No era así como me había imaginado mi noche.

Era tarde, la sede de InTech se había vaciado en su mayor parte, tenía al menos cuatro o cinco horas de trabajo por delante, y mi estómago retumbaba tan fuerte que sospeché que estaba a punto de empezar a comerse a sí mismo.

- Estoy jodida 7 -dije en voz baja, dándome cuenta de lo jodida que estaba realmente.

Uno, porque lo último que había comido era una triste ensalada verde que claramente resultó ser un gran error por mucho que hubiera parecido la idea más sensata, teniendo la boda a un total de cuatro semanas de distancia. Dos, no tenía ningún tentempié a mano ni cambio para la máquina expendedora de abajo. Y tres, la diapositiva de PowerPoint en la pantalla de mi portátil seguía parpadeando, medio vacía.

Mis manos cayeron sobre el teclado, dudando sobre las teclas durante un minuto.

Un mensaje de texto sonó en mi teléfono, llamando mi atención. El nombre de Alice parpadeó en la pantalla. Lo desbloqueé y una imagen se abrió inmediatamente.

Era una foto de un delicioso flat white, coronado por una hermosa roseta de espuma de leche. A su lado, había un brownie de triple chocolate que brillaba descaradamente bajo la luz.

Alice: ¿Te apuntas?

No necesitó especificar el plan ni enviarme la dirección. Ese festín sólo podía pertenecer Blue moon, nuestra cafetería favorita de la

ciudad. Mi boca empezó a salivar inmediatamente al pensar en estar en ese refugio de cafeína en Madison Avenue.

Con un gemido ahogado, le respondí.

Bella: Me encantaría, pero estoy atrapada en el trabajo. Tres puntos saltaron en la pantalla.

Alice: ¿Estás segura? Te he guardado un asiento. Antes de que pudiera responder, me llegó otro mensaje.

Alice: Tengo el último brownie, pero lo compartiré. Sólo si llegas rápido. No estoy hecha de acero.

Suspiré. Definitivamente es mejor que la realidad de trabajar tiempo extra un miércoles por la noche, pero…

Bella: No puedo. Estoy trabajando en lo del Día de Open Day que te dije. Voy a borrar esa foto, por cierto. Es demasiado tentadora.

Alice: Oh no. No me has dicho más que el hecho de que te has quedado con él.

¿Cuándo tiene lugar?

Bella: Justo después de volver de España.

*Emoji de novia* *Emoji de calavera*

Alice: Todavía no entiendo por qué tienes que hacerlo. ¿No estás inundada de trabajo?

Sí. Eso era exactamente lo que debería haber estado haciendo, el trabajo por el que me pagaban. No organizar una jornada de Open Day que sirviera de excusa para mostrar un montón de trajes a los que tendría que alimentar, cuidar y ser extra amable. Sea lo que sea que signifique eso. Pero quejarme no me llevaría a ninguna parte.

Bella: *Emoji sin gracia* Es lo que es.

Alice: Sí, bueno, ahora mismo no me gusta mucho Jeff.

Bella: Pensé que habías dicho que era un zorro plateado. *Emoji de sonrisa*

Alice: He dicho, objetivamente. Y puede tener buen aspecto para tener 50 años y seguir siendo un imbécil. Sabes que parece que encuentro a esos particularmente atractivos.

Bella: Más o menos, Rosie. Ese Ted era un completo imbécil. Me alegro de que ya no sean nada.

Alice: *poo emoji*

Los mensajes dejaron de llegar el tiempo suficiente para que pensara que nuestra conversación había terminado. Bien.

Necesitaba trabajar en esta mierda… Mi teléfono volvió a sonar.

Alice: Lo siento, acaba de aparecer el marido de la dueña y me he distraído. #desmayo

Alice: Es tan guapo. Desear í a que Jasper fuera as í de amoroso pero siempre se olvida de las flores ya no se que di me dar á la equivocada sabes que me gust á n las rosas pero el siempre trae peonias no son lo mismo Le lleva flores una vez a la semana. *Emoji de llanto*

Bella: Alice Cullen, estoy tratando de trabajar aquí. Haz una foto y enséñamela mañana.

Alice: Lo siento, lo siento. ¿Hablaste con Edward, por cierto?

*Emoji de cara pensativa* ¿Sigue esperando?

No me enorgullecía admitir que mi estómago había bajado ante la inesperada mención de algo en lo que no me había permitido pensar.

Mentirosa. Estos dos últimos días habían sido como esperar que cayera una bomba cuando menos lo esperaba.

No, desde el lunes, Edward no había dicho nada acerca de la tontería de "seré tu pareja en la boda". Tampoco lo había hecho Rosie porque apenas nos habíamos visto con lo ocupadas que estaban nuestras agendas.

Bella: No tengo ni idea de lo que quieres decir. ¿Está esperando algo?

Alice:…

Bella: ¿Algo como un trasplante de corazón? He oído que no tiene uno.

Alice: Ja, qué graciosa. Deberías guardar los chistes para cuando hablen.

Bella: No lo haremos.

Alice: Así es. Están demasiado ocupados mirándoos fijamente el uno al otro. *Emoji de fuego*

Un indeseado rubor subió a mis mejillas.

Bella: ¿Qué significa eso? Alice: Ya sabes lo que significa.

Bella: ¿Que quiero encenderlo en una pira como una bruja? Entonces, de acuerdo.

Alice: Probablemente también esté trabajando hasta tarde.

Bella: ¿Y?

Alice: Así que… siempre puedes ir a su oficina y mirarlo de esa manera que seguro le encanta.

Vaya. ¿Qué demonios?

Me moví incómoda en mi silla mientras miraba horrorizada la pantalla de mi teléfono.

Bella: ¿De qué estás hablando? ¿Has vuelto a comer demasiado chocolate? Sabes que te hace rara. *Emoji de sorpresa*

Alice: Desvíate todo lo que quieras.

Bella: No estoy desviando la atención, sólo estoy preocupada por tu salud en este momento.

Alice: *Emoji de ojos en blanco*

Esto era nuevo. Mi amiga nunca había abordado directamente las tonterías que creía ver. Todavía dejaba caer un comentario aquí y allá de vez en cuando.

"Tensión a fuego lento", había dicho una vez.

A lo que yo había resoplado tan fuerte que me salió un poco de agua por la nariz.

Así de ridículas me parecieron sus observaciones.

En mi humilde opinión, todos esos programas de telenovelas que veía estaban empezando a desordenar su percepción de la realidad. Diablos, y yo era la española de los dos. Había crecido viendo telenovelas con mi abuela . Pero seguramente no vivía en una. No había una tensión latente entre Edward Cullen y yo. Yo no lo miraba de una manera que a él le encantaba. Aaron no amaba nada: no podía hacerlo sin corazón.

Bella: Está bien, tengo trabajo que hacer, así que te dejaré volver a tu café, pero deja de asaltar el mostrador de la pastelería. Estoy

preocupada.

Alice: Está bien, vale. Voy a parar por ahora. *Emoji de corazón*

¡Buena suerte!

Bella: *Emoji de corazón* *Emoji de fuego*

Cerrando el teléfono y colocándolo boca abajo sobre la mesa, respiré profundamente y con energía.

Es hora de poner en marcha este espectáculo.

La imagen del brownie de chocolate apareció en mi cabeza. Asaltándome.

No, Bella.

Pensar en brownies «o en cualquier comida» no iba a ayudar. Necesitaba hacerme creer que no tenía hambre.

-No tengo hambre -dije en voz alta, recogiendo mi cabello castaño en un moño-. Mi estómago está lleno. Lleno de todo tipo de comida deliciosa. Como tacos. O pizza. O brownies. Café y…

Mi estómago refunfuñó, ignorando mi ejercicio de visualización e invadiendo mi mente con recuerdos de BlUE MOON . El delicioso aroma de los granos de café tostados. El bienvenido ataque

sensorial que supuso dar un mordisco a un brownie que incluía tres tipos de chocolate. El sonido de la cafetera humeando la leche.

Otra queja surgió de mi ruidoso estómago.

Suspirando, aparté a regañadientes todas esas imágenes de mi mente y me remangué la fina chaqueta de punto que tenía que llevar en el edificio, gracias a que el aire acondicionado estaba ajustado al máximo en verano.

-De acuerdo, estómago, trabaja conmigo aquí -murmuré para mí, como si las palabras pudieran hacer algún tipo de diferencia-. Nos llevaré a BLUE MOON mañana. Ahora, tienes que quedarte callado y dejarme trabajar. ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

La palabra resonó en mi oficina, como si hubiera sido mi estómago el que respondiera. Pero no tuve tanta suerte.

-Eso fue extraño. -La misma voz profunda volvió a aparecer

-. Pero supongo que va con tu personalidad.

Sin necesidad de levantar la cabeza para saber quién estaba detrás de ese rico tono, cerré los ojos.

Maldita seas, Isabella Swam. Invocaste a esta entidad maligna en mi oficina, y pagarás por esto en chocolate.

Maldiciendo en voz baja «porque, por supuesto, tenía que ser él el que me oyera hablarme a mí misma», puse una expresión neutra en mi rostro y levanté la vista del escritorio. -¿Extraño? Me gusta pensar que es entrañable.

-No -respondió rápidamente. Demasiado rápido-. Es un poco molesto cuando dices más de un par de palabras. Y estabas teniendo una conversación completa contigo misma.

Tomé lo primero que encontré por ahí en mi escritorio: un rotulador. Inspiré y luego espiré. -Lo siento, Cullen. Pero no tengo tiempo para desmenuzar mis rarezas en este momento -dije, sosteniendo mi resaltador en el aire-. ¿Necesitas algo?

Lo acogí mientras estaba de pie bajo el umbral de la puerta de mi despacho, con su ordenador portátil bajo uno de sus brazos y una de sus oscuras cejas levantadas.

-¿Qué hay en BlUE MOON? -Preguntó, arrancando en mi dirección.

Exhalando lentamente, ignoré su pregunta y observé cómo sus largas piernas acortaban la distancia hasta mi escritorio. Luego, tuve que ver cómo lo rodeaba y se detenía en algún lugar a mi izquierda.

Giré mi silla de oficina, completamente de cara a él. -Lo siento,

¿hay algo en lo que pueda ayudarte?

Su mirada se posó detrás de mí, en la pantalla de mi portátil, su gran cuerpo se agachó.

Mis ojos se dirigieron a su cara, probablemente mirándolo de una de las maneras que Rosie había señalado antes «mirando», sólo que sin la mierda que había leído entre líneas que ni siquiera existía.

Sus cejas se arrugaron.

Aaron puso su mano izquierda sobre mi escritorio y se agachó más.

-¿Perdón? -Le dije a su hombro redondo y algo enorme. Jesús, ¿qué es, un gigante?

Al darme cuenta de lo cerca que estaba su cuerpo de mi cara y de lo mucho más grande que parecía de cerca, me incliné hacia atrás en mi silla. -¿Hola? -La palabra salió más tambaleante de lo que hubiera preferido-. ¿Qué estás haciendo?

Tarareó, el suave ruido sonó tan cerca como él. Justo en mi cara.

-Cullen -dije muy despacio, observando cómo sus ojos recorrían la diapositiva de PowerPoint en mi pantalla. Mostraba un borrador del programa que estaba preparando para la jornada de Open Day de InTech.

Sabía lo que estaba haciendo. Pero no sabía por qué. O por qué me estaba ignorando, además de porque estaba tratando de ser el mayor dolor en mi trasero.

-Cullen, te estoy hablando.

Perdido en sus pensamientos, volvió a tararear, con ese maldito ruido que sonaba muy silencioso y masculino.

Y molesto, me recordé a mí misma.

Me tragué el nudo que acababa de aparecer mágicamente en mi garganta. Entonces, finalmente habló: -¿Eso es todo lo que tienes?

Colocó distraídamente su portátil sobre mi mesa. Justo al lado de la mía. Mis ojos se entrecerraron.

-Ocho de la mañana. Encuentro y saludo. -Un brazo voluminoso voló frente a mi cara, señalando mi pantalla.

Pegué mi cuerpo al respaldo de mi silla, observando cómo se flexionaban sus bíceps bajo la tela de la sencilla camisa de botones que llevaba.

Edward siguió leyendo en voz alta desde mi pantalla, señalando con el dedo cada punto: -Nueve de la mañana. Una introducción a las estrategias comerciales de InTech.

Mis ojos viajaron hasta su hombro.

-Diez de la mañana. Pausa para el café… hasta las once de la mañana. Once de la mañana. Actividades previas al almuerzo. No se especifica.

Me sorprendí a mí misma, notando cómo su brazo llenaba la manga perfecta y completamente, sus músculos se acurrucaban en la fina tela y no dejaban mucho espacio a la imaginación.

-Mediodía. Pausa para almorzar… hasta las dos de la tarde, que es cuando se celebra el banquete. Ah, y hay otra pausa para el café a las tres de la tarde. -El brazo en el que me había concentrado se detuvo en el aire y luego cayó.

Sonrojada, me recordé a mí misma que no estaba aquí para quedarme embobada con él. O los músculos que notaba bajo su

aburrida ropa.

-Esto es peor de lo que pensaba. ¿Por qué no dijiste nada? Salí de mi trance y lo miré. -Perdona, ¿qué?

Edward ladeó la cabeza y entonces algo pareció llamar su atención. Mi mirada siguió su mano a través de mi escritorio.

-Un evento como éste -dijo. Entonces, tomó uno de los bolígrafos que tenía esparcidos por ahí-. Nunca has planeado uno. Y parece que no sabes cómo. -Lo dejó caer en mi vaso de lápices con forma de cactus.

-Tengo algo de experiencia en talleres -murmuré mientras seguía sus dedos repitiendo la acción con un segundo bolígrafo-. Pero sólo para colegas, nunca para posibles clientes. -Luego un tercero-.

Disculpa, ¿qué crees que estás haciendo?

-De acuerdo -respondió simplemente, agarrando mi lápiz favorito, uno que era rosa, rematado con una pluma del mismo color brillante. Lo miró con extrañeza, arqueando las cejas-. No es lo ideal, pero es un comienzo. -Me señaló con el lápiz-. ¿Esto? ¿En serio?

Se lo quité de la mano. -Me anima. -Lo dejé caer en la taza

-. ¿Ofende a tus gustos, señor Robot?

Aaron no respondió. En su lugar, sus manos fueron a por un par de carpetas que tenía apiladas «bien, vale, más bien se habían dejado caer por algún sitio» a mi derecha. -Conozco los eventos como éste

-dijo, recogiéndolos y colocándolos en una esquina de mi escritorio-. He organizado un par de ellos antes de venir a trabajar a InTech. -A continuación, tomó mi agenda, que había estado colocada boca abajo en algún lugar del desorden que empezaba a comprender que era mi espacio de trabajo. La sostuvo en sus manos del tamaño de una garra-. Tenemos que trabajar rápido; no hay mucho tiempo para reunir todo.

Whoa, whoa, whoa.

-¿Tenemos? -Le arranqué la agenda de la mano-. Aquí no hay ningún nosotros -me burlé-. ¿Y podrías dejar mis cosas en paz, por favor? ¿Qué estás tratando de lograr?

Su mano furtiva se movió de nuevo, rodeando el respaldo de mi silla. Edward casi me aprisiona entre el escritorio y mi silla mientras su cabeza se cernía sobre la mía, sus ojos recorriendo mis cosas.

Esperé mi respuesta, observando su perfil e intentando con todas mis fuerzas no reconocer el calor que sentía que irradiaba su cuerpo.

-No hay manera de que te concentres; tu escritorio está todo desordenado -me dijo finalmente en un tono práctico-. Así que lo voy a arreglar.

Me quedé con la boca abierta. -Podía concentrarme bien hasta que llegaste.

-¿Puedo ver la lista de asistentes que redactó Ronald ? -Sus dedos volaron sobre las teclas de mi portátil, abriendo una ventana.

Todo el tiempo, sentí que mi cuerpo se ponía… caliente.

Incómodo . Pero al menos había dejado de tocar todas mis cosas.

-Oh, aquí está. -Pareció escanear el documento mientras yo me quedaba mirando su perfil, empezando a sentirme abrumada por su proximidad.

Jesús.

-Muy bien -continuó- no es mucha gente, así que al menos el catering será relativamente fácil de organizar. En cuanto al… esquema que has preparado, no funcionará.

Dejando caer las manos sobre mi regazo, sentí que el miedo se extendía en mi vientre, haciéndome preguntar cómo demonios iba a conseguirlo. -No he pedido tu opinión, pero gracias por hacérmelo saber -dije débilmente, alcanzando mi portátil y acercándola-. Ahora, si no te importa, volveré a trabajar.

Edward bajó la mirada justo cuando yo la levanté.

Me buscó en la cara durante un breve instante que pareció alargarse hasta un minuto completo y muy incómodo.

Pasando por detrás de mí, se puso a mi otro lado. Se apoyó en la mesa con los fuertes antebrazos, que quizá miré un segundo de más, y encendió su propio portátil.

-Edward -dije por lo que esperaba que fuera la última maldita vez esta noche- no necesitas ayudarme. Si eso es lo que intentas hacer aquí. -Esa última parte la murmuré.

Acerqué la silla a mi escritorio mientras lo observaba marcar su contraseña, esforzándome por no centrarme en esos exasperantes hombros anchos que estaban justo en mi línea de visión mientras se apoyaba en la superficie de madera.

Por el amor de Dios. Necesitaba dejar de… comprobarlo.

Mi cerebro hambriento estaba claramente luchando por comportarse normalmente. Y era su culpa. Necesitaba que se fuera. LO ANTES POSIBLE. A una distancia normal, era extremadamente molesto, y ahora, estaba… justo aquí. Siendo extra difícil.

-Tengo algo que nos puede servir. -Los dedos de Edward volaron sobre la almohadilla de su portátil mientras buscaba el documento al que supuse que se refería-. Antes de dejar mi antiguo empleador, me hicieron elaborar una lista. Una especie de manual. Debería estar por aquí. Espera.

Edward seguía tecleando y haciendo clic mientras yo me irritaba cada vez más. Conmigo misma, con él. Con sólo… todo.

-Edward -dije mientras un documento PDF se abría finalmente en su pantalla. Suavicé mi voz, pensando que tal vez ser lo más amable que podía ser cuando se trataba de él era la manera de hacerlo-. Es tarde, y no tienes que hacer esto. Ya me has indicado la dirección correcta. Ahora, puedes irte. -Señalé la puerta-. Gracias.

Los dedos que seguía observando golpearon con gracia las teclas una vez más. -Incluye un poco de todo: ejemplos de talleres, conceptos clave para las actividades y las dinámicas de grupo, e incluso objetivos que hay que tener en cuenta. Podemos repasarlo.

Nosotros. Esa palabra implicada de nuevo.

-Puedo hacer esto por mi cuenta, Blackford.

-Puedo ayudar.

-Podrías ser capaz, pero no tienes que hacerlo. No tengo ni idea de por qué tienes este impulso de volar con tu capa roja como un Clark Kent nerd y salvar el día, pero no, gracias. Puede que te parezcas un poco a él, pero no soy una damisela en apuros.

Lo peor era que realmente necesitaba la ayuda. Lo que me costaba aceptar era que Edward era el que estaba dispuesto a proporcionarla.

Se enderezó a su longitud total. -¿Un Clark Kent nerd? -Sus cejas se fruncieron-. ¿Se supone que eso es un cumplido?

Mi boca se cerró de golpe.

-No. -Puse los ojos en blanco, aunque quizá tuviera un poco de razón.

Se parecía al hombre detrás de la identidad secreta de Superman. No el de la capa, el que llevaba un traje, tenía un trabajo de nueve a

cinco, y estaba un poco… caliente para un tipo que

trabaja en una oficina. No es que haya admitido eso en voz alta. Ni siquiera a Alice.

Edward estudió mi cara durante un par de segundos.

-Creo que me lo voy a tomar como un cumplido -dijo mientras una de las comisuras de sus labios se doblaba un poquito.

Parecido a Clark Kent.

-Bueno, no lo es. -Alcancé mi mouse, haciendo clic para abrir una carpeta al azar-. ¿Thor o Capitán América? Eso habría sido un cumplido. Pero tú no eres un Chris. Además, a nadie le importa ya Superman, señor Kent.

Edward pareció pensar en mi afirmación durante un instante. - Sin embargo, parece que todavía te importa.

Mientras lo ignoraba, procedió a caminar detrás de mí. Luego, lo vi cruzar la oficina hasta el escritorio que pertenecía a uno de los chicos con los que compartía el espacio, pero que obviamente se había ido hacía horas. Agarró su silla con una mano y la hizo rodar en mi dirección.

Mis brazos se cruzaron frente a mi pecho mientras él colocaba la silla junto a la mía y dejaba caer su gran cuerpo sobre ella, haciéndola chirriar y parecer bastante frágil.

-¿Qué estás haciendo? -Le pregunté.

-Ya me has hecho esa pregunta. -Me clavó una mirada aburrida-.

¿Qué parece que estoy haciendo?

-No necesito tu ayuda, Cullen.

Suspiró. -Creo que estoy teniendo otro déjà vu.

-Tú -tartamudeé. Luego volvió a burlarse-. Yo… ugh.

-Isabella -dijo, y odié cómo sonaba mi nombre en sus labios en ese preciso momento-. Necesitas la ayuda. Así que nos ahorro tiempo a los dos porque ambos sabemos que nunca me lo pedirías.

No se equivocaba. Nunca le pediría nada a Edward, no cuando sabía exactamente lo que pensaba de mí. Personalmente, profesionalmente, no es su asunto. Había sido muy consciente de lo que pensaba de mí todo este tiempo. Yo misma lo había escuchado todos esos meses, aunque él no lo supiera. Así que no, me negaba a aceptar nada de él. Por mucho que eso me convirtiera también en una rencorosa. Igual que él. Viviría con ello.

Edward se inclinó hacia atrás y apoyó las manos en los reposabrazos de la silla. La camisa se tensó con el movimiento, el cambio en la tensión de la tela fue lo suficientemente halagador como para que mis ojos no se desviaran inconscientemente hacia allí.

Jesús . Mis ojos se cerraron por un segundo. Estaba hambrienta, cansada de lidiar con todo esto, traicionada por mis propios ojos, y honestamente simplemente confundida en este punto.

-Deja de ser tan terca -dijo.

Terca . ¿Por qué? ¿Porque no le había pedido ayuda y se suponía que debía aceptarla cuando él decidiera ofrecérmela?

Ahora, estaba enojada. Probablemente por eso abrí la boca sin pensar. -¿Por eso no hablaste durante la reunión en la que me echaron todo esto encima y algo más? ¿Porque no pedí ayuda?

¿Porque soy demasiado terca para aceptarla?

La cabeza de Edward se echó hacia atrás ligeramente; probablemente le sorprendió mi admisión.

Inmediatamente me arrepentí de haber dicho algo. Lo dije. Pero de alguna manera se me había escapado, como si las palabras hubieran sido exprimidas.

Algo brilló en su expresión, por lo demás seguía serio. -No me di cuenta de que querías que interviniera.

Por supuesto que no. Nadie lo había hecho. Ni siquiera Luis, a quien casi consideraba familia. ¿No lo sabía ya? Sí, estaba más que familiarizado con el hecho de que cuando se trataba de estas situaciones, había dos grupos de personas. Los que creían que no decir nada les hacía estar en terreno neutral y los que elegían un bando. Y la mayoría de las veces, era el equivocado. Claro, no siempre era tan inofensivo como los comentarios condescendientes e irrespetuosos como los que había hecho Robert. A veces, era mucho, mucho peor que eso. Yo lo sabía. Lo había experimentado de primera mano hace mucho tiempo.

Sacudí la cabeza, apartando los recuerdos. -¿Habría cambiado algo, Edward? ¿Si te hubiera pedido que intervinieras? - Pregunté, como si tuviera la solución en sus manos cuando en realidad no la tenía. Lo observé, sintiendo que el corazón se me aceleraba por la inquietud-. O si te dijera que estoy agotada de tener que pedirlo,

¿intervendrías entonces?

Edward me estudió en silencio, escudriñando mi rostro casi con cautela.

Mis mejillas se calentaron bajo su mirada, haciendo que me arrepintiera cada vez más de haber hablado.

-Olvida lo que he dicho, ¿está bien? -Desvié la mirada, sintiéndome decepcionada y enfadada conmigo misma por poner a Edward, de entre toda la gente, en la línea cuando no me debía nada. Ni una sola cosa-. De todos modos, estoy atrapada en esto. No importa cómo ni por qué. -O que no sería la última vez.

Edward se enderezó, inclinando su cuerpo hacia mí apenas un milímetro. Respiró profundamente mientras yo parecía retener la mía, esperando que dijera lo que fuera que se estaba gestando en su mente.

-Nunca has necesitado a nadie para librar tus batallas, Isabella. Esa es una de las cosas que más respeto de ti.

Sus palabras hicieron algo en mi pecho. Algo que creó un tipo de presión con la que no me sentía cómoda.

Edward nunca dijo cosas como esas. No a nadie y particularmente no a mí.

Abrí la boca para decirle que no importaba, que no me importaba, que podríamos dejarlo, pero levantó una mano, deteniéndome.

-Por otro lado, nunca te consideré alguien que se acobardara y no diera lo mejor de sí misma cuando se enfrentara a un reto. Tanto si se impone injustamente como si no -dijo, dándose la vuelta y enfrentándose a su portátil-. Entonces, ¿qué va a ser?

Mi mandíbula se cerró con fuerza.

Yo… no estaba acobardada. No tenía miedo de esta cosa. Sabía que podía hacerlo. Yo sólo… diablos, yo sólo estaba agotada. Era difícil, encontrar la motivación cuando algo era tan desalentador.

-No estoy…

-¿Qué va a ser, Isabella? -Sus dedos se movían sobre la almohadilla del portátil con práctica-. ¿Queja o trabajo?

-No me estoy quejando -resoplé. Imbécil parecido a Clark Kent.

-Entonces, trabajamos -respondió.

Lo miré bien, observando cómo su mandíbula se fruncía con determinación. Quizás también algo de irritación.

-Aquí no hay un nosotros -exhalé.

Sacudió la cabeza y juré que el fantasma de una sonrisa adornó sus labios durante un fragmento de segundo.

-Lo juro por Dios… -Miró hacia arriba, como si pidiera paciencia al cielo-. Estás aceptando la ayuda. Eso es. -Miró su reloj, exhalando-. No tengo todo el día para convencerte. -Con el ceño fruncido, volvió a ser el Aaron que conocía-. Ya hemos perdido bastante tiempo.

Este Edward con el ceño fruncido es con el que me sentía más cómoda. No iba por ahí diciendo estupideces, como que me respetaba.

Ahora me tocaba a mí fruncir el ceño, pues era dolorosamente consciente de que ya no estaba echando a Edward de mi oficina.

-Soy tan terco como tú -murmuró, tecleando algo en su portátil-. Sabes que lo soy.

Volviendo mi atención a la pantalla de mi ordenador, decidí permitir que esta extraña tregua se estableciera entre nosotros. Sólo por el bien de la reputación de InTech. También por mi propia salud mental, porque me estaba volviendo completamente loca.

Seríamos dos idiotas con el ceño fruncido que se tolerarían durante una noche, supuse.

-Bien. Dejaré que me ayudes si tanto te empeñas en ello -le dije, tratando de no concentrarme en esa cálida bola de emoción que se estaba formando en mi vientre.

Una que se sintió mucho como la gratitud.

Me miró rápidamente, con algo ilegible en sus ojos. - Tendremos que empezar de cero. Abrir una plantilla en blanco.

Mirando hacia otro lado, traté de concentrarme en mi pantalla.

Llevábamos un par de minutos en silencio cuando, por el rabillo del ojo, percibí movimiento. Rápidamente, colocó algo sobre mi escritorio. Justo entre nosotros.

-Aquí -le oí decir desde mi lado.

Al mirar hacia abajo, mi mirada encontró algo envuelto en papel encerado. Era un cuadrado, de unos cinco o seis centímetros de largo.

-¿Qué es esto? -Pregunté, mis ojos saltando a su perfil.

-Una barrita de cereales -respondió sin mirarme, escribiendo en su teclado-. Tienes hambre. Cómetela.

Vi cómo mis manos se movían hacia el bocadillo por sí solas. Una vez desenvuelto, lo inspeccioné detenidamente. Hecho en casa . Tenía que serlo, a juzgar por la forma en que la avena tostada, los frutos secos y las nueces estaban ensamblados.

Oí el largo suspiro de Edward. -Si me preguntas si está envenenado, te juro…

-No -murmuré.

Entonces, sacudí la cabeza, sintiendo de nuevo esa extraña presión en el pecho. Entonces, me llevé el bocadillo a la boca, lo mordí y… santas barras de granola. Gemí de placer.

-Por el amor de Dios -murmuró en voz baja el hombre a mi derecha. Engullendo toda la asombrosa nuez y el azúcar, me encogí de hombros.

-Lo siento, fue un mordisco digno de un gemido.

Observé cómo movía la cabeza mientras estaba concentrado en el documento de su pantalla. Mientras estudiaba su perfil, me invadió una sensación extraña y desconocida. Y no tenía nada que ver con mi aprecio por las inesperadas habilidades de Edward en la

cocina. Era algo más, algo cálido y difuso que había percibido unos minutos antes, pero ahora quería doblar los labios en una sonrisa.

Estaba agradecida.

Edward Cullen, con el ceño fruncido y parecido a Clark Kent, estaba en mi oficina. Ayudándome y dándome bocadillos caseros, y yo estaba contenta. Incluso agradecida.

-Gracias. -Las palabras fugitivas escaparon de mis labios.

Se giró para mirarme y vi que se relajaba por un instante. Luego, sus ojos saltaron a mi pantalla. Se burló: -¿Todavía no has abierto una plantilla en blanco?

- Oye 8 . -Se me escapó la palabra en español-. No tienes que ser tan mandón. No todo el mundo tiene supervelocidad como tú, señor Kent.

Sus cejas se alzaron, y parecía no estar impresionado. -Todo lo contrario. Algunos incluso tienen el superpoder contrario.

-Ja. -Puse los ojos en blanco-. Qué curioso.

Su mirada se desplazó de nuevo a su pantalla. -Plantilla en blanco. Y hazla hoy, si no es mucho pedir.

Esta iba a ser una larga noche.