Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge.


9

Desde el regreso de Kawaritai los días en Nagiso se le hicieron eternos. Tampoco le ayudaba el hecho de que Sabito estuviese internado en la enfermería y que Yuki lo odiase.

En ese tiempo Masamune había abandonado el albergue y habían llegado tres chicos nuevos.

Tres días después de la misión en Yomikaki le dieron el alta a Yuki. Nada más salir comenzó a entrenar la espada con su brazo no dominante.

— Esto es culpa tuya. — le recriminó cuando lo pilló observándolo en una de sus salidas de la enfermería. Tan solo salía para las comidas o si Sabito necesitaba alguna cosa. — ¿A qué clase de imbécil se le ocurre ir a enfrentar un demonio sin una espada nichirin? ¡Deberías haber muerto! ¡Lo habrías hecho si Sabito no te hubiese protegido y no te hubiese mandado a cazar a ese demonio! ¡Ese chico pudo contener a dos sombras casi desarmado, las que habrían sido si tú no te hubieses involucrado!

Trató de mantenerse imperturbable, pero las palabras de Yuki lo apuñalaron como un cuchillo. Tenía razón, además Sabito tampoco había querido que fuera. Si Sabito hubiese perdido también alguna parte de su cuerpo también lo odiaría. Había sido él el que había sido incapaz de manejar sus sentimientos y había ido con ellos sin una espada nichirin.

Después de todo prefería morir, antes de tener que volver a perder a Sabito. Si pasaba esta vez sería mucho peor, pues ahora sabía que hiciese lo que hiciese jamás sería capaz de cubrir su pérdida como pilar del agua.

Aquello era una carga constante desde que había vuelto a despertar a su lado en el monte Sagiri hacía casi dos años. Daba igual lo que se esforzase no iba a ser capaz de igualarlo ni superarlo.

Le gustaría poder desprenderse de esas ideas y de esos sentimientos, pero llevaba tanto tiempo sintiéndose así que por si solo no podía liberarse.

Sabito era el único capaz de hacer que se calmasen. La fuente que los ocasionaba era la misma que se los quitaba.

Al único que podía echar la culpa de aquello era a él mismo.

Había salido solo a recoger de su habitación un pincel y los cuatro pequeños botes de pintura que utilizaría para su máscara: negro, blanco, marrón y naranja.

Tendría que haber sido algo rápido, pero para cuando regresó Sabito había dejado de tallar la máscara y estaba pelando una manzana.

— Podrías pedirme en su lugar que me pusiese a ver crecer un árbol, sería más útil y perdería menos tiempo. — escuchó a Kawaritai hablar a los pies de su cama. — Un demonio como el que me estás pidiendo no se encuentra fácilmente. ¡No sabes ni su nombre y si se ha comido a tanta gente es posible que pueda alterar su aspecto! Saber su técnica demoníaca y su preferencia de víctima no es suficiente.

— Si no la ha matado ya otro cazador. — añadió Kotae que estaba acurrucado en uno de los laterales de la cama.

— ¡Has podido encontrar a estos!

— ¡Tenía más datos y aún así mira lo que tardé! ¡ Ojala sigan en Murayama porque si no sería volver a empezar! ¡Desde el principio desde la isla de Hokkaido hasta…!

— Si eso pasa está vez mandaremos a Kotae. — dijo Giyuu.

— ¡A Kotae no, pobrecito, extrañaría el calor humano! — dijo Sabito mientras acariciaba al cuervo. — Kawaritai no tiene ese problema. Es ponerle una mano encima y te la aparta con el pico, que le descolocas las plumas.

— ¡Es lo normal! ¡El raro es él!

Lograron sacarle una pequeña sonrisa.

Sabito terminó de pelar la manzana y se comió la cáscara por un lado y compartió el resto con los cuervos.

Para cuando a Sabito le dieron el alta de la enfermería cinco días después todavía no habían llegado sus espadas y él tenía un dolor importante de espalda de haberse quedado tantos noches seguidas dormido en una silla.

— Esperaremos hasta que el herrero nos las traiga para ir a Murayama. ¿Siempre suelen tardar tanto?

— Sí, para alguien que es el tercer rango empezando por el final. Para un pilar no tardan más de una semana y muchas veces te permiten ir a la villa de los herreros a buscarla.

No lo veía necesario el esperar a que les trajeran las espadas, ¿Qué clase de impresión les darían a Tamayo y a Yushiro si iban armados hasta los dientes? Y más si querían colaborar juntos para derrotar al rey demonio.

Los únicos cazadores fijos en el albergue eran ellos y Yuki. El resto venían, se quedaban unos días y se volvían a marchar. Siempre que se encontraban entrenando o en las zonas comunes siempre los miraba con odio, sobretodo a él.

— Me ha dicho Aiko que has pedido la baja indefinida del cuerpo de cazadores. — le dijo Sabito a Yuki una mañana en el patio dónde entrenaban.

— En mi estado actual para lo único que sirvo es para alimentar demonios.

Había experimentado aquello brevemente, después de la batalla con Muzan había perdido un brazo y era increíble lo que se le había dificultado hasta acciones tan simples como vestirse.

— Yo podría ayudarte a entrenar. Ni siquiera tienes una respiración.

— No necesito tu caridad. En cuanto me recupere volveré a matar demonios como lo he hecho hasta ahora.

Tardaron cuatro días más en traerles las espadas nichirin y fue entonces cuando por fin se dirigieron a Murayama.

Llegaron cinco días después al atardecer.

— Están alquilados en aquella casa de allí a las afueras. Todas las noches desaparece, la encontré sobretodo por ese demonio Yushiro es el que más sale a esas horas. — dijo Kawaritai. — Por las mañanas están abiertos y tienen una consulta en la que atienden enfermos.

— Entonces será mejor que les hagamos una visita mañana por la mañana. Vamos a buscar un hostal donde hospedarnos. — dijo Sabito.

Tomioka se quedó unos instantes más observando la casa que como había dicho Kawaritai desapareció una vez que se puso el Sol.

Se hospedaron en el lugar más próximo que encontraron. Compartieron una habitación con dos camas.

— Mañana debería ir yo solo a hablar con ellos. Trabajar con demonios se considera un acto de alta traición en el cuerpo de cazadores. — Como lo había sido dejar vivir a Nezuko cuando se había convertido en un demonio. — Si al final hay problemas debería ser yo solo quien cargue con las consecuencias.

— Dijiste que al final el patrón había pedido su ayuda. No creo que por esa parte tengamos problemas.

— También importa la opinión de los pilares actuales…

— Entonces lo llevaremos en secreto, con la máxima discreción. Giyuu, no te he acompañado para abandonarte ahora.

— Existe la posibilidad de que tengamos que cometer seppuku.

— Podías juntarte con Kawaritai. A tu amigo Tanjiro no le sucedió por trabajar con estos demonios, a nosotros tampoco. Además ni siquiera es algo seguro de que vayamos a trabajar con ellos.

Aquella noche le costó conciliar el sueño y para cuando lo había hecho Sabito ya había dormido cinco horas y se había despertado. Había mejorado su rutina de sueño, pero no lo suficiente y todavía se negaba a consumir alguna medicina que le ayudase.

Sabito lo levantó a las ocho de la mañana. Tenía un horrible dolor de cabeza y solo le apetecía volver a acostarse.

Decidió dejar su espada en el hostal, solo necesitaba hablar con Tamayo para convencerla de que los ayudase.

Fue incapaz de convencer a Sabito para que dejase las suyas.

—No pienso matarles. —le aseguró.— A no ser que me den motivos.

La casa había vuelto a aparecer con la salida de los rayos del Sol. La puerta de entrada estaba abierta, así que entraron donde llegaron a una sala en la que había dos ancianos y un niños pequeño junto con su madre.

Aquella habitación tenía sillas, sillones y un sofá. Había dos estanterías en paredes enfrentadas que contenían en su mayoría cuentos infantiles. La única iluminación provenía de la gran lámpara del techo.

No había ventanas y de haberlas sospechaba que debían estar bloqueadas detrás de las estanterías.

Había tres puertas: por la que habían entrado, la de la consulta de Tamayo y una que debía dar al resto de la casa y que debía estar cerrada.

Fue Yushiro al primero que vio. Salió de la consulta y dijo un nombre. Una mujer mayor se levantó y entró.

Yushiro cerró la puerta detrás de la señora, pero no volvió a entrar. Su vista estaba clavada en ellos, en sus uniformes y su semblante se había vuelto mucho más serio.

—¿Ese es uno de los demonios? — le preguntó Sabito en un susurro.

Asintió.

—Parece un humano.

Yushiro se acercó a ellos.

—Aquí solo se atiende con cita previa, a no ser que sea una urgencia y a los dos se os ve perfectos. ¡Así que fuera!

Sabito bajó la mano derecha hacia la empuñadura de una de las espadas.

—A estás horas tú no vas a poder echarnos.

El rostro de Yushiro se crispó en una mueca de rabia.

—¿Cómo se os ocurre venir aquí y aún por encima armados? Os doy un minuto para que salgáis por donde habéis entrado o os echaré yo mismo a patadas. Me da igual la luz del Sol.

Apartó la mano de Sabito de la empuñadura.

—Yushiro, necesitamos tú ayuda y la de la señora Tamayo para derrotar a Muzan.

Yushiro se sorprendió al escucharlo mencionar su nombre, pero aquella expresión rápidamente fue cambiada por una de furia. Los agarró a ambos por los hombros y los empujó hacia la puerta de entrada.

Le agarró las manos a Sabito antes de que las pusiese sobre las empuñaduras de las espadas y las desenvainase.

—¡Escúchanos aunque sea, por favor!— le pidió.

Oyó el ruido de una puerta abrirse.

—¿Qué pasa, Yushiro? — preguntó una mujer.

—¡Nada, señora Tamayo, solo un par de impresentables!

Y con un fuerte empujón y una patada en el culo los echó dando un portazo.

—Sí, son unos aliados encantadores. Podría haber ido peor.

—¿Más?

La casa volvió a desaparecer justo delante de ellos. Aquella primera conversación había sido un absoluto fracaso y si no lograba convencerlos esa misma noche volvería a perderles el rastro.

¿Qué habría hecho Tanjiro para que confiarán en él, para que lo ayudarán? ¿Qué habían visto en él?

La casa volvió a aparecer y por la puerta salió la anciana que habían visto entrar en la consulta, detrás de ella en el pasillo, alejada de los rayos del Sol que entraban, había una mujer con las manos cruzadas.

— Yushiro dice que queréis hablar con nosotros, ¿Quién os manda? — les preguntó Tamayo.

— Nadie, hemos venido los dos solos. Necesitamos tu ayuda para derrotar a Muzan Kibutsuji.

Los labios de Tamayo se apretaron en una fina línea:

— Podéis pasar, pero os atenderé al finalizar todas mis consultas.

— ¡Y dejad las armas! — escuchó a Yushiro por detrás.

— ¡Sí, claro, en el paragüero! — dijo Sabito, pero al entrar no se apartó de ellas.

Se pasaron toda la mañana sentados en aquella sala. Nunca estaban ellos dos solos, siempre había alguien esperando su turno para ser atendido por Tamayo.

Cuando por fin terminó debía ser más tarde de la una. Yushiro fue quién los guió hasta el comedor de la casa, mientras Tamayo terminaba unos últimos pendientes en la clínica.

Allí había una mesa de madera con seis sillas, la ventana estaba cerrada y la única iluminación venía de una lámpara de araña que colgaba del techo.

— ¡Y deja por los menos esas espadas lejos en la presencia de la señora Tamayo! — le volvió a recriminar Yushiro a Sabito.

— Vosotros no podéis dejar vuestras técnicas demoníacas, yo tampoco dejaré mis armas. Si pensáis atacarnos, tendremos que defendernos.

— ¡Habéis sido vosotros quiénes habéis venido aquí en primer lugar! — dijo Yushiro agarrando de malas formas las espadas de Sabito y tratando de quitárselas.— ¿Para qué habéis venido si no confiáis en nosotros?

— Porque confío en Giyuu, pero no en demonios.

— ¡Ya basta! — la voz de Tamayo fue suficiente para detener aquella pelea. — Los escucharemos y luego se irán.

Traía una bandeja de metal con una tetera y cuatro tazas de té.

Tomaron asiento en la mesa y Tamayo les sirvió té. Se bebió la mitad de un trago para calmar la sequedad que sentía en la boca y la garganta.

— ¿Cómo habéis sabido de nuestra existencia? — les preguntó Tamayo con las manos escondidas sobre el regazo.

Las palabras se le escaparon de los labios sin siquiera pensarlo: como había vuelto al pasado desde un futuro en el que Muzan había sido derrotado, después le habló de Tanjiro y de su hermana Nezuko convertida en demonio y como ella les había ayudado a que volviese a ser humana y finalmente como su ayuda había sido decisiva para crear un veneno con el que pudieron acabar con Muzan Kibutsuji.

No pensaba contarle que ella moriría en la batalla final, pero aquella información se filtró de sus labios como si no pudiese detenerla.

Los ojos de Yushiro que habían estado todo el tiempo clavados en Sabito se volvieron hacia él. Tamayo se mantuvo callada.

Por un momento se distrajo cuando Sabito se quitó su haori de formas verdes y anarajanda y lo dejó sobre el respaldo de la silla. Estaba empapado en sudor.

— ¿Qué te pasa?

— Se le pasará en cuanto beba un poco de té. — dijo Tamayo poniendo las manos sobre la mesa. En una se había hecho un pequeño corte. — He estado utilizando mi técnica de sangre para que me dijeseis la verdad, pero la exposición prolongada también os envenena por eso he puesto un antídoto en el té.

Sabito se levantó con brusquedad apartando la silla, desenvainó una espada negra y estuvo a punto de caerse de lo mucho que le temblaban las piernas. También le estaba costando levantar la espada.

— ¡Si es que lo sabía, no se puede confiar en ellos!

Lo agarró antes de que se lanzase a atacarlos. Sabito estaba caliente y el corazón le latía con fuerza como si se le fue a salir del pecho.

— Tienes que calmarte y beberte el té. — le pidió acercándole a los labios la taza que le habían servido y que no había tocado durante toda la conversación.

Sabito dio varios sorbos rápidos haciendo que su corazón volviese a latir a un ritmo normal. Mantuvo su otra mano agarrando la de Sabito que empuñaba la espada.

— De la misma forma que vosotros no confiáis, nosotros tampoco lo hacemos en los cazadores del cuerpo de demonios. — dijo Tamayo. — No sois los primeros que nos encuentran y tratan de asesinarnos por ser demonios.

— ¡¿Y a cuantos habéis matado ya?!

— ¡A ninguno! ¡Nosotros no somos así! ¡No matamos gente! ¡Nos alimentamos de sangre que compramos! — le respondió Yushiro. — Ya los hemos escuchado como querían ahora que se larguen, señora Tamayo.

— ¿Quién más sabe esto? — preguntó Tamayo con tranquilidad

— Ahora solo nosotros cuatro.

— ¡Qué siga así! Si esta información llega a Muzan Kibutsuji te perseguirá para convertirte en un demonio y robarte todos los recuerdos. Incluso la gente que la sepa correrá peligro. Y tendría cuidado a él no le gustan los espadachines con espadas negras, en cuanto subáis un poco de rango os perseguirá.

Se le hizo un nudo en la garganta.

— ¿Nos ayudaras?

— ¡Qué remedio! — susurró. — Quiero matar a ese hombre. Aunque ninguno de los dos entiende a los demonios.

Sabito se rió:

— ¡Perdona que no me nazca la empatía por los seres que mataron a a mi familia, que se comen a mis compañeros y que llegaron a matarme! ¡Aunque pueda llegar a hacerlo, no me da la gana!

— No todos los demonios tienen la culpa de lo que son. Kibutsuji los transforma y solo deja en ellos un sentimiento de hambre.