Blaise Zabini
"La mujer es sagrada. La mujer que uno quiere es santa."
Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo
—
Septiembre
El mundo entero de Hermione se desplomó bajo sus pies: un pozo, una grieta, un túnel que la conducía directamente al centro de la tierra, donde podría encontrar su fin en roca fundida. Cavernas de absoluta nada bostezaban en su interior, tragándose sus tiernas bolsas ocultas de esperanza, con sabor a caramelos de manzana.
¿Puede repetirlo?intentó preguntar, pero aquellos espacios en blanco de su cerebro tomaron el control, y quizá por primera vez por benevolencia, para protegerla de la bomba que acababa de estallar en aquella horrible y terrible excusa de sala de reconocimiento de San Mungo. ¿Tragarse la esperanza o dejarse tragar por ella?
Draco habló en su lugar, con una mordacidad visceral en el tono que ella no había oído en años.
—Por un momento,Jenkins, sonó como si dijera que ha dejado de investigar una cura para mi mujer.
Draco quería decir eso como una pregunta, Hermione lo sabía. Pero la forma en que lo había dicho, con una furia apenas contenida, sonaba más como un último rito leído en el momento de la ejecución.
Lo cual no era muy distinto de cómo se sentía Hermione.
Una mirada severa cruzó la cara de la sanadora Lucas, que no parecía impresionada por el tono duro de Draco. Incluso Jenkins parecía estar en proceso de madurar, negándose a ceder ante la ira de Draco. Hermione se arrastró fuera del pozo dentro de su mente, haciendo a un lado su agonía.
—Señor Malfoy, señora Granger-Malfoy, —empezó la sanadora Lucas, quitándose las gafas y juntando las manos con calma sobre el regazo. La efímera resolución de Jenkins vaciló mientras se hundía en su silla, entre la aceptación y el agotamiento—. Jenkins tiene muchas responsabilidades como mi aprendiz, además de su carga de trabajo completa en la atención traumatológica a largo plazo. San Mungo no dispone de recursos indefinidos para dedicarlos a un solo caso. —Lo había dicho con hechos, sin malicia ni rencor, pero la realidad seguía escociendo—. El hecho es que el caso de Hermione se ha estancado y sin ninguna idea viable sobre la naturaleza de su tipo de pérdida de memoria, simplemente no es asequible para el hospital seguir gastando dinero en investigación experimental.
—¿Y si el dinero no fuera problema? —preguntó Draco justo cuando la sanadora Lucas había terminado su reflexión.
—¿No tiene sentido? —preguntó.
Hermione lo vio estremecerse, apenas, mientras su cerebro se ponía al día con sus palabras. Por supuesto que el dinero importaba:ahora. Se preguntó con qué frecuencia ocurría eso. ¿Con qué frecuencia se metía en la piel de un hombre rico, criado con la capacidad de doblegar voluntades con galeones?
Draco no contestó. Todos los músculos de su cara se habían tensado, los labios apretados, las fosas nasales abiertas, la respiración enervantemente uniforme y controlada. Un brote de enrojecimiento se deslizaba por el costado de su pálido cuello, manchado e irritado. Hermione no podía verle los ojos desde su perfil, pero sospechaba que no había recurrido a la Oclumancia, a pesar de su enfado. No sabía si era mejor o peor que intentara arreglárselas sin ella.
La sanadora Lucas aprovechó el silencio de la sala para continuar.
—Nos gustaría cambiar la frecuencia de sus visitas a una cada tres meses, —le dijo a Hermione—. Nos gustaría seguir controlando cualquier cambio en la estructura física de su cerebro, pero en este momento, sospechamos que, si sus recuerdos finalmente regresan, simplemente llevará tiempo. Su diagnóstico y su plan de cuidados no cambiarán. Simplemente estamos reduciendo la frecuencia de las citas para adaptarnos mejor a la naturaleza actual de su estado. —Eran palabras vacías, cosas inútiles: vacuas en un sentido en queirreparableno lo era. Al menosirreparabletenía dirección, certeza hacia lo desfavorable. Estas palabras, sin embargo, no eran nada.
Si el entumecimiento tenía un sentimiento, era este. Caliente y frío a la vez, doloroso pero sereno, algo a la deriva y en llamas, púas y espinas que mordían cada nervio bajo su piel: un monstruo de insensibilidad que arañaba la superficie desde los huecos oscuros y atormentados que ocupaban gran parte de su espacio interior.
—Gracias, sanadora Lucas, por su tiempo hoy, —dijo Hermione en una versión decidida y distante de su propia voz. Saludó brevemente con la cabeza a ambos sanadores antes de tirar de la mano de Draco, obligándolo a levantarse.
Lo hizo a regañadientes, lentamente. Un músculo de su mandíbula empezó a crisparse. Centró su atención en Jenkins, una mirada que exigía más del sanador, que parecía desear volverse invisible. Pero la indignación de Draco no los llevaría a ninguna parte. Hermione no era más que un pequeño componente en el enorme artilugio que era el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas y acababan de hacerla irrelevante de la forma más agradable que podían haberlo hecho. La dejaron caer suavemente, durante meses. Acabó en el suelo, sin recuerdos ni esperanzas.
Hermione los sacó de la sala de reconocimiento, con la mano de Draco aun firmemente agarrada, y los llevó a un par de sillas de la sala de espera.
Draco no se sentó. En lugar de eso, se paseó. Apretaba y aflojaba los puños. Respiraba agitadamente y no parecía capaz de calmar sus furiosos movimientos. De vez en cuando, Hermione oía murmurarjoderpor lo bajo.
—Draco... —empezó Hermione.
Levantó una mano, la agitación lo tensaba.
—Solo... dame un minuto, —forzó a través de una mandíbula tensa.
Hermione cruzó las manos sobre el regazo y vio cómo él volvía a pasearse.
—Joder, —murmuró tras dar varias vueltas más por la sala de espera.
—Draco, solo...
Aspiró con fuerza y sus puños prácticamente vibraron al exhalar.
—Todavía no, —espetó.
Hermione soltó un suspiro de frustración y le permitió dar unos pasos más antes de decidir que si alguien merecía tener una crisis en un espacio público después de aquella noticia, era ella.
—Si estás pensando lo que yo creo que estás pensando, —dijo con una finalidad que transmitía que no volvería a callarse—. No necesitamos el dinero de tus padres para ampliar la investigación sobre mi caso. No... merezco ningún trato especial. No más del que recibiría cualquier otra persona. No sería justo.
Draco dejó de caminar, pero no se volvió hacia ella.
—Ya lo sé, —dijo, lacónico—. Lo del dinero, no lo que te mereces. Porque te lo mereces todo, joder. —Sus hombros se hundieron y finalmente se volvió hacia ella, dejándose caer en la silla a su lado—. Pero sé que nunca querrías un trato especial. Solo necesitaba un minuto para enfadarme. Mi orgullo recibió una paliza ahí dentro.
—¿Solo tu orgullo? —preguntó ella, tratando de burlarse, tratando de encontrar algo a lo que agarrarse que no fuera el entumecimiento.
Por un momento, le pareció ver algo de su propia vacuidad en su cara: una amenaza sigilosa de nada.
—El orgullo es lo más fácil de manejar. El resto, ni siquiera puedo...
A Hermione no le habría sorprendido que se hubiera partido un diente con la forma en que apretaba la mandíbula.
—Si tuvieras el dinero, —empezó Hermione, con una curiosidad momentánea que la distrajo de la finalidad de lo que se sentía como una derrota—. Lo usarías de todos modos, ¿no? ¿Aunque no quisiera un trato especial?
Volvía a tener la mano en un puño, rebotando sobre el brazo de la silla. A pesar de su enfado, vio que arqueaba una ceja.
—¿De verdad quieres que responda a eso? —preguntó.
—Supongo que no, —admitió—. Conozco la respuesta.
Desplegó el puño y le tendió la mano.
—No tiene sentido discutir sobre mi teórica traición a tus deseos. Ahora mismo no estamos en condiciones de financiar un departamento de investigación en San Mungo. No tiene sentido.
—Se están rindiendo, —dijo Hermione con voz tranquila, anclada a la mano de él en su agarre.
—Eso no significa que lo hagamos nosotros. —Ella se aferró a su forzada confianza con todo lo que tenía mientras su esperanza se marchitaba, se pudría y moría por última vez.
A lo mejor deberían.
—
En los días posteriores a aquella cita en San Mungo, donde sus sanadores admitieron la derrota y la dejaron vagar por las minas terrestres de su vida sin esperanza de desarmarlas, Hermione no leyó ni un solo libro sobre la pérdida de memoria.
Había sido voraz e insaciable durante meses, devorando hasta el último gramo de información sobre el tema disponible tanto en el mundo muggle como en el mágico. Y ahora, de repente, le daba náuseas y no se atrevía a asimilarlo.
En lugar de eso, observó a Draco, estudiándolo de la misma forma en que había estudiado su propia situación. Había estado esperando, se dio cuenta, más de lo que ella misma había admitido, aferrándose a la esperanza de que la memoria tomara las decisiones difíciles por ella. Porque la más difícil de esas decisiones era la de permitirse amarle, independientemente de un pasado que no compartían y basándose únicamente en la nueva y extraña versión de la realidad en la que la había metido la tragedia. Y quizás esa era la última barrera entre ellos, la que él veía y ella no podía. La que le mantenía a él en un sofá y a ella en una cama.
Si no podía tener lo antiguo, quería lo nuevo. Quería volver a enamorarse. Quería darse permiso para experimentar y no esperar, cansada de que todo lo que hacía dependiera de la esperanza de que le trajera recuerdos. Esa última barrera se presentó en forma de cornisa; por fin se sintió preparada para saltar.
—¿Alguna petición especial para tu cumpleaños? —preguntó Draco mientras ponía un plato de tostadas en la mesa junto a su té de la mañana.
Parpadeó, armándose de valor, y habló sin rodeos.
—Me gustaría que pudieras dormir en tu propia cama, —dijo.
Se enderezó contra el respaldo de la silla y entrecerró los ojos para mirarla con desconfianza.
—Eso suena más como un regalo para mí. Va a ser tu cumpleaños, —empezó, sin dejar de mirarla con la mirada perdida. Se llevó una tostada a la boca, dándole un mordisco—. Además, aún creo que tenemos otras cosas que resolver antes de...
—Sobre ese tema, —interrumpió Hermione—. Creo que me gustaría tener sexo con mi marido otra vez.
Draco se atragantó con la tostada a medio tragar. Carraspeó, parpadeó y se pasó una mano de las cejas a la mandíbula.
—Puto Gryffindor, —dijo finalmente—. No puedes soltarle algo así a un hombre.
Hermione había pasado los últimos meses haciendo un deporte de hacerle sonreír. No se había dado cuenta de lo divertido que podía ser pillarle desprevenido. Sonrió.
—¿Hablas en serio? —preguntó con cara de incredulidad. Luego cambió a algo más asombrado—. Hablas en serio, —repitió.
—Hablo en serio.
—Esto no tiene nada que ver con la cita, ¿verdad?
Intentó no echarse atrás. A veces era demasiado listo para su propio bien. Y no se le escapaba la ironía de aquella observación.
—Sí y no, —admitió. Encontró consuelo en su té, distrayéndose e incapaz de encontrar su mirada—. Estoy cansada de esperar a que el pasado me alcance. Me gustaría seguir adelante.
—¿Ha llegado la hora de los grandes gestos románticos? —le preguntó. Cuando levantó la vista hacia él, no podía creer la sonrisa salvaje y torcida de su cara ni las arrugas en las comisuras de sus ojos—. Te dije que los tenía. Si vamos a hacerlo, antes pienso cortejarte.
—¿Cortejarme? —se rio—. ¿Habrá un período de noviazgo también?
Resopló indolente y luego estalló en una verdadera carcajada. Hermione recapacitó. Ganarse su sonrisa seguía siendo su cosa favorita. Cuando se le pasó la risa, endureció el semblante y la miró con expresión seria.
—Por supuesto que no habrá noviazgo; ya te has casado conmigo.
—Me parece bien, —concedió Hermione.
Draco se quedó pensativo un momento. Los rápidos pensamientos que competían por su atención revoloteaban y aleteaban bajo su máscara de seriedad más rápido de lo que Hermione podía entenderlos. Solo cuando empezó a esbozar una sonrisa de satisfacción, supo que había resuelto el proceso mental que lo había envuelto.
—Ya no acepto peticiones para tu cumpleaños, —anunció.
—Ah, ¿no? —Hermione levantó las cejas, más divertida que otra cosa.
—No. Tengo un plan. Va a ser perfecto, y tú no tienes nada que decir al respecto.
—¿Perfecto dices? ¿Así que habrá libros y Crookshanks y el tema será Gryffindor?
La miró fijamente.
—Va a ser una sorpresa. Pero puedo confesar sin temor a equivocarme que esas cosas no tendrán nada que ver, por mucho que te gusten. —Se puso de pie de repente, su desayuno y té claramente al borde del abandono—. Tengo que hablar con Blaise, volveré esta tarde.
Hermione encontró su energía excitada tan entrañable como contagiosa.
—Y no... —empezó él, mirándola con un deje de picardía—. No dejes que Pansy elija tu lencería para tu cumpleaños. Me gustaría que en esta cita estuviéramos los dos solos, por muy buen gusto que tenga.
Hermione se rio, imaginando ya la decepción de Pansy cuando Draco desapareció con unpop. Té y tostadas completamente olvidados.
—
Poco más de una semana después, un día antes del cumpleaños de Hermione, Blaise Zabini apareció en su piso instantes después de que Draco se fuera a trabajar. No la saludó. No dijo nada en absoluto mientras se acercaba a la mesa de la cocina donde Hermione bebía los restos de su té matutino. Miró el reloj; estaba claro que los Slytherins se sabían de memoria los horarios de trabajo de Draco y de ella. La precisión de la planificación era un poco preocupante.
—No tengo planes de secuestrarte, —dijo al fin Blaise, recostándose en la silla que había elegido a su lado—. Eso es más del estilo de Theo. Solo quería dejarte esto. —Del bolsillo de su túnica de aspecto extremadamente caro, Blaise sacó un joyero de terciopelo, del tamaño perfecto para un anillo.
Hermione alzó las cejas, con la preocupación y la confusión dibujándose en su rostro.
—¿Hoy no hay cigarrillo? —preguntó Hermione en un esfuerzo por conjurar una distracción de la conversación que amenazaba con suceder sin su permiso en su propia cocina.
—No te gusta que fume en tu casa, —respondió Blaise como si la respuesta más sencilla fuera la más obvia.
Hermione puso los ojos en blanco.
—Tampoco a Theo. Pero eso no te ha detenido.
—Bueno, no estoy interesado en acostarme contigo.
—¿No te interesa acostarte...Theo? —Hermione pasó por varias formas de responder a esa noticia, pero finalmente se decidió por—: ¿y crees que arruinar sus tejidos con humo de cigarrillo te está ayudando, a qué... flirtear?
—Al final se dará cuenta, —explicó Blaise con un pequeño encogimiento de hombros—. No es tan inconsciente como tú. —Una pausa—. Pero casi.
Hermione abrió la boca, repasó unas cuantas respuestas potenciales pero insatisfactorias y volvió a cerrarla cuando Blaise reorientó la conversación hacia su propósito original. Sus intentos de distracción no habían durado tanto como esperaba.
—Tu traslador, —explicó Blaise con un gesto indiferente de la muñeca, señalando la cajita—. Se activa mañana a las seis.
Hermione tragó saliva, y su aliento, sus palabras y la mayoría de sus pensamientos se quedaron atascados en un nudo en la garganta, mientras centraba su atención en la cajita que tenía sobre la mesa.
—Es eso... —empezó a preguntar, pero sin necesidad, no realmente.
—Lo es. —Blaise se inclinó más hacia atrás en la silla, con la mano colgando hacia el suelo. Para sorpresa de Hermione, Crookshanks salió de debajo de la mesa y frotó la cabeza contra la mano de Blaise. Blaise, por su parte, no se dio por enterado de la llegada del gato, aparte de rascarle suavemente las orejas.
Hermione no tenía energía, ni tiempo, para desentrañar aquella revelación adicional.
—¿Y me traes a mí el traslador en vez de a Draco? Seguro que eres consciente de que acabas de perderle.
—Sí, intencionadamente.
Frustrantemente, Blaise no dio más detalles. Se limitó a mantenerse en equilibrio sobre la silla, con la mano colgando al alcance de Crookshanks, y a observarla con una incómoda mirada de fascinación.
Con un suspiro, Hermione lo incitó.
—¿Por qué? —preguntó molesta.
—Ya le di a Draco su traslador.
Otra pausa, más falta de aclaración.
—Entonces, ¿qué es esto? —preguntó Hermione, resoplando mientras señalaba la caja que desde luego no quería abrir por primera vez con Blaise Zabini como único testigo.
—Este es especial, una alternativa. Theo lo preparó solo para ti. En caso de que quisieras hacer algo bueno por Draco.
Los ojos de Hermione se abrieron de par en par.
—¿Entonces es un traslador no autorizado?
—Es una forma interesante de decir ilegal.
Le miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo conseguisteis esto? —preguntó Hermione.
—Pansy lo robó.
Hermione no debería haberse sorprendido. Pero, a pesar de todo, sus cejas se alzaron; las últimas conversaciones sobre el valor de los límites parecían poco más que recitaciones de un monólogo ante un público desinteresado. Balbuceó, intentando formar palabras coherentes, pero en vez de eso apretó los labios, frunciéndolos mientras luchaba contra su frustración.
—A todos se os revocará el acceso a las protecciones. No tenéis límites, ninguno de vosotros. Sois todos unos molestos entrometidos.
—Y esa es una forma interesante de decir Slytherin, —replicó Blaise. Levantó una ceja tranquilo, observándola—. También me gustaría señalar que, de hecho, te devuelvo tus posesiones robadas.
—Después de facilitar la creación de un traslador ilegal.
—Tecnicismos.
—Increíble, —resopló Hermione mientras miraba el reloj—. Dioses, y ahora voy a llegar tarde al trabajo. —Se levantó rápidamente, echando una mirada desolada a lo que quedaba de su té antes de lanzarle a Blaise una mirada mortal.
—Fuera, —ordenó.
Blaise no discutió. Se limitó a volver a colocar la silla sobre sus cuatro patas y se levantó con una extraña elegancia.
—Antes de irme, —empezó—. Si te apetece usar esto, te llevará al mismo destino que el traslador de Draco. —Blaise señaló la caja que ocupaba un espacio desproporcionado sobre la mesa—. Y que sepas que es casi seguro que Draco lo llevará encima mañana, si es que quieres pedirle que lo use en su lugar.
—¿Y cómo sabes exactamente que lo llevará encima? —preguntó Hermione, llevándose las manos a las caderas mientras volvía a mirar el reloj. Si no fuera porque todos los días llegaba al trabajo antes que su jefe, le habría preocupado más el paso del tiempo mientras Blaise seguía interrumpiendo su mañana.
Blaise respondió con una pequeña inclinación de cabeza.
—Sé a dónde te lleva.
Hermione apenas notó el final de la frase antes de que Blaise desapareciera con unpop, dejándola irritada y confusa en su propia cocina.
Podía llegar un poco tarde al trabajo si eso significaba volver a cambiar las protecciones.
—
La mañana de su cumpleaños, Hermione aún no había decidido si quería usar el anillo. Utilizarlo, lo sabía, conllevaba la fuerte implicación de llevarlo, lo que a su vez conllevaba el hecho obvio de que tendría que verlo, cosa que aún no había hecho.
Porque después de que Blaise se marchara y ella volviera a revocar todas las protecciones del piso, no se atrevía a mirar. Al igual que se había resistido cuando Pansy le indicó dónde lo guardaba Draco, Hermione no se atrevía a cruzar esa línea sin que él estuviera presente.
Y cuando tuvo la oportunidad de sacar el tema, se encontró con una inusual falta de valor. Le había parecido un tema imposible de abordar en marzo, cuando Theo se lo señaló en la cabina del Caldero Chorreante. Pero ahora, marzo sangraba hasta septiembre, brotando de la arteria cortada de su evasión.
Así que dudó, dolorosamente, entre decirle a Draco que se había convertido en un traslador o intentar ignorar el asunto por completo.
Porque además de todo eso, cuando no estaba retorciéndose por el anillo por el que sabía que debería haber preguntado hacía meses, Hermione estaba ocupada intentando encontrar la forma de decirle a Draco que ya era hora de dejar de investigar su pérdida de memoria. Él dijo que no se rendiría hasta que ella se lo dijera.
Necesitaba decírselo.
A fin de cuentas, Hermione tenía muy poca energía mental la mañana de su cumpleaños para hacer otra cosa que mirar el cuenco vacío de caramelos que había encima de la encimera de la cocina.
Draco se los había acabado el mes pasado y no había movido el cuenco ante la ausencia de los caramelos con sabor a manzana. Y Hermione tampoco lo tocó. Ella sabía lo que estaban esperando. Y al parecer, su cumpleaños sería el día.
Dio un respingo cuando las manos de Draco encontraron sus hombros y le dejó caer un beso en la parte alta del pelo.
—Estás terriblemente tensa para alguien que celebra su cumpleaños esta noche.
Ella se inclinó hacia su tacto mientras él le hacía rodar los músculos de ambos lados del cuello, su aliento recorría el lateral de su cara mientras él se inclinaba para depositar otro pequeño beso bajo su oreja.
—Antes tengo que sobrevivir a un día de papeleo, —le recordó.
—Y yo, un día entero fabricando pociones, —añadió. Le quitó las manos de los hombros y se las puso en el centro mientras la abrazaba por detrás, con la boca peligrosamente cerca de la oreja—. No voy a asustarte, ¿verdad? —le preguntó—. Solo quiero hacer algo especial.
Hermione agradeció no poder verle la cara. Porque si pudiera ver algo parecido a la vulnerabilidad que oía, podría partirla en dos y convencerla de que nunca le dijera que había llegado el momento de abandonar la investigación sobre su memoria.
—Creo que ya has reprimido bastante tus instintos hacia lo ostentoso. —Sus manos encontraron los brazos de él donde la rodeaban—. Cortéjame. —Una petición, una orden, un deseo.
Soltó una risita al lado de su cara mientras estaban allí de pie, un momento de tranquilidad antes de que cada uno tuviera que presentarse en sus respectivos lugares de trabajo.
Un impulso se apoderó del corazón de Hermione antes de que pudiera pensar en otra cosa. Sus oportunidades se habían esfumado casi por completo, dejándola con esta última oportunidad de solicitar el uso del anillo para su velada. Extrañamente, era exactamente el ímpetu que necesitaba; la amenaza de no poder elegir más la obligaba a hacerlo.
—Draco, —empezó ella, girándose en sus brazos y mirándolo—. ¿Crees que podría llevar mi anillo? —Pronunció las palabras tan sencillamente, tan fácilmente, después de meses de anticipación. El reflejo tomó el control; no había sido nada difícil.
Él no reaccionó, ni siquiera durante treinta segundos, tremendamente incómodos, mientras su mirada se perdía entre los ojos de ella, evidentemente inseguro de dónde fijar su atención. Cuando su mirada se detuvo, casi parecía aturdido, como si ella hubiera pronunciado su petición en una lengua desconocida o hubiera acompañado sus palabras con unconfundus.
Entonces la sonrisa creció. Pequeña al principio, solo un tic en los bordes de la boca que resaltaba las peligrosas arrugas de las comisuras de los ojos. Luego vino el destello de los dientes, cada vez más visibles junto con el hoyuelo de su mejilla izquierda. Y, por último, una sola carcajada a modo de respiración incrédula, resoplando desde un lugar más profundo que sus pulmones, conectado directamente con su corazón.
—Por supuesto, —exhaló en vez de hablar, separándose de ella y sacando del bolsillo del pantalón la misma caja de terciopelo que Blaise le había entregado el día anterior.
—No lo llevo siempre conmigo, —murmuró. Una pizca de timidez la atrajo con su sinceridad—. Pero hoy es... bueno, supongo que podría decírtelo ahora.
Apartó los ojos del pequeño joyero y la miró.
—¿Decirme qué? —preguntó Hermione, encontrando su voz sorprendentemente difícil de controlar, una vacilación acuosa apoderándose de ella sin que su mente consciente lo supiera.
—Hoy hace dos años que nos prometimos, —dijo en voz baja, abriendo por fin la caja de pandora del compromiso y la historia y el dolor y la esperanza marchita.
No se esperaba lo que vio. Lo había visto brevemente cuando Pansy lo llevaba, pero no había tenido ocasión de evaluarlo. Y no era tanto su aspecto lo que no esperaba, sino más bien cómo se sentía. Porque cada vez que Hermione creía haber localizado y visto desmoronarse sus últimos restos de esperanza, seguía encontrando nuevos fragmentos, escondidos en lugares ocultos o, en este caso, en estuches de joyas.
Una parte de su corazón se derrumbó al ver por fin el anillo presentado por un Draco Malfoy maravillosamente esperanzado, y no encontrar magia alguna en su revelación. No trajo ninguna avalancha de recuerdos, no activó ninguna mina terrestre, no cambió nada en absoluto.
Pero cuando Hermione apartó los ojos del anillo de rubí, flanqueado por su órbita de diminutos diamantes, encontró la magia que faltaba tras los ojos de Draco, independiente de cualquier esperanza que, sin saberlo, hubiera asignado a un trozo de metal y piedras caras.
Porque Draco la miraba como si los recuerdos no importaran. O, más bien, como si él pudiera amarla, pudiera amarla, la amaría, con o sin ellos. Y sin importar si él lo había dicho antes, o si había hecho todo lo posible para demostrarle que eso era cierto; ese fue el momento en que Hermione lo creyó por completo.
Draco se aclaró la garganta y sacó la joya de la caja. La levantó entre los dos. Cuando Hermione lo había visto en la mano de Pansy parecía más grandioso, y tal vez eso solo fuera un efecto secundario de las tendencias de Pansy hacia lo exagerado. Pero entre ella y Draco, sin la interferencia de Pansy, Hermione podía verse llevándolo, amándolo.
Entre la banda de oro y la piedra de rubí, se le ocurrió un pensamiento.
—¿Me diste un anillo con los colores de Gryffindor? —preguntó ella, con una pizca de diversión que contenía parte de su tensión. Vio cómo su rostro se crispaba, una lucha en las comisuras de sus labios para no reaccionar.
—Me pareció apropiado en aquel momento, —respondió con cuidado. Sus palabras eludían otro significado. Hermione le ofreció la mano, con las cejas fruncidas, mientras esperaba a que se explayara: un sarcasmo afectado para ocultar sus nervios. Sus manos estaban cálidas contra las de ella cuando deslizó el anillo en su dedo, como un barco perdido hacía mucho tiempo que por fin regresaba a puerto. Draco suspiró y le agarró la mano.
—En realidad es una reliquia. De las bóvedas de la familia Nott. No tuve acceso a las de los Malfoy, obviamente, y Theo... bueno, él estuvo más que feliz de ayudarme a mandarlos a la mierda.
Hermione gimió, luchando contra las repentinas lágrimas que se sentían más frustradas que otra cosa.
—Dioses, ¿nos ha dado una de sus reliquias familiares y acabo de prohibirle la entrada a las protecciones?
—¿Le prohibiste la entrada a las protecciones? —preguntó Draco, inclinando la cabeza e intentando secarle una de las lágrimas.
—A Blaise y Pansy también, —añadió Hermione. Levantó la mano para exhibir el anillo entre ellos—. Robaron esto y lo convirtieron en un traslador para esta noche, se activa a las seis. —Derrotada, Hermione dejó caer la mano—. Estoy segura de que solo querían que por fin te preguntara sobre él.
Y en lugar de enfadarse como Hermione había hecho, como ella habría esperado que hiciera, Draco se rio, tirando de ella en un fuerte abrazo. Las vibraciones de su risa la estremecieron.
—Dioses, quiero a mis amigos, —le oyó decir a un lado de su cabeza.
—Yo tuve una reacción muy distinta, —murmuró Hermione, aferrándose a él a pesar de todo y disfrutando de su momento de contacto.
—Seguro que sí, —dijo él, separándose y sujetándole la mano con la joya recién adornada—. No puedo decir que me importen mucho sus métodos si este es el resultado, —continuó, mientras le levantaba la mano y le besaba los nudillos.
Puede que el anillo no fuera mágico en sí mismo, pero había algo mágico en las promesas que representaba, en las amistades que atestiguaba y en el tiempo que aún le quedaba. Por un momento, Hermione se permitió creer en ese tipo de magia por encima de todas las demás.
Le besó. Le besó sin el peso de esperar recordar algo que no podía. Le besó sin el temor de que su mente con seis años menos no fuera suficiente. Le besó con una esperanza nueva y diferente floreciendo, una esperanza de futuro, olvidando el pasado.
—
Cuando Hermione regresó a casa después de un larguísimo día revisando informes en la pequeña mazmorra que el ministerio llamaba su despacho temporal, lo primero que vio fue el cuenco de caramelos que había en la encimera de la cocina: otra vez lleno.
Draco debió de oír su aparición porque entró en el salón mientras se colocaba los gemelos en su sitio casi tan pronto como ella había aparecido. Siguió su mirada.
—Llegaron justo cuando volvía a casa del trabajo, —explicó—. Sin nota. Pero es la lechuza de la familia así que...
Hermione no podía apartar los ojos del cuenco. Se alegró por él, se dio cuenta de un modo desinteresado y totalmente ajeno a sus propias pérdidas, de que aún pudiera tener esperanzas. E incluso cuando ese sentimiento se hundió como una piedra en su interior, sonrió.
—Así que, si llegan el día de mi cumpleaños, serán míos, ¿no? —preguntó, forzando la ligereza. No se revolcaría más en sus oscuras cavernas.
Draco soltó una carcajada y avanzó hacia ella. Le dejó caer un beso familiar y despreocupado en la sien.
—De ninguna manera, —respiró en su piel—. Ahora, si no te importa, esperaba que te pusieras el vestido azul marino esta noche.
—¿El que me puse en esa desastrosa cena con Ron?
Draco hizo un ruido pensativo, con la garganta zumbando tan cerca de su oído que prácticamente podía sentirlo.
—Una noche ciertamente miserable no puede arruinar lo preciosa que estás con ese vestido. —Con dedos de fuego, su mano hizo contacto con la parte baja de su espalda, alejándola suavemente de la sala de estar—. Y ya que llevas nuestro traslador, —una rápida mirada a su mano izquierda y una innegable sonrisa—, deberías cambiarte para que no te aleje de mí.
Hermione puso los ojos en blanco; tenía tiempo más que suficiente, aunque de todas formas se cambió rápidamente. Recordó la primera vez que se había puesto aquel vestido, sintiéndose desconocida en su propia piel, pero no del todo incómoda. Draco le había dicho que era su favorito y a ella le costaría mucho no estar de acuerdo. Se dio cuenta, quizás por primera vez desde su accidente, de que el reflejo que la miraba en el espejo se parecía a ella. No la de hace unos años. Solo ella tal y como se veía ahora.
Era una sensación liberadora y encantadora. Se parecía a sí misma y le gustaba lo que veía: un escote un poco pronunciado, un corpiño ajustado y un sutil vuelo de la tela azul marino que le llegaba justo por encima de las rodillas. Se sentía guapa, deseable y como si fuera a conseguir exactamente lo que quería para su cumpleaños.
Salió del dormitorio con unos minutos de sobra. El tiempo justo para que Draco se quedara boquiabierto, sonriera y se aferrara a la carne entre sus caderas y su cintura, tirando de ella mientras la besaba mientras se marchaban.
—
—¿Estamos... esto es un viñedo? —preguntó Hermione mientras se sacudía el mareo del aterrizaje. Aunque los trasladores eran una de las formas de viajar que menos le gustaban, no le importaría acostumbrarse a ellas si eso significaba tener los brazos de Draco alrededor de ella y sus labios apretados contra los suyos, oliendo a especias y cítricos y a hogar.
—Esta es una de las propiedades de la familia de Blaise, —dijo Draco mientras enhebraba sus dedos: la mano izquierda de él, la derecha de ella—. Estamos en Italia.
—¿Theo hizo un trasladorinternacionalilegal? —Hermione no pudo contenerse mientras miraba el anillo ahora inactivo de su mano izquierda.
Draco se rio entre dientes, tirando de ella para que caminara a su lado entre las hileras de enredaderas que los rodeaban.
—Tu capacidad para sorprenderte de su desprecio por las normas es realmente impresionante, teniendo en cuenta el número de leyes que has infringido a lo largo de tu vida, —comentó Draco secamente, cebo si ella lo hubiera oído alguna vez. Y aunque sabía que lo decía como tal, pudo sentir cómo se ponía rígida, cómo se alzaba ante él, cómo quería desafiarlo.
—¿Quieres probar cuánto me has contado? —Draco sonrió satisfecho, volviéndose hacia ella. Con la mano libre le acarició la mandíbula y se inclinó para arrancarle un beso antes de que pudiera responder. Se quedó cerca—. Porque para ser completamente sincero, —continuó—. Mi mujer, una heroína de guerra temeraria y transgresora de la ley, me parece tremendamente atractiva. Siempre estoy dispuesto a discutir los detalles de mi atracción.
Había algo en el aire. Tal vez fuera la proximidad del Mediterráneo, o la inmersión al sur del paralelo cincuenta, o simplemente el intercambio de aliento entre sus pulmones y los de él, pero los vientos de los viñedos que los rodeaban la hacían sentirse como una brasa acercándose demasiado a su llama.
Hermione sonrió contra sus labios, perdiéndose en un momento no atormentado por su pasado.
—El cortejo va bien hasta ahora, —le dijo, sabiendo ya que lamentaría la mirada de autosatisfacción que tal afirmación le inspiraría. Pero en lugar de eso, cuando lo observó, parecía mortalmente serio.
—Bien, —dijo—. Ahora ven, tenemos una mesa preparada justo delante.
Al final de la hilera de vino en su maduración, había una mesa sencilla, puesta para dos.
—¿Cena privada esta noche? —preguntó Hermione, sintiendo que se derretía ante la belleza y la intimidad de aquel lugar.
—Hace dos años vinimos aquí por tu cumpleaños y, como ahora sabes, también te propuse matrimonio. —Le acercó una silla, haciendo gala de sus arraigadas costumbres de caballero—. Puede que ya no tenga mi propia fortuna con la que mimarte, —dijo mientras tomaba asiento frente a ella—. Pero tengo varios amigos ricos y un gran recuerdo de favores que me deben.
—Pero sabes que nonecesitonada de esto, por muy bonito que sea, —insistió Hermione mientras una brisa de finales de verano le hacía cosquillas en los rizos contra la nuca.
Draco sonrió de la forma en que lo hacía cuando ella se repetía a sí misma, cuando le repetía como un loro una conversación que habían tenido una vez, una que él era demasiado educado para señalar, pero que ella reconocía de todos modos.
—Lo sé. Pero si alguna vez hay ocasión de derrochar... —se interrumpió.
—Harás bien en recordarlo el próximo junio. —Hermione lanzó la amenaza con su sonrisa más inocente.
Draco se quedó quieto, tal vez evaluando su seriedad. Entrecerró los ojos y finalmente sonrió satisfecho.
—Así que nos prometimos y nos casamos a finales de año, —continuó, como una pregunta, pero más bien como un catálogo, memorizando y almacenando la información en su mente, ahora que tenía una imagen tan bonita para acompañarla—. Y te desheredaron, —concluyó. Esa parte no podía olvidarse.
—Y mereció absolutamente la pena, antes de que intentes preguntar, —dijo.
Sonrió.
—No iba a hacerlo. —Un torrente de curiosidades corrió por su cabeza—. Sin embargo, me pregunto. Te pregunté cómo sucedió, pero no exactamente por qué. Me doy cuenta de que es obvio y puedo hacer conjeturas. Es solo que, cuanto más lo pienso... es tanto a lo que renunciar, que no puedo...
Él silenció la rápida sucesión de pensamientos que ella había estado verbalizando tomándole la mano, un gesto ya familiar entre ellos.
—Salvo por el hecho de que estoy dolorosa e irracionalmente enamorado de ti, no hay otra versión de mi vida en la que pudiera estar mejor que la que tengo contigo, hombre rico o no. —Apretó sus dedos, el pulgar recorriendo la parte superior del anillo que ahora había llevado durante un solo día, pero que sentía paralelo a toda una vida—. Haces que todo en mi vida sea mejor, —continuó—. Esta es una relación irremediablemente unilateral en la que yo lo consigo todo y no entiendo por qué sigues aquí.
Tragó saliva y se esforzó por mirarle a los ojos.
—¿Es eso lo que tanto te asusta? ¿Que decida que no saco nada de esto?
—Todos los días. —La presión de su mano sobre la de ella era inquietantemente firme. Pasó un rato antes de que admitiera el resto—. Especialmente desde que ocurrió.
No hacía falta aclarar de qué hablaba. Había consumido casi todos los aspectos de su vida desde que despertó en San Mungo en enero. Lo llevaba consigo todos los días, y él también.
Al segundo siguiente, una botella de vino apareció en la mesa, sacándoles agradecidos de la seriedad de su conversación.
—¿Dice esa botella que es el "Malfoy Vintage"? —preguntó Hermione, entrecerrando los ojos ante la elaborada escritura mientras Draco la cogía para servirla.
Le dedicó una sonrisa cómplice, y su vulnerabilidad volvió a esconderse en los rincones más recónditos.
—A Blaise se le puede convencer de ser sentimental en ocasiones. Esta fue la cosecha del año en que nos comprometimos.
—Muy Hufflepuff por su parte, —comentó Hermione, observando con satisfacción cómo Draco le servía un vaso.
—No le digas eso. —Se rio.
Su comida apareció en los platos frente a ellos, un menú claramente determinado de antemano con todos los caprichos italianos que Hermione pudiera imaginar. No podía negar la expectación que le embargaba al ver el surtido que tenía delante. Miró a Draco, que volvía a tener esa expresión de suficiencia: satisfecho de sí mismo.
—Esto tiene una pinta deliciosa, —concedió ella, ni siquiera interesada en negarle su satisfacción.
—Solo algunos de tus favoritos. —Se encogió de hombros. La falsa humildad le quedaba ridícula. El regodeo era preferible.
—Hablando de Blaise, —empezó Hermione, tomando un sorbo de lo que supuestamente era su propia cosecha de vino italiano a medida—. ¿Eres consciente de que cree que ha estado flirteando con Theo?
Draco estalló en carcajadas, con verdadero humor en la cara.
—Todo el mundo es consciente de ello, —hizo una pausa, tomando un sorbo de su vino y observándola. Sonrió—. Excepto Theo, por supuesto.
—¿Así que Theo me tiene ayudándole a buscar novio unas cuantas veces al mes y no tiene ni idea de que Blaise está... no sé, interesado?
—Bueno, Blaise cree que está siendo obvio y Theo es inconsciente, —comentó Draco.
Hermione pensó en aquella combinación condenada al fracaso mientras bebía un sorbo de vino y disfrutaba de la comida. Bajo el fuego cruzado de los rayos de luz del sol poniente, se dio cuenta de lo encantadora que había sido la velada organizada por Draco. Y a pesar de ser un gesto tan grandioso, no sintió ninguna incomodidad, ningún malestar abrumador que le dijera que era demasiado. Porque seguía siendo tan íntimo, tan sencillo: solo un hombre y su mujer.
—Puedo imaginar, —empezó—. Que no éramos muy diferentes, al principio... si tuviera que adivinar.
—¿Diferentes de qué? —preguntó Draco mientras sus platos se vaciaban, dejando solo vino y conversación y una luz que se desvanecía constantemente.
—Blaise y Theo, —dijo—. Imagino que probablemente pensé que estaba siendo bastante obvia y tú no te diste cuenta.
Draco se rio, tanto que tuvo que volver a dejar la copa de vino sobre la mesa. Las sombras proyectadas por el sol poniente se reflejaban en las líneas de expresión que se extendían por su cara, bañándolo tanto de luz como de oscuridad.
—Si alguien era inconsciente, eras tú, —dijo finalmente mientras su risa se asentaba en algo cariñoso—. Yo era el obvio.
Animada por el vino y un afecto que le sangraba por los huesos, Hermione le miró arqueando una ceja.
—Los Slytherin no suelen ser obvios, —insistió—. Los Gryffindors, sin embargo... —dejó que el final de la frase se interrumpiera mientras acumulaba casi nueve meses de creciente deseo por el hombre que tenía delante y se armaba de valor para llevarlo a cabo.
Puso la servilleta de tela sobre la mesa, un movimiento deliberado que detuvo cualquier réplica que Draco hubiera planeado en su garganta. Se puso de pie, una descarga de adrenalina la inundó. Valentía, lo sabía. Anticipación, lo agradecía. Pero luchó contra el tartamudeo de los latidos de su corazón detrás de la jaula de huesos dentro de su pecho. Porque esa era la parte que la hacía sentirse salvaje, un poco fuera de control, insegura de sí misma.
Dio dos pasos con cuidado hacia el lado de Draco en la reducida mesa y se detuvo frente a él. Puso las manos en las caderas, un movimiento que pretendía ocultar el balbuceo y el tartamudeo que sentía en el pecho bajo una pose que le daba el control.
La expresión de Draco no había cambiado desde el momento en que ella se puso en pie: la mezcla de una sonrisa burlona con anticipación, un oscurecimiento en sus ojos bajo la luz cada vez más tenue del final del verano.
Hermione se alegró de que su voz sonara sólida y segura, a pesar de lo bajo que hablaba.
—Hazme sitio.
Un destello de confusión, más rápido que un relámpago, fue el único indicio de la sorpresa de Draco. Con un silencioso roce de su silla contra el suelo compactado del viñedo, puso espacio entre él y la mesa.
Era el espacio justo para que Hermione diera un paso adelante, aceptando el ofrecimiento de sus manos al darse cuenta de su intención, y se hundiera en su regazo. Su cara se quedó a una decisión de la cornisa a la que se había estado acercando toda la noche.
Le subió las manos por el pecho hasta la nuca, enredándolas en su pelo: su sujeción favorita. La agarró por la cintura y la acercó lo más posible a él, mientras una de sus manos subía por su columna vertebral y se detenía en mitad de su espalda. Su cara se giró la fracción necesaria para establecer contacto visual. De su garganta emanó un ruido sordo antes de encontrar las palabras.
—No llevas sujetador, —dijo. No era una pregunta.
—¿Quién dijiste que era el obvio? —preguntó Hermione en respuesta. Apoyó la cara en su cuello, necesitando reforzar su coraje con el sabor de su piel y un descanso de la plata de su mirada—. ¿Y el inconsciente? —continuó ella, respirando la pregunta contra su cuello. A pesar de la creciente oscuridad, todo su cuerpo se sentía encendido, vibrando con el calor de una estrella propia. Juntos podrían formar una constelación.
Puso una de sus manos sobre la de él, la que estaba posada en su cintura. Lo guio hacia abajo, sobre la curva de su cadera y los músculos de su muslo, que no pudo evitar flexionar al contacto. Más abajo aún, llevó la mano de él al dobladillo de su vestido antes de comenzar a subir de nuevo. Esta vez, con los dedos de él recorriendo su carne desnuda, Hermione tuvo que distraerse besándole el cuello para evitar que su respiración se agitara salvajemente contra él. Desde su posición, pudo ver que él había dejado de respirar por completo.
Le guio la mano por la piel de debajo del vestido, por la parte exterior del muslo, hasta que se posó en la cadera. Ella vio el momento en que se dio cuenta. Tragó saliva y sus dedos se flexionaron de inmediato, clavándose en la piel de ella como un hombre colgado de un precipicio.
—Me dijiste que no dejara que Pansy eligiera mi lencería, —le dijo al oído, sintiendo que un estremecimiento de poder sustituía a los tartamudeos nerviosos de su corazón—. Así que opté por no ponerme nada.
No tenía ni idea de dónde había guardado el traslador de vuelta. Pero en el instante siguiente estaba girando a través de continentes con él, enredada en su tacto y desesperada por más.
—
Su aterrizaje fue poco elegante. Una rápida activación del traslador desde una posición sentada, abrazados y con las facultades mentales ocupadas, no podía ser aconsejable. Fue un verdadero milagro que Hermione no se golpeara la cabeza con la mesa de la cocina cuando el traslador, impresionantemente preciso, los dejó caer directamente en el vestíbulo.
Maldita sea, Theo era bueno.
Hermione se tambaleó, agradecida de haber caído de pie y sintiéndose temblorosa después de su tropiezo hacia la mesa y las sillas muy robustas. Se volvió, Draco parecía menos agitado mientras se alisaba arrugas que simplemente no existían de la tela de sus pantalones.
Cuando él levantó la vista hacia ella, evidentemente satisfecho con el estado de sus ropas que ella no tenía intención de permitirle llevar mucho más tiempo, ella sintió que la tensión se estrechaba entre ellos. Las fibras que se desenredaban se incendiaban, cada vez más apretadas, deshilachándose en todas direcciones hasta que la tensión se rompió. Del mismo modo, Hermione sintió que sus huesos podrían romperse bajo el peso de la mirada de Draco.
Se dio cuenta de que él estaba esperando a que se derrumbara la última barrera entre ellos, esperando a que ella le confirmara que podía tenerla, a toda ella. La confirmación de que no era solo el vino o el cortejo, sino algo impulsado por la intención.
Incluso de pie en la cornisa de lo desconocido, queriendo, necesitando saltar, la vacuidad de abajo de repente se parecía a una de las cavernas familiares dentro de su propia cabeza. Se detuvo, atascada en su impulso. Era hora de rendirse, lo sabía. Sus cavernas seguirían vacías de las cosas que una vez vivieron en ellas, lo aceptaba. Quería llenarlas con algo nuevo.
Había estado concentrada en esos pensamientos errantes, con la mirada perdida en el primer plano entre ellos y cuando volvió a concentrarse, Draco estaba de pie justo delante de ella. No la tocó, salvo por un único rizo enrollado en un nudillo. Ella reconoció su mirada, una que ya había tenido antes, en este lugar, de esta manera. Era la de un hombre hambriento, buscando saciarse, y perdiendo la lucha por no alcanzar su carne.
—Dilo, Granger, —exhaló.
Esta vez, ella lo besó. Y no fue un fugaz contacto fantasmal como la primera vez que lo había hecho; fue presión y pasión y permiso.
—Llévame a la cama, —murmuró contra sus labios. La última barrera, tan grande como el Muro de Berlín, se derrumbó.
Se rio contra su boca, con la alegría mezclada con el deseo, mientras la alzaba en brazos. Sus manos ya se habían deslizado por debajo del dobladillo del vestido y le agarraban la piel desnuda mientras la llevaba al dormitorio, a la cama.
—
El sexo era su propio tipo de magia. No muy diferente de la que había buscado dentro de un joyero. Del tipo que había encontrado en la cara de Draco.
El sexo con él era un ejercicio de ocultismo.
Los conjuros que insufló en sus poros mientras le quitaba el vestido por los hombros se asentaron en su piel con la avidez de una llama accidental, consumiendo su carne.
Escribió runas con sus labios, recorriendo cada centímetro inexplorado de él mientras sus manos inestables desabrochaban los botones de su camisa, revelando un mar de piel para saciar su sed.
Los hechizos lanzados por su tacto, insistente en su exploración de los lugares que la hacían tambalearse, rodeaban su mente y su cuerpo en un torbellino de deseo.
Y los encantamientos que conjuraba con los pesados gemidos entre los labios entreabiertos eran lo único que la mantenía pegada a la tierra, anclada en algo parecido a la realidad, mientras Draco se hundía en ella, con los ecos resonando en su cabeza.
Por un momento, todo quedó en calma.
Entonces, la respiración de Hermione retumbó en la boca. La ligera expansión de su pecho apretó aún más su piel contra la de él mientras pequeñas erupciones de urgencia forzaban un rechinar casi involuntario de sus caderas.
Draco gimió contra su cuello. Sus dientes rasparon los tendones verticales de su garganta antes de levantar la cabeza y mirarla a los ojos. Ella volvió a balancearse, animándole a moverse, casi desgarrada por la creciente llamarada que rebotaba a lo largo de sus nervios.
Presionó sus labios con un beso, sorprendentemente casto, mientras alejaba sus caderas de las de ella con una lentitud agonizante. Hermione jadeó contra su boca y le pasó los dedos por el pelo, arrastrando las uñas por el cuero cabelludo, bajando por el cuello hasta los hombros.
Cuando él rompió el beso y volvió a mirarla, ella vio el brillo en sus ojos, la arruga en las comisuras, y supo que estaba perdida. Una sonrisa de Draco Malfoy que no era más que una mirada le dijo todo lo que necesitaba saber sobre cómo planeaba tenerla.
Los ojos de ella se entornaron en el mismo instante en que las caderas de él se movieron hacia delante, una descarga de electricidad por arte de magia, o al revés, crepitó entre ellos, indiferentes a dónde acababa uno y empezaba el otro.
Draco se levantó, se sentó sobre los talones y siguió dentro de ella mientras sus manos, seguras y expertas, la sujetaban por las caderas para que se adaptara a todos sus movimientos. Ella era un lienzo, tensado con demasiada fuerza sobre su cuerpo, deshaciéndose por los bordes y cayendo completamente deshecha mientras dejaba que sus reflejos tomaran el control, el instinto orquestando cómo estar con él. No tenía control sobre su voz, sobre su respiración, sobre su inminente ruina bajo sus caricias.
El calor le recorría la piel y los tendones en oleadas rápidas, oleadas de necesidad con las que apenas sabía qué hacer. Pero sabía que necesitaba más contacto, más cercanía. El frío mordisco del aire a temperatura ambiente contra la tormenta de fuego bajo su piel la impulsó a buscar más contacto. Extendió la mano y, sin necesidad de palabras ni peticiones, él simplemente la atrajo hasta una posición sentada con él, pecho contra pecho, cara contra cara, y los vacíos de su mente presionados por los recuerdos de la suya, tan cerca que bien podrían ser uno solo.
Él aminoró el ritmo mientras la estrechaba contra sí, saboreando una nueva posición que le arrancaba aún más placer. Ella se movió con él, gimiendo ante el roce de la fricción mientras él la penetraba, algo totalmente familiar y deliciosamente desconocido a la vez. Se aferró a su espalda en busca de apoyo mientras todas y cada una de las fibras de su interior amenazaban con temblar, estremecerse y disolverse bajo la piel bañada en sudor y el rastro de la lengua de él a lo largo de su pecho. Solo se mantenía firme gracias al brazo que Draco había anclado alrededor de su cintura, manteniéndola erguida y perfectamente colocada para juntar sus caderas con las de él.
Soltó un pequeño suspiro entrecortado cuando la mano izquierda de él le acunó brevemente la cabeza antes de descender más, más allá de las barreras, los botones desaparecidos y las excusas absurdas para seguir ocultando tan precioso delirio de su vida. Su mano le acarició el pecho en su descenso, haciendo rodar un pezón entre sus dedos y provocando un silbido estrangulado entre los dientes de ella antes de continuar bajando.
Su mano se deslizó más allá de sus costillas, pasó como un fantasma por su estómago y se acercó a los nervios que serían el blanco de su incendio provocado.
Apretó las uñas con más fuerza contra su espalda, echando la cabeza hacia delante lo suficiente para obligarle a mirarle a los ojos. Le quedaba poco control, ya estaba en el precipicio de una nueva cornisa y dispuesta, desesperadamente, a caer.
Ella solo tenía una petición cuando sus dedos encontraron por fin su destino, arrancándole placer: un ladrón de suspiros, y jadeos, y gritos.
No seas suave conmigo, había querido decir. No lo había sido con él, hacía tantos meses. Y quería que le devolviera el trato con interés, con un interés dulce y delicioso que se traducía en embestidas rápidas y duras y en magulladuras de las manos contra su piel. Pero las palabras murieron en su garganta, junto con cualquier pensamiento coherente que pudiera haber tenido mientras se deshacía en la cresta de un placer que alcanzaba su punto máximo y se desplomaba una y otra vez.
Y por un momento, su mente no fue más que vacíos, enormes cavernas de desconocimiento mientras su mundo parpadeaba antes de volver a formarse y empezar de nuevo. Una nueva realidad en un ángulo diferente, parámetros cambiantes que le otorgaban nuevas perspectivas mientras se deleitaba con el placer de ver como cada gramo del cuidadoso control de Draco Malfoy se desintegraba a su alrededor mientras él se liberaba instantes después que ella.
Se desplomó en la cama junto a ella, y la rápida respiración de él la sacó de su propia cabeza, aún vacía de viejos recuerdos, pero llena de algo más. Se aferró a ella, y ella a él, mientras le daba pequeños besos sinuosos en el cuello, el hombro, la muñeca: recorrieron cada centímetro de ella que sus labios podían recorrer. Y sus manos hicieron lo mismo, reaprendiendo y catalogando cada rincón de su pálida piel.
—No volveré a salir de esta cama, —anunció Draco, apenas un susurro entre besos.
—¿No? —fue todo lo que Hermione pudo decir mientras le recorría las largas líneas del brazo, sobre la desvaída Marca Tenebrosa que él no sabía cómo perdonarse.
—Entre tú y... bueno, el hecho de que no sea ese maldito sofá, no puedo imaginar un conjunto de circunstancias más perfecto.
Perfecto, sin duda.
—¿Siempre es así? —preguntó en voz baja, con la esperanza de comunicar el sentimiento de posesión, de ser poseída, que ardía como brasas ardientes dentro de su pecho.
—¿El sexo? —preguntó, desviando su estela de besos para poder nivelar su cara con la de ella—. Sí y no, —respondió—. Siempre es fantástico, pero esto fue...
—Mágico, —respondió ella, enrojeciendo de vergüenza por semejante sentimentalismo. Nunca se había imaginado a sí misma como ese tipo de persona, tan consumida por otra que los límites entre ambas se difuminaban.
Tarareó un sonido de acuerdo mientras acercaba la boca a su oreja, con un mínimo rastro de dientes jugueteando con el lóbulo. Sus reflejos arqueaban su cuerpo contra el de él, reaccionando a sus caricias.
Ella sonrió, cerrando los ojos. En aquel momento perfecto, indicativo de todo el tiempo que les quedaba por delante, Hermione decidió por fin poner el tiempo que quedaba atrás a dormir.
—Draco, —dijo. Él hizo otro ruido gutural contra su oído, haciendo saltar chispas por sus venas—. Es hora de rendirse, —dijo ella simplemente.
Al principio no reaccionó, seguía mimándola con suaves mordiscos y caricias. Luego aflojó el paso y dejó de trabajar detrás de su oreja.
—¿Rendirse? —preguntó. La serenidad de su cara, presente desde el momento en que su control se hizo añicos al correrse, desapareció.
—La investigación, —le dijo—. Buscando respuestas, esperando que mi memoria simplemente vuelva. Es hora de rendirse y seguir adelante.
Era una verdad clínica y sencilla. Tenían mucho más que esperar, si tan solo pudieran dejar atrás el pasado que ella ya había olvidado. Ella no necesitaba sus recuerdos, ya no, para construir algo nuevo con él.
Estaba quieto, callado, y no la miró hasta que finalmente, habló.
—No.
Hermione parpadeó.
—¿Qué-qué quieres decir con "no"?
—Quiero decir que no, —repitió, sus palabras solidificándose de un modo nuevo, armadas de convicción.
—Dijiste que no te rendiríashasta que yo te lo pidiera. Es hora, Draco.
—Yo... —titubeó. Y entonces, como si se acabara de dar cuenta él mismo, terminó su pensamiento—. Mentí.
Se apartó de ella, mirando al techo, mientras Hermione intentaba comprender lo que acababa de ocurrir.
—Dijiste que era mi mente, mi decisión, —dijo, la voz tan baja que apenas podía oírla ella misma.
—Sé que lo hice, —respondió, con el volumen igual de ausente—. Pero no puedo.
—¿No puedes o no quieres?
—¿Importa la diferencia?
Aquellas brasas ardientes de su interior se encendieron, ya no un calor agradable, sino algo doloroso y cercano a la ira. Ella no quería eso, no quería arruinar lo maravilloso que acababan de compartir. Pero si él no sabía la diferencia, ella necesitaba que aprendiera.
—Una es cuestión de tu habilidad. La otra de tu voluntad.
Y uno era ciertamente peor que el otro.
Él no dijo nada y Hermione imaginó que podía oír los pensamientos que se agitaban dentro de su cabeza.
—¿Draco? —preguntó ella al aire pesado que los rodeaba. Tenía los ojos fijos en el techo mientras intentaba que las lágrimas no la invadieran tras lo que había sido algo tan espectacular. A pesar de la nueva brecha entre ellos, convertida en realidad en unas breves palabras, Hermione se obligó a ser valiente. Cosas peores no habían conseguido doblegarla. Esto no definiría su velada.
—Háblame de nuestra boda, —dijo.
Le oyó soltar un suspiro, ni triste ni frustrado, solo retenido más allá del umbral de su cadencia respiratoria normal. Volvió a girarse hacia ella y le rodeó la cintura con un brazo mientras tiraba de ella.
Con los labios pegados a su piel y comprendiendo en silencio que no era el momento de discutir, se lo contó.
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Nota de la traductora:
Os dejo un fanart en los comentarios.
