Los Dioses Del Amor
El Manual del Amor
Era la hora del té y su rosca de frutas de temporada con leche condensada por encima había resultado ser un éxito rotundo entre las otras damas con quienes estaba sentada en ese momento.
Zent Eglantine, Lady Sieglinde, Lady Florencia y las primeras esposas de dos ducados más se encontraban sentadas a la mesa, consumiendo un té floral traído desde Drewanchel compartido entre una plática trivial sobre los resultados del último año en la Academia Real.
—Aub Rozemyne, he tenido curiosidad desde que dio inicio la conferencia hace cinco días, ¿qué es el hermoso adorno que usted y Lord Ferdinand usan en sus orejas? —preguntó Eglantine con un leve sonrojo apenas insinuado sobre sus mejillas.
—Es verdad —comentó la primera esposa de Drewanchel—, también me he estado preguntando por ello, ¡ha sido tan refrescante y romántico verlos vestidos con ropa a juego desde el segundo día de la conferencia! ¡y los adornos de sus orejas destacan aun más cuando están juntos!
Rozemyne se llevó una mano a la mejilla tratando de suprimir un sonrojo e imitar la mejor cara inocente de Angélica, obteniendo como resultado una sonrisa débil y temblorosa.
—¿Romántico? —dijo tratando de hacerse la tonta, a ella no le parecía romántico, estaba usando a Ferdinand como un posible escudo Y estrenando su nuevo y mejorado artefacto antiescucha basado en los teléfonos celulares con tecnología de manos libres... claro que ninguna de estas damas entendería o escucharía su explicación, así que...
—Es verdad, ha sido muy romántico verlos juntos —apoyó Florencia mirándola con una ligera sonrisa que no supo interpretar. ¿Su madre adoptiva estaba riéndose de ella o con ella?—, ¡pensar que mi querida hija, que parecía tan alejada de tales cuestiones, nos dejaría ver cuanto ha impactado en ella el baile de Bluanfah!
No pudo seguir aguantando el sonrojo, estaba segura... su próximo invento serían los abanicos decorados, necesitaba una forma de esconderse sin tener que huir porque, estaba segura, estos comentarios no iban a detenerse con facilidad o en un futuro inmediato, al menos nadie sabía que tan seguido ella y Ferdinand se mostraban devotos al Dios de la pasión, así que...
—¡Yo todavía estoy impactada!, Aub Rozemyne —preguntó la otra primera esposa con la cual no estaba del todo familiarizada—, ¿es cierto que le ordenó a Lord Ferdinand dormir con usted todas las noches dentro de la Academia Real?
Pudo notar los sonrojos en todos los rostros que la miraban, las diminutas sonrisas pícaras, el asombro de Florencia y Sieglinde, así cómo la curiosidad en los ojos de Eglantine, ¿Qué demonios había hecho? ¡La iban a tachar de ser una pervertida y una desesperada!
—Ehm... si, es verdad, pero...
Eglantine la hizo callar con un movimiento de su mano antes de solicitar un aparato antiruido de rango específico con su otra mano... si pensaba que esto no podía ser peor, estaba muy equivocada.
—Aub Rozemyne —dijo Lady Sieglinde todavía sorprendida—, si su atrevida declaración fue verdad, significa que no encuentra ni un poco incómodo compartir su lecho, ¿todos los días con ese hombre?
Eglantine parecía divertida ahora, Florencia solo se cubrió la boca entre divertida y asombrada, las otras dos damas la miraban con suspicacia. En serio se había metido en un buen lío esta vez.
—Bueno, es que, no deseo más cónyuges ni para mi ni para Lord Ferdinand y él tampoco desea a nadie más, estaba tratando de defendernos y...
—Escuché que, de hecho, han estado compartiendo su habitación en la academia, Aub Rozemyne —comentó la mujer de Drewanchel con una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba pensando... que no estaba demasiado alejado de la realidad.
—¿No le parece un poco extremo tolerar el mana de otro estando aqui? —preguntó la otra mujer en la mesa—, considerando que este ha sido por años un verdadero santuario para descansar de ciertas... obligaciones.
—¿Obligaciones? —¿era en serio? ¿veían el acto de compartir una cama como una obligación?
Se sentía sorprendida. Podía comprender que tras un matrimonio político pudieran sentirse algo reacias a ciertas cosas pero... ¿en serio lo veían como una obligación?
—¿No le parece agotador, Aub Rozemyne? —preguntó Florencia, ¡FLORENCIA NO TENÍA PORQUÉ DECIR ESO!, ¿Que su matrimonio no era por amor?
—Ma... Lady Florencia... es que yo...
—Ciertamente, era un alivio poder resguardarme en mi propia habitación luego de casarme con Anastasius y antes de convertirme en Zent, no tenía que escuchar sus quejas antes de dormir si me sentía indispuesta a... ustedes comprenden.
Observó con consternación como las demás mujeres a su alrededor afirmaban con la cabeza, como si todas comprendieran que era imposible dormir sin tener que proporcionar algo de sexo para poder descansar tranquilas... como si no lo disfrutaran en absoluto.
—No comprendo, Lord Ferdinand suele abrazarme para dormir sin importar que hayamos hecho antes, es tan reconfortante que no tardo nada en quedarme dormida.
Esta vez fue el turno de las otras mujeres de mirarla sorprendidas.
—¿No siente repulsión por mana? En ocasiones suele ser molesto —aseguró Lady Sieglinde con una mano en la mejilla, como si estuvierea recordando algo a lo cual las demas comenzaron a asentir.
—Pues no, nuestros manas son tan compatibles, que jamás he sentido repulsión o molestia. Cuando era más pequeña me parecía reconfortante que Lord Ferdinand me hiciera chequeos médicos.
Las demás se miraban unas a otras un tanto sorprendidas, Florencia por su parte la miraba con cara de "¿Segura que solo eran chequeos médicos?" desconcertándola. ¿Cuanta gente pensaba que Ferdinand tenía gusto por las niñas pequeñas?
—¿Qué hay de sus obligaciones de esposa? —se aventuró a preguntar Eglantine, curiosa y con el rostro algo escéptico—, ¿no le parece un fastidio tener que permanecer contra su espalda en lo que él termina con su asunto?
Las otras asintieron. Rozemyne no pudo evitar torcer la boca con molestia, lo que le fastidiaba era esta conversación... después recordó las primeras noches de intimidad. Empezaban y terminaban demasiado rápido, la estimulación que ella recibía era más por la anticipación que por algo que él hiciera... y después... después él se había mostrado abierto y receptivo con ella. Actualmente su vida en sexual era gratificante, la única vez que se había negado por completo había sido por causa de su regla, fuera de eso...
—¿Entonces no lo disfrutan? —dijo sin pensar. Cuando se dio cuenta de su comentario era demasiado tarde. Cinco pares de ojos la miraban asombrados.
—¿Usted si? —preguntó la esposa de Aub Drewanchel.
—¡Si!
Notó los sonrojos. Cómo su madre y otras dos damas desviaban la mirada con vergüenza. Eglantine la miraba con fascinación y... ¿envidia? Lady Sieglinde parecía incapaz de creer en sus palabras, parecía haberese olvidado por completo de enmascarar sus pensamientos y emociones mientras la veía con incredulidad.
—¡Oh, dioses!, ¡le dije que se necesitaba un manual y no me creyó! —se lamentó Rozemyne al observar como se abría un nuevo mercado ante sus ojos. Los dioses del amor no se sentirían mal por ganar favores e ingresos extras por algo como esto, ¿cierto?
—¿Un manual? —repitió Florencia.
—¿A qué se refiere, Lady Rozemyne? —preguntó Eglantine con los ojos abiertos y su atención volcada por completo en ella.
—Existen un buen número de técnicas amatorias para que las dos partes disfruten del acto, ¡no se trata solo de juntar mana para reproducirse!, ¡es otra forma de arte!, además puede ser tanto divertido como placentero, solo se necesita tener la mente abierta y ser receptivo a los deseos del otro.
Cuando terminó su discurso observó las diferentes expresiones en su público. Eglantine parecía esperanzada, a diferencia de las demás.
—¿Y usted podría hacer... este manual? —preguntó Eglantine, originando que las demás la miraran entre horrorizadas y asombradas.
—No lo sé, le planteé la posibilidad a Lord Ferdinand pero, dijo que algo tan... impúdico y desvergonzado no se vendería... aunque empiezo a pensar que de hecho es algo necesario, no logro concebir que solo los hombres lo disfruten.
Había menos horror en los rostros que la miraban.
Rozemyne se llevó un pedazo de rosca con fruta a la boca, masticando despacio antes de tomar un sorbo de su té para calmarse.
—Además de conocer el propio cuerpo y las zonas más... receptivas, siempre es bueno conocer el cuerpo del compañero, ¿no?, parecería que los hombres son muy fáciles de complacer pero, sé que pueden disfrutarlo aún más, sin olvidar la cantidad de veces que una mujer puede experimentar placer en un solo encuentro... ya ssea sola o en compañía. Es un verdadero desperdicio que nadie más en esta sala parezca comprender de lo que estoy hablando.
—Aub Rozemyne, ¿está usted hablando en serio? —dijo la mujeer de Drewanchel sacando un díptico y comenzando a haceer todo tipo de anotaciones. Un poco más y tendría sus primeras cinco ventas más que aseguradas en este ámbito.
—¿Y dice que Lord Ferdinand es capaz de... complacerla múltiples veces... en una noche? —preguntó ahora Sieglinde tan sorprendida como Ferdinand cuando se enteró que en su mundo de ensueños, además de no haber magia, no había nobleza y el pueblo elegía a sus gobernantes dentro del mismo pueblo... ¿en serio era tan sorprendente?
—Sigo sin comprender que es lo que las tiene tan sorprendidas. Lord Ferdinand puede parecer frío e inexpresivo. Un noble perfecto desde cualquier ángulo. Y sin embargo está abierto a probar nuevas ideas y a complacerme hasta donde sea posible.
Recordó cuando entró al Jardín de los Comienzos armado hasta los dientes como un héroe de alguna película de acción para evitar que los dioses la hicieran perdere más cosas presiadas para ella. Un hombre que se enfrentaba a los mismos dioses por ella era ciertamente capaz de buscar todas las maneras posibles de complacerla dentro y fuera de la habitación... en todos los sentidos.
Por alguna razón, ahora incluso Florencia la estsaba mirando con celos. ¿Había dicho algo que no debía?
—Si Lady Magdalena la escuchara ahora, seguramente se reiría sin poder evitarlo —comentó Lady Sieglinde de repente—, solía decir que, ser cortejada por él era como ser cortejada por una estatua de frío mármol.
Podía recordar que esa mujer había sido la prometida de Ferdinand por un tiempo. Él la respetaba, pero nada más. La relación entre ambos no parecía la más cortés tampoco.
—Quisiera decir que lamento mucho que Lady Magdalena no se diera cuenta... pero sería una mentira, agradezco que tenga una mala impresión de mi marido, de otro modo, él no sería mío justo ahora y de seguro estaría tan insatisfecha como todas ustedes. Parece que Bluanfah y Eflorelume no se aparecen mucho cuando Brenwärme y Beischmachart actuan en la misma habitación.
Esta vez las otras mujeres asintieron, parecía que estaban llegando a algún tipo de entendimiento mutuo.
—Entonces —dijo Lady Drewanchel en tono tentativo—, ¿Alexandría producirá y venderá este manual?, ¿no podría Aub Alexandria compartirnos un poco de su nueva sabiduría antes de que esto ocurra?
Se llevó otro trozo de dulce a la boca, tomándose su tiempo para masticar y considerar la situación.
Necesitaría de alguien que hiciera los dibujos, no podía ser Rosina. También era posible que tuviera que abrir un taller de imprenta especializado, pero, ¿en qué? ¿especializado en manuales o especializado en algo más de estilo erótico?
Le dio un sorbo a su té, casi frío ahora. Ferdinand no le iba a permitir hacerlo por muy bien que se vendiera. Ya podía notarlo rojo de la cabeza a los pies, arrancándole las mejillas a pellizcos en medio de un ataque de furia. No, necesitaba la ayuda de alguien que pudiera moverse con más libertad, alguien que pudiera encontrar a la persona perfecta para los dibujos y la persona ideal para abrir este taller en particular... Justus se había mostrado bastante interesado en hablar con Ferdinand a escondidas desde hacía un par de semanas, mirándola con ganas de preguntar algo sin llegar a atreverse... sus ojos llenos de curiosidad los habían acosado la primera vez que compartieran la tina de su baño romano... quizás Justus podría ayudarla con este pequeño proyecto, en tanto tuvieran cuidado de que Ferdinand no sospechara nada...
—Haré lo que pueda para ayudar a las damas a disfrutar un poco más de los dones de los dioses del amor, si ese es el caso —anunció finalmente, decidida y con un plan a medias—, en cuanto a darles un poco de información ahora, tal vez debería explicar un poco del... juego previo.
Luego de comenzar a enseñarle japonés a Ferdinand, éste se había puesto a traducir algunas de las palabras que ella solía usar, ese término era uno de los que le había traducido y ahora no sonoaba extraño, aun así, levantó algunas miradas llenas de curiosidad.
—¿Ha dicho juego? —preguntó Eglantine sentada casi al borde de la silla... demonios, podía ver un poco del fanatismo de los ojos de Clarissa en la Zent actual.
—Si, bueno, es que este tipo de actos debería ser, en cierto modo divertido. Lo primero es explorar el propio cuerpo y hablar. Un hombre que comprende que su esposa desea algunas cosas ANTES y la respeta lo suficiente, debería ser capaz de contenerse y cortejarla con caricias.
Procedió entonces a responder algunas preguntas cada vez más íntimas y subidas de tono. Era una revelación saber que las nobles mujeres del reino eran siempre convocadas a la alcoba solo para permanecer de espaldas en la cama con las piernas abiertas o hacer felaciones antes de ser volteadas y tomadas a cuatro patas. ¿Cómo podían disfrutarlo si, efectivamente, era más una obligación que un deleite? Por no hablar del alivio que parecían sentir todas de que el acto no durara más allá de cinco minutos, contando desde que los maridos se bajaban los pantalones... las nobles mujeres de todo el reino NECESITABAN con urgencia un libro del Kamasutra y posiblemente algunos libros de erotismo donde se explorara un poco más el juego previo, el juego de roles y la posibilidad de explorar otros sitios, además del lecho y la alcoba, para darse gusto mutuamente.
Sonrió sin poder evitado, este era terreno inexplorado y ella, como buena seguidora de Mestionora tenía la obligación de ayudarlas, permitiendo que la sabiduría fuera repartida y compartida en tanto las arcas de Alexandría se llenaban un poquito más. Le parecía un intercambio más que adecuado.
Las ventas podrían hacerse, en un inicio, durante la Conferencia de Archiduques y luego de esto, podría encontrar la manera de crear una red de difusión similar al sistema de recomendación usado en el restaurante Italiano y su nuevo restaurante de ramen.
.
—Au, au, au, ¡Feilang! ¡ya!
Un par de segundos después sus mejillas fueron soltadas y ella al fin pudo frotarlas para tratar de disminuir el dolor que sentía en ellas. Su amado esposo no había dejado de pellizcarla desde la primera noche en la Academia Real, que hoy decidiera pellizcarla apenas llegar a la sala donde estarían compartiendo la cena la dejó preocupada por un momento. ¿Se había corrido la voz tan rápido sobre el manual? ¿Florencia la habría delatado con Silvester?
—¡Vas a dejarme sin mejillas si me sigues pellizcando!
—Si yo sufro, tú sufres conmigo, ¡tonta! —respondió el Rey Demonio con el ceño bastante más relajado que cuando volvió.
—¿Que sucedió ahora? ¡llevas toda la semana desquitándote conmigo y sin decirme por qué!
No se había dado cuenta de lo tensa que estsaba la habitación hasta que Ferdinand hizo una señal con su mano a sus asistentes, los cuales comenzaron a servirles de manera apresurada.
—Silvester [es un idiota] —murmuró Ferdinand en su oído con ayuda de su aparato antiescucha de manos libres.
Rozemyne no pudo evitar detener su mano a medio camino a su boca, mirándolo divertida.
—[¿Dijo algo?]
—[Dijo mucho]
Sonrió divertida, parecía ser que al fin sabría porqué sus pobres mejillas sufrían tremendos atentados de destrucción cada noche.
—Tu... nuestro pequeño arrebato... lo ha usado contra mi... todos los días —comentó usando todavía el manos libres.
Rozemyne observó disimuladamente, notando de inmediato las orejas rojas de su marido, frunciendo el ceño de nuevo. Silvester lo había estado abochornando demasiado, según parecía.
—¿No puedes pedirle que pare? somos de un ducado superior ahora, así que...
—Imposible, se comporta de manera adecuada si hay personas de otros ducados, sin embargo, no ha parado de hacer todo tipo de burlas cada vez que nos encontramos a solas o bebiendo con Karstedt.
Si lo pensaba, no era como que pudiera culparlo demasiado. Silvester eera alguien a quien de verdad le gustaba molestar a los demás.
—¿Qué fue lo que me dijiste cuando empezó a molestarme para que hiciera como un shumil?, ¿sólo dale lo que quiere y evitarás que te moleste demasiado?
Si las miradas mataran... lo peor es que no podía culpar del todo a Silvester esta vez, era demasiado divertido molestar a su marido.
—Kiss me please —murmuró ella en un intento por apaciguarlo, notando como él se sonrojaba un poco antes de voltear la mirada a otro lado.
—[Me niego] —murmuró el peliazul con las orejas rojas, guardando silencio en cuanto les sirvieron un consomé doble con pescado y verduras.
Habría preguntado más, pero decidió dejarlo por ahora, ya tendría tiempo después de terminar de disfrutar su cena.
—¿Qué tal tu fiesta de té con Zent? —preguntó su esposo todavía usando el manos libres.
—Todo bien, en realidad. Lady Sieglinde parecía... asombrada por la orden que te di, al parecer, ninguna de ellas encuentra confortable el contacto con sus cónyuges.
—No todos tienen manas compatibles, pensé que te lo había explicado antes.
Rozemyne tomó su copa llena de agua para dar un sorbo en tanto usaba su pie para acariciar una de las piernas de Ferdinand, notando la ligera conmoción en él, sofocada apenas una fracción de segundo antes de mirarla de soslayo y sonreír de forma apenas perceptible.
—Madre adoptiva parecía sorprendida de que no te negaras.
—No puedo negarme a las órdenes de mi Aub.
—¿Debería convertir en órdenes las ideas que me prohibes poner en marcha?
—Solo si quieres llevar Alexandría al caos más profundo.
Lo observó atenta, sus ideas no eran tan malas, ¿cierto?... Quizás fueran un poco radicales, pero... suspiró derrotada, esa acusación se parecía bastante a algo que Benno y Lutz habían comentado sobre uno de los planes que había comentado con ellos luego de quejarse de que Ferdinand la había vetado con ello.
—Por cierto... es posible que haya comentado algo un poco... desagradable.
—¿Qué podría ser eso?
No le gustaba nada que la mirara de forma reprobatoria aún antes de dejarla explicarse... justo igual que cuando preguntó si habría algo similar al Kamasutra en el reino.
—Lady Sieglinde comentó sobre como se refiere a tí Lady Magdalena, y respondí que más que lamentarlo, me alegraba que te viera de esa manera.
—En verdad dijiste algo desagradable —respondió Ferdinand mirandola con desaprobación y algo más, parecía de verdad molesto y a punto de soltar esa sonrisa brillante con que cubría su mal humor.
—Dije que me alegraba, porque de otra manera no serías mío... si Lady Magdalena hubiera seguido con su compromiso, tú habrías estado en Dunkelferger cuando yo asistí al Templo por primera vez, no habría habido nadie para defenderme a mí o a mi familia, y si por algún milagro me hubiera librado de ser vendida a otro ducado, es posible que habría terminado uniendo mis estrellas al insufrible de Sigiswald... y entonces me sentiría igual de agradecida que ellas por tener una habitación propia.
El frescor de la mano de Ferdinand sobre la suya la obligó a voltear. Estaba complacido y sonrojado de manera ligera. Podía notar alivio y comprensión en sus ojos, brillantes a causa del amor que parecía desbordar. Él tampoco habría sido feliz con una mujer a la que no amaba.
—You are my love —murmuró Ferdinand sin dejar de mirarla a los ojos.
Ella apretó la mano de él, llevándola a sus labios para besarla sin dejar de mirarlo, sonriendo al notar la pequeña sonrisa naciendo en el rostro de su marido. Realmente habían sido afortunados.
.
—¡Oh, Ferdinand!
No habían permitido que los asistentes los ayudaran a cambiarse, él los había enviado a descansar unos pasos antes de llegar a la habitación que estaban compartiendo, dándoles indicaciones de llevarle ropa limpia por la mañana y enviando incluso a los guardias a tomar un descanso. Esta noche solo los shumils guerreros permanecían en la puerta y en la habitación.
Podía sentir las manos de su esposo recorriéndola por encima de la ropa con suavidad, en tanto el hombre a su espalda aprovechaba que llevaba el cabello recogido para besar y morder su cuello y uno de sus hombros justo antes de retirarle con cuidado los adornos que mantenían el peinado en su lugar.
Sintió las manos de Ferdinand pintándola de mana con suavidad, removiendo despacio cada una de las prendas que llevaba puesta, desnudándola hasta dejarla con solo el largo brazalete que la mantenía protegida de la influencia de los dioses y el collar de matrimonio encima. Estaba tan excitada para ese momento, que no le habría molestado ser tomada ahí, de pie contra la puerta.
—¿No vas a desvestirme? —Susurró la voz gruesa y musical de Ferdinand en tal tono que la excitó un poco más, justo antes de voltear para besarlo y comenzar a desvestirlo hasta dejarlo solo con el collar de matrimonio ahora.
Parada en puntas, con sus dedos revolviendo el cabello azul claro de Ferdinand y sin dejar de besarlo fue que ambos caminaron hasta la cama. Ella reía divertida, notando como él sonreía feliz sin dejar de pasearle las manos por la espalda y las nalgas, apretando cada vez que daban un paso, siguiendo incluso cuando ambos se dejaron caer sobre la cama sin dejar de mirarse.
—Sospecho, que tu hermano te tiene celos.
Estaba por besarlo cuando él se hizo para atrás, mirándola entre molesto y desconcertado.
—¿Celos?
Acarició la profunda arruga entre sus ojos en un intento por relajarlo, justo antes de delinear su nariz y su mandíbula, pasando un dedo sobre sus pómulos antes de acomodar un cadejo de cabello azul claro detrás de una oreja cuya punta se notaba sonrojada, delineándola sin dejar de mirarlo con afecto, sonriendo al notarlo relajarse del todo.
—¿Sabes lo que pasa cuando una mujer ve estas interacciones como una obligación más?
Él tomó la mano que delineaba su rostro, besándola sin dejar de mirarla con sus profundos ojos dorados ante sde negar lentamente.
—Pasa que buscan la manera de evitarlo tanto como sea posible, porque no lo disfrutan.
—¿Tú no lo ves como una obligación?
Fue su turno de negar, permitiendo que una sonrisa sincera floreciera en su rostro sin dejar de mirar a su amante en ningún momento.
—¿Qué hay de ti?
Una mano rodeó su cuello, acariciando su espalda desnuda antes de atraerla de nuevo en tanto era besada por todo el rostro, luego de lo cual, la otra mano de Ferdinand le acomodaba el cabello con gentileza, peinándola con afecto, permitiéndole ver una sonrisa más amplia de lo usual.
—No. Esto es más una bendición que una obligación. Dejarte descansar es más una obligación que compartir contigo estas actividades.
Se pegó a él sin pensarlo siquiera, sonriendo aún más antes de comenzar a besarle el cuello. Si tan solo no hubiera estado pellizcándole las mejillas toda la semana...
Rozemyne se separó de él un poco, bajando de la cama antes de tomar una pequeña caja, quedando de pie frente a Ferdinand, quien la miraba ahora curioso, sentado en el centro de la cama, una ceja levantada con curiosidad. Ella sonrió antes de sacar su schtappe y amarrarle las muñecas, tirándolo a la cama y reacomodándolo.
—¡Myne! ¿qué estás haciendo?
Se sentó sobre él, extrayendo un par de esposas similares a las que se usaban para cancelar el schtappe y pasando la cadena por uno de los cilindros de madera ocultos detrás de las almohadas, justo debajo de la cabecera antes de amarrarlo con ellas y soltar la cuerda mágica, devolviendo la voluntad divina a su interior.
—Silvester no va a dejar de molestarte la semana que viene, así que tú no vas a dejar de pellizcarme las mejillas, por lo tanto, tengo que clamar venganza ahora, ¿no crees?
No estaba segura si la cara de Ferdinand era de diversión, de enfado, de sorpresa o de miedo... o de todas a la vez. Su mirada parecía curiosa y desconfiada a partes iguales, en especial cuando el hombre dio un jalón con todas sus fuerzas, comprobando que no podía soltarse.
—No te preocupes, prometo liberarte cuando termine —trató de reconfortarlo antes de sacar una pequeña llave de la caja y mostrársela, colgándosela del cuello para asegurarse de que no se le fuera a perder.
A continuación, Aub Alexandria sacó una banda de tela suave y negra del interior de la caja, la cual pasó por debajo de la cabeza de Ferdinand antes de amarrarla a un lado, cubriendo los ojos de su esposo.
—¿Debo preocuparme por esto?
—No, te aseguro que será divertido, lastimarte no entra en mi definición de divertido, así que no te preocupes. Gracias por darle la noche libre a nuestros asistentes y guardais, por cierto, llevaba un par de días esperando una buena oportunidad para que nadie nos interrumpiera.
Él soltó uno de esos largos suspiros de resignación y ella decidió pintarlo con mana desde el cuello hasta uno de sus pezones, riendo un poco al verlo reaccionar.
—Muy bien, el primer juego de la noche es... adivina con qué te estoy tocando.
—No entiendo.
Se rio un poco más, besándolo apenas.
—Tengo algunos objetos en la caja, voy a usarlos para acariciarte, tienes que adivinar qué es para que me detenga.
Lo vio retorciendo su boca en un obvio puchero de fastidio. No parecía asombrado ni entusiasmado... claro que lo tenía atado, cegado y desnudo en ese momento, seguro que no le gustaba estar tan vulnerable.
Extrajo una pluma y comenzó a deslizarla por el cuello de Ferdinand, bajando lentamente por su pecho, haciéndole algunos círculos aqui y allá, notando como su respiración se aceleraba apenas un poco así como su miembro saltaba de repente.
—¿Cabello?
—¡Incorrecto!
—¿Hilos?
—¡Incorrecto de nuevo!
—¿Pluma?
Se detuvo en ese momento, guardando el objeto antes de besarlo un par de veces, observándolo sonreír cuando se alejó de él.
—Labios —Dijo Ferdinand, haciéndola reír.
—Correcto, aunque eso era demasiado obvio para ser parte del juego.
Sacó otro objeto que comenzó a pasear por el mismo sitio donde había parado, recorriendo esta vez un brazo doblado y levantado.
—¿Medallón?
—No
—¿Amuleto?
—Incorrecto de nuevo.
Paseó el objeto por su costado, usándolo para rodear el ombligo de Ferdinand, bastante tentada a acariciar el interior de aquella pequeña zona en medio de un abdomen marcado por el ejercicio diario y la disciplina.
—¿Tubo de vidrio?
—Correcto, ¡pensé que lo adivinarías antes!
Lo besó otra vez luego de guardar el objeto, sonriendo antes de separarse y comenzar a buscar algo más.
—No es algo que haya tocado con algo más que mis manos.
—Entonces éste debería ser más fácil.
Deslizó el objeto nuevo por el área debajo del ombligo, aceercándolo a sus muslos y notando como el miembro de Ferdinand se movía inquieto, con su respiración de nuevo acelerando un poco.
—¡Tela!
—¡Muy bien!
Lo besó de nuevo, poniendo la caja a un lado antes de continuar, paseando algo nuevo sobre una pierna pálida sintiéndose divertida.
—¿Es un botón?
—No
—¿Una bolsa de cuero?
—Incorrecto
Paseó el objeto sobre la otra pierna de Ferdinand de subida, escuchándolo nombrar otros objetos sin poder adivinar. Estaba sobre el pecho de él cuando retiró el objeto.
—¿Te rindes? —preguntó Rozemyne entre risas divertidas y mal contenidas.
Ferdinand suspiró entonces —Me rindo.
—Soy yo.
Con cuidado, paseó uno de sus senos sobre el rostro de Ferdinand, gimiendo un poco cuando él abrio la boca para capturarlo y succionar, jugando un poco con su lengua antes de soltarla.
—¡Eso debería ser trampa!
Podía escucharlo divirtiéndose ahora.
—¿Eso crees? Entonces tal vez debamos cambiar a otro juego de adivinanza.
—¿Otro?
Sonaba curioso. Ella sonrió, metiendo la mano en la caja para destapar uno de los frascos que tenía e introducir uno de sus dedos.
—Abre la boca y adivina que és.
Él abrió su boca apenas un poco y ella introdujo su dedo untado, mordiéndose un labio al sentir la boca de su esposo alrededor de su dedo, la leve succión de su boca, las caricias de su lengua paseándose alrededor para quitarle aquello con que lo había untado.
—Tu dedo.
No pudo evitar soltar una pequeña carcajada, aguantándose las ganas de besarlo.
—Si, ¿pero que le puse a mi dedo?
—Miel.
—Supongo que esa era muy fácil, ¿qué tal este otro?
Repitió el proceso de nuevo, disfrutando las caricias de aquella boca en su dedo antes de retirarlo y llevarlo a su propia boca.
—Rumtopf
—Muy bien, entonces... ¿qué tal con este?
Se le escapó un gemido ante la estimulación sobre su dedo, el cual retiró más que nada a regañadientes.
—¿Crema?, no, esto es más dulce... ligeramente especiado... pero no tiene miel o azúcar... ¿qué me diste?
—[Crema batida]
—Traduce.
—Crema batida, ¿te gusta?
—El sabor es agradable, aunque no creo que pueda comer demasiado.
La lengua gourmet de Ferdinand iba a adivinar todas, incluso si hacía trampa, debería haber sido obvio, aun así, le pareció bastante divertido.
Cerró los tarros e hizo la caja a un lado, metiendo su dedo en la boca de Ferdinand una vez más, sintiendo como la excitación aumentaba en ella misma.
—Rozemyne.
—¿Si, Ferdinand?
—Eso sabe igual a tu mana. Me diste una probada de ti misma, ¿o no, pequeño gremlin?
Lo besó sin más, se estaba divirtiendo demasiado con esto.
—¡Me tienes! ¿quieres cambiar de juego?
—¿Hay más? —dijo Ferdinand sonando un poco desesperado ahora.
—Prometo que va a gustarte.
Esta vez sacó de nuevo el frasco con crema batida y un pincel. Se sentía ansiosa ahora, observando el torso desnudo de su esposo con anticipación.
—Esta vez debes adivinar lo que te estoy escribiendo.
—¿Cómo voy a adivinar qué estás escribiendo si me tienes vendado?
Mojó el pincel en la crema, sintiéndose un poco decepcionada por lo poco que había tomado del dulce. Tragándose la decepción, procedió a pintar una línea con el pincel sobre el pecho de Ferdinand, delineando la línea que en medio de los músculos del mismo y notando como se le escapaba un suspiro.
—Voy a escribir sobre tí con este pincel, así que veamos si logras adivinar.
Ese último juego fue bastante divertido. Ella escribía y él trataba de adivinar entre gemidos, adivinando casi todas las palabras, incluso las que le habían puesto las orejas y los pómulos rojos por considerarse indescentes.
Rozemyne le quitó la venda de los ojos, enrrollándola y guardándola delicadamente dentro de la caja, la cual volvió a tapar, asegurándose de colocar un poco de mana en la piedra fey que mantenía en funcionamiento el círculo para detener el tiempo.
—¡Voy a necesitar un washen luego de esto! —se quejó Ferdinand.
Ella lo miró sin dejar de sonreír, paseando uno de sus dedos sobre una letra hecha de crema batida antes de llevársela a los labios.
—¿Y desperdiciar todo este dulce?
Los ojos de Ferdinand se abrieron de golpe tanto como le era posible. Rozemyne se arrodilló sobre él, mirándolo divertida antes de acercarse a cada letra para limpiarla con su lengua, deleitándose en los quejidos y gemidos que el hombre a su merced intentaba silenciar sin mucho éxito.
—Rozemyne, por muy... agradable que es todo esto... se puede considerar tortura.
—Algo así como pellizcarme las mejillas —le murmuró ella al oído, justo antes de pasear su lengua por los pliegues ahora escarlata que destacaban entre sus cabellos azules—, aunque eso no tiene nada de agradable.
Cuando se retiró lo suficiente para apreciar todo su rostro, lo notó frunciendo el ceño.
—No es algo que pueda evitar, por alguna razón me ayuda a tranquilizarme.
—Si, claro, debeería sentarme en tu cara entonces.
Él la veía confundido y extrañado. ¿Porqué no hacerlo? Se volteó entonces, pasando sus piernas por debajo de los brazos atados y asomándose bajo ella, notando la cara sonrojada de Ferdinand sin dejar de mirarla con fijeza y sorpresa en sus ojos.
—Si quieres que te libeere me vas a tener que convencer.
Él solo asintió sin dejar de mirar, ella bajó entonces, recargándose apenas lo suficiente para sentir el aliento y la boca de Ferdinand comenzando a trabajar en ella.
Cuando se le escapó un gemido, se retiró la llave del cuello, moviéndose con dificultad para liberar una mano y luego la otra, sintiendo como era estimulada por una lengua húmeda y ávida al mismo tiempo que un par de fuertes manos comenzaban a acariciarle las piernas con descaro. Un gemido más y se dejó caer sobre sus manos, jadeando antes de alcanzar el miembro enrojecido de su marido con una mano, acariciándolo antes de metérselo a la boca con la intención de recompensarlo por complacerla de este modo.
Un par de dedos largos y delgados entraron parcialmente en ella, sin que la boca de Ferdinand se detuviera o su mano libre la soltara de modo alguno. Ella introdujo tanto de él como pudo en su propia boca, jugando con el saco de piel colgando debajo antes de escuchar un gemido, notando que su sexo era desatendido apenas un par de segundos antes de volver a ser acariciado, invadido y succionado sin piedad alguna.
No supo cuanto tiempo permanecieron así, lo cierto es que en algún punto Ferdinand la había empujado, obligándola a quitarse antes de ser atrapada de nuevo por él.
Sostenida sobre manos y pies, con las manos de Ferdinand apretándola de la cadera con fuerza sin dejar de entrar y salir con rudeza, provocándole un orgasmo tan potente, que de no ser por el agarre de su esposo, se habría desplomado contra la cama por completo.
Lo escuchó gimiendo un poco más, entrando incluso más profundo y más rápdio ahora. Sintió una mano abofeteando una de sus nalgas y un gritito, seguido de una risita se le escaparon por la sorpresa, apoyada todavía contra su pecho y no contra sus manos, arrugando con fuerza las sábanas entre sus puños a ambos lados de su cabeza sin dejar de respirar con rapidez.
Pudo notar el momento en que Ferdinand terminaba, temblando dentro de ella sin dejar de penetrarla cada vez con más lentitud hasta detenerse, abrazándola todavía jadeante antes de apresar uno de sus senos y besarla en un hombro, orillándola a terminar ella también.
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—Aub Ferdinand, Aub Rozemyne, es hora de levantarse.
Frotó su cara un momento, sintiendo como era apretada con fuerza antes de desperezarse lentamente.
El agarre alrededor de su cuerpo se aligeró un poco. Sintió como un beso era depositado contra sus cabellos y abrió sus ojos con pereza, aspirando el aroma de Ferdinand como si se tratara del aroma a tinta y papel de su libro favorito.
—¿Qué hora es? —Escuchó la voz de Ferdinand preguntando en tanto ella se restregaba la cara un poco más contra el pecho de su marido, envuelta todavía entre sus brazos.
—Falta poco para la tercera campanada, Aub Ferdinand. Sus ropas están listas y Lord Justus espera en la puerta para entrar a ayudarlo.
Lo besó en el cuello un par de veces, sintiendo como reía tratando de contener el sonido en su garganta. Lo sintió pellizcarle el trasero, posiblemente una queja de que no llevaban puesto el manos libres y por lo tanto, no podía regañarla sin que Lieseleta escuchara.
—¡Salimos en un momento! — respondió ella antes de dar una pequeña mordida en el hombro de Ferdinand, aguantando la risa cuando una de las manos de él la soltó para empujarla lo suficiente para verla a los ojos con el ceño fruncido.
—¿Puedo entrar entonces? —Preguntó la voz de Justus.
—¡Espera de mi lado de la cama, Justus!
Había un brillo divertido y perverso en los ojos de Ferdinand, en tanto su sonrisa de Rey Demonio afloraba a medias. Lo sintió pellizcarle el pecho y tuvo que tragarse un gemido, tapándose la boca sin poder creer lo que ese hombre, supuestamente frío como el marmol, acababa de hacer para molestarla.
—¿Qué asuntos tengo que atender hoy, Justus? —Preguntó Ferdinand, atrayéndola de nuevo, besándola antes de maniobrar para dejarla debajo de él. ¿En qué demonios estaba pensando ahora?
—Bueno, tiene reunión a la tercera campanada y media con Aub Dunkelferger y...
No pudo escuchar lo demás, Ferdinand la estaba masturbando con descaro, sonriendo como un verdadero Rey Demonio en todo su esplendor antes de atrapar uno de sus senos para succionar un poco.
—... y luego... ¿todo bien, mi Lord?
—Si, continúa.
Lo empujó con fuerza y finalmente la soltó. ¿El muy descarado se estaba riendo ahora? Sumado a su mirada desafiante, ella realmente no pudo aguantar antes de brincarle encima, quedando ambos con la cabeza demasiado cerca de donde Justus se encontraba de pie.
—... Eso es todo para hoy, mi Lord.
—¿Lieseleta? ¿Cual es mi agenda?
—¿Eh? bueno, Aub Rozemyne tiene previsto...
Lo abrazó con manos y piernas, besándole el cuello antes de comenzar a succionar sobre uno de sus hombros sin dejar de pasear una de sus manos sobre su torso, sintiendo algo golpeteando perezosamente contra su entrada, cosa que aprovechó para retirarse lo suficiente para atraparlo entre ambos y comenzar a frotarse sobre él. Este juego lo podían jugar dos. Aunque hacer que este hombre soltara cualquier tipo de sonido podía ser más que dificil.
—... Lady Drewanchel solicita una audiencia comercial, parece que Lady Klassenberg y Lady Freblentag pidieron permiso para asistir también...
—¿Audiencia comercial? —murmuró Ferdinand dejando de resistirse, Rozemyne aprovechó esto para tomar su miembro y sentarse sobre él con fuerza, notando como su esposo se ponía rojo al instante y escuchando un pequeño gemido escapando de sus labios.
—Ahm... ¿necesitan un momento?
Tecnicamente saltó sobre Ferdinand una vez más, asegurándose de sacarlo casi por completo antes de meterlo de nuevo de una sola vez, notando como su esposo se cubría la boca antes de depositarle un beso en la frente— Parece que yo gano —le murmuró al oído antes de separarse de él y escabullirse entre las cortinas, lejos de su alcance—, ¿que colores usaremos hoy, Lieseleta?
—Hemos preparado los atuendos azul y dorado de...
—¿Mi Lord? ¿se puede saber que estaban haciendo ustedes dos ahí dentro?
Lieseleta la miró con cansancio antes de voltear a la silla donde estaba su ropa. Al menos ya tenía la ropa interior puesta.
—¿Necesita más tiempo para arreglar su problema? —preguntó Justus. Podía notar una risa tratando de ser ocultada a toda costa desde donde estaba, luego una mano salió de entre las cortinas, jalándola de vuelta.
—¡Oye! estoy a medio vestir.
—Lo siento pero vas a tener que limpiar tu desastre.
Lo miró sin poder evitar reirse de la situación. Era un alivio que Lieseleta parecía haber superado sus sonrojos y la incomodidad ahora.
—Lieseleta, Justus, necesito cinco minutos más —anunció Rozemyne sin dejar de mover la cabeza de un lado al otro, sorprendida de que Ferdinand decididera llevarla de vuelta a la cama—, ¿podrían pasarnos los aretes especiales y salir?
Los aretes cayeron dentro de la cama por ambos lados, Ferdinand se apresuró a colocar ambos sin dejar de mirarla con la misma cara de un Rey Demonio.
—¿Estás segura que cinco minutos van a ser suficientes?
—Más vale que lo sean hoy o te voy a arrancar ese aparato antiescucha.
Él sonrió. Ella también. Si lo pensaba, nunca había tenido un despertar más divertido que aquel.
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Notas de la Autora:
Este capítulo me ha divertido horrores, en serio. Originalmente planeaba escribir sobre el día que regresan a Alexandria, pero escribí un one shot y lo subí hace un rato, realmente necesitaba usar pedacitos de la canción... el One Shot se llama "Canción para Ferdinand", es apto para todo público, y pues, comprenderán porque de repente hay partes en inglés, planeo poner pedacitos por aqui y por allá... y si alguien se lo pregunta, [Ferdinand está aprendiendo japonés], así ni Justus puede saber que demonios están diciendo.
Y bueno, el siguiente capítulo está a la mitad, ¿debería poner algo tranquilo esta vez? digo, Ferdinand iba a ser amarrado en el siguiente... pero ya lo amarramos en este, así que... hmm, ¿qué deberían hacer estos dos ahora?, tal vez no sea tan mala idea lo de la puerta, jejejeje, lo pensaré, mientras tanto, sigan cuidándose en todo momento y disfrutando de las maravillosas historias que esta página y el mundo entero tiene para ofrecernos.
Gracias a todos los que han dejado comentarios hasta el momento, se agradece la atención, también se aceptan sugerencias.
SARABA
