Buenos días, Doria. -Bella sentó a Ben en su sillita en la cocina.

-Buenos días, señora Bella. ¡Hola, mi pequeño rey! -El ama de

llaves se inclinó a darle un cariñoso pellizco en los cachetes a Ben, quien rio y movió con alegría los brazos en el aire-. ¿Va a desayunar aquí o prefiere hacerlo en la terraza? La mañana está siendo especialmente agradable hoy.

-Creo que… uhmm… -Bella se tocó el estómago algo revuelto.

-El señor ha salido a gestionar algún asunto importante. Dijo que no sabía a qué hora regresaría -añadió Doria como si adivinara el motivo por el que Bella se estaba mordiendo los labios.

-Ah, vaya. Eh, sí, creo que desayunaremos afuera.

Bella no estuvo muy segura de si sentirse aliviada por no tener que enfrentarse a él después de la noche anterior, o sentirse abandonada y desechada porque no hubiera tenido ni siquiera el detalle de esperarla e informarla él mismo después de lo que había ocurrido entre ellos.

-Enseguida se lo llevaré. Para el almuerzo de Ben, hoy prepararé un puré de verduras con patata, calabacín, zanahorias, calabazas, guisantes y un poco de pollo si le parece bien.

-Sí, me parece estupendo. ¿Podría hacer algo más para mí también? Hoy tengo el estómago un poco sensible.

-Por supuesto.

-Gracias, Doria. Se lo agradezco.

A las dos de la tarde, Bella ya tenía claro que los retortijones no tenían nada que ver con su arrepentimiento por lo que había pasado la noche anterior. Con un gemido, se levantó de la cama para ir a por las medicinas que se había dejado en la mesita junto a la hamaca. Dio gracias a Dios de que Doria se hubiera hecho cargo de Ben, porque lo único que quería era hacerse un ovillo sobre la cama y olvidarse de todo.

Encontró las pastillas justo donde las había dejado, junto a la botellita de agua. Demasiado impaciente para esperar a llegar a su dormitorio, se las tomó allí mismo.

-Me alegra que hayas venido, estaba planteándome si despertarte de tu siesta -murmuró una voz junto a su oído.

Bella encogió sobresaltada la barriga cuando una mano mojada se deslizó sobre su vientre y una erección más que evidente se apretó contra su trasero, empapándole la camisola en el proceso. Ella cerró los párpados al contacto de sus labios en el hueco de su garganta.

-¡Edward! -Bea se despegó apresurada de él-. No te he oído llegar.

-¿Eso importa? -Edwardarqueó una ceja.

-Yo… Eh… Ya me iba -saltó Bella, dirigiéndose a la terraza. Edward la atrapó por la cintura y la acercó a él.

-Se me ocurren cosas mucho mejores que podemos hacer antes, durante y después de la siesta.

Bella gimió cuando le recorrió el cuello con la nariz hasta llegar al lóbulo de su oreja para mordisquearlo.

-¡Tengo que irme! Esto no está bien -Bella dio un paso atrás.

-¿No está bien?

Con cada paso que él avanzaba, ella retrocedía uno, hasta que quedó aprisionada contra la mesa de la terraza. Edward se

acercó tanto que pudo sentir la humedad que desprendía su piel y el ligero olor a cloro que apenas tapaba su perfume especiado con un trasfondo dulce. Las aletas de su nariz se abrieron para aspirarlo

incluso en contra de su voluntad. Había tantos recuerdos asociados a ese olor…

-No -musitó de forma casi inaudible.

Edward le apartó un mechón de pelo de la mejilla, dejando un rastro húmedo tras él. Una lenta sonrisa se dibujó en la boca masculina al bajar la cabeza. Sus labios quedaron separados por apenas unos milímetros. Incapaz de desprender sus ojos de su mirada hipnotizadora, Bella los entreabrió.

-Pues yo creo que sí que tenemos algo pendiente - insistió Edward seductor.

-No… No podemos.

-¿Por qué no?

-Porque… Porque soy la viuda de tu hermano. Edward enderezó la espalda y alzó una ceja.

-Eso no te impidió seguirme ayer hasta la playa. Un intenso calor se extendió por las mejillas de Bella.

-Un error lo puede cometer cualquiera. -Bella alzó la barbilla cuando él entrecerró los ojos-. Sigo siendo la mujer de tu hermano.

-A ver, déjame hacer memoria. -Edward cruzó los brazos sobre el pecho-. ¿El motivo por el que estás aquí no es precisamente porque oficialmente tu marido soy yo?

-¿Se supone que eso es una gracia?

-No. -Edward se apartó de ella y se dirigió a la casa.

-Edward. Escucha, Edward, no puedes irte así sin más. Tenemos que hablar.

-Nos vemos en la cena. Ponte guapa, esta noche hay invitados.

Ella miró impotente la ancha espalda por la que seguían cayendo diminutas gotas de agua a medida que se movían sus

marcados músculos.

Algo acababa de salir tremendamente mal y no estaba segura de si

la culpa había sido de ella o de él. Lo único obvio era que tenían que hablar. Se sujetó la barriga. Después, cuando se encontrara algo mejor.

Aferrada a la taza del váter, Bella gimoteó cuando alguien le limpió el rostro con una manopla húmeda y le ofreció un vaso de agua.

-Enjuágate la boca y luego bebe un poco. Iré a por una bebida isotónica en cuanto te haya llevado a la cama.

No le dio tiempo a beber. Tal y como se enjuagó la boca, su estómago volvió a vaciarse echando poco más que bilis, que era lo único que aún le quedaba dentro. Lejos de huir espantado como solía hacer Eduardo durante el embarazo, Edward permaneció a su

lado y se aseguró de mantenerle el cabello fuera de la cara para que no se lo manchara. Agotada, Bella acabó por darle a la cisterna y probó a enjuagarse de nuevo la boca.

-Lo siento -musitó apoyando la cabeza contra el mueble del baño.

-¿Por qué ibas a sentirlo? No es culpa tuya. Es bastante habitual que por estas fechas se coja algún virus estomacal, del mismo modo que es corriente que a los turistas, durante los primeros días de su estancia aquí, les afecte el cambio de alimentación y agua.

Cuando fue evidente que su estómago se había tranquilizado, Edward la cogió en brazos y la llevó a la cama.

Le dejó el vaso de agua sobre la mesita de noche y le dio una manopla húmeda. Desapareció durante un buen rato y regresó cargado con una botella de refresco de color azulado y un cubo pequeño que colocó en el suelo.

-¿Dónde está Ben? -preguntó Bella sin querer moverse.

-Está con Doria. La niñera ya viene de camino para quedarse con él por la noche.

-Puede quedarse conmigo.

-Tú estás enferma y si tienes un virus, se lo pegarás. Además, si no tienes fuerzas ni para levantar el brazo, ¿cómo ibas a poder con un bebé que es incapaz de mantenerse quieto? No te preocupes por él, está bien cuidado. Doria nos crío a Eduardo y a mí. De modo que si te casaste con uno de nosotros, entonces está claro que hizo un buen trabajo.

-¿Eso ha sido un chiste?

-Sería bastante malo si te hiciera gracia.

- Sip, es malo -graznó Bella con la garganta irritada. Edward se acostó a su lado y la abrazó.

-Duerme tranquila, cielo. Niko estará bien y mañana te encontrarás mucho mejor.