Los Dioses del Amor
Semillas de Bluanfah II
El verano estaba cerca de tocar su final. Rozemyne destilaba felicidad por el día compartido con toda su familia de la ciudad baja.
Por supuesto, no le había pasado por alto que Eckhart y Angélica estuvieron ahí también, siempre dos puestos detrás de ellos en ropas de plebeyos… quizás Angélica si que se había estado divirtiendo en tanto Eckhart mantenía un ojo sobre ella y Ferdinand en todo momento. En todo caso, la poca vigilancia le había dado una sensación de libertad que la embriagara a tal grado, que a poco de terminar de cenar dio el anuncio de que estaba embarazada por segunda vez.
–¡Si! ¡Voy a ser tío de nuevo!
–¡Mi hermosa Myne me dará otro adorable nieto!
–¡Mi Myne! ¡Felicidades por la buena nueva!
–¡Eres una pillina, Myne! ¡Felicidades!
Estaba recibiendo un abrazo de toda su familia, de modo que tardó un poco en notar lo decaídos que parecían Lutz y Ferdinand.
Cuando todos volvieron a sentarse para concluir con la cena, Lutz le dirigió una sonrisa amable y la felicitó. Ferdinand no dijo nada, solo anunció que era momento de volver a casa y eso hicieron luego de despedirse de todos.
El camino al ala de niños fue bastante silencioso en realidad.
Ella se sentó junto a la cama de su pequeña en cuanto estuvo lista y le leyó el cuento de los niños de las estrellas. Ferdinand le cantó una canción a Aiko y luego volvieron a sus aposentos, de nuevo, en silencio.
–¿Ferdinand? –llamó ella cuando sus asistentes salieron de la habitación, dejándolos para que pudieran descansar.
–¿Hace cuánto que lo sabes?
Ella lo tomó de la mano, obligándolo a mirarla antes de responder.
–He tenido mis sospechas desde que volvimos de Dunkelferger… lo comprobé esta semana.
La mirada vacía de Ferdinand o su actitud fría la hicieron temblar de miedo. El recuerdo de su embarazo anterior la sacudió como el señor del invierno sacudiría una casa a su paso. ¡No podía pasar por toda esa angustia otra vez!
Tomando bastante aire, la joven de cabellos azules tomó el rostro de su esposo con cuidado para luego besarlo, aferrándose a él cuando intentó soltarse, terminando ambos rodando un momento por la cama hasta que Ferdinand terminó arriba de ella, sentado a horcajadas y sosteniéndola de las manos.
–Sé que esto te preocupa, pero voy a estar bien. ¡Vamos a estar bien!
–¡No puedes saberlo!
La vida regresó a los ojos dorados que antes parecían vacíos. Podía ver el miedo, la preocupación y una determinación que no le gustaba nada.
–¡No voy a quedarme encerrada de nuevo aquí por tres temporadas!
–¡Rozemyne…!
–¡No, Ferdinand! ¡Estoy embarazada, no enferma de algo contagioso y mortal!
–¡Un embarazo puede ser mortal!
–¡Soy Aub Alexandria y no es mi primer embarazo! ¡Nadie va a morir porque salga de la habitación!
Ahí estaba la terquedad encarnada de Ewigeliebe. Su esposo estaba dispuesta a confinarla cómo si fuera Geduldh en medio del hielo… ¡No ésta vez!
–¡Quiero una médico mujer!
–¡¿Qué?!
La cara de Ferdinand era de sorpresa y confusión. Podía ver el orgullo del hombre despedazarse poco a poco. No era para menos. Él había sido su médico desde los siete años después de todo.
–Ferdinand, no tienes más experiencia que el embarazo de Aiko y además eres el padre. Necesito una mujer médico que esté más versada en las artes de Heilschmerz y Entrinduge. Alguien que pueda revisarme y darme seguimiento de manera objetiva. Tú eres muy competente y muy inteligente, pero no puedes ser objetivo con esto y lo sé. ¡No voy a permitir que me encierres de nuevo!
Ferdinand la soltó, bajando de la cama y saliendo a su recámara.
Rozemyne se asomó justo a tiempo para ver al hombre con los puños apretados antes de golpear una de las paredes con fuerza, dándole la espalda. No escuchaba nada, pero por como se movía o la forma que dio un segundo y luego un tercer golpe al muro, supuso que Ferdinand estaba gritando mientras sujetaba una herramienta anti escuchas.
Sabía que el hombre había estado muy angustiado durante su embarazo anterior, de hecho había esperado algo así la primera vez… no ésta.
Rezando a Duldsetzen por un poco de paciencia, la joven regresó al interior de la cama, separada del resto de la habitación por las cortinas cerradas, esperando hasta dejar de escuchar golpes en el muro y pasos en el suelo.
Rozemyne se asomó entonces, notando a Ferdinand cubriendo sus ojos en tanto su otra mano colgaba ensangrentada cómo si se hubiera roto el hombro. No le quedó más opción que enviarle una bendición para curarlo.
–No deberías gastar tu mana en este momento –la regañó él sin cambiar de posición.
–Y tú no deberías lastimarte de ese modo.
Ferdinand no le contestó, solo desvió la mirada hacia otro lado.
'Bueno, pues este juego lo podemos jugar dos.'
Se sentía agobiada solo de pensar en pasar de nuevo por un abandono pronunciado cómo la última vez, de modo que se sentó con los brazos cruzados sin molestarse en ocultar su enojo.
–Es por cosas como esas que no puedes seguir siendo mi médico, al menos no durante este embarazo… o ninguno futuro…
Los ojos de su esposo se abrieron con temor e incredulidad. Aún se negaba a mirarla, pero estaba cerca.
–Quizás lo olvidaste, pero además de alimentar de mana a la fundación, debemos agrandar la casa archiducal. Si fuera necesario, adoptaría niños con devorador, pero ya quedó más que confirmado que soy perfectamente capaz de tener a mis propios hijos. ¡No voy a conformarme con uno o dos!
–¡Y yo no quiero que te expongas de esta manera! ¡Idiota!
–¡No me estoy exponiendo! ¡Solo mira a Aiko! ¡Está sana! ¡Yo estoy sana! ¡No es como que un par de embarazos más vayan a matarme!
–¡¿Y si te equivocas?! –gritó Ferdinand con fervor, comenzando a acercarse a ella–. ¡¿Qué se supone que haga si uno de ellos te deja débil?! ¡¿Cómo pretendes que siga adelante si mueres en un embarazo?! ¡¿O dando a luz?!
Estaban a dos pasos de distancia uno del otro. Ninguno daba su brazo a torcer. La furia parecía hervir dentro de ella, burbujeante y revitalizante a un punto insano, incluso era posible notar el enorme círculo mágico que Ferdinand había tallado en el suelo para drenarles el mana poco a poco y proteger al resto de los residentes del castillo en casos como este… aún si era la primera vez que discutían a este grado.
–No voy a enfermar por embarazarme y no voy a morir dando a luz, Ferdinand –siseo ella despacio y de un modo amenazante–, tenme un poquito de fe.
Una sonrisa burlona y desagradable apareció en el rostro de su esposo, una que en realidad no le había visto nunca, mientras el hombre se agachaba despacio hasta quedar a la misma altura que su rostro.
–No eres más que un shumil problemático. Frágil a pesar de tener tanto mana y con la cabeza metida en el lugar equivocado. ¡Este es el último hijo que vamos a tener y punto!
–¿Frágil? ¿El lugar equivocado?
Estaba furiosa. Una furia fría que parecía reflejarse en él. Los ojos de Ferdinand refulgían en los colores del arcoíris y una niebla blanca había comenzado a emanar de él poco a poco sin que ella alcanzara a distinguir bien la tonalidad. Su propio mana estaba saliendo de ella a manera de niebla, retorciéndose y mezclándose con el de Ferdinand en tanto una calma aterradora se apoderaba de ambos.
–No quería admitirlo –soltó Ferdinand con un tono cizañoso que no le escuchaba desde que ella convirtiera la piedra de compromiso de Sigiswald en polvo de oro–, pero estás demasiado influenciada por Brennwarme para que puedas pensar de manera racional.
No supo que fue lo que la movió, solo sintió como su cuerpo se llenaba de mana antes de saltar, derribando a Ferdinand en el suelo, sintiéndose ofendida y… excitada a la vez.
–¡¿Racional?! ¡¿Quieres que actúe racional?!
Lo tenía contra el suelo, sostenido por el cuello de su camisa y resistiendo a la fuerza de los brazos de Ferdinand que intentaban obligarla a soltarlo.
–¡[¿O solo quieres que piense igual que todos los estúpidos mojigatos atrasados que abundan en este anticuado país subdesarrollado?]!
–¡[¡Quiero que dejes de pensar con tu cáliz, maldita sea! ¿Cómo se supone que te cuide si me pones las cosas tan difíciles?]!
No sabía cómo se estaba sintiendo, no podía ponerle nombre a su emoción.
¿Molesta? ¿Frustrada? ¿Herida? ¿Incitada? ¿Desafiada? ¿Feliz por lo último?
Rozemyne le devolvió la misma sonrisa desagradable que él le había dado. Una sonrisa desafiante, cargada de todo tipo de promesas viciosas e insultos perversos antes de respirar, relajar un poco sus brazos y reposicionar sus manos.
–[Tienes razón, Ferdinand. Probé la fruta prohibida y ahora no quiero más que tomarla una y otra vez y dejar que sus semillas tomen raíz en mis entrañas.]
El mana de Ferdinand comenzó a calmarse. Sus manos dejaron de forcejear con las de ella. Incluso sus ojos estaban dejando de brillar poco a poco en los diversos tonos de los dioses.
–[Y ya que, técnicamente soy una puta para los estándares de Yurgensmidt, déjame que te demuestre que tanto]
–[No dije que fueras una…]
No lo dejó terminar. Sus manos usaron mejoras desde la espalda para jalar la ropa con fuerza, desgarrando todas las capas de tela para dejar solo la piel nívea a la vista.
–¡Rozemyne!
Sonaba asustado y preocupado. No podía importarle menos. Sus manos volaron a su propia ropa haciéndola pedazos, dejando su pecho y su vientre al descubierto antes de lanzarse a reclamar los labios, la mandíbula y el cuello de su esposo.
Sus caderas se frotaron contra él, frustrada al no encontrar la erección que tanto estaba comenzando a necesitar. Sonrió entonces, separándose de la piel dulce y conocida con una idea en la cabeza.
–Esto no está bien –susurró Ferdinand cuando ella colocó sus manos sobre el pecho de él y comenzó a alejarse.
–Tienes razón, no está bien –respondió con una sonrisa noble, guardando su mana poco a poco sin dejar de sentirse exaltada–. No estuvo bien que me obligaras a satisfacerme sola. No está bien que quieras decidir cuántos hijos puedo o no tener. Y no está bien que esa espada tuya esté guardada cuando podríamos darle un mejor uso.
Ni siquiera lo pensó. Imaginó que tomaba una esfera de mana y la colocaba en su vientre, conectándola a la pequeña vida desarrollándose en su interior antes de tomar un saco lleno de mana y prepararlo. El resto fue como respirar.
Dejando que su sonrisa se ensanchara, Rozemyne dejó que todo el mana del saco entrara en Ferdinand antes de tomarlo de regreso y volverlo a empujar dentro de él.
Un sonrojo demasiado vistoso cruzó el rostro de Ferdinand, sus ojos se volvieron vidriosos por un momento.
–¡Rozzzzzzemmmyyyyne! –jadeó el hombre entre sus piernas, dejando su cuerpo lánguido en el suelo.
Se veía tan adorable que una parte de su furia dimitió, sin embargo, no era suficiente.
Rozemyne recolectó de nuevo su mana, repitiendo el proceso de teñir y desteñir a Ferdinand un par de veces más hasta notarlo respirar demasiado rápido, con algunos gemidos suaves saliendo de su garganta y su pene comenzando a erguirse debajo de ella, haciéndola sonreír.
–Ferdinand, te amo muchísimo, sin embargo, debo admitir que no tengo en abundancia las bendiciones de Brennwarme.
Estaba tan sonrojado como la primera vez que habían compartido el lecho y tan quieto como la primera vez que ella usó el hechizo del copypaste para rellenar los huecos en la sabiduría de él. Tan tentador…
–Parece que Angriff y Beischmacht también me han colmado el día de hoy.
Lo llenó de nuevo antes de retirar su mana y llenarlo una vez más, tomando su mana de regreso y dejando una parte en él, bajando de su posición encima de Ferdinand lo suficiente para usar de nuevo sus mejoras físicas y desgarrar el resto de la ropa de ambos. Le estorbaba demasiado.
Con cuidado de no lastimarlo, Rozemyne cargó sus dedos con mana, pintando el miembro casi por completo erecto, inyectándole pequeñas descargas cada vez que rozaba la punta, escuchándolo gemir y removerse un poco.
El sonido, aunque apenas audible, era demasiado para soportarlo. Lo joven Aub no tardó mucho en comenzar a acariciar sus pechos y luego desviar su mano hasta sus piernas, estimulándose sin dejar de dar descargas de mana a su pareja en el suelo.
Tal vez fueran sus propios gemidos necesitados o el hecho de llevar encima las mangas de su ropa destrozada, mostrando su cuerpo cargado de encantos, la razón no importaba, los dedos de Ferdinand no tardaron en alcanzarla, acariciando su tobillo, su pierna y el interior de uno de sus muslos dejando escapar mana delicioso y estimulante, ayudándola a masturbarse, penetrándola con sus dedos sin dejar de mirarla de una manera lasciva que no hizo más que excitarla hasta límites insospechados.
Rozemyne lo soltó, poniéndose de pie para retirarse los girones de ropa y acuclillarse sobre él, sonriéndole con apenas un hilo de enojo en ella.
–Me duele cuando te pones así, Ferdinand. Cómo si estuvieras desdeñando a nuestros hijos –explicó sin dejar de mirarlo a los ojos, su sexo a la vista y una de sus manos acariciando los sedosos cabellos azul claro de su esposo–. Me molesta pensar que no quieras formar una familia conmigo…
–Pero si quiero… –murmuró él sin dejar de mirar de su rostro a lo que se escondía entre sus piernas.
–¿En serio? Comprendo que quieras protegerme. Comprendo que temas que me pase algo malo, pero no estás confiando ni un poco en ti y yo no estoy dispuesta a complacerme sola, dormir sola o vivir sola las próximas tres temporadas –dijo más tranquila–. No de nuevo, Ferdinand.
–No quiero lastimarte –confesó él, desviando la mirada y cerrando los ojos para calmarse.
–Tu abandono me lastimó mucho la vez pasada. Es más probable que suba la altísima escalera y reclame un lugar en la biblioteca de Mestionora si sigues siendo negligente conmigo. ¿Lo entiendes?
Lo observó asentir todavía con los ojos cerrados y las orejas rojas. Lo sintió tratar de alcanzar su rostro para cubrirlo, dudando al entrar en contacto con los pies de ella.
–Tú me ayudaste a superar mi temor a las piedras fey. Me obligaste a verlas, a tocarlas y a utilizarlas en esta misma habitación hasta que pude superarlo… es mi turno de ayudarte a ti… si estás dispuesto, claro.
Lo vio torcer su boca y apretar sus ojos. Lo notó morder uno de sus labios con fuerza hasta casi sangrar. Tuvo que acariciar su rostro con un poco de mana para ayudarlo a relajarse y abrir los ojos de nuevo, mirándola con más calma y apenas un poco de ese brillo cargado de deseo con que la había estado mirando un rato atrás.
–[¿Entonces, Ferdinand? ¿Tendré que obligarte a tocarme y darme mana cada vez que me embarace o podemos hacerlo por las buenas? Mira que, si es por las malas, te juro que me voy a volver una perra desalmada y saldré de esta habitación para someterte todos los días donde y con quién sea que estés. Tú decides.]
Lo escuchó suspirar. Luego lo observó poniendo su cara de rendición junto a una pequeña mueca de frustración, haciéndola sonreír.
–Nunca vas a dejar de causarme problemas, ¿cierto?
–Podría decir lo mismo de ti, darling. Qué te parece si empiezas por consentirme un poco, ¿Mhh?
Otro suspiro. Sus cuerpos estaban tan cerca que percibió el momento en que se cruzó de brazos sin atreverse a moverse más.
–¿Qué quieres que haga?
Simuló pensarlo un poco, pasando su dedo índice por sobre su labio inferior antes de lanzar un vistazo abajo, sonriendo de lado al sentir la punzada de lujuria apoderarse de ella de nuevo.
–Quiero que me comas, Ferdinand. No hay forma de que me lastimes con eso.
Debió convencerlo bastante rápido porque los brazos de su marido la rodearon de los muslos, guiándola con delicadeza hasta tenerla sentada sobre su rostro.
No estaba segura si era solo deseo, el amor que podía sentir en sus manos y su boca o el mana en la saliva de Ferdinand, pero no tardó mucho en comenzar a lloriquear y venirse. Sin poder esperar más tiempo se giró para poder mimar a Ferdinand en la misma forma que él la estaba mimando, sintiendo como un segundo orgasmo se formaba en su interior hasta estallar.
–¡No es suficiente! –se quejó antes de gatear hasta sentarse sobre el miembro erecto y cálido de Ferdinand, disfrutando la sensación de estar llena antes de comenzar a frotarse y gemir de placer.
–¡Rozemyne! –gimió su esposo con un gruñido de molestia que no le pasó desapercibido.
Ella solo se movió de tal forma, que no hubiera ni un milímetro más para ingresar en su cuerpo antes de suspirar complacida.
–Estoy bien. Mi cuerpo casi ni ha cambiado aún. No pasará nada y en serio necesito esto.
Siguió moviéndose tomada de los tobillos de Ferdinand, aferrándolo con fuerza sin dejar de aumentar la velocidad hasta alcanzar su liberación, gateando un poco para sujetarse de la cama.
–¿Segura que no va a pasarte nada, todas mis diosas? –susurró la voz ronca de Ferdinand en su oído.
–Lo juro.
Eso pareció bastar para que el hombre la aferrara de las caderas, penetrándola de nuevo, aprovechando que ella estuviera sosteniendo la mitad de su cuerpo en la cama para acariciarle la espalda, los costados, las caderas e ir aún más rápido que antes, acabando pronto por el exceso de estimulación.
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Margareth le había entregado su nombre. La ropa de tela de plata estaba lista para protegerla y sus costureras habían hecho suficiente para cubrirla en cada cambio que presentara su cuerpo con cambios de sobra. Convencer a Ferdinand de dejar la mayor parte de estas prendas al servicio de otras nobles mujeres interesadas en seguirla no fue muy difícil.
Por supuesto que su horario de trabajo cambio.
Margareth estaba de acuerdo con Ferdinand en qué no podían arriesgarla a qué tuviera problemas por cansancio o uso excesivo de mana.
–¡En serio, ustedes dos! ¿Qué podría pasarme?
Que ambos eruditos pusieran cara de circunstancia no ayudaba en nada.
–Milady debe comprender que esto no es algo que se haya hecho antes, en toda la historia del país. Las mujeres nobles no suelen arriesgarse a salir o tener contacto con otras personas una vez se enteran de que están con la Carga de Geduldh.
–¡Pero estoy bien! ¡Me siento con más energía que nunca!
Y era cierto. Rozemyne se sentía como si le hubieran dado varios energizantes ultra efectivos desde que despertaba.
La primera semana en su oficina no se percató de cuánto tiempo había pasado sino hasta que se hizo el alto para tomar el té y descansar. Estaba eufórica y demasiado motivada. Con gusto se habría ido a tomar un entrenamiento corto con sus caballeros o incluso habría subido al tejado para nadar varias vueltas en la piscina si no tuviera a Ferdinand mirándola con mala cara. Sus pensamientos debían ser muy obvios.
Margareth no tardó en llegar a hacerle un chequeo poco después. Se los hacía todos los días cuando terminaba la hora del té, después la joven Aub se dirigía al ala de niños para pasar un tiempo con Aiko y verla correteando con sus compañeros de estancias, que en ese momento eran pocos. Solo las mujeres de su séquito, aquellas que le tenían una fé ciega, le tomaron la palabra con la invitación a utilizar la sala de juegos del ala de niños como guardería.
De ahí, la joven supervisaba algunos proyectos. Recetas nuevas en las cocinas. Desarrollo de nuevas tecnologías. La escuela del Templo para los plebeyos durante el otoño. Audiencias con los comerciantes o bien con algún giebe. En ese punto, Ferdinand y Margareth le prohibieron asistir a las audiencias menores con nobles, solo asuntos urgentes o de gran importancia.
Al terminar la comida, la mujer tenía permitido trabajar con su pequeña orquesta o con sus diseñadoras de moda.
Su contacto con otros nobles había cambiado al mínimo, pero al menos no la tenían encerrada, mirando el techo y las cortinas del dosel.
Al terminar podía ir a leer a su sala de lectura en la biblioteca.
Se le prohibió acercarse a los laboratorios. Demasiados nobles. Demasiadas plantas y bestias Fey. Demasiado mana en proceso de experimentación.
Para la hora de la cena, Margareth le hacía un último chequeo y luego se retiraba a su propio hogar donde esperaba a que Justus terminara con su propio trabajo.
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–¡Rozemyne, necesitas descansar!
–Pero no estoy ni un poquito cansada. ¡Por favor!
Lo que más trabajo le costó esa primera temporada fue que no lograba convencer a Ferdinand de tomarla por las noches. No todas las noches, solo la mayor parte de ellas. El exceso de energía parecía tener su libido demasiado exaltado porque apenas Grettia terminaba de arreglarla, Rozemyne no dejaba de pensar en cuanto necesitaba de su esposo.
Sus senos se erectaban de la nada y su entrepierna se sentía húmeda de anticipación. La urgencia de jugar con él un ditter por Beischmacht era casi agobiante.
–Necesitas descansar. Estuviste fuera de la alcoba todo el día…
–¡Y ya no te vi más que para la comida y la cena después del almuerzo! ¡Por favor!
No le gustaba suplicar por sexo. Lo odiaba. Era frustrante tener que pedir ese tipo de afecto y escuchar negativa tras negativa hasta que Ferdinand suspiraba con cansancio y la jalaba para poder abrazarla y comenzar a teñirla con apenas un beso o dos. Esos primeros meses, Ferdinand no hizo más que masturbarla para dormir de vez en cuando. El hombre estaba muy seguro de que terminaría lastimándola si la penetraba, orillándola de manera inconsciente a hacerse cargo ella misma, de nuevo, más veces de las que quería admitir. Sus hormonas parecían al menos tres o cuatro veces más descontroladas que las de algunas compañeras de dudosa reputación en su universidad de cuando era Urano. No le dejó alternativa alguna.
–¿Aub está… está segura? Esto se ve muy… incómodo.
Tuuri y sus diseñadoras exclusivas observaban los bocetos con miradas y bocas muy abiertas, siendo su hermana la única que se atrevía a decir algo.
–No son para usarse todo el día, por supuesto –explicó Rozemyne–, es solo para entretenimiento.
–¿Pero porque la urgencia, milady? Si solo es para entretenimiento…
–Bueno, es que… si vas a la guerra te llevas a tus mejores soldados, tus mejores hechizos, tus mejores trampas y tus mejores artefactos bélicos. Si el enemigo es un oponente temible, entonces llevas lo más letal que tengas, bueno, pues esto es lo más "letal" que tengo en mente y, ¡en serio lo necesito!
Su hermana mayor la miró de una forma que parecía decir "espera a que nuestra madre se entere de las cosas que estás pidiendo", pero a Rozemyne no podía importarle menos.
Sus exclusivas soltaron un suspiro colectivo y se cruzaron de brazos antes de tomarle medidas.
Tangas de encaje negro o rojo. Conjuntos transparentes de color azul cielo que parecían haber sido pintados. Sostenes con listones en lugar de tela para resaltar el tamaño de sus atributos. Bikinis que se sujetaban por nudos a los lados que podían deshacerse. Minifaldas en varios colores que mostrarían de todo apenas ella diera un paso o se agachara un poco y corpiños straples cuya tela se volvería transparente al aplicar agua, incluso un body negro con orejas y cola de shumil en el mismo color de su cabello con una cinta azul celeste para su cuello. La chica llegó incluso al extremo de hacer una enorme tajada sobre alguna de sus piernas en sus camisones y reducir de manera considerable los cuellos para mostrar más busto de lo normal sin que estos lograran su objetivo en la alcoba mientras esperaba por su nueva ropa interior.
Para cuando todos los conjuntos estuvieron listos y ella comenzó a retirarse temprano a sus habitaciones para tomar la cena y lucir cada nueva prenda la primera temporada de embarazo casi había terminado. Su vientre casi no se había hinchado, pero sus senos y sus caderas estaban más grandes, tanto que le dolía la espalda si no utilizaba un arnés especial por las mañanas.
En cuanto a Ferdinand… el pobre hombre resistió menos de una semana viéndola usar semejantes ropas escandalosas cuando llegaba a la habitación para cenar con ella. Una suerte que Justus tuviera prohibido entrar a su habitación desde que ella anunciara que estaba encinta.
Cuando el hombre al fin se apiadó de ella, el día que estaba usando el traje de shumil inspirado en el típico traje de las conejitas de playboy, fue la misma noche que Ferdinand pareció rendirse.
Al menos una semana entera luego de ese día, su marido la tomó cada noche, haciéndola disfrutar con cada caricia grande o pequeña… una pena que con el inicio del segundo trimestre las cosas cambiaran.
Primero fueron los ascos. El aroma de los pescados y mariscos le provocaban náuseas. El sabor de cualquier cosa que tuviera azúcar la hacía vomitar todo. Estaba exhausta a medio día y sus tobillos se hinchaban si pasaba más de media campanada sentada sin poner sus piernas en alto… haciéndole imposible manejar el papeleo de manera adecuada.
—Esto es normal, Aub. No se preocupe —le aseguró Margareth esa semana, luego de haber observado los síntomas aumentar—. El bebé parece ser más fuerte que usted, todo se ve bien en sus líneas y su flujo de mana, además de que su corazón late de manera correcta.
—Pero… Margareth… yo estaba muy bien. Me sentía viva. ¡Me sentía fuerte!
—Aub, ningún embarazo es igual a otro. Hay muchos factores que hacen que los síntomas cambien de un embarazo al otro. Su edad. El género del bebé. La dieta que haya estado llevando. La diferencia de tiempo entre un embarazo y el otro. Sus hábitos. Se dice que incluso la temporada puede influir en los síntomas —explicó Margareth con paciencia, ignorando de manera olímpica a Ferdinand, de pie detrás de Rozemyne y apretándole el hombro cada vez más fuerte conforme Margareth enumeraba todo lo que podía estarle afectando—. El bebé está bien, igual que usted. Lo mejor que podemos hacer es modificar sus horarios de trabajo de oficina en intervalos cortos e intercalarlos con descansos y actividades de ejercicio físico moderado. En cuanto a su dieta, los chefs han estado investigando que otras comidas pueden prepararle que no le provoquen vómitos o náuseas.
—¡Por los dioses! ¡lamento tanto estar causando tantos problemas! —se lamentó ella, en verdad dolida ahora que su pequeña racha de "solo antojos y energía extra" había terminado.
—No es ninguna molestia, mi señora. Aub Ferdinand, quisiera solicitar un permiso para ausentarme de los laboratorios la semana entrante y seguir a Aub Rozemyne toda la semana. Me será más fácil verificar si este régimen es de alguna ayuda o si es prudente cambiarlo de nuevo.
—Muy bien —respondió su esposo con aparente calma y un timbre apenas notorio cargado de angustia—. Mi esposa está en tus manos, Margareth… y tu vida en las de ella, así que asegúrate de que ella esté bien.
No le pasó por alto que solo exigió que se velara por la seguridad de ella… intentó ignorarlo, lo intentó con todas sus fuerzas, pero su cuerpo estaba comportándose de un modo extraño. Las lágrimas no tardaron nada en correr por sus mejillas y el hipo se apoderó de ella. Margareth la miró con los ojos muy abiertos por apenas un segundo, antes de disculparse y salir de la habitación, dejándola sola en su sofá con Ferdinand.
—¿Estas bien?
—¿Bien? —se quejó ella sin dejar de llorar—, ¡no te importa si nuestro bebé muere! ¿no es cierto?
No recordaba haberlo visto antes tan horrorizado o su rostro tan expresivo.
Ferdinand la tomó en sus brazos y trató de confortarla, frotando su espalda con apenas un poco de mana sin dejar de besarla en la frente.
—No quise decir eso —admitió él—. Sabes que no quise decir eso.
—¡Pero lo dijiste! ¡Dijiste… que me cuidaran a mi… solo a mí! ¿por qué no mencionaste al bebé? ¿por qué solo a mí?
—Lo siento. Lo siento, Myne. Yo… le pediré a Margareth que se asegure de que ambos están bien. Tú y la pequeña semilla…
—¡Es un bebé, Ferdinand! ¡Nuestro bebé! ¡Deja de llamar "semilla" a nuestro bebé!
Lo escuchó suspirar. Lo sintió tensar la mandíbula y se arrepintió de haberle gritado, pero es que no podía modular su voz, o controlar sus emociones… o pasar por alto el modo en que Ferdinand intentaba lidiar con sus propios traumas durante este segundo embarazo.
—Iré a hablar con Margareth para que los cuide a los dos. Le pediré a Grettia que te traiga un poco de té.
—¡Ferdinand!
Pero el hombre se puso en pie tan rápido como pudo y salió de ahí, huyendo y dejándola sola por un par de minutos antes de que Grettia pudiera entrar. Luego de eso, no la volvieron a dejar salir de su habitación en todo el día. En su lugar, llevaron a Aiko para que comiera con ella y luego para la hora de la cena. Ferdinand llegó justo después, cenando en tiempo record para llevarse a Aiko a su habitación después de que Rozemyne le leyera algún cuento en su cama.
Las siguientes semanas de ese segundo trimestre fueron difíciles. Sus eruditos debían cuidar que no revisara ningún documento que hablara de problemas infantiles de ningún tipo, mujeres embarazadas o cosas en relación con los niños con devorador. Ella no paraba de llorar cuando leía documentos al respecto y al menos una vez había terminado aplastando a casi todos sus eruditos, terminando en Ferdinand cubriéndole los ojos, despidiendo a todos el resto de esa campanada antes de llevarla cargando a su habitación. Ese segundo trimestre fue un verdadero desastre.
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La última vez que se sintió así de angustiado fue muchos años atrás, cuando Rozemyne era todavía una niña que salió a rescatar a su hermanita Charlotte y terminó envenenada y al borde de la muerte, durmiendo demasiado tiempo en su jureve. Se odió por no poder protegerla. Se odió por no prever que alguien podría atacarla a ella o a sus hermanos dentro del castillo de Ehrenfest. Se odió por no llegar a tiempo.
Ahora se odiaba por haberla embarazado una segunda vez. Si bien la primera temporada había sido mucho más llevadera, con él temiendo lastimarla, ahora estaba más que perdido.
Rozemyne debía llevar ahora una dieta reducida y vigilada. Su baja ingesta de azúcar, aunada al frío del invierno, ocasionaron que su mujer tuviera que utilizar ropa con círculos térmicos debajo de su ropa de plata para poder salir de sus aposentos o bien debajo de su ropa usual para estar en su alcoba. Se cansaba con facilidad y sus emociones eran un caos… Nunca se había sentido más falto de control que en ese momento… y lo odiaba incluso más que haber sido el objeto de diversión de los dioses las últimas semanas del otoño.
Rozemyne no pudo participar de los bailes de invierno. La pobre solo salió durante esa temporada a dar los discursos y a entregar las capas de los nuevos estudiantes, permaneciendo en una habitación cercana con las piernas en alto o caminando en círculos despacio, esperando a que él la alcanzara para estar con ella un poco.
Pronto se hizo una costumbre para Ferdinand pasar a la sala de niños para recoger a Aiko a la hora de comer y a la hora de cenar a fin de que la pequeña fuera algún consuelo para su madre y la tranquilizara. Eso fue lo mejor de ese embarazo, a decir verdad. Estuvo ahí cuando Aiko dio sus primeros pasos sin apoyo. Estuvo ahí cuando la niña balbuceó su primera palabra. Papá. Y se sintió feliz y tranquilo los momentos en que su pequeña reía para ellos, dándole los brazos para ser cargada y mimada por ambos. Las últimas dos semanas de esa segunda temporada de embarazo incluso se llevó a las dos a la Academia Real para poder comer y cenar con ellas.
Aiko no podía salir de las habitaciones del Aub. Rozemyne solo podía salir por cortos periodos de tiempo para socializar. Su vientre al fin se había botado, notándose solo cuando no llevaba ropa puesta. Su esposa se las había ingeniado para crear ropa que, de verdad, ocultara su condición. Esas últimas dos semanas se aficionó a tomar una siesta con su hija y su esposa a eso de la quinta campanada. Solo veinte minutos compartiendo una cama con ambas era suficiente para hacerlo sentir lleno de energía y un poco más optimista, retomándolo incluso cuando volvieron a casa.
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Para la tercera temporada, Angélica anunció que estaría quedándose en su casa debido a su incapacidad para hacer trabajo de erudición ahora que cruzaba su segunda temporada de embarazo y Rozemyne pareció recobrar su autocontrol.
Por fin volvía a comer con normalidad. Sus periodos para trabajar en la oficina se alargaron a pesar de que él no estaba de acuerdo. Los ejercicios de Rozemyne disminuyeron también, así como sus reuniones con los plebeyos. Ferdinand comenzó a encargarse de eso para poder cubrirla.
Sin las náuseas, los tobillos inflamados por cualquier cosa y los cambios emocionales súbitos, no podía menos de agradecer a los dioses. Era como si le hubieran dejado a un engendro maligno de Chaosipher una temporada para devolverle a su esposa durante la última.
–¿Cómo te sientes hoy? –preguntó esa mañana todavía en la cama con ella en brazos, cómo todas las mañanas desde que su esposa se descontrolara por el embarazo.
–Un poco cansada, pero no está tan mal.
La besó en la frente. Pasó una mano con mana por su espalda y luego sobre su vientre más por costumbre que porque le preocupara el ser en el interior de su esposa.
–¿Quieres ir a la oficina hoy? Puedo hacerme cargo por ti si lo necesitas.
La miró a la cara. Esa pregunta le había provocado de todo a su esposa desde el invierno. Llanto. Odio. Felicidad. Depresión. El día de hoy parecía conmovida, mirándolo con un enorme agradecimiento en la mirada y una sonrisa gentil. La abrazó con fuerza, besándola de nuevo en lo que escuchaba la respuesta.
–¿Lo harías? ¿En verdad, Ferdinand?
–Sabes que si. Haré lo que mi Aub ordene.
La escuchó reír un poco y se relajó. Ese iba a ser un buen día. Uno tranquilo.
–Me gustaría dar un paseo por la terraza y tomar el té ahí. Tal vez leer un poco.
–Por supuesto. Te alcanzaré a la hora del té. Margareth y Grettia te acompañarán.
–Envía a Laurenz y Matthias, por favor. No quiero que te preocupes.
Sonrió divertido. Su mujer últimamente juntaba a Matthias y Grettia en el trabajo cuando lo que quería era espiarlos por alguna razón. Por supuesto ni él ni Margareth le habían dicho nada al respecto, era mejor si su esposa seguía pensando que nadie se daba cuenta.
–¿Qué tipo de libro quieres que te suban?
–Uno de mamá, por favor. Uno de romance. Tal vez logre comprender la escena oculta entre toda esa poesía [bollywodense] con que adorna las partes interesantes.
Un beso más y se levantó para abrir la puerta y dejar pasar a Grettia. Liesseleta estaba ahí también. Le ordenó que llevara el desayuno y luego fue al baño para poder cambiarse. Para ese momento todos sus pantalones contaban con el nuevo invento de modas de su mujer. Cierres. Hacían mucho más fácil colocarse la ropa, eran discretos y según tenía entendido, había cada vez más herreros capaces de crearlos. Tenía cierres implementados también en algunas de sus chaquetas y camisas, solo en las más complicadas de cerrar.
Para la hora del té, su mujer se veía muy relajada y Margareth parecía optimista.
Por la tarde habían comido con Aiko en su habitación. La pequeña ahora también sabía decir mamá y dame además de libro y canta balbuceando cómo si quisiera que la tomaran en cuenta durante sus conversaciones en la mesa. Que Rozemyne le contestara y la incluyera, aunque parecía fuera de lugar en un principio, también era reconfortante de un modo extraño. El hombre no podía parar de sonreír al verlas interactuar de esa manera. Ambas eran felices y él no podía sentirse más tranquilo.
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–Ordonannz. Margareth, soy Ferdinand, parece que será hoy, ven de inmediato.
La pequeña ave blanca desapareció por la pared y el hombre consideró sacar dos piedras más antes de mirar a su esposa. Su vientre no había crecido tanto como con Aiko. Su respiración era errática y sudaba, cambiando de posición cada pocos minutos, incapaz de encontrar una que la hiciera sentir cómoda. Ferdinand le sobó la espalda, aprovechando que su esposa estaba tratando de descansar sobre sus extremidades, con el camisón colgando lo suficiente para ocultar su vientre.
La escuchó gemir con alivio mientras dejaba escapar su mana. Era la tercera vez en ese mes.
–¿Quieres agua o un poco de té, todas mis diosas?
No contestó, solo giró su cabeza contra la almohada a manera de negativa.
–¿Te duele?
–No, solo… es… no lo sé. No logro acomodarme.
La observó tumbarse de costado.
La puerta se abrió en ese momento y Margareth se aproximó a la cama. Tenían una semana entera durmiendo con el dosel abierto del lado de su esposa.
–¿Hay dolor? –cuestionó la médico aproximándose de inmediato.
–Dice que no. Solo está incómoda, pero no ha dejado de girar y sudar desde hace rato.
Observó a Margareth tomarle la temperatura y el pulso. La observó tentando del vientre de su esposa por sobre la tela delgada y luego examinar entre sus piernas.
–Hay una ligera dilatación. ¿Puede verla, Aub Ferdinand?
Él asintió al notar la entrada al cáliz un poco abierta. No era algo que hubiera notado la vez anterior. Con Aiko, su esposa había dicho que sentía un dolor punzante y agudo en sus muslos y de la nada comenzó a salir agua de ella, demasiada. Luego de asearla un poco había mandado llamar a Elvira y Effa… así que no había notado como se abría… además de que ella no había estado tan inquieta desde una semana antes.
–¿Es normal? ¿No debería…?
–Como les vengo diciendo desde el invierno, cada embarazo es diferente. ¿Cuándo es la conferencia de Archiduques?
–Empieza mañana, pero yo no…
–Debe asistir. Ya nos hizo a Justus y a mí mudarnos a la que era su habitación, Aub Ferdinand. Me quedaré con ella mientras usted asiste. Solo asegúrese de regresar durante las noches. Sé que estoy pidiendo demasiado, pero…
–No es demasiado, Margareth. Nada es demasiado si es para ella.
Ambos la escucharon gemir y le permitieron girar de nuevo. Margareth se puso en pie entonces.
–Mi señora, necesito que me diga si tiene calor.
–Mucho… si… y no logro acomodarme.
Ante una indicación, Ferdinand colocó sus dedos en la nuca de su esposa y verificó su mana. Lo sentía un poco inestable, pero no demasiado.
–¿Puedo llamar a Lady Elvira, milord? Aub Rozemyne está entrando en labor pero tardará algunos días todavía en terminar.
Miró a su esposa y luego a su erudita. Sabía que las necesitaba ahora. No podría irse tranquilo sin las dos mujeres ahí.
Tomó entonces la pequeña jaula que Rozemyne solía llevar a la cadera y se la acercó, indicándole que tomara la piedra de Margareth y le ordenará no comentar con nadie que no fuera Justus sobre lo que vería o escucharía ahora. Cuando su esposa lo hizo, tomó las dos piedras y las activó, obteniendo de inmediato un par de aves idénticas.
–Es hora. Parece que va a tardar unos días en dar a luz, las necesito a ambas con ella.
Las aves volaron en diferentes direcciones y la mirada de Margareth sobre él parecía quemar. Luego sacó una tercera piedra y la envío a Justus con la orden de llevarle hielo picado de inmediato con una cuchara y jugo de alguna fruta cítrica. Luego procedió a explicar antes de ir a prepararse para el día.
–Rozemyne nació como una niña con el devorador. Es un secreto que hemos protegido desde que fue adoptada por mi hermano Sylvester. Lady Elvira y su madre plebeya estuvieron aquí cuando nació Aiko y estarán aquí en un rato más. Effa llegará primero, entrará por un túnel que se encuentra oculto detrás de esa cortina de allá. Justus lo sabe. Él estuvo encargado de investigarla cuando decidí tomarla como mi protegida en el templo.
La médico asintió. Fascinación y curiosidad refulgían en su mirada.
Ferdinand esperó lo suficiente como para que la cortina se moviera y la mujer que había traído a su esposa al mundo apareciera, caminando de inmediato a la cama y deteniéndose al ver a Margareth, haciéndolo sonreír.
–Effa, lamento que no hayamos ido a visitarlos desde el invierno.
–Milord no debería disculparse conmigo por…
–No te preocupes. Ella sabe. Es la médico de Myne, su nombre es Margareth.
La sonrisa maternal volvió al rostro de la mujer que ahora parecía aliviada.
–¿Una médico? Discúlpame Dino, pero me siento más tranquila sabiendo que no eres el único que la vigila.
Ferdinand se paró entonces, abrazando a la mujer antes de guiarla a la cama para que pudiera sentarse.
–Elvira debería llegar pronto. Está quedándose en casa de Eckhart.
–Tienes mucho trabajo, ¿verdad?
–A partir de mañana, ni siquiera estaré en el Ducado más que en la noche. Por favor, cuídenla por mí.
–Sabes que lo haremos, hijo. Ve a vestirte, yo informaré a Lady Elvira.
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Tenía tres días en la conferencia cuando llegó un mensaje urgente. Por fortuna, estaba en medio de una negociación para exportar algunas semillas de khaffi y Cacua para experimentación con Dunkelferger.
–Lord Lestilaut, mi señor –dijo Matthias luego de entrar en la sala de té de Dunkelferger y cruzarse de brazos.
–No sabía que sus subordinados fueran tan irrespetuosos, Lord Ferdinand –pareció burlarse el muchacho.
Ferdinand lo ignoró, volteando a la puerta y observando que Strahl, Letizia y Harmut estaban ahí también. Ferdinand sintió que necesitaba salir corriendo de inmediato, pero no podía. En su lugar se puso en pie y les hizo una seña para que entrarán.
–Lord Lestilaut, sé que esto no es lo usual y que puede considerarse una falta de respeto, pero si nos han interrumpido de este modo, significa que me necesitan en casa ahora.
–Escuché rumores de que, a pesar de estar activa, Lady Rozemyne ha estado un poco indispuesta desde el torneo Interducados.
–Mi esposa ha estado un poco indispuesta desde que volvimos de visitar su Ducado, Lord Lestilaut. Comprenderá que debo irme justo ahora.
–Lo entiendo. Espero poder enviarle felicitaciones.
–También lo espero. En mi ausencia, Lord Strahl y mi hija Letizia estarán relevándome con apoyo de Justus y Harmut. Le agradecería que les permitiera unos minutos para ponerse al tanto de las negociaciones.
–Por supuesto –el peliblanco volteó atrás donde su hermana fungía cómo guardia. Los notó a ambos intercambiar una conversación breve con las miradas y luego ambos lo miraron con fijeza–. Mi hermana desea que le envíe sus saludos a su esposa y le diga que estaremos rezando por ella a los dioses.
–Por supuesto. Si me disculpan…
Y se fue de inmediato.
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El parto de su segunda hija fue un poco más rápido que el primero o al menos, eso le pareció a él cuando llegó.
Todas las mujeres en la habitación lo recibieron sin nada más que indicaciones. Él solo se apresuró a retirarse la túnica y la capa apenas poner un pie en el lugar para subir de inmediato a la cama y abrazar a su esposa, besándola en la frente perlada de sudor.
–Aub Ferdinand, necesito que les empiece a dar mana ahora, no demasiado, lo suficiente para que Aub Rozemyne esté más cómoda.
–No te preocupes, cariño. Todo terminará pronto –dijo Elvira, sosteniendo la mano de Rozemyne con unos guantes de cuero, pasándole un pañuelo limpio que él usó de inmediato para limpiar la frente de su esposa.
–Siento que voy a vomitar –se quejó Rozemyne–, lo cual es estúpido, ahhhh, no he comido nada en todo el día.
–Myne, trata de respirar con calma por un momento –instruyó Effa ahora–, te daré un trapo con alcohol. Dino, acércalo a su nariz, le ayudará con las náuseas.
Observó a su suegra tomando un pedazo de tela y bañándolo con un poco de alcohol, haciéndolo preguntarse de dónde había salido esa botella, olvidándose de ello y siguiendo las indicaciones en cuanto le pasaron la tela húmeda.
–My love, tu amiga Hannelore te envía sus saludos. Dijo que estaría rezando por ti.
–¡Hannelore… es tan dulce! Ahhhh.
Miró a las tres mujeres al otro extremo del cuerpo de Rozemyne. Elvira debió leer su preocupación porque no tardó en asentir y hacerle una señal de que usará un poco más de mana. Así lo hizo, sintiendo como el cuerpo tenso de Rozemyne parecía aligerarse un poco.
–Demasiado cerca una de otra –comentó Margareth antes de ponerse en pie y volver con las mantas especiales que Effa la ayudó a colocar.
No mucho después Ferdinand se encontraba curando el ombligo de su segunda hija para luego curar a Rozemyne, justo después de que Margareth le dijera que era hora. Elvira no tardó nada en enviar un ordonannz, seguramente para Karstedt, instruyéndolo para que llegara junto con Gunther por los túneles.
Su pequeña fue bañada y arreglada por Effa. Margareth le dio un chequeo rápido antes de asegurar que la pequeña estaba bien, para luego disculparse y retirarse a descansar. Hasta ese momento Ferdinand se dio cuenta de lo exhausta que parecía la erudita.
–Mira nada más. Esta pequeñita va a ser idéntica a su padre –mencionó Effa antes de mirarlos a ambos.
–Mamá, ¿puedo cargarla ahora? –preguntó su esposa cansada y con una enorme sonrisa de genuina felicidad, contagiándolo ahora que el embarazo al fin había terminado.
–Por supuesto. Debe tener hambre porque no deja de buscar.
Effa entregó a la pequeña bebé y Ferdinand ayudó a Rozemyne a descubrirse el pecho y a acomodar a la niña, observándola sin dejar de sostener a su mujer, a la cual besó en el cabello.
Los ojos de la niña se abrieron, sorprendiéndolo. La piel sonrosada de su hija hacia un poco difícil notar que la pelusilla sobre su cabeza era azul claro. Sus ojos en cambio eran de un dorado claro idéntico al de sus propios ojos.
–Rozemyne, tu padre y tu papá están en camino, igual que un poco de comida blanda para ti.
Dijo Elvira, acercándose a ellos para observar sin dejar de sonreír, cubriendo su boca antes de comenzar a mirarlo a él.
–¿Verdad que se parecen? –preguntó Effa con una sonrisa divertida.
–Como dos gotas de agua. Solo espero que sea menos obsesiva que sus padres.
Ambas mujeres rieron un poco. Ferdinand prefirió ignorarlas en ese momento. La pequeña había terminado de comer, así que ayudó a Rozemyne para que pudiera recostarse en la cama. Él necesitaba levantarse para poder ayudar a su esposa a comer y recibir a sus suegros… o al menos eso fue lo que pensó.
Apenas recogió la ropa que había dejado en el suelo, la puerta sonó. Elvira recibió la comida antes de agradecerle a Grettia y cerrar. Effa dejó pasar a Gunther y a Karstedt y ambos hombres, luego de felicitarlo, lo enviaron de vuelta a la cama donde Rozemyne no tardó en acomodarse en su regazo con la bebé.
–¡Por todos los dioses, Ferdinand! Estoy bastante seguro que debiste verte justo así cuando naciste –comentó Karstedt.
–Si es tan responsable como su padre, no tendremos que preocuparnos por nada –bromeó Gunther de inmediato, acariciando la pequeña mejilla de la bebé antes de hacer lo mismo con la de Rozemyne–. ¿Y cómo van a llamarla?
Ferdinand miró a Rozemyne y esta le sonrió antes de mirar a sus padres.
–Hoshi. Significa estrella.
'Una estrella bastante problemática' pensó Ferdinand sin dejar de sonreír, tomando a la niña en brazos para permitir que sus abuelos pudieran cargarla, después de todo, Karstedt, al igual que Elvira, tenía puesta ropa de cuero y tela de plata sobre sus ropas.
Más tarde, casi a la séptima campanada, se transfirió a la Academia Real para hablar con todos. Letizia estaba feliz de tener una nueva hermana. Strahl, Harmut y Justus no tardaron en felicitarlo. Ferdinand entonces comenzó a hablar con ellos. Solo asistiría a las reuniones que nadie más pudiera atender o donde su presencia o la de Rozemyne fuera indispensable.
–No quiero dejarla sola más tiempo del necesario. Está más débil que la vez anterior.
–Aub Ferdinand, ¿quién se encargará del Ducado mientras estoy aquí? –preguntó Strahl.
Ferdinand suspiró con algo de fastidio de solo recordar la discusión de un par de campanadas atrás.
–Cornelius y Leonore estarán al frente de la oficina. Harmut, voy a necesitar que Clarissa y tú los auxilien el resto de la semana. Justus, debes permanecer aquí con Strahl hasta que termine la conferencia. Eckhart hará de enlace conmigo.
–Padre, ¿puedo seguir tomando la cena con Aiko?
–Si, por favor. Estaré llevándola con tu madre a la hora de la comida. Su nana me informó que parecía decaída desde que ya no se le permitió vernos.
Ferdinand se puso en pie entonces, despidiéndose de Strahl y Justus y retirándose junto a Letizia y Harmut, quienes no tardaron en darle un informe de lo que había sucedido con las negociaciones y el resto de las reuniones desde que se fuera.
–Padre… ¿no deberías seguir viniendo? Todos van a enterarse de que madre tuvo un bebé.
El hombre sonrió, dando un par de palmaditas en la cabeza a su hija adoptiva antes de ser transportados a Alexandria dónde había algunos asistentes esperándolos.
–Quizás, pero confío en que Strahl y tú podrán manejar la conferencia. Ya sea que decidas tomar el puesto de Aub en unos años o quedar como Aub de respaldo, esta experiencia te ayudará a mejorar. Aprovéchalo bien, Letizia. La experiencia es la mejor maestra que puedas pedir.
–Padre… ¿y si no quisiera ser Aub ni tampoco un relevo?
Ferdinand se apresuró a entregarle una herramienta de evita de escuchas a Letizia, considerando sus palabras antes de agacharse lo suficiente para quedar a la misma altura de su rostro.
–[Sin importar que decisión tomes, tu madre y yo vamos a respetarla. Aprende lo que puedas. Esfuérzate siempre. Cuando hayas decidido que es lo que deseas hacer, nosotros estaremos ahí para respaldarte. ¿Lo entiendes?]
–[Si, padre. Pensaré bien. Trabajaré duro.]
Ferdinand le sonrió y luego la dejó ir antes de dirigirse a su propia habitación. La escena que lo recibió de Rozemyne durmiendo con Hoshi al lado suyo lo hizo relajarse aún más. Ya se preocuparía después por el manejo del Ducado. Esa noche su única preocupación era cuidar a su pequeña familia y descansar con ellas.
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Notas de la Autora:
Y al fin tenemos a Hoshi en la familia, toda una Dunkelferger, dando guerra y poniendo de cabeza el orden establecido desde el vientre materno, ¡si señor! ¿quién dice que no se la pasó jugando al Señor del Invierno todo el invierno? miren que aterrorizó a sus padres y a los eruditos todo ese mes, jejejejejeje Por otro lado, ya tenemos a alguien más conociendo el secreto de Myne. Era necesario si quería tener a Effa ayudando con los demás partos.
¿Qué les ha parecido? ¿se imaginaban algo así? ¿cómo creen que irán los siguientes embarazos? ¿será que una de las semillas se fecunda en Alexandria? porque Aiko fue concebida en la Soberanía y Hoshi en Dunkelferger, dato curioso.
Bueno, pues espero que con éste... super largo capítulo de casi 20 páginas tengan para empezar recargados la semana laboral. Gracias a todos por su apoyo.
SARABA
