Los Dioses del Amor

El Señor del Verano

Las luces de los schtappes refulgía en la semioscuridad del Templo de Kuntzeal conforme Rosina, Letizia y el resto de los músicos se paraban al frente del escenario dando por terminada aquella presentación.

Rozemyne no podía sentirse más orgullosa ahora.

Eran mediados de la temporada de verano. El calor en Ibiza era similar al calor húmedo de Japón, con el mar emitiendo una brisa suave impulsado por el oleaje constante contra la playa y haciendo más pronunciado el aroma a sal que flotaba por todas partes.

Ante la amable invitación de Rosina, el público comenzó a salir. Ferdinand y Rozemyne desalojaron la sala de conciertos, siendo guiados a una salita de espera a diferencia del resto de los asistentes al concierto.

Apenas la puerta se abrió y Letizia puso un pie en la salita de té, Rozemyne se le fue encima, envolviéndola en un abrazo apretado con una sonrisa que no tenía nada de noble, pero si mucho de felicidad y calidez.

–Estoy tan orgullosa de ti, Letizia. ¡Estuviste fantástica ahí arriba! ¿No es cierto, Ferdinand?

Rozemyne miró a su esposo, haciéndose un par de pasos para atrás sin soltar de todo a su hija adoptiva, guiándola al hombre que las miraba como si no estuviera sorprendido.

–¿Cuándo vas a aprender a comportarte, Rozemyne?

–Moh, ¡Ferdinand! ¡No hay nadie más aqui además de nuestros asistentes! Anda, abraza a tu hija y halágala. ¡Hizo un gran trabajo hace un momento!

Ferdinand suspiró apretando un poco el puente de su nariz. Rozemyne empujó un poco más a Letizia sin dejar de sonreír para tratar de convencer al terco de su marido y Letizia solo miraba de uno a otro.

–Madre, está bien si…

–Olvídalo, Letizia. No va a cambiar de opinión.

Rozemyne comenzó a festejar en su mente que había ganado, soltando a Letizia y observando enternecida como su marido abrazaba a la hermosa joven en que su hija adoptiva se estaba convirtiendo, notándolo dar un par de palmadas en la espalda de la rubia antes de decirle un "bien hecho" y dejar a la vista una pequeña sonrisa de satisfacción.

Cuando Letizia se hizo para atrás parecía más que entusiasmada, con un leve sonrojo en sus mejillas y una mirada brillante imposible de ocultar.

–Gracias, padre, madre. Espero poder ser pronto tan increíble como ustedes dos en el manejo de instrumentos.

Su marido solo asintió con la cabeza antes de ofrecerles los brazos a ambas para escoltarlas a la mesa donde ya los esperaban sus tazas de té y una pequeña fuente con los dulces predilectos de Letizia, además de un pequeño ramo de flores que Rozemyne no tardó en levantar para entregárselos a Letizia.

La más joven se sonrojó de nuevo, mostrando asombro en su mirada antes de mirar a todas partes.

–Pensé que te gustarían, Letizia. Luego de todo lo que te estuviste esforzando para sacar buenas notas en la escuela y prepararte para la presentación de hoy, quería darte algo que pudieras poner en tu habitación para alegrarte la vista.

La chica sonrió entonces con un aire divertido, acunando las flores un momento antes de ver a Rozemyne.

–Gracias, madre.

Letizia entregó las flores a su asistente adulta. Rozemyne procedió entonces a hacer la prueba de veneno y pronto los tres estaban comentando un poco acerca de cómo se sintió Letizia sobre aquel enorme escenario, con las luces encima y montones de ojos y oídos sobre de ella y el resto del grupo de música cuando Rozemyne dijo algo que pareció dejarlos a todos fuera de lugar.

–Quizás podamos invitar a tus padres biológicos el próximo año, ¿no te gustaría, Letizia?

La niña pareció congelarse, consternada por un momento. Ferdinand soltó un suspiro cansado a su lado y los asistentes tardaron más de lo normal en comenzar a moverse de forma normal otra vez, haciendo que Rozemyne se sintiera incómoda de pronto.

–¿Dije algo mal…?

Fue imposible que terminara su pregunta. Una fuerte sacudida en el suelo, seguido de gritos los desconcertó a todos.

En algún momento comenzaron a correr fuera del Templo, deteniéndose en la calle y observando como la gente corría en sentido contrario a la playa, gritando y armando un verdadero alboroto antes de que otra sacudida moviera el suelo, incrementando el aroma a sal en el ambiente.

–¡¿Qué está pasando?! –gritó Ferdinand sosteniéndolas a ambas demasiado cerca de él y tan lejos de la gente enloquecida por el miedo como le era posible–. ¡Damuel! ¡Informe!

El aludido no tardó mucho en hacerse presente, cruzando los brazos y arrodillándose frente a ellos antes de ponerse de nuevo en pie y mirar con dirección a la playa.

–Aub, una bestia fey enorme acaba de aparecer en la playa. Escuché a uno de los ancianos de la zona gritar que era el regreso del señor del verano. Ya se lanzó un riot, sin embargo…

Rozemyne sabía bien que la orden de caballeros tardaría en llegar. Peor aún, no estaban preparados para enfrentarse al señor del verano por una simple y sencilla razón.

Nadie sabía que una bestia así aparecería en Alexandria.

–¡Mathias, llévate a Letizia de vuelta a la capital y envía refuerzos y sanadores! –comenzó a ordenar Rozemyne sin perder el tiempo–. ¡Damuel, organiza a los soldados y vigila que Ibiza sea evacuada! ¡Liesseleta, consigue todas las pociones de recuperación y a todos los sanadores que puedas!

Los tres nombrados se cruzaron de brazos en ese momento, los caballeros dando un grito afirmativo y corriendo a cumplir con sus encargos. En ese momento, Rozemyne se retiró los guantes que había estado usando para dárselos a Grettia y se colocó su armadura de piedra fey, sintiendo como su brazo era jalado con fuerza por Ferdinand.

–¿¡Qué crees que estás haciendo?! –preguntó el hombre ya enfundado en su propia armadura de caballero con una mirada cargada de enfado y preocupación.

–¿Cómo qué? ¡Voy a ayudarlos! ¡La orden no va a llegar a tiempo!

–¡No voy a dejarte luchar contra un Señor del Verano! ¡¿Estás loca?! ¡Eres Aub Alexandria! ¡Debes volver al castillo!

Rozemyne se soltó de un fuerte jalón, mirando los ojos dorados de su marido y apretando la mandíbula con incredulidad y fastidio.

–No dije que fuera a pelear, dije que voy a ayudar. El deber del Aub es velar por su ducado, así que debo estar aquí como apoyo. Además, no es como si nunca hubiera peleado con algo como eso.

Ferdinand estaba furioso. El suelo se cimbró de nuevo y más gente salió corriendo de los restaurantes y las diversas empresas que ambos visitaron más temprano, guiados por Giebe Ibiza antes de entrar a ver a Letizia interpretando música en el harspiel y el piano.

Eckhart, Angélica, Judithe y Leonore no tardaron en aparecer, arrodillándose ambos frente a Ferdinand con sus manablades en una mano y el schtappe en la otra, siendo Eckhart quien tomara la palabra.

–Milord, ya hemos juntado a todos los caballeros disponibles en Ibiza y las zonas cercanas… debemos tener un contingente de diecisiete personas contándolo a usted. ¿Cómo desea proceder?

Rozemyne mentiría si dijera que no estaba preocupada, porque en realidad lo estaba.

Sthrahl, Cornelius y Laurenz se habían quedado en la capital junto a la mayor parte de los caballeros. Conociendo a su marido, no volverían a salir con una escolta tan reducida nunca más. Por si fuera poco, no podía contar a la escolta de Letizia, ya que acababan de irse junto con ella y Matthias.

–Tendremos que resistir hasta que lleguen los refuerzos. Necesito verificar la situación desde arriba. ¿Cuál es la situación en la playa?

–Está vacía, Aub Ferdinand –respondió Judithe, atrayendo la atención de Rozemyne, notando que la calle ya estaba vacía salvo por los caballeros ahí reunidos–. Yo misma me encargué de supervisar que todos abandonaran la playa apenas la bestia saltó fuera del agua la primera vez.

'¿Entonces eso fue lo que ocasionó los temblores?'

Ferdinand asintió antes de voltear a verla, frustrado y molesto con una mirada fría y dura dirigida a ella.

–Bien. Todos de rodillas. Aub Rozemyne, por favor.

Ella solo asintió, antes de comenzar a elevar una plegaria para bendecirlos a todos tanto como le fue posible. Estaba preocupada por los caballeros ahí que nunca habían recibido una de sus bendiciones. Podía ver a varios bastante jóvenes, a decir verdad… la idea de que el próximo año Nikolaus estaría entre ellos la hizo temblar apenas un poco, sin embargo aguantó todo lo que pudo, agradeciendo en su interior que su pequeño hermano no estuviera ahí.

Con las bendiciones listas y una nueva sacudida atentando contra su equilibrio, la joven no tardó en invocar a Lessy y entrar de inmediato, observando como su esposo y los caballeros se dirigían en bestia alta a la playa, donde podía ver ahora una ola gigantesca a punto de impactar contra los locales. Restaurar la zona iba a ser un dolor de cabeza, estaba segura.

–Aub Rozemyne –llamó Damuel de inmediato–. ¡Hemos terminado de evacuar la parte más cercana a la playa! Giebe Ibiza y sus hermanos están guiando a turistas y locales a las zonas giebe cercanas. ¿Sus órdenes?

Sus ojos se dirigieron de inmediato al pequeño grupo de nobles en el cielo, sintiendo una punzada de preocupación por todos ellos, en especial por el hombre montado sobre el león alado, con una trenza brillante y pequeña ondeando tras él.

–Informa a Lord Ferdinand de la situación aqui abajo. Yo me reuniré con los demás y colocaremos un puesto de sanación y asistencia. Dime si necesitan cualquier cosa mientras tanto.

-¡Ja!

Lazfam sacó un ordonanz y se lo envió a Liesseleta para que tanto Rozemyne como los demás eruditos y asistentes a su lado pudieran seguir el pequeño pájaro de piedra para dar pronto con su asistente, la cual se encontraba a un lado del Templo de los Dioses del Amor con otras tres personas.

–¿Son todos?

–¡Si, Aub!

–Bien. Necesito saber cuantas pociones tenemos disponibles, de que tipo y que ingredientes podemos conseguir lo antes posible para formular.

–Aub, si me permite –dijo una de las sanadoras levantando la mano–, ¿dónde vamos a formular las pociones?

–¡En Lessy, por supuesto! En cuanto tengamos todo listo crearé un cuarto de formulación, de ese modo será más fácil acercarnos a ayudar.

–Aub Rozemyne –llamó está vez Margareth desde su montura–, ¿está segura que es buena idea? El costo de maná…

–No podremos preparar pociones adecuadas con esas sacudidas. Lessy nos dará una base sólida donde trabajar.

Rozemyne observó a su médica golpeteando de forma repetida las riendas de su montura y mirando al suelo para pensar, su labio apenas arrugado con desaprobación en una de las comisuras.

–¿Al menos me permitiría hacerle un chequeo médico cada media campanada? Aub Ferdinand no va a perdonarme si algo le sucede.

Rozemyne asintió, lanzando una última mirada en dirección a la playa, donde podía ver el fulgor de algunos ataques y escuchar la lucha llevándose a cabo.

Las siguientes tres campanadas fueron un verdadero calvario a pesar de que los refuerzos ya hubieran llegado y Clarissa estuviera apoyando con su propia bestia alta montable para transportar heridos de gravedad. Los sanadores y eruditos que extra estaban todos trabajando dentro de Lessy para evitar que los temblores entorpecieran el trabajo. Pociones de recuperación, viciosas herramientas de ataque, tónicos reconstituyentes, Rozemyne no hacía más que cortar y medir ingredientes, envasar pociones y acomodar herramientas de ataque para enviarlas al frente con la ayuda de Damuel y Clarissa. Ni Grettia ni Margareth le estaban permitiendo formular nada, alegando que mantener a Lessy de ese tamaño era suficiente.

Por otro lado, el calor y la humedad habían incrementado su potencia con tanta rapidez, que Rozemyne podía sentir como su rostro se llenaba de sudor cada vez que salía para entregar cajas o recibir heridos… Al menos hasta que una enorme nube rojiza cubrió el cielo, poniéndola en guardia de inmediato y avisando a todos que volarían más cerca de la zona de batalla.

Tal y como había temido, Ferdinand había invocado la espada de Ewigeliebe para congelar el mar y apresar a la bestia fey, un enorme pez similar a una anguila con alas, con la mitad del cuerpo dentro de las aguas ahora congeladas de lo que hasta hacía poco había sido una zona turística.

Los caballeros no tardaron en lanzarse al ataque. Rozemyne observaba todo desde una de las ventanas con el corazón en las manos y la respiración detenida por la preocupación.

Fue así como observaron el cuerpo de la bestia fey haciéndose pedazos y la cabeza con parte del cuerpo y una de sus cuatro alas cayendo con lentitud hacia el mar congelado. Todo habría estado bien si Ferdinand no se hubiera acercado tanto al hocico de la bestia… o si la bestia hubiera estado bien muerta.

–¡FERDINAND!

Todo pasó demasiado rápido y aún así, Rozemyne sentía que los habían estado torturando por horas.

Las fauces de la bestia se cerraron sobre Ferdinand y una explosión tras otra comenzó a pulverizar de inmediato al animal, con Ferdinand todavía en su interior. La cantidad y potencia de las explosiones fue tan fuerte que Lessy comenzó a mecerse debido alas olas expansivas. Lazfam cayó de rodillas, doblándose sobre sí mismo con la última explosión, provocando que el corazón de Rozemyne se saltara un latido ante las implicaciones.

–¡Lazfam! ¡Margareth, revísalo rápido!

La médico no tardó nada en correr a ayudar con el semblante pálido y los ojos demasiado expresivos a pesar de mantener sus gestos bajo control.

Rozemyne volteó afuera de nuevo, rogando a los dioses para poder encontrar a Ferdinand y aferrándose más a Lessy con su mano desnuda cuando notó las luces saliendo de su anillo, lloviendo todas en dirección a un punto abajo en el hielo. Una de las bestias altas se fue volando de inmediato detrás de las luces, seguida de otro caballero. Rozemyne los reconoció como Angélica y Eckhart… su hermano mayor no había reaccionado tan rápido como su esposa, pero parecía estar en mejores condiciones que el asistente Lay noble de Ferdinand, dándole un poco de esperanzas.

–Aub, Lazfam está bien. Por poco queda inconsciente debido a una perturbación en el maná, pero no parece que vaya a morir… Lord Ferdinand sigue vivo.

Las rodillas le fallaron en ese momento, provocando que se desplomara junto a la puerta con una ligera sonrisa de alivio.

–Alabados sean los dioses –murmuró con cansancio, sintiendo más maná escapando de su anillo.

–¡Aub Rozemyne!

–Lo lamento, Margareth… solo pasó. Ayúdame a levantar, voy a conducirnos más cerca del hielo y luego buscaré un lugar en tierra donde montar un campamento para los heridos, el reparto de materiales y el recuento de los daños.

–Al menos tome una poción primero.

Estaba exhausta, pero aceptó, ingiriendo de inmediato el vial que se le ofrecía y sintiendo como su maná y su energía eran restaurados a pesar del desagradable sabor en su lengua.

Al menos una campanada más tarde, cuando las fogatas se encendieron y la comida comenzó a circular, Rozemyne observaba a su marido durmiendo en la cama que creó para él dentro de su bestia alta.

No sabía cómo sentirse. Los amuletos contra veneno se convirtieron en arena mientras atendían a Ferdinand, los de ataques físicos se activaron uno tras otro mientras su esposo era ingerido por la bestia, acabando con el Señor del Verano y dejando a Ferdinand golpeado por todas partes, con astillas de hueso y colmillos venenosos incrustadas por todo su cuerpo, aunque lo más impresionante fue el colmillo del tamaño de una de las piernas de Aiko incrustada en su costado. Debieron sacar esa al último para poder bañar la herida en jureve y luego darle varias bendiciones de purificación y sanación. Rozemyne llegó incluso al extremo de beber de su propio vial de jureve para obligar a Ferdinand, todavía inconsciente, a beberlo debido a que los frascos con el jureve de Ferdinand se agotaron con el tratamiento.

Al menos ahora dormía con su cuerpo sanando despacio. Lo mejor habría sido volver con él al castillo para meterlo en su jureve, pero no había nadie que pudiera llevarlo tan rápido y ella estaba demasiado cansada.

–Milady debe descansar también –dijo Lazfam desde un lado, sin atreverse a tocarla y recuperado por completo–. El cuerpo de mi amo está sanando más lento de lo que quisiéramos, pero está fuera de peligro.

–Gracias, Lazfam. Llama a las mujeres de mi séquito, por favor.

El asistente cruzó sus brazos en deferencia y salió del pandabus, en su lugar, las mujeres que la servían a ella aparecieron de inmediato.

–Grettia, necesito que me ayudes a retirarme todo esto, por favor. Luego de eso, ve con Matthias. Escuché que estaba un poco herido, en cuánto esté en condiciones de volver, quiero que ambos vuelva a la capital. Todas las demás que tengan niños en casa o estén con la carga de Geduldh, regresen al castillo, por favor.

–Mi señora, aunque me encantaría ir, Justus está en el castillo –se apresuró a intervenir Margareth sin dejar de mirarla con ojos crítico–, creo que puede manejar mi ausencia y a Gretchen por unas campanadas más. Alguien debe monitorear su estado de salud.

–Yo también me quedo, Milady. Harmuth puede hacerse cargo y…

–Clarissa, ustedes tienen dos y uno tiene apenas una temporada…

La dunkelfergiana levantó la mano en ese momento, interrumpiendola y sacando el pecho con orgullo.

–Harmuth tiene a las nanas para ayudarlo y los círculos que creó para extraer leche y enviarla están funcionando bien, mi señora. Dominick y Herman están en buenas manos. No voy a dejarla sola en esta situación.

Suspiró del mismo modo que Ferdinand cuando ella hacia una locura y nada la convencía de cambiar de idea. Casi podía sentir una jaqueca formarse en ese momento.

–Bien… Angélica te regresas al castillo en cuanto tengas maná suficiente. Helga no tiene a ninguno de sus padres con ella y no me importa si su nana es la mejor cuidadora del mundo.

La caballera la miró en shock, cómo si por una vez en su vida fuera a revelarse contra sus órdenes y discutir para luego solo cuadrarse y salir de inmediato.

–Mi señora –interrumpió está vez Grettia con su mano un poco arriba, temblando y sin dejar de mirar de ella al muro detrás del cual descansaba su marido–, Aub Ferdinand va a molestarse mucho si no tiene una asistente juramentada para cambiarle la ropa y…

–La ropa de plata no va a proteger a tu bebé si te falta maná. Por favor, Grettia, odiaría que algo les pase.

La asistente asintió con lágrimas en los ojos y Rozemyne notó al instante cómo Liesseleta la tomaba de la mano. Ambas enguantadas como ella.

–No te preocupes, yo también debo regresar si no quiero que Markus enloquezca de preocupación. Será un buen entrenamiento para Jazmín, después de todo, la estaremos dejando sola en el otoño.

–Margareth, ¿quién más de mi séquito está embarazada?

La médico volteó a ver a la más joven de las mujeres caballero venidas de Ehrenfest y el rostro de Judithe se coloreó de inmediato, haciendo que Rozemyne notara los guantes en sus manos.

–Milady, estaré bien, mi bebé nacerá a mediados del invierno y…

–Recupera tu maná y vuela de regreso, Judithe. Nadie va a perder a sus bebés por esta subyugación. De haber sabido, te habría tenido aquí resguardando heridos. Que Margareth te haga un chequeo en cuanto salgas de Lessy.

La joven parecía arrepentida e indecisa, luego cruzó los brazos en deferencia y salió.

–Mi señora, traigo guantes de plata y una muda de ropa plateada para probarla –comentó Jazmín de inmediato–, mis superioras pueden irse en cuanto lo crean conveniente.

Rozemyne soltó un suspiro, dio sus últimas órdenes, dejó que Jazmín la cambiara y Margareth le hiciera un último chequeo, luego deshizo el muro que encapsulaba la cama y se acomodó al lado de Ferdinand, tomándole una mano sin atreverse a moverlo y elevando a Lessy para que nadie pudiera molestarlos.

Por último, revisó los suministros de maná en el bebé. Sin el brazalete que Ferdinand usaba para enviar maná al cinturón alrededor del vientre que acababan de quitarle, necesitaría estar en contacto directo con su esposo para asegurar que el flujo fuera suficiente y constante.

Un vistazo más en la oscuridad y una extraña sensación de dejavu se apoderó de ella.

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La cabeza le dolía un poco cuando abrió los ojos, encontrándose con un techo peludo, esponjoso y amarillo pálido frente a su mirada, flanqueado por un par de ventanas que le dejaron ver la luz de las estrellas en el manto del Dios de la Oscuridad.

Ferdinand comenzó a rememorar los sucesos del día anterior. Las verificaciones comerciales. La sensación de orgullo al escuchar a su hija adoptiva interpretando el harspiel al mismo nivel que Sylvester y el piano en un nivel similar. El abrazo obligado que en realidad no se sintió incómodo sino correcto. El Señor del Verano con todas sus criaturas anfibias y marinas atacando en las costas de Ibiza. Su preocupación constante de que la idiota de su mujer no gastara maná de más, llevándolo a enviar un poco más de maná a la semilla de Bluanfah creciendo en el vientre de Rozemyne por medio de su última creación. Las fauses de la criatura medio muerta cerrándose y las explosiones en cadena generadas por sus quince amuletos contra ataques físicos activándose una y otra vez al no tener a dónde ser lanzado para escapar de ellas. La sensación fría y luego quemante de cientos de cortes a su alrededor.

El dolor sordo en su costado que lo hizo perder la consciencia.

Se palpó el costado, dándose cuenta de la mano sujetando su propia mano y haciéndolo voltear.

Ya fuera la diosa de los brotes danzando ante la sublime belleza otorgada por Efflorelume a Rozemyne, la sensación de tranquilidad luego de aquella inesperada subyugación, la calmante sensación de su maná mezclado con el de su esposa y circulando entre ambos con toda naturalidad o la similitud con cierta situación de su adolescencia en qué un Turnisbefallen casi lo obliga a ascender la altísima escalera, su espada estaba en alto y la bendición de Brëmwärme aumentando su necesidad de tocar a Rozemyne.

Ferdinand se giró sobre su costado para quedar frente a frente con su compañera de cama, advirtiendo que no había dolores ni escozores y que tenía solo un amuleto purificador encima… los ocho que siempre usaba debían haberse convertido en polvo de oro o en arena por el veneno excesivo en su sistema, ese debía ser nuevo.

Alargó su mano, tomando un cadejo de cabello azul medianoche y llevándolo a sus labios, regodeándose en la sensación y el aroma, notando que su necesidad de llamar al invierno se volvía tan inaguantable cómo cuando completó su sabiduría.

'Pero ella ya no es una menor de edad. Tenemos dos hijas resguardadas.'

Cómo si esa justificación fuera algún acelerante para las llamas que comenzaban a encenderse en su interior, sabiendo que nadie le diría nada esta vez, Ferdinand acortó el espacio entre ambos para besar los delicados labios de su diosa de manera tentativa, sintiéndola responderle a medias.

–Ferdinad… [¿estás bien?]

Que le preguntara en japonés significaba que seguía dormida y estaba preocupada.

Sonrió sintiéndose un verdadero egoísta. Estaba seguro de que ella no había descansado mucho en realidad.

–[Estoy bien, todas mis diosas.]

–[Me alegro… tanto…]

La joven se acercó por completo, subiendo una de sus piernas sobre la cadera de él, haciendo inevitable que hubiera cierta fricción entre su espada y el cuerpo cálido y suave de su esposa, la cual soltó un leve gemido ante el contacto, sorprendiéndolo.

–Ahm… ¿Rozemyne?

Ella no respondió y él se movió de manera tentativa, sacándole otro gemido placentero que no hizo sino aguijonearlo con necesidad.

My love, [mi cuerpo te desea demasiado, pero tú estás…]

–[Adelante] –suspiró ella y la bendición de Brëmwärme pareció tomar el control sobre Ferdinand, que no tardó en besarla de nuevo y comenzar a pasear sus manos sobre el cuerpo de su esposa, desvistiéndola de a poco, deleitándose ante los gemidos cortos y sintiéndose contrariado al encontrar apenas un par de tobilleras y brazaletes en ella. El resto de su hielo había sido retirado… igual que el hielo con que ella lo vistió la mañana anterior. Solo el amuleto nuevo en su brazo y un par de tobilleras además del collar de matrimonio lo apresaba a él.

Ferdinand se sacudió la decepción de encima sin alcanzar a comprenderla, girando a Rozemyne sobre su espalda para degustar su piel, amasar los raffels que mostraban de nuevo un incremento notable ante la nueva semilla alojada en su cáliz y después… después la besó de forma apasionada en los labios antes de bajar hasta sus piernas y comenzar a devorarla sin piedad alguna.

–Ahhh… ¡Ferdinaaand!... ¿qué…?

El aludido levantó la cabeza lo suficiente para mirar a su esposa y constatar que estaba despierta, sonriéndole de forma socarrona antes de introducir uno de sus dedos en ella y comenzar a gotear maná en su interior.

–Sshhh, vuelve a dormir. Yo me encargo.

La observó echar la cabeza atrás de nuevo y él procedió a estimularla con su boca, acomodando su espada con su mano libre bajo él antes de volver a tomar uno de sus senos y empezar a masajesrlo con maná y afecto, deteniéndose al sentir una mano entre sus cabellos que lo hizo asomarse una vez más.

–Sigue… por favor… Ferdinaaand.

Era una suerte que no fueran de nuevo un par de adolescentes comprometidos, así Justus no tenía que velar una advertencia sobre deshonrar a la mujer que amaba y perderla en el proceso.

Era una suerte que la hubiera reclamado hace mucho y se hubiera perfeccionado en las artes de Brëmwärme y Beischmacht sólo para ella.

Era una verdadera suerte que los sentimientos de culpa y preocupación parecieran haber sido extirpados de él esa noche, porque apenas sintió el cáliz contraerse sobre sus dedos y la escuchó gemir con fuerza, se enderezó para comenzar a penetrarla despacio con su espada, besándola por todas partes y disfrutando de los cambios en el cuerpo de su mujer.

Quería ir más rápido y más fuerte, pero un aguijonazo de preocupación lo hizo mirar el vientre apenas redondeado de Rozemyne, iluminado solo por las estrellas y la Diosa de la Luz.

Ferdinand esperó a que Rozemyne se quemara en los fuegos de los dioses antes de salir de ella y obligarla a girar sobre un costado, colocándose detrás de ella para poder ingresar. Estaba más que seguro que dicha posición estaba marcada como una recomendada cuando una mujer estaba con la carga de Geduldh en alguno de los libros y manuales de su esposa. Su espada no podría entrar por completo y sus embestidas no lastimarían a su pequeña e indefensa semilla… el solo pensamiento lo hizo estremecer, abrazándose a ella, pellizcando de forma constante uno de los senos de Rozemyne en tanto su otra mano se posaba sobre su vientre, dejando que su dedo medio jugará con el pequeño nódulo del placer en su amante mientras enviaba pequeñas corrientes de maná por su palma para asegurarse de que la semilla estaba protegida, acelerando el paso tan pronto como una de las manos de su amante se coló de nuevo entre sus cabellos y la otra cubrió la mano en el vientre.

Ferdinand estaba demasiado agitado, quizás por las recientes bendiciones de Angriff y Leidenshaft en el campo de batalla, tal vez por usar la espada de Ewigeliebe luego de terminar de estudiar a fondo todo lo que pudieron sobre el señor del verano o tal vez…

Dejó de pensar.

Su esposa emitió un gemido largo dentro de la almohada que estaban compartiendo, el cáliz apretando su espada con fuerza, estrujandola como si exigiera hasta la última gota de su nieve y Ferdinand no pudo más, sintiendo que era consumido por las llamas de inmediato y dejando escapar un ruido gutural al que ya estaba acostumbrado.

Quizás debió lanzar un waschen en ese momento. Tal vez debió retirar su espada y cortar el contacto para descansar. O luchar más por recuperar el control de sí mismo porque apenas su esposa volteó a verlo con las mejillas coloreadas del noble color de Geduldh, susurrando su nombre con el mismo fervor con que agradecía a los dioses, la obligó a girar para poder besarla y empezar de nuevo, reclamándola una segunda vez, dejándola tranquila luego de asegurarse de que ella se quemaba al menos tres veces más, sorprendiéndose cuando se dió cuenta de que Rozemyne tenía lo que llamaba en japonés orgasmos encadenados y enloqueciéndolo a tal grado, que terminó mordiéndola en un hombro e insertando su schtappe entre las asentaderas de su esposa, la cual comenzó a moverse con frenesí en ese momento, lloriqueando y suplicándole por más, llevándolo a poner un pie en la altísima al mismo tiempo que se consumían juntos unas cuántas embestidas después.

Para cuando volvió en sí, los dos estaban desnudos y revueltos en una maraña de sábanas pegajosas iluminados por los rayos de Leidenshaft.

Debía ser la tercera campanada y algo le decía que los resultados de su decadente comportamiento no habían pasado del todo desapercibidos cuando notó el largo cuello de una bestia alta dándoles la espalda desde una de las ventanas de Lessy.

-¡Por todos los dioses! –suspiró Ferdinand sintiéndose renovado y abochornado a partes iguales.

El hombre buscó hasta dar con una piedra de ordonnanz junto a ellos, convirtiendo su schtappe en una cuerda para tomarla sin zafarse del fuerte abrazo en que estaba inmerso y haciendo lo posible por moverse con cuidado al atrapar la piedra y luego golpearla.

–Ordonanz. Margareth, habla Ferdinand. Tienen prohibido entrar a la bestia alta de Rozemyne. Yo le haré su chequeo médico matutino. Envíenme los informes con aves o aviones de papel encantado. Tampoco es necesario que los asistentes suban a cambiarnos.

Varias aves y aviones de papel comenzaron a llegarle poco después. Tal y cómo pensaba, la esposa de Justus subió temprano a tratar de hacer los chequeos y los vio apenas cubiertos por la ropa de cama que alguien debió colocar luego de que terminaran de atender sus heridas.

Incapaz de producir papel mágico o escribir nada, se las ingenió para conseguir otra piedra encantada y enviar algunas instrucciones breves a Lazfam.

Justus se encontraba todavía en Alexandría junto con Cornelius y Letizia. Sthrahl se estaba haciendo cargo junto con Eckhart de verificar las tareas de limpieza de las zonas dañadas. Margareth permanecía al mando de los sanadores en la zona en tanto Clarissa ya tenía un informe completo del alcance de todas las zonas dañadas, así como las cotizaciones para reparar y recuperarlas en cuanto a maná y monedas.

No había heridos graves ni casualidades entre los caballeros, y los Giebes afectados acababan de enviar una confirmación de que la población general estaba a salvo y a resguardo. Los pocos turistas presentes por parte de Ehrenfest y Dunkelferger se encontraban resguardados en el castillo, en el ala de invitados y estaban siendo monitoreados, recibiendo la información que Clarissa y Harmuth consideraban necesaria.

En cuanto a los comerciantes que se alojaron en la zona turística al momento del ataque, Benno acababa de enviar un informe por medio de Roderick. Al parecer todos estaban a salvo, con pérdidas materiales menores y resguardados en la mansión Giebe más grande cercana a Ibiza.

Estaba terminando de leer ese último informe, pensando cómo comunicarse con Benno y los demás cuando la mujer entre sus brazos comenzó a removerse.

–Buenos días, Ferdinand.

–Buenos días, todas mis diosas. ¿Durmieron bien?

La sintió asentir, frotándose contra su pecho y haciéndolo respingar, aguantando el aliento y tentado a invocar la bendición de Verfuremeer cuando escuchó a Rozemyne soltar una risita traviesa justo antes de levantar la cabeza lo suficiente para verlo a los ojos.

–¡Parece que alguien tiene ganas de jugar de nuevo a Ewigeliebe y Geduldh!

–Cierra esa linda boca tuya y mejor levántate. Pasa de la tercera campanada. Tendremos que vestirnos el uno al otro antes de bajar.

–Y lavar las sábanas, según veo… ni de adolescente eras tan [hormonal], Ferdinand –se burló ella haciéndolo apretar la mandíbula y fruncir el ceño.

–Te recuerdo que solo estuviste tres días a mi alcance cuando era un adolescente… además, sabes que Justus se encargó de prevenir cualquier desastre.

–¿Oh? ¿El joven Ferdinand quería aprovecharse de mí?

–Si… mientras dormías a mi lado. Ahora borra esa sonrisa burlona, pequeño shumil pervertido y sal de la cama. Tenemos mucho trabajo por delante.

Estaba comenzando a recitar la plegaria cuando los labios de todas sus diosas lo hicieron callar. Saborear su maná le estaba resultando más estimulante de lo usual por alguna razón que no alcanzaba a entender y pronto la tuvo sobre él, fuertemente abrazada y moviendo las caderas para permitir que su espada en el cáliz la llenara de placer de nuevo.

–Así que… el joven Ferdinand… ¿quería ésto?

Un gruñido de fastidio lo abandonó, haciéndola reír. Todavía abrazados se giró con ella hasta ponerla de espaldas, moviéndose todavía dentro de ella sin llegar a detenerse, observando los hombros de Rozemyne y sus bendiciones de Geduldh salpicadas de flores de Beischmacht y marcas de dientes por todas partes.

–Deseaba ESTO… tenerte a mí merced… llena de mí… mirándome con necesidad… cantando la música de Beischmacht por tenerme en ti.

Ella solo sonrío todavía sonrojada, acunadole una mejilla antes de internar sus dedos entre sus cabellos, observándolo con esa mirada cargada de amor y placer que bien podría acabar matándolo un día.

–Te habría dejado… ¿sabes?... Tomarme… una… y otra vez… con tal de… verte feliz.

–Tonta –suspiró él antes de besarla sin parar de sonreír, acelerando tanto como pudo en esa posición con las piernas estiradas hasta gemir con ella y sentir su nieve llenarla una vez más.

El veneno de la bestia debió acabar con algo de su sentido común, de otro modo, no se explicaba haberse atrevido a reclamarla ahí… tres veces ni más ni menos, como si fuera un adolescente sin autocontrol, demasiado hambriento de afecto, demasiado ebrio por el baile de Bluanfah.

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Margareth estaba terminando de revisarla un poco más de lo usual, era casi como su única visita al ginecólogo cuando todavía era Urano Motosu, solo que sin los aparatos eléctricos a su alrededor. Una suerte que Ferdinand no estaba ahí para ver cómo la médico le revisaba los genitales frunciendo el ceño con mala cara.

–Aub, en verdad me alegro que su cónyuge esté siendo más… cariñoso a pesar de la carga de Geduldh, pero… ¿No le parece que esas tres veces fueron excesivas?

Se sintió sonrojar, dando gracias a que ambas estaban en el aire, con las ventanas de Lessy veladas para que entrara la luz pero no las miradas indiscretas y con el resto del personal presente limpiando la playa y tratando de rescatar todo lo rescatable bajón las órdenes de Ferdinand.

–¿Tres? ¿En serio? –dijo Rozemyne intentando hacerse la tonta sin mucho éxito. Era una pésima mentirosa después de todo.

–Milady, ¿nadie le explicó que un juramentado puede percibir los cambios en el maná de su amo?

–Pensé que eso era algo que solo percibía Harmuth.

Margareth la observó con una mirada de fastidio nada impresionada, negando de repente, cómo si acabara de recordar algo.

–Justus me dijo que su educación noble había sido peculiar… debió aclararme que tan deficiente. Lamento si mis palabras pudieran llegar a ofenderla, Aub, pero ya son demasiadas las cosas sin sentido que la veo haciendo u ordenando como si fueran lo más natural del mundo.

Rozemyne abrió mucho los ojos ante aquella confesión, poniéndose en pie y comenzando a arreglar su ropa interior, dejando que Margareth la ayudara con el resto.

–Mi crianza fue… bueno, pasé por la supervisión de demasiados adultos y en algunas cosas, parece que llegaron a asumir que algún otro se haría cargo de orientarme, de modo que no recibí toda la información que debía cuando debía. Hay ocasiones en que todavía me cuesta trabajo comprender nobles eufemismos, por ejemplo.

Margareth asintió algo más tranquila, sentándose en el asiento del copiloto y esperándola a qué se sentara en el asiento del conductor.

–Su bestia alta, por ejemplo. El hecho de poder modelar el interior a voluntad es algo fuera del sentido común. Los manuales que comprenden el buen libro, desde el primero hasta el último, aunque los aprecio bastante, no son de sentido común, Aub… y dejar que Aub Ferdinand la reclame de madrugada tantas veces seguidas durante su primer temporada de embarazo… ambos deberían saber que no puede ser bueno tanto maná y tanto esfuerzo para el bebé. Tienen dos hijas después de todo.

Hubo un leve silencio en el que Rozemyne consideró sus palabras, mirando a Margareth con una disculpa y un suspiro.

–Margarrth, es la primera vez que Ferdinand me reclama por su propia voluntad sabiendome con la carga…

Le habló del calvario que fue el primer embarazo, cómo tuvo que llevar a su marido a rastras a la habitación y obligarlo a tomarla cada tanto. Cómo el segundo embarazo no fue mucho mejor, con Ferdinand durmiendo ahora con ella y relacionándose con Aiko pero mostrándose temeroso de hacer algo más que acariciarla y darle mana poniendo una mano sobre su vientre.

–No voy a detenerlo y él no va a lastimarnos. Lamento mucho si todo este intercambio de maná los tiene sensibles… pero no pienso volver a sentirme abandonada y culpable por querer que mi marido me trate como una mujer.

–Bien, bien. Cómo usted ordene, Aub. Le ruego nos den el fin de semana libre a Justus y a mí, entonces. Tengo entendido que algunas flores del Templo del amor han llegado a atender clientes estando con la carga porque los clientes las desean. Investigaremos que medidas toman para evitar perder la bendición de Entrinduge y le prepararé lo que necesite para ello.

–Gracias, Margareth.

–Y una cosa más… procuren llamar al invierno cuando los juramentados estemos con nuestras respectivas parejas, por favor. A algunos nos afecta mucho más que a otros lo que ustedes hacen.

Se sonrojó bastante en ese momento, tratando de buscar un tema diferente de conversación conforme bajaban y uniéndose a los demás apenas pudo para escuchar los reportes, dar indicaciones a Giebe Ibiza y sus hermanos, visitar las otras zonas de playa que fueron azotadas por la tempestad y volver a casa, dándole la noche libre tanto a Margareth como a Justus, incapaz de sacarse de la cabeza, a eso de la media noche, que la pobre de Clarissa, Justus y a saber cuántos más debían estar demasiado acalorados porque Ferdinand había decidido convertirse en sexambulo esa noche.

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Notas de la Autora:

Desde que escribí "Enhebrando el Primer Hilo", he querido poner una escena como esta entre esos dos, con Ferdinand siendo un poco... demasiado cariñoso para dar las gracias, jejejeje, claro que en esa era inapropiado, ambos eran muy jóvenes y él tenía nada de conocerla, en esta ocasión, por otro lado... bueno, casados, con hijos y bien legales, jejejeje, era el momento justo, además de que quiero explorar un par de cositas más con ello, digo, cada embarazo tiene diversos síntomas en uno u otro de los padres, lo sé por experiencia, aunque también hay cosas que se mantienen de uno a otro.

En fin, espero que disfrutaran mucho con el capítulo y nos vemos el próximo sábado... o eso espero, el siguiente capítulo está todavía a medias, así que, deseenme suerte para terminar.

SARABA