de forma egoísta al salvar a Sabito y no dejarlo participar en la selección que les habría correspondido? ¿Cuánta gente había muerto ya por su culpa?
¿No debería actuar de la misma forma ahora en lugar de pensar en contener al demonio para que no se comiese a nadie más?
Hubo un grito de dolor y Sabito se movió hacia donde procedía. Igual que había ocurrido en la selección final.
Fue tras él.
No hubo más gritos, pero Sabito se dirigió con rapidez hacia la fuente del pestilente olor. Los llevó hacia una mujer demonio con larga cabellera negra y las puntas rosas había mordido a un hombre en el hombro y estaba succionándole la sangre.
Todavía estaba vivo, pues respiraba con dificultad.
La mujer lo soltó al verlos, pero el hombre no se movió ni un milímetro para huir.
Tuvo un mal presentimiento. Se detuvo.
— ¡Sabito! — le gritó con todas sus fuerzas, pero ya fue demasiado tarde.
La mujer se hizo un corte en el brazo y Sabito que estaba a escasos diez metros de ella a punto de realizar una postura del agua se paralizó.
Giyuu dio varias zancadas hacia atrás para mantenerse lejos, no sabía el alcance que tendría su técnica, pero no lo suficiente para perderlos de vista.
La piel del demonio se regeneró, a pesar de eso Sabito siguió inmóvil.
El corazón le latía con fuerza en el pecho y estaba temblando.
No creía poder salvar al hombre, pero si no hacía algo rápido la mujer mataría a Sabito.
Tenía que conseguir que desviará toda su atención hacia él, tenía que lanzarle algo y conseguir que lo persiguiese.
¿Cómo funcionaba su técnica demoníaca? Había necesitado hacerse un corte en el brazo para utilizarla y no había tenido que salpicar a Sabito para paralizarlo, ¿Podría ser que fuese a través del olor? Se sacó un pañuelo del haori rojo y se tapó la nariz con él.
No tenía más tiempo para sacar más conjeturas, agarró un puñado de piedras y se las lanzó con todas sus fuerzas contra ella. Le dio varias veces en la cara.
Ojalá que su atención se dirigiese hacia él, ojalá que también buscase paralizarlo para después comérselo.
— ¡Qué molesto! Mátalo.
Sabito se giró y se dirigió hacia él como si de un demonio se tratase.
Aquello también le servía. Dio la vuelta y trató de alejarse todo lo que podía de la mujer, aunque Sabito no tardaría en alcanzarlo, era más rápido que él.
Podría apresarlo con la cuerda que siempre llevaba encima, el problema era que antes tenía que desarmarlo, que llevase dos espadas lo hacía más complicado.
Sintió la punta de una espada clavándosele contra el hombro y la hoja se deslizó con facilidad hacia el otro hombro abriéndole una herida que le ardió.
Ya lo había alcanzado.
Se giró y desenvainó su propia espada antes de que le abriese otro corte aún más profundo o peor que el siguiente golpe se lo dirigiese al cuello.
Sabito había desenvainado la otra espada y estaba peleando con las dos contra él.
No aguantaría mucho, era solo cuestión de tiempo que le rebanase un brazo o que le apuñalase en alguna parte del cuerpo. Además con cada movimiento sentía como la herida de la espalda se le abría aún más.
Si quería que ambos saliesen vivos de allí necesitaba realizar una táctica desesperada. Con todas sus fuerzas y utilizando la primera postura del agua, corte de superficie, golpeó desde abajo sus dos espadas haciendo que tanto las suyas como la de él se rompiesen.
La que Sabito tenía en la mano izquierda saltó hacia el suelo, pero la de la derecha continuó sujetándola con un agarre mortal.
Aquello no detuvo a Sabito y continuó tratando de cortarlo con lo que le quedaba de la hoja de la espada. Lo arrinconó contra una de las casas y la parte posterior de sus piernas chocó contra un barril de madera.
No se lo pensó dos veces, le sacó la tapa y lo utilizó como escudo.
Sabito la atravesó con lo que le quedaba de la hoja quedándole atascada. Le hubiese golpeado en el pecho si no se hubiese agachado.
Con todas sus fuerzas le dio un cabezazo en la entrepierna que lo tiró al suelo y lo hizo llevarse ambas manos a donde lo había golpeado.
Fue ahí cuando se abalanzó sobre él y lo ató.
Todavía seguía oliendo en el ambiente el olor rancio del demonio, pero era lo suficiente suave como para no preocuparse.
Sabito se retorció contra las ataduras tratando de liberarse.
Le quitó la máscara de la cara, tenía la mirada desenfocada.
Los efectos de la técnica del demonio desaparecieron por completo al amanecer y cuando lo hizo Sabito parecía que estaba despertándose de un sueño.
—¿Qué ha pasado? — le preguntó mientras lo desataba. — ¿Dónde está el hombre al que estaba atacando?
—Está muerto. No he podido ni salvarlo ni matar al demonio.
Y no sabía si había llegado a atacar a alguien más, mientras se había quedado junto a Sabito. Si le hubiese quedado alguna espada útil habría tratado de ir tras el demonio después de dejar a Sabito en algún lugar seguro.
— También ha sido culpa mía, yo tampoco he podido salvarlo, ni siquiera sé qué es lo que ha pasado. Tenía hace un segundo al demonio justo en frente de mí y al siguiente ha amanecido y me tienes apresado.
Sabito se levantó del suelo, él ni siquiera podía mirarlo a los ojos.
— El demonio presenta una técnica de control mental a través del olor de su sangre, pero no ha sido culpa tuya. Yo soy el que tiene más años de experiencia y el que es un inútil.
Desde que había vuelto al pasado se le hacía muy extraño contar los años que tenía, pues aunque su cuerpo aún no tuviese los quince, su mente ya tenía casi veintitrés.
— ¿Qué te ha pasado en la espalda? — le preguntó Sabito con frialdad. — He sido yo, ¿Verdad?
Levantó la vista para ver a Sabito pálido y con una expresión de horror en su rostro. Siguió su línea de visión hasta el fragmento de la espada negra que continuaba ensangrentado. Aunque lo hubiese limpiado, era imposible que Sabito se hubiese creído que aquella herida se la hubiese hecho un demonio.
— Tiene que verte un médico ahora mismo, ese corte tiene una pinta horrible.
No le dejó más tiempo a lamentarse por el fracaso de su misión, lo levantó y lo arrastró a buscar a un médico en la ciudad de Takayama.
Casi se muere de dolor cuando le desinfectaron la herida y tuvieron que darle puntos en ella.
— Los críos no deberían jugar con armas, mirad que es lo que ocurre. La próxima vez tened más cuidado. — los regañó el médico.
Al final le aplicó un ungüento cicatrizante y le vendó el corte.
Aquello les costó un cuarto del dinero que habían ahorrado en las misiones que habían hecho en los últimos meses.
Y tendrían que volver dentro de diez días para ver como evolucionaba la herida y si era necesario que le quitase los puntos.
Sabito se quitó la parte de arriba de su uniforme y la intercambió por la suya que estaba rasgada y manchada de sangre.
— No es necesario. — le dijo.
— Sí lo es. En cuanto salgamos de aquí iremos a la posada para que te puedas poner una muda limpia.
Por lo menos dejó que se pusiese solo el uniforme a pesar de que le costó un poco debido a la herida.
Sabito le tendió su característico haori de formas verdes y anaranjadas para que se lo pusiese. Se quedó paralizado.
El suyo rojo estaba enrollado en el brazo derecho de Sabito.
— Lo llevaré a un sastre o a una costurera para que te lo arreglen. Sé lo importante que es esta prenda para ti porque pertenecía a tu hermana. — le dijo. — Yo te lo rompí y es mi responsabilidad como hombre arreglártelo.
— No puedo ponerme el tuyo.
— Solo será temporal.
— No puedo hacerlo. — Sintió que se le secaba la boca. — Cuando te moriste, pedí que cortasen la mitad del haori de mi hermana y la mitad del tuyo para hacer uno nuevo que usé hasta el final. — Lo dijo en voz baja casi queriendo que Sabito no lo escuchase, pero tal y como se abrieron sus ojos con sorpresa lo hizo.
— Eso no me lo dijiste.
— No era un detalle importe.
— Para mí si que lo es. — le puso su haori de formas verdes y anaranjadas sobre los hombros. — Está vez no pienso morirme, yo no quiero morirme. Me haré más fuerte para que eso no vuelva a suceder, para protegerte y para salvar a todos los que pueda. Te lo prometo.
La mirada de determinación en su rostro lo tranquilizó, a pesar de que era una promesa vacía, pues siempre dependería de que tan fuerte era el demonio al que se enfrentarían. Los dos estarían muertos si mañana se encontraban con una luna superior o inferior.
— No tienes que protegerme.
— Quiero hacerlo. De la misma forma que tú también lo haces conmigo. Por eso estamos juntos para cuidarnos y protegernos mutuamente... ¿O quieres que nos separemos?
— ¡Por supuesto que no!
Se llevó las manos a la boca al darse cuenta que había gritado su respuesta. Sabito le dio una mirada cariñosa.
Salieron de la consulta del médico y se dirigieron directos a la posada donde tenían una habitación.
Allí ya estaba Kotae esperándolos. Se posó en el hombro de Giyuu y le acarició el cuello con la cabeza.
— ¡Ey, estoy bien! ¿Has encontrado algo?
— No, nada, ni rastro.
— Lo mejor será suspender la búsqueda por el momento. Debemos avisar del demonio con el que nos hemos encontrado, que estamos sin espadas y qué estás herido. — dijo Sabito.
Sabito agarró un trozó de papel, un pincel y tintero y se sentó en el escritorio para redactar una carta.
Lo observó escribir hasta que se detuvo de pronto, arrugó lo que acababa de escribir y buscó otra hoja de papel que terminó teniendo el mismo destino.
— ¿Quieres que lo haga yo? — dijo mientras dejaba a Kotae en el alfeizar de la ventana comiendo un puñado de pipas de calabaza que había encontrado en el haori de Sabito.
— No, no, yo puedo. Solo me está siendo complicado poner en palabras que hemos roto nuestras espadas, que el demonio sigue por ahí vivo y que estás herido. Y más cuando quiero ser yo quién se encargue personalmente de matarlo, después de lo que me obligó a hacerte y del fracaso que ha sido esta misión.
— Aunque ahora sepamos que su técnica demoníaca es el control mental a través del olor de su sangre estamos sin espadas para enfrentarnos a ella. Cuanto más demores en escribir esa carta, más tarde llegará la ayuda y más gente morirá.
El semblante de Sabito estaba serio.
— Lo sé, lo sé… Solo es difícil admitir que no eres tan fuerte como pensabas y que necesitas ayuda. — Sabito levantó la vista del papel para mirar a Giyuu. — Si tú mismo hubieses sido capaz de partir aquella piedra jamás me hubieses contado nada.
Ya había pasado tiempo de aquella confesión. Tenían trece años ambos y ahora hacía poco que Sabito acababa de cumplir los quince años en agosto.
Asintió.
— Pensé en no hacerlo, pero solo estaba siendo egoísta. ¿De que me servía a mi saberlo si no podía cambiar nada?
— Agradezco que lo hicieses, aunque no era agradable que me recordases a cada segundo que iba a morirme. — admitió Sabito. — Trataré de centrarme para escribir esta carta y mandarla por Kotae para que ya podamos cerrar la ventana y puedas descansar.
— ¿Tú no vas a dormir?
— Primero debo dejar tu haori para que lo arreglen y después… Después me gustaría encontrar a la familia de la víctima y disculparme por no haberlo podido salvar…
— Eso no es buena idea. De momento solo piensan que está desaparecido, no puedes llegar y decirles que está muerto, que lo ha hecho un demonio y que aún encima es tu culpa por no salvarlo.
— Algo tengo que hacer para quitarme este sentimiento de encima.
Lo entendía. Era la primera vez que Sabito no conseguía salvar a alguien y nunca era una experiencia a la que te acostumbrases, daba igual las veces que sucediera.
— Su muerte también ha sido culpa mía. Hagas lo que hagas, no lo hagas sin mí. Arrástrame fuera de la cama si hace falta, esta vez te lo permito.
Sabito dejó escapar una pequeña risa.
— Está bien, solo por eso te levantaré así.
Sabito volvió de nuevo la vista al papel y comenzó a escribir una nueva carta, mientras él se cambiaba a una muda con la que dormir.
Esta vez cuando terminó la carta, se dirigió hacia Kotae y se la ató en la pata.
— Kotae, recalca que el demonio presenta una técnica de control mental a través del olor de su sangre o eso es lo pensamos. Es importante que los nuevos cazadores que se vayan a enfrentar a ella lo sepan, aunque sean de rangos superiores.
Una vez que el cuervo se fue, Sabito tapó la ventana dejando la habitación casi a oscuras.
— Volveré lo antes que pueda. Descansa.
No tardó mucho en quedarse dormido y para cuando se despertó ya había anochecido.
Sabito todavía no había regresado. Se asustó. ¿Era posible que intentase enfrentarse al demonio él solo desarmado? No, no era tan estúpido o por lo menos eso creía.
Decidió salir a buscarlo, pero mientras se estaba cambiando de ropa Sabito entró lleno de rabia con una caja de madera llena de alimentos que dejó sobre el escritorio.
— Los encontré a los familiares de ese hombre. — Sabito desvió la mirada de él mientras terminaba de ponerse el pantalón. — Tenía una esposa y una niña de cuatro años. La mujer presentaba un ojo morado y le había dado una paliza la tarde anterior. La niña parecía estar bien. Me pareció curioso y decidí investigar las otras desapariciones y todos los casos igual. Entre los familiares siempre había una mujer que los vecinos habían visto golpeada o que escuchaban horribles gritos de noche en su casa. ¿Qué clase de demonio de mierda es este? ¿Una especie de justiciera social?
— Qué pueda permitirse seleccionar a sus víctimas no significa que en caso de tener hambre no vaya a por otras, incluso puede ser que haya sido un gusto desarrollado después de devorar a tantas personas.
Sabito apretó los dientes.
— ¿Cuánto tardaran en traernos las nuevas espadas?
— Entre dos semanas, tres o puede que incluso un mes. Esta noche ya habrán enviado a alguien para acabar con el demonio.
— Espero que le vaya mejor que a nosotros por muy despreciable que me parezca la gente a la que se come.
