Los Dioses del Amor

Descubrimiento y Castigo

De nuevo estaba demasiado cerca la época de socialización en Yurgenschmidt y Alexandría no era la excepción.

Maestros deambulaba por el palacio para atender a chicos y grandes ahora que habían sido introducidos bailes y nuevos instrumentos.

Giebes de todo el ducado habían comenzado a instalarse en las múltiples habitaciones para poder socializar con los nobles del distrito central y nuevos chefs habían llegado como ayudantes no solo para preparar los banquetes de temporada, también para entrenarse y poder así servir en los distintos restaurantes que habían comenzado a diseminarse ese año por las tierras de los Giebes.

Al principio, Ferdinand había tardado en notar que todas sus diosas había invertido en una nueva empresa a solas. No podía acusarla de haber echo las cosas a sus espaldas ya que toda la planeación de la tierra ahora conocida como Ibiza las había trabajado ella dentro de la oficina que ambos compartían desde antes de embarazarse, a juzgar por los libros contables y algunos informes, desde que terminó la Conferencia Archiducal. Era un descuido suyo no haberlo notado antes.

El territorio en cuestión no solo había sido renombrado, sino también reformado para un nuevo concepto. Ganar dinero a través de los viajeros.

La primera vez que notó los informes sobre el incremento en el flujo de dinero de la zona, no le había dado la importancia requerida debido a una única preocupación que no había parado de colgar sobre su cabeza por tres temporadas. El embarazo de Rozemyne.

¿Podían culparlo acaso? La sensación de que una piedra fey se las había ingeniado para engendrar otra piedra fey había sido sobrecogedor. No podía evitar pensar que lo que había en el vientre de su esposa era eso, una piedra y nada más.

Luego ella había tenido que intervenir para que él saliera de su estado de furia y negación, reclamándole porque ella sola estaba dando su mana a la piedra en su vientre cuando debían ser ambos, así que intentó obedecerla con tal de no verla llorando ni sentirse culpable por su propia negligencia… y luego había hablado con los únicos otros padres a los que les tenía confianza suficiente.

No iba a mentir, las historias de Gunther lo habían espantado… no tenía idea de que las mujeres podrían perder tan rápido un embarazo… tampoco que era usual que la propia madre muriera sin los cuidados necesarios. ¿Qué haría sin ella?

Con tanto en que pensar, era obvio que, al principio, pequeñas irregularidades en los libros contables o en los informes del flujo mercantil pasaran sin que les prestara la más mínima atención.

No fue sino hasta que tuvo a Aiko por primera vez entre sus brazos, la noche siguiente a su nacimiento, que el raciocinio pareció volver a él. Después de todo, Rozemyne estaba saludable, no había parido una piedra y, por una vez los dioses habían escuchado sus oraciones. Tenía una hija tan bella como su propia esposa.

La cuarentena había sido un tanto difícil. Al menos las primeras semanas, si Rozemyne no le hubiera exigido que reparara su Grutisheit, él no la habría enloquecido con el mana y habría tenido que esperar dos semanas más para tener un desahogo físico real de todo el estrés acumulado en casi un año… por no hablar de cuan estresada parecía estar su esposa, quien había comenzado a llamarlo a diferentes horas durante la maldita cuarentena para… sacar el estrés de cualquier manera posible. Por supuesto, él se mostró más que solicito con ella, al grado de no preguntarle qué demonios había estado haciendo con ese lugar llamado Ibiza.

Justus había sido su principal guía y fuente de información con respecto a Ibiza.

Restaurantes. Librerías. Zonas de ditter. Tiendas de ropa. Modas para nadar. Paseos en bote. El Templo de Kuntzeal que servía tanto como escuela como una zona de entretenimiento. Justus incluso tenía informes sobre la estancia ahí de diferentes a nobles pertenecientes tanto a su séquito cómo al de su esposa, todos monitoreados por Justus, todos con buenas referencias sobre el lugar.

Y aún así, algo no le había cuadrado al hombre. Algo se le escurría bajo el sudario de Feirberuken y no sabía bien el qué. Al menos, no hasta el día anterior.

Era casi la cuarta campanada cuando recibió una llamada por el espejo de agua desde Ehrenfest. Su hermano los había saludado tanto a él como a Rozemyne, había discutido con ellos los detalles de la expansión de la industria papelera y en si, todo había ido bien. Su esposa estaba más que feliz. Más papel significaba más libros.

Cuándo lo relacionado al papel terminó y las felicitaciones por el nacimiento de Aiko pasaron, Sylvester pidió hablar con su hermano a solas por los viejos tiempos, de modo que Rozemyne se fue a alimentar a su hija.

–¿Sabes lo sorprendido que estaba cuando me comentaste en la conferencia que Rozemyne estaba embarazada? –dijo su hermano de inmediato.

–No entiendo que tendría eso de sorprendente –respondió Ferdinand preguntándose cuánto mana le quedaría a su hermano y cuánto tiempo le llevaría agotarlo antes de cortar la comunicación.

–No parecías muy inclinado a traer más niños al mundo el año anterior.

–Y tú parecías demasiado preocupado por lo que sucediera en mi alcoba.

Silvester se rio en ese momento, sacando un vaso de vize de algún lugar, bebiendo un poco.

–Debería disculparme. Estaba bastante celoso de ti.

Ferdinand ya sabía eso de modo que prefirió no remarcar lo obvio y solo se cruzó de brazos.

–Imagino que ya no lo estás.

–Luego de verte solo en la Academia Real al final de la primavera, ¿cómo podría? No te veía en un estado tan lamentable desde… bueno…

Su hermano se negó a completar la frase sin necesidad alguna. Admitir que mientras Ferdinand sufrió el acoso de Verónica había estado en una condición bastante lamentable o que su salud había empeorado hasta que cierto gremlin de pelo azul media noche se había cruzado en su vida parecía ser un tema de dolorosa vergüenza para el Aub de Ehrenfest.

–Entiendo.

–Si… aunque igual deberías aceptar ese maravilloso par de libros que te ofrecí después.

–¿Qué libros?

Por alguna razón, Ferdinand no tenía ningún recuerdo de un ofrecimiento de libros. Trató de hacer memoria, recordando de pronto que Silvester había ofrecido una solución a sus problemas maritales que lo harían sentir por completo celoso de él en ese momento. Ferdinand desechó la idea como tantos otros comentarios estúpidos de su hermano.

–¡Estos! –contestó el hombre al otro lado del espejo mostrando tres libros que parecían más pequeños de lo normal… y además nuevos… muy al estilo de los libros creados en Alexandría.

Eso era extraño. Su hermano había dejado de ofrecerle libros nuevos luego de visitar el ducado poco después de que Rozemyne terminara su quinto año de estudios. ¿Habría olvidado que por decreto del Zent su esposa recibía copia de todos los libros del país?

–Silvester, ¿qué libros son esos? Se ven tan nuevos que es probable que tengamos una o dos copias en la Biblioteca Central.

Una sonrisa pícara se dibujó en su hermano y entonces cayó en la cuenta de que lo más extraño de la situación era que su hermano mayor, el que eludía cualquier cosa que incluyera leer demasiado o hacer más esfuerzo mental del estrictamente necesario, le recomendara libros para solucionar sus problemas.

–Estos, mi querido hermano, podrían no estar en la increíblemente ridícula colección de tu esposa.

El comentario le parecía absurdo… aunque admitía que tenían dos colecciones de libros ridículamente amplias en la biblioteca. Pero que su esposa no contará con, no uno, sino tres libros nuevos era pecar de ingenuo.

–¡Silvester! –soltó él en tono de advertencia, recordando que las posiciones de poder se habían invertido.

–Bien, bien, te daré los nombres para que los busques. Solo te diré que desde que Florencia y Brunhilde los trajeron a casa, ya nunca duermo solo. Incluso he tenido que empezar a tomar tés a diario para no embarazar a ninguna de mis diosas.

Eso era, en verdad, algo extraño.

–¡Silvester, ¿qué tipo de libros…?!

–Lo siento hermanito, se me acaba el mana. Te enviaré los nombres de inmediato.

Y la comunicación se cortó.

Los títulos le habían llegado pasada la séptima campanada y él los había ido a buscar a mitad de la segunda del día en curso.

Philline no solo se había sonrojado cuando le entregó el papel con los títulos, incluso había eludido su mirada, cubriendo su boca con un abanico para cubrir su expresión.

Tenían los libros, sí, pero solo en la colección privada de su esposa, en su sala de lectura privada puesto que necesitaban acondicionar una sección especial de acceso restringido. Algo no andaba nada bien.

–Philline, ¿qué sabes de estos libros con exactitud?

La joven bibliotecaria casi trastabillo mientras lo escoltaba a la sala de lectura en cuestión. Ferdinand no sabía bien como reaccionar, hacia años no la notaba temblando de miedo solo porque él le hiciera una pregunta.

–La verdad es, bueno, Damuel y yo compramos una copia del tomo I en Ibiza el año pasado, Aub Ferdinand. Desconozco el autor, aunque debo decirle que han comenzado a salir algunas novelas basadas en las enseñanzas del Buen Libro.

¿Enseñanzas? ¿Era un libro didáctico entonces? Algo en serio apestaba a grun aquí. Su hermano no le habría presumido que tres libros, ni más ni menos, habían mejorado mucho su vida y…

Y entonces, mientras Philline lo guiaba a un estante un poco escondido y más vacío de lo usual en la sala, recordó un libro didáctico sobre las actividades de alcoba. Más exactamente un manual con diagramas y todo escrito en otro mundo miles de años atrás.

Ferdinand hizo lo posible por resistir la urgencia de cubrir su cara con una mano, esperando con su sonrisa más brillante a qué la rubia le entregará los libros solicitados.

–¿Puedo servirlo con algo más, Aub Ferdinand?

–Si, envíame un ordonanz si Aub Rozemyne viene hacia acá, por favor.

Philline tembló de nuevo de pies a cabeza, su expresión sonriente no vaciló a pesar de todo.

Apenas la joven salió, Ferdinand abrió el primer libro y lo hojeo. Hizo lo mismo con el segundo y luego con el tercero, entreteniéndose apenas un poco con las explicaciones sobre el comportamiento del mana en cada una de las posiciones. Cuando terminó de revisar, tuvo que frotarse las sienes debido al terrible dolor de cabeza que estaba sintiendo. Esto era obra de su gremlin particular, no cabía duda. Lo peor del caso es que estaba seguro de que esa idiota sacaría al menos tres libros más, si su memoria no le fallaba.

Por el lado positivo, al menos se había tomado la molestia de cambiar los extraños nombres de cada cosa por otros más adecuados… y los tres libros incluían oraciones a los correspondientes dioses de la "pasión y el sexo" cómo ella los había llamado alguna vez.

Intrigado por las palabras de Philline, Ferdinand guardó los manuales azul con blanco y pétalos rojos para luego revisar los otros libros que había visto en el estante. Las portadas eran sencillas, todas tenían azul, blanco o rojo en las tapas con decoraciones florales y estaban cortadas al mismo tamaño que los manuales. Ferdinand leyó uno, sintiendo sus orejas y sus pómulos ardiendo.

Estos no los había escrito su esposa aunque si que los había instigado, de eso estaba seguro. La joven aún tenía problemas para desentrañar los libros de romance de Elvira, de modo que no. Ella habría sido en verdad incapaz de escribir toda esta poesía plagada de eufemismos para describir las sensaciones de los protagonistas… claro que la forma tan descarada en que el autor narraba los encuentros… no importaba con cuánta poesía lo adornara, en especial si uno contaba con los manuales porque era más que obvio que las escenas centrales hablaban todas de las actividades de la alcoba.

Ferdinand soltó un suspiro de resignación al encontrarse que los escritos por Lirio Rojo se habían publicado en Dunkelferger. Chamomille Azul publicaba en Freblentag. Rocío de Estrellas provenía de Klassenberg. Jazmín Plateado estaba marcado como proveniente de Drewanchel. Y luego estaba… oh no, no, no, no.

Orquídea de Invierno estaba marcada como publicación de Ehrenfest. Lo abrió y comenzó a leer con rapidez. Luego se cubrió la cara más avergonzado de lo que se había sentido nunca. ¿Estaría Karstedt enterado de lo que Elvira había escrito? ¿Era siquiera posible lo que ponía al final de la desvergonzada y perversa escena principal? ¿Reforzamiento de mana para la espada?

Revisó los libros de Orquídea de Invierno. Había cinco libros ahí, casi tantos como los de Lirio Rojo, quien contaba con siete.

Sabía que su pequeño shumil alienígena iba a revolucionar al mundo entero. Lo supo cuando notó todas las cosas que había estado inventando como una simple plebeya, luego lo confirmó cuando enlazó sus mentes por primera vez, pero en verdad no esperaba… esto.

¿Cuántos ducados estaban metidos en semejante lío retorcido y desvergonzado?

Luego recordó el comentario de Philline sobre haber comprado un ejemplar ella misma en Ibiza. Los reportes de Justus luego del nacimiento de Aiko, la remodelación, el flujo de dinero de la zona.

–Rozemyne, está vez ni los dioses te van a salvar de lo que te espera –murmuró el peliazul antes de guardar todos los libros en el estante y salir con una sonrisa diabólica en el rostro.

Hizo un conteo mental de sus ingredientes y pociones y sonrió. Tenía todo lo que necesitaba para poner a ese shumil pervertido en su lugar.

.

–¿En verdad es esto necesario? –se quejaba Rozemyne esa tarde, conforme se ordeñaba a sí misma sobre un par de frascos de vidrio.

–La socialización de invierno nos va a mantener muy ocupados, a menos que quieras que tu asistente la alimente…

–¡Pero por supuesto que no! Ya es mucho permitir que mi bebé esté durmiendo ahora en tu antigua habitación y sea vigilada por Lieseleta para también dejar que tome la leche que debería ser solo para Bettina.

Ferdinand sonrió, su plan iba viento en popa.

Se acercó a besarle la cabeza y oler su cabello por un segundo o dos antes de retirar las botellas llenas y guardarlas en una caja especial para detener el tiempo. Luego la miró con ojo clínico.

Sus senos estaban casi vacíos y eso no era bueno de modo alguno. Ella se lo había explicado días atrás. Entre más vacías quedarán en cada toma, mayor cantidad de leche iba a producir. Por supuesto que ayudarla a "vaciarse" por completo los últimos días había rendido frutos. Su esposa jamás había sido tan voluptuosa en su vida y podía apostar que le quedaba suficiente para rellenar una botella más.

–¿Quieres que te ayude?

–Quiero un [tira leche], ¡hacer esto a mano es muy pesado!

No estaba seguro de a qué se refería, tal vez lo averiguaría en otra ocasión. Si. Lo haría así fuera solo por curiosidad. Se habría bebido todo el líquido dulce si no temiera dejar a su hija sin alimento alguno, después de todo, lo que iba a hacer podría afectar a su pequeña.

Ferdinand tomó un paño y lo sumergió en agua caliente, escurriéndolo bien antes de colocarlo sobre los senos de su esposa, mirando con curiosidad como gotas bastante grandes comenzaban a caer en las dos botellas limpias bajo ella solo con eso.

–Entonces, todas mis diosas, ¿quieres ayuda?

–Por favor –suspiró ella con cansancio.

Ferdinand se arremangó la ropa antes de comenzar a masajear primero un lado y luego el otro tal y como ella lo había estado haciendo. Chorros cada vez más pequeños de leche cayeron en las dos botellas hasta que, tal y como había esperado, quedaron llenas hasta la mitad y no hubo ni una gota más que sacar.

–Las funciones del cuerpo femenino no dejan de asombrarme –confesó él antes de guardar todo el líquido en una sola botella para su almacenaje.

–Meses antes de morir, escuché que una mujer usó su leche como arma.

Ferdinand observó las otras tres botellas que su esposa había rellenado más temprano, todas dentro del contenedor, justo antes de cerrar y voltear a verla.

–¿Cómo arma?

–¡Si! Ella estaba en un parque dando de comer a su bebé y alguien se puso a decirle de cosas.

–Amamantar en un parque no me parece una decisión acertada –mencionó él, tomando los tubos con pociones que había llevado desde su laboratorio.

–Aquí tal vez no, pero allá había un movimiento mundial exigiendo derecho a alimentar a los bebés en lugares dignos.

–La casa es un lugar digno.

Ella volteó los ojos antes de hacer un puchero de molestia, luego tomó aire para poner una sonrisa noble y refinada sobre su cara.

–Nadie de mi otro mundo iba a quedarse en casa solo por tener un hijo. Salir a comer con las amigas. Pasear a los bebés en el parque local. Conseguir comestibles o ropa. Muchas mujeres que amamantaban a sus hijos salían por diversas razones con ellos. El caso es que en medio de todo eso, este hombre se pone a insultarla y reclamarle, así que ella le lanzó un chorro de leche a la cara, jajajajaja y le dio en los ojos, si mal no recuerdo, Jajajajajaja.

Ferdinand la miró con una leve sonrisa. Estaba seguro que algo como eso no se vería pronto en Yurgenschmidt.

–Bueno, ten, bebe esto. Estoy seguro que gastaste mana y energía hace un momento.

Rozemyne tomó el tubo, observando el líquido blanco azulado con curiosidad antes de mirarlo a él.

–¿Es nueva?

–Llevas años quejándote del sabor de mis pociones de recuperación, así que he estado haciendo pruebas con los materiales nuevos que obtenemos cada vez que me es posible.

La observó agitar el tubo y mirar dentro, luego la miró destaparlo y acercarlo a su nariz, sonriendo.

–Huele bastante bien.

–Si, bébelo todo, My love, pronto te sentirás revitalizada.

Ferdinand tomó la herramienta para detener el tiempo hasta la puerta. Era una suerte que Raymond hubiera mejorado el diseño para transportar poca comida.

–Grettia, lleva esto a la habitación de Aiko, por favor. Dile a Lieseleta que es posible que Aub Rozemyne no pueda atender a Aiko mañana temprano.

La joven asistente aceptó la caja antes de mirarlo un momento y darse la vuelta. Justus no pudo aguantar la risa cuando su compañera desapareció por el pasillo.

–¡Justus!

–¡Si, mi Lord!

–Estas a cargo de las preparaciones para la socialización junto con Razfam, Clarissa y Harmut. Aub Rozemyne y yo no vamos a estar disponibles el día de mañana.

–Por supuesto, mi Lord. ¿Necesita algo más?

–Si, quiero que encuentres esposa en esta socialización o voy a devolverte el nombre y a enviarte a la Soberanía.

El peligris palideció de pronto. No había rastro alguno de risas divertidas en su rostro.

–¿Mi señor? –murmuró el hombre confundido.

–Tienes el tiempo contado, Justus. Ya que yo no puedo evitar que sigas las locas y absurdas ideas de todas mis diosas, espero que una esposa te prevenga de seguirle la corriente.

–Mi señor, ¿porqué de pronto está siendo tan cruel con este humilde asistente?

–Porque me di cuenta de lo que están escondiendo en la playa. Mientras buscas esposa, estás a cargo de hacer algunos ajustes al presupuesto del ducado, debe correr mejor sin aumentar los impuestos y quiero que organices una excursión al lugar en cuestión. Si lo que han estado haciendo no me gusta, tomaré medidas drásticas para devolver el orden a Alexandría. ¿He sido claro?

–Bastante, mi señor. Creo que empezaré a cumplir mis nuevas… obligaciones.

Justus se fue.

Ferdinand dio algo de mana a los cuatro shumils guardianes formados a ambos lados de la puerta cuando escuchó un gemido dentro de su habitación, sonriendo. La poción ya había hecho efecto.

Cerró la puerta y miró a su esposa. Estaba sonrojada y se removía incómoda, pasando su mano por un pecho aún descubierto y apretando las piernas.

–¿Todo bien, My love?

La joven lo miró, apretando más las piernas antes de apretar el brazo contra sus senos. La mirada perdida, febril y confundida.

–No lo sé. Yo… me siento extraña.

–¿Necesitas que te asista con algo? –preguntó él, sonriendo complacido antes de arrodillarse frente a ella, esperando con calma.

–Tengo mucho, mucho calor.

–Te ayudaré a desvestirte entonces. ¿Cómo está tu mana?

La notó tratando de concentrarse, respirando con rapidez al tiempo que él comenzaba a retirarle del todo la blusa, el vestido, la ropa interior y la faja.

Estaba retirándole el calzado y las calcetas cuando ella se desparramó en la silla, dejándole una vista panorámica de su entrepierna húmeda, como si hubiera estado jugando con ella por un largo rato.

–Parece que necesitas un baño, todas mis diosas.

Ella solo jadeó, asintiendo despacio antes de suspirar conforme él le bajaba las calcetas. ¿La dosis había sido muy alta? Quizás.

Recordó cuando la había probado él mismo. Apenas una gota para verificar las propiedades y había tenido que sacar a todos del laboratorio por la leve erección que había sufrido. Si bien no le había dado un vial lleno, sino la mitad, parecía que había sido demasiado. Por algo no había permitido que la receta se volviera a producir o que los demás tomarán la poción que había sobrado.

–¡Ferdinand! –suspiró ella cuando él le pasó los dedos por el muslo interno– eso, se siente taaaaan bieeeen.

Estaba a punto de sentirse mal consigo mismo cuando recordó que su esposa había reformado a saber cuántas tierras en diferentes ducados para esconder imprentas con información sobre el famoso Kama Sutra del otro mundo, la cantidad de libros desvergonzados que habían comenzado a crearse a partir de ese manual y a saber que más.

Luego recordó como el color se escurrió de la cara de Justus cuando le ordenó encontrar una esposa y lo feliz que había estado regresando de Ibiza durante la última temporada. Ferdinand casi podría apostar que su esposa había abierto un lugar donde hacer ofrendas de flores y Justus era una especie de supervisor.

Con eso en mente todo rastro de culpa desapareció de su sistema.

Ferdinand lamió uno de sus dedos y lo adelantó de nuevo sobre la piel blanca y tierna, pintándola con mana antes de alcanzar la flor, frotándola con descaro y disfrutando de la sinfonía de gemidos saliendo de la garganta de Rozemyne. Una suerte que hubiera activado un aparato antiescucha de rango específico alrededor de su recámara.

Ferdinand no tuvo que frotar mucho. La notó terminando demasiado pronto, de modo que se detuvo, retirándose la ropa despacio y doblándola de inmediato para colocarla en una silla.

Tres días de planeación deberían dar sus frutos esa noche. El día siguiente sería día de la Tierra y al día siguiente estarían dando inicio a la socialización de invierno con la bienvenida, los bautizos, las presentaciones y el baile inicial de invierno. Su esposa tendría un día entero para reponerse de su castigo.

–[Ferdinand, eres tan sexy cuando te desvistes. Es una pena que no tengamos la música adecuada]

La miró desconcertado por un momento.

Rozemyne se acariciaba con descaro sin dejar de mirarlo, sonrojada hasta el escote y con sus senos de tamaño normal.

¿Música para desvestirse? Tal vez le preguntaría sobre eso en otra ocasión. Tan solo terminó de desnudar su torso y colocar su ropa en una silla cercana antes de volver con ella, tomándola de la barbilla para besarla.

Estaba hambrienta de él según parecía. Su beso era desesperado, húmedo y profundo. Una de las manos de ella no tardó en alcanzar su pecho, acariciando, tocando y pintando de inmediato, haciéndolo reír dentro de su boca. Fue difícil separarse de ella, que no dejaba de seguirlo conforme él se hacia para atrás.

–¡Ferdinand, bésame más! –suplicó ella con esa voz febril y seductora.

La obedeció sin tardanza. Besó su rostro, su cuello y sus hombros, usó su boca para jugar con sus senos y estimularla, notando el momento en que ella alcanzaba un segundo orgasmo. Acarició la entrada al cáliz, entreteniéndose con esa parte que en el manual habían nombrado como Monte de Geduldh antes de meter dos de sus dedos y comenzar a besarla entre las piernas.

Los dedos de su esposa no tardaron en atrapar sus cabellos, jalando y exigiendo más. Él siguió besando, deleitándose en el sabor dulce y más embriagador de lo normal de su mana, usando sus dedos para penetrarla con fuerza, notándola hirviendo por dentro, tan resbaladiza que sus dedos no dejaban de hacer un curioso sonido de chapoteo cada vez que los movía.

Su esposa debió venirse dos veces más en esa situación, tensándose y arqueándose sin más, apretujándole la cabeza contra el húmedo jardín, hasta quedar exhausta.

Ferdinand se puso en pie entonces, relamiéndose los dedos antes de terminar de desvestirse. Mentiría si dijera que no se había excitado manipulando a su esposa. Además, sospechaba que algo de la poción se había filtrado entre sus jugos, era muy posible que ambos necesitaran después un par de pociones que de verdad fueran para recuperar energía.

–Muy bien, pequeño gremlin pervertido, te daré un baño antes de que hagas un desastre aún más notorio aquí.

La tomó en brazos, tensándose un momento al sentir dientes mordiendo su hombro, seguido de los labios de su esposa y una lengua haciéndole caricias sin que los dientes lo soltaran.

–¿Planeas comerme?

–Ferdinand es delicioso –confesó ella con la boca aún contra su piel–, ¡siempre huele tan bien!

Era difícil no reírse si hablaba sobre él con él en tercera persona. Demasiado adorable, aún si su boca estaba comenzando a robarle jadeos ansiosos.

Pronto llegaron a la bañera. Ferdinand la depositó con cuidado antes de enjabonar sus manos para luego acostarse en los escalones y el borde detrás de ella comenzando a frotarla sin darle importancia a que el jabón fuera limpiado por el agua. Decidió no seguir usando mana en su esposa. Al parecer, la piel de Rozemyne ya estaba demasiado sensible como para necesitar el estímulo adicional.

–¿Ferdinand? –suspiró ella.

–¿Si, todas mis diosas?

–¿Me diste un [afrodisíaco]?

–No sé que significa esa palabra en tu idioma.

Ferdinand tomó los senos de su mujer, amasándolos despacio en círculos, acariciándolos antes de seguir hacia el vientre de la joven, haciéndola emitir pequeños gemidos que casi parecían sonidos de shumil.

–Un [afrodisíaco] es como, una [droga] que vuelve el cuerpo tan receptivo, que la persona olvida, todos sus [inhibidores], de pudor.

Ferdinand lo consideró un momento antes de comenzar a acariciar los muslos de su esposa sin atreverse a entrar en la tina. Estaba seguro que si entraba, su espada estaría dentro del cáliz en poco tiempo. Quería aguantar un poco más.

–De verdad estaba intentando mejorar la receta. Una de las plantas que Justus trajo en el verano resultó mejorar el sabor y el aroma, aunque mostraba un efecto secundario problemático. Decidí no hacer más pociones con la planta hasta no estar seguro de qué hacer con ella.

–¿Eso fue lo que tomé?

Tuvo que sonreír. Ella seguía excitada, aunque el calor había dejado de nublarle el juicio.

–Así es.

–Ferdinand… eres tan apuesto… y [sexy]… sabes cómo tocarme… ¿porqué me lo diste?

Suspiró detrás del oído de su esposa, divirtiéndose al notar un escalofrío demasiado obvio que la hizo temblar.

Ferdinand le movió el cabello a un lado para besar su cuello y atender uno de sus senos con la mano derecha, en tanto su mano izquierda la seguía estimulando, insertando sus dedos despacio y dibujando caricias circulares sobre su lugar especial con el pulgar.

–Porque alguien me estuvo ocultando a plena vista que no solo empezó a imprimir manuales amatorios, también ocultó la imprenta para publicar historias bastante desvergonzadas en esa playa para visitantes llamada Ibiza.

La sintió temblar de nuevo, al parecer acusarla en murmullos con la voz engrosada por el deseo y la molestia la habían estimulado demasiado. Los efectos de la extraña poción resultaban tan interesantes, que estaba tentado a seguir jugando con ella un poco más.

Cuando el orgasmo pasó, Ferdinand comenzó a acariciarla de nuevo, mordisqueándole la concha de la oreja por el simple placer de escucharla suspirar.

–¿Y éste es mi castigo? –preguntó ella con la voz entrecortada.

–Así es.

–Te estás ablandando –suspiró su esposa con una sonrisa divertida.

–Podemos discutir eso mañana, todas mis diosas. Por ahora, solo disfruta mientras te disciplino.

Si algo había cultivado Ferdinand a lo largo de los años era paciencia, de modo que el hombre se tomó su tiempo estimulándola y besándola hasta que la notó venirse una tercera vez dentro de la tina. Los gemidos y jadeos de su diosa del agua eran ya demasiado y su espada no dejaba de doler de angustia.

–¡Al fin! –murmuro ella cuando él la levantó para abrazarla.

Las piernas de Rozemyne no tardaron en envolver su cadera. Su espada entró en el cáliz cómo si hubiera sido hechizada para permanecer ahí o enfundarse sola. Ferdinand la besó con angustia antes de ayudarla a frotarse y moverse, conteniéndose tanto como pudo, sintiéndola apretarlo, cómo urgiéndolo a terminar también y aguantando de algún modo.

–Deberíamos ir a la habitación –sugirió él, antes de besarla en el cuello.

–Claro, la habitación.

Rozemyne salió de la tina, él la siguió de inmediato invocando un washen en ambos para deshacerse del agua y poder secarse.

Su esposa gimió un poco conforme el hechizo la limpiaba y secaba, quedándose quieta contra la puerta que conectaba la habitación con el baño.

Kiss me please, my love, hold me tight –pareció implorar la joven de cabellos azules todavía sonrojada y con la respiración laboriosa.

Ferdinand le besó los hombros y las mejillas, la abrazó de espaldas para acariciarla entera antes de arrodillarse y hurgar en su jardín prohibido con la boca y los dedos de nuevo, complacido de que no hubiera rastro alguno de su propia esencia a causa del washen.

Rozemyne gemía sin soltarse de la puerta, empujándose contra la cara de Ferdinand en un intento desesperado por recibir aún más estímulos.

El hombre decidió probar con algo nuevo en este punto, lamiendo sus dedos antes de introducir uno aquí y uno allá, escuchando un largo jadeo de placer antes que las caderas de su esposa comenzaran a moverse.

Divertido por esto, Ferdinand se desplazo por el suelo para quedar a un lado de ella, penetrándola con cuatro dedos de una mano y estimulando el nódulo con la otra palma.

Le costaba trabajo no besar su cadera y su muslo cada tanto, divertido por escucharla disfrutando tanto con sus atenciones, conteniéndose para no introducir su espada por alguna de las dos entradas con las que sus dedos estaban tan ocupados.

Cuando ya no pudo aguantarlo más, Ferdinand se incorporó, besando a todas sus diosas por todas partes antes de introducirse en ella y aferrarla de las caderas, moviéndose una y otra vez en su interior sin dejar de besarle el cuello y el rostro, pintándole el pecho, los brazos y el vientre con mana.

La sintió terminar de nuevo al poco rato, luego su diosa lo sorprendió, abriendo las puertas y doblando su torso hasta alcanzar el suelo con las manos.

–¿Se puede saber qué haces, Rozemyne?

Su mujer solo comenzó a reír, interrumpiéndose por soltar un gemido placentero.

–Quiero probar algo, Ferdinand. ¿Podrías, tomar mis piernas, y alzarlas?

Todavía confundido y moviéndose despacio, el peliazul obedeció, levantando las piernas de su Geduldh y escuchándola reír. Luego ella comenzó a mover las manos y él a seguirla hasta llegar a un sofá cercano de dos plazas.

–¿Qué se supone, acabamos de hacer? –preguntó Ferdinand aguantado la sonrisa que intentaba formarse en su rostro.

–Una carretilla –suspiró ella tratando de subir las manos al sofá.

La soltó con cuidado para que pudiera apoyarse de nuevo en sus pies, esperando a que ella terminara de acomodarse.

Ferdinand se divirtió con Rozemyne en el sillón, tanto de pie como sentado con ella encima. La recostó en la mesa donde devoró cada pedazo de su piel, estimulándola con un nuevo hechizo que Rozemyne había creado para usar con el schtappe llamada "dirudo" que resultaba demasiado útil cuando su espada se negó a levantarse por un rato.

–¿Cómo se te ocurrió esto? –preguntó Ferdinand moviendo el extraño artefacto dentro del cáliz de su esposa.

–Alguien no quería, complacerme la, última temporada, de mi embarazo. Tuve que, ponerme creativa.

Ferdinand se detuvo en ese momento, mirándola con el ceño fruncido.

–No quería lastimarlas a ti o a Aiko.

–Y yo comprobé, que no ibas, a lastimarnos.

Ferdinand la volteó en ese momento, tomándose la mitad de un vial para recuperar su energía e insertar su espada en el cáliz y la nueva forma de su schtappe por el otro lado ante una petición de su esposa.

Nunca se le habría ocurrido llenarla de esta manera. Por otro lado, la poción debía ser en realidad potente o su esposa estaba demasiado estimulada, pues ella no tardó mucho en invocar un dirudo distinto en su propio schtappe para llevárselo a la boca, ahogando de ese modo sus gemidos.

Luego que la joven terminara dos veces más, la escuchó desactivando su schtappe. Ella volteó a mirarlo con una enorme sonrisa cansada y él deshizo su schtappe antes de retirarse también.

Rozemyne se abrazó a él, besándolo, tan pegada a su cuerpo que era imposible no sentir sus curvas y acariciarla entera. El mana circulaba entre ambos como si fueran un solo ser, Ferdinand la estaba teniendo difícil para resistir más.

Rozemyne lo besó dirigiéndose con lentitud a su pecho y a su vientre, besando cada uno de los músculos que el ejercicio diario había resaltado en él. Estaba tomando su espada para llevarla a la boca cuando él la tomó de las manos para levantarla.

–Hoy no, todas mis diosas.

Rozemyne se puso en pie, besándolo con insistencia antes de golpearle detrás de las rodillas con el pie para derribarlo, riendo divertida cuando ambos terminaron en el suelo.

–He tolerado demasiados "hoy no" de tu parte –le murmuró ella, pintando excitantes dibujos de mana sobre su pecho desnudo–, quiero tener tu sabor en mi boca, Ferdinand. Quiero degustarte entero.

Ella lo besó una última vez antes de girarse para llevarse su espada a la boca, ofreciéndole flor y jardín de manera descarada. Si eso quería ella, tendría que complacerla entonces.

El hombre usó un poco de magia de reforzamiento para abrazarla de las caderas, girar a un lado y levantarse con ella en brazos, atendiendo con su boca y su lengua a su esposa sin dejar de dirigirse a paso lento y decidido a la cama. Era difícil disfrutar de la boca de su esposa si debía concentrarse en llegar a su destino sin soltarla.

Cuando al fin pudo pararse a un lado de la cama, seguro de que su mujer no se lastimaría de modo alguno, ahondó en sus caricias, divertido porque ella lo estuviera abrazando con las piernas desde que él se había levantado.

Le besó y mordisqueó los muslos. Amasó una de sus nalgas mientras su otro brazo la mantenía segura de no caer. Besó, lamió y succionó cada parte sensible del jardín y luego volvió a invocar su schtappe y el dirudo de hacía un rato para poder penetrarla sin dejar degustarla de modo alguno.

Cuando su esposa terminó de nuevo, sintió que la succión y las caricias en su espada se detenían. La bajó entonces a la cama. Se veía exhausta y bañada en sudor.

Ferdinand dijo el hechizo para recuperar su schtappe y hacer un washen a su Geduldh experimentando con la pequeña burbuja de agua giratoria, introduciéndola y sacándola de dentro de ella, pensando en limpiar sus fluidos en pequeñas cantidades y escuchándola gemir.

–¡Feeeeeerdinaaaaaand! ¡Vas! ¡Vas a, acabar conmigo!

–Te dije que iba a disciplinarte, todas mis diosas –respondió él, desvaneciendo el hechizo y arrodillándose para besarla en la frente, en los ojos y en la nariz.

–Yo, debería, disciplinarte, a ti –sentenció ella sin lograr controlar aún su respiración.

Ferdinand le tomó el pulso y la temperatura, verificó su mana y llegó a la conclusión de que el efecto de la poción se le había pasado.

–¿Por? –preguntó de manera distraída, levantándose para tomar un vial lleno a la mitad de la poción de recuperación física.

–Fuiste, muy negligente, conmigo, y con Aiko.

Ferdinand respiró profundo.

Si lo miraba en retrospectiva, ella tenía razón. Había sido negligente con ella a causa de sus propios temores. No era un error que fuera a repetirse jamás.

–Prometo no descuidarte en lo sucesivo –juró arrodillado en la cama junto a ella antes de destapar el pequeño tubo de cristal y removerlo un poco–, y también prometo no desarmar todavía tu desvergonzado proyecto. Ya me explicarás después.

Sin decir ni una palabra más, Ferdinand llenó su boca de poción antes de besar a su mujer en esa extraña posición, vertiendo el líquido y asegurándose de que ella lo tragara todo.

Pronto la notó de nuevo llena de energía, sonriendo al pensar que podrían seguir un poco más.

Sin cambiar todavía de posición el peliazul acunó los senos de su esposa, llenos y rebosantes de nuevo, bebiendo la leche con un sabor distinto, sintiéndose tan revitalizado, que dejó que su esposa lo devorara a él hasta vaciarse en su boca, recostándose sobre de ella para beber hasta la última gota de leche viciada y volver a empezar con sus juegos.

Esa noche Ferdinand reclamó a su esposa una y otra y otra y otra vez, tomándose la leche conforme se iba creando hasta que esta recobró el mismo sabor dulce y sencillo de siempre, alternando luego medias dosis de poción entre uno y otro hasta que los viales se le terminaron, usando su espada y su schtappe de manera indistinta para llenarla tanto como fuera posible, experimentando con el reforzamiento mágico en su espada, impactado por la manera en que funcionaba aquello. Estaba amaneciendo cuando al fin la dejó descansar.

Ferdinand arropó a su esposa, dándole la mitad de una poción nutritiva con un beso. Se aseguró de limpiar a ambos con un washen y bebió lo último de la poción nutritiva antes de recostarse y enviar un ordonanz a Justus con indicaciones de dejarles las comidas del día junto a la mesa dentro de la recámara y marcharse.

A mitad de la segunda campanada algo debió hacer efecto en Ferdinand, quién se enredó con Rozemyne en un abrazo lento y embriagador, reclamándola una vez más entre jadeos cansados, compartiendo besos torpes y dulces antes de quedarse dormidos con él todavía dentro de ella.

Para cuando ambos despertaron era casi la cuarta campanada.

Ferdinand invocó una curación en Rozemyne y ella en él. A pesar de esto, la joven fue incapaz de tenerse en pie sino hasta ya entrada la noche. Los músculos de las piernas y el abdomen le dolían como si hubiera entrenado con su abuelo todo el día anterior. Ferdinand por su parte se dedicó a pasar el resto de aquel día en cama con ella y con Aiko, leyendo algunos informes, observándolas dormir o alimentando a Rozemyne mientras ella alimentaba a la bebé.

Cuando Grettia fue a buscar a la pequeña luego de la séptima campanada para dejarla con Lieseleta y la pequeña Bettina, él se sentía tan tranquilo como debió sentirse Ewigeliebe luego de encerrar en su hielo a Geduldh.

–Ferdinand –lo llamó Rozemyne después de la cena, cuando ambos estuvieron acostados, con ella entre los brazos de él–, ¿crees que quede embarazada de nuevo luego de hoy?

Ferdinand la besó entre los cabellos, sonriendo sin poder evitarlo

–No. Empecé a tomar tés en cuanto me enteré de lo que habías hecho.

–Pero te pedí que dejaras de tomarlos.

–Y yo te dije que no imprimieras esos manuales.

Estaba oscuro y no podía verla muy bien, pero estaba seguro de que su Geduldh estaba haciendo un puchero en ese momento.

–Quiero tener más hijos contigo. No quiero que Aiko sea hija única.

La besó en el hombro esta vez, hundiendo la nariz en su cuello y aferrándola con más fuerza.

–Dejaré los tés cuando Aiko cumpla un año. Te lo prometo. Tu cuerpo necesita descansar y volver a nutrirse para llevar la carga de Geduldh. Yo necesito tiempo también antes de volverte a ver en ese estado. Quiero estar más preparado para el siguiente bebé. Y estoy seguro que Aiko querrá que su madre pueda amamantarla sin problemas por algún tiempo, ¿lo entiendes?

Ella asintió con la cabeza, abrazándole los brazos y besando sus manos antes de acomodarse del todo.

–Más te vale cuidar bien de mí la próxima vez o haré un Ferdinand versión bestia alta para divertirme en la cama, ¿de acuerdo?

No pudo evitar reírse ante aquella ocurrencia. La besó de nuevo, cantándole al oído las canciones desvergonzadas que ella le había cantado en otras ocasiones hasta sentirla caer en el reino de Schlatraum.

Las próximas veces iba a estar más presente para ella y para cada uno de sus hijos. Quizás debería empezar a componer algunas canciones de cuna para su pequeña Aiko, tan dulce y tranquila, que de no ser por su apariencia, nadie les creería que era su primogénita.

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Notas de la Autora:

Pues pasó lo que todos temíamos... Ferdinand se enteró de lo que estaba haciendo Rzoemyne, jejejejeje, aunque creo que nadie se esperaba este tipo de castigo... una cosa es segura, con lo cansada que quedó, no creo que vuelva a hacer algo como esto... o a recibir un castigo de tal magnitud, jejejejeje.

Espero que hayan disfrutado mucho con este capítulo. Si bien voy a seguir con ellos como pareja principal, es posible que empiece a breincar cada pocos capítulos a otras parejas para explocrar como va la expansión del Kama Sutra en este mundo.

Agradezco mucho el apoyo que la historia ha estado recibiendo por parte de todos y bueno, si tienen sugerencias de qué otras parejas o situaciones les gustaría encontrar en esta perversa, retorcida y desvergonzada historia, no olviden dejarlo en sus comentarios. Amo leerlos todos y trato de tenerlos en cuenta al momento de crear más contenido.

Un saludo a todos, feliz fin de semana y nos estamos leyendo.

SARABA