Con Ben durmiendo en su carrito, Bella siguió a Edward por el aeropuerto hasta que aparcó el carro y cogió las maletas para detenerse delante de un mostrador. Una
auxiliar uniformada se levantó enseguida con una cálida sonrisa. La mujer habló con tanta euforia que Bella no consiguió comprender más que algunas palabras sueltas, aunque no era necesario dominar el griego para entender las miradas invitadoras o adivinar el motivo por el que la pobre no paraba de ajustarse inquieta el cabello de su perfecto moño. Cuando además comenzaron a caérsele los papeles y el bolígrafo, Bella no pudo más que tenerle lástima.
Comprendía cómo se sentía. Era difícil estar en presencia de Edward sin verse afectada por su imponente seguridad o ese
atractivo que dejaba entrever que no estaba al alcance de mujeres del montón como ellas.
Limitándose a una educada inclinación de cabeza, Edward se giró hacia Bella.
-Necesito tu pasaporte y el del niño.
-¿Para qué? ¿Y por qué tenemos que volver a pasar por un control?
-ll lo estudió recelosa.
-Es para acceder a la zona de vuelos. Será un vuelo corto hasta la casa -aseguró Edward.
-Pero… -Bella se los entregó reticente.
- Kalo apogevma, señora, señor Cullen . -El policía apostado al lado de la entrada recogió la documentación y se la devolvió tras un vistazo fugaz.
- Kalo apogevma -respondió Bella a su saludo, forzando una sonrisa-. ¿Puedes explicarme ahora a dónde vamos? - siseó por lo bajo en cuanto les permitieron pasar.
-A mi casa, ¿a dónde si no?
-¡Espera! -Bella se detuvo en medio del pasillo desértico
-. Pensé que me alojaría en un hotel, un motel o algo así.
-Entonces, supongo que mi casa entra en la calificación de «algo así». -A pesar de su tono paciente, Edward mantuvo el ritmo de sus largas zancadas.
-¡No puedo quedarme contigo en tu casa!
-¿Por qué no? -Edward al fin se paró y frunció el ceño al reparar en los tres metros que los separaban.
-Pues porque… porque no está bien. -Bella sintió cómo un ardiente calor le invadió las mejillas.
-¿Y eso sería por…?
-Porque eres mi cuñado y porque apenas te conozco. - Hasta a ella misma le sonaba inmaduro y rancio, pero no pudo evitar la resistencia interior que la embargaba ante la idea de compartir la
intimidad de una casa con él.
Una cosa era recurrir a su consuelo en un momento de bajón y otra muy diferente que convivieran durante una semana o más.
-¿Que sea tu cuñado no me convierte en familia? - Edward arqueó las cejas.
-Sí, pero…
-Pero ¿qué? ¿Por qué no nos ahorras tiempo a ambos y me cuentas de una vez el verdadero motivo? -Edward bajó las maletas al suelo y
se cruzó de brazos.
-¿Porque no te caigo bien? -Bella se mordió los labios. Había sonado tan insegura que las etiquetas de virginal y rancia se quedaban cortas. ¿Por qué demonios tenía que actuar como una niña de cinco años? ¡Ella no era así!
Él la estudió con ojos entrecerrados.
-De acuerdo, empecemos de nuevo.
-Yo… -Bella tragó saliva ante la repentina suavidad en la voz masculina.
Edward avanzó hacia ella al mismo tiempo que ella retrocedía hasta quedar atrapada contra una columna. Con una mano a cada lado de su hombro, Edward se inclinó. Sus ojos quedaron frente a frente y sus alientos se entremezclaron. Un suave halo de perfume masculino -dulce, con un trasfondo amaderado- la envolvió, dejándole los pensamientos en blanco mientras su corazón latía desbocado.
-Cuéntame qué es lo que de verdad te asusta de venir conmigo. -La intensidad de sus ojos oscuros la atrapó aún más que sus brazos.
Le habría podido lanzar mil motivos a la cara por los que prefería mantenerse lejos de él -como los sentimientos encontrados que le provocaba, la manera en que la hacían sentir aquellas mujeres perfectas y cosmopolitas con las que se codeaba o su terror a ser tan estúpida de permitirle que la manipulara-, pero no consiguió pronunciar ni uno solo de ellos.
-Na… Nada.
Él se acercó tanto que sus narices casi se rozaron. Bella contuvo la respiración.
-¿Tienes miedo de que te seduzca? -murmuró Edward .
-N… no, claro que no. No soy tu tipo ni tú el mío.
Los labios de Edward se estiraron en una lenta sonrisa ladeada.
-¿Segura?
-Sí.
-Si hubieras dicho que no, habría entendido tu protesta y te habría llevado a un hotel, o habría sido un caballero cediéndote mi casa mientras yo me buscaba algún otro sitio.
-La mirada de Edward descendió hasta sus labios, despertando en ella un leve cosquilleo interno-. Pero ya que estás tan segura de que no tienes nada que temer, ni
muchísimo menos que pueda surgir algo entre nosotros, no veo ningún problema en que vengas a mi casa. Después de todo… -
Edward acercó los labios a su oído-, oficialmente, estamos casados.
Si le hubieran preguntado en aquel instante si el estremecimiento que la recorría era frío o caliente, ella no habría sabido qué responder. Edward le dio la espalda y a ella no le quedó más remedio que observar el modo en el que se insinuaban sus músculos bajo la camisa al recoger el equipaje.
¿Había esperado que la besara? ¿En qué estaba pensando?
¡Él la aborrecía! Bella se obligó a recomponerse. Estaba siendo ridícula, pero eso era algo que él no necesitaba descubrir.
-¿Y podrías informarme al menos de dónde vives? -Bella fingió un tono sarcástico mientras empujaba el carrito de Niko tratando de alcanzarlo.
-Deberías saberlo, también fue durante mucho tiempo el hogar de Eduardo. -Edward ni siquiera se tomó la molestia de mirarla por encima del hombro.
-No sé a qué te refieres -replicó rígida.
-Está ubicada en Eloúnda, a unos setenta kilómetros de aquí.
No tuvo tiempo de preguntar nada más. La impactante visión que encontró a través de las amplias cristaleras hacia las que se dirigían hizo que se detuviera.
-Espera un segundo. ¿Piensas ir en helicóptero?
Bella estudió el monstruoso aparato de color rojo brillante que le recordaba a un mosquito gigante.
-¿Tú qué crees?
-Tienes que estar bromeando.
-En absoluto. En condiciones normales, Eloúnda está a más de una hora de aquí y hoy hay varias carreteras cortadas por una manifestación. Volando, llegaremos en menos de quince minutos y podrás tomar una ducha o dar un paseo por la playa en vez de pasarte el resto de la tarde en una retención de tráfico.
A pesar de que la propuesta de la ducha y el paseo resultaba tentadora, no la dejaba demasiado tranquila.
-Nunca he subido a un helicóptero. ¿No es un poco inestable? Ya de por sí me mareo en los aviones.
-En ese caso, haremos que sea una primera vez que valga la pena. No tendrás tiempo de marearte. Habremos llegado antes de que te des cuenta. Ve cogiendo a Ben. Yo me encargaré del carricoche. - Edward le dedicó un guiño antes de dirigirse hacia el enorme aparato cargado con los bultos.
Sujetando a Ben contra su pecho, lo siguió con un suspiro.
-Y ahora ¿qué? -preguntó al llegar junto al aparato y echarle un vistazo al interior.
En contra de lo que había supuesto, era mucho más espacioso que los típicos helicópteros que solían salir en las películas de acción.
Los cuatro sillones ergonómicos individuales de piel beige, ubicados frente a frente con sus brillantes consolas de cristal y madera, no tenían nada que envidiarle a la primera clase de un avión transoceánico, más bien al contrario, dudaba mucho que hubiera vuelos comerciales con ese nivel de lujo.
-Dame a Ben . El asiento de seguridad infantil ya está montado. Lo acomodaré mientras subes.
El niño estaba tan cansado que ni siquiera se despertó. Bella se reclinó en su asiento y trató de aparentar calma mientras se encomendaba a todos los Santos que conocía.
-¿El helicóptero es tuyo o alquilado? -La pregunta real era cómo podía tener un aparato como aquel, pero decidió que él no necesitaba adivinar cuánto la había impactado aquel descubrimiento.
-Mío. -Cuando ella no contestó, Edward siguió hablando
-. Supongo que podría haber comprado uno más pequeño porque la mayor parte del tiempo lo utilizo para mis propios traslados y, probablemente, me hubiera resultado más práctico, pero una considerable parte de los tratos de negocios están basados en las apariencias. La ostentación controlada de riquezas y calidad de vida ayuda a generar una buena
impresión y, sobre todo, a dar una sensación de estabilidad financiera, del mismo modo que vestir de una forma adecuada contribuye a causar una percepción favorable en una entrevista de trabajo.
-Ah… bueno. Imagino que tienes razón -murmuró Bella echando un vistazo al césped que rodeaba la pista y a la mujer con mono fluorescente y cascos que aguardaba allí.
Edward le sacó las manos de debajo de sus muslos y se los colocó sobre el reposabrazos antes de apoyarse sobre ellos.
-Tranquilízate, es igual o más seguro que cualquier coche.
Bella no fue consciente de que estaba reteniendo el aliento hasta que él cerró la puerta. El remate llegó cuando Edward se montó en el asiento delantero, separado por una cristalera.
-¿Dónde está el piloto? -El tono chillón desveló su repentino pánico.
-¿No es evidente? -La burla de Edward le llegó alto y claro.
-¡No puedes ser el piloto! -chilló Bella histérica.
-¿Por qué no? -Edward pulsó algunos botones en el amplio cuadro de mandos y le hizo una señal a la mujer del exterior mientras el aparato comenzaba a vibrar.
-¡Edward, no bromees con esto!
-Bella, mírame. -Edward giró la cabeza y buscó sus ojos por encima del hombro-. Confía en mí. Soy piloto titulado y con miles de horas de vuelo a la espalda. Uso el helicóptero tanto o más que mi coche.
Relájate y disfruta de la experiencia. En la consola que tienes a tu lado, hay una mini nevera. Bebe algo y, si necesitas distraerte y no quieres ver el panorama, lo que sería una lástima, puedes sacar la pantalla y navegar por internet.
En cuanto el aparato comenzó a elevarse dos minutos después, los dedos de Bella se agarrotaron en el reposabrazos y a duras penas consiguió retener un grito asustado. Edward esperó a que estuvieran en el cielo. En cuanto quedó atrás el helipuerto, le habló de nuevo.
-¿Vas bien?
-Es… -Bella admiró el paisaje que se extendía bajo ellos
-. Es alucinante. Es como si flotáramos en el aire.
La voz apenas le salía y dudó que el pudiera oírla, hasta que le llegó la risa baja masculina.
-Lo es. La próxima vez, le pediré a Doria que cuide de Ben, así podrás sentarte aquí delante conmigo. Será aún mejor.
La promesa sonó tan íntima que ella no pudo más que apartar la cara y mirar por la ventana en un intento por mantener en secreto el efecto que había tenido sobre ella. No iba a haber una próxima vez, no si dependía de ella. Si le había resultado difícil aceptar que él le comprara los billetes de los vuelos y se encargara de su viaje, más
incómodo aún era el encontrarse en un mundo al que ella, evidentemente, no pertenecía. Una cosa era que Edward le explicara aquella mañana que era rico y otra muy diferente, comprobarlo de primera mano. Se sentía pequeña y fuera de lugar sentada en aquel enorme sillón. Hasta podía imaginarse a hombres enchaquetados sentados enfrente de ella, mirándola de arriba abajo, o mujeres elegantes y sofisticadas considerándola con desprecio.
-Si sigues la línea de la costa, en unos minutos verás Villa. Ha sido nuestro hogar por muchos años y el lugar al que Eduardo y yo solíamos acudir cada vez que necesitábamos recargar energías.
-¿Villa?
-Si, fue el regalo que mi padre le hizo a mi madre por sus bodas de oro.
-¿Y le puso su nombre? Es un gesto muy romántico.
-Era lo apropiado. Él la adoraba. Mira, es esa casa de piedras azules con remates en rojo y blanco. ¿La ves?
Si el helicóptero no había sido ya suficiente señal de la fortuna que debían de poseer los Cullen, la visión de aquella mansión hizo el
resto. El edificio de tres plantas podía equivaler muy bien a seis o siete casas corrientes de dos pisos,
sin contar el enorme terreno que la circundaba y en el que destacaban la piscina, un jacuzzi y unos cuidados jardines que lindaban con lo que parecía una playa privada.
-Es… impresionante. -No había otra forma en la que ella pudiera describirla. Era, simplemente, una casa de ensueño, aunque casa se le quedara corto.
No era tonta. Jamás había visto una villa de lujo como aquella de cerca, pero había leído revistas de decoración y visualizado algunos reportajes de YouTube sobre las mansiones de los famosos, y no necesitaba preguntarle a un gestor inmobiliario para adivinar que aquella casa debía estar valorada en varios millones de euros. La mentira de Eduardo sobre su situación económica se hizo cada vez más tangible.
¿Cómo era posible que nunca le hubiera mencionado nada ni de aquella casa ni de la empresa o de su dinero? Ella jamás le había pedido nada. ¿Por qué no había confiado en ella? ¡Hasta habían estado viviendo de alquiler en un piso de setenta metros cuadrados! Una extraña presión se alojó en su pecho y sospechas nada agradables comenzaron a abrirse paso en su mente.
-Es mucho más que eso. Lo notarás en cuanto lleguemos. Mi madre se encargó de convertirlo en un hogar y una zona de descanso abierta a quienes lo necesitaran. Tenía una magia especial para eso. Es una lástima que no llegaras a conocerla. Estoy seguro de que ella se hubiera vuelto loca con Ben.
-Empiezo a comprender por qué no querías que Eduardo se casara conmigo. Tus padres seguramente habrían estado igual de horrorizados. -Aunque consiguió decirlo con naturalidad, en su
interior se fue abriendo paso la humillación.
¿Cómo no iban a pensar que iba tras su dinero? Ella era poco más que una estudiante sin un céntimo el día que se conocieron y poco había cambiado desde entonces, excepto por el hecho de que ahora tenía a su hijo con ella. ¿Se hubiera siquiera atrevido a actuar con soltura con Eduardo si hubiera sabido lo rico que era? Lo dudaba.
Se produjo un tenso silencio. No fue hasta que tocaron tierra y que las hélices se detuvieron, que Eduardo le contestó:
-Te equivocas. No tienes ni idea del porqué y puedes estar segura de que mi madre te hubiera defendido a muerte. Jamás habría permitido que una excusa tan tonta como el dinero se hubiera
interpuesto entre la felicidad y sus hijos
