Apoyado en la pared, Edward observó cómo Bella tapaba a Ben con su mantita de osos. Su rostro, sus gestos, todo en ella clamaba amor y ternura por su

hijo. Una asfixiante pesadez se instauró en su pecho. Desde que lo había visto por primera vez dormido en el salón, no había podido dejar de fijarse en el pequeño y en cómo le recordaba a las fotografías de su infancia y la de Eduardo.

-Ha sacado muchos rasgos de los Cullen, pero tiene tu forma de fruncir los labios cuando reflexionas.

Demasiado tarde, se dio cuenta de que había hablado en voz alta. Bella alzó sobresaltada la cabeza, confirmando que se había olvidado de su presencia.

-Supongo que sí. A Eduardo le gustaba presumir de que ha heredado el cabello de su abuelo, al igual que tú y él -admitió dándole a Ben un último beso en la manita antes de colocársela sobre la almohada.

-¿Ben proviene de Benjamin? -Era una pregunta estúpida, pero Edward tenía que hacerla.

-Sí, a tu hermano le hacía mucha ilusión que llevara el nombre de tu Abuelo.

-Es un detalle por tu parte que accedieras a ello.

La acompañó a la cocina y se limitó a observarla mientras ella preparaba una ensalada y unos sándwiches con manos temblorosas, que trataba de estabilizar apoyándose en la encimera

durante unos segundos antes de seguir. Su vulnerabilidad le traía memorias de un pasado que prefería

mantener en el olvido. Escondió las manos en los bolsillos para que ella no pudiera ver sus puños apretados.

-¿Te encuentras bien? -Se aproximó a ella procurando no tocarla.

Bella se posó las palmas sobre los ojos y apretó como si con ello pudiera detener las lágrimas. Impotente, Edward la giró hacia él y la estrechó contra su pecho.

-Shhh, está bien.

-¡Dios! Todavía no me puedo creer que se haya ido. Hace apenas un par de días aún estaba aquí conmigo contándome que tenía que ir a vuestra reunión en Nueva York .

A pesar de que sus músculos se tensaron, Edward se obligó a seguir acariciándole la espalda como si nada.

-Te comprendo. Cuesta trabajo asimilar que ya no está aquí con nosotros.

-Cuando lo ingresaron, el médico me informó de que era un tumor avanzado y que los tratamientos no habían hecho efecto. Él jamás me mencionó que estuviera enfermo.

El estómago de Edward dio un vuelco. Apretó los ojos en un intento por dominar sus náuseas.

-Seguro que trató de protegerte -intentó calmarla a pesar de que a él mismo le acababa de sentar como un jarrón de agua fría. ¿Cómo era posible que Eduardo se lo hubiera ocultado? Llevaban un tiempo distanciados, pero… ¡Joder! ¡Era su hermano! Debería haber sabido que siempre estaría a su lado en lo que le hiciera falta.

-No sé qué voy a hacer ahora sin él. Pasaba mucho tiempo de viaje, pero estaba cuando lo necesitaba y se encargaba de todo lo que a

mí me disgustaba. Ayer ni siquiera sabía por dónde empezar a buscar los dichosos papeles de la boda o el libro de familia. Esas cosas siempre se las dejaba a él. Me siento una auténtica inútil en su ausencia.

Edward la besó en la frente.

-Eres una mujer fuerte y luchadora, solo estás cansada.

Conseguiremos resolverlo. Ahora come, tienes que cuidar de tu hijo y no puedes permitirte el lujo de enfermar.

Ella se giró a examinar los platos de comida que había preparado.

-No soy capaz de tragar nada ahora mismo. Mejor come tú y yo te hago compañía.

Él le ocultó su mueca, no podía obligarla a comer cuando él mismo era incapaz de hacerlo.

-Yo estoy igual.

-¿Tienes donde pasar la noche? -inquirió ella tras una pausa.

-Miguel se encargó de buscarnos un hotel. ¿Quieres que me quede hasta que te hayas duchado por si se despierta el pequeño?

-Estaría bien, sí.

En cuanto Bella desapareció en el baño, Edward sacó el móvil del bolsillo y le envió un mensaje a Miguel.

Edward: «Miguel, ¿sigues despierto?».

Miguel: «Aquí estoy, estaba repasando el convenio que pretendías proponer este fin de semana a los rusos. ¿Ocurre algo?».

Edward no se lo pensó dos veces. Sin dejar de vigilar la puerta, lo llamó.

-¿Qué ha pasado? -Como de costumbre, Miguel fue directo al grano.

-Eso es justo lo que quiero que averigües. -Edward mantuvo su voz lo más baja que pudo-. Quiero saber por qué Eduardo no avisó a nadie de que tenía una enfermedad terminal y por qué mentía a su mujer de manera habitual.

-¿A qué te refieres con que la mentía? -Por su tono, la idea puso sobre alerta a Miguel

-¿Tenías idea de que vivía con su esposa en una vivienda de alquiler, en un barrio de clase media y con un nivel de vida muy por debajo de sus posibilidades?

-¿Eduardo en un vecindario de clase media? ¿Es uno de artistas por casualidad?

-Si lo hubiera sido, lo habría entendido, pero no. - TEdward estudió

la calle desde el balcón-. Es de esos a los que la gente va a vivir con sus familias, alejados de las zonas turísticas porque son más baratos y, también, más o menos libres de delincuencia. Los bloques de pisos son una copia patética los unos de los otros, al final de la calle se ve un parque y esa es su mayor virtud, aparte de tener algunas tiendas de primera necesidad abajo.

-Bueno, Eduardo siempre fue algo excéntrico. Puede que le diera alguna de sus venas raras y que quisiera experimentar la vida de otros estratos sociales.

-Algo no me huele bien en esto, Miguel. Al principio, cuando ella recalcaba que no tenía dinero, asumí que me estaba tomando el pelo; sin embargo, empiezo a sospechar que fue Eduardo quien le hizo creer eso.

-Vaya.

-Y hay algo más, y eso es justo lo que más me descoloca.

-Te escucho.

-Eduardo usaba la empresa de coartada con el fin de ausentarse de su domicilio.

-¿Engañaba a su esposa después de tan poco tiempo y con un bebé? Ese no es el Eduardo que conozco.

-No lo sé, por eso quiero que compruebes qué viajes realizó en noviembre del año pasado y a qué destinos planificaba acudir próximamente. Entre sus gastos debe de haber algún pago a hoteles o vuelos con los que podamos comenzar por hacernos una idea de lo que ocurría.

-Anotado. ¿Algo más?

Edward obvió la vocecita de su conciencia que le advirtió que no lo hiciera.

-Hazte con uno de esos kits de pruebas de paternidad. Quiero que le hagas uno al niño sin que Bella se entere. El otro lado de la línea enmudeció.

-Edward, ¿estás seguro de que es realmente necesario?

-Necesito saberlo.

-Sabes que es ilegal hacerlo sin el consentimiento de la madre,

¿cierto? -insistió Miguel con gravedad.

-Hasta donde sé, tengo un documento que dice que soy el padre del niño -insistió Edward a pesar de que, en esencia, le daba la razón.

-Ese test no te servirá de nada ante un juez.

-Miguel, confía en mí. Sé lo que hago y tengo mis motivos para ello.

El abogado soltó un pesado suspiro.

-De acuerdo, lo que tú digas.

-Tengo que colgar, te llamaré mañana a las ocho.

Cuando la puerta del baño se abrió y le llegó el delicado aroma a vainilla del gel de baño, Edward se encontraba sentado en el sillón del salón con el móvil a buen recaudo.

Los enrojecidos ojos hinchados de Bella le revelaron que había estado llorando de nuevo. En cuanto se levantó y le abrió los brazos, ella se cobijó en ellos como si fuera el único refugio en el mundo que le quedara. Apretó los ojos al inspirar su esencia y sentir la aterciopelada piel de sus brazos bajo las palmas. Bloqueó de

inmediato las imágenes que pasaron por su mente.

En el fondo, era una ironía del destino. Hacía menos de año y medio él se había opuesto a la relación entre ella y Eduardo, y había tratado de convencerlo de que lo único que ella buscaba era su dinero. ¿Era ese el motivo por el que Eduardo la había privado de

los privilegios de los que podía haberla rodeado?

-Edward… -Bella titubeó.

-¿Sí?

-Sé que esto es una petición rara, en especial, cuando nunca hemos tenido mucho contacto, pero… ¿podrías quedarte

unas horas? No quiero que me entiendas mal, no quiero… ya sabes… es solo…

Ignorando su repentino balbuceo, Edward la besó en la frente.

-Me quedaré si eso te hace sentir mejor.