Qué crees que pasará cuando entremos? -Bella se secó las manos de forma disimulada en la falda de su vestido.
Edward estudió serio al resto de la gente que se encontraba en la notaría.
-No lo sé. Cualquiera sabe lo que le pasaba a Eduardo por la cabeza cuando vino aquí a hacer el testamento.
Miguel se acercó a ellos.
-El siguiente es nuestro turno. Me han pedido que les entregue vuestros documentos de identificación para ir adelantando los trámites.
Al levantarse, Bella le cogió la mano a Edward y se la apretó.
-Seguro que todo saldrá bien. No sé qué fue lo que le ocurrió, pero tu hermano no era una mala persona -le aseguró, tratando de convencerse a sí misma en el proceso.
Edward, a su vez, le apretó la suya.
-No, el Eduardo que yo conocía no lo era.
Bella hizo un esfuerzo supremo por seguir la lectura del intrincado texto que el notario leía en griego, pero más que lo que decía el hombre, eran las maldiciones y resoplidos de Theron los que le
indicaron que la cosa no iba bien.
-Eso es todo. -El notario cerró la carpeta que tenía frente a él-. Si son tan amables de firmar la documentación
de aceptación de las cláusulas iniciales. -El notario deslizó unos papeles en su dirección.
-Nos gustaría leerlos con más calma y tomar una decisión consensuada, si no le importa -intervino Miguel
-Por supuesto. Mi ayudante les indicará una sala donde puedan hacerlo con tranquilidad. Pueden decirle que me avise si deciden firmar.
-Gracias, señor Floros.
-¿Qué ha sido eso? -gruñó Edward alterado después de cerrar la puerta de la diminuta sala de reuniones con un portazo tras de sí.
-Una jugada maestra -masculló Miguel.
-Pero se podrá recurrir ante un juez, ¿no? -intervino también Bella, a pesar de que apenas había entendido algunos trazos de la lectura.
-Suponiendo que llegáramos a juicio antes de que transcurran los seis meses que vienen estipulados para la siguiente lectura de últimas voluntades, cualquier juez con dos dedos de frente alegará que no puede juzgar un testamento que aún no ha sido abierto.
-Pero ¿qué hay de Ben? No lo reconoce como su hijo, sino como su sobrino. Eso sí es apelable.
-Sí, pero no supondrá demasiada diferencia -comentó Edward, quien parecía haberse calmado desde que habían entrado en el pequeño despacho y que ahora estaba sentado en un sillón estudiando pensativo un cuadro en la pared-. Eduardo se ha asegurado de que ni a ti ni a Ben os falte de nada. Cediéndote una parte de la casa de Nueva York, os ha proporcionado un lugar donde vivir y con la asignación mensual a Ben, cubre vuestra manutención más que de sobra.
-¡Pero me obliga a vivir aquí en Nueva York hasta la siguiente lectura cuando sabía que mi vida está en Canada!
-Sí.
Bella se dejó caer sin energías en el sillón contiguo.
-¿Por qué me ha hecho eso?
-No te lo ha hecho a ti, es a mí a quien ha querido castigar
-murmuró Edward levantándose de su asiento-. Si me disculpáis, necesito estar un rato a solas.
Bella miró de la puerta cerrada a Miguel.
-¿Qué ha significado eso? Miguel se masajeó la barbilla.
-Que Eduardo lo tiene cogido por los huevos y que lo hizo a propósito.
El trayecto de regreso se realizó en un tenso silencio. El magnífico paisaje, que cualquier otro día le habría alegrado la vista a Bella, le supuso una tortura que deseaba que terminara cuanto antes.
-No hace falta que te pongas así -escupió cuando ya no fue capaz de aguantar la tensión-. Ben y yo podemos irnos a un hotel. Así no te estorbaremos. Con el dinero de la asignación mensual, me lo puedo permitir y dudo mucho que nadie compruebe si estoy viviendo en la casa o no.
-¿De qué estás hablando? -Edward frunció el ceño.
-Creo que con lo que dijiste antes está claro, ¿no?
-¿Serías tan amable de recordarme qué dije? -preguntó Edward tras unos segundos.
-Que Eduardo trataba de castigarte con nuestra presencia en tu casa. Puedes tener claro que ni pienso dejar que él nos use como herramienta de venganza ni voy a quedarme donde no me quieren.
-No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo - masculló Edward.
-Ah, bien, gracias. Volvemos a lo de que soy demasiado tonta para enterarme de lo que ocurre -bufó Bella molesta.
Edward apretó los labios y sacó el coche de la carretera, cogiendo un estrecho y pedregoso camino que parecía más
idóneo para cabras que para un vehículo deportivo. Bella se agarró asustada cuando el coche comenzó a ladearse y a saltar con los profundos baches. Edward acabó por aparcar frente a unas
impresionantes vistas al mar, apoyó la cabeza en el respaldo de piel y se tapó los ojos con ambas manos, soltando el aire de forma sonora. Bella juntó las manos sobre su regazo, quedándose a la espera de que bajara los brazos o dijera algo.
Después de un profundo suspiro, Edward se giró hacia ella.
-Mírame. -Le cogió con suavidad la barbilla y la obligó a mirarlo-. Ahora, tú y Ben sois mi familia. Mi casa sería la tuya, aunque
Eduardo no te hubiera regalado la mitad. Sois y seréis bien recibidos, siempre.
El nudo que le tenía atenazado el estómago se aligeró, pero los ojos de Bella comenzaron a quemar.
-Entonces, ¿a qué te referías con lo del castigo?
Ella tendría que haber sido ciega para no notar cómo a él se le nublaron los ojos. Edward se acercó a ella y apoyó la frente contra la suya.
-Hay algo que necesito confesarte. Algo de lo que me arrepiento profundamente y daría lo que fuera por cambiar, pero no estoy
preparado para contártelo hoy. Perdóname.
-Edward…
Él salió del coche, lo rodeó y le abrió la puerta. Bella aceptó su mano. Su corazón se detuvo cuando la sentó sobre el capó y se acercó a ella. Los labios masculinos se presionaron contra los suyos llenos de una extraña mezcla de dulzura y desesperación.
-Ayúdame a olvidar, Bella. -Ella no le respondió. No hizo falta.
Edward deslizó las manos por sus muslos, alzándole el vestido en el proceso y ella le abrió la cremallera del pantalón
-. Espera, no quiero hacerte daño.
-No lo harás -musitó Bella contra sus labios.
Edward soltó un gemido al comprobar que no mentía y que se encontraba más que preparada. Apartándole la húmeda tela
de las braguitas, la penetró despacio y se abrazó a ella, manteniéndose así durante una pequeña eternidad.
-Bella…
-¿Qué ocurre? -le preguntó, acunándole el rostro en sus palmas cuando no acabó de hablar.
Edward sacudió la cabeza.
-Nada. Solo hazme olvidar.
