El helicóptero apenas había tocado tierra cuando ya venía corriendo un hombre desde la casa y, justo detrás de él, una mujer algo rolliza, que no por ello

iba más despacio.

-Hay algo más que debo aclararte. -El tono apesadumbrado de Edward puso a Bella sobre alerta.

-¿Y eso es…?

-No le he hablado a nadie de ti ni de Ben. El único que conoce la verdad es Miguel.

-¿Y en calidad de qué se supone que he venido? -indagó Bella con aspereza.

-Desde el entierro, hay rumores de que había una mujer conmigo para consolarme. No los he aclarado y es posible que se acentúen en cuanto vean a Ben.

-¡¿Qué?! ¿Te has vuelto loco?

-¿Quieres que la gente hable mal de Eduardo? ¿Que lo juzguen o critiquen incluso antes de que hayamos descubierto por qué actuó como lo hizo? ¿O que incluso pongan en entredicho tu relación con él o la paternidad de Ben? - Cuando ella no contestó, Edward se giró hacia ella-. Bella, comprendo que esto pueda hacerte sentir rechazada, pero estoy haciendo lo que creo que es lo mejor para todos. Si la forma de protegeros a ti, a Ben y a Eduardo es dejando que la gente piense que yo soy su padre, que así sea. Miguel tenía razón aquel día en el tanatorio. En cuanto la prensa amarilla se

huela algo, nos perseguirán y tergiversarán la realidad para hacerla más

comercial. Y ellos no son los únicos. Saldrán historias desde que queremos hacernos con la herencia de Eduardo, a que lo engañamos o que estabas con ambos a la vez. Es casi imposible de predecir la imaginación maquiavélica de un periodista o de personas malintencionadas de nuestro entorno.

-¿Y qué sugieres que hagamos?

-Dejar que la gente piense lo que quiera pensar y, una vez que sepamos qué pone en el testamento y las posibilidades reales de demostrar quién es el padre, dar la versión que nosotros dos, de mutuo acuerdo, decidamos. ¿Te parece bien?

No hubo tiempo de analizar lo que había dicho ni de plantear alternativas. La puerta del helicóptero se abrió.

-¿Señor Cullen?

Edward se bajó del aparato y se acercó a ayudar a Bella.

-Jeremy, ¿puedes hacerte cargo de algunas de las maletas de la señora? Yo llevaré el resto -le indicó Edward al hombre de mediana edad que había llegado.

Justo detrás de él, estaba apostada la mujer sin aliento.

-Doria, deja que te presente a Isabella Swam. Bella, esta es Doria, nuestra ama de llaves.

-Encantada de conocerla, señora. Bienvenida a villa Esmee. -La agradable sonrisa de la mujer no ocultó la curiosidad con la que la estudiaba.

-Encantada, Doria. La casa es preciosa. -Indecisa sobre cómo actuar, Bella le ofreció la mano.

-Y este pequeñajo es Ben. -Edward se lo enseñó a Doria, quien se puso pálida nada más verlo y se colocó una mano sobre el pecho.

-¡Dios mío! ¡Edward Cullen, ¿cómo has podido?! - Edward se mantuvo rígido, pero no dijo nada mientras Doria le tocaba la carita al niño con ambas manos-. ¡Esto no pienso perdonártelo! -le avisó Doria con lágrimas en los ojos antes de quitarle a Ben de los brazos y encaminarse hacia la casa-.

¡Dios, es clavadito a ti de pequeño! ¡Hola, guapetón! ¡Pero hay que ver lo precioso que eres!

Con el semblante indescifrable, Edward bajó el carricoche del helicóptero.

-Llévalo tú. Yo me encargaré de la maleta y del bolso de Ben.

Bella asintió. Edward tenía razón. La gente daba por supuesto que el hijo era de él, pero aquello, en el fondo, no era lo que realmente la acababa de impresionar, sino la seguridad del ama de llaves para

identificarlo con un miembro de la familia Cullen sin siquiera haberle dicho una palabra. ¿O Edward se había encargado de plantar las semillas para que lo dieran por hecho?

Bella descartó la teoría de la conspiración en cuanto entró en la casa y encontró fotos de Eduardo y Edward que cubrían la historia de su vida entera. En algunas no tenía ni idea de cuál de los hermanos aparecía en la fotografía, pero bastaba tener a Eduardo al lado para comprobar el alucinante parecido.

Tras esa primera constatación, los ánimos de Bella decayeron.

Debía de haber decenas de fotografías de Eduardo, siempre sonriente, junto a su hermano y familiares. Tenía la misma sonrisa y alegría por la que se había enamorado de él, pero al mismo tiempo, le hacían comprender que había estado casada con un extraño.

Después del tiempo que llevaban juntos, no conocía a ninguna de esas personas que se encontraban en las fotografías con él. Le

sonaba alguna de refilón, de haberla visto aquella noche de la fiesta de cumpleaños, pero poco más.

No se sintió con fuerzas para analizar por qué Eduardo la había mantenido alejada de aquellas personas que habían formado parte de su vida, y se le ocurrían muy pocos motivos para que lo hiciera, del mismo modo que ocurría con su situación financiera o aquella

impresionante mansión.

-Por aquí. -El ama de llaves se paró frente a una puerta-. El señor Edward quiso que la alojáramos en la habitación de sus padres. Es

una de las más amplias y luminosas de la casa, además de estar en la parte más tranquila. Se ha redecorado

por completo. Por esa puerta tiene acceso a una habitación anexa, por si quiere que el bebé duerma más tranquilo, pero el señor dijo que seguramente preferiría que durmiera con usted. Cualquier cambio que desee, se lo podemos hacer sobre la marcha.

-No, no, es todo… perfecto, gracias.

Y lo era. Con paredes de tonos amarillos y muebles de un elegante blanco, la habitación no era solo acogedora, sino preciosa. No faltaba ni un solo detalle, ni siquiera un intercomunicador con cámara con el que pudiera controlar a Niko o un osito de peluche apoyado sobre la almohada.

-Cuando Edward fue a elegir la cuna personalmente, debería haberme imaginado algo, pero me alegro de que por fin estén donde deben estar -dijo el ama de llaves mientras abría los armarios. Bella se mordió los labios para evitar preguntarle qué era lo que se había

imaginado y a qué se refería con lo de «me alegro de que por fin estén donde deben estar»-. Sus pertenencias ya están todas guardadas. Si necesitan algo más, no duden en llamarme. Los dejaré para que puedan descansar. -Dora se acercó para acariciarle la mejilla a Ben, que estaba quedándose dormido en los brazos de Bella-. Es tan bonito.

En cuanto se quedó a solas en la habitación, Bella tendió a Niko en la enorme cama de matrimonio y buscó una muda para cambiarlo. Cuando en su dormitorio no encontró nada perteneciente a su hijo, abrió la puerta de la habitación contigua. Paralizada, observó el cuarto desde el umbral. Era el sueño de cualquier madre y lo mejor que se le podía ofrecer a un bebé. ¿Edward había decorado una habitación para Ben solo para que pasaran allí una semana a lo mucho? Sonaba despilfarrador incluso para un millonario como él.

Intranquila, buscó su pasaporte y el de Ben y los escondió debajo de la mesita de noche, dejando solo sus carnés en el monedero. Puede que fuera injusta con Edward, pero después de la situación surrealista en la que la había dejado su hermano, no pensaba arriesgarse.