Bella dudó al bajar los últimos escalones de la terraza y encontrarse a Edward revisando unos documentos sobre la mesa mientras tomaba ausente un café.
Antes de que pudiera darse la vuelta y desaparecer, Edward alzó la vista y la examinó con una expresión indescifrable. Bella tiró con disimulo de la camisola semitransparente que se había puesto para bajar a la piscina. Con cualquier otra persona le habría dado igual, pero los ojos de Edward siempre le hacían sentir que sería capaz de ver los más mínimos detalles, y estaba segura de que a aquella
lenta mirada con la que la estaba recorriendo no se le escaparía que el bikini que se compró para la luna de miel con Eduardo ahora le quedaba algo apretado, o las diminutas estrías que aún seguían frescas.
-Buenos días -murmuró obligándose a permanecer quieta bajo su exhaustiva inspección.
-Buenos días. ¿Dónde está Ben? -Edward le sonrió con su usual calma.
-Tu ama de llaves se ha adueñado de él y me ha echado de la casa alegando que parezco una vampiresa. -Bella no pudo evitar una sonrisa al recordar los aspavientos de la mujer cuando la mandó a tomar el sol.
-Está en buenas manos, puedes estar tranquila. Doria prácticamente nos crio a mí y a Eduardo.
-Lo sé, Eduardo me contaba historias sobre ella. Edward gimió.
-Deja que lo adivine, te contó de aquella vez que nos persiguió por el mercado con un gallo, amenazándonos con desplumarnos igual
que a él si no regresábamos de inmediato a pedirle disculpas a la señora Gianni por haberle pegado con un chicle un cartel de
«tomates con gusanos» en la caja, ¿verdad? Bella rio al recordarlo.
-Sí, esa también, aunque le gustaban más las historias sobre ti.
-¡Dios! Dime que no lo hizo. -Edward se echó atrás en el respaldo y se tapó el rostro con un gesto teatral-. No importa con qué lo amenazara, siempre tenía que relatarle a todo el mundo esa dichosa historia.
-¿Cuál?
Edward achinó los ojos ante su despliegue de inocencia, pero no antes de que Bella pudiera captar el brillo divertido en sus pupilas.
-¿La del instituto con los globos?
-Uhmmm… -Bella frunció los labios como si se lo estuviera pensando-. ¿Te refieres a aquella vez en la que Doria se enteró de que habías estado con una chica y no habías usado protección, y te recogió del instituto con el coche rodeado de condones de colores
inflados con helio y un enorme cartel de «Solo los tontos no saben para qué sirven, solo un idiota no sabe cómo se usan»?
-¡Maldito chivato! Es algo que no pienso perdonarle nunca. ¿Tienes idea de lo que le supuso a un niñato como yo a los quince años que todas las chicas pensaran que lo hacía sin condones porque no sabía cómo ponérselos?
Bella ladeó la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.
-¿Y funcionó?
-Créeme, conmigo y con el resto de los doscientos chicos del instituto. Creo que con la edad que tengo no he vuelto a…
-Edward carraspeó después de que por su rostro pasara una expresión de culpabilidad-. Digamos que, por regla general, me encojo con la idea de que Doria podría aparecer para
traerme el desayuno por la mañana con extraños globos de colores si no los uso.
-¿A los niños grandes no les gustan los globos? -se mofó Bella.
-Solo si vienen envasados y sin estrenar -replicó Edward con sequedad-. ¿Y bien? ¿Qué te parece la casa? ¿Estás cómoda?
Bella echó una mirada al inmenso jardín con piscina que se extendía ante ella. ¿Qué podía decir sobre aquel sitio? Era incluso mejor que estar de vacaciones en un hotel de cinco estrellas.
-Es genial. Eres muy afortunado de tener un sitio como este para vivir.
Edward siguió su mirada y asintió.
-Suelo pasar largos periodos en Londres y Nueva York, pero aquí es el único sitio en el que realmente me siento en casa.
-Lo entiendo -admitió Bella, a pesar de que eso le recordaba a Eduardo y sus continuos viajes.
-Por cierto, he acordado con la agencia unas entrevistas para elegir a la niñera. Las candidatas vendrán mañana por la tarde.
A Bea pareció congelársele la sangre en las venas.
-¿Niñera? -preguntó despacio-. ¿Para qué estás buscando una niñera?
-¿No es obvio? -Edward frunció el ceño.
-Fuiste tú quien convenció a Eduardo de que era mejor que me quedara con el niño en vez de encontrar una niñera para que yo
pudiera volver a trabajar. ¿Por qué ahora de repente ese cambio? Bella creyó ver una chispa de furia en sus ojos.
-Olvida todo lo que Eduardo te haya dicho sobre mí. Soy yo quien te está buscando a alguien que cuide de Ben, ¿no? No necesitas otra prueba que esa.
Bella reculó un paso.
-No necesito niñera. Solo vamos a pasar aquí unos días, hasta la apertura del testamento pasado mañana. Eso fue lo convenido.
Edward apretó la mandíbula.
-Pensé que te gustaría disponer de algo de tiempo libre o que
incluso disfrutarías haciendo un poco de turismo durante tu estancia. Lo normal es que, aun después de pasar por el notario, tengamos que realizar otros trámites. Puede ser necesario que te quedes para terminar de resolver cualquier tema administrativo que pueda surgir a raíz de las disposiciones impuestas por el testamento.
Bella se frotó los brazos.
-No sabría qué decirte. Me he acostumbrado a que mi vida gire en torno a Beny sus horarios. -Por un lado, no se fiaba de Edward más de lo que se habría fiado de Eduardo a aquellas alturas, pero por otro, la idea de tener tiempo para hacer algo tan sencillo como darse un chapuzón en la piscina lo convertía en una enorme tentación.
-¿Y si simplemente lo pruebas y opinas después? - propuso Edward con tranquilidad-. Nadie nos obliga a contratarla hasta que Ben
llegue a la universidad.
-Muy gracioso -murmuró Bella.
El móvil de Edward vibró sobre la mesa y él, tras echarle una corta mirada a la pantalla, apretó los labios.
-Piénsatelo -le propuso a Bella antes de cogerlo-.
¿Miguel?
Ella observó cómo entraba en la casa y soltó un largo suspiro. De repente, se dio cuenta de que tenía toda una playa privada, el jardín y la piscina para ella y, por primera vez en semanas, sintió una pequeña chispa de ilusión y alegría.
¡Estaba enNueva York, el sol brillaba en el cielo y tenía el mar y una piscina para ella sola! El resto de los problemas podían esperar un rato más.
Lo primero que la advirtió de que ya no estaba sola fueron los alegres grititos infantiles, lo segundo, la risa masculina que la hizo girarse de inmediato. Los ojos de Bella se abrieron asombrados.
¿Aquél era el mismo hombre que apenas unas horas antes había cogido a Ben con miedo?
-¡Mira, ahí está mamá! ¿Quieres meterte en el agua con ella? -Con una amplia sonrisa, Edward guió la manita de Ben en dirección a ella para captar su atención.
-Ben, ven con mamá. -Bella se acercó al filo de la piscina y estiró los brazos hacia un feliz bebé en pañales acuáticos que pataleaba
impaciente.
-Toma. Voy a inflar los flotadores antes de entrar. - Edward se inclinó para entregarle al bebé.
Bella no pudo más que reír ante los grititos y sonidos guturales de Ben.
-Hola, precioso. Ya veo que te gusta el agua. -Bella le dio un beso en la mejilla y dejó que la salpicara.
-¿Cómo es que no estás en la playa? -preguntó Edward sacando un flotador de uno de los paquetes para inflarlo.
-He estado un rato bañándome allí, pero prefiero enjuagarme y tenderme en un sitio con un poco menos de arena -admitió Bella-.
¿De dónde has sacado todo eso? - Señaló los cinco o seis paquetes restantes de vivos colores esparcidos encima de una de las hamacas.
Edward encogió los hombros.
-Basta hacer una llamada y te lo traen todo a casa.
-¿Tan rápido? -Bella abrió los ojos incrédula.
-Ser un Cullen en Nueva York tiene sus ventajas -bromeó Edward con un guiño.
-Ah, vaya… -Bella no supo qué más decir-. Imagino que ayuda el tener dinero.
Edward bajó el balón que estaba soplando.
-Sí, es una de esas ventajas, de modo que ve acostumbrándote. -
Lanzó el balón al agua y sonrió al ver la reacción de Ben-. Mañana
iremos a comprarle algo de ropa de playa. No he encontrado ningún bañador para él en los cajones y no estaba seguro de la talla.
-¡¿Has estado hurgando en mis cosas?! -Bella casi soltó a Ben.
-Eh, calma. -Edward alzó ambas manos-. Yo solo acompañé a Doria, que es la que revisó el cajón con la ropa de Ben. Prometo que no he estado buscando tus braguitas ni nada por el estilo.
El resoplido y la contestación que estuvo a punto de soltarle se le ahogaron en la garganta cuando Edward se quitó la camiseta por encima de la cabeza y dejó a la vista su trabajado torso y el tatuaje de un extraño símbolo. Cogiendo unos manguitos, se los llevó para meterse en la piscina que, de repente, parecía mucho más pequeña e íntima de lo que había sido unos minutos antes.
Después de inflar los Flotadores y colocárselos a Ben, TEdward estiró los brazos para cogerlo, a lo que Ben accedió encantado. Demasiado para la tranquilidad de Bella.
-Yo… eh… Voy a salir a secarme. Estoy empezando a arrugarme como una pasa.
Edward abrió la boca como si pensara decir algo, pero acabó por sacudir la cabeza y echarle cuenta a Ben, que eligió ese preciso instante para escupirle agua en la cara.
-¡Hey, enano! ¡Eso no se hace! ¡A menos que quieras que te saque del agua y te lance al aire!
Bella aprovechó que estaba ocupado con Ben para salir apresurada de la piscina, pero en cuanto estuvo envuelta en la toalla, no pudo evitar echarles una ojeada. Una extraña sensación le invadió el estómago al ver a tío y sobrino divirtiéndose. Cuando su mirada se cruzó con la de Theron, apartó rápidamente la vista con la excusa de buscar su móvil en el bolso. Nada más tenderse en la hamaca, lo abrió. ¡Veinte
mensajes! Entró en WhatsApp y entornó los ojos al comprobar de quién eran.
Bella: «¡Hola! ¿Qué mosca te ha picado?». Mabel: «¡Por fin! ¡Ya me tenías preocupada!».
Bea: «Lo siento, tienes razón. Ha pasado todo tan rápido que ni siquiera he caído en avisarte que había llegado bien».
Mabel: «¿Cómo va todo?».
Bella: «Pues lo cierto es que mucho mejor de lo que me imaginé. Podría acostumbrarme a esta vida».
Mabel: «¿Qué vida?».
Bella: «Criadas, una casa enorme con jardín y piscina, un ama de llaves que cocina y se encarga de Ben… ».
Mabel: «Estás tratando de ponerme los dientes largos,
¿verdad?». Bella sonrió.
Bella: «Sí. Pero todo lo que he mencionado existe». Mabel: «¡Estás viviendo como los ricos!».
Bella miró a su alrededor y soltó un suspiro de satisfacción. Mabel tenía razón. Pocos se podían permitir el lujo de una mansión como aquella con vistas al mar. Era sencillamente maravilloso.
Bella: «Bueno, Eduardo también tenía dinero, aunque no tanto. Creo».
Mabel: «¿Crees?».
Bella: «Hasta hace unas semanas, ni siquiera sabía que tenía dinero. ¿Lo recuerdas? Y sigo sin saber lo que tiene o si tendré acceso a él».
Mabel: «¿Y mi ahijado precioso?, ¿cómo lo lleva?».
Bella: «De maravilla. Edward está en la piscina jugando con él». Mabel: «¡Manda una foto, coño!».
Comprobó que Edward no estuviera atento y les sacó una foto a los dos juntos.
Mabel: «¡Joder! ¡Ese hombre iba para modelo de perfumes!». Bella: «¡Oye! ¡Pensé que querías ver a Ben!».
Mabel: «Lo quiero y está precioso, pero su tío está de rechupete. Como Ben haya sacado los genes de esa familia, vas a tener que espantar a las niñas como moscas».
Las palabras de Mabel consiguieron que echara una ojeada hacia
Edward, quien sujetaba a Ben mientras lo animaba a salpicar cuanto más, mejor. No le extrañaba la reacción de Mabel a la foto que le había enviado. Los músculos del trabajado cuerpo masculino brillaban húmedos bajo el brillante sol griego, pero aquello no era lo que más le llamaba la atención, era la amplia sonrisa de Edward con la que se veían sus dientes de un blanco níveo y se le formaban pequeñas patas de gallo alrededor de los ojos que, lejos de restarle atractivo, lo dotaban de un aura de madurez bien llevada que lo volvía más interesante. Y sí, Ben había sacado los genes de su familia. Solo había que verlos a ambos juntos para
comprobar la similitud de sus cabellos negros, los labios carnosos para ser hombres y el intenso azul de sus ojos.
Mabel: «¿Sigues ahí?».
Bella: «Sí, lo siento, me he despistado».
Mabel: «A ver si lo adivino, estabas mirando a tu cuñado, ¿no?».
Bella casi maldijo en voz alta. Algunas cosas eran demasiado íntimas y personales como para compartirlas incluso con una amiga. Especialmente, con una que era entrometida y no se callaba lo que pensaba ni bajo el agua.
Bella: «Para nada. Estaba mirando el reloj para comprobar cuánto falta aún para la cena».
Mabel: «¡Mentirosa! Solo hay una hora de diferencia entre Canadá y Nueva York y aquí apenas son las seis».
Miró la hora. ¡Mierda, había metido la pata!
Bella: «Aquí se cena más temprano que en España».
Mabel: «Nena, si quieres engañarte hazlo, pero mientes fatal hasta por wasap, y mira que eso ya es difícil».
El mensaje fue seguido de la imagen de un mono partiéndose el culo de la risa.
-¿De qué te ríes?
Bella alzó sobresaltada la cabeza para mirar directamente a los ojos azules de Edward, que envolvió a Ben en una toalla sin perderla de vista.
-Uhmmm… eh, nada, solo estaba conversando con mi amiga Mabel.
-¿Sobre?
-Los paisajes en Nueva York -soltó apresurada, demasiado, a deducir por la ceja alzada de Edward.
