Bella se apresuró a abrir la puerta antes de que Ben despertara con los suaves golpes.
-¿Sí?
-El señor Edward la espera dentro de media hora para cenar en la terraza -la informó la chica del servicio.
-Gracias, Erika. -Bella estuvo a punto de cerrar cuando se lo pensó mejor-. Eh, ¡Erika! Perdona.
-¿Señora?
-Los perfumes y las cremas que hay en el baño… eh…
-Son todos para su uso, señora. El señor las ordenó expresamente para usted.
-Ah… gracias -consiguió decir Bella.
La chica le sonrió y se marchó, dejándola estupefacta.
¿Edward había encargado todos aquellos productos para ella? Ya no estaba segura de si lo que trataba era de secuestrarla con Ben o de comprarla con vistas a que ella o su hijo pudieran heredar las acciones de la empresa. Al regresar al baño, estudió la larga docena de perfumes y las cremas de marcas que no había ni soñado con probar. En un repentino arranque, abrió una de aquellas cajas blancas con letras doradas y destapó el tarro para olerlo antes de untarse una pequeña cantidad en la cara. No había firmado ningún contrato,
¿verdad? Además, que ella necesitara trabajar durante un mes para poder comprarse todos aquellos potingues -o dos-, no significaba nada para un hombre que vivía en una mansión con sirvientes y poseía su propio helicóptero. Probablemente, ni se
enteraría de si los había usado o no. Revisó el maletín de cosméticos y se dio el capricho de maquillarse por primera vez en meses.
-No puede comprarte porque, de todos modos, no pensabas ir en contra de él -murmuró para sí misma al elegir un perfume con un olor suave y dulzón.
Encontró a Edward apoyado en la pérgola estudiando el mar con una copa en la mano. A su llegada, se irguió.
-Hola, estás preciosa.
Al ver la elegante mesa con faroles iluminados por velas, Bea se alegró de haberse puesto un vestido.
-Lo siento, no tenía ni idea de que sería una cena formal. De haberlo sabido, me habría puesto… otra cosa -terminó al caer en la cuenta de que en realidad no había llevado nada más elegante al viaje.
Edward siguió su mirada y alzó una ceja.
-No lo es y estás perfecta. ¿Puedo ofrecerte vino o prefieres otra cosa para beber?
-No, gracias, no puedo tomarlo. Agua está bien.
-Cierto, aún estás dando el pecho. Lo siento, se me había olvidado. Erika, llévate la botella de vino, por favor.
-No es necesario. No me importa que bebas -protestó Bella-.
Además, sería una lástima que se desaprovechara, tiene pinta de ser una botella cara.
La comisura de los labios masculinos tembló con un tic.
-No te preocupes, Doria y Jeremy sabrán dar buena cuenta del vino.
-Edward le llenó la copa con agua y se echó otra para él.
-Gracias. -Bella miró a su alrededor-. De día, la casa es alucinante, pero ahora, de noche, no hay palabras para describirla. Y este rinconcito es… ¡Guau!
-Me alegra que te guste. Define guau. -Edward la ayudó a sentarse.
Bella cogió un trocito de queso y una uva y los mordisqueó mientras estudiaba los alrededores.
-Es elegante, a la vez que rústico, y el aire es definitivamente romántico y relajante. Es como estar en un restaurante de lujo en el que se hubiera reservado el local entero para una pareja.
-Interesante visión. -Edward se llevó el vaso a los labios con un brillo divertido en los ojos-. ¿Una pareja casada cuenta?
-No me refería a que tú y yo… eh… Más bien trataba de expresar que es un lugar ideal para las mujeres a las que quieres seducir.
Edward arqueó una ceja.
-Pues es una lástima. Eres la única mujer que hay aquí. De hecho, eres la única con la que he cenado a solas aquí en años.
-¿Me estás vacilando? -se le escapó a Bella antes de que pudiera refrenarse.
-En absoluto. A mi madre le disgustaba conocer a nuestros ligues o amantes ocasionales. Su regla de oro era que, si no pensábamos casarnos con ellas, no necesitábamos traerlas a su casa.
-Un poco conservador, ¿no?
-Imagino que sí. Aunque ella siempre aducía que le deprimía tener que recordar que sus hijos estaban demasiado ocupados para formar una familia. Fuera por lo que fuera, la cuestión es que incluso después de su muerte, hemos mantenido esa costumbre. Cuando mi madre murió y mi padre me adopto una nueva familia que eran
Carlies y Esmee ellos ya tañían dos hijas sus nombres son
Alice,Rosalie que a su vez están casadas con Jasper y Emeet luego te los mostrare en un álbum de fotos familiares si quieres verlos
-¿Eduardo y tú? -Bella resopló al verlo asentir-. Ya veo. Puede que por eso a Eduardo no se le pasara por la cabeza invitarme a cenar aquí.
Edward soltó los cubiertos.
-No creo que fuera por eso.
-¿Por qué entonces, según tú?
A ella no le pasó desapercibida el modo en el que su semblante se cubrió con una sombra y que bajó la mirada a su plato.
-Es difícil de saber. Eduardo cambió mucho en los últimos años, y yo no era su hermano favorito, precisamente -finalizó Edward con
ironía.
Bella tragó saliva y siguió comiendo. Se mantuvieron en silencio por un buen rato, hasta que llegaron a los postres.
A ella se le abrieron los ojos como platos ante el dulce acompañado por una bola de helado y nata. Edward, por su parte, contempló curioso cómo cortaba un trozo del dulce y lo mezclaba con el resto de los componentes.
-Es el baclavá más delicioso que he probado nunca. ¿Lo ha hecho Doria o lo ha comprado? -preguntó Bella tras el segundo bocado.
Edward sonrió.
-Los hace ella, y creo que acabas de pasar su prueba.
Bella abrió los párpados que había cerrado en un gesto de puro placer.
-¿Qué prueba?
-Tanto ella como mi madre eran de la opinión de que una mujer que no come, no disfruta de la comida, y si no es capaz de disfrutar de un placer tan simple, entonces tampoco apreciará los momentos sencillos en su matrimonio.
Bella cogió una servilleta y se limpió los labios cuando se dio cuenta de que se había quedado mirándolo boquiabierta.
-¿Eso es filosofía popular griega o se lo han sacado ellas de la manga?
-No lo sé. -Con una sonrisa disimulada, Edward se encogió de hombros y le hincó el diente a su propio baclavá
-. Eso es algo que deberías preguntarle a ella.
-¿Tú también crees en eso? -Bella dejó la servilleta al lado del plato vacío suspirando de satisfacción y tomó unos sorbos de agua.
-Pues la verdad es que no creo que sea cierto al cien por cien, pero si lo piensas, podría tener su fundamento. ¿No te parece que una mujer capaz de disfrutar de las pequeñas sensaciones y momentos será mucho más propensa a disfrutar de su relación de pareja y de compartir con ella la pasión sin falsos tapujos?
Un bochornoso calor invadió las mejillas de Bella.
-Pues no sabría qué decirte.
-¿No sabes si aprecias los pequeños regalos que nos ofrece la pasión?
-Yo, eh… No, no lo sé -confesó Bella, mucho más sincera de lo que Edward pudiera imaginarse.
-De acuerdo, comprobémoslo. Dame la mano.
-¿Qué? -Bella miró confundida la mano extendida de Edward sobre la mesa.
-Dame la mano.
Ella obedeció reticente. Sin perderla de vista, Edward le mojó un dedo con nata y se lo acercó a los labios. Fascinada, Bella contempló cómo lo chupaba para acabar mordisqueándolo con suavidad. Uno a uno, fue mordisqueando y besando sus dedos, pasando por su palma hasta ascender a su muñeca.
-Edward… -Bella le retiró la mano, pero lejos de conformarse,
Edward se levantó de su silla, la incorporó y, empujándola con su cuerpo, la llevó a uno de los postes de la pérgola donde bajó la cabeza hasta quedar apenas a unos centímetros de sus labios.
-¿Sí?
No hubo respuesta. Ella no se la podría haber dado aunque quisiera. En el mismo instante en el que sus labios se tocaron y el dulce sabor a helado de vainilla se esparció por su lengua, Bella supo que estaba perdida. Total y absolutamente perdida.
Sus labios se abrieron a él, su lengua se encontró con la suya y su cuerpo se amoldó al duro cuerpo masculino como si fuera una segunda piel.
