Miguel se paró bajo el umbral y estudió a Edward. -¿Qué demonios te ha pasado? -preguntó en cuanto entró al despacho.
Edward resopló y tomó otro trago de brandy. A esas alturas debería estar tan borracho que ya no le quedara ni consciencia, pero como si Dios hubiera querido castigarlo, lo más que había conseguido era una noche de insomnio y un desagradable mareo en vez de la anestesia que había buscado para sus turbulentos sentimientos.
-¿Te apetece una copa? -Edward levantó el vaso a modo de brindis.
-¿A las ocho de la mañana? No, gracias. Y tú deberías pasarte al café o acostarte directamente.
-¿Y no crees que ya estaría en la cama si hubiera podido dormir? Miguel suspiró.
-Le voy a pedir a Doria un café. ¿Quieres otro? Edward se pasó una mano por los ojos.
-Haz lo que te parezca.
Miguel se acercó al escritorio y pulsó el botón del telefonillo.
-Buenos días, señor -resonó una voz femenina al otro lado de la línea.
-Doria, soy Miguel. ¿Podrías traernos dos cafés al despacho?
-Por supuesto, señor Miguel. Enseguida se los llevo. Miguel se acomodó en el sillón frente al escritorio.
-Y ahora ¿vas a contarme lo que ha pasado? -Apretó los labios cuando vio que Edward volvía a levantar el vaso, aunque en el último instante lo bajó y lo dejó al lado de su portátil.
-El hijo de Eduardo. -Edward apoyó la cabeza en el respaldo y apretó las palmas de las manos contra sus ojos-. Cada vez estoy más convencido de que es mi hijo y de que él lo sabía.
Pasaron varios segundos antes de que Miguel hablara.
-¿Puedo preguntar qué es lo que te ha llevado a esa conclusión? - preguntó con cautela.
-Si el hecho de que la licencia de boda estuviera a mi nombre y que yo constara como el padre del niño no fuera ya de por sí sospechoso… ¡Dios, Miguel ! Ni siquiera sé por dónde empezar.
Esto es tan… increíble.
-Qué tal si empiezas por el principio -sugirió Miguel, apoyando los brazos sobre las rodillas-. ¿Cómo es posible siquiera que exista la posibilidad de que puedas ser el padre? Jamás te he visto tratando de seducirla. De hecho, ni siquiera sabía que hubieras coincidido con ella desde aquella vez que Eduardo la trajo de visita a la isla.
Edward se frotó el puente de la nariz. Sus ojos quemaban.
-Fue esa misma noche, la del cumpleaños de Eduardo . No sé qué me entró o qué se me pasó por la mente. Pensé que era una cazafortunas que prefería lanzarle el anzuelo al pez más gordo.
-¿Y?
-No comprendí que me había confundido con mi hermano hasta que ya fue demasiado tarde. Pensé que aceptando acostarme con ella… Que… ¡Joder! -Edward se levantó y se acercó al ventanal que daba a la terraza. Siempre le habían relajado las vistas que tenía desde allí, pero el mar no lo
calmaba en aquel momento-. La jodí, Miguel, la jodí en todos los sentidos.
Cuando llamaron a la puerta, ambos se mantuvieron en silencio.
-Gracias, Doria.
-De nada, señor Miguel . Si desean algo más, estaré en la cocina.
-Mierda -masculló Miguel en cuanto la puerta se hubo cerrado tras el ama de llaves-. ¿Te acostaste con la chica de tu hermano? ¿En qué estabas pensando? Eso no es propio de ti, Edward. Si no me lo estuvieras contando tú mismo, ni me lo creería.
-¿Crees que no lo sé?
-E imagino que ese fue el motivo por el que tu hermano se peleó contigo en aquella época.
-Sí. Me encontró allí y tan pronto me vio, adivinó lo que había pasado. Solo pude confesarle que había sido mi culpa y que ella no tenía nada que ver y aguantar que se desahogara conmigo.
-De modo que fue mentira eso de que te atracaran en el aparcamiento. -Miguel esperó a que él asintiera-. ¿Y ella?
-Jamás lo supo. Al menos, no por mí y creo que tampoco por Eduardo.
-¿Cómo demonios es posible que no se diera cuenta?
Suena irreal. ¿Estás seguro de que ella no te tomó el pelo?
-Era virgen, Miguel.
-¿A su edad? Debe de tener unos veinticinco, quítale dos años para redondear. Ninguna mujer llega virgen a los veintitrés.
-Ella lo hizo.
-Edward, escucha. Sé que crees que…
Edward se giró hacia él con una mirada de advertencia.
-No, escucha tú. ¿De verdad crees que a estas alturas de mi vida no sé distinguir si una chica es virgen o no?
Miguel suspiró y alzó ambas manos en rendición.
-De acuerdo. ¿Qué explicación tienes entonces para el hecho de que ella no te reconociera?
-Estaba oscuro y ella me confundió con mi hermano, ya te lo dije.
-Vale… -Miguel parecía igual de impactado que él
-. Y supongo que no usaste anticonceptivos.
Edward apoyó la frente en la cristalera para aliviar parte del bochornoso calor que lo invadió.
-No. Y ni siquiera tengo la excusa de alegar que estuviera borracho. Ella… -Edward cerró los ojos-. Jamás he perdido el control con una mujer como lo he hecho con ella, al menos, no desde que soy un adulto.
-Todos podemos tener una mala noche.
Edward soltó una risotada seca ante el débil intento por consolarlo.
-Pues ya van dos. Anoche volví a estar con ella.
-¡Joder, Edward! ¿En qué estás pensando? ¡Es la viuda de tu hermano!
-A día de hoy es mi mujer, no la de él -replicó Edward con más aspereza de la que pretendía.
-Está bien. Ya eres mayorcito para saber lo que haces. Vamos a centrarnos en el tema en cuestión. -Miguel ignoró su resoplido-.
¿Por qué crees que tu hermano no te lo contó si sospechaba que era tuyo?
-¿Por venganza? ¿Para evitar que pudiera meterme en su relación con Bella? Quién sabe.
-¿Qué quieres entonces que haga?
-Para empezar, quiero que dejes parados todos los trámites administrativos para deshacer la confusión sobre el matrimonio y sobre la paternidad del niño.
Miguel lo miró boquiabierto.
-Eso te convertiría oficialmente en su marido. Edward ignoró el hormigueo que le recorrió.
-¿Qué se sabe de las pruebas de paternidad y de la investigación que te pedí?
Miguel frunció preocupado el ceño.
-¿No te han llegado? Te envié ambas la semana pasada con Tonio.
-¡Maldita sea! -Edward rebuscó con manos temblorosas en el montón de correspondencia que se había acumulado durante los últimos días.
-Son esos dos. -Miguel cogió un sobre marrón grande y otro blanco de tamaño mediano y se los puso delante
-. ¿Quieres que me vaya?
Edward negó. Por algún motivo, necesitaba que alguien estuviera con él para enfrentarse a lo que contenían aquellos sobres. Puso los dedos sobre el envoltorio blanco, dudó y lo apartó para coger primero el de color marrón. Lo abrió y vació el contenido sobre la
mesa. Su estómago dio un vuelco al ver la decena de fotos de mala calidad, selfis e imágenes que parecían haberse bajado de internet.
-¿Las fechas…?
-Coinciden con las que me diste y algunas más. Parece que sus
«reuniones» eran la tapadera para echar algunas canitas al aire. No se trataba de una relación esporádica, siempre era con la misma mujer y parecía que iba en serio con ella.
-Joder. -Edward tiró las imágenes sobre la mesa y se echó atrás en el sillón, deseando alejarse de aquellas pruebas.
-Es una manera de expresarlo. No encuentro una explicación de por qué se casó con Bella si tenía una relación con otra.
-No le importaba un carajo ni su mujer ni su hijo - murmuró Edward con un tremendo peso en el pecho.
-También estuve haciendo indagaciones en Canada sobre la relación entre Eduardo y Bella. Algunos testigos cercanos opinaban que no la trataba demasiado bien. No le pegaba y cuidaba de ella, pero algunas situaciones rozaban el límite del maltrato sicológico.
¿Quieres que siga?
-Sí -masculló Edward arrugando una de aquellas imágenes.
-La dejaba a solas por largos periodos de tiempo. No le faltaba de nada, pero quien controlaba el dinero era él y, como tú mismo presenciaste, la tenía viviendo a un nivel muy inferior al de sus posibilidades.
-¿Y ella?
-Ella le fue fiel durante su matrimonio. Dejó su trabajo cuando nació su hijo y se dedicó a él.
-Me comentó que yo no le había dejado contratar a una niñera - murmuró Edward con los puños apretados.
-¿Quieres la verdad? -Miguel lo miró a los ojos.
-¿Desde cuándo tienes que preguntarlo?
-Creo que Eduardo no quería que te enteraras de lo del niño. Los contratos y pagos domiciliados pasaban por mi contabilidad por motivos fiscales. Sabía que cantidades pequeñas o conceptos regulares no me llamarían la atención, pero el contrato de una niñera habría sido demasiado llamativo. No quería levantar la liebre y que yo te pudiera informar de ello.
Sin responder, Edward cogió el sobre blanco y lo rompió impaciente. Los resultados de la prueba bailaron ante sus ojos hasta que acabó por soltar un sollozo y taparse el rostro. Alexander estuvo de
inmediato a su lado y le apretó el hombro.
-Sabes dónde encontrarme si me necesitas -murmuró dejándolo a solas.
