Edward la encontró escondida en uno de los dormitorios del magnífico yate.
-¿Bella? ¿Te encuentras bien?
-Sí. -Bea trató de sonreírle. Por nada del mundo pensaba confesarle que se sentía pequeña y desubicada en compañía de sus amistades-. Solo estaba sacándome la leche para Bella- dijo recogiendo el extractor para guardarlo en su bolsa.
-Deberías haber cogido el dormitorio principal. Es mucho más cómodo y dispone de frigorífico y un baño más amplio.
Bella negó con la cabeza y se levantó de la cama.
-Este está bien. Pero hablando de frigorífico… -Bella alzó el biberón-. Mejor lo guardo cuanto antes.
-Ven, lo podemos dejar en el de la cocina para que no se nos olvide cuando regresemos a casa. -Edward se hizo cargo de la bolsa.
Apenas habían salido al pasillo cuando tropezaron con Magdalena.
-Hola, ¿buscas algo? -preguntó Edward.
Bella estuvo a punto de resoplar. ¿Acaso no estaba claro que a quien buscaba era a él?
-Creo que me he perdido. Buscaba el baño. -El rostro de la mujer cambió de uno de confusión fingida a una mueca de asco en cuanto se fijó en el tarro lleno de leche que portaba Bella.
-El baño de invitados está a la derecha de la escalera de bajada -le indicó Edward con frialdad.
-Ah, sí, sí, claro -se excusó la mujer-. ¿Cómo se me habrá podido olvidar?
Edward y Bella observaron cómo se marchaba balanceando exageradamente el trasero operado. Bella se mordió los labios al contemplar la fina tirita de bikini que desaparecía entre las voluminosas nalgas de silicona. Las había con suerte. Si ella se hubiera puesto un bikini así, de seguro que en lo único que se hubieran fijado los hombres habría sido en su incipiente celulitis.
-Creo que sería mejor que dejáramos la leche en el frigorífico del dormitorio que me mencionaste. No quiero incomodar a tus invitados si la ven -murmuró Bella.
Edward le colocó una mano en la espalda y la empujó con suavidad para que avanzara.
-Me importa un bledo si se incomodan o no. Es la leche de mi… de Ben. No hay nada de vergonzoso o desagradable en ello.
Bella lo siguió con un suspiro a la cocina, pero procuró dejar el biberón en el fondo de una de las baldas para que no pudiera verse nada más abrir el frigorífico.
Edward la observó con el ceño fruncido. Esperó a que ella cerrara el frigorífico, volvió a abrirlo y colocó el tarro en el lateral de la puerta, a la vista de todo el mundo.
-¿Te apetece un baño? -preguntó ignorando los brazos en jarra de Bella.
El mal humor de ella cambió en cuanto Edward le colocó un dedo sobre los labios. Tras un guiño de complicidad, le cogió la mano y la llevó sigilosamente al exterior, en dirección contraria a donde se
encontraban sus invitados. Aseguró una escalerilla de emergencia al lateral del barco y esperó a que ella bajara para seguirla.
-¿Estás evitando a tus propios amigos? -se burló Bella por lo bajo cuando, después de un chapuzón, se unió a ella en el agua.
-Shhh… -Edward sonrió con picardía-. Creo que tenemos una cosa pendiente y hay algo que tienes que devolverme.
Ella entrecerró los ojos.
-Que sepas que no pienso perdonarte que me hicieras correrme delante de tus amigos durante el almuerzo.
La sonrisa de Edward aumentó.
-Eres fascinante cuando tratas de ocultar tu placer a ojos ajenos.
¿Piensas devolvérmelo? -Le colocó una mano a cada lado de la escalerilla para que se sujetara a las gruesas cuerdas
-. Me da morbo la idea de que me hagas correrme delante de gente sin que se den cuenta. Como ahora. ¿Los escuchas hablando?
-Van a cogernos -murmuró Bella sin aliento en cuanto comprendió sus intenciones.
-Entonces será mejor que nos demos prisa, ¿no crees? - Sin esperar una respuesta, le bajó las copas del bikini dejando sus pechos descubiertos, con una visible piel de gallina y los pezones erguidos por el frío.
-Edward… -Su voz se apagó cuando le cubrió uno de sus pechos y le acarició el pezón con el pulgar.
Como si aquello hubiera sido su consentimiento, Edward tiró con
impaciencia de las braguitas del bikini y le sacó el pequeño vibrador que seguía alojado en su interior, guardándose ambos objetos en el bolsillo del bañador.
Ella volvió a abrir la boca, pero cualquier protesta quedó ahogada por los labios de Theron.
-Rodéame con tus piernas -le pidió con la voz ronca.
Cuando lo obedeció, él alzó la cabeza y, agarrado a la escalerilla, la penetró despacio, observándola con las pupilas dilatadas. Bella tampoco lo perdió de vista, tan centrada en el magnetismo que parecía existir entre ellos como en las sensaciones que despertaba en ella al ir conquistando terreno, centímetro a tortuoso centímetro.
Las risas en lo alto del yate pasaron a un segundo plano, el frío del agua dejó de importar, lo único que mantenía su trascendencia era
la forma en la que la llenaba, en la que lo deseaba hasta el punto de una angustiosa necesidad.
Cuando al fin pareció haber alcanzado y llenado hasta el hueco más recóndito en su interior, Edward rozó sus labios con los suyos y se retiró de ella hasta casi salirse.
-Te deseo.
Aquel fue el único aviso que le ofreció antes de embestirla como si quisiera atravesarla y hacerla suya hasta fundirse con ella. Los dedos de Bella se agarrotaron alrededor de las cuerdas mientras recibía una segunda arremetida y luego una tercera. Su cabeza se echó atrás y sus labios se abrieron en silenciosos jadeos.
-Bella, ¡mírame!
Ella obedeció. Lo miró a los ojos oscuros, atormentados, llenos de fiera determinación y se entregó. Se entregó a él y a sus posesivas acometidas, al placer que estalló en su vientre cubriéndolos a ambos de calor y al hecho de que hiciera lo que hiciera, jamás sería capaz de negarle lo que quisiera de ella.
-¡Edward! -Su grito ahogado fue la perdición de él. Lo vio en su rostro.
Con una mueca dolorida, Edward se fundió con ella en erráticas embestidas, mientras el calor se esparcía en su interior hasta
impregnar sus muslos.
Exhaustos, ambos acabaron por dejarse caer el uno contra el otro mientras recuperaban el ritmo de su respiración. Él le dio un último beso en sus erectos pezones antes de cubrirlos y la ayudó a ponerse de nuevo la parte de abajo, no sin concederse el capricho de una última presión contra su clítoris que la hizo estremecerse
irremediablemente. Nada en su actitud la preparó para que, después de un último beso apasionado, Edward se alejara nadando de ella sin ningún tipo de explicación.
-¿Has decidido convertirte en una pasa californiana? -la sobresaltó Magdalena desde la cubierta.
-N-no… Ya subo. -Bella emprendió el ascenso por la escalinata con las piernas tan temblorosas que temió acabar otra vez en el agua.
Que la escalera se balanceara con cada movimiento tampoco ayudó. Si no hubiera sido por la mujer que la controlaba, no habría dudado en tirarse al agua y nadar hasta la escalera fija para subir a bordo.
-¿Dónde está Edward? -preguntó Magdalena en cuando llegó arriba, con tanta azucarada falsedad en su tono que resultaba hasta empalagosa.
-Ha ido nadando hacia las rocas.
-Ah, ya veo. -La expresión de Magdalena cambió a la de una de gata que acaba de descubrir un ratón en la despensa
-. Creo que voy a darme un chapuzón después de todo - murmuró con un tono que más bien parecía un ronroneo, tirándose al agua.
Bella la observó nadar en la misma dirección en la que había desaparecido Edward con una sensación ácida en el estómago.
Supo que debería ir tras ella y joderle las intenciones, pero solo fue capaz de dejarse caer en la primera silla que encontró.
Había atestiguado a otras mujeres como Magdalena en su persecución a Eduardo, pero no recordaba ni una sola de aquellas veces haber experimentado la ira, el dolor o las ganas de hacer daño que sentía en aquel mismo instante.
