Bella se sujetó a los hombros de Edward. ¿Cuánto tiempo hacía que anhelaba justo aquello? ¿Que necesitaba sentirse deseada y viva?

-Edward, yo… No creo que esto esté bien.

-Tienes razón, no lo está. -Que le diera la razón no parecía implicar que él estuviera dispuesto a separarse.

Su aliento le calentaba la tez y sus labios se encontraban apenas a unos milímetros de distancia.

-Edward… -Bella alzó la vista y lo miró a los ojos. El mundo entero desapareció a su alrededor y olvidó lo que iba a decir.

Los dientes masculinos atraparon su labio inferior, solo para soltarlo con lentitud. Aquel fue su único aviso, la única oportunidad que le ofreció para que se retirara. Edward posó su boca sobre la de ella. Si hubiera exigido que la abriera y se entregara a él, quizá Bella habría tenido alguna posibilidad de rechazarlo, pero nada de aquello ocurrió. Edward fue seduciéndola poco a poco a base de delicados besos, sensuales toques de su lengua y el incitante raspado de sus dientes.

Bella se rindió con un gemido cuando deslizó la mano por su espalda para ceñirla contra él. Sus cuerpos se amoldaron como si hubieran sido hechos el uno para el otro. Cuando su cabeza comenzó a girar y sus pies parecieron perder el contacto con la tierra, se aferró a él y respondió a sus besos.

Edward aceptó su rendición con un gruñido ronco y bajo, arrancándole un estremecimiento que acabó por alojarse en su

vientre, justo a la altura en la que la rígida erección se aplastaba contra ella. Los labios masculinos descendieron por su cuello hasta sus hombros, arrastrando los tirantes del vestido y el sujetador a su paso, y no se detuvieron hasta que encontraron el camino hacia la curvatura de sus senos y envolvieron su pezón. Las uñas de Bella se clavaron en sus musculosos brazos cuando lo lamió y acabó por usar su lengua en un suave aleteo a su alrededor.

Edward la contempló con ojos oscuros y brillantes.

-Te deseo, y no te imaginas cuánto, pero tienes razón. - Él volvió a colocarle las tirantas en su sitio-. No está bien. Aún no. -Apoyando la frente contra la suya, Edward soltó un profundo suspiro-. Ve a dormir. Necesito recuperar algo de cordura.

Boquiabierta, Bella miró la ancha espalda al alejarse en dirección a la playa. ¿En serio la había excitado solo para dejarla tirada sin más? En algún rincón de su mente, una vocecita le avisó que había hecho bien, que era lo mejor para ambos y que ella había sido la primera en advertírselo. Otra parte de ella, la orgullosa y rebelde que solía mantener reprimida, se negó a ser tratada como una muñeca de trapo vieja a la que uno puede abandonar a su antojo.

Con un resoplido enfadado, Bella cogió el camino a la playa. Antes de abandonar el jardín, se quitó los zapatos y los dejó allí.

No fue difícil localizar a Edward con el mar como un espejo. Por si su musculosa espalda no hubiera sido lo suficientemente llamativa, su piel húmeda brillaba bajo la luz de la luna. Bella se detuvo al lado del montón de ropa que había dejado tirado en la arena. Tuvo que hacer algún ruido, porque Edward se giró de forma abrupta hacia ella.

-¿Qué haces aquí? Te dije que te fueras a dormir. -Su voz sonó áspera y lo bastante desagradable como para que ella alzara irritada la barbilla.

-¿Y quién te crees que eres para mandarme a la cama como si fuera una niña?

No hubo respuesta. Edward observó en silencio cómo ella dejaba que su vestido se deslizara hasta llegar al suelo para, a

continuación, deshacerse de la ropa interior. La ponía nerviosa que no dijera nada y agradeció que la oscuridad la envolviera lo suficiente como para que él no pudiera apreciar las huellas del embarazo. O, al menos, eso era lo que ella esperaba. Al llegar a su lado, Edward la miró a los ojos.

-¿Estás segura de que no habrá arrepentimientos después?

-No, pero te deseo.

-No llevo preservativo.

-Si estás seguro de que no tienes ninguna enfermedad de transmisión sexual, llevo un DIU.

-Contigo, eso me vale -gruñó Edward atrayéndola hacia su cuerpo y rodeándola con el calor de sus brazos.

Buscó sus labios para besarla. Bella se sujetó a él y lo rodeó con sus piernas. Sus gemidos se entremezclaron ante el contacto íntimo y la forma en la que atrapó la erección entre sus cuerpos, pero

Edward no hizo nada más que besarla y mantenerla unida a él. Ella le tiró del pelo para observar su semblante mientras introducía la mano entre sus cuerpos. Lo situó y bajó sobre él. Ambos jadearon al unísono en el momento en el que sus ingles se tocaron y ella comenzó a balancearse. Sus ojos no se perdían de vista y sus respiraciones alteradas se entrelazaban. Con las manos en sus nalgas, Edward fue guiándola, azuzándola a trazar lentos círculos con sus caderas en busca del máximo roce. El placer fue escalando lentamente a cotas más y más altas, hasta llegar a niveles que rozaban la tortura.

-Edward… -incluso a los oídos de Bella, sonó como un sollozo afligido.

-Pídemelo.

-Necesito más.

Edward le apartó un mechón húmedo de la mejilla antes de que sus manos bajaran de nuevo a su cintura para sujetarla. La embistió con ímpetu y, con ello, cambió las reglas del juego. Volvió a empujar contra ella, fuerte, profundo… arrancándole un grito que atravesó el silencio de la noche. A ninguno le

importó. Edward volvió a penetrarla una y otra vez hasta que Bella arqueó la espalda.

-Tócate -la instruyó Edward atrapando uno de sus pezones con la boca.

Demasiado centrada en las sensaciones, Bella no obedeció y fue Edward quien se ocupó de ello, sujetándola con un brazo por la cintura e introduciendo su otra mano entre ellos hasta alcanzar su

clítoris con el pulgar. Aquello fue todo lo que ella necesitó para echar la cabeza hacia atrás y chillar su éxtasis. Como si su grito hubiera sido la señal, Edward perdió el control con un gruñido casi animal y comenzó a embestirla con movimientos frenéticos hasta que su cuerpo convulsionó.

Todo quedó en silencio tan de repente como había empezado.

Edward la atrajo hacia él y la abrazó, dejando que descansara la cabeza en su hombro.

-No, no te muevas -murmuró cuando ella trató de alejarse y dejarlo en libertad.

Bella se relajó contra su cuerpo. Luego tendría tiempo de analizar lo que había pasado. Por ahora, le bastaba con notarlo pulsando en su interior mientras sentía el enérgico bombeo de su corazón.