Bella no necesitó abrir los ojos para adivinar que el obstáculo que acababa de interponerse entre ella y el sol era alto, moreno y con los ojos azules.

Tampoco le hacía falta verlo para que en su interior despertara una sensación de anticipación. Permaneció quieta, como si no se hubiera percatado de su presencia, aunque le costó hasta los últimos remanentes de su fuerza de voluntad.

-¿Te has echado protector solar? -Edward se sentó a su lado en la tumbona-. La brisa puede engañar.

-Ajá. -Por una vez, Bella se arrepintió de ser siempre tan precavida. Su vientre se encogió bajo el suave roce de los dedos masculinos.

-A veces me pregunto cómo lo haces. -Edward esperó a que abriera los párpados azuzada por la curiosidad antes de seguir-. En tu presencia, mis instintos más básicos siempre son los que predominan.

-¿Qué consideras tus instintos más básicos?

Una lenta sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Edward otorgándole un aire peligroso.

-Estos -murmuró inclinándose sobre ella en busca de sus labios.

El beso fue tranquilo y exhaustivo, pero con la suficiente dosis de posesividad como para que ella se derritiera en sus brazos y deseara entregarse a mucho más. Como si le hubiera leído la mente, las palmas algo ásperas de Edward recorrieron

su cintura hasta bajar a sus nalgas. La alzó para colocarla con las piernas abiertas sobre su regazo y la siguió besando mientras se tendía en la tumbona de la que acababa de levantarla.

Sentada sobre él, con la rígida evidencia de su deseo aprisionada entre sus cuerpos, Bella se irguió y lo observó. El color de los ojos masculinos se había vuelto de un azul tan intenso como el del mar durante un día soleado. La cogió por las caderas mostrándole cómo quería que se balanceara sobre él y las ligeras capas de ropa que se interponían entre ellos no impidieron que a ella se le escapara un largo ronroneo cuando su clítoris se rozó contra el duro miembro viril.

Edward le bajó el bikini, liberó sus pechos a la vista y los cubrió con sus manos, acariciándolos con delicadeza.

-Si Afrodita alguna vez existió, estoy seguro de que debió ser como tú -murmuró ronco.

La atrajo por la nuca para besarla, fundiendo sus gemidos en uno.

-¿Alguna vez no encuentras las palabras adecuadas para decirle a una mujer en estas situaciones? -musitó Bella.

-Contigo, muchas más de las que crees -replicó Edward con una extraña seriedad-. Muévete para mí.

Ella obedeció, no porque él se lo pidiera, sino porque era justo lo que ella anhelaba. Intentó quitarle el bañador, pero él la detuvo.

-Quiero sentirte -protestó seductora.

-Dios, eres la tentación personificada -gruñó Edwardcomo si lo obligara a luchar contra sí mismo y hubiera vencido.

Edward bajó la cinturilla lo suficiente como para liberarse. Cuando también tiró de la parte baja del bikini, Bella descubrió avergonzada la espesa capa brillante que cubría la prenda. El mal rato apenas

duró unos segundos, los pocos que Edward tardó en usar su aterciopelado glande para restregarse contra toda aquella humedad acumulada y deslizarse entre sus pliegues hasta aplastarse contra su clítoris.

Bella se arqueó con un jadeo. Edward le permitió que se frotara contra él, pero evitó que pudiera montarlo. Solo de refilón se dio cuenta Bella, de cómo se metía la mano en el bolsillo del bañador. No fue consciente de lo que sacó hasta que la cogió por las caderas para detener sus movimientos. Curiosa, observó cómo manipulaba

lo que parecía una doble pelotita de látex de color rosa. El aparato no solo comenzó a vibrar, sino que la parte superior giró en redondo trazando círculos. No se opuso cuando lo acercó a ella y cerró los ojos cuando recorrió sus pliegues empapados con el extraño objeto hasta que acabó por insertarlo en su interior.

Sin poder evitarlo, sus músculos internos se contrajeron ante las primeras vibraciones. Su cuerpo se dobló sobre sí mismo con un jadeo y tuvo que sujetarse a Edward, quien alcanzó su boca. La besó con hambre y su ronco gruñido se entremezcló con los

gemidos de Bella cuando se apretó contra ella y su erección quedó de nuevo aprisionada. Sujetándola por las nalgas, se giró y se situó sobre ella. El sudor corría por su frente. Bella apenas podía discernir entre las sensaciones provocadas por el potente aparatito y la gruesa erección que iba presionándose en movimientos deslizantes sobre su clítoris. Edward le tiró con suavidad del pelo para echarle la cabeza atrás y alcanzar el hueco de su cuello con los dientes.

-No tienes ni idea de lo que me haces -murmuró contra su piel antes de apartarse con esfuerzo de ella y ponerse en pie.

-¿Edward? -Bella contempló confundida cómo se subía el bañador y le colocaba a ella la parte baja del bikini.

Edward se pasó las manos por el cabello y le echó una ojeada a la casa.

-Hay algo que se me ha olvidado contarte. -Se inclinó a besarla-. Tenemos visita -le confesó con un brillo travieso en las pupilas.

-¡¿Cómo?! -Ella se incorporó como un resorte y lo miró horrorizada.

-Termina de vestirte. Están a punto de salir y me va a costar concentrarme si no escondes tus pechos de mi vista -

bromeó justo antes de dejarla a solas en la tumbona, buscando como loca la parte superior del bikini.

En la vida le había costado más trabajo saludar a desconocidos con una sonrisa.

-Encantada de conocerla. Soy James Patrick, uno de los socios deEdward. Tengo que reconocer que tenía curiosidad por conocerla.

-El hombre se echó las gafas de sol hacia atrás y le ofreció la mano-. Nos ha hablado muy bien de usted.

-Vaya, gracias. Encantada.

-Deje que le presente a mi hermano Sean y a Lily y Magdalena.

Bella trató de mantener la compostura al saludarlos, aunque no podía dejar de preguntarse si serían capaces de captar el leve olor especiado, testimonio de su encuentro con Edward, o si podrían ver la mancha de humedad que de seguro se señalaba en su bikini.

Debería haber sido capaz de actuar con mayor rapidez y haberse metido debajo de la ducha en lo que regresaba Edwardcon los

invitados.

Le dirigió una mirada acusadora al culpable de todos sus males, pero él se limitó a alzar una ceja con las manos metidas en los bolsillos. La débil vibración en su interior de repente cambió de ritmo, imitando pequeñas y rápidas embestidas. ¡El muy cabrón tenía un mando a distancia! La sonrisa se le congeló en los labios y no pudo evitar girarse incómoda al encontrarse con los inquisidores

ojos de Magdalena, que no dejaban de observarla con algo más que simple interés.

-¿Ya estáis preparados? -preguntó Sean dándole un apretón a Edward en el hombro.

-Claro, podemos irnos en cuanto queráis. Doria ya nos ha preparado el picnic.

-¿Irnos? -Bella lo miró con un mal presentimiento en la boca del estómago.

-Sí, el paseo en barco, ¿no lo recuerdas? -Cualquiera que le hubiera visto la cara habría pensado que no había roto

un plato en la vida.

-Ahhh… el paseo en barco -repitió Bella para ganar tiempo sin que

los desconocidos se percataran de lo que ocurría. No pensaba darle al muy cabrón la satisfacción de salirse con la suya en lo que fuera que estaba planeando. No la había informado de nada y lo sabía de sobra, pero pensaba devolverle la bromita. Al notar la manera en la que Magdalena se agarraba a su brazo en vez de al de Sean, supo justo dónde golpear-. Cierto. Lo siento, mi vida, se me había olvidado. Voy a por un vestido y una toalla y ahora regreso.

Ante el apelativo cariñoso, Edward arqueó una ceja, pero no tuvo el efecto que ella había perseguido. Al pasar por su lado, le quitó el brazo a la mujer y retuvo a Bella por la cintura.

-No te preocupes, cielo. No lo necesitas. Ya le di a Doria

instrucciones de lo que nos tenía que empaquetar. ¿De verdad pensaste que no me preocupaba que pudiera quemarse tu preciosa piel? -añadió en voz baja y seductora, pero lo suficientemente alta como para que los demás pudieran oírlo.

Bella sintió cómo la sangre se agolpaba en su rostro cuando los invitados los observaron llenos de curiosidad. Los ojos de

Magdalena se entrecerraron con frialdad.

-No, claro que no, cariño, pero voy a ir…

Edward la acercó a él y le dio un pico, indiferente a que los demás pudieran estar observándolos.

-No necesitas nada más, confía en mí.