Dos cositas antes de empezar.

1. Cuando vean esto ~ en medio de una palabra es porque la están canturreando: ¡Ya vooooy! = ¡Ya vo~y!

2. Ninguno de nuestros protagonistas está siendo infiel en este capítulo.

Ahora sí, pueden proseguir con su lectura.

Los Dioses del Amor

Las Travesuras de Schlatraum y Liebeskuhilfe

—¡Ferdinand! Ven a la cama, es tarde.

El peliazul terminó de beber la taza de té que Grettia había dejado para él en su escritorio antes de terminar de hacer algunas anotaciones y suspirar resignado, mirando con cautela su cama y el rostro asomado por entre las cortinas que lo miraba con una súplica y un leve sonrojo.

Se rascó un poco la cabeza antes de dejar la taza vacía en el carrito de servicio y terminar de acomodar los papeles en folders para poder irse a acostar, retirándose la bata de alcoba antes de ponerse en pie. Tenía sentimientos encontrados.

Por un lado, seguía un poco resentido por todos los cambios que su amada esposa estaba haciendo a su alrededor.

La médico, aún si había accedido a darle su nombre a Rozemyne para no contaminarla con su mana de manera innecesaria.

La ropa de plata que ese shumil arrogante estuvo arreglando con los plebeyos a sus espaldas solo los dioses saben por cuanto tiempo.

El anuncio que fue obligado a dar para no levantar sospechas sobre el estado de su esposa entre los nobles y el personal del castillo… este nuevo bebé iba a nacer en primavera si todo salía bien… y en serio temía que algo no saliera bien ahora que no tenía ningún tipo de control sobre la situación.

—¡Ferdinand, por favor! —lo llamó todas sus diosas con ese tono infantilizado que no hacía más que recordarle sus días en el templo, cuando suplicaba por más tiempo de lectura.

—Ya voy.

Estaba nervioso. Su esposa había logrado seducirlo con éxito el día del anuncio… luego de la enorme discusión que habían sostenido y que los había conducido a todo esto… había sido como si Angriff en persona se hubiera encarnado en ella junto a Grammalatur para luego dar paso a Brennwarme y Beischmacht y él no podía sentirse más apenado cada vez que lo recordaba.

Suspirando de nuevo, Ferdinand corrió la cortina del dosel para entrar a su lado de la cama sin apenas mirar a su esposa. Preparándose. La mujer le había dicho todo tipo de cosas perversas y cargadas de lujuria al oído la última temporada para endulzar su oído y levantar su espada. Lo había atacado a media noche con sesiones casi interminables de besos y se había frotado en más de una ocasión con él durante las noches para incitarlo a tomarla. Que se hubiera vuelto una mujer hermosa, tan bendecida por Geduldh y Efflorelume no hacía más que ponerle las cosas difíciles.

Las noches que estaba a punto de perder la cabeza la había obligado a conformarse con caricias superficiales que la ayudaran a sacar toda la tensión que parecía estar acumulando durante el día sin penetrarla de modo alguno… por supuesto, él había tenido que recurrir a otros métodos para satisfacerse a sí mismo una vez su esposa se dormía. Pulir su espada él solo o con ayuda de los extraños y perversos juguetes de Drewanchel o bien tomar un baño de agua fría… si estaba muy desesperado invocaba el Gutrisheit para leer sobre las vidas de los Zents de antaño, descubriendo que algunas entradas versaban sobre algún Aub demasiado cerca de convertirse en Zent… como ellos… entradas con círculos mágicos, encantamientos, alguna que otra receta o artefacto mágico creado por el archiduque responsable de crearlos… lo cual lo había puesto bastante nervioso. ¿Qué tanto dejarían ellos en ese maldito libro cuando sus hilos fuera cortados del todo? ¿En qué idioma aparecerían sus inventos? ¿El libro tomaría todos los conocimientos de Urano, incluso los que Rozemyne no hubiera introducido?

Sacudió su cabeza antes de meterse entre las cobijas, desconcertado cuando una luz se encendió a su lado, dentro de la cama, llamando su atención.

My love, ¿qué te parece mi nuevo atuendo para dormir?

Esa fue la primera de una serie de noches en que su autocontrol fue llevado al límite.

Rozemyne estaba sentada en la cama, junto a él, portando escandalosas ropas traslúcidas que a duras penas cubrían sus senos y le permitían ver su abdomen, espalda y muslos a través de la tela. Su joven esposa se puso en pie sin dejar de alumbrarse, dando una vuelta tentativa en la enorme cama, permitiéndole notar que la parte de atrás de su ropa interior era sostenida por un listón negro… eso y estar desnuda eran casi lo mismo en su opinión.

—¡Rozemyne! Por todos los dioses, ¿qué traes puesto?

Que la ropa estuviera teñida en un color rojo intenso o la manera tan vulgar en que resaltaba cada una de sus curvas o lo hiciera apreciar que tanto sus senos como sus caderas se habían ensanchado ayudaba muy poco a preservar su sanidad mental.

—En el mundo de sueños a esto le llaman baby doll y esta de aquí es una tanga. ¿Se me ven bien?

La descarada criatura había hecho un par de movimientos con su cadera demasiado incitantes, haciéndolo pensar en ella saltando sobre su espada, moviéndose con presteza para satisfacción de ambos, logrando que sus orejas se calentaran antes de que pudiera reaccionar y cubrir sus ojos.

—Rozemyne, es hora de dormir. La semilla y tú necesitan que descanses y casi no has estado descansando.

Lo último le salió más como un reproche que como otra cosa. Tenía sus razones. La chica se levantaba a la segunda campanada para intentar despertar a su espada y jugar con ella mientras él seguía dormido, luego de lo cual hacía papeleo en el despacho, verificaba la documentación del Templo, asistía a reuniones con sus comerciantes, sus exclusivos y tenía audiencias con los plebeyos que estuvieran teniendo ciertos problemas que era mejor que ella atendiera. También pasaba tiempo en las cocinas verificando el avance de nuevas recetas, la mayoría demasiado dulces para él, componía o practicaba música con su orquesta y leía en la biblioteca… y tal vez ella pensaba que él no lo sabía, pero incluso estaba practicando natación en la azotea un par de días a la semana antes de comer según los informes de Grettia y Clarissa.

—¡Pero no tengo sueño! —se quejó ella como si fuera todavía una niña pequeña a la que le hubiera negado más tiempo entre sus amados libros—, quiero jugar a Ewigeliebe y Geduldh.

—Y yo quiero que descanses, así que deja de comportarte como una niña y ven a dormir.

—¡Pero, Ferdinand…!

—Te tocaré todo lo que quieras para dejarte teñida y que la semilla tenga su parte de mana, pero no voy a hacer nada más.

La escuchó resoplar y mascullar algo en japonés que sonaba mucho a insulto. Decidió dejarlo pasar y abrir sus brazos para recibirla.

—Bien —respondió su esposa antes de retirarse la diminuta prenda que era lo único que le cubría el jardín antes de meterse entre las cobijas y apretarse contra él, dándole la espalda.

—Eso que acabas de hacer es trampa —le llamó la atención con un tono de molestia que debería haberle generado algunos escalofríos de miedo a su esposa… pero los malditos dioses…

—Eso que traía puesto no es algo que debería usar más de allá de una campanada y no pienso ponerme otra cosa encima.

Suspiró antes de envolverla entre sus brazos y comenzar a tocarla, enterrando su rostro en el hueco de su hombro para aspirar el perfume de su cabello sin dejar de estimularla con los dedos cargados de mana. Podía escucharla gemir a la perfección. Podía sentir como el mana de su esposa parecía descontrolarse un poco, danzando con el mana que goteaba por sus propios dedos como una invitación. Ferdinand la acarició, la pellizcó un poco y la tiñó hasta escucharla quemarse una o dos veces. No le llevó demasiado tiempo en realidad, luego apoyó una de sus manos sobre el vientre apenas abultado y casi desnudo de Rozemyne para relajarse y dejar que su mana fluyera con normalidad.

—¿Puedes dormir ahora?

—Eres un malvado y un tramposo —suspiró ella—, pero si… creo que puedo dormir ahora.

'Como si yo fuera el que está portando ropas escandalosas para llamar al invierno.' Pensó Ferdinand antes de dejar escapar una bendición que ayudara a su mujer a dormir, cerrando sus ojos él también sin soltarla.

.

—Lord Ferdinand, al fin despierta. El desayuno está listo. Por favor permítame ayudarlo a vestirse, no sería bueno que llegara tarde a sus clases.

¿Clases? ¿Y qué estaba haciendo Justus en su habitación? ¿Porqué estaba en la academia? ¿Dónde estaba su…?

—Milord, ¿se encuentra bien? —intervino Lasfam abriendo el dosel de su cama, mirándolo con una cara de angustia y… ¿porqué se veía tan joven?

—Estoy… algo cansado… es todo.

Ambos asistentes lo observaban con caras raras antes de que Justus se sentara en la cama para tomarle sus signos vitales, practicándole una rápida revisión médica.

—Todo parece en orden… Lasfam, ayúdame a cambiarlo. Traeré el broche que su padre le obsequió para atar su cabello.

Ferdinand se sentó en la esquina de la cama demasiado confundido, llevando su mano a su cabeza para pasearla por su cabello con cansancio y… ¿No estaba demasiado largo? Era cierto que llevaba una temporada dejándoselo crecer de nuevo pero… debería llegarle a los hombros para que pudiera atarlo solo con un listón… ¿por qué le llegaba a la cintura?

De algún modo, Ferdinand terminó ataviado con su uniforme escolar, portando una capa ocre de Ehrenfest antes de mirarse en el espejo.

—¡Malditos dioses! —murmuró por lo bajo antes de mirar a Justus—. Justus… ¿qué estoy haciendo aquí? No quiero preguntas.

—¿Eh? ¿Ahm? Milord… hoy tendrá sus últimas clases prácticas como candidato a archinoble de cuarto año, luego de esto dijo que planeaba ir a la biblioteca subterránea para seguir con una investigación… ¿lo olvidó?

No se dignó a contestar, solo siguió con la corriente.

Sus clases acabaron con prontitud, tan rápido que ni siquiera se dignó a dirigirle la mirada a sus compañeros o a sus profesores, volviendo al dormitorio para tomar alimentos carentes de sabor y después dirigirse a la biblioteca.

Estaba inspeccionando un volumen sobre la ciudad subterránea de Klassenberg cuando alguien cubrió sus ojos con sus manos, tensándolo al sentir el suave y cálido aliento de alguien jugando contra una de sus orejas.

—¿Quién soy? —murmuró la voz un tanto infantil a su espalda. Por el tono juraría que la mujer tras él estaba sonriendo.

Él solo tomó una de las manos en sus ojos para suspirar con fastidio.

—Lady Rozemyne, estamos en la biblioteca…

—Lo sé —respondió su compañera antes de soltarlo y pararse frente a él… Era Rozemyne… una Rozemyne adolescente de curvas suaves y estilizadas, a medio camino del desarrollo. Su brillante y sedoso cabello medianoche suelto a su espalda, confundiéndose con la capa del mismo tono que pendía de su hombro—, es el mejor momento para tener una sesión de juegos con mi prometido.

—¿Sesión de juegos? ¿A qué te re…?

No pudo seguir hablando. La estudiante frente a él atrapó sus labios en un beso hambriento antes de retirarle el libro del regazo y sentarse ahí. Sus manos no tardaron en envolverla y su boca en abrirse para darle la bienvenida a la lengua traviesa y dulce de la chica que no dejaba de acariciarle la cabeza y la espalda antes de separarse jadeando un poco.

—Cada día besas mejor —pareció burlarse ella—, por cierto, inventé un nuevo tipo de ropa. ¿Quieres verlo?

—¡Rozemyne!

—¡Wiiiiii, te olvidaste del "Lady" demasiado rápido, Ferdinand! —celebró ella antes de despojarse de su capa y comenzar a desabotonar la chaqueta negra de su uniforme, abriéndola antes de comenzar a deshacer los botones azul claro en su blusa blanca.

Ferdinand se congeló en ese momento, reaccionando a tiempo para sostenerle las manos y mirar a todos lados.

—¿Estás loca? ¡Nos van a descubrir!

La chica solo dejó escapar una risilla traviesa antes de adelantar su cuerpo para repasarle los labios con la lengua, dedicándole una mirada de zantse que lo hizo estremecer. Ella se soltó entonces, terminando de abrir su blusa y dejándole ver dos triángulos de tela roja con pequeños bordados negros sostenidos por listón rojo sobre sus hombros y alrededor de su torso.

—¿Te gusta? Traigo algo a juego abajo. Pequeño. Sensual. Y tan revelador que tu espada no va a resistirse. —canturreó ella apretando sus brazos de tal modo que sus senos se juntaran y parecieran mucho más grandes.

—¡Esto no está bien! —trató de regañarla.

—¡Es cierto! —respondió ella antes de golpearse la mejilla con el índice de modo contemplativo, sonriendo con un brillo que le daba mala espina para luego tomar sus manos, dirigiendo una debajo de su falda y la otra a uno de sus pechos—. ¡Ahora si que está bien! Mi prometido no puede decidir si mi ropa nueva le gusta o no a menos que pueda tocarla. ¿Qué dices, Ferdinand? ¿Te gustaría tocarla más o preferirías quitarle la envoltura a tu regalo de compromiso?

No sabía que lo tenía más abochornado, que ella fuera tan directa y nada sutil con sus más que claras intenciones o que sus manos hubieran tomado vida propia, acariciando una pierna hasta alcanzar un listón satinado sobre una cadera y apretujando y frotando la tela sobre un pecho desnudo, sintiendo con claridad un pezón endureciéndose bajo la tela, aun si no podía verlo.

Su joven prometida parecía estar disfrutando con sus atenciones porque no tardó en echar su cabeza atrás y soltar un gemido corto y placentero que despertó a su espada. La miró a la cara. Estaba sonrojada y feliz. Sus manos se negaban a soltarla y las manos de ella ahora estaban despojándolo de su capa y su uniforme.

—No sé si debería confeccionar ropa sexy para ti también o si será suficiente con quitarte toda esta ropa excesiva.

—Rozemyne… esto… estamos en la biblioteca. Alguien nos va a descubrir.

Ella soltó un suspiro molesto antes de ayudarlo a retirarle las manos de encima, tomándolo de los hombros para mirarlo a los ojos sin esconder su fastidio de modo alguno.

—Pensé que estabas feliz cuando descubrimos que solo podemos sentirnos entre nosotros. Pensé que te alegraba comprometerte por fin conmigo. ¿O solo te alegra saber que te sacaré de Ehrenfest y te llevaré como mi consorte a Alexandría?

—No, claro que no es eso…

—Entonces demuéstrame que estás feliz de ser mi prometido.

La vio cruzarse de brazos, todavía molesta con él. No le quedó más que preguntar, sabiendo que la respuesta no iba a gustarle mucho.

—¿Cómo pretendes que te demuestre eso?

—Es simple… besa estas y me iré por hoy.

¿Su espada despertó porque ella le estaba pidiendo que besara sus senos o por la manera descarada y vulgar en que ella misma las había tomado para levantarlas más?

Sintiendo su rostro caliente y la mirada llena de expectación de su prometida, Ferdinand se cubrió la cara con las manos antes de tomar a la chica de la cintura y depositar un beso donde listón y tela se unían encima de cada una de las curvas superiores de su prometida.

—¡Así no, Ferdinand! ¡Así! —reprochó ella antes de levantarse lo suficiente para ponerle un seno cubierto sobre la boca, apretándolo lo suficiente para amenazar con asfixiarlo.

Él levantó la mirada antes de poner sus manos debajo de ambos montes y soltar un poco de aire, besando uno de los senos enfundados de su novia y luego el otro, abriendo su boca para tomar el pequeño pezón erecto por sobre la tela y darle un pequeño jalón a manera de protesta… tal vez no debió hacer eso último, porque la chica no dudó en dejar salir un gemido, bajándose al fin de él y mirarlo con una sonrisa complacida.

—Bien, te creeré por esta vez y me retiraré a mi dormitorio. Nos veremos mañana entonces en el mirador de la Diosa del Tiempo para tomar el té, ¿sí?

—Por supuesto —refunfuñó él agitando una de sus manos frente a su cara—, ¿podrías terminar de vestirte e irte de aquí? Nos vas a meter en problemas si alguien te encuentra medio desnuda aquí conmigo.

La chica sonrió y se volteó entonces, terminando de acomodarse la ropa, levantando su falda para él antes de abrocharse la capa.

—Es para que tengas dulces sueños, Ferdinand. Se llama tanga, prometo usarla cada vez que te portes bien. Adiós.

Y sin más, la chica salió de su vista dejándolo con una dolorosa erección y un sentimiento extraño.

.

Se sentía cansado mientras revisaba los documentos del ducado. Ansioso incluso. ¿Eran los dioses burlándose de él los que le habían enviado ese sueño que lo levantara antes de la segunda campanada o la extraña ropa de su loca esposa encaprichada? Lo que fuera, no pudo volver a acostarse a dormir, temiendo tener otro sueño impuro como ese o ser asaltado por su esposa y terminar dentro de ella contra su voluntad.

—¡Terminé! —anunció su esposa estirándose en su escritorio, con una sonrisa de felicidad radiante y su cabello recogido—. Estaré en las cocinas, necesito verificar los nuevos dulces. Nos vemos en la comida, Darling.

Ferdinand soltó un suspiro cansado. Su mente no le dejaba concentrarse lo suficiente para terminar junto con ella… pero si para registrar que últimamente, Rozemyne no paraba de encontrar excusas para ir a comer dulces a las cocinas… bueno, al menos no era él quien tenía esos antojos insanos esta vez.

.

Esa noche, cuando Ferdinand llegó a su habitación, Rozemyne estaba tomando un baño. Era en verdad una suerte que sus viejas habitaciones siguieran funcionando por el momento, Justus no tenía que entrar a bañarlo o prepararlo para dormir si usaba su vieja alcoba y su antiguo baño para eso.

El hombre revisó algunos documentos y luego se metió a su cama, dispuesto a esperar a todas sus diosas para dormir, de verdad estaba cansado, en especial por la prohibición que tenían todos los asistentes y eruditos de darle pociones de rejuvenecimiento. Su esposa se las había ingeniado para que solo tuviera acceso a ellas si era una necesidad urgente y que no se justificara con un "no pude dormir bien anoche" o un "tuve mucho trabajo y me quedé hasta tarde en x lugar."

–Milady, ¿está segura?

–Si, por supuesto que lo estoy. ¿Cómo va todo con Matthias, Grettia? Escuché que han estado saliendo a comer los días de la fruta.

Silencio, seguido de las risitas descaradas de su esposa.

–Si necesitas algún consejo, no dudes en preguntarme. Y si tienes quejas de Matthias, también dímelo. No voy a tolerar que trate mal a mi querida Grettia.

–… gracias, milady… no debería…

–Pero Grettia, ¿cómo no voy a preocuparme por ti? Siempre te esfuerzas mucho y haces tu trabajo a la perfección. Quiero que seas muy feliz con alguien que te aprecie tanto o incluso más que yo. Si crees que ese alguien es Matthias, por supuesto que espero que te trate bien y te haga sentir lo maravillosa que eres. Ahora, creo que con esto es suficiente.

–Mi señora… no creo que vaya a dormir muy cómoda con eso.

–Estaré bien, no te preocupes. Ve a descansar ahora. Dormir es bueno para la piel, seguro quieres que Matthias te vea radiante, ¿No es así?

Escuchó algo de tela moviéndose con torpeza y luego pasos sobre la alfombra antes de que la puerta se abriera y cerrará.

El dosel se abrió en ese momento y poco faltó para que se le detuviera el órgano de mana.

Rozemyne, SU Rozemyne traía el cabello suelto en tanto la ropa que traía hoy se le pegaba como una segunda piel.

Tela azul claro del mismo tono que su propio cabello sostenía los senos de su esposa como si fueran grandes pétalos de una flor, guardando el rosa de su piel nívea solo a causa de un listón brillante y satinado que se aferraba al cuello de ella.

Abajo, los rizos azul oscuros de su jardín eran apenas cubiertos y guardados por algunos pétalos de tela azul mantenidos en su lugar por un listón con algunas flores en una de las caderas de su esposa… y hermosas medias azul claro bastante transparentes envolvían sus piernas de tal modo que se veían más torneadas y apetecibles que nunca.

Ferdinand se llevó con disimulo una mano a su entrepierna, a fin de que no se notará el salto que su espada había dado al desenfundarse sola por la visión que suponía su esposa.

–¿Ferdinand? ¿Hace cuánto que estás aquí?

Su mujer dejó caer la cortina detrás de sí y comenzó a gatear hacia él con una elegancia felina que había llevado años cultivar… una elegancia que ahora maldecía en su mente, tan sensual y atrayente…

–Grettia tiene razón. No vas a poder dormir con eso puesto –atinó a decir sin poder quitar sus ojos de la forma tan descarada en que la ropa sostenía las curvas de Geduldh en el frente de Rozemyne.

–No las diseñé para dormir. ¿Te gustan?

Se cubrió la boca para no responder a su provocación. Volteando a otro lado apenas pudo y rezando con fervor a Anhaltung y Glücklität para salir de esta terrible prueba a su autocontrol lo antes posible.

–¿Y bien, Ferdinand? –susurró ella antes de pasarle la lengua por la punta de una oreja caliente y traidora, obligándolo a tragarse un gemido de desesperación y placer.

–Es lindo, pero debes descansar. Estoy exhausto.

No deseaba hacerlo, pero volteó al otro lado, dándole la espalda y resistiendo cuando ella lo abrazó a él, dejándole sentir la redondez de sus senos o el calor de su cuerpo a su espalda. Debió tomar una campanada para que Rozemyne se volteara profundamente dormida. Hasta ese momento Ferdinand pudo abrazarla y dormir.

.

El mirador de la diosa del tiempo estaba arreglado de manera estrafalaria.

Cortinas de suaves colores azul y ocre cubrían las vistas, incluso había dos cubriendo la entrada. Flores aromáticas y un candelabro con luces artificiales mágicas mantenían el ambiente acogedor y agradable. En el centro se encontraba una mesa larga con un par de fuentes de dulces, frutas y algunos pequeños canapés de tipo salado.

Él estaba sentado en un sillón de dos plazas bastante cómodo y a su lado, sentada en el mismo sillón, la joven Rozemyne de Alexandria jugueteaba con la piedra de compromiso que pendía de su cuello en una cadena de mana.

Una asistente a la que no logró verle el rostro sirvió un par de platos y dos tazas de té antes de que el excéntrico shumil de cabello azul medianoche soltara la piedra para dar las gracias con una hermosa sonrisa y exigiera privacidad. Una herramienta antiescuchas de rango específico se colocó al otro extremo de la mesa y la asistente salió en silencio del mirador.

–Lady Rozem…

–¿Si~ Ferdina~nd? –canturreó la chica antes de dar un sorbo a su té, haciéndole una seña para que lo probará.

Era un sabor desconocido. Un poco dulces, fresco por sobretodo, con un regusto ácido al final que no era desagradable, por el contrario, se sentía un poco revitalizado ante ello.

–¿El té es de tu agrado, Ferdinand?

–Si. El sabor es… único… no estoy seguro de como describirlo.

La chica tomó otro sorbo a su propia taza antes de sentarse sobre él, besándolo antes de obligarlo a beber el té directo de sus labios.

—¡Rozemyne, esto es…!

—¿Desvergonzado? —se mofó ella—, ¿preferirías que de rienda suelta a mis instintos con otra persona? Hay algunos chicos de Dunkelferger y Drewanchel que podrían aceptar entretenerme, pero…

—¡Ni siquiera te atrevas! —gruñó él, aferrándola de las asentaderas e importándole poco si era correcto o no—. ¡No pienso compartirte con nadie!

—¡Oh! Justo la mirada que quería ver y la frase que quería escuchar. ¿Puedo dejar salir mis impulsos contigo entonces? Dos años es demasiado tiempo para esperar teniéndote tan cerca.

—¡Nada de llegar al invierno entonces! No quiero tener que matar a media escuela porque empiecen a hablar mal de ti o dejar de verte por la carga de Geduldh.

La chica entre sus brazos sonrió complacida y anhelante, lanzándose de nuevo a sus brazos para besarlo, paseando sus manos cargadas de mana por entre sus cabellos y su cuello, con él imitándola y dejándose llevar. Acababa de meter sus manos bajo la falda de la chica, deleitándose en la suavidad de sus piernas y la redondez de su cadera cuando ella se hizo para atrás, tomando una de sus manos y guiándola debajo de su blusa.

—Hoy uso ropa del color de tu cabello, Ferdina~nd… ¿Te la muestro aquí o…?

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—Aub Ferdinand, quiere que le traiga un té reconstituyente —le ofreció Justus, haciéndolo notar que llevaba al menos un cuarto de campanada tratando de leer el mismo contrato sin lograr concentrarse.

Ferdinand bajó el documento antes de sostener el puente de su nariz. Rozemyne había terminado sus deberes en el despacho un rato atrás, besándolo en las mejillas antes de salir con dirección a la sala de audiencias para los plebeyos.

—No… una taza doble de khafii debería ser suficiente. Sin azúcar.

Su asistente salió de inmediato, volviendo pronto con una tetera humeante cuyo adictivo y relajante aroma lo hizo despertar de pronto, mientras el líquido negro y un poco amargo era vertido en su taza.

Justus le entregó la taza y un aparato antiescuchas junto con la bebida. Ferdinand aceptó ambas, llevándose la taza a los labios.

—¿Qué sucede? —preguntó antes de dar un sorbo a su bebida.

—Milord parece demasiado cansado y distraído estos días. ¿Hay algo en lo que pueda asistirlo?

—Una poción rejuvenecedora.

—Sabe que milady nos ha prohibido darle de esas las próximas tres temporadas… o demasiado khafii.

Ferdinand escondió un suspiro exasperado detrás de su aromática taza para luego mirar en derredor. Eruditos de las diferentes facciones estaban ahí trabajando codo a codo para terminar con el trabajo que le correspondía en el despacho.

Ferdinand observó su escritorio. No tenía demasiados pendientes y no lograba concentrarse, de modo que soltó el aparato antiescuchas y se puso en pie.

—Tomaremos un receso de media campanada. Necesito despejarme.

Los eruditos asintieron antes de salir. Algunos parecían aliviados. Justus lo miraba con esa aberrante sonrisa burlona que le hacía preguntarse porqué había tomado a este hombre como parte de su séquito.

—¿A dónde lo llevo, milord?

—Avisa que iré a entrenar a uno de los campos de caballeros por casi una campanada. Envía a Eckhart, Cornelius, Matthias, Laurenz y Strahl. Que no se contengan.

—Como usted ordene, Aub Ferdinand.

El peliazul se fue entonces bastante dispuesto a sacar toda la tensión de una buena vez. No supo si sus caballeros se estaban conteniendo o de verdad necesitaba matar algo, lo cierto es que todos los involucrados en su entrenamiento requirieron algo más que una bendición de sanación… incluso él.

.

—Aub Ferdinand, Aub Rozemyne lo espera para cenar —le informó Liesseleta en la puerta de la recamara.

—Gracias. Puedes ir a descansar ahora.

La joven asistente se cruzó de brazos y se retiró. Apenas abrir la puerta, Grettia salió con el cuello y las orejas bastante rojas, disculpándose y asegurando que recogería las cosas cuando terminaran. Eso no le dio muy buena espina al hombre de cabellos azules.

—¡Ferdina~nd! —canturreó su esposa en el mismo exacto tono que la perversa shumil que se aparecía en sus sueños para torturarlo por las noches—, tardaste mucho en llegar hoy. Ven a cenar.

La miró conforme se acercaba.

Su Rozemyne llevaba una blusa en exceso reducida que solo cubría su busto y una parte de sus brazos. La chica se puso en pie para recibirlo, dejándole ver una falda tan corta que daba la impresión de que las piernas de su esposa eran aún más largas y apetecibles… y la diminuta falda parecía que mostraría demasiado si ella le daba la espalda.

—[Rozemyne, ¿qué traes puesto? Con razón la pobre de Grettia salió tan avergonzada de aquí.]

—[¿Esto? O, es un inocente atuendo para playa. Tengo entendido que, en algunos países de mi mundo de sueños, usaban esta ropa para ir a fiestas y bailar. ¿Te gusta?]

Ferdinand se aseguró de atar bien su bata de estar y mantenerla cerrada, sentándose a cenar sin apenas verla.

Ambos hablaron un poco sobre lo que habían hecho después de trabajar en el despacho, discutiendo un par de ideas para modas nuevas que le darían a Letizia y luego, apenas terminó de ingerir todo lo que pudo, Ferdinand se paró, le dio un beso en la frente y se acostó a dormir, asegurándose de retirarse la bata dentro de su cama.

—¡Ferdinand, me estas evitando de nuevo!

—¡Es tarde y debes descansar! Ya deberías saber que tu estado le pone una mayor carga de esfuerzo a tu cuerpo.

Escuchó que alguien tocaba a la puerta y luego que esta se abría. Grettia debió entrar a llevarse el servicio por indicaciones de Rozemyne. Luego vio a su esposa abrir las cortinas para entrar al mismo tiempo que la puerta se cerraba. La descarada mujer se subió a la cama, justo frente a él para retirarse la ropa, haciéndolo sonrojar y voltearse.

—Descansa, my love. Te abrazaré cuando te duermas.

La falda, la diminuta blusa y lo que parecía una diminuta e impúdica prenda interior cayeron sobre su cabeza de un modo bastante violento y luego sintió algo caer con fuerza atrás de él. Ferdinand solo suspiró y esperó, asegurándose de que la mujer estuviera bien dormida antes de voltear para abrazarla, suspirando un "¡Dios Santo!" resignado cuando se dio cuenta de que la chica estaba durmiendo desnuda.

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La sensación de algo suave, mullido y cálido fue lo primero que sintió, incluso antes de abrir los ojos. La sensación de haber soñado algo perverso le llegó junto con la conciencia de que su cuerpo estaba muy adolorido. Recordó a su padre diciéndole que era el único candidato a quien Lady Rozemyne había aceptado para un cortejo de matrimonio y su hermano jubiloso de tener la posibilidad de una relación comercial con el gran ducado Alexandria. Su madre recuperándose del veneno al que Verónica la había sometido para tratar de tomar su lugar, antes de ser encarcelada en la torre blanca por su propio padre… se movió un poco, frotando su rostro contra su almohada, la cual gimió.

Despertó por completo, levantando un poco la vista para ver el rostro de su prometida. El recuerdo de una enorme bestia fey negra atacándolo durante su recolección volvió. Se movió un poco, tratando de soltarse del abrazo de Rozemyne, dándose cuenta de que ella estaba desnuda y él usaba únicamente sus calzoncillos. Que ambos estuvieran en quinto año no lo hacía más sencillo.

—Ro-Rozemyne.

—Buenos días, Ferdinand —respondió ella con la voz adormilada, frotándose los ojos antes de hundir su rostro en el cuello de él—. Parece que tu temperatura aun es baja.

—¡¿Qué estas haciendo?! —exigió saber, tratando de zafarse del abrazo de su novia, la cual enredó sus piernas con las de él para no ser separada, sujetándolo todavía más.

—¿No lo recuerdas? Una bestia fey de invierno te atacó. Parecía que sufrirías una [hipotermia] así que te traje a tu habitación. Me quité la ropa para compartirte calor, pero cuando te estaba subiendo, caíste sobre mí. Te veías tan cómodo que te dejé dormir sobre mi pecho —rio ella de inmediato —. De todas maneras, no es como si fuera la primera vez que estamos así —masculló su novia pegándose más a él.

Sus orejas se calentaron. Era cierto que no era la primera vez que estaban en esa situación. Se movió colocándola de espaldas contra el colchón, hundiendo su rostro en el cuello de ella. Rozemyne siempre lograba que su sentido de la decencia y la vergüenza desaparecieran. Comenzó a repartir besos desde su cuello, pasando por su pecho hasta llegar a sus labios, metiendo su lengua en su boca, sintiendo como los brazos de ella lo rodeaban.

—Si quieres que entre en calor, hay formas más rápidas —murmuró él cerca de su oído, volviendo a besarla.

Acarició su pecho y ella giró con él, sentándose a horcajadas para frotarse sobre su espada ahora erecta, arrancándole gemidos de placer.

—¡Rozemyne! —jadeó él, mitad queja, mitad súplica.

—¡Oh! ¿No fuiste tú quien dijo que no podíamos llegar al invierno?

La burla en su tono, la cercanía de sus labios a su propia boca haciendo que sus palabras le cosquillearan, la sensación de sus senos ahora más maduros contra su pecho, la locura de sentirla frotando su jardín contra su espada o darse cuenta de que, de hecho, su mano se las había ingeniado para sacar su espada.

—Si, pero…

Estaba desesperado por alguna razón. La deseaba demasiado. Que la diabólica criatura le sonriera de forma tan retorcida mientras dejaba que su maná goteara sobre su espada era demasiado.

—Te ayudaré a relajarte si ya has entrado en calor, Ferdina~nd. Déjamelo a mí.

Observó como la cabeza coronada de cabellos azules bajaba poco a poco sembrándole besos por todas partes, entreteniéndose en sus pezones que besó y mordisqueó apenas un poco, haciéndolo sentir incómodo y excitado a la vez. La miró descender, marcando con su lengua las abdominales marcadas por el ejercicio de entrenar en el curso de caballeros. La observó tomar su espada entre las manos, recordando que nunca lo había tocado de forma tan directa. Por lo general, siempre le dejaba puesta esa última prenda para cumplir con la súplica de él al principio de su relación… súplica que ahora ardía en deseos por desechar.

La boca de Rozemyne envolvió su espada, haciéndolo gemir ante la deliciosa sensación de su boca dándole afecto y cariño. Sus manos no tardaron en encontrar los cabellos azul medianoche y enredarse en ellos, excitándolo ante la suavidad que sentía. Rozemyne se incorporó entonces con una sonrisa divertida, gateando para besarlo en los labios. Sabía tan dulce en la forma correcta, que sus labios eran adictivos.

—Ya que no podemos convocar al invierno completo, permíteme traerte a alguien que pueda reclamarlo.

—¡Espera un momento! ¡No quiero compartirte con nadie! ¡No estoy dispuesto a que me compartas tampoco!

—Pero no te estaría compartiendo en realidad —respondió la chica poniéndose en pie, corriendo una cortina a un lado de la cama en su habitación del palacio y dejando ver… a una Rozemyne adulta, de tal vez diecinueve o veinte años con el cabello recogido, senos llenos y caderas grandes mirándolo con un semblante tranquilo—. Ella y yo somos la misma, así que no te estaría compartiendo con nadie. ¿No lo ves? Ambas somos Rozemyne. Ambas somos tuyas y de nadie más. Solo que tú no has querido dejar que esa deliciosa espada tuya entre en mi cáliz, así que usaremos el de ella.

Se quedó sin palabras por un momento, sentándose de golpe y viendo a ambas versiones de Rozemyne… una era su prometida… la otra era… SU ESPOSA… la encarnación de la diosa Mestionora según muchos y la madre de…

—Ferdinand siempre se ve tan bien con el cabello largo —suspiró la versión adulta de Rozemyne, llevando una mano a su mejilla en un gesto imitado de una caballero femenina y cabezahueca—, ¿no lo crees, Rozemyne?

—Tienes toda la razón, Myne —afirmó su novia, cuyas curvas no se habían desarrollado tanto todavía y su estatura era un poco más baja que la de la mujer en falda corta y la pequeñísima blusa que solo cubría sus senos y parte de sus brazos—. ¿Entonces? ¿Lo hacemos?

—Cuenta conmigo, pequeña.

Las dos mujeres sonrieron con complicidad, mirándolo como si se tratara de un plato nuevo de pescado o un montón de libros sin leer.

Ferdinand intentó escapar de ellas, sin embargo, su ropa interior se le atoró en los tobillos, haciéndolo caer.

Su esposa lo ayudó a levantarse, besándolo de un modo apasionado, metiendo su lengua en su boca en tanto sentía la dulzura de otra boca similar en su espada. Cuando el beso se cortó, encontró a su novia devorándolo con gusto, mirándolo con una enorme sonrisa antes de que lo volvieran a acostar en la cama.

Su esposa se despojó de sus ropas entonces, sentándose sobre su espada y haciéndolo gemir por la sensación divina provocada por el interior de su cáliz.

—Rozemyne, ¿Ferdinand ya te ha hecho… un beso del dios oscuro?

—Temo que no, creo que debo dejarlo probarme entonces —respondió la jovencita desde la espalda de la adulta, abrazándola para poder mirarlo desde ahí—. ¿Entonces, Ferdina~nd? Ya que no podemos invocar al invierno, ¿probarías mi cáliz de otra manera?

Estaba mareado por toda la situación. Su silencio debió ser tomado como una afirmación porque ambas Rozemyne se sonrieron y cuando se dio cuenta, tenía un jardín azul medianoche a la vista, con la abertura palpitante de una flor que, bien sabía, conducía a un cáliz.

Su esposa comenzó a moverse sobre él y sus brazos atrajeron los muslos de su novia. Su boca se abrió. Su lengua no tardó en salir para ayudarlo a estimularla del modo que a ella le gustaba. Una sinfonía de gemidos en la voz de ambas Rozemyne inundó de inmediato la habitación. Aquello era perverso. Retorcido. Lujurioso… Y tan reconfortante que simplemente no podía parar.

—¡Así, así, Ferdina~nd! —gemía la versión joven.

—¡Oh, Darling! Si ya sabes que nada le pasará a nuestro hijo… ¿porqué no me tomas… más seguido? —gimió la otra.

'¡Nuestro hijo!'

Sus ojos se abrieron de pronto. Su cuerpo se disparó al frente. La visión se le nubló por un momento y comenzó a respirar con dificultad, cubriendo sus ojos un momento para calmarse antes de mirar a todos lados, todavía desconcertado.

Su cabello estaba largo, pero no demasiado. Le llegaba apenas a los hombros y lo traía suelto ya que se había acostado a dormir. Su pijama estaba en su lugar. El dosel alexandrino lo mantenía separado del resto de la habitación y… y su amada esposa descansaba inocente a un lado, desnuda luego de haberse enfadado con él antes de acostarse a dormir.

Incapaz de seguir ahí, sintiendo un sentimiento de culpa extraño y asqueroso creciendo en su interior, Ferdinand salió de la cama y se dirigió al cuarto de aseo para darse un baño con agua fría.

Cuando volvió a la habitación, completamente vestido y con el cabello recogido en una pequeña cola de caballo, el hombre hecho una mirada fugaz a la cama para luego sentarse en su escritorio a tratar de trabajar preguntándose qué demonios había sido todo eso.

.

Ese día no se atrevió a ver a su esposa a la cara. Los malditos dioses se la habían jugado buena esta vez. Estaba demasiado avergonzado.

Primero se negó a mirarla en el despacho. Luego a la hora de la comida. Incluso se negó a visitarla en la biblioteca para verificar que estuviera bien. Recibió un informe de Margareth y luego siguió con sus propias actividades en el laboratorio.

Cuando volvió más tarde a su habitación, ya no había rastro del carrito de servicio, solo un plato cubierto con una campana de plata para evitar que la comida se enfriara, una jarra y una copa en su escritorio. Se sentó lo más tranquilo que pudo para comer con rapidez. Consideró la posibilidad de volver a su laboratorio y dormir en la tumbona de su habitación oculta, pero Rozemyne se molestaría mucho si hacía eso… ¿Se molestaría aun más si se enteraba de que…?

—¿Ferdinand? —le llegó la voz cansada de su esposa desde algún lugar atrás de él—, ¿tenías demasiado trabajo hoy? Lo lamento, quizás debería ayudarte con más trabajo, tengo demasiada energía de todas maneras.

—No, no, tú debes descansar. No te preocupes por mí —respondió sin atreverse a mirarla.

En algún momento, cuando estaba tragando el último bocado sintió unas manos envolverle el cuello y el calor aromático que caracterizaba a todas sus diosas, tensándolo, haciéndolo sonrojar por la vergüenza.

My love [¿está todo bien?]

—[Lo está, solo ve a dormir.]

El abrazo se intensificó. Su esposa le depositó un beso en la mejilla y él se volteó al otro lado con los ojos cerrados y la mandíbula tensa. ¿Cómo podría devolverle el beso luego de…?

—Ferdinand, estás muy raro. Hoy no me miraste para nada. ¿Qué ocurre?

Se mordió la lengua para no hablar. Apretó sus labios y la visión de tener a dos Rozemyne sobre de él complaciéndolo apareció en su mente en una fracción de segundo. Suficiente para que su cuerpo reaccionara. Suficiente para que se retirara con cuidado las manos de todas sus diosas y se pusiera en pie, alejándose sin dignarse a mirarla.

—¿Ferdinand? Si es por el bebé, ya te dije que no va a pasarnos nada y además…

—¡Te fui infiel!

Quería morirse ahí mismo.

Cerró los ojos y dejó caer sus hombros, compungido y asqueado consigo mismo. ¿Cómo, en el nombre de todo lo sagrado, pudo haber hecho algo como eso? ¿Cómo dejó que pasara?

Los pies de todas sus diosas fue lo primero que miró frente a él. Parecía que de nuevo estaba desnuda pero no podía importarle menos. Él había sido débil. Había sido perverso. Había sido inmoral. No merecía su amor ni la exclusividad de su cuerpo. No merecía gobernar con ella y no…

—Ferdinand, mírame y explícame bien lo que acabas de decir, por favor.

La mano en su mejilla estaba cargada de una ternura y una preocupación que no se merecía. El tono de voz era cálido y calmo. La mirada en los ojos dorados que veía ahora estaban cargadas de confusión y… y algo que no parecía asco, repudio, odio o dolor. No podía comprender que ella fuera tan buena con él. Que no lo odiara luego de las palabras que acababa de lanzarle.

Los brazos de todas sus diosas lo estrecharon de inmediato. La sintió palmearle la espalda con maná a modo de consuelo y por alguna razón, su cuerpo perdió fuerza y se dejó hacer, apoyándose en ella antes de cubrir sus ojos y confesarlo todo. Las citas con esta Rozemyne más joven durante las noches, el modo en que la había tocado a pesar de ser tan jóvenes… y luego, su mayor vergüenza. Había invocado el invierno con dos Rozemyne que no eran ella… o que no estaba seguro de si lo eran… ¿Lo eran?

—Está bien, Ferdinand. No estoy molesta contigo.

Podía escucharla sonriendo con comprensión a través de sus palabras.

Ferdinand se enderezó entonces, mirándola incrédulo antes de sentirla besarlo en los labios con dulzura y amor.

—Tal vez me pasé un poquito de la raya con mi ropa, pero no me estabas dejando muchas opciones —le comentó ella. Hasta ese momento la vio de verdad.

Su amada esposa, la madre de su pequeña Aiko tenía puesto una especie de corsé negro de cuero que se abrazaba a su figura como un guante, resaltando su jardín apenas oculto, sus caderas engrosadas, su cintura todavía pequeña, sus senos tan llenos que parecían a punto de desparramarse de los dos pétalos de cuero negro que los sostenían, el hermoso lazo reluciente de listón satinado formando un moño a un lado de su cuello para enmarcar su collar de matrimonio… y un par de orejas de shumil con flores alrededor que parecían salir de su cráneo mismo.

La confusión debió mostrarse en su rostro porque su esposa giró, permitiéndole ver una cola algodonosa y redonda ahí donde la espalda pierde su casto nombre, justo en medio de donde debían estar sus hoyuelos de Efflorelume antes de voltear de nuevo a mirarlo.

—Si, quizás he estado exagerando un poco, pero… —murmuró ella, avergonzada y algo cohibida con su atuendo por primera vez esa semana—, de verdad te he estado necesitando estos días y encerrarme en mi habitación oculta de la biblioteca para leer novelas eróticas mientras me toco pensando que eres tú no es suficiente.

—¿Qué has…? ¿Desde cuándo?

—Casi toda la temporada… nada de lo que he hecho parece convencerte de tomarme y yo… es como estos malditos antojos que tengo de cosas dulces… pero a diferencia de los dulces de las cocinas, no puedo tenerte a ti… y además… ¡lo lamento! No debería tratar de forzarte. Aunque me sorprende que creas que me fuiste infiel solo por un [sueño húmedo].

Ella lo miraba divertida ahora, retirándose la diadema que sostenía las orejas para colocarla en su escritorio y tomarlo de la mano, conduciéndolo a un sofá para sentarse juntos en él. Esa actitud seductora olvidada al igual que las orejas falsas de shumil.

—Cuando estaba tratando de recordar todas las posiciones del kama Sutra para los volúmenes del buen libro, estaba tan excitada de manera tan constante, que terminé soñando un par de veces que tenía tres Ferdinands tomándome —confesó ella con las mejillas sonrojadas y una sonrisa pequeña y divertida—, por supuesto, cuando despertaba solo estabas tú, solo uno de ti, pero eso es suficiente para mí, ¿sabes?

—¿Entonces… no te fui infiel? ¿O me fuiste infiel a mi?

—Te fui infiel contigo, jajajajajajajajajaja, pero eso fue solo un sueño, así que no hay ninguna infidelidad. Y ya que todo esto de verdad te está pasando factura… ¿quieres ir a dormir? Incluso me pondré uno de los pocos camisones a los que no les hice cortes en las piernas y el escote.

La miró como si fuera la primera vez. No estaba molesta, solo un poco asombrada y algo divertida. Incluso estaba siendo atenta a las necesidades de él… a pesar de que él mismo había sido negligente con las de ella.

La acercó para besarla, saboreando el verdadero sabor de sus labios y de su mana, sintiéndose más tranquilo ahora que notaba que las sensaciones e incluso los sabores en la memoria de sus sueños eran apenas un reflejo impreciso.

—No, my love. Te debo un invierno abundante. Solo dime si te lastimo a ti… o a la semilla, por favor.

Ferdinand se levantó antes de tomarla en brazos y cargarla hasta la cama, sintiéndose más y más ligero con cada paso que él daba o con cada risilla que ella le obsequiaba, abriendo las cortinas al final para depositarla en el lecho con suavidad, suspirando sin dejar de mirar la extraña ropa de Rozemyne.

—¿Estás seguro?

—No, pero no voy a permitir que los dioses sigan jugando conmigo o que tengas que complacerte sola… solo dime como te retiro esa… cosa que llevas puesta.

La mujer dejó escapar una risa de felicidad antes de voltearse y darle la espalda, retirando su cabello hacia un lado para permitirle ver más de la mitad de su espalda descubierta.

—Tiene un cierre, solo jálalo despacio, debería llegar un poco más debajo de mi colita algodonosa.

Fue difícil no reírse de eso último, sonriendo y moviendo la cabeza despacio de un lado al otro antes de jalar del cierre, besándola en los hombros y comenzando a tirar de la extraña prenda.

—¿Y porqué esta cosa tiene aditamentos de shumil?

—¡¿Puhii?! —respondió ella mirándolo divertida, obligándolo a reír un poco esta vez—, dijiste que soy un shumil pervertido… bueno… pues ahora sí que lo soy.

Tuvo que cubrirse la cara para no estallar en carcajadas, antes de soltarlo todo en un suspiro largo y terminar de desvestirla.

—Muy bien, señorita shumil pervertida, dejémosla correr libre por un rato antes de dormir.

—¿Mañana también? ¿Puhii?

Ferdinand comenzó a desvestirse sin dejar de sonreírle a Rozemyne, subiendo a la cama con ella cuando estuvo desnudo, sonriendo un poco más al notar que su espada la apuntaba a ella con más necesidad de la que le gustaría admitir.

—Ya veremos, señorita Shumil. Por hoy puedes ser todo lo pervertida y desvergonzada que quieras, ¿de acuerdo?

No tuvo que decirle más. La mujer que había tomado como esposa, aquella a la que le había jurado lealtad eterna no tardó nada en saltarle encima, llenándolo de besos y haciéndolo gemir de placer. Esa noche hicieron el amor dejando que la intensidad de sus caricias fueran de lo violento y necesitado a lo lento y cariñoso y Ferdinand, a regañadientes, admitió que en verdad la había necesitado demasiado.

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Notas de la Autora:

Antes que nada, la última escena de sueños... un párrafo o dos antes de que aparezca la segunda Rozemyne, fue escrita por Anemolti95. Gracias por echarme la mano con esa escena, jajajajaja.

Cuando pasé un mes entero sin actualizar, entre la lluvia de ideas para los capítulos que escribiría al volver, puse que quería atormentar un poco a Ferdinand con sueños subidos de tono y Anemolti95 me ofreció esa escena. Ella quiere escribir sobre un tejido donde Alexanfria y Arsenbach coexisten, siendo Rozemyne una de las hijas de Aub Alexandria en tanto Ferdinand de verdad es hijo de su padre y de otra esposa... y si, Rozemyne es demasiado confianzuda con él en ese tejido. No sé si lo escribirá pronto o aún tarda, pero dijo que en serio lo quiere escribir, así que se los comento por si acaso.

Muchas gracias por los favs, follows y reviews que dejan, me inspiran a seguir con esta historia.

SARABA