Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.


8

Sabito se pasó los siguientes dos días entrenando tanto de mañana como de tarde con los cinco cazadores que había en el albergue.

Ninguno fue capaz de asentarle ni un solo golpe.

— ¡Es una bestia! ¡Una auténtica bestia! — dijo uno de los cazadores llamado Kotaro.

— Lo esperable del chico que mató a casi todos los demonios de la selección final y consiguió proteger a todos. — dijo un chico de cabello negro y ojos verdes que se llamaba Masamune.

Al parecer había realizado la prueba final de cazadores con ellos, había sido el chico quien había reconocido a Sabito porque ninguno de los dos sabía quién era.

A decir verdad de aquellos rostros solo se acordaba del de Murata y porque había sido uno de los chicos que había cuidado de él en su primera selección final cuando se había desmayado. ¿Qué habría sido de él? ¿Habría logrado sobrevivir sin la participación de Sabito?

— Si le atacamos los cinco juntos tal vez consigamos golpearlo. — propuso Masamune.

Sabito se rió:

— Si creéis que así tenéis alguna oportunidad. ¡Adelante! ¡Pero ninguno de vosotros tiene bien pulida su respiración ni su técnica con la espada! ¡Si estuviese Giyuu en medio aún me preocuparía!

Y los cinco se lanzaron contra él. Fue fascinante observarlo esquivar y derribar uno por uno a los cazadores hasta que ninguno quedó en pie, pero había sido descuidado al realizar varias de las posturas del agua. Llevaba siéndolo todo el día por mucho que hubiese tratado de corregirlo. El cansancio acumulado por la falta de sueño le estaba afectando.

Había tratado de convencerlo de que fuese a la enfermería y pidiese alguna medicina que le ayudase a dormir, pero Sabito se había negado y había afirmado que estaba bien.

Al cuarto día no pudo soportarlo más. Agarró una de las espadas de madera que uno de los cazadores había dejado tirada y se lanzó a atacarlo.

— ¿Qué estás haciendo, Giyuu? ¡Detente! ¡Vas a hacer que se te abra la herida!

— Yo también estoy perfectamente.

No tardó más de ocho minutos en conseguir darle un golpe por detrás de las piernas a Sabito y hacer que se cayese.

— ¡Las peleas contra los demonios son desgastantes! ¡Hay veces que la única forma de vencerlos es aguantar hasta el amanecer! ¡Comenzando cansado solo conseguirás que te maten!

Se hizo un denso silencio a su alrededor. Para entonces ya solo quedaban en el albergue, Masamune, Kotaro y Yuki, y los tres lo miraban como si se hubiese vuelto loco.

Casi pudo escuchar la voz de Shinobu Kocho como si la tuviese al lado: " Por acciones como estás no caes bien, Tomioka."

Sabito se incorporó del suelo y le ofreció la mano.

— Giyuu, lo has hecho muy bien. En cuanto te quiten los puntos quiero la revancha.

Se dieron la mano.

— Pues yo quiero volver a combatir contra ti, Sabito. — dijo Yuki. — ¿Qué clase de Kanoe soy si no puedo derrotar a alguien de rango inferior como un Kanoto en su peor momento?

Sabito se rió:

— Si quieres volver a intentarlo, pero yo que tú no me haría demasiadas ilusiones.

Y reanudaron el entrenamiento con espadas como si su interrupción no hubiese sucedido. Lo único que había cambiado era que ahora sentía un dolor punzante en la herida de la espalda.

Aquella noche mientras estaban cenando los cinco en el comedor Kotaro les confesó que pensaba abandonar el cuerpo de cazadores de demonios.

— Solo me metí en esto por dinero. Mis padres estaban endeudados hasta el cuello y este trabajo era la forma más rápida de liberarnos. Hace siete meses que lo conseguí y he continuado para que pudiésemos comprarnos una casa, una gran finca y ahora con una granja, pero una vez que termine de pagarla lo dejo. A mí esto ya no me compensa. Cada misión la inicio pensando que será la última y he perdido ya a tantos compañeros.

Masamune asintió con lentitud.

— De los que aprendieron conmigo el aliento de roca y pasaron la selección final conmigo ya solo quedo yo.

— Solo los débiles se quedan por el camino. — dijo Yuki.

Tomioka apretó los bajos de su haori entre sus manos.

— No considero que alguien que se enfrente contra un demonio sea débil. Sin importar que gane o pierda. — dijo.

Sabito se mantuvo callado llevaba toda la cena cabeceando y haciendo esfuerzos por no quedarse dormido.

Ya era el cuarto día consecutivo que le pasaba. Volvería otra noche más a caer rendido sobre el futón al llegar a la habitación para que a la mañana siguiente Tomioka lo viese igual de cansado y ojeroso.

Cuando terminaron de cenar y se quedaron solos se lo recriminó:

— No has pasado por la enfermería.

— No necesito ninguna medicina, puedo manejar esto por mí mismo.

— Pues sea lo que sea que estés haciendo para manejarlo no está funcionando.

— Dos días, dame solo dos días más.

A mitad de la noche se despertó por un grito de frustración seguido de varios golpes contra el suelo.

— ¿Sabito? — murmuró.

— Vuelve a dormirte. — Fue la respuesta que obtuvo.

Se sentó en el futón y se frotó los ojos como si aquella acción lograse quitarle las ganas que tenía de volver a acostarse. No lo hizo.

— ¿Has tenido una pesadilla?

— No, no he tenido ninguna pesadilla. Ahora duérmete. Yo aprovecharé para ir a una de las habitaciones vacías del fondo a entrenar a ver si está vez consigo cansarme lo suficiente y duermo más de tres horas.

— No seas tonto. Quédate en el futón.

— ¿A qué? ¿A perder el tiempo hasta que vea salir los rayos del Sol?—dijo con rabia.— Nunca te lo he valorado lo suficiente, pero tienes verdadero talento para quedarte dormido en cualquier esquina y en cualquier posición.

Logró sacarle una pequeña sonrisa.

Se metió dentro del futón de Sabito cuando notó que hacía ademán de levantarse para ir a entrenar. La acción hizo que se apartase de él como si el contacto con su piel lo hubiese quemado.

— ¿Qué estás haciendo?

— Obligarte a que te quedes y no tengas más remedio que volver a dormirte.

Sabito le agarró los brazos antes de que hubiese hecho un solo movimiento para tratar de apresarlo. Sus manos estaban sudorosas y calientes a pesar de que no hacía tanto calor.

Se quedaron un rato así, el suficiente para que se le cerrasen los ojos y no tuviese más energía para mantenerlos abiertos. Fue entonces cuando Sabito lo soltó.

Permaneció atento por si lo escuchaba incorporarse y marcharse, pero en caso de que lo hiciese no creía que pudiese ir detrás de él.

Sintió los brazos de Sabito a su alrededor atrayéndolo hacia él en un abrazo. Hizo un esfuerzo por rodearlo con los suyos.

— Te atrapé. — le susurró haciendo que el corazón de Sabito latiese con fuerza contra su pecho.

Sabito no dijo nada más y si lo hizo no llegó a escucharlo.

Cuando se despertó a la mañana siguiente estaba encima de Sabito con la cabeza apoyada sobre su hombro. Todavía continuaban abrazados y sentía un hormigueó en todo el brazo izquierdo por la postura. Los brazos de Sabito estaban entrelazados en la zona lumbar de su espalda.

No creía que pudiese levantarse sin despertar a Sabito, así que decidió aguantar un rato más en aquella posición.

Su cabello color melocotón le hizo cosquillas en la nariz.

Le costaba creer que había habido un tiempo en el que se metían con Sabito por algo tan estúpido como su apariencia. Desde que lo conocía parecía llevarse tan bien con todo el mundo, a diferencia de él.

Su hermana también era una persona que solía agradar a todo el mundo y además era muy guapa. Tanto que había tenido un montón de propuestas de matrimonio, pero siempre había terminado por rechazarlas todas.

" — Ni siquiera se molestan en conocerme. Solo me quieren por lo que ven y para ser un florero bonito al que mostrarle a las visitas. Un consejo de tu hermana mayor, Giyuu, cásate con quién te quiera tal y cómo eres y no tan solo por tu apariencia."

Por eso le había tomado tan de sorpresa cuando por fin aceptó casarse con alguien. Estaba seguro de que Tsutako había escogido bien y aquel iba a ser el hombre perfecto e iba a hacerla muy feliz.

Debería haberla hecho muy feliz.

Si hubiese regresado tan solo dos años antes en el tiempo podría haberla salvado a ella también y le habría ahorrado muchos dolores de cabeza sabiendo con quién iba a terminar comprometiéndose.

Continuaría siendo un cazador de demonios como lo había sido antes y como lo era ahora.

Después de todo su objetivo principal se había vuelto acabar con Muzan Kibutsuji.

Sintió a Sabito moverse debajo de él.

— ¿Has dormido bien?

— Eso debería preguntártelo yo. — le respondió. — Está noche volveré a atraparte para que no puedas moverte del futón.

Sabito se puso rojo hasta la punta de las orejas, lo soltó y se separaron del abrazo en el que habían dormido.

— No es necesario, ya lo he manejado.

— Lo que necesitas es tranquilizarte.

— ¿Tranquilizarme? Si me has agotado más que un día entero de entrenamiento.

— Pues yo he dormido tan bien como siempre.

Su respuesta pareció dolerle a Sabito.

Aquella mañana por fin le quitaron los puntos. Aiko, la enfermera, le recomendó que guardase por lo menos un día más de reposo antes de volver a entrenar.

Encontró a Sabito y a los otros chicos en el patio practicando con espadas como todas las mañanas.

De noche mientras estaban cenando el cuervo de Kotaro le entregó una misión en Yomikaki a un par de kilómetros de dónde se encontraban.

Se despidieron de Kotaro y poco después cada uno se marchó a su habitación.

Tenía la misma intención de atrapar a Sabito en su futón, pero como la noche anterior lo detuvo agarrándole por los brazos.

— Deja de bromear, no podemos dormir en el mismo futón. Ya no somos niños.

— Está bien. — dijo volviendo al suyo. — Pero si está noche no duermes…

— Lo haré. — le aseguró.

Lo despertaron a mitad de la noche unos pasos rápidos en el pasillo, miró al futón de Sabito que acababa de incorporarse y se dirigió a descorrer la puerta de su habitación.

— ¿Qué pasa? — preguntó Sabito.

— Nada. — escuchó la voz de Yuki. — Mi cuervo me acaba de avisar de que debo ir a Yomikaki. Kotaro debe de necesitar refuerzos.

— Voy contigo.

— No tienes espada.

— Se la robaré a Masamune. Kotaro tiene un rango más que tú y está teniendo problemas. Cuántos más seamos mejor.

— Está bien, pero muévete rápido.

Aquella conversación lo había despertado por completo.

— Yo también voy — le dijo mientras se quitaba su yukata lo más rápido que pudo y buscaba su uniforme de cazador.

Sabito se detuvo de pronto a medio camino de ponerse la parte de arriba.

— ¿Qué estás diciendo? Tienes que quedarte, Masamune solo tiene una espada. Volveré antes de que te des cuenta. Te lo prometo.

Sabito terminó de vestirse y salió de la habitación.

Le dio igual lo que dijese. Se vistió, agarró una de las espadas de madera que usaban para entrenar y un cuchillo de la cocina y los siguió. Con las prisas había olvidado ponerse su haori rojo.

No podría vivir si Sabito muriese una segunda vez y él solo se hubiese quedado esperando y rezando a que volviese.

— Tiene que ser una broma. — dijo Yuki en cuanto lo vio. — ¡Dejaros de mariconadas! ¡Ayuda más quién no estorba!

Le temblaron las manos y se encogió ante sus palabras. Tenía razón.

— ¡Giyuu nunca estorba, ya me ha salvado la vida dos veces! — lo defendió Sabito. — ¡Yo me haré cargo de él!

— ¡Haced lo que queráis, pero si os mata es vuestro problema!

Se movieron rápido siguiendo el cuervo de Yuki, Sabito corrió a su ritmo manteniéndose a su lado.

— Creí que no querías que viniera. — le susurró.

— Y no quería ni quiero que vengas, pero tampoco iba a permitir que te hablase así.

En menos de una hora y media estuvieron en Yomikaki. A las afueras había una plantación enorme de arrozales.

Aquel demonio también olía muy rancio debía haberse comido ya a mil personas.

Una luz apareció de pronto en medio del campo de arroz. Lo único que alcanzaban a ver de él era un quinqué sujetado por una mano morada de largas uñas.

No había ni rastro de Kotaro, debía de haberlo matado ya y habérselo comido. No pudo evitar preguntarse dónde estaría su espada. En aquel terreno podría estar sumergida en cualquier esquina.

Yuki se les adelantó y saltó al arrozal. El agua le llegaba por los tobillos, aquello iba a hacer que se moviesen mucho más lento.

Todavía no tenían ni idea de cual era su arte demoníaco. Sabito se quedó a su lado observando.

La luz se hizo más intensa y los iluminó como el foco de un faro. Tuvieron que cerrar los ojos ante aquella molesta luz.

— ¿Crees que esa es su técnica demoníaca? ¿Deslumbrarnos hasta dejarnos ciegos? — le preguntó Sabito.

El quinqué se apagó y volvieron a quedar iluminados por la luz de la luna y las estrellas. Con aquello perdieron de vista al demonio.

Algo se movió debajo de los pies de Yuki. Lo avisó e hizo que el chico apuñalase el suelo repetidas veces. Una figura grande, alargada y oscura emergió del arrozal como Yuki también tenía en la mano una espada.

— Controla las sombras. — dijo.

Sabito miró a su alrededor.

— Las nuestras no las ha controlado.

— Tal vez porque estábamos muy lejos. Cuanto más lejos estemos más pequeña será la sombra.

Olió de pronto un fuerte olor putrefacto. De su sombra emergió el quinqué encendido agarrado por aquella mano. Sabito la cortó y él rompió el objecto aplastándolo con los pies, pero ya fue demasiado tarde.

Dos sombras de más de dos metros se elevaron detrás de ellos. Ambas desenvainaron dos espadas de casi un metro.

— Añade que también puede transportarse entre ellas. — dijo Sabito apretando los dientes. — Intercambiame las armas, yo retendré a las sombras junto con Yuki. Tú busca al demonio y acaba con él.

No le dio tiempo a responder. Le metió la nichirin en las manos y le quitó la espada de madera y el cuchillo que llevaba.

El corazón le latió con fuerza y trató de pensar dónde se encontraría el demonio. Era imposible que hubiese vuelto al medio del arrozal. Tendría que haberse escondido en el bosque con las débiles y escasas sombras que proyectaba la luna o en el pueblo donde había calles iluminadas por luz artificial y gente con la que poder crear un ejército de sombras.

Corrió lo más rápido que pudo hacia el pueblo, si estaba allí debía estar en una de las casas de las afueras observando y controlándolo todo. No tardó en localizarlo escondido entre las sombras que hacía una vivienda.

Era bajito, mediría como mucho un metro y medio, llevaba una túnica negra y tenía la cabeza cubierta por un velo negro para camuflarse con la oscuridad.

Cuando estuvo a punto de cortarle la cabeza se sumergió en las sombras y saltó a otra.

Se echaría toda la noche persiguiéndolo si seguía así y ni Sabito ni Yuki podían aguantar hasta el amanecer.

Si quería acorralarlo tendría que cargarse las lámparas de gas que iluminaban las calles y aquello podría llevarle a provocar un incendio. Tenía que minimizar cualquier ruptura, tenía que conseguir arrinconarlo en algún callejón donde como mucho se arriesgaría a romper una o dos lámparas.

Se movió rápido por las calles mientras el demonio saltaba de sombra en sombra. Por el rabillo de los ojos vio que había recuperado la suya propia, pero con aquella luz no era más que un círculo ovalado alrededor de sus pies.

Eso les daría algo de ventaja a Sabito y a Yuki, por lo menos ahora solo se estarían enfrentando contra dos y él tendría que tener cuidado de no volver a hacer su sombra demasiado grande.

Consiguió arrinconarlo contra un callejón y cuando estuvo a punto de romper las cuatro lámparas de gas para que no pudiese retroceder hacia atrás, el demonio entró por la ventana de una de las casas.

Lo siguió y le cortó la cabeza antes de que pudiese encender la luz de aquel cuarto.

Hubo pasos en la habitación de al lado y rápidamente volvió a salir por donde había entrado. Lo que menos necesitaba en ese momento era que le pegaran un tiro o trataran de darle una paliza porque pensarán que había entrado a robar a una casa.

Se dirigió a las afueras del pueblo dónde había dejado a Yuki y a Sabito. El pensamiento de que solo se encontraría sus cuerpos desmembrados lo aterró.

Los encontró al borde de los arrozales sentados, cubiertos de barro. A Yuki le habían cortado el brazo derecho a la altura del codo y Sabito estaba tratando de aplicarle un torniquete con las cintas que quedaban de su máscara.

— ¿Cómo estáis?

A simple vista solo podía ver un corte superficial en el hombro izquierdo de Sabito.

— ¡¿Cómo crees que estamos?! — dijo Yuki apuntándole con lo que le quedaba del brazo.

— ¡Deja de quejarte! ¡Tú eras el que tenía la espada nichirin para defenderse y apenas estaba pudiendo con su sombra!

Yuki le dio un puñetazo con la mano izquierda en el estómago a Sabito que hizo que se doblase de dolor. El golpe no había sido tan fuerte para causarle esa reacción.

Le desabrochó la parte de arriba del uniforme para revelar un enorme moratón que le cubría toda la zona abdominal y parte del pecho.

— ¿Puedes levantarte?

— Estaba de pie hasta hace unos momentos, pero ahora que me he sentado no creo que pueda volver a levantarme.

Un cuervo se posó en una de las rodillas de Yuki.

— Un grupo de Kakushis estará aquí pronto. — le informó.

— ¡Estupendo para que limpien lo que quede de nosotros y de Kotaro! — dijo Yuki.

Sintió un peso familiar sobre su hombro.

— También os transportaran para que podáis recibir los cuidados necesarios. — dijo Kotae.

Sabito alargó la mano para acariciarle el cuello.

— Se nota que está aprendiendo comunicación de ti. — le dijo Sabito.

Los transportaron de vuelta al albergue de Nagiso donde Sabito quedó internado en la enfermería con los cuidados de Aiko y una médica del pueblo.

Quiso quedarse junto a él todo el tiempo que pudo.

— Vete a dormir a la habitación. Estás agotado.

— Tengo el talento para quedarme dormido en cualquier esquina y en cualquier posición. — dijo acomodándose en la silla al lado de la cama de Sabito. — Además descansarás mejor si me quedo contigo y te canso más que un día entero de entrenamiento.

Sabito sonrió.

— Tal vez lo necesite. ¡Qué lástima lo de Kotaro! Debí de haberle enseñado a mejorar su respiración de control total y ahora solo queda de él una espada enlodada que han encontrado en los arrozales. Me he pasado todas estás últimas noches de insomnio pensando en el demonio de Takayama. ¿A cuánta gente habrá matado ya y a cuántos cazadores? Un solo corte que se haga en la piel o que le hagan con una espada y se habrá terminado.

— En cuanto nos entreguen nuestras espadas nichirin iremos a buscarla. — le aseguró.

— ¡¿Qué?! — escuchó una estridente voz. — Entonces, ya no estáis interesados en los demonios que me mandasteis a buscar. ¡Tantos meses de trabajo para nada!

Allí apoyada en el alféizar de la ventana estaba el cuervo de Sabito.

— Kawaritai, siempre es un placer escuchar tu dulce voz. — la recibió Sabito.

— ¡Los he encontrado en Murayama o ahí estaban hace tres días!

— Y siempre tan positiva.

Tomioka tragó saliva, por fin había encontrado a Tamayo y a Yushiro, pero no tenía ni idea de que iba a decirles para convencerlos de que lo ayudasen a derrotar a Muzan.