Los Dioses Del Amor

La familia de Myne

Acababa de regresar de Bindewald sin dejar de sentirse ansioso.

Apenas llegar al castillo, Ferdinand fue directo al despacho de Aub, encontrando que su trabajo y el de su esposa estaba en orden a pesar de que él hubiera estado fuera desde el día anterior. Un poco más tranquilo, Ferdinand hizo una ronda por los laboratorios para que le dieran un informe. Todo en orden. Habló también con el séquito de Letizia y con la niña en cuestión. Si era sincero, su hija adoptiva no lograba terminar de congraciarse con él, quien no podía evitar mostrarse un poco receloso en su presencia, en especial si su esposa no se encontraba cerca.

–¡Aub Ferdinand, es un placer verlo de vuelta! –saludó Harmut cruzando sus brazos para él antes de realizar una reverencia, saltándose los saludos formales y comenzando a caminar a su lado desde que dejara el salón de música donde había estado hablando con su hija adoptiva.

–Tengo entendido que el ducado ha ido bien en mi ausencia.

–No le mentiré. Aub Rozemyne incluso dejó de lado su tiempo de lectura los dos días anteriores para verificar que el trabajo de todos siguiera su curso. Dijo que quería que usted estuviera tranquilo cuando regresara hoy. Nuestra diosa encarnada es tan diligente como bella, los dioses seguro que le han dado una mano para...

–¿Dónde está ella? –le interrumpió Ferdinand con una sonrisa entre perversa y frustrada. Escuchar a Harmut refiriéndose a Rozemyne era agobiante a menos que la misma Rozemyne estuviera presente, siempre le era grato notar cuan incómoda y avergonzada se sentía la pobre al ser enzalzada de manera exagerada y ferviente por todos sus logros. Recordó que había intentado hacer lo mismo una sola vez antes de dormir y había recibido algunos impactos con una almohada además de quejas que nadie más pudo escuchar gracias a los aretes que ambos portaban.

Ferdinand se llevó una mano a la herramienta mágica a la que todas sus diosas se refería como "manos libres", considerando enlazarse con ella para preguntarle donde estaba, cambiando de idea al escuchar la respuesta de Harmut.

–... lleva ahí apenas un cuarto de campanada, yo mismo la acompañé hasta su sala de lectura preferida, prometiéndole que me encargaría de escoltarlo hasta ahí apenas llegara.

Sonrió. Ya fuera por los ordonanz que se habían estado enviando los últimos dos días o porque ella no se olvidara de él a causa de sus libros, se sentía feliz de saber que ella lo estaba esperando... aun si estaba rodeada por sus preciados libros.

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Lo primero que Ferdinand vio al entrar en la sala de lectura, fue a Rozemyne sentada en su sofá preferido, bañada en la luz de la cuarta campanada que entraba por el enorme ventanal de vidrio tintado que descansaba detrás de ella. Su esposa era una visión en sí misma. Su cabello recogido en trenzas que se unían entre sí para mantener su cabello levantado de forma elegante detrás de su cabeza, sujetado con un par de moños azul claro y el adorno de cabello que él le regalara. El vestido blanco que la adornaba con delicados bordados de tallos dorados y flores azul claro en el ruedo de la falda, delineando el cuello cuadrado de la prenda y el final de las mangas abullonadas, reposaba de maneera elegante sobre su figura. Entre sus manos había un libro abierto cuya hoja inicial parecía tener imágenes de una de las plantas que había terminado de investigar dos semanas atrás. Sus ojos absorbían cada palabra con avidez y sus labios rosados se movían levemente, con una diminuta sonrisa que la hacía lucir dulce y etérea.

Cuando Ferdinand se dio cuenta, ya estaba sentado con ella, roedándole la cintura con sus brazos y apoyando su barbilla en el hombro de Rozemyne para leer aquello que la tenía tan tranquila y relajada. ¿No eran esas sus notas sobre ese extraño árbol fey que solo aparecía en días despejados y soleados Erenfhest durante el invierno?

–¿Ferdinand?

La apretó más fuerte, levantando su mirada del libro para encontrarse con los ojos de su esposa llenos de asombro y felicidad.

–No era mi intención molestarte de tu lectura, solo me preguntaba que te tenía tan feliz en este momento.

Ella le sonrió, soltando uno de los lados del libro para acunarle la mejilla, besándolo en los labios con dulzura y calentando su corazón al mismo tiempo. ¿Cómo es que esta mujer siempre encontraba nuevas formas de hacerlo sentir deseado y apreciado?

–Te extrañé mucho, ¿sabes?

La soltó lo suficiente para acunar la cara de Rozemyne y besarla tal como ella lo había besado, sintiendo de pronto una mirada que lo hizo voltear.

Angélica los miraba con los ojos muy abiertos y las mejillas coloreadas del noble color de Gedulhd, en tanto Eckhart, aún en posición de firmes, parecía mirar a otro lado un poco sonrojado.

–Angélica, Eckhart, vigilen el pasillo, yo protegeré a Aub Alexandria a partir de este momento.

Los observó caminar tal y como había ordenado. Notó como Angélica les dedicaba un último vistazo cargado de curiosidad y rubor antes de salir del todo y cerrar la puerta tras de sí. Era una suerte que fuera Angélica quien estuviera escoltando ese día a Rozemyne y no Cornelius, era mucho más fácil lidiar con ella.

Soltando un suspiro, el peliazul volteó de nuevo, besando a su esposa de forma un poco más apasionada antes de confesar que él también la había extrañado.

–Parece que no has dormido bien –juzgo ella luego de mirarlo por un momento, su sonrisa disminuyendo conforme la notaba estudiando su rostro–, deberías descansar un poco.

–Estaré bien, además, se supone que hoy iríamos a visitar a tu familia, ¿o no, todas mis diosas?

Rozemyne le sonrió antes de empujarlo lo suficiente para separarlo de ella y luego obligarlo a recostar su cabeza sobre su regazo. El movimiento en sí mismo lo había descolocado. Esperaba que su esposa saltara del asiento, lista para vere a sus hermanos y a sus padres, o que le rogara por un poco más de tiempo con el libro que estaba leyendo... no que lo mimara como si fuera una mascota.

–¡Rozemyne! –se quejó él cuando notó que su esposa se las arreglaba para sostener el libro por el lomo con una mano, en tanto le peinaba los cabellos por el otro–, ¡no soy un shumil!

–Sé que no, un shumil no armaría un escándalo por esto.

–¡Es que es vergonzoso y muy poco digno lo que estás haciendo!

La joven ni siquiera lo miró, sus ojos estsaba buscando con rapidez el lugar donde había parado de leer para retomar su lectura.

–Eres mi esposo y este es mi ducado. Dado que no has descansado correctamente y yo necesito un poco de tiempo para terminar este libro, será mejor que cierres los ojos y descanses en lo que termino, ¿si?, iremos a casa en un rato.

Quería seguir discutiendo al respecto, sin embargo, supo que era en vano en cuanto la misma sonrisa de hacía un rato y el ritmo de movimiento de aquellos ojos dorados retomaron el ritmo de lectura habitual, se rindió. Su encarnación de Mestionora ya no escucharía nada y, muy seguramente, su mano tampoco se detendría de peinarle el cabello para segurarse de que él se quedaba quieto y descansaba un poco. Soltando un suspiro cansado, Ferdinand se encontró a sí mismo subiendo los pies al cómodo sofá con resortes sobre el que estaban descansando justo antes de cerrar sus ojos para abandonarse a la cálida sensación del cuerpo y el aroma de su esposa envolviéndolo sin que ella dejara de acariciarle la cabeza en ningún momento por otro cuarto de campanada.

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Faltaba media para la quinta campanada cuando Rozemyne saltó literalmente a la casa de sus padres.

–¡Hemos vuelto! –anunció con el entusiasmo usual que empleaba entre su familia plebeya.

–¡Myne, Dino! –saludó Tulli levantándose de la mesa, haciendo a un lado el hilo que había estado empleando momentos antes, levantándose con algo de dificultad y mostrando un vientre algo abultado a ambos–, ¡bienvenidos! pasen por favor, no se queden en la puerta.

Ferdinand entró con calma, tratando de no reír divertido al notar el rostro complicado de su cuñada cuando Myne se arrodilló frente a ella para abrazarla y besarle el vientre, hablándole al bebé en su interior.

–¡Aún no puedo creer que voy a ser tía! ¡Tulli, en verdad eres un ángel!

–Basta, Myne, estás actuando muy extraño –se quejaba la mayor de las hermanas entre risas–, hermano Dino, ¡dile algo!

–Myne, vas a lastimar al bebé si sigues molestando a tu hermana, suéltala.

–¿QUÉ?, ¡por supuesto que no voy a lastimarla! ¡Tulli es el mayor de mis ángeles! ¡y este hermoso y lindo bebé...

–Será lastimado por su tía si no les das un poco más de espacio, vamos, suéltala y ponte de pie.

–¡Pero...!

Tulli la miraba ahora con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Las ganas de reír eran bastantes, a pesar de ello, Ferdinand lo resistió lo mejor que pudo. No quería que Tulli pensara que se estaba burlando de ella o algún otro malentendido. En su lugar, Ferdinand miró en derredor, agudizando un poco sus oídos para captar algún sonido dentro de la casa que compartían los padres de su esposa.

–Tulli, ¿dónde están los demás? ¿no descansaban todos ustedes el día de la tierra?

Las dos hermanas guardaron silencio ante aquello. Myne al fin se soltó de su hermana para mirar a todos lados en lo que Tulli cubría su sonrisa con una mano antes de responder.

–Supimos que mi hermano mayor estaba fuera por negocios, todos pensaron que la visita se retrasaría una semana.

–No privaría a Myne de la felicidad de reunirse con ustedes a menos que hubiera una guerra de por medio. Se lo importantes que son todos ustedes para ella –respondió Ferdinand, recibiendo un asentimiento de cabeza y una sonrisa complacida por parte de su cuñada.

–Lo sé, fue por eso que preferí quedarme aqui a esperar. ¿Les parece si bajo a buscar a los demás? No me gustaría que se ustedes terminaran volviendo a su casa antes de veer a los demás, y papá no me perdonaría por no avisarle.

–¿En verdad puedes hacerelo, Tulli? –preguntó Myne con clara preocupación en todo su ser–, podríamos ir nosotros mismos para que no tengas que forzarte y...

–¡Oh, Myne! ¡no estoy enferma, solo estoy embarazada! No podría trabajar si Lutz y los demás intentaran sobreprotegerme, además, estoy bien, este pequeño está todavía a una temporada de salir, lo más pesado todavía no está ni cerca.

Myne pareció avergonzarse, Tulli sonrió mirándolo con una disculpa, él solo hizo una inclinación de cabeza para dejarla ir, justo antes de rodear los hombros de Myne para mantenerla sentada junto a él en la mesa.

–Bien, te encargo mucho a Myne, hermano mayor. No tardaré demasiado.

Tulli dio la vuelta, tomó un velo y lo colocó sobre su cabeza con rapidez para luego salir por la puerta que daba a las escaleras del edificio. Los pasos de la joven descendiendo al mismo ritmo al que podía bajar Rozemyne les dijo a ambos que tan lejos estaba Tulli. Cuando no opudieron escucharla más, Ferdinand soltó a su esposa, apoyando un codo sobre la mesa para recargar su cabeza en su mano sin dejar de observarla con su ropa de plebeya. ¿Cómo se vería Myne cuando estuviera embarazada? ¿Su cuerpo podría lidiar con un embarazo? El hecho de que ella le solicitara esperar uno o dos años antes de comenzar a buscar una familia lo había mantenido tranquilo hasta ese momento. ¿Serían uno o dos años suficientes para que su cuerpo se fortaleciera lo suficiente? Luego recordó a Tulli comentando que no había dejado de trabajar a pesar de su condición... Myne no podría seguir trabajando una vez que se embarazara... claro que eso era algo de lo que tendrían que hablar cuando el tiempo que habían acordado estuviera a punto de terminar de pasar. Él en verdad quería asegurarle que todo iría bien, que tendrían tantos hijos como ella quisiera y cuando ella los deseara pero...

–¿Ferdinand?

La miró como única respuesta, notando que parecía un poco decaída. ¿Habrían estado pensando sobre lo mismo?

–Hay algo que debo darte, y en serio espero que lo aceptes, por favor.

Se enderezó, sintiendo que algo no iba como le hubiera gustado.

Rozemyne sacó algo de entre sus ropas y luego se lo ofreció. Podía ver el pequeño capullo blando amarillento de piedra en el que debía estar el nombre de un niño que una vez portó el nombre de Quinta y que no conocía la felicidad.

–No puedo aceptarlo.

–Pero tienes que hacerlo –dijo ella, poniéndolo de malas... no, entristeciéndolo hasta cierto punto–, ¡al menos escúchame! ¿si?

Resolpló olvidándose de toda etiqueta. No estaban en el castillo, el laboratorio o la biblioteca, la familia de ella ni siquiera estaba en ese momento con ellos, así que...

–Si no me convence, no voy a aceptarlo de vuelta.

La miró a los ojos. Había odiado la primera vez que ella le devolvió su nombre, también la segunda vez que intentó devolverlo, mucho tiempo atrás, cuando él le dijo que lo conservara como un escudo de Shutzaria, en caso de que él no pudiera contenerse y la forzara de algún modo a adelantar el invierno, y lo estaba odiando en este preciso momento.

–Lo estuve pensando mucho... tenemos un ducado a nuestro cargo, estamos haciendo todo tipo de reformas por todos lados... ¿qué va a pasar si de pronto faltamos los dos? no quiero arriesgarme a eso, así que, necesito que aceptes tu nombre de regreso, será solo temporal... hasta que nos retiremos para que alguno de nuestros hijos esté listo para tomar las riendas de Alexandria y podamos dedicarnos a vivir la vida que queremos... entonces lo aceptaré de regreso y te daré el mío.

Sus ojos se abrieron. Podía comprender la razón, ya no era solo que a su esposa le fuera molesto pensar que estaban en una relación de maestro-sirviente, iba mucho más allá... y ella estaba dispuesta a darle su nombre cuando el ducado no los necesitara a ambos... eera algo que no esperaba escuchar.

–¿Segura?

–Mhm –asintió ella colocando la piedra del nombre entre las manos de él, besándolas incluso antes de mirarlo a los ojos–, haré lo imposible por no morir antes de que entregemos el ducado a alguien más, así que no mueras tampoco... no quiero conveertirme en una bateria viviente sin tí.

Aceptó su nombre, guardándolo de manera inconsciente en una bolsa de su pantalón antes de acercarse a Myne y besarla con fervor, paseando sus manos por su cuello desnudo y sus hombros, sintiéndola colgándose de su cuello y abriendo su boca para intensificar el beso.

Ferdinand paseó sus manos sobre la ropa de la peliazul, rodeando su cintura antes de sentirla ponerse en pie para sentarse sobre él. Benwarmë y sus bendiciones aparecieron de pronto, podía sentir su espada preparándose para la batalla sin que le importara demasiado. Los labios de Myne abandonaron los suyos, recorriendo su barbilla con rapidez, succionando apenas el lóbulo de su oreja desprovista de accesorios antes de lanzarse por su cuello, robándole un quejido de satisfacción cuando su cuerpo registró los contornos del cuerpo femenino sobre el propio, o la humedad de esa lengua sobre la piel de su cuello... o los dedos traviesos que le acababan de retirar el pañuelo de encaje del cuello, deshaciendo un par de botones de su camisa para permitirle más acceso.

–¡Roze...myne! alguien... podría vernos.

Su esposa se alejó lo suficiente para mirarlo a los ojos, cargados con los encantos de los Dioses del placer a la vez que una sonrisa pícara y traviesa adornaba su rostro, incitándolo a seguir. Ferdinand fue incapaz de pasar por alto como su mujer deshacía con presteza el moño que mantenía su blusa en orden, o cómo la jalaba de manera impúdica, dejándolo ver lo que había debajo de la tela.

Myne se sentó en la mesa entonces sin dejar de mirarlo, con los senos todavía al aire y las manos en sus rodillas, subiendo sensualmente la tela que escondía sus pieernas y dejando los listones que mantenían las calcetas en su lugar a la vista. Era como si lo hubieran noqueado, robándole todo uso de razón o decoro. Ferdinand la tomó de la cintura, frotando su rostro un momento en la suavidad del escote de su esposa antes de masajear un poco aquellas curvas esponjosas y suaves, besándola en un lado y luego en el otro antes de enderezarse lo suficiente para mordisquearle el cuello, fascinado por la dulce melodía que parecía salir apenas insinuada de Rozemyne... entonces escuchó voces afuera, pasos acercándose, la puerta abriéndose y el extraño hechizo se desvaneció en el acto.

Ferdinand tomó los listones de la blusa de su esposa para anudarlos con rapidez, justo a tiempo para ver como Tulli entraba y luego daba vuelta diciendo algo.

Rozemyne pareció despertar del trance en ese momento, bajando de la mesa y haciendo lo imposible por abrocharle los botones en lo que él se recolocaba el pañuelo en su lugar, sintiendo las manos de Rozemyne peinándole el cabello en algunas partes. Él la miró apenas terminó con su pañuelo, reacomodando un par de cadejos fuera de lugar, sintiendo que sus orejas y sus mejillas ardían justo antes de que la cabeza de Tulli se asomara de nuevo.

–... ¡Pero que torpe soy! ¡El hilo estaba dentro de mi canasta! –soltó la voz de Tulli desde fuera.

Rozemyne lo miró con una disculpa y luego se puso en pie. Él la siguió, su familia podítica al fin había llegado, justo antes de sorprenderlos en una posición nada decorosa en la cual, estaba seguro, ningún padre querría encontrarse a su hija... menos aún si su hija era Rozemyne.

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–... nunca había visto al Maestro Benno tan confundido en mi vida –comentó Kamil durante la comida.

Effa estaba sirviendo un poco más de pan y sacando algo de miel y mermeladas para colocar sobre la mesa a modo de postre en tanto Tulli levantaba los platos de todo y Myne se encargaba de levantar rellenar las tazas de madera de todos, sonriendo complacida ante las nuevas.

–¿En verdad? ¿Dijo algo sobre los disseños o los costos?

–El maestro se preguntaba si debería abrir un nuevo gremio para esto de los abanicos –respondió Lutz aceptando una rebanada de pan y comenzando a untarlo con rumtof–, en especial teniendo en cuenta que los más económicos utilizaran papel y los más costosos llevarán telas, plumas, encaje e incluso perlas... ¿sabías que esa basura marina se está poniendo de moda? Cada vez veo más mujeres portando perlas pequeñas en sus collares de matrimonio.

No pudo observar como su mujer sonreía con orgullo, hinchando el pecho tanto como podía antes de sentarse de nuevo a la mesa y aceptar la rebanada de pan que su madre le estaba ofreciendo ahora.

–Creo que puedo dejarle esa desición a Benno, ¿no es así?, lo que es más, Lutz, Kamil, les agradecería mucho que le pidan a Benno que me informe el momento en que este nuevo gremio se haya formado y esté listo para tomar pedidos. Leticia y yo seremos las primeras clientas, creo que es una buena idea aprovechar que estamos a mediados del verano para introducirlos como una moda para mantenerse fresca, después trabajaremos en otros usos. Y las perlas no son basura, Lutz, ya te lo había explicado.

–A mi me parecen adorables –comentó Effa lanzando una mirada llena de amor a Gunther, quien pareció sonrojarse apenas, justo antes de soltar una risotada y sobar la parte trasera de su cabeza.

–¡Anda, muéstrale a los chicos! –dijo Gunther como respondiendo a la solicitud no hablada de su esposa.

Al momento, la mujer de cabellos verdes sacó un collar de matrimonio de entre sus ropas. El listón estaba adornado con al menos cinco perlas pequeñas de cada lado, intercaladas con tres perlas más grandes haciendo un diseño armonioso y simétrico que no alcanzaba a cubrir el viejo listón por completo.

–¿No lucen hermosas? –preguntó Effa, provocando que sus hijas se acercaran más con ojos grandes y brillantes.

–En verdad son muy hermosas, mamá –respondió Tulli.

–¡Y se ven tan bien en ti!, ¡te ves muy elegante con ellas, mamá! –aseguró Myne, sosteniendo sus mejillas con ambas manos.

Effa lanzó una mirada divertida a Lutz antes de regresar el collar al lugar donde había estado reposando.

–Más vale que comiences a ahorrar, Lutz, algo me dice que Tulli querrá algunas para decorar su propio collar de matrimonio.

–¿Eh? ¿qué?, ¿es en serio?

Todos comenzaron a reír. Ferdinand los observaba sonriendo. Sabía cuanto costaban las perlas porque su esposa lo había obligado a bajar al puerto para inspeccionar como iban los negocios con los pescadores e instruirlos sobre las diferencias entre las perlas blancas, las negras, las cultivadas y los tamaños para darles un valor justo. La idea de su esposa nunca había sido usar perlas como decoración para los nobles, sino para los plebeyos. La moda de las perlas se había vuelto sumamente popular en Alexandría la primeera mitad del año en que fueron introducidas, comenzando a exportarse seis meses atrás a un precio considerable como prevención. La sorpresa había sido escuchar a algunos nobles preguntando sobre la posibilidad de conseguirlas para adornar algunos accesorios, ni él ni su esposa habían previsto tal interés, después de todo, tal y como lo pusiera Rozemyne la cuarta noche que estuvieron en la Conferencia Archiducal, los nobles siempre podían usar escamas de peces fey para crear adornos similares a las perlas y convertirlos además en encantos.

–Eso me recuerda, madre, padre –dijo Tulli, interrumpiendo el ambiente agradable en la mesa–, ¿puedo aprovechar que Myne y Dino están en casa para mostrarles unos diseños?, escuché que algunas damas laynobles mostraron interés en colocar perlas en sus vestidos de otoño y quisiera la opinión de ambos.

–Tulli –respondió Gunther con mala cara–, ¡es día de descanso! ¿no puede esperar a otra ocasión?

–Para cuando pueda volve a hablar tan libremente con mis hermanos, habré entregado los vestidos –se quejó Tulli inflando los cachetes apenas un poco, haciendo a Ferdinand sonreír al recordar a Myne haciendo lo mismo en algunas ocasiones.

–¡Gunther, no seas tan pesado con tu hija! –regañó Effa dándole una palmada en el hombro a su esposo antes de dirigir una mirada a sus hijas y a él–, adelante, hija, puedes usar nuestra recámara para mostrarles los diseños, de ese modo no se ensuciarán y podrán hablar con toda libertad sin que los interrumpan.

Tulli sonrió haciendo ademán de ponerse en pie, Lutz no tardó en ayudarla tal y como había hecho cuando la muchacha se empecinó en levantar los platos. Ferdinand también se levantó, ayudando a Myne a ponerse en pie antes de escoltarla a la habitación asignada.

Los colores se le subieron a las orejas por un segundo o dos. En realidad, era la primera vez que entraba a la habitación de los padres de su esposa. No era una habitación muy amplia. Había un par de cofres para ropa debajo de una ventana, una pequeña tina y un par de baldes a un lado y lo que parecían dos cabeceras grandes, una al lado de la otra marcando que el enorme y largo bulto cubierto por sábanas recién lavadas eran, de hecho, una sola cama.

Su esposa no tardó en acostarse ahí, diciendo que era algo nostálgico poder acostarse de nuevo en la cama de sus padres. Tulli se sentó en la orilla, riéndose detrás de una mano a medio cerrar antes de mirarlo con ojos agudos e inquisidores. Ferdinand no se atrevió a moverse de su lugar junto a la puerta.

–¿Podrías cerrarla, hermano Dino?

–No es correcto que cierre la puerta con dos...

–Ciérrala por favor, no quiero que mis padres, mi hermanito y mi esposo escuchen sobre lo que NO es correcto hacer en una casa ajena, ¿si?

Rozemyne dejó de retozar en la cama, Ferdinand obedeció la orden de cerrar la puerta en contra de su voluntad, sintiendo una especie de temor recorriéndole la espalda ante la mirada reprobatoria que la siempre amable Tulli le estaba dedicando ahora, con los brazos cruzados sobre la barriga y su sonrisa desapareciendo, dando paso a una fina línea recta sobre su rostro.

–¿Tulli? –dijo Myne en un quejido similar al chillido de un shumil aterrorizado, arrodillándose junto a su hermana y tratando de tomarla del brazo antes de paralizarse frente a la misma mirada severa de la que él había sido víctima unos segundos atrás.

–Dino, siéntate aqui por favor, Myne, deja de estar rodando como si fueras un bebé.

Los dos la obedecieron en el acto.

Por alguna razón, Ferdinand sentía como si Rihyarda estuviera a punto de llamarle la atención por algo y no comprendía la razón de este sentimiento. Ni Tulli lo había cuidado cuando era un niño ni tenía mana alguno que pudiera dañarlos a él o a Rozemyne... y aún así...

–Entiendo que todavía estén en la parte donde uno dificilmente puede mantener las manos lejos del cuerpo del otro, pero ¿no creen que pueden esperar a llegar a su casa para hacerlo? ¡La casa de nuestros padres no es el lugar adecuado para hacer bebés!, ¡ya no digamos el comedor de la casa!

–Lo siento Tulli –se disculpó Myne con presteza y los ojos a punto de derramar lágrimas, pareciendo bastante avergonzada y sincera en su disculpa–, es solo que, yo, estábamos hablando de algo importante y... ahm... creo que algo nos puso así... y luego nosotros... es que... una cosa llevó a la otra y...

–¡Myne! –le llamó la atención él, incapaz de seguirla escuchando balbucear de esa manera–, lamentamos mucho nuestra falta de decoro, Tulli, tienes mi palabra de que esto no volverá a repetirse jamás en lo sucesivo.

La joven de cabello verde lo miró a él y luego a Myne, soltando finalmente un suspiro de cansancio y cerrando los ojos antes de mirar a la puerta.

–Gracias Dino, sé que cuento contigo para mantener a mi hermana en orden.

Ferdinand asintió apenas un poco con la cabeza antes de notar la cara de incredulidad de su esposa por el rabillo del ojo, las ganas de burlarse siendo suprimidas con éxito al no recibir una mirada cargada de frustración de parte de ella.

–¡No quiero escucharlo, Myne! –advirtió Tulli, quien también la había visto–, sé lo mucho que amas a Dino y sé cuánto te pareces a papá, así que confiaré en que Dino te recuerde como comportarte aqui abajo, ¿de acuerdo?

–¡Pero Tuuuulliiiiii! ¡me portaré bieeeeeen! ¡lo promeeeetoooo!

Tulli descruzó sus brazos antes de dedicarle una sonrisa dulce a su hermana menor, acariciándole la cabeza antes de mirar a su cuñado con una disculpa. Él simplemente negó con la cabeza, sonriendo un poco antes de tomar la mano de Rozemyne entre las suyas.

–Bien, si les ha quedado claro, en verdad me gustaría un poco de ayuda con este diseño, luego de ver cuanto cuestan, no me gustaría echar a perder los materiales que acabo de conseguir, así que...

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Estaban de vuelta en su habitación. Grettia atendía esta vez a Rozemyne debido al recién descubierto embarazo de Liesseleta. Justus estaba terminando de cambiarlo en sus ropas de dormir con una sonrisa reprimida que le hacía dificil no preguntar.

–Bueno, Mi Lord, nunca lo había visto saliendo de la biblioteca con las orejas rojas, ¿usted y Mi Señora encontraron nuevos usos recreativos para la sala de lectura?

Las orejas de Ferdinand se pusieron rojas de nuevo. Justus ya no pudo disimular mucho la risa que intentaba suprimir al menos, hasta que le dedicó una mirada gélida y mordaz.

–Justus, no es propio de ti hacer este tipo de insinuaciones.

–Lo lamento Mi Señor, no volverá a suceder.

Algo en Justus no le gustaba nada en este momento. Decidió ignorarlo y entrar en su cama, cerrando el dosel detrás de él para esperar a su esposa, la cual no tardó mucho en llegar a su lado.

–¿Todo bien? –preguntó Rozemyne con una sonrisa inocente un poco antes de que escucharan la puerta cerrarse, dándoles la seguridad de que estaban tan solos como era posible.

–No estoy del todo seguro. Por cierto, lo que pasó en casa de tus padres...

–Lo sé, lo sé, lo siento, es solo que... creo que era la primera vez en años que estábamos de verdad solos, sin nadie escuchando al otro lado de la puerta ni cuidándonos... además... portarme "mal" en casa de mis padres es algo que nunca había experimentado... ni en este mundo ni en el anterior.

–¿Porqué alguien querría "portarse mal" en casa de sus padres?

Ella solo soltó una pequeña risa divertida antes de sentarse sobre él y besarlo. La pasión se había desvanecido al menos una campana atrás, el cariño, en cambio, seguía ahí. En la dulzura de sus labios y el calor de su abrazo. En el aroma de su cabello y el sabor de su mana. En el amor de esa mirada dorada que no lo perdía de vista antes de acostarse a su lado o en el cuerpo que se dejaba envolver entre sus brazos.

–Por la adrenalina de saber que no deberías hacerlo –respondió ella aún divertida, besándole la frente.

–Cambiando el tema, ¿estás segura de querer esperar uno o dos años más? te veías más emocionada que tu hermana y que Lisseleta cuando nos avisaron que estaban esperando.

Ella lo abrazó aún más. Estaba preocupado. Había aceptado esperar porque le daba pánico que el cuerpo de todas sus diosas no soportara llevar otra vida en su interior. Le aterraba que su amada esposa le diera al bebé más de lo que debía y pasara por el dolor de perderlo. Sentía pánico de solo pensar en tener un hijo con la misma constitución debil y enfermiza de su madre y que no pudiera remediarlo en tiempo... sin embargo, luego de ver cuan enturiasmada se veía con los embarazos de las mujeres allegadas a ella, le preocupaba esperar demasiado solo para descubrir que, aun siendo compatibles en mana, su querida esposa fuera incapaz de concebir... no podría soportar verla con el corazón deshecho...

–Ya te lo expliqué, soy demasiado joven para eso y tenemos demasiados cambiso que hacer antes de que pueda bajar mi ritmo de trabajo. No quiero dejar de trabajar apenas enterarme de que estoy embarazada, igual que Tulli, pero tampoco quiero mantener el mismo ritmo que llevamos ahora. Quiero disfrutarlo y sentirme útil al mismo tiempo.

La miró con una sonrisa, peinándole el cabello antes de besarla en la punta de la nariz. Para él, que solo conocía la vida en ese mundo, una mujer de quince años era una adulta y era normal que quedara embarazada. Ella, en realidad acababa de cumplir los diecisiete. Recordó la primera vez que lo discutieron. En su mundo anterior, la mayoría de edad era entre los 18 y los 21 dependiendo del país. Una mujer embarazada o siendo madre antes de eso era vista con malos ojos, de modo que tenía lógica que ella quisiera esperar.

–Muy bien, si no has cambiado de opinión, seguiré haciendo lo posible para cumplir tu deseo, todas mis diosas.

–Gracias Ferdinand. Ai shiteru.

Ai shiteru mo.

Y solo con eso se fueron a dormir. Ya habría más días en los que pudieran practicar las artes del dormitorio.

Notas de la Autora:

Yo sé, yo sé, como que algo nos faltó, pero bueno, es que pensando en Ferdinand, no creo que se dejara llevar luego de ser regañado por Tulli, ¿o ustedes que opinan?

Por otro lado, muchísimas gracias a todos los que siguen esta historia y que las bendicioens de los dioses acompañen a todos los que dejan comentarios, que Grammarature y Mestionora les proporcionen muchas historias para este fin de semana y más aún.

Alguien me preguntó en cmomentarios sobre mis libros. Estoy trabajando en una colección de fantasía épica llamada Crónicas de Ametis, de la cual llevo ya dos libros publicados. La información de mis novelas pueden encontrarla en mi perfil, de momento solo son dos libros que están de venta en Amazon en formato digital y formato tapa blanda. Si se animan a darles una oportunidad, de verdad espero que las disfruten, puse mucho de mi en ambos libros.

SARABA