No llegaba tarde a nuestra reunión.
Desde aquel día, hace un año y ocho meses, nunca llegué tarde.
¿Por qué? Edward Cullen.
Una vez. Había llegado tarde una sola vez en presencia de Edward, y sin embargo él seguía alardeando de ese hecho cada vez que podía.
Nunca lo atribuyo a que fuera española o mujer. Ambos estereotipos injustificados cuando se trataba de ser notoriamente impuntual.
Edward no hacía tonterías. Señalaba hechos; decía verdades comprobables. Había sido disciplinado para hacerlo, al igual que todos los demás ingenieros de la empresa consultora en la que trabajábamos, incluida yo. Y técnicamente, había llegado tarde. Aquella vez, todos esos meses atrás. Era cierto que me había perdido los primeros quince minutos de una presentación importante. También era cierto que había sido Edward quien la había dirigido «durante su primera semana en InTech» y también era cierto que había hecho una entrada miserablemente ruidosa que podría haber implicado el derribo accidental de una jarra de café.
En la pila de expedientes de Edward para la presentación. Bien, en parte en sus pantalones también.
No es la mejor manera de impresionar a un nuevo colega, pero es una mierda. Cosas como esa ocurren todo el tiempo. Pequeños
accidentes involuntarios e inesperados como esos eran comunes. La gente los superaba y seguía con su vida.
Pero no Edward.
En cambio, semana tras semana y mes tras mes desde aquel día, me había ladrado cosas como: "Intenta no llegar tarde a nuestra reunión de las diez. Ya no es bonito".
En cambio, cada vez que entraba en una sala de conferencias y me encontraba sentada allí, dolorosamente temprano, miraba el reloj de su muñeca y levantaba las cejas con sorpresa. En su lugar, apartó las jarras de café de mi alcance con una inclinación de cabeza de advertencia en mi dirección.
Eso fue lo que hizo Edward Cullen en lugar de dejar de lado ese incidente.
-Buenos días, Estela. -La amable voz de Luis me llegó desde la puerta.
Me di cuenta de que sonreía antes de ver su cara, como hacía siempre. - Buenos días, Luisr 2 -le dije en la lengua materna que compartíamos.
El hombre al que consideré como un tío después de que me diera la bienvenida al estrecho círculo de su familia me puso una mano en el hombro y me apretó ligeramente. -¿Estás bien, mija 3 ?
-No me puedo quejar. -Le devolví la sonrisa.
-¿Vienes a la próxima barbacoa? Es el mes que viene, y Bianca no deja de decirme que te lo recuerde. Esta vez va a preparar ceviche, y tú eres la única que se lo va a comer. -Se rio.
Era cierto; nadie en la familia William era un gran fan del plato mexicano a base de pescado. Lo cual, hoy en día, todavía no podía entender.
-Deja de hacer preguntas tontas, viejo. -Agité la mano en el aire con una risita-. Por supuesto que estaré allí.
Luis ocupaba su lugar habitual a mi derecha cuando nuestros tres colegas restantes entraron en la sala, murmurando sus buenos días.
Al levantar la mirada de la sonrisa fácil de Luis, mis ojos rastrearon a los hombres que caminaban alrededor de la mesa para reunirse en nuestra formación de las diez.
Frente a mí apareció Edward, con las cejas alzadas y una mirada que rápidamente se encontró con la mía. Observé cómo sus labios se inclinaban hacia abajo mientras sacaba una silla.
Poniendo los ojos en blanco, pasé a Robert, cuya cabeza calva brillaba bajo la luz fluorescente mientras plegaba su estructura más bien regordeta en la silla. Por último, pero no por ello menos importante, estaba Daniel, que había sido ascendido recientemente al puesto que ocupaba todo el mundo en esta sala: jefe de equipo de la División de Soluciones de la empresa. Que prácticamente abarcaba todas las disciplinas excepto la ingeniería civil. Que era una bestia en sí misma.
-Buenos días a todos -comenzó Robert con el entusiasmo que sólo puede tener alguien que lleva un mes en el puesto-. Esta semana me toca dirigir y protocolizar la reunión, así que, si pueden, por favor, digan presente cuando diga su nombre.
Un gruñido exasperado con el que estaba muy familiarizada llenó la habitación. Al mirar al hombre de ojos azules del otro lado de la mesa, encontré la cara de irritación que acompañaba al sonido.
-Por supuesto, Robert -dije con una sonrisa a pesar de estar de acuerdo con el ceño fruncido-. Por favor, hazlo.
Los ojos océano me clavaron una mirada gélida.
Al encontrar su mirada, escuché a Robert repasar cada uno de nuestros nombres, obteniendo la confirmación tanto de Luis como de Daniel, un innecesario regalo de mi parte y otro gruñido del señor Grumps 4 .
-Muy bien, gracias -dijo Robert-. El siguiente punto de la agenda es, actualizaciones del estado del proyecto. ¿Quién quiere empezar?
Se encontró con el silencio.
InTech prestaba servicios de ingeniería a cualquier entidad que no tuviera la capacidad o la mano de obra necesaria para diseñar o elaborar planos para sus propios proyectos. A veces, subcontrataban un equipo de cinco o seis personas, y otras veces, sólo se necesitaba una persona. Así, los cinco jefes de equipo de nuestra división estaban trabajando y supervisando varios proyectos diferentes para varios clientes distintos, y todos los proyectos no dejaban de avanzar. Devorando hitos y encontrando todo tipo de problemas e inconvenientes. Teníamos conferencias telefónicas con los clientes y las partes interesadas a diario. El estado de cada proyecto cambiaba con tanta rapidez y de forma tan compleja que era imposible que los demás jefes de equipo pudieran ponerse al día en unos pocos minutos. Por eso la pregunta de Robert había sido recibida con silencio. Y por qué esta reunión no era del todo necesaria.
-Um… -Robert se movió en su asiento incómodo-. Está bien, puedo empezar. Sí, yo iré primero. -Revolvió una carpeta que había traído consigo-. Esta semana vamos a presentar a Telecos el nuevo presupuesto que hemos desarrollado para ellos. Como saben, es una empresa emergente que está trabajando en un servicio en la nube para mejorar los datos móviles del transporte público. Pues bien, los recursos disponibles son bastante limitados y…
Escuché distraídamente a mi colega mientras mi mirada recorría la sala de reuniones. Luis asintió con la cabeza, aunque sospeché que estaba dando tanta atención como yo. Daniel, por otro lado, estaba revisando abiertamente su teléfono. Grosero. Muy grosero. Pero no esperaba otra cosa de él.
Entonces, estaba él . Edward Cullen También a al reunión se sumaron otras personas que no conocía cual fue mi cara eran la familia de Edward los directivos que casi nunca venían ya que
tenían mas cosas que hacer la primera que reconocí fue a Rosalie Cullen y su esposo Emmet por las revistas de chismes ella era diseñadora de alta costura novias y el era diseñador de hoteles o casa para gente muy rica después vi Alice que dedicaba a diseñar ropa de bebes junto a su esposo Jasper el era Abogado muy prestigioso también estaban carlies que era un prestigioso doctor y por ultimo Esmee Cullen era diseñadora de interiores todos reunidos aquí en la junta la verdad me sentía como hormiga, que me di cuenta de que me había estado mirando antes de que mis ojos se encontraran con los suyos.
Su brazo se extendió en mi dirección, su mirada sosteniendo la mía. Sabía lo que iba a hacer. Lo sabía. Los largos dedos unidos a esa enorme palma se extendieron al encontrarse con el objeto que tenía delante. La jarra de café. Entrecerré los ojos, observando cómo su mano se enroscaba alrededor del asa de la jarra.
Lo arrastró por toda la superficie del escritorio de roble. Muy lentamente. Luego, asintió con la cabeza.
Enfurecido rencoroso-de-ojos-azules.
Le dediqué una sonrisa tensa, de labios cerrados, porque la otra opción era lanzarme al otro lado de la habitación y verter todo el contenido de la maldita jarra sobre él. Otra vez . Pero esta vez, intencionadamente.
Tratando de distraerme de ese pensamiento, aparté la vista y garabateé furiosamente una lista de tareas en mi agenda.
Preguntar a Elena si el ramo que encargó para Mamá era de rosas rojas o de rosas amarillas
Ordenar un ramo de rosas rojas o de rosas amarillas para : Tía Sue.
Si no lo hiciéramos, nos miraría mal a mí, a Elena «mi hermana y la novia» y a mamá Renee hasta el día en que ella o cualquiera de nosotros estirara la pata.
Enviarle a papá los detalles de mi vuelo, para que sepa cuándo recogerme en el aeropuerto.
Decirle a Elena que le recuerde a papá que tiene los datos de mi vuelo, para que me recoja en el aeropuerto.
Me llevé el bolígrafo a los labios, esa horrible sensación de que estaba olvidando algo importante me inquietaba.
Masticando mi bolígrafo, revolví mi mente en busca de lo que me faltaba. Entonces, una voz que estaba terriblemente «y desgraciadamente» condenada a no olvidar nunca retumbó en mi cabeza.
"Eres una ilusa si crees que puedes encontrar a alguien en tan poco tiempo".
Mis ojos rebotaron hacia el hombre sentado frente a mí, encontrando su mirada de nuevo. Como si me hubieran atrapado haciendo algo malo, como pensar en él, sentí el calor en mis mejillas y volví a prestar atención a la lista.
Encontrar un novio.
Lo he tachado.
Encontrar un novio falso. No es necesario que sea uno real.
-… y eso es todo lo que tengo que informar. -Las palabras de Luis se registraron en algún lugar de mi cabeza.
Seguí trabajando en mi lista.
Encontrar un novio falso. No es necesario que sea uno real. Y además, QUE NO SEA ÉL.
Seguramente, tenía otras opciones. Pero no el acompañante. Una rápida búsqueda en Google había confirmado que Edward tenía razón. Otra vez . Al parecer, Hollywood me había mentido. Nueva York parecía estar llena de hombres y mujeres que ofrecían una amplia gama de servicios variados y diferentes que no se limitaban a la de acompañante .
Hice una mueca y luego mordí con más fuerza el bolígrafo. No es que vaya a admitirlo ante Edward. Preferiría renunciar al chocolate durante un año entero antes que admitir ante Edward que tenía razón.
Pero en ese momento estaba desesperada. Él también lo había notado. Necesitaba encontrar a alguien que fingiera tener una relación seria y comprometida conmigo delante de toda mi familia. Y eso no sólo incluía el día de la boda, sino también los dos días de celebraciones que la precedían. Lo que significaba que estaba jodida. Estaba…
-… y esa sería Bella.
Mi nombre irrumpió en mi cerebro, haciendo que todo lo demás se desvaneciera.
Dejé caer el bolígrafo sobre la mesa y me aclaré la garganta. - Sí, aquí. -Intenté reinsertarme en la conversación-. Escuchando. Estoy escuchando.
-¿No es eso lo que diría alguien que no estuviera escuchando?
Mi mirada atravesó la habitación, encontrando un par de ojos azules a punto de mostrar diversión si el hombre que había detrás de ellos era capaz de tener emociones humanas.
Enderecé la espalda y pasé una página de mi agenda. -Estaba anotando algo para una llamada que tengo con un cliente más tarde y perdí el hilo de la conversación -mentí-. Algo importante.
Edward tarareó, asintiendo con la cabeza. Afortunadamente, lo dejó pasar.
-Vamos a recapitular un poco. Sólo para que todos tengamos claro a qué atenernos -ofreció Luis con voz suave.
Mañana le darían una magdalena.
-Gracias, Luis. -Le regalé una brillante sonrisa.
A lo que él se sonrojó y correspondió con un tambaleo.
Oí una exhalación impaciente procedente del otro lado de la habitación. Ahora, él no tendría una magdalena mañana. O nunca.
-Así que -dijo finalmente Luis- Ronald quería asistir a la reunión de hoy para decírtelo personalmente, pero ya sabes lo ocupada que está la agenda de un jefe de división. Un montón de citas paralelas. De todos modos, él te hará llegar toda la información que necesites, pero he pensado que sería buena idea avisarte antes.
Parpadeé. ¿De qué demonios estamos hablando? -Gracias de nuevo por eso, Luis
-De nada, Bella. -Asintió con la cabeza-. Creo que la comunicación entre los cinco es clave para lograr…
-Luis -la voz de Edward llenó la habitación- tu punto.
Los ojos de Luis saltaron hacia él, y pareció un poco asustado.
-Sí, gracias, Edward. -Luego, tuvo que aclararse la garganta dos veces antes de poder continuar-: InTech organizará una jornada de Open Day dentro de unas semanas. Asistirá un gran grupo de personas, en su mayoría clientes potenciales que tienen curiosidad por lo que ofrecemos, pero también algunos de los mayores proyectos en los que estamos trabajando. Ronald mencionó que todos los asistentes son bastante altos en cargos directivos, lo que
tiene sentido porque se trata de una iniciativa para ampliar y fortalecer
nuestra red y hacerlo cara a cara. Quiere que InTech se luzca. Que se vea bien. Que sea moderna. Para demostrar que estamos al día con los mercados actuales. Pero, al mismo tiempo, mostrar a todos los clientes potenciales y actuales que no todo es trabajar. -Se rio nerviosamente-. Por eso la Jornada de Open Day durará desde las ocho de la mañana, cuando los asistentes serán recibidos aquí en nuestra sede, hasta la medianoche.
-¿Medianoche? -Murmuré, apenas pudiendo disimular mi sorpresa.
-Sí. -Luis asintió con entusiasmo-. ¿No es refrescante? Será un evento completo. Todo tipo de talleres sobre nuevas tecnologías, sesiones de intercambio de conocimientos, actividades para conocer a nuestros clientes y sus necesidades. Y, por supuesto, tendremos desayuno, almuerzo y cena con servicio de catering. Ah, y también bebidas después del trabajo. Ya sabes, para amenizar las cosas.
Mis ojos se habían abierto gradualmente mientras Luis daba su explicación.
-Eso… -Empezó Luis -. Eso suena diferente.
Así fue. Y sonaba como un evento complejo para planificar en sólo unas semanas. -Sí -contestó Robert, sonando sospechosamente engreído-. Definitivamente poner a InTech por delante en el juego.
Daniel asintió cuando su mirada se encontró con la mía. - Absolutamente. Y Ronald quiere que estés a cargo de todo, Bella.
¿Qué tan increíble es eso?
Parpadeé, apoyando la espalda en el asiento. -¿Quiere que lo organice? ¿Todo?
-Sí. -Mi colega me sonrió, como si me diera una buena noticia-. Y además, anfitrión. De los cinco, tú eres nuestra opción
más atractiva.
Parpadeando muy lentamente, observé sus labios caídos, probablemente por la expresión que cubría mi rostro.
Atractiva. Respiré hondo y traté de tranquilizarme. -Bueno, me halaga que me consideren la opción más atractiva -mentí, queriendo no centrarme en cómo me había empezado a dar vueltas la sangre-. Pero apenas tengo tiempo ni experiencia para organizar algo así.
-Pero Daniel insistió -replicó Luis -. Y es importante para InTech tener a alguien como tú representando a la empresa.
Debería preguntar qué se supone que significa alguien como yo, pero no creo que quiera oír la respuesta. Se me secó la garganta, haciéndome más difícil tragar. -¿No podría cualquiera de nosotros lograr el mismo objetivo? ¿No debería alguien con experiencia en lo que parece un asunto de relaciones públicas organizar un evento tan importante?
Luis desvió la atención, sin responder a mi pregunta. -Daniel dijo que estarías bien con la organización. Que no necesitamos gastar recursos extra, contratando a alguien. Además, tú eres… -Se interrumpió, pareciendo que preferiría estar en cualquier otro lugar
-. Social. Alegre.
Apretando el puño por debajo de la mesa, me esforcé por ocultar mi confusión interior.
-Claro -grité. Ese era el sueño de cualquier persona, que su jefe se refiriera a ella como alegre-. Pero también tengo un trabajo que hacer. También tengo proyectos para los que trabajo a contrarreloj.
¿Cómo es que este… evento es más importante que mis propios clientes y mis responsabilidades actuales?
Permanecí en silencio durante un largo momento, esperando el apoyo de mis colegas.
Cualquier tipo de apoyo.
Y… nada, sólo el habitual silencio cargado que sigue a este tipo de situaciones.
Me moví en mi silla, sintiendo que mis mejillas se calentaban por la frustración. -Luis -dije con toda la calma que pude- sé que Daniel podría haber sugerido que yo estuviera a cargo de esto, pero ustedes entienden que esto ni siquiera tiene sentido, ¿verdad? Yo… no sabría ni por dónde empezar. -Esto no era algo para lo que me habían contratado o pagado.
Pero nadie iba a admitirlo, ni siquiera cuando su apoyo pudiera marcar la diferencia. Eso nos llevaría a la verdadera razón por la que se me había encargado esta tarea.
-Ya estoy cubriendo a dos de mis mejores miembros del equipo, Amelia y Patricia. Ya no tengo horas en la semana. -Odiaba quejarme y buscar algún tipo de comprensión, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Robert resopló, haciendo que mi cabeza girara en su dirección.
-Bueno, ese es un inconveniente de contratar mujeres de treinta años.
Me burlé, sin querer creer que acabara de decir eso. Pero lo había hecho. Abrí la boca, pero Daniel me impidió decir nada.
-Muy bien, ¿qué tal si todos te ayudamos? -Sugirió Luis . Lo miré, encontrándolo con una expresión de resignación-. Tal vez podríamos colaborar todos con algo.
Me encantaba el hombre, pero su corazón blando y su falta de espíritu de confrontación no ayudaban mucho. Sólo pasaba de puntillas por el verdadero problema.
-Esto no es el colegio, Luis -replicó Robert -. Somos profesionales y no vamos a colaborar con nada. -Sacudiendo su grasienta y calva cabeza, siguió con otro bufido.
La boca de Luis se cerró con fuerza.
Daniel volvió a hablar: -Te enviaré la lista de personas que Robert reunió, Bella.
Volví a negar con la cabeza, sintiendo que mis mejillas se calentaban aún más, mordiéndome la lengua para no decirle a mi colega algo de lo que me arrepentiría.
-Oh -añadió Daniel- Robert también tenía algunas ideas para el catering. Eso está en un correo electrónico separado que también te enviaré. Pero quiere que investigues un poco al respecto. Quizá incluso pienses en un tema. Dijo que tú sabrías qué hacer.
Mis labios se separaron con una maldición silenciosa que haría que mi abuela 5 me llevara a la iglesia por la oreja. ¿Sabría qué hacer?
¿Cómo iba a saberlo?
Tomé el bolígrafo y lo sujeté con las dos manos para poder exprimir algo de la creciente frustración, y respiré profundamente. - Voy a hablar con Jeff yo misma -dije a través de unos dientes apretados que formaban una sonrisa tensa-. Normalmente no le molestaría, pero…
-¿Quieres dejar de hacernos perder el tiempo de una vez? - Dijo Robert, haciendo que la sangre de mi cara cayera a mis pies-. No tienes que llevarle esto a nuestro jefe. -El dedo regordete de Robert agitó el aire-. Deja de poner excusas y hazlo. Puedes sonreír y ser extra amable durante todo un día, ¿no?
Las palabras "extra" y "amable" resonaron en mi cabeza mientras lo miraba con los ojos muy abiertos.
El hombre sudoroso, metido en una camisa de vestir diseñada para alguien que tenía una clase que nunca alcanzaría, aprovecharía cualquier oportunidad que tuviera para derribar a cualquiera. Más aún si eso resultaba ser una mujer. Lo sabía.
-Robert -atenué la voz y aumenté la presión sobre mi bolígrafo, rezando para que no se rompiera y delatara lo indignada que me sentía realmente- el propósito de esta reunión es discutir asuntos como éste. Así que, lo siento, pero vas a tener que escucharme hacer exactamente…
- Cariño -me interrumpió Robert, con una mueca de desprecio en la cara- piensa que es una fiesta. Las mujeres saben de eso,
¿no? Sólo tienes que preparar algunas actividades, hacer que te traigan comida, ponerte ropa bonita y gastar algunas bromas. Eres joven y guapa; ni siquiera tendrás que usar mucho el cerebro.
Comerán de tu mano. -Se rio-. Estoy seguro de que sabes cómo hacer eso, ¿no?
Me atraganté con mis propias palabras. El aire que debía entrar y salir de mis pulmones estaba atascado en algún punto intermedio.
Sin poder controlar lo que hacía mi cuerpo, sentí que mis piernas se enderezaban, levantándome. Mi silla chirrió hacia atrás, el ruido fue fuerte y repentino. Golpeando con ambas manos la superficie del escritorio, sentí que mi cabeza se quedaba en blanco por un segundo, y vi rojo. Literalmente. En ese preciso momento, comprendí de dónde había salido la expresión. Vi el maldito rojo, como si me hubiera puesto unas gafas con cristales carmesí.
En algún lugar a mi derecha, escuché a Héctor exhalando fuertemente. Murmurando en voz baja.
Entonces, no escuché nada. Sólo mi corazón martilleando en mi pecho.
Ahí estaba. La verdad. La verdadera razón por la que yo, entre las otras diez personas sentadas en esta sala, había sido elegida para hacer esta maldita cosa. Yo era una mujer «la única mujer de la división, que dirigía un equipo» y tenía la mercancía, por muy generosas que fueran mis curvas o no. Alegre, bonita, femenina. Yo era la opción atractiva, aparentemente. Me estaban exhibiendo para nuestros clientes como la prueba de oro que demostró que InTech no estaba anclado en el pasado.
-Bella. -Me propuse que mi voz permaneciera firme y tranquila, odiando que no lo hiciera. Odiando que quisiera darme la vuelta y dejar que mis piernas me llevaran fuera de la habitación-. No, cariño. Me llamo Isabella. -Me senté de nuevo en mi silla muy lentamente, aclarando mi garganta y tomando un momento extra para refrenarla. Tengo esto. Necesito tener esto -. La próxima vez, asegúrate de usar mi nombre, por favor. Y dirígete a mí con la decencia y la profesionalidad con que lo haces con todos los demás.
-Mi voz llegó a mis oídos de una manera que no me gustó nada. Haciéndome sentir esa versión débil de mí misma que no quería ser. Pero al menos había conseguido sacarlo todo sin enloquecer o salir corriendo-. Gracias.
Sintiendo cómo mis ojos empezaban a estar vidriosos de pura indignación y frustración, parpadeé un par de veces, deseando que eso y todo lo demás desapareciera de mi cara. Deseando que el nudo en la garganta no tuviera nada que ver con la vergüenza, aunque así fuera. Porque, ¿cómo no iba a sentirme avergonzada cuando había estallado de esa manera? ¿Cuándo «incluso después de lo que había sucedido todo ese tiempo atrás, incluso sabiendo que no era la primera vez que tenía que lidiar con este tipo de mierda» todavía no sabía cómo?
Robert puso los ojos en blanco. -No te lo tomes tan en serio, Isabella. -Me lanzó una mirada condescendiente-. Sólo estaba bromeando. ¿Verdad, chicos?
Miró a nuestros colegas, buscando su apoyo en la sala. No encontró ninguno.
Por el rabillo del ojo, vi a Luis desinflarse en su silla. - Robert… -dijo, sonando cansado y desanimado-. Vamos, hombre.
Sin dejar de mirar a Robert y tratando de evitar que mi pecho se agitara por la impotencia, me negué a mirar a los otros dos hombres, Daniel y Edward, que permanecían en silencio.
Probablemente pensaron que no estaban tomando partido, pero así fue.
Su silencio estaba haciendo exactamente eso.
-Oh, ¿vamos qué? -Se burló Ronald-. No es que haya dicho nada que no sea cierto. La chica ni siquiera necesita intentarlo.
Antes de que pudiera reunir el valor para detenerlo, la última persona de la sala que esperaba que hablara se me adelantó. - Hemos terminado aquí.
Mi cabeza se dirigió entonces en su dirección, encontrando que miraba a Ronald con algo tan espeso y escalofriante que casi podía sentir que el aire de la habitación bajaba un par de grados.
Sacudiendo la cabeza, aparté la mirada de Edward. Podía haber dicho cualquier cosa en los últimos diez minutos y había decidido no hacerlo. Por lo que a mí respecta, podía permanecer en silencio.
La silla de Ronald raspó contra el suelo, lo que le permitió levantarse. -Sí, ciertamente hemos terminado -dijo rotundamente, recogiendo sus cosas-. Yo tampoco tengo tiempo para esto. De todos modos, ella sabe lo que tiene que hacer.
Y con esa pequeña perla,Ronald se dirigió a la puerta y salió de la habitación. Mi corazón seguía martilleando en mi pecho, golpeando en mis sienes.
Luis hizo lo mismo, se puso de pie y me miró disculpándose.
-No me pongo de su parte, ¿está bien? -Sus ojos se movieron rápidamente en dirección a Edward, volviendo a mí con la misma rapidez-. Todo esto vino de Robert; él quiere que hagas esto. No pienses demasiado en ello. Tómalo como un cumplido.
Sin molestarme en contestar, lo vi salir de la habitación.
El hombre que casi me había acogido y tratado como uno más del clan Cullen me miró y negó con la cabeza. Me dijo - Qué pendejo 6 - lo que me arrancó una débil sonrisa porque, aunque eso no es algo que se diga en España, yo sabía exactamente lo que quería decir.
Y Luis tenía razón. Qué imbécil era Ronald.
Y luego estaba Edward. Que ni siquiera se había molestado en mirarme. Sus largos dedos recogieron metódicamente sus cosas, y sus piernas aún más largas empujaron la silla hacia atrás, lo que le permitió enderezarse hasta alcanzar su máxima altura.
Mientras lo miraba, aún desorientada por todo lo que acababa de ocurrir, observé cómo su mirada rebotaba de sus manos a mí. Sus ojos, que se notaban sobrios y volvían a tener ese aspecto distante, permanecieron en mí durante un instante y luego me descartaron con la misma rapidez.
Como siempre lo hizo.
Mi mirada siguió su figura extrañamente grande y robusta hacia la puerta y el pasillo, el martilleo en mi pecho de alguna manera se aceleró y se calmó, todo al mismo tiempo.
-Vamos, mija -dijo Luis, ahora de pie y mirándome-. Tengo una bolsa de chicharrones en mi oficina. Diana la metió en la bolsa de mi
portátil el otro día, y la he estado guardando. -Y a continuación me guiñó un ojo.
Me levanté de la silla y me reí ligeramente. La chica de Luis iba a recibir un abrazo de oso de mi parte la próxima vez que la viera.
-Tienes que aumentar el pago semanal de esa chica. -Lo seguí fuera, haciendo lo posible por devolverle la sonrisa.
Aunque no pude evitar notar que, después de unos pocos pasos, las comisuras de mis labios vacilaron, rompiendo en algo que no llegó a mis ojos.
