El único aviso de que Edward seguía allí fue el olor a pan recién hecho y el crujido de papel. Bella lo encontró sentado en la mesa de la cocina tomándose
un café negro mientras revisaba unas estadísticas en su Ipad.
A pesar de que seguía teniendo profundas ojeras, que tenía el cabello revuelto como si al despertar se hubiera limitado a pasarse los dedos por él y que llevaba la camisa arrugada y las mangas enrolladas hasta los codos, ni la preocupación ni el cansancio le restaban ni un ápice de su atractivo.
En el momento en el que sus ojos azules se alzaron y se posaron sobre ella, Bella se volvió consciente de que estaba mucho más desarreglada que él. Lo que cuatro horas antes le había dado igual, a las cinco y media de la mañana adquiría un color muy diferente.
Apenas se había echado un poco de agua fría en la cara a su paso por el cuarto de baño y seguía en camisón y con los pelos revueltos, algo que, con su melena, resultaba bastante más difícil de obviar que en el caso de Edward.
-Buenos días.
-Buenos días. ¿Te sientes mejor? -Los ojos masculinos reflejaban un interés sincero.
Con una mueca, Bella se frotó los brazos y ojeó distraída la cocina.
-Más calmada, imagino. -Como si su voz quisiera contradecirla, se quebró a la mitad de la frase.
Edward asintió y en la línea en la que se había comportado desde que había llegado, la entendió y le concedió su espacio sin insistir
en que hablaran.
-¿Quieres que te haga el desayuno? -Edward la sorprendió con su ofrecimiento.
Bella negó.
-No, gracias. Me vendrá bien entretenerme. ¿Te apetece una tostada? No pareces haber comido nada.
Edward golpeteó la mesa con el bolígrafo, pero acabó por asentir.
-Te lo agradecería.
Bella se afanó en poner la mesa, sacó la mantequilla, la mermelada y el aceite, y le sirvió algunas viandas mientras se tostaba el pan. Al sentarse frente a él con un chocolate caliente, descubrió una bolsita a través de cuyo fino plástico blanco se transparentaban un cepillo de dientes y una caja de Ibuprofeno. Edward se percató de ello.
-Espero que no te importe que te haya cogido la llave que dejaste en el mueble del vestíbulo. Le pedí a Miguel que me trajera una muda y aproveché para pasarme por la farmacia de guardia.
-No, claro que no. -Bella tomó un sorbo de su taza-.
¿De dónde sacaste el pan? Aún está caliente.
-De la panadería al lado de la farmacia. A través del escaparate vi cómo metían el pan en el mostrador y pensé que sería una buena idea traerme algo.
-¿Está abierta tan temprano?
Los labios de Edward se curvaron ante su asombro.
-Mi padre me enseñó que, si no tienes nada, siempre te queda la posibilidad de intentarlo.
-Un hombre sabio, sin duda. -Bella respondió a su sonrisa.
-Lo era, aunque mi madre lo superaba. -Edward apartó la tableta que tenía delante-. He estado reflexionando y
tenemos que hablar. -Ante su expresión seria, ella se limitó a asentir y se acercó la taza a los labios-. Sé que ahora mismo no te encuentras muy bien y que no es el mejor momento, pero esta tarde tengo que regresar a Nueva York y prefiero dejarlo resuelto antes.
-No te mortifiques, lo entiendo. -Bella no supo si sentirse aliviada de que se fuera o asustada de tener que enfrentarse sin su ayuda a la soledad.
Aunque le sorprendiera a ella misma, sus abrazos la noche anterior la habían calmado. Aún no entendía por qué le había pedido que se
quedara. Bueno, sí que sabía por qué no había querido estar sola, lo que no entendía era cómo había tenido el valor de pedírselo a él.
Edward no era exactamente el tipo de hombre que le inspirara esa confianza, al contrario, era el prototipo de masculinidad seductora y reflejo de éxito del que ella salía huyendo tan pronto lo descubría asomando la cabeza por una esquina.
-Gracias. Lo he estado hablando con Miguel y en un par de horas nos comunicará si Eduardo dejó hecho algún testamento.
Suponemos que sí y que lo hizo en Nueva York.
-Vaya…
-Eso significa que tendrás que asistir a la lectura de su última voluntad.
-Ya. -Bella bufó-. ¿Tienes idea de lo que me costaría un vuelo a Nueva York con tan poco tiempo de antelación? Además,
¿con qué motivo iba a dejar Eduardo un testamento? Ya te dije lo que hay en la cuenta, su coche se quedó en Nueva York y no teníamos ningún otro tipo de propiedades.
Edward tomó una profunda inspiración y estudió la tostada como si temiera que fuera a lanzarse sobre él de un momento a otro.
-Bella, me temo que estás confundida con respecto a algunas cosas. Ha debido de haber algún tipo de… malentendido entre tú y Eduardo.
-¿Y ese sería…?
-Eduardo no era un empleado de Cullen Enterprises, es el poseedor del treinta y cinco por ciento de las acciones, siendo accionista mayoritario solo detrás de mí. -Edward no dejó de hablar cuando el cuchillo de Bella impactó sobre el plato-. Eso, sin contar con que era el mecenas de varios artistas y que poseía una colección de arte digna de un museo, sus otros negocios menores o la herencia que recibió de nuestro padre hace unos años.
Ella se quedó contemplándolo boquiabierta, incapaz de reaccionar. Lo que le estaba revelando resultaba tan irreal que si le hubiera recitado una lista del supermercado, le habría sonado igual.
-Bella, ¿me estás prestando atención?
-Estoy tratando de imaginar qué clase de enfermo mental puede considerar que eso es gracioso. -Le dio igual que Edward apretara los labios en una fina línea. ¿Le hacía gracia su situación y que no tuviera un céntimo? -. Si crees que soy de las que a la mención de
la palabra dinero me vuelvo loca y tiro la casa por la ventana, vas de culo. Vengo de una familia de clase baja y tengo muy claro el trabajo que supone conseguirlo. Eduardo no me habría mentido en algo así, no tenía necesidad de hacerlo. Nos casamos con separación de bienes.
-Te casó conmigo -la corrigió Edward con sequedad.
-Eso ha sido un error del Registro Civil, no trates de echarle la culpa a tu hermano.
-¡Maldita sea, Bella! ¡¿Es que no ves que son demasiadas casualidades juntas?!
-Eso es justo lo que estaba planteándome. ¿Para qué quieres que vaya a Nueva York ? -En el mismo instante en el que Edward apartó la mirada, ella lo comprendió. Cada pieza cayó en su sitio-. ¡Maldito hijo de puta! -Bella se levantó con un golpe en la mesa-. ¡Quieres que vaya a Nueva York porque pretendes quitarme a Ben!
La mandíbula de Edward se desencajó.
-¿De qué estás hablando?
-¿Te crees que soy idiota? Según esos documentos, Ben es tu hijo. En el instante en el que pise Nueva York, podrás impedirme que abandone el país con él. Bastaría con que me denunciaras por secuestro. ¿Crees que no veo los telediarios? Esas noticias últimamente están por todas partes. ¡Es mi hijo, Edward! ¡Mío! ¡No voy a consentir que me lo quites!
Él se echó atrás en la silla y le echó un vistazo al techo como si esperara algún tipo de auxilio divino. Tras pasarse una mano por el pelo y cerrar los ojos, volvió a mirarla.
-Está bien, Bella. Deja que te demuestre una cosa. - Edward alcanzó su Ipad, pero pareció cambiar de opinión porque lo dejó de nuevo sobre la mesa-. ¿Serías tan amable de coger tu móvil?
-¿Por qué iba a hacerlo? -Bea se cruzó de brazos.
-¡Por el amor de todo lo que es santo! ¡Deja de ver alienígenas y demonios y haz por una vez lo que se te pide!
¡Solo quiero demostrarte que no miento!
Bella estuvo por mandarlo a la mierda acusándolo de ser un cerdo misógino, pero quería acabar con aquello y cuanto antes, mejor.
-Toma, aquí tienes. ¿Y ahora qué? -Le lanzó el móvil sobre la mesa después de regresar del salón.
Edward no lo tocó.
-Ahora entra en tu buscador de internet y escribe:
«Eduardo Cullen magnate multimillonario». Bella resopló.
-¿Se te ha perdido un tornillo?
-Tú hazlo. ¿Qué tienes que perder?
Bella entornó los ojos. En cuanto tecleó lo que le había dictado, se dejó caer en la silla de la cocina.
-Esto… esto no puede ser real.
-Ahora elige imágenes y dime quién sale. Bella se tapó la boca y negó con la cabeza.
-No puede ser, esto… Las has tenido que subir tú. Eduardo no… Eduardo no era así…
-Bella, comprueba la fecha de esas noticias.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al comprobar que había artículos que se remontaban hasta el 2004.
-Me mintió… me estuvo mintiendo desde el inicio. ¿Por qué? -El universo entero pareció desplomarse sobre ella.
A través del interfono sonó el llanto de Ben, dándole la excusa para huir. Porque eso fue justo lo que hizo, huir de aquel mundo de pesadillas al que Edward la acababa de arrastrar.
-Buenos días, cielo -saludó a Ben tomándolo en brazos y lo apretó contra su pecho mientras se limpiaba las lágrimas
-. ¿Qué haces despierto tan temprano, mi vida?
Dio las gracias porque Edward esta vez no la hubiera seguido y se sentó en su mecedora a darle el pecho al bebé. Ben era suyo y nadie se lo iba a quitar. No iba a permitirlo. Él la quería y necesitaba, y eso era lo único que importaba.
Edward no apareció hasta que se dispuso a asear a Ben. Esperó con paciencia en el umbral hasta que, finalmente, habló.
-Te prometo que, pase lo que pase, no os faltará nada ni a ti ni a tu hijo.
Bella se negó a mirarlo.
-¿Cuándo piensas contarme la verdad sobre lo que te preocupa, Edward?
El silencio que siguió le confirmó que sus sospechas eran ciertas.
-¿Esperas que hable con franqueza con una persona que cree que soy el mal encarnado?
Bella se detuvo con la pomada en la mano, antes de esparcirla por el culito infantil.
-¿Se te ha pasado por la cabeza que, después de la forma en la que me ha estado mintiendo Eduardo, es posible que no nos tuviera en cuenta ni a mí ni a Ben en su última voluntad? -Es una posibilidad, aunque espero que no sea así.
-¿No debería alegrarte?
-No voy a mentirte. Si no os lo ha dejado a ti y a tu hijo y conmigo no se llevaba bien, significa que hay otra persona y, a deducir por los hechos, será alguien a quien pretendía usar para hacerme daño y,
probablemente, a Cullen Enterprises. Si fuera así, no solo me afectaría a mí, sino a miles de trabajadores y a sus familias.
-¿De dónde has sacado esa conclusión?
-¿No es suficiente indicio que me haya dejado con esposa e hijo sin informarme? -ironizó Edward pasándose la mano por los párpados-. Conozco a mi hermano. A pesar de su alegría, don de gentes y aparente tendencia hedonista, era una persona muy racional e
inteligente y un excelente estratega, ya fuera para darle a alguien una alegría o echarle una mano al karma.
Bella cerró el pañal de Bne y lo estrechó contra su pecho recreándose en su consolador calor. Tenía ganas de dejarse caer al suelo y gritar a los cuatro vientos su dolor y decepción. No iba a hacerlo, no podía hacerlo. Ben se merecía mucho más que un padre cabrón y una madre débil que se dejara patalear.
-¿En Nueva York no tenéis leyes que protejan la herencia de los hijos?
-Ben, a día de hoy, consta como mi hijo. En cualquier caso, sería mi heredero, no el de mi hermano.
-No podré demostrar que es con él con quien me casé, pero la paternidad de Eduardo es fácil de demostrar. -Una repentina frialdad envolvió su corazón llenándola de ira.
¡¿Cómo se había atrevido Eduardo a usar a su hijo para vengarse de su hermano o de quien fuera?! ¡¿Y cómo la había engañado de una forma tan ruin haciéndole creer que la quería?! -Bella besó la cabecita de Ben, que ya estaba quedándose dormido de nuevo-. No me importa qué fue lo que le movió a hacerlo, no voy a dejar que las acciones de Eduardo perjudiquen a mi hijo.
-Eres su madre. Es tu potestad hacerlo -confirmó Theron con una inclinación de cabeza.
-La incineración no podrá realizarse hoy. -Bella abrió los ojos al darse cuenta de ello.
Edward soltó un profundo suspiro.
-Eso atraería inútilmente la atención de la prensa amarilla.
-¿Te parece inútil que trate de defender los derechos de mi hijo? - Bella lo fulminó con la mirada.
-Llamaré a Miguel. Podrá informarse sobre qué posibilidades tenemos de realizar una prueba de paternidad a un difunto de forma fehaciente. De cualquier manera, en una prueba genética, saldría su grado de parentesco conmigo si fuera el hijo de mi hermano.
-¿Si lo fuera? ¿Sigues creyendo que no es hijo de Eduardo? Edward le sostuvo la mirada.
-Es un Cullen, estoy absolutamente seguro de ello. Bella se calmó y volvió a acostar a Ben en su cuna.
-¿Qué le hiciste a Eduardo para que quisiera putearte de esa forma?
Edward ocultó las manos en los bolsillos y se inspeccionó la punta de los pies.
-Algo completamente imperdonable.
