Los Dioses del Amor

SS Harmut y Clarissa: Trabajando para la diosa.

Se sentía tan emocionada como el día en que Harmut la había presentado con la fabulosa, bella, inteligente y amada por los dioses Lady Rozemyne.

Entre sus brazos llevaba el sobre dónde se ocultaban los inicios de la última idea de su señora. ¡¿Que tan fantástica, benévola y previsora podía ser su adorada Diosa para pensar en el placer del resto y compartir su sabiduría y experiencia?!

En definitiva, abandonar Dunkelferger para mudarse primero a Erenfhest y luego asentarse en la antigua Arsenbach y actual Alejandría para servir a la persona que más idolatraba en el mundo había sido la mejor decisión posible.

Su diosa les agradeció en su sala privada de lectura por el apoyo. No era necesario que les agradeciera, tanto para Harmut cómo para ella, ser útiles a su ama era la mayor recompensa de todas.

Justus también se fue, luego de convencerlos de entregarle tres de los dibujos que Lady Rozemyne les había entregado para su divino plan de reforma. Si al menos no necesitaran un dibujante para el manual…

–¿No te parece esto increíble, Harmut querido?

–¿Qué cosa, adorada esposa?

Tan pronto como fueron dejados a solas en la habitación oculta que compartían en casa, Clarissa se había sentado en el escritorio doble para sacar los papeles y examinarlos, regodeándose al poder apreciar de cerca la elegante y hermosa letra de la diosa a la que ambos rezaban y servían con fervor.

–¿No debería nuestra diosa dibujar más… hermoso?

Harmut se acercó a ella, inclinándose a su lado lo suficiente para tomar una de las ilustraciones en sus manos y analizarla.

–Nuestra amada diosa, Lady Rozemyne, nunca a dado mucha importancia a desarrollarse en el dibujo, de haberlo hecho, sus imágenes serían tan sublimes que la imprenta no podría hacerles justicia… claro que, invertir más de su preciado tiempo en practicar el arte del dibujo habría implicado menos tiempo para sus preciosos libros… y nuestra señora es nada menos que la encarnación de Mestionora misma, no de Kuntzeal .

–Lo entiendo, pero… su nivel como música es solo igualado por Lord Ferdinand, la bendición de Gramarature la ha llevado a inventar, por lo menos, un idioma distinto al nuestro para comunicarse con la familia archiducal…

–¿Sigues pensando que son dos idiomas, querida?

–He leído sus labios y los de Lord Ferdinand varias veces en el comedor, la estructura es muy diferente cuando dicen cosas como "carera gua bacades" a cuando se murmuran "yu arh mai lob", incluso sospecho que suenan diferente a sus oídos.

La mano cálida de Harmut en su espalda se sentía un poco incómoda. Solo un poco. Tal vez no se habría mostrado tan interesada en intercambiar mana cada vez que tuvieran oportunidad o en compartir una misma habitación para dormir si no viera lo feliz que parecía su Aub desde que comenzó a compartir una habitación, un lecho y una enorme cantidad de roces y muestras de afecto físico con el otro Aub de Alejandría.

Clarissa respiró hondo, soltando el aire poco a poco, levantando su mirada para ver el cuadro que colgaba de la pared. Era una imagen de Lady Rozemyne siendo pequeña, vistiendo un hábito de doncella azul del santuario e interpretando el harspiel.

–Nuestra divina Aub es amada por todos los dioses, mi querida Clarissa, ellos le han otorgado tantas bendiciones como ella ha decidido aceptar. Ahora bien, ¿cuándo y dónde deberíamos iniciar con esta investigación? Parece muy interesante.

Recargó su cara en su mano, observando a su esposo con una enorme sonrisa. Harmut se notaba especialmente entusiasmado desde que la divina Aub Rozemyne les entregará el sobre. No lograba identificar si este hombre estaba ansioso por ser de utilidad o por poner en práctica las bendiciones de Bremwärme y Beidchmachart, lo cierto es que ella se sentía curiosa por está nueva idea.

¿Sería esta la razón de que su señora anhelara la compañía de Lord Ferdinand incluso en la Academia Real? ¿Acaso mezclaban su mana con tanta regularidad que por eso parecía normal para ellos mantener el contacto físico cada vez que les era posible? ¿Se sentiría igual que su Diosa poniendo está nueva información en práctica?

–Bueno, Lady Rozemyne nos encargó investigar también el funcionamiento del mana al realizar todo esto. Deberíamos prepararnos para poder hacer un buen informe, pero, ¿cómo? Tener otro erudito en la habitación para que tome apuntes podría ser muy incómodo y…

–¿Porqué no usamos espejos? –intervino Clarissa temiendo por la idea que se le pudiera ocurrir a su marido.

Harmut la miraba con interés, deslizando una mano sobre su espalda antes de acercar una silla a la mesa y acomodarse frente a ella, díptico en mano.

–¿Espejos, dices?

–Podríamos colocar espejos dentro de nuestra cama para poder observar desde distintos ángulos, también deberíamos colocar el círculo mágico de inspección de mana sobre nuestras sábanas, y se me ocurre que podríamos inspeccionarnos mutuamente antes y después.

Harmut acarició su barbilla en contemplación antes de sonreírle complacido y hacer anotaciones.

–Deberíamos decidir también que estudiaremos primero, tal vez podríamos hacer algunas observaciones durante el proceso. ¿Deberíamos preparar poción de sincronización, Clarissa querida?

Solo tuvo que dar un vistazo a su estante y luego al de Harmut para saber que, en realidad, necesitarían hacer más para poder indagar en todas las curiosas e interesantes posiciones que su Diosa les había encargado investigar… claro que…

–Harmut querido, sé que nuestra Diosa nos ha encomendado probar éstas de aquí, pero…

–¿Tú también anhelas probar la divinidad del placer alcanzado por nuestra muy amada Diosa?

–En realidad –respondió la joven erudita colocando una mano en su mejilla, sintiendo como Gedhuld teñía sus mejillas con su cálido color sin que pudiera evitarlo–, el solo saber que nuestra amada Diosa ha disfrutado de las bendiciones de Beinschmachart de todas estas formas, me hacen querer experimentar la divinidad detrás de ello.

Esa noche, ambos se pusieron de acuerdo sobre que necesitarían, dónde, cuándo y qué experimentarían. Clarissa casi no podía suprimir la emoción de acercarse un poco más a la Diosa a la cuál servía.

.

Harmut había pasado los siguientes días entre el templo, el castillo y el laboratorio. A pesar de ser uno de los eruditos de Aub Rosemyne, la verdad es que pasaba bastante de su tiempo atendiendo a los experimentos y cátedras de los laboratorios de Aub Ferdinand, a menos que su señora reclamara su presencia de manera específica en la biblioteca, era más común que fuera su esposa quien asistiera a la joven responsable por el ducado de Alexandria.

Tal vez debido a esto, Harmut se había divertido tres días después a costa de Raimund. El pobre chico había ido a buscar el apoyo de Lord Ferdinand para compartir algunos resultados y tal vez someter el nuevo material extraído del ducado a más pruebas, regresando poco después con la cara roja, cabizbajo y caminando encorvado.

—¿Y Aub Ferdinand? —preguntó Harmut, quien trataba de refugiarse en el laboratorio esos días para no caer en la tentación de brincarle encima a su esposa antes de tener todo lo necesario para la experimentación encargada por su diosa.

—Él está… bueno… —el muchacho soltó un sonoro suspiro que llamó la atención del resto de los investigadores, Harmut se acercó sospechando lo que estaba sucediendo—, él y Aub Rozemyne van a tomarse un… descanso… de media campanada.

La necesidad de salir corriendo y tratar de asomarse al despacho del responsable de los laboratorios era tan intensa, que se perdió por completo las indicaciones que el Aub había dado para ellos. Se preguntaba si Lady Rozemyne habría convencido a su marido de compartir un poco de los placeres de Brenwärme, si llegarían a tomar la bendición de Beischmachart a pesar de conocer de sobra el carácter estricto de Lord Ferdinand… claro que, hacía varias temporadas que nadie parecía poder decirle que no a Lady Rozemyne, la joven Aub solía salirse con la suya con frecuencia, a veces bajo el manto de Verbenger como estaba pasando con el dichoso manual que aún no había podido poner en práctica a pesar de haber memorizado las páginas que le entregara su señora.

—¿Lord Harmut? ¿está escuchando?

El aludido volteó a ver a sus compañeros, dándose cuenta de que no solo no había escuchado nada, su mente no paraba de dar vueltas a las imágenes escandalosas y las notas detalladas sobre posiciones y estimulación.

—No, lo lamento… parece que no está en mi permanecer con ustedes el día de hoy, lo lamento mucho. ¿Habría algún problema si me retiro temprano a casa? Temo que me siento un poco febril.

Sus compañeros lo observaron más de cerca, él decidió arriesgarse un poco, tratando de imaginar a la autora de tan indecentes imágenes moviéndose sonrojada sobre el hombre de rostro imperturbable que había estado a su lado desde que era una niña pequeña. Sus compañeros no tardaron mucho en despedirlo y desearle pronta recuperación.

Harmut salió entonces de ahí, satisfecho por haberse salido con la suya y sintiendo una ligera molestia al caminar. Imaginar a su diosa era demasiado divino como para volver a intentarlo fuera de casa y sin Clarissa a su lado.

.

—¿Lord Harmut? ¿está usted bien? ¿pasó algo para que volviera tan pronto?

El joven erudito solo sonrió a su ama de llaves. Lady Linnette era una dama laynoble que le había sido asignada junto con su esposo para cuidar de su residencia en Alexandría. El matrimonio de asistentes no había tardado mucho en volverse tan devotos de Aub Rozemyne como el joven matrimonio que residía ahí.

Harmut dedicó una amplia sonrisa antes de retirar su capa y entregarla a Lady Linnette, deteniéndose ante el hermoso cuadro de Lady Rozemyne y Lord Ferdinand durante su ceremonia de compromiso. Era una suerte que los dos Aubs le permitieran llevar a Wilma junto con algunos otros sacerdotes grises de Erenfhest para presenciar la ceremonia.

De hecho, habría colgado ahí alguna imagen de la ceremonia de unión de las estrellas de haber conseguido que Wilma asistiera a esa también, una pena que para entonces, Fran, Gil y algunos de los otros antiguos ayudantes de Lady Rozemyne en el templo se hubieran mudado al Templo de Alexandria, porque a causa de eso, ya no encontró ningún motivo que le permitiera llevar a la señorita Wilma para poder comprarle un cuadro de la pareja portando los instrumentos de los dioses marido y mujer, ¡eso habría sido sublime!

—Linnette, ¿sabes, de casualidad, qué pendientes tenía para hoy Lady Clarissa?

La mujer lo escoltó hasta la entrada del dormitorio que compartía con su esposa, deteniéndose ahí después de abrirle la puerta.

—Me parece que Lady Clarissa iba a estar hoy en la Ciudad Baja hablando con algunos artesanos para verificar la fecha de entrega y transportación de los espejos que desean agregar a sus aposentos, mi Lord.

—¿No iba a estar hoy en la biblioteca con Aub Alexandria?

Linnette sonrió, todavía inmóvil.

—Al parecer, Aub Rozemyne les avisó ayer que hoy pasaría su tiempo de lectura con Aub Ferdinand en los laboratorios, parece que le dio la tarde a la mayor parte de su séquito, ¿no estaba usted enterado?

Harmut sonrió de medio lado.

—No pertenezco al séquito que la acompaña a la biblioteca, temo que nuestra divina Aub prefiere que use mis habilidades apoyando a su esposo en los laboratorios durante la tarde, Lady Clarissa es suficiente para apoyarla como erudita cuando se trata de libros y no de la imprenta.

—Entiendo. ¿Desea que le traiga té? ¿algunos bocadillos, tal vez?

—No, gracias. Trae a Lady Clarissa a nuestra habitación en cuanto llegue. Aub Alexandria nos asignó un trabajo extra especial que planeo adelantar por ahora.

—¡Cómo mi Lord ordene!

Linnette cruzó los brazos frente a su pecho antes de dejarlo. Harmut entró a su habitación y de ahí se fue a la habitación oculta, regresando con un par de diagramas de los que había dibujado Lady Rozemyne de manera un poco tosca para su gusto.

Se metió en la cama y contempló ambos. Por un lado, estaba el cáliz de Gedhuld vista por un lado dentro de un cuerpo y más abajo, la flor con sus pétalos un poco abiertos.

No tenía idea de cómo su Aub había discernido aquello, pero tampoco dudaba de su veracidad.

Después observó el diagrama que hacía referencia a la espada de Ewigeliebe. No le gustaba mucho las anotaciones que su señora había puesto, las palabras sonaban extrañas para él, en especial porque, en realidad, él conocía los nombres, mucho más nobles, que se le daban.

—¿Será que a mi señora le faltó que la instruyeran más en este sentido? Puedo entender que ninguna de sus madres le hubiera dado una educación adecuada, pero… ¿sabrá Lord Ferdinand de los nombres adecuados? ¿los habría compartido con mi señora de saberlos?

Se peinó un poco el cabello antes de salir de nuevo, tomando consigo los papeles para llevarlos al escritorio que Clarissa usaba para escribir la correspondencia que intercambiaba de manera periódica con su familia en Dunkelferger.

Harmut se acomodó entonces.

Lo primero que hizo fue copiar el dibujo, sintiendo sus mejillas teñirse ligeramente del noble color de Gedhuld conforme daba algunos detalles más a la imagen, sonriendo complacido al observar su trabajo.

A continuación, pasó a dibujar las líneas que Lady Rozemyne había hecho para enlazar la imagen con información.

Anotó entonces los nombres de cada parte. Espada del invierno. Saco de Beischmachart. Funda de la espada.

Por un momento no supo como proseguir, había algunos términos que en realidad desconocía. Estuvo a punto de bajar sus pantalones para inspeccionarse, decidiendo que lo mejor sería esperar a su esposa. Cualquier exploración sería más fácil si su espada era desenfundada, así que solo hizo algunas marcas en la página original para señalar que debían hacer verificaciones en ciertas zonas.

Lady Rozemyne había sido muy específica al describir el funcionamiento de la espada, dejando todo tipo de términos que no tenían sentido para él. Semen. Líquido preseminal. Esperma En definitiva no solo eran palabras extrañas y carentes de sentido alguno, algunas le parecían incorrectas, excepto esa de Esperma… ¿se estaba refiriendo a las semillas de Entrinduge? Según las imágenes en el esquema, supuso que sí, por lo que pasó a anotar el nombre correcto.

Las lágrimas de Beischmachart eran el líquido que salía poco después de que la espada fuera levantada para invocar al invierno, siendo la nieve de Ewigeliebe el líquido blanco al que hacía referencia.

Redactó de nuevo la explicación que ella había anotado abajo sobre el proceso desde que la espada cobraba vida hasta que invocaba una nevada. Esa palabra, "orgasmo" le pareció que hacía referencia a las flamas de Brenwärme, en tanto la "excitación" debía ser los fuegos del invierno… ¿o sería más bien a lo que su diosa había denominado "lívido"'

Definitivamente, los fuegos del invierno eran la famosa "lívido" en cuyo caso, la "excitación" debía ser la bendición de Brenwärme.

Más a gusto con los cambios realizados, Harmut hizo a un lado el original y la copia mejorada antes de tomar en sus manos la que hacía referencia al cáliz y la flor.

Comenzó por cambiar los nombres que ya conocía. Ese pequeño bulbo al que su señora había nombrado "clítoris", su esposa le había dicho tiempo atrás que se llamaba monte de Gedhuld, la "vulva" era en realidad el jardín del invierno y por último, lo que su señora llamaba "labios internos y externos" eran los diferentes pétalos de la flor de Efflorelume.

No tenía idea de qué hacer con esas cosas extrañas parecidas a asas que su diosa había denominado "Ovarios", "Cervix", "Útero" y "Trompas de Falopio", aunque sí se asombró al encontrar otra semilla de Entrinduge en la descripción.

—¿Qué haces, esposo mío?

Harmut volteó. Era seguro decir que había hecho una mueca extraña por la sorpresa, ya que Clarissa había comenzado a reír de inmediato.

La tomó de la barbilla, depositando un beso corto en sus labios antes de volver su vista al escritorio.

—Intentaba poner los nombres correctos aquí. Nuestra señora tiene nombres para cosas que no sabíamos que estaban ahí en primer lugar, como esto de aquí, ¿lo ves?

Su esposa tomó la hoja original y luego echo un vistazo al trabajo de él, sonrojándose de manera ligera antes de mirarlo de nuevo.

—¿Puedo ver los diagramas de la espada?

—¡Por supuesto, amada esposa!

Harmut entregó las hojas de inmediato, divirtiéndose al notar la mirada llena de asombro en los ojos de su esposa, junto con un chispazo de reconocimiento, seguidos de cerca por una sonrisa traviesa.

—Harmut, ¿has dibujado tu propia espada al pasar la imagen?

—No lo sé, tú dime. Eres quien está más familiarizada con mi espada de cualquier modo.

Ella se rio un poco más, todavía sonrojada antes de mirar el esquema femenino y mirarlo a él con el ceño fruncido.

—Debo suponer que cuando pasaste el esquema de la flor, dibujaste la mía, ¿no es así?

—No lo sé, ¿crees que sea la tuya?

Clarissa le dio un golpe en el hombro que le dolió un poco. Se sobó entonces sin dejar de reírse ante la reacción de su mujer. Luego de que su compromiso se volviera formal, Harmut había empezado a dedicar tiempo de sus mañanas en entrenar junto con su esposa. Más que fuerza, había estado centrándose en desarrollar algo de resistencia para que su piel no se cubriera de moretones cada vez que la mujer a su lado le daba algún golpe, ya fuera jugando o molesta. Tenía que admitir que estaba dando resultados, esta seguro de que no habría marca alguna esta vez.

—Pensé que esperaríamos a tener los espejos antes de empezar a hacer algunas anotaciones.

—Si, yo también lo pensé, pero parece que Aub Rozemyne se las ingenió para encender los fuegos de Beischmachart en Aub Ferdinand dentro del despacho del laboratorio.

—¡¿Qué?! ¡no es posible! ¡Aub Ferdinand nunca permitiría…!

—Puedes creerme, querida, estoy más que seguro de que lo permitió. Por lo que escuché, Lord Raimund no solo los descubrió muy abrazados y compartiendo una silla en el despacho, Aub Ferdinand en persona le dijo que no quería ser molestado porque ambos se tomarían un descanso por media campanada.

Los ojos de Clarissa se abrieron de nuevo con sorpresa, lanzando un vistazo a los diagramas y luego a él. Parecía confundida.

—¿Media campanada? ¿Necesitan tanto tiempo?

No supo si sentirse decepcionado o divertido por la pregunta. En todo caso y luego de considerarlo… si Aub Ferdinand podía emplear media campanada para disfrutar las bendiciones de Brenwärme y Beischmachart con Aub Rozemyne…

—Y yo pensando que Lord Justus solo exageraba cuando hacía bromas sobre el rendimiento de su señor —murmuró Harmut, recordando las dos veces que Justus había echo algún comentario al respecto sobre comentarios que él mismo había echo refiriéndose al exceso de contacto físico entre los dos gobernantes de Alexandría.

—Creo que podemos pensar más en los nombres correctos —dijo Clarissa cuando recuperó la compostura—, yo me encargaré de colocar nombres adecuados a este diagrama, si estás de acuerdo.

—No le confiaría esa tarea a nadie más, esposa mía.

Ambos sonrieron y luego Harmut tomó una tela que tenía doblada junto a su lecho, así como un par de dípticos en una mano, para luego tomar a Clarissa con la otra y guiarla a la habitación oculta.

—¿Harmut? —sonrió su esposa sin dejar de seguirlo.

—No tomaremos notas sobre las posiciones, querida, lo prometo, solo me gustaría examinar algo más a fondo lo que viene en esos diagramas y tal vez aprovechar para observar los cambios en el mana de cada uno.

La puerta a la habitación secreta se abrió, Clarissa afianzó el agarre en su mano y ambos entraron a su habitación oculta.

.

—¿Estás seguro de esto, querido esposo? —preguntó Clarissa tragándose todo rastro de nerviosismo al notar que ambos estaban por completo desnudos.

—¡Por supuesto! ¿preferirías que fuésemos examinados por otras personas?

Se sonrojó, negando con fuerza antes de tomar uno de los extremos de la tela que su esposo había llevado para extenderla en el suelo, sobre un pequeño colchón que había llevado el día anterior.

Harmut se recostó sobre el círculo mágico y ella inyectó el mana suficiente para activarlo. Pronto el cuerpo de Harmut se vio cortado por diferentes líneas rojas que mostraban el flujo de su mana.

La espada parecía a medio camino de despertarse, manteniéndose en una posición curiosa entre sus piernas y su abdomen.

Clarissa sonrió un poco, acercándose para observar más de cerca las pequeñas líneas de mana.

—¿No deberíamos tomar la poción de…?

—No aún, querida. ¿Puedes recordar el diagrama de la espada que dibujó nuestra divina Aub?

—Los traigo conmigo —contestó ella, señalando las hojas que había dejado en una pequeña mesa cerca de la entrada.

—¡Tan previsora como siempre! Revísala entonces y luego revísame a mí, por favor.

Clarissa se puso en pie, tomando los diagramas y observando con detenimiento el que correspondía a la espada de Harmut. Era como si hubiera delgados hilos uniendo los sacos de Beischmachart unidos al mango y luego subiendo por el filo de la espada hasta su punta donde señalaba una abertura.

Clarissa suspiró un momento, dejando el diagrama a un lado de la manta con el círculo mágico en el suelo para luego tomar entre sus manos el arma de su marido. Lo observó por todos los ángulos, notando como se engrosaba despacio ante su manipulación. Lo palpó con cuidado desde los sacos hasta la punta. Bajó la funda, sonriendo al escuchar un gemido escapando de la boca de su esposo.

—¿Tan pronto has comenzado a disfrutarlo? No vayas a dejar que me caiga una nevada encima, ¿de acuerdo, Harmut querido?

Lo escuchó quejarse antes de sentir como una de sus manos era detenida, obligándola a mirar el rostro de su esposo, notándolo febril.

—Mi querida y hermosa Clarissa, debes recordar que voy a examinarte con la misma atención con que tú me examines a mí, ¿lo entiendes?

Esa sonrisa malévola le provocó un escalofrío. Sonrió y asintió entonces, regresando su atención a la espada que tenía entre sus manos, lista para desatar una tempestad según podía ver.

Con cuidado, Clarisa deslizó la funda hacia abajo, moviendo la espada para poder examinarla de cerca, notando pronto las lágrimas escapando de un pequeño orificio en la punta que no tardó en palpar con su dedo. Si era sincera, nunca había notado eso, quizás porque nunca le había dedicado tanta atención antes.

Untando aquellas lágrimas alrededor de la punta, pudo notar como las líneas de mana se volvían mucho más visibles en la espada invernal de Harmut.

Una idea de lo más traviesa se le pasó por la mente a Clarissa conforme hacía sus anotaciones en su díptico, mirando a Harmut todavía con el rostro cubierto por ambas manos.

—Querido Harmut, ¿te importa si verifico algo en tus líneas de mana?

—Cómo desees, esposa mía. Si lo crees conveniente…

No esperó a que dijera más, tomó la espada en sus manos y comenzó a manipularla siguiendo el ritmo que Harmut acostumbraba a seguir con frecuencia, incrementando la velocidad y sonriendo divertida al escucharlo jadeando por debajo de sus manos.

El tiempo que Harmut tardaba en hacer nevar se pasó de repente sin que hubiera ni un poco de blanco en las manos de Clarissa.

Extraño.

Ella quería verificar las líneas de mana en el momento que su marido fuera consumido por las flamas de Brenwärme, pero el momento no parecía llegar y ella en realidad no quería usar su boca, no sin que ambos hubieran consumido la poción de sincronización, después de todo, prefería el sabor dulce que daba la poción a Harmut que el sabor algo insípido que el hombre tenía sin ella.

–¡Clarissssssa, para por favor!

Ella se detuvo sin que un solo copo de nieve fuera expulsado.

–Cambiemos de lugar, querida.

–¿Qué? ¿Porqué? Aún no…

–Es un poco incómodo, querida. Deja que yo te examine ahora y nos tomaremos esas pociones después, podrás investigarme más entonces.

Le pareció justo.

Harmut se puso de pie. Las líneas de mana dejaron de ser visibles. Entonces ella se acomodo dentro del círculo, buscando una posición que fuera cómoda para ella, antes de observar a Harmut.

Su esposo miraba el cuadro de su Diosa con una ligera sonrisa, antes de mirarla a ella. El brillo de Bremwärme se asomaba ahora en sus ojos escarlata, que no dejaban de estudiarla a ella y no a la imagen de la diosa encarnada que reinaba en Alexandría.

–Tus líneas de mana parecen un poco distorsionados, querida. ¿Te estabas divirtiendo mientras me examinabas, o no?

Podía sentir como era pintada por Gedulhd en las mejillas. Mentiría si dijera que no encontraba estimulante tener a su marido a su merced.

–Es mi turno entonces –susurró el pelirrojo con una sonrisa enorme y descarada, provocando que sus mejillas ardieran febriles y el espacio entre sus piernas le cosquilleara con anticipación.

Harmut se arrodilló a su lado. Podía ver líneas de mana ahí donde el cuerpo del hombre era sometido a la influencia del círculo mágico.

Lo sintió recorrer su piel con roces entre agradables y molestos. Si no estuviera acostumbrada al mana de Harmut, le habría cortado la mano con el schtappe sin siquiera pensarlo.

La mano de Harmut alcanzó entonces su jardín del invierno, acariciándola. Incómodas caricias dulces apenas insinuadas en un inicio, antes de que su esposo se centrarse en inspeccionar su flor y sus pétalos, metiendo sus dedos lo suficiente para estimular el borde de su copa y mojar sus dedos en el néctar que había comenzado a fluir.

Las caricias se volvieron más placenteras después de eso. Harmut ponía especial atención a estimular su flor y su jardín, jugueteando con el pequeño monte de Geduldh para arrancarle suspiros y gemidos satisfechos.

Podía sentir las llamas del placer intentando alcanzarla, amenazando con consumirla entera sin llegar a hacerlo. Era como ver un espléndido festín presidido por su Diosa a punto de dar una bendición. Podía escucharla, pero no entenderla, podía oler los seductores aromas de la comida, pero no saborearla y no había ninguna silla o lugar cercano que ella pudiera tomar para disfrutar a pleno de la experiencia tan cercana y a la vez inalcanzable, frustrándola.

–¡Las pociones! –exigió en un gemido ahogado–, por favor, Harmut, ¡las pociones!

Las manos que habían jugado con su cuerpo desaparecieron de pronto.

Clarissa abrió los ojos, notando que Harmut la miraba satisfecho desde muy cerca.

–Ha Sido interesante ver tus líneas engordarse en algunos puntos, Clarissa querida, concentrarse incluso dentro de ti, pero no parece que pueda haber más reacciones sin una sincronización previa. Mientras nuestros colores no sean del todo afines, las bendiciones no llegarán. ¿Lo entiendes?

Ella asintió, abrumada por la intensa sensación que buscaba un desahogo y su incapacidad para hacerlo por ahora.

Harmut caminó hasta tomar dos viales de las estanterías, destapando ambas y entregándole uno a ella.

–Por nuestra Diosa. –dijo Harmut, adelantando un poco el vial.

–Por nuestra Diosa –repitió Clarissa, chocando un poco su vial con el de Harmut para dar luego un largo trago.

Ambos dejaron los viales a un lado.

Harmut la besó en los labios entonces.

Ese era el sabor que deseaba, dulce y apetecible, cómo miel con rumtopf y asfeilges en su punto.

Si esposo la empujó apenas un poco, recostándola de nuevo sin dejar de besarla, pasando mana por su boca y sus dedos por su cuerpo.

¡Estaba tan cerca, ahora!

La boca de Harmut se movió, besándola, tiñéndola, exaltando sus sentidos de un modo imposible que le dificultaba respirar a causa de las sensaciones de placer in crescendo.

Los dedos de su esposo volvieron a jugar en su jardín, acariciando y tiendo hasta quemarla en los dueños del placer, tomándola por sorpresa.

Ella nunca había sentido ese fuego envolverla con tanta fuerza, las llamas pasionales del Dios del tesoro nunca habían echo más que lamerle la piel muy apenas, ésta era la primera vez que se quemaba del todo en ellas.

Cuando la sensación dimitió y recobró algo de control sobre su respiración, sintió como esas mismas llamas comenzaban a encenderse de nuevo.

Un vistazo y notó la cabeza de Harmut enterrada entre sus muslos.

El mana de su marido debía estarse mezclando con el suyo mediante la lengua y los dedos de Harmut, haciendo que su cuerpo danzará sin su permiso. Sus caderas giraban y se removían con exigencia, su respiración volvía a acelerar, así como los latidos de su corazón. El mana de Harmut entraba en ella con cada caricia, enloqueciéndola de placer y matándola de deseo, arrastrando su mente a un paraíso más allá del presidido por su diosa terrenal.

¿Era esto lo que sentía Aub Rozemyne cuando yacía con Aub Ferdinand? Porque justo ahora, Clarissa no deseaba que el cuerpo y el mana de Harmut se alejaran de ella jamás. Hasta podría dedicarle sus oraciones a este hombre, o eso pensaba cuando los fuegos volvieron a envolverla. Su boca soltó un gemido largo que intentaba mantenerla cuerda de algún modo.

Estaba jadeando cuando todas las sensaciones pasaron. Harmut la miraba desde arriba con una sonrisa divertida y los ojos oscurecidos.

–Me atrevo a decir que tú mamá nunca había girado o… corrido con tanta fuerza por tu cuerpo, Clarissa querida.

–¿Mi… mana?

Su esposo la besó. El sabor, aunque dulce, era diferente, aunque no desagradable. Solo familiar.

–Permíteme hacer unas anotaciones mientras te recompones, querida, entonces podemos cambiar de lugar y entenderás de lo que te hablo.

–Ella asintió. Se sentía afiebrada, pero no enferma. Se sentía cansada y a la vez llena de vida. Se sentía… ¿Feliz?

Miró a Harmut. Si antes había pensado que una rifa se había instalado en su pecho por causa de este hombre, ahora pensaba que su rifa había crecido tanto, que era incapaz de contenerla en su interior. Nunca se había sentido así antes.

De pronto agradecía la terquedad de ambos por imitar los extraños comportamientos de su señora. Estaba segura que con todo el mana de Harmut circulando por su cuerpo, esas noche no podría dejar de abrazarlo al dormir. De algún modo, sabía que se sentiría más a gusto que la primera vez que pasarán la noche juntos.

–¿Estás lista, Clarissa querida?

–Lo estoy, mi Dios oscuro.

Geduldh había iluminado los pómulos y las orejas de su esposo, quien la miraba ahora con los ojos muy abiertos, haciéndola sonreír.

Los lugares fueron intercambiados. Las líneas de mana eran de nuevo visibles por todo el cuerpo de Harmut, había un leve incremento en el flujo de su mana, pero nada más.

Clarissa procedió a acariciarlo entonces, tiñéndolo con su propio mana en el proceso.

Su pecho, sus caderas, los sacos de Beismachart, el mango y la espada en sí. La joven Dunkelferger notaba complacida cómo el mana de su marido fluía cada vez más rápido por sus líneas, bajando la velocidad rampante en su espada y en su órgano de mana, que parecían engordarse mientras la respiración de Harmut se volvía más y más laboriosa.

Decidió usar su boca, sintiéndose fuerte y poderosa como un conquistador al escucharlo jadear y gemir.

Paseó su lengua, delineando las concentraciones de mana cada vez más notorias, alegrandose al notar la respiración de Harmut aumentando en velocidad y volumen ante sus caricias.

Masajeo la espada con sus manos para admirar los frutos de su trabajo. No podía sentirse más orgullosa. Harmut estaba a nada de soltar una nevada, solo necesitaba un pequeño empujón más.

–¡Alabada sea nuestra diosa! –murmuro Clarissa a Harmut en el oído.

–¡Alabada sea! –respondio Harmut con voz temblorosa.

Clarisa besó la punta de la espada, estimulándolo con sus manos y su mana, haciéndose a un lado para observar mana y nieve desparramarse por el vientre de Harmut, quien había dejado escapar un gruñido de satisfacción.

El mana corría con fuerza ahora por todo el cuerpo de su esposo. Era increíble ver cómo las llamas del mana lo envolvían apenas un par de segundos antes de volver a la normalidad.

No quería dejar de tocarlo, pero tenía una misión que cumplir.

Clarissa dio un último beso a Harmut, un beso cargado de mana y anhelo antes de darle la espalda y comenzar a anotar sus observaciones en el díptico.

En verdad, ardía en deseos de probar todas las nuevas ideas que su diosa les había dibujado días atrás.

.

Días después, Clarissa y Harmut habían acompañado a la familia Archiducal a dar un paseo por una playa lejana. La arena fina y el mar en calma resultaban tan agradables, que ninguno de los dos se resistió cuando Aub Rozemyne se descalzo.

Algunos días más tarde se habían vuelto a reunir en la biblioteca junto con Justus y su divina Aub.

–En ese caso, comenzaré a prepararlo todo para la instalación del jardín, Aub Rozemyne –comento Justus con una sonrisa sincera, terminando de hacer algunas anotaciones en su díptico luego de dar su informe sobre el Giebe de la región de playa.

–Aquí está nuestro trabajo, mi señora –dijo Harmut, soltando un momento a Clarissa para ofrecer el sobre con todo lo que su investigación conjunta había arrojado.

Rozemyne los observó un momento, primero sorprendida y luego con una sonrisa cómplice, posando sus ojos apenas un segundo o dos en las manos que se negaban a separarse.

–Tomando las sugerencias de Harmut en consideración, Aub Ferdinand me estuvo ayudando con una… clasificación de besos, ¿Les gustaría verificarlos?

–¡SI! –¡Por favor!

Hubo un silencio repentino. Justus los miraba con asombro, su Aub los veía divertida.

Clarissa sintió como su sonrojo se pronunciaba cuando su Diosa le entregó un sobre diferente, guiñándole un ojo.

–Parece que se han vuelto más devotos entre ellos – murmuró Justus en un tono jocoso.

–¡Déjalos en paz, Justus! –regañó Aub con una sonrisa complacida y una mano en la mejilla, cómo disfrutando de las implicaciones.

–Aub Rozemyne –pidió Clarissa aceptando el sobre sin soltar la mano de su esposo–, Harmut y yo pensamos que le gustaría verificar todas las notas antes de acomodar el nuevo libro y prepararlo para la imprenta.

No podía sentirse más feliz.

Su venerada y divina Aub se notaba emocionada por tener nuevo material de lectura, ellos estaban felices de serle de utilidad para su nueva empresa y Harmut… bueno, Bluanfah no había dejado de bailar para ellos después de esa primera investigación conjunta.

.

Notas de la Autora:

Disculpen la hora, espero lo hayan disfrutado.

Por recomendación de una lectora, trataré de ir poniendo los ss de otros personajes conforme la historia avance, no solo concentrándose en los cambios ordenados por Rozemyne, también para ver que tanto les cambia la vida con esto.

SARABA