Los Dioses del Amor

Ss Justus: La Extraña Tarea de un Sirviente

Su vida en Alexandria había sido más que gratificantes en todos los sentidos. Justus había llevado y traído todo tipo de información a sus dos señores, había aprendido tantas cosas diferentes y había viajado por tantos lugares nuevos, que aquellos cuatro años habían sido en extremo divertidos.

Con su mundo ampliado, incluso su círculo de conocidos y de camaradas había crecido demasiado.

Había hecho buenas migas con su compañera de trabajo cómo asistente, Lieseleta y había hecho lo posible por acercarse más a su otra compañera asistente, Grettia, a quien además encontraba atrayente y adorable.

Por supuesto, la joven un año mayor que Aub Rozemyne no era la única mujer que le provocaba fuertes emociones. Cómo erudito, Justus tenía puerta abierta a los laboratorios de su señor. El hombre de cabellos grises nunca se había visto tan gratamente ocupado. Su tiempo libre lo pasaba en esos mismos laboratorios uniéndose a proyectos de investigación que llamaban su atención o bien realizando sus propias locas investigaciones para descubrir los misterios ocultos de cuánto material nuevo encontraba ahí donde iba. El hombre era adicto a la información, de eso no cabía duda.

Era en esos mismos laboratorios donde, entre la cantidad de eruditos que habían sido atraídos por los tres complejos erigidos junto al palacio, había una que destacaba demasiado para Justus.

La mujer tenía alrededor de 30 años, tenía un porte elegante, su cabello verde iba siempre amarrado en trenzas y chongos sencillos que le daban un aire de madurez exquisito, sin hablar de sus hermosos ojos color miel, cuya fría mirada parecía llamarle la atención desde atrás de un fino monóculo gris, similar al de la profesora Hilschur en la Soberanía. Según el erudito tenía entendido, ambas era primas en tercer grado, de modo que no era de extrañar que mientras una había nacido en Erenfhest, la otra había nacido en Arsenbach. Lo más destacable en cuanto a su parecido yacía en el hecho de que ambas se habían mudado a la Soberanía luego de rechazar pretendiente tras pretendiente y a ambas se les había ofrecido un puesto como docente… a diferencia de Hilschur, la otra mujer era hija única, sus padres, tíos y primos habían fallecido de repente durante la caída de Lady Georgine, dejándola a ella cómo única heredera de las pequeñas fortunas de la familia, que juntas formaban una suma considerable… ¿Quién sacrificaría entonces su tiempo de investigación sin necesidad de fondos?

Que la mujer volviera a su tierra natal se había debido a Aub Ferdinand y la profesora Hilschur. La segunda le había escrito sobre los inventos de su antiguo protegido, la había puesto sobre aviso acerca de la creación de los laboratorios y en cierto modo, la había vendido a los Aubs de Alexandria como una erudita particularmente ejemplar en cuanto a la reproducción de herramientas mágicas.

–¡Lady Margareth! ¿Ha decidido unirse al resto de las flores exóticas del invernadero?

–Lord Justus, deje de jugar en el laboratorio. Le recuerdo que la reglamentación de Alexandrian exige que utilice la ropa adecuada, póngase una bata y lentes de seguridad, por favor.

Lady Margareth era un misterio de mirada gélida, maneras refinadas y un estricto autocontrol que la hacía parecer poco apta para formar una familia.

–Agradezco su preocupación, Lady Margareth –era el primer mes que habían convivido juntos cuando Justus descubrió cuán ceñida estaba ella a las reglas. A todo tipo de reglas–. ¿En qué trabajaremos hoy?

–Aub Rozemyne ha encargado que verifiquemos unas frutas nativas de Dunkelferger. Estamos estudiando está de aquí.

La voz moderada y un poco más grave de lo normal en una mujer sonaba monótona, carente de emoción alguna… pero solo al principio de una investigación.

–¡Por supuesto, Milady! ¿Cómo puedo ayudarla?

–Nuestra Aub ha solicitado estudiar cada parte. Yo me encargaré de la pulpa y la piel. Usted puede estudiar las semillas. Recuerde colocar algunas en las muestras de suelo de Dunkelferger para que puedan ser imbuidas por diferentes muestras de mana, por favor.

–¡Como ordene, Margareth!

–Lord Justus ¡Es LADY Margareth! Gracias.

Ese año habían descubierto unas semillas que Aub Rozemyne denominó cómo cacao, con el cual comenzaron después a experimentar los cocineros del castillo siguiendo algunas recetas ya conocidas y preparando postres nuevos cuyo sabor se nombró "chocolate".

Aquel año, Justus había descubierto también que sentía alguna especie de placer malsano molestando a Lady Margareth.

Si bien le parecía divertido poner nerviosa a la tímida Grettia y hacerla sonrojar y casi sonreír, ver a Lady Margareth renegando con él era mucho más atractivo e interesante.

–¡Lord Justus! ¿Dónde ha olvidado sus lentes protectores está vez?

–No tengo idea, Lady Margareth. ¿Podría prestarme uno de sus pares? Prometo usarla con la misma dignidad que usted.

En situaciones como esa, la erudita solía mirarlo con reproche y una fina línea recta en lugar de boca. Lo cual era divertido, aunque no tanto como la vez que la mujer lo descubrió travistiéndose para apoyar a su Aub en una fiesta de té en Alexandría.

–Lord Justus, un caballero no debería andar por ahí portando ropa de mujer. ¡Es indecente y desvergonzado!

–¡Solo es ropa, Lady Margareth! Un simple recurso para un fin. No veo que importancia pueda tener cual uso si me permite llegar a mi objetivo.

La mujer lo había mirado con molestia y algo de repulsión en tanto él le daba una brillante sonrisa burlona, colocándose una bata de ella y unos lentes a juego antes de comenzar a contonearse por el laboratorio, imitando a una de las flores del Templo de Bremwarme y Beischmachart.

–¡Lord Justus! ¡Le exijo que se comporte de manera adecuada en el laboratorio!

–Pero milady, no he hecho nada inadecuado –respondió el hombre en un tono demasiado sorprendido, moviendo la mano como lo haría su hermana durante una fiesta de té–, he seguido todas las indicaciones de la investigación al pie de la letra, sin fallas, si me permite remarcarlo.

El peligris se había acercado a la erudita hasta quedar a poca distancia, batiendo las cortas pestañas en sus ojos caídos antes de llevarse una mano a la mejilla para luego ladear su rostro un poco como lo habría hecho Angélica.

–Dígame, Lady Margareth, ¿la estoy molestando de alguna manera?

Cuando la mujer le lanzó su díptico encima, Justus lo esquivó hábilmente, dejando de imitar a otras mujeres en lo que trataba de evitar reírse de la situación. Eran pocas las personas con las que podía divertirse tanto con tan poco, en realidad.

Con el tiempo pasando, la relación entre ambos eruditos se había vuelto más como una mala rutina.

Justus se mantenía tranquilo, casi ignorando a todos cuando asistía a su amo. Los días que tenía destinados a sus propias investigaciones era cuando aprovechaba para interactuar con los demás de un modo cortés… excepto con Lady Margareth.

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–¿Entonces cree que podamos hacer volar este polvo de aqui con un poco de agua, Lord Justus?

–¡Por supuesto Lord Albert! En base a su composición de mana y el extraño comportamiento que ha presentado frente a la exposición a otros reactivos, estoy casi del todo convencido de que debería volverse bastante volátil ante una exposición prolongada, o bien excesiva a la humedad del agua.

–Lord Justus –intervino Lady Margareth que había entrado a buscar algunos reactivos al área de pruebas–, ¿no le prohibió Aub Ferdinand experimentar con reactivos peligrosos?

–Por eso no estoy experimentando con usted, milady.

Lord Albert al observar que otra discusión estaba por comenzar optó por mirar a todas partes en ese momento, retirándose un poco de la mesa de herramientas y formulación.

–Lord Justus… ahm… ¿le parece si voy a la sala de tiro a preparar una caja de contención?

–Claro, Lord Albert, adelante.

El erudito se dio a la fuga, dejando a la más estricta de todos los investigadores de los tres edificios de brazos cruzados frente a Justus, quien había seguido midiendo y observando el polvo resultante de su última experimentación con materiales raros.

–¿Al menos solicitó permiso del Aub para hacer esto, Lord Justus?

El hombre suprimió una sonrisa todo lo que pudo, poniendo su mejor cara de circunstancia antes de tapar el tubo con el polvo explosivo y mirar a su interlocutora.

–¿Le parece que sea muy necesario?

–¡Por supuesto que SI, Lord Justus!

–Vaya, vaya… y justo en medio de algo tan divertido… ¿le importaría acompañarme a pedir el permiso, Milady?

Lady Margareth miró a otro lado por un momento con los brazos cruzados antes de avanzar a la puerta, abrirla y esperar ahí. Justus se retiró los guantes de cuero que había estado utilizando antes de seguir a la mujer con su sonrisa usual.

Cuando los dos eruditos llegaron frente a la puerta del despacho privado de Lord Ferdinand en los laboratorios, su sonrisa se ensanchó un momento, justo después de escuchar un par de golpes en el mobiliario. Esto iba a ser demasiado divertido.

–Lady Margareth, ¿qué debería hacer si Aub Ferdinand no me otorga el permiso para continuar? Hsido una investigación muy interesante que no dudo sería bastante ventajosa en caso de…

–¿Es usted un niño pequeño? ¡Solo pida un permiso antes de experimentar con cosas peligrosas, por todos los dioses!

–Si, bueno… es que a veces me pone un poco nervioso ser una molestia para mi señor. ¿Sería tan amable de acompañarme?

–Lord Justus, usted…

Ambos escucharon algo caerse, haciendo un ruido bastante fuerte.

Lady Margareth se apresuró a abrir la puerta con preocupación, Justus solo sonrió asomándose detrás de ella.

–¡Aub Ferdinand! ¿está…?

Lord Ferdinand los miraba horrorizado desde el otro lado de su escritorio con el cabello un poco despeinado y la ropa algo revuelta. Justus sabía que su señor no toleraba las arrugas ni la ropa que no combinara. Su imagen había sido impecable desde los siete años.

–Margareth, Justus –nombró Lord Ferdinand con un ligero temblor en la voz que al erudito y asistente no le pasó por alto–, ¿necesitan algo?

–Lamento tanto que hayamos irrumpido de este modo, Aub Ferdinand, escuchamos algo caerse y…

Justus se apresuró a levantar el organizador metálico del suelo para luego colocarlo en el escritorio, tomando de inmediato los registros y hojas que habían caído al suelo de manera desordenada.

–Milord, ¿desea que clasifique esto de nuevo? –ofreció Justus, ignorando de manera deliberada algunas hojas que habían caído frente al escritorio, ahí donde la madera dejaba una franja del grueso de dos dedos entre el escritorio y el suelo al descubierto.

–Así… está bien, Justus… me encargaré en un momento.

–Lord Justus, ¡es usted un descuidado! –lo regañó Lady Margareth agachándose para recoger las hojas–, ha olvidado recoger estas de… ¡Ahm!

–¿Necesitaban algo, Justus, Margareth? –insistió el Aub con un tono ligero de exasperación en tanto la erudita de cabello verde se ponía en pie con los pómulos y las orejas rojas.

–Si, Milord, verá, Lady Margareth insistió en que debo pedirle permiso para poner a prueba un reactivo interesante que podría generar explosiones al contacto con el agua.

Lord Ferdinand comenzó a golpear su sien con dos dedos y el ceño fruncido. Justus se paró junto a Lady Margareth, quien parecía bastante rígida ahora.

–Asegúrate de tomar las medidas de contingencia necesarias para, evitar un desastre, por favor. Espero un reporte completo, respecto al material mañana a esta hora. Si es todo, los quiero fuera en este… momento.

–¡Si, Aub! –respondieron ambos cruzando los brazos frente al pecho antes de salir.

Apenas Lady Margareth salió del despacho, Justus volteó, sosteniendo aún la puerta.

–Milord, debería considerar utilizar uno de esos letreros de "No Molestar" que venden en la biblioteca. Estoy seguro que Milady le traerá uno con gusto en su próxima visita.

Justus lanzó una mirada divertida bajo el escritorio y las orejas de Lord Ferdinand se pusieron rojas en tanto él alcanzaba a notar algo de movimiento por la pequeña ranura del escritorio.

–Se lo haré saber, Justus. Ahora sal de aqui y pon un par de shumils a resguardar que nadie ingrese.

–Cómo ordene, Milord. ¡Que se diviertan!

El hombre salió entonces riendo un poco al escuchar a su maestro refunfuñando. Justus siguió las órdenes de su amo colocando y programando un par de shumils antes de mirar al guardia que se encontraba de pie frente a la puerta.

–Laurenz, sería bueno que no dejes pasar a nadie hasta que Aub Ferdinand salga de ahí. Está muy concentrado.

–Si, Lord Justus.

El joven caballero se cuadró un momento antes de dejarlos ir. Lady Margareth parecía fastidiada a causa de la vergüenza, con las puntas de sus orejas todavía rojas por lo que, seguramente, había visto un momento atrás.

–Bueno, tenemos el permiso. ¿Le gustaría ver que tanto explota ese polvo nuevo, Milady?

Lady Margareth se detuvo, mirando a Justus con el ceño fruncido en un abierto despliegue de molestia hacia él.

–¿Usted sabía?

–¿Que me iba a dar el permiso? vaya, pues no, esperaba que me lo diera, pero…

–¡No me refería al permiso!

–¿A, no? –una sonrisa pícara se dibujó en su rostro conforme Justus se sostenía la barbilla en actitud pensativa, ladeando la cabeza para mirar mejor a la erudita–, ¿a qué podría estarse refiriendo, Lady Margareth?

–A… bueno… debajo del escritorio…

–¡Mhh! ¿debajo del escritorio, dice? ¿qué podría haber además de los papeles que se habían caído?

La mujer frente a él parecía estupefacta por un momento, avergonzada al siguiente y furiosa poco después.

Lady Margareth se acercó un poco a él, colocando un aparato antiescuchas en la palma de la mano de Justus antes de susurrar a su lado.

–Creo que vi un vestido debajo del escritorio.

–¿Un vestido? ¿no estará insinuando que nuestro Aub gusta de travestrise también, o si?

–¡Por supuesto que no!

El hombre se estaba divirtiendo horrores. Era difícil no soltarse riendo en ese momento y guardar la compostura, cosa que hizo tanto como pudo, agachándose un poco para que su oído quedara a la altura de la boca de Lady Margareth.

–¿Y entonces, qué es lo que está insinuando, Lady Margareth?

–Yo… bueno… creo que Aub Ferdinand… tiene una amante.

–¡Oh! ¿usted cree?

Lady Margareth asintió. Parecía un poco decepcionada y frustrada. Justus comenzó a reírse en ese momento, tomando nota del rostro avergonzado y fúrico de la erudita.

–¿Le parece gracioso, Lord Justus? ¡Tenemos un Aub que dice mentiras! No, no, ¡nuestra Aub tiene un consorte que dice mentiras!

Justus la tomó de la mano, guiándola con rapidez a uno de los varios pasillos que daban a zonas que, él sabía, no se estaban usando en ese preciso momento.

–Milady, ¿de verdad cree que el caballero Laurenz, uno de los fieles del séquito de Aub Rozemyne, se haría de la vista gorda si Lord Ferdinand tuviera una amante?

–¡Es un hombre, después de todo! ¡Y todos tratan a Lord Ferdinand como Aub! ¿No sería muy fácil hacerse de la vista gorda en cuanto a sus… a sus…?

Justus comenzó a reír a carcajadas, descolocando a la pobre mujer antes de limpiarse las lágrimas y mirarla de nuevo.

–Lady Margareth, temo que la amante de la que está hablando es Aub Rozemyne. Nuestra joven y adorable gobernante es bastante demandante cuando se trata del afecto de Aub Ferdinand.

–¿Está seguro? pero ella… ¡¿Debajo del escritorio?!

Justus solo levantó los hombros sin dejar de sonreír.

–Soy el asistente personal de Aub Ferdinand, así que sé que tiene dos o tres días que no han podido divertirse en sus aposentos. Ni siquiera me extraña que ella viniera a buscarlo, sus intentos por emboscarlo en la biblioteca han sido poco fructíferos toda la temporada porque no tiene donde ocultar a mi señor. Ahora bien, si me disculpa, Lady Margareth, Aub Ferdinand me ha dado su permiso para hacer volar algunos objetos. Con su permiso.

Después de ese día, Lady Margareth se había vuelto algo más exigente con él… aunque no volvió a acompañarlo al despacho privado de Aub Ferdinand.

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El día siguiente al primer baile de invierno, Lord Justus la había encontrado de peor humor de lo usual.

A lo largo de ese tiempo, los dos eruditos habían forjado una relación un tanto extraña. Justus era al único al que Lady Margareth parecía poder decirle todo lo que pensaba, sin filtro de por medio y al que observaba más de cerca para corregirlo cada vez que tenían algún proyecto en común o se encontraban en los pasillos.

Justus no había dejado de jugarle toda clase de bromas a la mujer. Era demasiado divertido y la erudita parecía moverse con más soltura luego de una de sus discusiones habituales.

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La socialización de invierno estaba a la vuelta de la esquina. Lord Ferdinand le había ordenado a Justus casarse, además de darle algunos otros encargos que lo dejarían lejos de Ibiza lo que quedaba de la temporada. La dulce Grettia había rechazado su propuesta de matrimonio. Por no hablar de que no había podido poner un pie en los laboratorios toda esa semana.

Cuando al fin tuvo algo de tiempo, estaba ocupado formulando algunas pociones de recuperación para matar el tiempo.

Lady Margareth había entrado tan silenciosamente, que no la había notado sino hasta que la mujer estiró su mano para ofrecerle el siguiente ingrediente.

–Supe que nadie bailó con usted esta vez, Lord Justus.

No sabía cómo interpretar su comentario y tampoco estaba de humor para discutir con ella, así que solo asintió.

–¿Y usted? –preguntó más por cortesía que por interés.

–No. Todos los hombres que he conocido me encuentran… intimidante, supongo. Nadie me llevó el año pasado y nadie me llevó este tampoco.

Justus no dijo nada, solo siguió formulando hasta completar la poción, misma que comenzó a envasar en unos cuantos tubos que luego colocó en la pequeña transportadora de tela y madera delgada que había inventado Aub Rozemyne.

Justus jaló el cierre, observándolo por un segundo o dos antes de tomar las asas de su transportadora para colocarlo en otro lado y comenzar a limpiar.

–¿Qué sucede? ¿Hoy no hay una respuesta ingeniosa, Lord Justus? ¿perdió su sentido del humor?

Justus terminó de guardar todo. Se retiró la bata y los lentes, colgándolos en la parte de atrás de la puerta antes de abrirla, esperando a que su colega saliera de ahí primero para luego salir él mismo y cerrar.

–¿Qué quiere que le diga? ¿que lamento mucho que nadie la invitara? Lamento mucho que nadie la invitara. Le recomiendo que sea más sociable y la próxima vez usted invite a alguien. Todos aqui piensan que usted no está nada interesada en divertirse. Su vida no es más que trabajo, reglas y más trabajo.

Justus sintió un jalón en la manga de su ropa, deteniéndose, dando la vuelta despacio para mirar a Lady Margareth con una mueca de cansancio.

–Vaya… así que usted si me odia después de todo.

Frunció el ceño. ¿Odiarla?

–Encuentro divertidas sus reacciones, Lady Margareth… es solo que hoy no me siento de un humor adecuado para discutir con usted. Espero que consiga un acompañante para el baile de cierre.

Intentó girarse, pero la mujer seguía aferrada a su brazo. Justus la miró de nuevo. Estaba molesta y frustrada con él, lo cual era de lo más usual. Justus soltó un suspiro antes de tomarla de la mano para obligarla a soltarlo, sintiendo algo bastante curioso al tocarla.

Su curiosidad natural tomó lo mejor de él en ese momento.

El rechazo de Grettia casi una semana atrás pasó a segundo plano por un momento. Justus se llevó la mano de Lady Margareth a la cara, inspeccionando un momento antes de levantar la mirada y ver a la mujer con un leve sonrojo en sus pómulos, haciendo una expresión que no le había visto antes.

–Lady Margareth, ¿le importaría, ehm?

–¿Que necesita Lod…? ¡Aghh! ¿por que hizo eso?

Justus había metido un dedo en la boca de la erudita lo suficientemente rápido como para tomar una pequeña muestra y observarla, llevarla a su nariz para olerla y luego llevarla a su boca.

Sabía dulce. Demasiado cercano a su sabor favorito, lo cual era extraño.

Justus recordó a su ex esposa entonces. La mujer solo sabía bien después de beber una poción de sincronización, de lo contrario le dejaba un regusto agrio en la boca, por no hablar del contacto con ella. La piedra de compromiso en aquella vez había jugado un papel esencial para que pudiera tolerar su tacto.

Miró de nuevo a Lady Margareth. La orden de su señor retumbando de nuevo en su cabeza conforme la notaba más sonrojada. Su dedo seguía dentro de su boca, de modo que no tardó mucho en sacarlo de ahí.

–Lady Margareth, ¿le importaría hacer un experimento conmigo?

–¿Qué? ¿un experimento? ¿de qué está hablando ahora?

Sonrió con calma. De verdad que no tenía nada de ganas de pelear y el incidente solo le parecía extrañamente curioso.

–¿Le importaría decirme a qué sabe mi mana?

Margareth lo observó un momento sin comprender del todo. Luego, con un sonrojo un poco más profundo, la erudita tomó su mano llevando su dedo a la boca, mirándolo impactada casi de inmediato.

–Es… inesperadamente dulce… casi como un rutreb con crema.

Justus observó afuera por una de las ventanas más cercanas. Pronto sería de noche y sonaría la séptima campanada. No había hablado con nadie sobre lo que había pasado y era algo que lo había estado molestando. Ni siquiera lo pensó.

–Lady Margareth, ¿me acompañaría al jardín del techo, por favor? Necesito hablar con alguien.

No estaba seguro del porqué, pero la erudita no solo no se negó, se mostró amable por una vez, siguiéndolo en silencio, escuchándolo con atención cuando ambos se sentaron en una de las pequeñas salitas a pesar de no tener té y galletas para compartir. La luna los miraba desde un lado como si estuviera atenta a la conversación y Justus, por alguna razón, sacó todo lo que llevaba en su interior.

La despedida con su madre. Su incomodidad al haber llegado a tierras enemigas. Su preocupación por su señor cuando fue envenenado. Su emoción al ver a su amo aceptar a la pequeña Mestionora que había observado por años con tanto interés. Lo divertida que había sido la vida hasta ese año. Incluso le habló de sus coqueteos con Grettia y sus visitas a Ibiza. Y por supuesto, le habló de la última orden que su maestro le había dado.

–No sé si es usted un hombre de lo más común o un pervertido, Milord –sentenció la investigadora cuando el extenso monólogo terminó–. Mire que ir y confesar que ha estado coqueteando a dos mujeres de manera descarada y que incluso se ha estado divirtiendo con flores en edades similares… supongo que no podía esperar menos descaro de usted.

–¿Cómo dice, Lady Margareth?

La mujer se ajustó el monóculo, observándolo con el rostro tieso. Justus podía imaginarla sacando un abanico en ese momento para ocultar su rostro detrás de él, claro que no había tal. Lady Margareth no era una mujer que se vistiera a la moda dentro de las instalaciones de investigación.

–¿Cree que no me doy cuenta de que soy la única erudita a la que se la pasa molestando de todas las maneras habidas y por haber, Lord Justus? Lo curioso es que me sentí bastante decepcionada cuando no me invitó al baile… aunque supongo que planeaba ir por una presa más joven primero.

Era la primera vez que se sentía así de desubicado.

Lady Margareth cruzó una pierna y luego se cruzó de brazos, mirándolo con reproche ahora.

–Sé que estuvo casado por obligación en Ehrenfest. Sé que tuvo un hijo al que abandonó antes incluso de su bautizo para seguir a Aub Ferdinand y que no ha tenido noticias de su ex esposa o su vástago desde entonces. Sé que suele ser bastante respetuoso y amable con el resto de sus compañeros de trabajo en general y sé que las únicas dos personas a las que parece haber molestado hasta el hartazgo hemos sido esa pobre asistente cohibida de la que me estuvo hablando y yo… Tal vez no sea usted tan inteligente como había pensado.

–Milady, yo… no sé de qué está hablando.

Margareth se puso de pie entonces, caminando hasta él, agachándose frente a Justus y acorralándolo en su asiento justo después de retirarse el monóculo y guardarlo en un bolsillo.

Era la primera vez que Justus se sentía así de cohibido frente a alguien.

–O tal vez sea que, como le gusta disfrazarse de mujer, esté buscando una que actúe como un hombre, ¿o no?

Justus no podía sentirse más sorprendido y sonrojado. Su corazón latía más rápido que cuando le jugaba bromas a Margareth o le hacía comentarios divertidos a Grettia. Estaba nervioso y si esta mujer seguía acercándose, sentía que el corazón se le saldría del pecho y él saldría huyendo de inmediato.

Pero Margareth no se acercó más, solo sonrió divertida.

–¿No dice nada? Esto es bastante inusual. En ese caso, tomaré sus recomendaciones de hace un rato y las pondré en práctica, Lord Justus.

Lady Margareth le sonreía de un modo extraño y un poco atemorizante, soltando el respaldo de su asiento para tomarlo de la mandíbula con su palma derecha, acercándose despacio hasta quedar a un lado de su oído.

–Consígase una prenda de color rojo para el baile, Lord Justus. Espero verlo a la sexta campanada cerca de la entrada a la Sala de Banquetes y más le vale no estar viendo como idita a todas las demás.

Cuando Lady Margareth se hizo hacia atrás y lo soltó, tenía una mirada depredadora y divertida en el rostro que la hacía ver tan incitante… que Justus quería obedecer de repente todas y cada una de sus órdenes.

–¿También quiere que lleve un abanico, Milady? –preguntó Justus con algo de descaro, más para tranquilizarse que por jugarle una broma.

Lady Margareth se enderezó entonces, tomando su monóculo para pulirlo un poco con un pañuelo antes de ponérselo de nuevo y ajustarlo, mirándolo con una sonrisa retorcida.

–¿Por qué no? Si se comporta de manera adecuada en el evento, hasta le prestaré uno de mis vestidos cuando me lo lleve a casa en la noche.

Estaba sonrojado y sorprendido, mirándola bajo una nueva luz. ¿De dónde demonios había salido esta mujer?

Lady Margareth le sonrió aún más, golpeándose a un lado de la mejilla en una pose demasiado masculina que lo hizo temblar un momento.

–¿Sabe por qué ninguno de mis pretendientes soportó lo suficiente para atar sus estrellas a las mías, Lord Justus?

Él negó con la cabeza despacio y en silencio, temblando de la emoción al encontrar una pieza de información que lo había estado eludiendo por años y que no sabía que deseaba tanto como ahora que Lady Margareth parecía estarla balanceando frente a él.

–Por que soy inteligente, soy disciplinada, perfeccionista, crítica y por sobre todo, me gusta demasiado dar órdenes. Y hasta que lo conocí a usted, no me había cruzado con un hombre al que no le molestara que una mujer tuviera este tipo de atributos.

–Pensé que no le interesaba casarse, al igual que a su prima, la profesora Hilschur –confesó Justus sin dejar de mirarla extasiado.

–Más que no tener interés, digamos que había perdido toda esperanza y ya que usted ha estado recibiendo ofrendas de flores con tanta frecuencia, espero que no le moleste saber que yo misma he aceptado algunas ofrendas de vez en vez.

Justus se cubrió la boca asombrado. Poniéndose de pie finalmente, acercándose a Lady Margareth y sonriéndole divertido, sintiendo que poco a poco su ánimo volvía.

–Ya veo, Milady. Estaré encantado de ser escoltado por usted para el baile de cierre. En cuanto a la cita posterior…

–No se haga ilusiones, Lord Justus. Si me gusta la ofrenda, consideraré pedirle matrimonio. Incluso le avisaré a mi madre que al fin me conseguí una… linda y descarada esposa. Buenas Noches.

Margareth caminó a la salida para volver a casa y Justus no pudo más que sonreír. Era un desenlace que no había esperado para esa semana. Se aseguraría de hablar con su maestro a la mañana siguiente para darle un pequeño y rápido reporte indicando que asistiría al baile con Lady Margareth a quien estaría cortejando por un tiempo… ¿o debería admitir que era él quien sería cortejado?

Sonrió divertido. Conociendo a su señor, era mejor decir que era él quien estaba cortejando a Lady Margareth y que esperaba convencerla de atar sus estrellas durante el verano, después de todo, no estaba seguro de cómo se iba a tomar Aub Ferdinand toda esa bizarra interacción entre ellos y de verdad que no quería arruinarlo justo cuando había encontrado una mujer al extremo interesante para sí mismo.

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Notas de la Autora:

Pues había gente preocupada por nuestro bicho raro favorito... Pero ya tenía yo un as bajo la manga hace un par de meses que Lady Margareth ha estado siendo considerada como personaje habitual. Espero ella haya sido de su agrado.

Por otro lado, ¿Sabían que hubo en Francia un espía trasvesti tan bueno en su trabajo que hasta que murió nadie tenía idea de su género? Un día les traeré más información al respecto, no me extrañaría que Miya sensei creará a Justus pensando en tan singular personaje. Y bueno, ¡Feliz Navidad a todos y Próspero 2023! Ahora sí, esta historia entra en estado vacaciones.

SARABA