-Seré tu cita para la boda.
Palabras que nunca « ni siquiera en mis sueños más salvajes, y créanme, tenía una vívida imaginación » había concebido escuchar de ese tono profundo y rico que llegó a mis oídos.
Mirando mi café, entrecerré los ojos, tratando de buscar cualquier signo de sustancias nocivas flotando alrededor. Eso explicaría al menos lo que estaba ocurriendo. Pero no.
Nada. Sólo lo que quedaba de mi Latte.
-Lo haré si necesitas tanto a alguien -volvió a decir la voz profunda.
Con los ojos muy abiertos, levanté la cabeza. Abrí la boca y la volví a cerrar.
-Alice… -Me quedé en blanco, la palabra me dejó en un susurro-.
¿Está realmente ahí? ¿Puedes verlo? ¿O alguien me echó el café sin que me diera cuenta?
Alice «mi mejor amiga y colega en InTech, la empresa consultora de ingeniería con sede en Nueva York, donde nos habíamos conocido y trabajado» asintió lentamente con la cabeza. Observé cómo sus rizos oscuros rebotaban con el movimiento, con una expresión de incredulidad que estropeaba sus rasgos, por lo demás suaves. Bajó la voz. -No. Está ahí mismo. -Su cabeza se asomó rápidamente a mi alrededor-. Hola. ¡Buenos días! -dijo alegremente antes de que su atención regresara a mi rostro-. Justo detrás de ti.
Con los labios entreabiertos, me quedé mirando a mi amiga durante un largo rato. Estábamos al final del pasillo de la undécima planta de la sede de InTech. Nuestras dos oficinas estaban relativamente
cerca, así que el momento en que había entrado en el edificio situado en el corazón de Manhattan, en las inmediaciones de Central Park, había ido directamente a su oficina.
Mi plan era tomar a Alice y sentarnos en los sillones de madera tapizados que servían de sala de espera para los clientes que nos visitaban, que normalmente estaban desocupados a estas horas de la mañana. Pero nunca lo conseguimos. De alguna manera, dejé caer la bomba antes de sentarnos. Así era como mi apuro necesitaba la atención inmediata de Alice. Y entonces… entonces se había materializado de la nada.
-¿Debo repetirlo una tercera vez? -Su pregunta hizo que una nueva ola de incredulidad recorriera mi cuerpo, congelando la sangre en mis venas.
No lo hizo . No porque no pudiera, sino porque lo que decía no tenía ningún maldito sentido. No en nuestro mundo. Uno en el que nosotros…
-Está bien, de acuerdo -suspiró-. Puedes llevarme. -Hizo una pausa, enviando más de esa fría cautela a través de mí-. A la boda de tu hermana.
Mi columna vertebral se bloqueó. Mis hombros se endurecieron.
Incluso sentí que la blusa de raso que llevaba metida dentro del pantalón camel se estiraba con el repentino movimiento.
Puedo llevarlo.
A la boda de mi hermana. Como mi… ¿cita?
Parpadeé, con sus palabras resonando en mi cabeza.
Entonces, algo se desencadenó dentro de mí. Lo absurdo de lo que fuera «cualquiera que fuera la broma perversa que este hombre en
el que yo sabía que no podía confiar estaba tratando de hace r » hizo que un resoplido subiera por mi garganta y llegara a mis labios, abandonándome rápida y ruidosamente. Como si hubiera tenido prisa por salir.
Un gruñido vino de detrás de mí. -¿Qué es tan gracioso? -Su voz bajó, volviéndose más fría-. Hablo completamente en serio.
Reprimí otra carcajada. No me lo creí. Ni por un segundo. -Las posibilidades de que él -le dije a Alice- vaya realmente en serio son las mismas que tengo de que Chris Evans aparezca de la nada y confiese su amor eterno por mí. -Hice un ademán de mirar de derecha e izquierda-. Inexistentes. Así que, Alice, estabas diciendo algo sobre… el señor Frenkel, ¿verdad?
No había ningún señor Frenkel.
-Bella -dijo Alice con esa sonrisa falsa y dentada que sabía que usaba cuando no quería ser grosera-. Parece que va en serio
-habló a través de su extraña sonrisa. Su mirada inspeccionó al hombre que estaba detrás de mí-. Sí. Creo que puede ir en serio.
-No. No puede ser. -Sacudí la cabeza, aun negándome a dar la vuelta y reconocer que existía la posibilidad de que mi amiga tuviera razón.
No podía ser. No había manera de que Edward Cullen, colega
y aflicción mía bien establecida, intentara siquiera ofrecer algo así. No. De ninguna manera.
Un suspiro de impaciencia vino de detrás de mí. -Esto se está volviendo repetitivo, Bella. -Una larga pausa. Luego, otra exhalación ruidosa salió de sus labios, ésta mucho más larga. Pero
no me di la vuelta. Me mantuve firme-. Ignorarme no me hará desaparecer. Ya lo sabes.
Lo hice. -Pero eso no significa que no vaya a seguir intentándolo - murmuré en voz baja.
Alice me dirigió una mirada. Luego, se asomó de nuevo a mi alrededor, manteniendo esa sonrisa de dientes en su lugar. -Lo siento, Edward. No te estamos ignorando. -Su sonrisa se tensó-. Estamos… debatiendo algo.
-Sin embargo, lo estamos ignorando. No es necesario que te importen sus sentimientos. No tiene ninguno.
-Gracias, Alice -le dijo Edward a mi amiga que era su hermana, abandonando parte de la frialdad habitual de su voz. No es que fuera amable con nadie. La amabilidad no era algo que Edward hiciera. Ni siquiera creía que fuera capaz de ser amable. Pero siempre había sido menos… sombrío cuando se trataba de Rosie. Un trato que nunca había tenido para mí-. ¿Crees que puedes decirle a Bella que se dé la vuelta? Agradecería hablarle a la cara y no a la nuca. -Su tono volvió a bajar a menos cero grados-. Eso, claro, si no se trata de una de sus bromas que parece que nunca entiendo, y mucho menos me parecen divertidas.
El calor subió por mi cuerpo, llegando a mi cara.
-Claro -dijo Alice-. Creo… creo que puedo hacerlo. -La mirada de mi amiga rebotó de ese punto detrás de mí a mi cara, sus cejas levantadas-. Bella, así que, erm, a Edward le gustaría que te dieras la vuelta si esto no es una de esas bromas que…
-Gracias, Alice. Ya lo tengo -grité entre dientes. Sintiendo que me ardían las mejillas, me negué a enfrentarme a él. Eso significaría dejarle ganar cualquier juego que estuviera jugando. Además, acababa de llamarme no divertida. Él - . Si puedes, dile a Edward que no creo que uno pueda reírse, ni mucho menos entender,
los chistes cuando uno carece de sentido del humor, por favor. Sería estupendo. Gracias.
Alice se rascó el costado de la cabeza, mirándome suplicante.
No me obligues a hacerlo, parecía pedirme con los ojos.
Ensanché los míos hacia ella, ignorando su súplica y rogándole que me acompañara. Ella soltó un suspiro y luego miró a mi alrededor una vez más.
-Edward -dijo, su sonrisa falsa se hizo más grande- Bella piensa que…
-La he oído, Alice. Gracias.
Estaba tan acostumbrada a él «a esto» que noté el ligero cambio en su tono que indicaba el cambio a la voz que sólo usaba conmigo. La que era igual de seca y fría, pero que ahora vendría con una capa extra de desdén y distancia. La que pronto desembocaría en un ceño fruncido. Ni siquiera necesitaba girarme y mirarlo para saberlo. De alguna manera siempre estaba ahí cuando se trataba de mí y de esta… cosa entre nosotros.
-Estoy bastante seguro de que mis palabras están llegando a Alice allí abajo muy bien, pero si pudieras decirle que tengo trabajo que hacer y que no puedo entretener esto mucho más tiempo, te lo agradecería.
¿Ahí abajo?
Estúpido hombre grande.
Mi talla era media. Media para una española, claro. Pero media, no obstante. Medía uno sesenta metros, casi uno sesenta y cinco, muchas gracias.
Los ojos verdes de Alice volvieron a fijarse en mí. -Así que, Edward tiene trabajo, y apreciaría…
-Si… -Me detuve al oír que la palabra sonaba aguda y chillona. Me aclaré la garganta y lo intenté de nuevo-. Si está tan ocupado, dile
por favor que se sienta libre de prescindir de mí. Puede volver a su oficina y reanudar cualquier actividad laboral que haya interrumpido escandalosamente para meter las narices en algo que no le concierne.
Vi cómo mi amiga abría la boca, pero el hombre que estaba detrás de mí habló antes de que pudiera salir un sonido de sus labios: -Así que has oído lo que he dicho. Mi oferta. Bien. -Una pausa. En la que maldije en voz baja-. Entonces, ¿cuál es tu respuesta?
La cara de Alice se llenó de sorpresa una vez más. Mi mirada permaneció fija en ella, y pude imaginar cómo el marrón oscuro de mis ojos se volvía rojo con mi creciente exasperación.
¿Mi respuesta? ¿Qué demonios estaba tratando de lograr?
¿Era esta una nueva e inventiva forma de jugar con mi cabeza? ¿Mi cordura?
-No tengo ni idea de lo que está hablando. No he oído nada - mentí-. Puedes decirle eso también.
Alice se acomodó un rizo detrás de la oreja, sus ojos saltaron muy brevemente hacia Edward y luego volvieron a mí. -Creo que se refiere al momento en que se ofreció a ser tu pareja en la boda de tu hermana -explicó con voz suave-. Ya sabes, justo después de que me dijeras que las cosas habían cambiado y que ahora necesitabas encontrar a alguien «o a cualquiera, creo que dijiste» para ir a España contigo y asistir a esa boda porque, de lo contrario, tendrías una muerte lenta y dolorosa y…
-Creo que lo tengo -me apresuré a decir, sintiendo que mi cara ardía de nuevo al darme cuenta de que Edward había escuchado todo eso-. Gracias, Alice. Puedes parar con la recapitulación. -O estaría muriendo esa lenta y dolorosa muerte ahora mismo.
-Creo que has utilizado la palabra desesperada -intervino Edward.
Mis oídos ardían, probablemente con cinco tonos de rojo radiactivo.
-No lo hice -exhalé-. No usé esa palabra.
-Más o menos lo hiciste, cariño -confirmó mi mejor amiga
«no, ex mejor amiga a partir de ahora».
Con los ojos entrecerrados, dije: -¿Qué demonios, traidora? Pero ambos tenían razón.
-Bien. Así que he dicho eso. No significa que esté tan desesperada.
-Eso es lo que dirían los verdaderos indefensos. Pero lo que sea que te haga dormir mejor por la noche, Alice.
Maldiciendo en voz baja por enésima vez esa mañana, cerré los ojos brevemente. -Esto no es de tu incumbencia, Cullen, pero no estoy indefensa, ¿bien? Y duermo por la noche muy bien. No, en realidad, nunca he dormido mejor.
¿Qué era una mentira más al montón que estaba lanzando, eh?
Al contrario de lo que acababa de negar, estaba verdadera e impotentemente desesperada por encontrar a alguien que fuera mi acompañante en aquella boda. Pero eso no significaba que yo…
-Seguro.
Irónicamente, de todas las malditas palabras que Edward Cullen me había dicho en la nuca esa mañana, esa palabra fue la que me hizo romper mi postura para fingir que no me afectaba.
Ese seguro, sonando todo condescendiente y aburrido y despectivo y tan Edward.
Seguro.
Mi sangre burbujeaba.
Fue tan impulsivo, una reacción tan instintiva a esa palabra de seis letras «que, pronunciada por cualquier otra persona, no habría significado nada» que ni siquiera me di cuenta de que mi cuerpo estaba girando hasta que fue demasiado tarde.
Debido a su altura sobrenatural, me dio la bienvenida un amplio pecho cubierto por una camisa blanca abotonada y planchada que me hizo querer picar la tela y arrugarla con las manos, porque
¿quién iba por la vida tan elegante e impecable todo el maldito tiempo? Edward Cullen, lo hacía.
Mi mirada recorrió los hombros redondeados y el cuello fuerte, hasta llegar a la línea recta de su mandíbula. Sus labios se apretaban de forma plana, tal y como yo sabía que harían. Mis ojos siguieron subiendo hasta llegar a los suyos, azules, que me recordaban a las profundidades del océano, donde todo era frío y mortífero, y los encontré en mí.
Una de sus cejas se levantó.
-¿ Seguro ? -Siseé.
-Sí. -Aquella cabeza, coronada de cabello negro, dio un solo asentimiento, su mirada no se apartó de la mía-. No quiero perder más tiempo discutiendo sobre algo que eres demasiado terca para admitir, así que sí. Seguro.
Este exasperante hombre de ojos azules que probablemente pasaba más tiempo planchando su ropa que interactuando con otros seres humanos no iba a hacerme perder los estribos tan temprano en la mañana.
Luchando por mantener mi cuerpo bajo control, inhalé una larga y profunda bocanada de aire. Me acomodé un mechón de pelo castaño detrás de la oreja. -Si esto es una pérdida de tiempo,
realmente no sé qué haces todavía aquí. Por favor, no te quedes por mi culpa ni por la de Alice.
Un ruido sin compromiso salió de la boca de la señorita Traidora.
-Lo habría hecho -admitió Edward en tono llano-. Pero aún no has respondido a mi pregunta.
-Eso no era una pregunta -dije, las palabras sabían agrias en mi lengua-. Lo que hayas dicho no era una pregunta. Pero eso no es importante porque no te necesito, muchas gracias.
-Seguro -repitió, aumentando mi exasperación-. Aunque creo que sí.
-Piensas mal.
Esa ceja se elevó más. -Y sin embargo, sonó como si realmente me necesitaras.
-Entonces, debes estar experimentando serios problemas de audición porque, una vez más, escuchaste mal. No te necesito Edward Cullen . -Tragué, deseando que desapareciera parte de la sequedad-. Podría escribirlo para ti si quieres. También te enviaré un correo electrónico, si te sirve de algo.
Pareció pensarlo durante un segundo, pareciendo desinteresado. Pero sabía que no podía creer que lo dejaría pasar tan fácilmente. Lo que demostró en cuanto abrió la boca de nuevo.
-¿No dijiste que la boda es en un mes y que no tienes cita?
Mis labios se apretaron en una línea apretada. -Tal vez. No lo recuerdo exactamente. -Lo había dicho. Palabra por palabra.
-¿No sugirió Alice que, si tal vez te sentabas en la parte de atrás y tratabas de no llamar la atención, nadie se daría cuenta de que estabas asistiendo sola?
La cabeza de mi amiga apareció en mi campo de visión. -Así es. También le sugerí que se pusiera un color apagado y no el impresionante vestido rojo que…
-Alice -la interrumpí-. Realmente no ayudas aquí.
Los ojos de Edward no vacilaron cuando reanudó su paseo por el
carril de los recuerdos. -¿No seguiste recordándole a Alice que eras la jodida- tu palabra -dama de honor y que, por lo tanto, todo el mundo y su madre- otra vez tus palabras -se fijarían en ti de todos modos?
-Lo hizo -oí confirmar a la señorita Traidora. Mi cabeza giró en su dirección-. ¿Qué? -Se encogió de hombros, firmando su sentencia de muerte-. Lo hiciste, cariño.
Necesitaba nuevos amigos. LO ANTES POSIBLE.
-Lo hizo -corroboró Edward, atrayendo mi mirada y mi atención de nuevo hacia él-. ¿Y no dijiste que tu ex novio es el padrino y que pensar en estar cerca de él, sola y patética y patéticamente soltera
«esas fueron tus palabras de nuevo» te hizo querer arrancarte la piel?
Lo había hecho. Lo había dicho. Pero no había creído que Aaron estuviera escuchando; de lo contrario, nunca lo habría admitido en voz alta.
Pero él había estado allí, aparentemente. Ahora lo sabía. Me había oído admitirlo abiertamente y me lo había echado en cara. Y por mucho que me dijera a mí misma que no me importaba «que no debería importarme» la punzada de dolor estaba ahí igualmente. Me hizo sentir aún más sola y patética.
Tragándome el nudo en la garganta, aparté los ojos, dejándolos reposar en algún lugar cerca de su nuez de Adán. No quería ver lo que había en su cara. Burla. Lástima . No me importaba. Podía
ahorrarme el saber que una persona más pensaba en mí de esa manera. Su garganta era la que funcionaba entonces. Lo sabía porque era la única parte de él que me permitía mirar.
-Estás desesperada.
Exhalé, el aire salió con fuerza de mis labios. Un movimiento de cabeza: eso fue todo lo que le di. Y ni siquiera entendí por qué lo había hecho. No era yo. Normalmente me defendía hasta que era yo quien sacaba sangre primero. Porque eso era lo que hacíamos. No perdonábamos los sentimientos del otro. Esto no era nuevo.
-Entonces, llévame a mí. Seré tu cita para la boda, Edward .
Levanté la mirada muy lentamente, con una extraña mezcla de recelo y vergüenza que me invadía. Que él fuera testigo de todo esto ya era bastante malo, ¿pero que intentara utilizarlo en su beneficio? ¿Para sacar lo mejor de mí?
A menos que no lo fuera. A menos que quizás hubiera una explicación, una razón, de por qué estaba haciendo esto. Ofreciéndose para ser mi cita.
Estudiando su rostro, reflexioné sobre todas estas opciones y posibles motivaciones, sin llegar a ningún tipo de conclusión razonable. Sin encontrar ninguna respuesta posible que me ayudara a entender por qué o qué estaba tratando de lograr.
Sólo la verdad. La realidad. No éramos amigos. Apenas nos tolerábamos, Edwrad Cullen y yo. Éramos rencorosos el uno con el otro, señalábamos los errores del otro, criticábamos lo diferente que trabajábamos, pensábamos y vivíamos. Condenábamos nuestras diferencias. En algún momento del pasado, habría lanzado dardos a un póster de su cara. Y estaba bastante segura de que él habría hecho lo mismo porque yo no era la única que conducía por el bulevar del odio. Era una carretera de doble sentido. No sólo eso, sino que en realidad había sido él, el causante de nuestro desencuentro. Yo no había empezado esta disputa entre nosotros.
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué pretendía ofrecerme ayuda, y por qué lo complacería siquiera considerándolo?
-Puede que esté desesperada por encontrar una cita, pero no estoy tan desesperada -repetí-. Tal como dije.
Su suspiro era cansado. Impaciente. Exasperante. -Dejaré que lo pienses. Sabes que no tienes otras opciones.
-Nada que pensar. -Corté mi mano en el aire entre nosotros. Entonces, sonreí mi versión de la sonrisa falsa y dentada de Alice
-. Llevaría un chimpancé vestido de esmoquin antes de llevarte a ti. Sus cejas se alzaron, la diversión apenas entraba en sus ojos.
-Ahora, vamos; ambos sabemos que no lo harías. Aunque hay chimpancés que estarían a la altura de las circunstancias, será tu ex el que esté allí. Tu familia. Dijiste que necesitabas causar una impresión, y yo lograré exactamente eso. -Inclinó la cabeza-. Soy tu mejor opción.
Resoplé, dando una palmada. Un engreído dolor de ojos azules en mi trasero. -No eres mi mejor nada, Cullen. Y tengo muchas otras opciones -repliqué, encogiendo un hombro-. Encontraré a alguien en Tinder. Tal vez pondré un anuncio en el New York Times. Puedo encontrar a alguien.
-¿En sólo unas semanas? Muy poco probable.
-Alice tiene amigos. Llevaré a uno de ellos.
Ese había sido mi plan todo el tiempo. Era la razón por la que había buscado a Alice tan temprano. Un error de novato, me di cuenta.
Debería haber esperado a salir del trabajo y llevar a Alice a un lugar seguro y libre de Edward para hablar. Pero después de la llamada de ayer con Mamá 1 … sí. Las cosas habían cambiado. Mi situación
había cambiado definitivamente. Necesitaba a alguien, y no podía dejar de recalcar que cualquiera lo haría. Cualquiera que
no fuera Edward, por supuesto. Alice había nacido y crecido en la ciudad. Tenía que haber alguien que conociera.
-¿Verdad, Alice? Uno de tus amigos debe estar disponible. La cabeza de mi amiga apareció de nuevo. -¿Tal vez Mike? Le encantan las bodas.
Le lancé una rápida mirada. -¿No fue Mike el que se emborrachó en la boda de tu primo, le robó el micrófono a la banda y cantó 'My Heart Will Go On' hasta que tu hermano tuvo que arrastrarlo fuera
del escenario?
-Ese sería él. -Ella hizo una mueca.
-Sí, no. -No podía tener eso en la boda de mi hermana. Ella le arrancaría el corazón del pecho y lo serviría como postre-. ¿Qué pasa con Erick?
-Felizmente comprometido.
Un suspiro salió de mis labios. -No me sorprende. Erick es un buen partido.
-Lo sé. Por eso he intentado tantas veces que estén juntos, pero tú…
Me aclaré la garganta con fuerza, interrumpiéndola. -No estamos discutiendo por qué estoy soltera. -Rápidamente miré a Edward. Sus ojos estaban sobre mí, entrecerrados-. ¿Qué tal… Tyler?
-Se mudó a Chicago.
-Maldita sea. -Sacudí la cabeza, cerrando los ojos por un instante. Esto era inútil-. Entonces, contrataré a un actor. Le pagaré para que
actúe como mi cita.
-Probablemente sea caro -dijo Edward con rotundidad-. Y los actores no están precisamente por ahí, esperando que las solteras los contraten y los hagan desfilar como sus acompañantes.
Le clavé una mirada exasperada. -Buscaré un acompañante profesional o un stripper
Sus labios se apretaron en esa forma apretada y casi hermética que hacían cuando estaba extremadamente irritado. -¿Llevarías a un prostituto a la boda de tu hermana antes de llevarme?
-He dicho que una acompañante profesional, Edward Por Dios - murmuré, viendo cómo sus cejas se fruncían y se convertían en un ceño fruncido-. No estoy buscando ese tipo de servicio. Sólo necesito un acompañante. Eso es todo lo que hacen. Te acompañan a los eventos.
-Eso no es lo que hacen, Isabella. -Su voz era profunda y gélida. Cubriéndome con su gélido juicio.
-¿No has visto nunca ninguna comedia romántica? -Vi cómo el ceño se fruncía-. ¿Ni siquiera The Wedding Date?
No hay respuesta, sólo más de esa mirada ártica.
-¿Siquiera ves películas? ¿O sólo… trabajas?
Cabía la posibilidad de que ni siquiera tuviera un televisor. Su expresión no cambió.
Dios, no tengo tiempo para esto. Para él.
-¿Sabes qué? No es importante. No me importa. -Levanté las manos y luego las junté-. Gracias por… esto. Sea lo que sea. Gran aporte. Pero no te necesito.
-Creo que sí.
Parpadeé. -Creo que eres molesto.
-Isabella-comenzó, haciendo que mi irritación aumentara con la forma en que pronunció mi nombre-. Eres una ilusa si crees que puedes encontrar a alguien en tan poco tiempo.
Una vez más, Edward Cullen no se equivocó.
Probablemente estaba un poco delirante. Y él ni siquiera sabía de la mentira. Mi mentira . No es que tuviese que saberla. Pero eso no cambiaba los hechos. Necesitaba que alguien, cualquiera, pero no él, no Edward volara a España conmigo para la boda de Tania.
Porque (A) yo era la hermana y la dama de honor de la novia. (B) Mi ex, Daniel, era el hermano y padrino del novio. Y desde ayer, me había enterado de que estaba felizmente comprometido. Algo que mi familia me había ocultado. (C) Si no se cuentan las pocas y bastante infructuosas citas que había tenido, llevaba técnicamente soltera unos seis años. Desde que dejé España y me mudé a Estados Unidos, lo que ocurrió poco después de que mi única relación me explotara en la cara. Algo que todos los asistentes
«porque no había secretos en familias como la mía y mucho menos en ciudades pequeñas como de la que yo venía» conocían y me compadecían. Y (D) estaba mi mentira.
La mentira.
La que había alimentado a mi madre y, en consecuencia, a todo el clan SWAN, porque la privacidad y los límites no existían cuando se trataba de nosotros. Diablos, a estas alturas, mi mentira probablemente estaba en la página de anuncios del periódico local.
Isabella Swan, finalmente, no está soltera. Su familia se complace de anunciar que llevará a su novio americano a la boda. Todo el mundo está invitado a asistir al acontecimiento más mágico de la década.
Porque eso era lo que había hecho. Justo después de que la noticia del compromiso de Daniel se deslizara por los labios de mi madre y llegara a mis oídos a través del altavoz de mi teléfono, había dicho que yo también llevaría a alguien. No, no sólo a alguien. Había dicho
«mentir, engañar, anunciar falsamente» que llevaría a mi novio . Que técnicamente no existía. Todavía.
Está bien, bien, o nunca. Porque Edward tenía razón. Encontrar una cita en tan poco tiempo era quizás un poco optimista. Creer que encontraría a alguien que pretendiera ser mi novio inventado era probablemente iluso. ¿Pero aceptar que Edward era mi única opción y aceptar su oferta? Eso era una auténtica locura.
-Veo que por fin se está filtrando. -Las palabras de Edward me devolvieron al presente, y me encontré con sus ojos azules dirigidos a mí-. Dejaré que lo asumas por ti misma. Sólo avísame cuando lo hagas.
Mis labios se fruncieron. Y cuando sentí que mis mejillas volvían a arder «porque qué incapaz era yo para que él, Edward Cullen, al que nunca le había gustado ni un poquito, se apiadara de mí lo suficiente como para ofrecerse a ser mi cita», crucé los brazos sobre el pecho y aparté la mirada de aquellos dos puntos gélidos y despiadados.
-Oh, y, ¿Isabella?
-¿Sí? -La palabra salió débilmente de mis labios. Ugh, patética.
-Intenta no llegar tarde a nuestra reunión de las diez. Ya no es bonito. -Mi mirada se disparó hacia él, un resoplido se atascó en mi garganta.
Imbécil.
En ese momento juré que un día encontraría una escalera lo suficientemente alta, la subiría y le arrojaría algo realmente duro a
su exasperante cara.
Un año y ocho meses. Ese era el tiempo que lo había soportado. Había estado contando, esperando mi momento.
Luego, con nada más que un movimiento de cabeza, se dio la vuelta y lo vi alejarse. Despedida hasta nueva orden.
-Bien, eso fue… -La voz de Alice se interrumpió, sin terminar la declaración.
-¿Malo? ¿Insultante? ¿Extraño? -Ofrecí, llevando mis manos a mi cara.
-Inesperado -contestó ella-. E interesante.
Mirándola entre mis dedos, observé cómo las comisuras de sus labios se tensaban hacia arriba.
-Tu amistad ha sido revocada, Alice Cullen . Ella se rio. -Sabes que no quieres decir eso.
No lo hacía; nunca se desharía de mí.
-Así que… -Alice enlazó su brazo con el mío y me condujo por el pasillo-. ¿Qué vas a hacer?
Una exhalación temblorosa salió de mi boca, llevándose toda mi energía. -Yo… no tengo la menor idea.
Pero sabía algo con seguridad: no iba a aceptar la oferta de Edward Cullen. No era mi única opción, y seguramente tampoco era la mejor. Diablos, él no era mi
única opción,
y seguramente tampoco era la mejor. Diablos, él no era mi nada . Especialmente no era mi cita para la boda de mi hermana
