Los Dioses Del Amor

Fantasía

Era pasada la segunda campanada y por alguna razón, se sentía más tranquilo de lo usual.

Recostado contra la cabecera de la cama de la Academía, Ferdinand sostenía algunos documentos en su mano izquierda, mientras su mano derecha, enredada en la cintura de su esposa, se entretenía en peinar los sedosos cabellos azul medianoche que colgaban sueltos sobre una suave blusa interior blanca de tirantes que Rozemyne usaba para dormir... a veces. Ella permanecía apoyada contra su pecho sin dejar de leer un grueso libro prestado de Drewanchel.

Ferdinand apoyó los documentos en sus piernas para poder quitar la página que estaba leyendo y seguir con la que venía debajo. Peticiones de comercio con algunos ofrecimientos para intercambiar mercancías con ducados menores y un par de reportes de plantas fey que no conocía eran lo que llevaba hasta el momento. No pudo evitar depositar un beso en la cabeza con aroma a alpfeisge en su hombro, sobresaltándose un poco al notar que el libro de su compañera se cerraba sin que ella hubiera terminado ni siquiera la primer cuarta parte del tomo.

–¿Pasa algo, todas mis diosas?

–No te preocupes, vuelvo en un momento.

La vio salir de entre las sábanas de la cama y la escuchó abrir la puerta que daba al cuarto de aseo. Bajó los documentos a un lado antes de tomar entre sus manos el grueso y pesado tomo que su esposa tenía en préstamo, observando la adornada portada antes de leer las primeras dos páginas.

Parecía que trataba sobre algunas leyendas de Drewanchel.

Ferdinand movió su dedo con cuidado hasta la página de la que sobresalía la cabeza de un shumil por entre las páginas y lo abrió con el único objetivo de tomar entre sus manos el curioso marcador de página que estaba utilizando su esposa. Se trataba de una tira de papel grueso y brillante con la ilustración de un shumil azul claro en la parte de arriba. La figura del animal estaba delicadamente recortada alrededor. Debajo podía leer una pequeña oración a Mestionora en una perfecta caligrafía adornada con pequeñas fluorituras aqui y alla. No era la letra de su esposa, aunque debía admitir que se veía bastante estética. La parte de atrás tenía algunos pétalos incrustados debajo de la silueta del shumil, cuya espalda estaba coloreada a detalle con maestría.

–¡Es hermoso, ¿no?!

Ferdinand devolvió aquel extraño artefacto a su lugar antes de cerrar de nuevo el libro y hacerle espacio a su compañera de lecho, sonriendo luego de ser besado en los labios, justo antes de envolverla en su brazo una vez más.

–Lo es, lo que no entiendo es tu excesiva emoción al ver marca página por primera vez ese.

La sintió tensarse y luego voltear. Tuvo que sonreírle, parecía un shumil asomado entre blancas y suaves telas de dormir.

–¡Solo mira como se ve en mi libro! –exclamó ella sin dejar de señalar la pequeña cabeza del shumil asomando entre las páginas–, ¡es la cosa más adorable y tierna del mundo! Cómo si un pequeño y lindo shumil viviera dentro de las páginas de mi libro y estuviera saludándome, ¡dándome la bienvenida de vuelta al libro!

Rozemyne hablaba con tal convicción, que no estaba seguro de si debía sentirse celoso por el diseño, que ahora le parecía ridículo, o pincharle las mejillas para que se controlara.

–¿Porqué dejamos de ingresar libros y papeles a nuestra habitación? –se quejó ella en lo que buscaba de nuevo la página y el párrafo en que se había quedado.

–Porque no dormíamos a nuestra hora... lo que es más, tú no sabes cuando detenerte.

–¡Oh, eso! –murmuró ella con algo de desilución, soltando un suspiro resignado–, es una pena, en verdad disfruto leer de esta forma.

La sintió besar el brazo con que la tenía retenida y luego... la perdió, ninguna palabra podría alcanzarla ahora si no estaba escrita entre las páginas.

Ferdinand negó con la cabeza en lo que una diminuta sonrisa asomaba a sus labios. Su mujer no tenía remedio alguno y a él no podía importarle menos en ese momento. Le gustara o no, ese era el único lugar en que podía avanzar un poco de trabajo del ducado por el momento, por supuesto que ella iba a aprovechar para leer tanto como pudiera cuando se levantaba antes de la tercera campanada, y tenía que admitir que él también estaba disfrutando el momento.

Con las hojas de vuelta frente a sus ojos, decidió dejar de darle vueltas al asunto y volver a leer. Si se apresuraba, para cuando Justus y Lieseleta llegaran, él ya tendría las hojas separadas en una pila de aprobado y otra para rechazo y renegociación.

.

–Agradezco mucho su atención al papel mágico Ilgner, Aub Hauchletze –decía Silvester haciendo un pequeño gesto con su cabeza–, si a eso le sumamos su orden de papel Ilgner normal, no veo que haya mayor problema en entregarlo.

–Le agradezco, Aub Erenfhest. Lord Ferdinand, ¿qué nos responde Alexandría en cuanto a la apertura del nuevo taller de impresión?

–Aub Alexandria está de acuerdo, traigo aqui los documentos en que se especifica el tipo de artesanos que deberán enviarnos para ser entrenados y cuanto tiempo deberán permanecer en nuestro ducado, además de esto, hemos anexado algunas indicaciones y planos para que sus carpinteros y herreros puedan trabajar en las prensas manuales, también una copia del círculo de transportación especial que Zent ha instaurado con éxito para el envío de ejemplares a la biblioteca de Alexandría.

El erudito de Aub Hauchletze aceptó la documentación que Justus les ofrecía, le dio una revisión rápida y luego lo pasó de regreso al Aub, el cual leyó rapidamente el documento antes de sonreír y devolver las hojas a su erudito.

–Le agradezco mucho, Lord Ferdinand, ¿hay algo más que podamos hacer por Alexandría o Erenfhest?

Silvester se recargó contra su silla, dando un sorbo a su té. Ferdinand, por su parte, consideró el ofrecimiento antes de recordar algo.

–¿Sería posible que nos enviaran algunas muestras de cera de Hauchletze?, he escuchado sobre sus propiedades particulares, además, estoy seguro de que Aub Alexandria agradecería mucho tomar en cuenta este material para futuras inversiones.

–Por supuesto, Lord Ferdinand.

El otro Aub y Ferdinand dieron un sorbo más a sus respectivas tazas de té, luego de lo cual intercambiaron la despedida habitual para encontrarse de nuevo y Aub Hauchletze abandonó la sala. En ese momento Aub Erenfehst volvió a ser solo Silvester, mirando a su hermano menor con una sonrisa y una mirada que no auguraban nada bueno.

–¿Cera de Hauchletze?, ¿crees que tu pequeño gremlin le encuentre un uso para la habitación?

Laa risa escandalosa de Silvester lo hizo sentirse incómodo por un momento.

Ferdinand decidió solicitar un cambio de té, a lo que Justus y el ayudante de Silvester reaccionaron de inmediato, cambiando las tazas con un líquido humeante y aromático de tono azul, además de cambiar la fuente de dulces por una con bocadillos. Pequeños sándwiches de embutido con mayonesa y lechuga se mostraban en una fuente, mientras que en la otra se apreciaban pequeñas canastas de pan del tamaño de un bocado, rellenas con carne de pescado marinado, revuelto con verduras finamente picadas. Ferdinand tomó una pieza de cada bocadillo para hacer una muestra de veneno, relajándose al sentir el sabor de la nueva receta que su esposa había creado.

–¿Qué es esto?, ¿porqué no lo había probado antes? –preguntó Silvester, curioso y complacido con el sabor del bocadillo de pescado.

–Rozemyne los llama bolovanes de pescado, dice que introducir bocadillos salados para ete tipo de reuniones debería ser más saludable que solo ingerir dulces.

–¡La apoyo completamente!, me gustan los dulces en las reuniones, pero llega un momento en el que me harto de comer tantos dulces durante las conferencias.

Ferdinand asintió, en realidad, él también prefería los bocadillos salados, aunque se sentía más inclinado a comer los pequeños sándwiches de embutidos que los bolovanes.

–¿Y entonces? ¿me dirás para qué quieren cera?

–No estoy seguro de qué utilidad le dará Rozemyne, además de experimentar para hacer mejoras a su mimeógrafo. Lleva casi un mes trabajando en algunos libros con historias para infantes, incluso contrató un par más de dibujantes para tener más, "variedad de estilos" para ilustrar las diferentes historias.

–Ya veo... ¡más libros!

–Está determinada a llenar y expandir la biblioteca de la ciudad, prometí ayudarla con eso.

–Hablando de obsesiones... ¿cómo te las ingeniaste para convencerla, eh? ¡quiero saber el secreto!

Ferdinand arrugó el ceño, dando un sorbo a su té antes de tomar un sandwich, observando detenidamente el pequeño bocado triangular, apretando de maneera tentativa para probar la esponjosidad en el pan antes de comerlo. Las mejillas de su esposa al ser pellizcadas le provocaban un mejor desahogo.

–¡Oh, vamos! ¿tienes idea de cuántos de los otros me han estado suplicando que robe tu secreto y lo comparta?

–No hay tal.

–¡Pero, tiene que haber! ¿No es cierto, Karsted?

Ambos voltearon a ver al caballero que protegía a Aub Erenfhest. Karsted soltó un suspiro antes de mirar a su primogénito, de pie detrás de Ferdinand y luego al propio Ferdinand.

–Lo lamento mucho, pero Silvester lleva toda la conferencia tratando de convencer a Lady Florencia de compartir una alcoba.

Escondiendo su desconcierto detrás de su rostro serio, Ferdinand le dedicó una mirada de cansancio a su medio hermano.

–Deberías dejarla descansar, que Rozemyne haga locuras según se le antoja, no significa que tú también debas hacerlas.

–¡Pero...!

–¡Y ya te lo había explicado!, necesitábamos quitarnos de encima al estúpido de Sigiswald y a cualquier otro que intentara ofrecernos pretendientes.

Ferdinand tomó su taza para darle un sorbo al té, haciendo un esfuerzo por relajarse cuando el siguiente comentario de Silvester casi lo hace ahogarse.

–No puedes ser tan perfecto como para dejarla babeando en la cama... claro que Rozemyne siempe ha sido un bicho raro, ¿tal vez es una de esas que necesitan un hombre con desesperación?

–¡RETÍRALO!

Su hermano pareció sobresaltarse. Karsted parecía a punto de darle un golpe a Silvester, conteniéndose muy apenas y a juzgar por los sonidos detrás de su asiento, Justus debía estar conteniendo a Eckhart en ese preciso momento.

–¿Qué debo retirar exactamente?, ¿qué tu esposa es un bicho raro?

–Sabes muy bien de lo que estoy hablando, Silvester, ¡retíralo ahora!

–Bien, bien, Rozemyne no es una comehombres, ¿contento?... ¿cómo la convenciste entonces de dejarte compartir habitación aqui? ¿sabes que ni siquiera Zent permite que Lord Anastasius comparta habitación con ella durante la conferencia?

Esstaba dando pequeños golpes en su sien para pensar cómo quitarse a su hermano de encima esta vez, cuando lo escuchó musitando algo de lo más estúpido.

–¿No me digas que la tienes enorme?

–¿DE DONDE DEMONIOS...?

La risa de Silvester lo hizo detenerse. Se sentía ofendido y molesto. ¿Tal vez debería llevar a su pequeño gremlin al mirador de la Diosa del Tiempo y pellizcarle esas sonrosadas mejillas para evitar pellizcarla de nuevo frente a sus asistentes?

–Silvester, por favor, deja de decir cosas tan desagradables, ¡estás hablando de mi hija! ¿crees que quiero imaginarla con Ferdinand?

Más risas. Ferdinand no pudo evitar ver a su medio hermano con mala cara.

Hasta el momento, además de preguntarle por el secreto, Silvester ya le había preguntado si necesitaba seguir un ritmo específico, si le estaba dando algún té especial para confundirla, si en realidad se había convertido en la mascota de Rozenmyne, y algunas otras tantas cosas extrañas y vergonzosas, todas acompañadas de risas de burla hacia su persona. Era una suerte que solo quedaran dos días antes de volver a casa.

–¿Dejarás de molestarme si contesto a tu pregunta inicial? –ofreció Ferdinand con una media sonrisa apenas contenida en su rostro.

–¡Por supuesto, hermanito! ¡dime cómo lo haces!

Los ojos de Silvester brillaban con antelación y curiosidad, se veía mucho más emocionado que la primera vez que lo llevaron a comer al Restaurante Italiano en Erenfhest.

–Para empezar, mi mana y el de Rozemyne es casi idéntico, así que no hay repulsión de mana, de modo que incluso la poción de sincronización es innecesaria.

–¿En serio?

El rostro de Silvester se ensombreció apenas un poco. Ferdinand estaba seguro de que era poco probable que dos nobles tuvieran manas más afines, en parte debido al origen de su esposa. La marca de Ewigeliebe la hacía extremadamente compatible con cualquier tipo de mana, que tuviera los siete atributos como él lo hacía todavía más fácil... por no mencionar el teñido accidental cuando ella era una niña. Los nobles tendrían que comenzar a proteger y criar niños con devorador para obtener una compatibilidad similar a la de ellos.

–De hecho, solemos trabajar en el mismo despacho. Compartimos la carga de trabajo y me aseguro de organizarnos para tener suficiente tiempo para nuestros pasatiempos cada tanto. Si ella puede ir a la biblioteca varias veces a la semana y no tiene otras preocupaciones, entonces es seguro que querrá pasar más tiempo conmigo. Incluso me acompaña a veces a los laboratorios para que le explique los resultados de algunos estudios y experimentos, le parece especialmente gratificante que le permita tomar algunas notas o revisar las de mis eruditos y las mías con la esperanza de que le permita convertirlos en libros. Dice que le gustaría que los laboratorios tengan su propia biblioteca de investigación.

Tuvo que sonreír al ver la cara amarga e incrédula de Silvester. Casi se veía gris ante los comentarios.

–¿Estás hablando en serio?

–Imagino que le gusta tener a un hombre confiable, responsable y capaz a su lado, especialmente ahora que Alexandría está comenzando a mantenerse en orden y podemos comenzar a introducir nuevas reformas de cultura y educación, de hecho, tenemos planeado esperar uno o dos años más antes de empezar a tener hijos, quiere que su cuerpo esté un poco más fortalecido y Letizia sea un poco mayor para entonces, de modo que el que está tomando tés especiales soy yo.

Sonrió más. Su hermano parecía al borde de la desesperación, seguramente su regaño velado estaba haciendo mella en él ahora.

–Bueno... supongo que tienes... algo de razón... además solo tienes una esposa, así que...

–Y haré todo lo que esté en mi poder para quedarme así. Mi deber es asegurarme de que no necesitemos otro cónyuge para que Alexandría se mantenga en orden por lo menos los próximos 10 años.

Silvester lo veía ahora molesto y un tanto enfurruñado. Sonrió un poco más, recargándose y disfrutando que al fin le había callado la boca a su hermano mayor. Tal vez no le pellizcaría demasiado las mejillas a Rozemyne esta noche... solo un poco, que Silvester pagara por hacerlo sentir incómodo no era suficiente de ninguna manera.

–¡Ya veo! ¡no tengo esperanza entonces! –murmuró su hermano con una decepción tan obvia, como si fuera un infante prebautizado.

–Deberías comenzar a rezarle más a Mestionora y Dultzetzen, querido hermano, si tus mujeres tienen que preocuparse por limpiar tus desastres, no esperes que Brenwärme y Beischmachart te visiten con asiduidad.

La mirada de Silvester era ahora un espejo del fastidio que él mismo había estado sintiendo luego de ser hostigado por casi dos semanas.

–¡No pueden estarte visitando tan seguido!

Ferdinand siguió comiendo y bebiendo té, mirando hacia un lado, disfrutando bastante con las quejas de su hermano sobre lo injusto que estaba siendo Ventuchite con el tejido de su propia vida. Era tan refrescante que por una vez fuera Silvester quien lo envidiara de manera tan sincera y profunda, que estaba muy tentado a contarle que tan seguido su esposa mostraba cuan complacida estaba con él... sin embargo, no encontró una sola manera de hacerlo sin sonar vulgar.

.

–Ferdinand –llamó todas sus diosas parada al otro lado de la habitación, oculta detrás de la cama con el dosel cerrado para que ni ellos, ni sus asistentes pudieran ver al otro en tanto eran cambiados a ropas de dormir–, ¿podemos intercambiar a Justus y Lieseleta mañana a eso de la quinta campanada?

–¿Intercambiarlos?

–Necesito que me ayude para conseguir algo de información durante una fiesta de té, Lieseleta es una excelente asistenta, pero temo que sus habilidades para conseguir información sean insuficientes.

Ferdinand lo considereó un momento, observando a Justus cuando estuvo del todo cambiado.

–¿Justus?

–Haré lo que mi señor considere adecuado, ya sea asistirlo a usted o a mi señora.

La idea no le gustaba a Ferdinand. Justus estaría trasvistiéndose para asistir a Rozemyne y aunque comprendía TODAS las razones de Justus para hacerlo, seguía pareciéndole una práctica extraña y desagradable... claro que, si su esposa estaba solicitando la asistencia de Justus...

–¿Cuánto tiempo planeas mantener a Justus contigo?

–Entre una campanada y una campanada y media, no creo que la fiesta de té a la que debo asistir dure más allá de eso.

Justus solo sonreía.

Tal vez no sería mala idea permitirle tenerle consigo, no era usual tener un asistente que además podía fungir como erudito y caballero.

–Nos veremos en la sala de reuniones de Alexandría entonces para el intercambio.

Justus cruzó los brazos sobre su pecho en ese momento haciendo una leve reverencia para hacerle saber que acataría la orden en tanto Rozemyne le contestaba.

.

Cuan fácil era perderse en el aroma de Rozemyne o en el calor emanando de ella, su voz apenas un murmullo emocionado haicendo todo tipo de planes para sus amados libros, o bien comentándole sobre su día como en ese momento.

Luego la sintió bostezando entre sus brazos, frotando su cara contra la ropa de dormir blanca que él tenía puesta, reacomodándose entre sus brazos buscando mayor comodidad para dormir.

–Todas mis diosas parece cansada, Schlatraum no tardará mucho en llegar a darnos su bendición.

–No quiero dormir aún –murmuró ella antes de besarlo en la garganta con suavidad, despertando algo en él–, todavía no me dices como te fue con mi padre adoptivo.

–¿Eso importa?

–Mis mejillas sufrieron menos de lo usual en ese mirador al que me llevaste antes –susurró ella antes de bostezar de manera audible–, en verdad, tenía curiosidad de saber la razón.

Sonrió sin más, apretando un poco sus brazoss en torno a ella antes de besarla entre sus cabello, para luego apoyar su barbilla sobre la cabeza de Rozemyne, deseándole buenas noches como a ella le gustaba antes de comenzar a tararear la canción que en inglés que ella le susurrara o cantara de vez en cuando. A pesar de lo impúdica de la letra o lo exótico del idioma en que estaba cantada, la melodía era tan bella, que realmente había pensado que sería popular, lo suficiente para darles una buena ganancia... menos mal que su esposa decidiera conservarla solo para ellos.

.

Estaba seguro de que todavía no era la primera campanada cuando despertó algo sobresaltado. Tenía un vago recuerdo de haber estado soñando con su esposa.

¿Qué había estado soñando?

Miró a su lado. Rozemyne dormía profundamente detrás de él, abrazándolo apenas por debajo de las sábanas, su mano se había colado de modo desvergonzado entre sus propias ropas, de modo que el contacto entre la piel de ambos era directo, y el toque de ella era ahora devastador para su descanso. Estaba pasándole mana sin siquiera notarlo... ¿debería despertarla?

En ese momento recordó el sueño.

Estaban desnudos, nadando y jugando entre las olas del mar de Alexandria. Los rayos del sol les besaban la piel con suavidad, y nada parecía más importante que reír y jugar juntos, sintiendo la tersa arena del fondo del mar en la planta de sus pies.

Era raro que Ferdinand tuviera sueños agradables. Las pocas horas de sueño cada noche estaban más dedicados a sus pesadillas. Ventanas clausuradas con rejas en una habitación gris con solo una cama... demasiado amplio y a la vez sofocante a causa de la sensación de estar en peligro constante, la certeza de que sería convertido en una piedra fey... que sus hermanos mayores se habían convertido en piedras fey... a veces soñaba que era atacado por asesinos y sin importar cuanto luchara o huyera, siempre le daban alcance, despertándolo cuando la primer arma hacía contacto con su cuerpo... también soñaba con Verónica mirándolo con comida de aspecto suculento delante de él. Una mesa demasiado grande, una mujer con una mirada y una sonrisa malisiosas, y la certeza de que apenas probar un bocado, el dolor sería intenso y no pararía hasta que estuviera a punto de ahogarse y morir... a veces tenía pesadillas en las que su padre y su hermano le daban la espalda y se alejaban de él, dejándolo solo en un espacio oscuro, con la voz de Verónica susurrándole cuan inútil e indeseable era, cuan vergonzoso era tener al hijo de una meretriz en su casa... y luego estaban nlos sueños agradables.

Desde que conociera a Rozemyne las pesadillas habían comensado a desvanecerse de manera lenta pero constante.

En algún punto comenzó a soñar con que estaba tranquilo y a gusto en el despacho del templo. Que se sentaba a leer en la biblioteca de su antigua mansión con la extraña sensación de que todo estaba bien. Se había soñado correteando a Myne de un lugar a otro de Erenfhest, envuelto en sus risas infantiles y sus ideas locas y revolucionarias. Se había soñado pasando sus días en un laboratorio, estudiando plantas, animales y el mana poco común de Rozemyne. Se había soñando en el restaurante italiano, probando toda clase de comidas novedosas y de gusto refinado al lado de la peliazul, discutiendo tranquilamente sobre libros y el l¿distante reino de Japón. Se había soñado en ese otro mundo un par de veces, siempre siguiento a la mujer con piel de porcelana, ojos oscuros y rasgados detrás de un par de lentes, lacio cabello negro, reluciente y atado detrás de la cabeza, esperándola con paciencia junto a la estantería de alguna de las enormes bibliotecas y librerías a los que ella lo había llevado aquella lejana primera vez que leyera su mente, sonriéndole cuando ella al fin le hacía caso de tomar sus cosas para salir a dar una vuelta y comer algo. Para cuando se llevó a cabo su unión de las estrellas, sus noches se habían vuelto mucho más agradables y relajadas de manera considerable.

Las pesadillas escazeavan y sus sueños se volvían más variados. A veces ambos volaban sobre su bestia alada, besándose bajo la luz de la luna y las estrellas, otras caminaban descalzos por la playa, en una ocasión soñó que sostenían un par de pequeños con los razgos de ambos y conversaban sobre lo grandes que estaban en lo que jugaban con ellos al karuta... eran pocas las veces que se había sorprendido soñando con ella de un modo tan escandaloso como esta noche... la primera desde que anudaran sus estrellas.

Dejando escapar un suspiro, Ferdinand tomó la pequeña y delicada mano que descansaba sobre su costado, acariciándola apenas un poco, sintiendo como el cuerpo de su esposa sse acercaba más, como las piernas de Rozemyne se entrelazaban con las suyas, sus senos se apoyaban contra su espalda y el rostro de su mujer se restregaba un momento en medio de sus hombros... además de su espada moviéndose dentro de su ropa de manera incómoda y algo dolorosa.

La primera vez que se había despertado a deshoras, con dicho problema y la imagen de Rozemyne en posisiones sugerentes haciendo trizas su razonamiento, Justus había tenido que explicarle que hacer para aplacarse a sí mismo, justo después de entrar a su habitación con apuro al lado de Eckhart. Había sido dos o tres días después de su ceremonia de compromiso con su la mujer por la que una rifa seguía creciendo en su interior.

Lo pensó un momento. Si se levantaba para darse un baño con agua fría y meditar, ella se despertaría, ¿cómo podría explicarle lo que estaba pasando? ¿qué pensaría ella sobre el sueño? ¿lo odiaría por tener una mente tan sucia y un cuerpo, aparentemente ansioso de bailar al son de Brenwärme y Beischmachart? ¿y si decidía cambiar de idea y le pedía que dejara de dormir con ella a menos que se le ordenara lo contrario?

Pensó en su hermano, la cara de desesperación y sus constantes súplicas detrás de las burlas. Rozemyne le había dicho, la primera noche de casados, que lo normal era que compartieran una cama como pareja casada cada noche... su hermano y Aub Dunkelferger le habían informado de lo contrario durante la conferencia, y la manera en que lo veían los otros Aubs...

Quizás... podría usar su mano... tal y como explicaba en el indescente manual del otro mundo... tal y como Rozemyne había hecho un par de veces con él.

Podía sentir como el noble color de Geduhld se apoderaba de sus facciones mientras con una mano sostenía la de Rozemyne e introducía la otra bajo sus ropas. Su mano no tardó mucho en apresar su espada, lista para ser blandida en cualquier momento, entonces, con movimientos dubitativos, comenzó a mover su mano.

La sensación era por completo diferente a la que le brindaba la mano y el cuerpo de todas sus diosas. Suspiró resignado, evocando el sueño, prestando atención al cuerpo que intentaba enredarse con el suyo y pronto todo el asunto comenzó a mejorar.

Estaba tan cerca de terminar. Las imágenes en su cabeza ya no pertenecían al sueño, sino a una colección de memorias que no sabía que tenía. Recuerdos de su esposa cabalgando sobre él, devorándolo, gimiendo su nombre sin dejar de saltar sentada en su regazo... y de pronto se detuvo.

Su corazón se saltó un latido, dejó de respirar, su mano estática sobre su espada y la otra... la otra había perdido la mano de Rozemyne, la cual, en algún momento se había colado también por sobre su piel hasta alcanzar la otra mano y rodearla.

–¿Rozemyne? –musitó tan bajo, que no estaba seguro de si su esposa habría podido escucharlo.

Podía sentir la mano de ella bajando lentamente hasta alcanzar la base de su espada. Retiró su propia mano en ese momento, despacio, tan asustado como si lo hubieran descubierto en plena planificación de una conspiración contra Zent Eglantine.

–¿Rozemyne? ¿estás despierta?

No hubo respuesta y él se sentía incómodo. Brenwärme y Beischmachart parecían divertirse junto a Gluckitat a costa suya. De pronto, su respiración se había vuelto a paralizar y él se sentía muy tentado a voltear su cuerpo para ver a la mujer a su espalda sin atreverse a moverse ni un milímetro.

La mano de Rozemyne lo acariciaba ahora con pereza, subiendo y bajando a un ritmo lento y pausado, apretándolo cada pocos vaivenes en lo que la otra mano de su esposa se colaba por debajo de su cuello y ella se reacomodaba.

Podía sentir la mano izquierda de la peliazul sobre su espada, jugando como un zantze aburrido con una presa; la mano derecha de su compañera lo abrazaba ahora, vagando por sobre sus ropas sin que el mana dejara de fluir en ningún momento y una respiración tranquila y apacible sobre su nuca.

¡¿Qué estaba pasando?!

Para cuando recuperó un poco la consiencia, la mano izquierda de Rozemyne había comenzado a acelerar, la derecha yacía sobre su pecho, dibujándo círculos y pintándolo con mana... tan placentero que ni siquiera necesitaba imaginarla en toda su gloria, las sensaciones eran suficientes para elevarlo de nuevo con rapidez. Estaba a punto de derramar su semilla en la mano de su esposa cuando las caricias se detuvieron.

Con los ojos muy abiertos y la respiración errática, Ferdinand sintió como se retiraban primero una mano, luego el pecho que había descansado contra su espalda, después la otra mano y finalmente las piernas de todas sus diosas... entonces llegó el frío y la decepción. Se sentía frustrado. ¿Debía terminar solo?

Lo consideró apenas un segundo antes de voltear, metiendo su mano izquierda bajo el cuello de Rozemyne antes de jalarla contra sí usando la derecha.

Comenzó a acariciarla despacio, recreándose en la sensación de sus senos firmes y esponjosos debajo de sus manos. Enterró su nariz entre los suaves y lacios cabellos de aroma dulce frente a él y enredó sus piernas con las de ella. Dejó que su mano derecha bajara lentamente por sobre la ropa de su esposa, pintando con mana el camino desde el escote hasta el ombligo y aún más abajo, hasta el área que el extraño manual llamaba Monte de Venus. Se sorprendió al notar que el camisón de Rozemyne estaba levantado. Con cuidado de no despertarla lo levantó aún más, acariciando el vientre de joven y terso un momento antes de colar su mano hasta sentir los rizos azules que cubrían la flor y el cáliz, acariciando los pétalos y delineando los bordes del cáliz, extrañándose al sentir humedad escapando de aquella zona.

Juntó su cadera a las ascentaderas de la diosa encarnada entre sus brazos, suspirando ante el contacto y la estimulación, guardando silencio en cuanto ella soltó un ligero gemido de satisfacción, moviendo su cadera contra la de él.

Al parecer, Schlatraum había permitido que Brenwärme y Beischmachart se colaran también en los sueños de su esposa... ¡qué conveniente!

La acarició un poco más, permitiendo que un poco de mana escapara de sus dedos, atrapando una oreja pálida entre sus labios antes de repasar su silueta con la lengua, motivado por otro gemido ligero y el dulzor apenas insinuado del mana de ella en su paladar.

Las caricias subieron de tono poco a poco. Sus dedos no pudieron eludir el calor del cáliz por más tiempo, entrando y saliendo al tiempo que restregaba su espada por sobre las ropas de ambos, sintiendo con satisfacción como ella se removía del mismo modo, como buscando un mayor contacto entre ambos y su boca no paraba de besar y mordisquear el cuello níveo asomando entre los sedosos y fragantes cabellos de su esposa.

–¡Feeeerdinaaannnn! –gimió ella, llevándolo demasiado cerca del final.

Dejó de mover su cuerpo, concentrándose solo en sus manos, en complacerla aún estando dormida y repasando los contratos del día en la mente para aguantar un poco más. Si era sincero, se había acostumbrado a posponer su propio placer en aras de complacerla a ella tantas veces como fuera posible, de otro modo, estaría siendo negligente con ella.

O al menos, esa era su intención. Las caderas de su diosa no dejaban de moverse, buscándolo.

Una mano ajena se aventuró de pronto por encima de su propia mano para bajar primero una prenda de ropa de manera parcial y luego, buscando hasta dar con la cintura en los pantalones de dormir de él para bajarlos, colándose en el interior hasta tomar su espada una vez más, jalándo con insistencia y haciéndolo gemir en el proceso.

–¿Rozemyne?

–...pares, por favor... ¡quiero más!

–¿Estás despierta?

–Mhm, Ferdinand... ¡por favor!

Sonaba todavía adormilada. ¿Sería correcto?

Ella lo jaló una vez con desesperación y las dudas se desvanecieron de su mente. Con algo de torpeza, se despojó de su ropa y bajó la de ella tanto como pudo sin dejar de abrazarla, masajeando sus senos un momento antes de encontrar el modo de penetrarla sin moverla. Tuvo que tomar algo de distancia de su espalda y jalarla de la cintura para poder ingresar sin penetrarla por completo, sonriendo luego de darse cuenta de que ambos habían suspirado a la vez. Con una mano en el hombro de su esposa y la otra entre sus piernas comenzó a moverse despacio. ¡Se sentía tan torpe en ese momento! sus movimientos arrítmicos y cortos le parecían insuficientes... al menos, hasta que la escuchó gemir una vez más, temblando entre sus brazos, su interior en especial. El cáliz parecía hervir.

Más confiado ahora, decidió colar un poco de mana para pintarle el cuello, el hombro y la nuca en tanto su otra mano hacía lo propio con la parte más sensible de sus pétalos, esa que se sentía oronda e hinchada en ese momento. La frotó sin dejar de pintarla, tratando de no hacer demasiado ruido para no despertarla sin dejar de moverse ni un poco. No era una penetración completa o profunda, era inusual.

La sintió estremecerse una segunda vez, luego de haberla frotado con bastante rapidez sin dejar de moverse, entonces ella se enderezó, tomando la mano que la había estado estimulando entre las piernas y alejándose de él para voltear. Estaba tan sonrojada, su mirada era tan lasciva y sus labiso tan sugerentes.

–¿Ferdinand?

Entró en pánico. ¿Qué, en nombre de todo lo sagrado, había estado haciendo sin consideración alguna?

–Yo... es que...

Se sentía perverso... avergonzado... egoísta... sucio... y tan extrasiado que le daba asco cuanto había estado disfrutando del cuerpo de su esposa mientras ella dormía.

Escuchó una risilla divertida y su tren de pensamiento se detuvo, mirándola confundido, notando como ella se deshacía de su propia ropa de dormir antes de mirarlo adormilada.

–Deberías quitarte al menos la ropa de abajo, ¿no? –aconsejó Rozemyne en voz baja justo antes de soltar un bostezo.

–¿Qué crees que estás haciendo, idiota?

–Estaba teniendo un [sueño húmedo] con Ferdinand –explicaba la peliazul frotando uno de sus ojos y bostezando de nuevo–, y de pronto lo estaba disfrutando tanto que me desperté... es incómodo con la ropa puesta, no puedo moverme.

No sabía que decir... no entendía las palabras que había dicho ella.

–¿Qué es un [sueño húmedo]? –preguntó, tratando de calmarse y saciar su curiosidad al mismo tiempo.

–Es cuando sueñas que estás [teniendo sexo], o que estás en una situación que te excita.

Así que era por eso que su pequeño gremlin lo había estado manipulando hacía un rato... estaba teniendo la misma clase de sueños que él... ¡estaba soñando con ÉL!

Ferdinand podía sentir como una sonrisa perversa florecía en su rostro. Los dioses debían estar interesados en mantenerlo satisfecho según parecía.

Estaba pensando cómo abordar la situación cuando ella lo obligó a recostarse sobre su espalda, sentándose sobre él para dejarlo entrar por completo al cáliz antes de abrazarlo y obligarlo a girar con ella, quedando uno frente al otro sobre un costado, montando una de sus piernas sobre la cadera de él.

La sintió besarlo, sus pequeñas manos acariciándole el cuello y la nuca, dejando escapar mana a cuentagotas, provocándole escalofríos en el momento mismo en que ella comenzaba a moverse una vez más.

Siguieron besándose y moviéndose despacio, ella abrazada a su cuello y él abrazándola por la cintura.

La escuchó gemir su nombre una vez y eso fue suficiente para aferrarla con fuerza y girar, cubriéndola de besos sin contenerse más en sus penetraciones, introduciendo su lengua en la boca de su amante apenas oirla gemir por la fuerza de un orgasmo, volviéndose descuidado y brusco con ella de un momento al otro, hasta terminar con tanta fuerza, que se había sentido mareado.

Drefanghur podría haber cortado su hilo en ese preciso momento y no podría importarle menos. El reino podía volverse un desierto blanco y aún así él no se habría dado cuenta. Se sentía desorientado y extenuado, sensible a un nivel tan inhumano que le parecía estúpido e improbable. Lo único que su mente parecía procesar eran las sensaciones del cuerpo de Rozemyne a su alrededor. Esta era verdadera magia, no la manipulación del mana. Ahora comprendía porque este acto era necesario para traer nueva vida al mundo. ¿Qué podía ser más mágico que lo que acababa de experimentar?

En algún momento recobró algo de consciencia, apoyándose un poco en sus brazos para liberar a Rozemyne de su peso, seguro de que a ella le estaba costando trabajo respirar con él encima. Un dolor incómodo y molesto comenzó a adueñarse de él desde el punto en que se unían ambos cuerpos y de pronto estaba seguro de la razón por la cual era en verdad imposible que pudiera pasar toda su vida entre las piernas de Rozemyne.

Se salió de ella entonces, dejándose caer con pesadez sobre su lado de la cama haciendo un intento desesperado por recobrar algo de calma y control. Cubrió sus ojos apenas notar que no podía enfocar correctamente y luego brincó incómod al sentir un par de dedos rozándolo.

–¿Estás bien? –preguntó su esposa luego de alejar su mano.

–Si, yo... creo que ha sido demasiado, solo necesito descansar y un poco de espacio.

–¿Te parece bien si te doy un poco de agua?

Solo asintió, sintiendo con lujo de detalles como el colchón se movía bajo el peso de Rozemyne en lo que ella abandonaba el lecho, o la frescura que la temperatura baja de la Academia Real podía brindarle, llenándolo de alguna clase de relajación. Escuchó con claridad los pasos descalzos de todas sus diosas entrando y luego de un rato saliendo del cuarto de aseo así como agua siendo servida en una copa, luego notó el dosel siendo abierto, dejándolo ver con claridad a la mujer de su sueño, desnuda y sudada con una copa de agua en las manos, entrando con cuidado antes de ofrecerle el líquido para que pudiera refrescar su garganta.

Ambos bebieron, mirándose a traves del pequeño espacio que ella había dejado entre ellos, luego sacó las dos copas de vidrio con metal para colocarlas sobre la mesita de noche que tenía ella a su lado.

–Soñé que estábamos volando en tu bestia alta sobre el mar de Alexandría, ¿sabes?, la vista era tan hermosa, había peces saltando y yo estaba a punto de caer por asomarme sin tener cuidado, entonces tú me sostenías y... bueno –Rozemyne se rio, rascando un poco por detrás de su cabeza antes de volver a mirarlo sin dejar de sonreír–, no me estabas sosteniendo por la cintura, ¿sabes?, entonces, yo notaba que estabas... ya sabes, [excitado], y no me dejabas ayudarte porque era peligroso, entonces bajábamos para resguardarnos entre los árboles que estaban creciendo cerca de las escaleras de la puerta y...

–¿Usabas tus manos en mi?

Ella pareció sorprenderse, acercándose a él a gatas, haciendo que le doliera. Su espada, que parecía haber vuelto a dormir dio un leve respingo doloroso ante la visión de Rozemyne gateando hacia él desnuda, bañada por un poco de luz entrante por el dosel semiabierto, tan seductora y deseable...

–¿Tú soñaste lo mismo?

Se sintió sonrojar, cubriendo su boca y mirando a otro lado.

–No... exactamente.

Hubo un breve silencio entre ambos, luego él se armó de valor para voltear a verla.

–Yo... soñé que nos bañábamos en el mar... y por alguna razón no había nadie más... tampoco teníamos ropa y... es, demasiado vergonzoso.

La miró de soslayo, ella parecía emocionada, sonriéndole como si le hubiera prometido un libro nuevo para su colección.

–Entonces, ¿los dos estábamos teniendo esa clase de sueño?

–Me desperté –continuó él con su explicación, ignorándola–, estaba... buscando una manera de arreglar mi molestia y... al parecer decidiste tomarla en tus manos y acariciarme hasta que... decidiste voltearte y me fue demasiado dificil contenerme...

–¿Entonces, era por eso que estabas tocándome por todos lados y...

Asintió sintiéndose culpable.

Jamás en toda su vida se había sentido tan culpable y miserable a la vez.

Y jamás nadie lo había hecho sentirse mejor con tanta rapidez.

Ella lo estaba besando con amor ahora, sonriéndole tan tranquila como si su conducta no hubiera sido reprobable.

–La próxima vez asegúrate de ponerme en una posición más cómoda para ambos y desvísteme por lo menos de la cintura para abajo, ¿si?

–¿Myne? ¿estás segura?

Ella le sonrió, besándolo de nuevo justo antes de observarlo por completo, invocando un washen para ayudarlo a limpiarse de cualquier fluido que hubiera quedado en él.

–¿Ferdinand?

La miró de nuevo, asombrado por lo afortunado que parecía y repentinamente somnoliento, moviendo su cabeza para instarla a preguntar lo que deseara.

–¿Puedo hacerte el amor aunque estés dormido? Solo sería si estás [excitado] y...

–Todas mis diosas, mi vida yace entre tus manos, ¿qué te hace pensar que mi cuerpo no?

La observó sonrojarse, fruncir el ceño un momento, mirarlo con sorpresa y sonrojarse una vez más. Quería preguntarle que se le había pasado por la cabeza esta vez, pero se sentía de verdad con muchas ganas de dormir, así que solo se reacomodó en la cama, observándola buscar la esquina de las sábanas y acostarse junto a él, tapándolos a ambos mientras escansaba su cabeza y parte de su cuerpo sobre el pecho de él.

–Todavía debo devolverte tu nombre.

–Eso puede esperar hasta que regreseos a Alexandria, ¿no crees?

–Dijiste que podía esperar hasta nuestra ceremonia de anudación de estrellas...

–Y en este momento puede esperara a que volvamos a casa, por ahora preferiría que durmieramos, todavía faltan dos campanadas antes de que nos vengan a despertar.

La abrazó con fuerza, besándola entre los cabellos para obligarla aguardar silencio, sonriendo al notar que se quedaba quieta y comenzaba a relajarse entre sus brazos.

–¡Te amo, Myne!, descansa.

–También te amo, Ferdinand... descansa, mi querido Quinta.

Sabía que sus orejas se habían vuelto rojas ante ese último suspiro, luego cayó bajo la bendición de Schlatraum con una sonrisa más grande de lo que pensaba en los labios... ese viejo nombre, Quinta, jamás había sido pronunciado con palabras de afecto por otra persona... y hacía toda una vida que la había escuchado llamarlo así... demasiado tiempo desde la primera vez que lo hizo sentirse amado y deseado, y por esto le estaba más que agradecido.

.

Notas de la Autora:

Espero que no haya demasiados dedazos, mi tecla E a veces se pasa de lista y se presiona de más.

En fin, que este capítulo llevaba la mitad completada desde hace unos días pero... bueno, el regreso a clases ya está aqui y soy madre de tres, así que podrían imaginarse la situación... soy un uber sin pago.

Espero que hayan disfrutado mucho con la historia, un saludo a Tata, gracias por la sugerencia de veer a Sylvester interactuando con Ferdinand, espero que haya sido divertido y te haya dado una buena idea de cuanto bullying y de qué tipo estuvo soportando Ferdinand en la conferencia archiducal.

Y bueno, el siguiente capítulo también va como a la mitad, apenas lo tenga listo, lo subo para el deleite de todos los lectores de esta historia.

SARABA